La delincuencia organizada, forma
alternativa de gobernabilidad
Entrevista con Edgardo Buscaglia*
Ariel
Ruiz Mondragón
Debido
a las críticas condiciones de inseguridad y violencia que se registran en el
país es necesario encontrar interpretaciones que nos permitan a entender la
situación y, a partir de ello, intentar formular propuestas para revertirle.
Un
ejercicio tal, dirigido a un público muy amplio, es el que nos presenta Edgardo
Buscaglia en su libro Vacíos de poder en
México. Cómo combatir la delincuencia organizada (México, Debate, 2013), en
el que resalta las graves fallas
institucionales y de políticas públicas como un factor primordial para explicar
el deterioro de la seguridad en sentido integral. Tras su grave diagnóstico
presenta 26 acciones encaminadas a aliviar la situación.
Sobre
ese volumen Este País conversó con
Buscaglia, quien es doctor en Derecho y Economía y finalizó estudios de
posdoctorado en jurisprudencia y política social en la Universidad de
Illinois, Urbana-Champaign y en la Universidad de California en Berkeley. Ha
sido profesor en universidades como las de Auckland (Nueva Zelanda), Stanford,
Georgetown, Nacional Autónoma de México, Iberoamericana y el Instituto
Tecnológico Autónomo de México. Es presidente del Instituto de Acción Ciudadana
en México, director del International Law and Economic Development Center, e
investigador en Derecho y Economía en la Universidad de Columbia. Ha colaborado en medios como The Financial Times, The New
York Times y The Wall Street Journal.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
un libro como el suyo?
Edgardo Buscaglia (EB):
Había mucho interés. Yo no soy mucho de escribir libros para un público muy
vasto porque siempre es un desafío transmitirle ideas y propuestas por escrito.
Pero se me acercó una persona muy brillante, como Marta Durán, que me habló de
la necesidad de resumir muchos años de entrevistas radiales y televisivas en
una obra que pudiera ser leída de manera accesible. El director editorial de
Random House, Cristóbal Pera, también se me acercó en la Feria del Libro de
Guadalajara a proponerme escribir esta obra, lo que tomé como un elogio y,
además, como un voto de confianza que no quería defraudar. Por lo tanto, me
puse a escribir, y tuve una ayuda muy significativa de editores, como Enrique
Calderón, quienes me ayudaron a que las ideas fueran más claras.
Esa
fue la razón operativa por la cual me animé a escribir esta obra.
Ya
venía escribiendo libros y artículos académicos desde hace años, pero esta es
una obra que pretende llegar a una muy vasta esfera de la población mexicana y
espero que tenga impacto, porque, y aquí viene un segundo punto, estamos
viviendo uno de los periodos históricos más desafiantes de los últimos 200 años
en México. El país se encuentra ante un parteaguas: está en una situación en la
cual grandes déficits institucionales y vacíos de poder de Estado existen
debido a que México no termina de definir su sendero hacia una democracia. La
clase política se ha acostumbrado a vivir ya sea bajo un autoritarismo blando o
duro —como quieras llamarlo, según si fuiste torturado o no— en lugares como
Oaxaca y Chiapas, que son culturas
políticas feudales, o a la pachanga patrimonial con barra libre.
AR: Justamente esos vacíos de poder
son el tema principal de su libro. ¿Cómo se relacionan con la transición
política mexicana?
EB:
México posee vacíos enormes en sus instituciones de Estado, y, como en la
física, son cubiertos por alguien o por algo: por poderes legales e ilegales. Estos
los vemos caricaturizados en lo que ustedes llaman “cárteles”, y los legales
los vemos no tan caricaturizados sino pagando de nuestra billetera diariamente.
Lo
cierto es que estos dos tipos de poderes están estrangulando el desarrollo
social y político de este país. Yo entiendo por qué quieren sostener el poder y
no quieren que cambie nada.
Los
poderes que han cubierto estos vacíos de Estado son producto de una transición
malograda. Una transición política puede ir relativamente bien, como la chilena
y la española; también se podría decir que fue bastante fluida: los españoles tuvieron
su Moncloa, los chilenos tuvieron su concertación, y redefinieron algunas áreas
del poder del Estado. En Chile, aunque la parte económica se asemejó mucho al
pinochetismo, las partes política y social las fueron concertando de a poco. Lo
cierto es que ellos cubrieron esos vacíos de Estado dejados por Augusto Pinochet,
con instituciones funcionales que han sido vacunadas socialmente.
En
México no ocurrió así; pasó esta transición abrazando relaciones carnales con
el Consenso de Washington. Los arquitectos mexicanos de la transición no veían que
fuera hacia una democracia sino hacia ese consenso, que simboliza la
privatización de activos del Estado, los que se fueron dando a empresarios
cercanos al poder.
Todo
esto nos llevó a que la democracia sea un pie de página en esta transición; lo
principal era transferirle activos a grupos de poder privados que luego te
hacían el favor de apoyarte políticamente para que te sostuvieras en el poder.
Estamos en este círculo vicioso en donde la élite necesita que estos
empresarios tengan mucha lana llegándoles del exterior para poderles sostener
el poder político.
Eso
es, en la tradición mexicana más acabada, una simulación de economía de
mercado, porque en realidad no son empresarios que toman riesgos, como el
gringo o el de Singapur, no; les dan cotos de caza, políticamente protegidos, y
ellos reciben lana del exterior de extranjeros que están más que felices de
llegar a México y que se les prometan tasas de retorno tres o cuatro veces más
altas que las que obtienen en Canadá o en la Unión Europea.
Ese
es el esquema del modelo político-empresarial del salinismo en su esencia, con
una gran complicidad de los capitales multinacionales europeos y de América del
Norte, que vuelven a sus países y les dicen a sus políticos: “No me toques a
México porque es la joya”. Es una complicidad internacional en este esquema de
colapso; esto no lo dijo ningún autor mexicano, que es algo que a mí me llama
la atención, claro, porque muchos de esos autores están siendo pagados por
alguno de estos poderes.
AR: ¿Cómo se vincula lo anterior
con la delincuencia?
EB:
Para mí es muy extraño; hasta ahora no he hablado mucho de la delincuencia
organizada, y sí de la legalizada. La delincuencia se puede legalizar también;
dicen que no es delincuencia, pero lo sigue siendo porque el delito causa daño
social, y puedes legalizarlo si quieres. Los gringos regulan la corrupción: la
legalizan, por ejemplo, en cómo un empresario puede hacer cabildeo con un
senador americano y llevarte en helicóptero, pero no en avión; eso está
regulado por escrito, claro, pero es corrupción legalizada. Creo que ésta es un
mal dañino socialmente, pero es un mal menor junto al de la corrupción
pirañesca mexicana que no tiene regulación.
Entonces
tenemos un esquema en el cual el presidente Enrique Peña Nieto accede al poder
y lo primero que hace instintivamente —porque él proviene de una línea
autoritaria del poder (es ahijado de gente como Montiel, Salinas y demás)— es
decirle a sus grupos de poder feudal “la pachanga continúa pero sin barra
libre”.
Yo
soy un extranjero inocente (risas) que vengo acá y veo todo esto, y para mí es
sumamente entretenido. En Rusia es crudo: te portas mal, Putin te agarra y te
mete en un gulag. Acá te acarician, te llevan a pasear, te tratan de comprar y
de incorporar a uno de estos grupos, y cuando te niegas se preguntan si tendrás
un problema siquiátrico por el cual no aceptas sus bondades.
La
delincuencia organizada hasta te la voy a victimizar: era uno de los muchos
instrumentos del partido hegemónico de Estado para poder controlar los tejidos
sociales. Era un instrumento de poder, así como la mafia italiana lo era del
FBI y de la CIA para operar los trabajos sucios. Pero acá era mucho más tácito
e informal: un Estado fuerte —autoritariamente hablando— usaba la delincuencia
organizada a cambio, obviamente, de darles cotos de caza donde hacía mucha
lana, pero todo bien reguladito a través de la Dirección Federal de Seguridad o
de diferentes agencias del Estado. Pero este se debilita en esta transición: el
salinismo se casa con el Consenso de Washington y debilita al Estado porque
desmantela algunas de esas instituciones, y deja vacíos, algunos de los cuales se
los da a esa gente y otros los deja sin rellenar y son ocupados por la
delincuencia organizada, que estaba acostumbrada a ser gestionada.
Todo
empresario, como Joaquín Guzmán Loera o como Rafael Caro Quintero, son
racionales, y dicen: “Si hay un vacío, lo ocupamos”. Y ellos comienzan a
colonizar áreas que antes ocupaba el Estado, y compiten por hacerlo. En la
etapa del partido único no había mucho espacio para la competencia entre los
grupos porque el Estado fuerte era el árbitro.
Creo
que no se entiende la violencia mexicana sin esto: es un producto de, primero,
vacíos que son ocupados, sin ningún tipo de arbitraje por parte del Estado
fuerte, y después hay competencia entre estos grupos para llenarlos. Pero la
madre y el padre de esta competencia violenta entre grupos criminales es la
corrupción política mexicana, y sin limpiar y estructurar otro Estado no sales
de esta violencia y de este problema.
AR: ¿Por qué no se ha avanzado en
esa reestructuración institucional en nuestro país?
EB:
allí están los pinches políticos mexicanos que se niegan a estructurar nada: si
yo me estoy comprando castillos en Europa, tengo a mis hijas estudiando en
Nueva York, ¿para qué voy a estructurar? No me truenes la pachanga con barra
libre. ¿Para qué voy a aceptar unidades de investigación patrimonial, todas
estas mamadas que produce Buscaglia? Yo los veo, además, en Nueva York, ¡me
pasan a ver! “Buscaglia, quería hablar con usted porque escribe”, y les digo:
“¿Y usted qué está haciendo acá, doctor?”, “Es que mi hija estudia en esta
universidad privada”. Tasas de 40 mil dólares al año, departamentos que se
compran en Nueva York. Eso es muy difícil de erradicar bajo condiciones
normales de temperatura y presión porque el político dice: “¿Por qué voy a
cambiar si la cosa no va mal?”.
Pero
bajo condiciones anormales, cuando estos grupos segmentados compiten y
comienzan a asesinar a los políticos del otro grupo (y ya comenzaron desde hace
algún tiempo, como ya lo anunciábamos con Carmen Aristegui), la idea es que una
vez que la violencia y la cloaca les llega a ellos y a sus hijos, y comienzan a
ser asesinados y sus patrimonios van desapareciendo —como sucedió en Colombia,
Italia e Indonesia—, allí sí los tipos miran al libro de Buscaglia y dicen:
“¿Sabes qué? Algunas de estas pinches medidas las vamos a tener que implementar
para controlar a estos cabrones que nos están asesinando”.
Eso
no le ha llegado a la cúpula de la élite. El hecho de que hayan secuestrado a
un señor como Diego Fernández de Cevallos les parece un hecho circunstancial,
aunque algunos ya tenían miedo. Ellos van controlando a estos grupos: les dan
cotitos de caza, pero, por ejemplo, en un momento dado en Italia y en Colombia
se les salieron de control. Esa es la presión de arriba hacia abajo para que
esas medidas que señalo en esta obra empiecen a ser más factibles.
Pero
también necesitas presión de abajo hacia arriba: la sociedad civil tiene que
comenzar a organizarse, y lo ha comenzado a hacer incipientemente en algunos
lugares de la República. No me refiero a la élite de Javier Sicilia, sino a los
grupos campesinos que se están organizando, armando, a periodistas que se han
comenzado a agrupar. Pero esa sociedad civil, para ejercer realmente presión
sobre el gobierno, tiene que aliarse con redes internacionales, como lo hizo la
colombiana. No hay nada que les duela más a los embajadores empresariales como Eduardo
Medina Mora que les saques un “periodicazo” en Le Monde, en The Financial
Times y que le muestres al mundo lo que sucede acá, y que le enseñes esto a
los accionistas europeos que aquellos seducen para traer a México dinero. Se les
tiene que mostrar el clima de desesperación social y política que vive este
país. Cuando se los muestras crudamente y le haces un bypass a periódicos empresariales como El País o The Wall Street
Journal y le llegas directamente al público, tiemblan.
Acá
pueden masacrar a 10 mil personas por día, y estos embajadores en Europa van a
seguir con el show. Entonces hazles
un bypass y llévales a través de una
red de sociedad civil bien construida una presión de abajo hacia arriba (“periodicazos”,
cartas a los embajadores), como la sociedad civil de Colombia comenzó a hacer, y donde a la
fecha hay una presión internacional sobre el gobierno.
AR: En ese sentido usted critica a
la propia Organización de la Naciones Unidas (ONU).
EB:
La ONU, pobrecita, manda a México a estos imberbes inútiles, que son burócratas,
a una situación sumamente compleja. Te voy a contar una que no es chisme, y
allí te digo lo que pasa con la ONU. Llega un representante de la ONU a México,
y viene todo preocupado a verme, y me dice: “Doctor Buscaglia, estamos muy
preocupados”, “Qué bien, por allí vamos a poder entrarle al tema. ¿Por qué está
preocupado”, le digo al italiano; “Porque mi antecesor en la oficina contra las
drogas y el delito no se llevaba bien con el gobierno, y yo me quiero llevar
mejor. Doctor, ¿usted me puede presentar a la secretaria Patricia Espinosa?”.
Le dije: “¿Usted sabe qué rol tengo yo en México? Yo creo que no soy el mejor
canal. Espinosa es una señora respetable pero yo creo que ella no va a sentirse
muy contenta de que yo lo lleve allí”.
Entonces,
la preocupación de ellos es congraciarse con el gobierno en turno para que les
financie proyectos. Nada más.
AR: Por allí van muchos intelectuales
y académicos, según anota usted.
EB:
Claro; después los representantes de la ONU le preguntan al gobierno: “¿A
quiénes quieres que contrate?”. Y el gobierno le manda sus pistoleros a sueldo
disfrazados de académicos para que los contraten. Esa tendencia es otro círculo
de conflictos de interés.
Entonces
tienes a la ONU inútil acá, con la excepción de la oficina del Alto Comisionado
de Derechos Humanos, que pone mucha presión porque está muy monitoreada por
redes de sociedad civil, no porque sean buenos. Tienen a Human Rights Watch, a
Amnistía Internacional metidos en esa oficina diciendo: “La primera mamada que
te mandas te la sacamos en los periódicos”. Entonces funciona mejor, pero las
otras no tienen monitoreo. Viven en penthouses
en Polanco con alquileres de 12 mil dólares al mes, jugando al golf, en su
mundo, en una orgía patrimonial. Estamos en esa situación de parálisis.
AR: ¿La situación económica cómo
incide en el problema de la seguridad?
EB:
A ver: el modelo económico —ya que son tan economicistas (yo tengo un doctorado
en Economía)— no les ha generado innovación: que a mí me demuestren cuántas
patentes han sacado, innovaciones tecnológicas mexicanas de los oligopolios. No
han creado empleo, ni crecimiento económico en los últimos 20 años, no han
generado ningún tipo de indicador de éxitos de productividad. Si son tan
pinches economistas los que han diseñado eso, ¿cómo puede ser que sus modelos
no funcionan? Yo quiero que me convenza alguien a ver si me funciona.
El
ámbito internacional y esta resistencia de la élite local siguen, con terapia
intensiva, manteniendo vivo el modelo. Pero no genera empleo, y necesitamos un
millón de posiciones de trabajo en este país.
No
tienes que ser criminólogo ni economista: no cierra por ningún costado. El
modelo se sostiene con 15 mil o 20 mil millones de dólares que llegan del
exterior a sectores económicos políticamente protegidos, como el energético, el
bancario, el de telecomunicaciones, en el que no hay empresarios sino
cortesanos del poder.
AR: ¿Cuál es la relación que existe
entre la clase político-empresarial de la que usted habla, y la delincuencia y
la violencia?
EB:
Es que los políticos no los necesitan tampoco: ¿para qué me voy a meter en
drogas si me meto a la pachanga de las autopistas, cobro peajes, meto unos
parquímetros a través de prestanombres y de políticos en una sociedad, y gano
mucho más dinero que con drogas? ¿O piensas que el dinero que se llevan los
políticos a Europa viene de drogas? No; sí los presidentes municipales, los que
están en eso, pero no quienes están en la cúspide del poder mexicano; ellos no
están metidos en los asuntos del Chapo, sino en su negocio. Hay infinidad de negocios
del poder que te hace innecesario meterte en asuntos de drogas, aunque algunos
sí están en contrabando; a todo a lo que le pongan mucha lupa los gringos es un
gran riesgo para un político. La lección
de Mario Villanueva en los años noventa fue suficiente.
AR: Otro asunto es el concepto de
seguridad humana, que es sobre el que gira el libro. ¿En qué consiste?
EB:
La seguridad es que tengas, como lo decía Amartya Sen, la capacidad para que
puedas decidir, con algún margen de error, tu desarrollo como persona y que
puedas cumplir tus objetivos de vida de acuerdo con las restricciones de tu
talento, de tu fuerza física, que puedas alcanzar lo máximo que se pueda como
ser humano.
Pero
para eso necesitas tener un medio ambiente que te dé una mano, que te gestione
la incertidumbre de vivir en este planeta. Ésta puede ser de diferentes tipos:
la ambiental, la laboral, la salud, de propiedad, por ejemplo. Eso influye en
tu seguridad de saber hacia dónde vas en la vida.
Se
trata también de la seguridad de que si a ti como propietario te están
extorsionando e invadiendo su territorio, puedas acudir al Estado, que para eso
está. No hay ningún mecanismo que los seres humanos hayamos encontrado para
generar bienes públicos que no sea el Estado, les guste o no a los libertarios,
ya que se necesita un mínimo de Estado para justicia, salud pública, etcétera.
Todos
los tipos de seguridad antes mencionados hacen la seguridad de seguir vivo en
este planeta, y no solamente la de salir a la calle y que no te violen ni
saquen la billetera, lo que es un aspecto muy pequeño.
AR: Lo cierto es que nos falta
mucho para llegar a concretar ese concepto de seguridad humana…
EB:
Cuando no hay seguridad humana en el sentido que te acabo de explicar, es un
subsidio a la delincuencia organizada. Esto lo explicó un exprofesor mío, Thomas
Schelling, a quien una vez el Congreso norteamericano llamó a comparecer en los
años sesenta; le preguntó por qué el Departamento de Justicia tenía tantos
problemas en controlar a las mafias italianas, a los sindicatos, si se trataba
de bandas de delincuentes que solamente se dedicaban a traficar heroína, a la
prostitución. Y Schelling les dijo: “La delincuencia organizada no es un
agregado de delincuencias comunes, sino un fenómeno social, político y económico
que obedece a fallas de Estado, políticas económicas y sociales. Cuando el
Estado falla en proveer políticas de salud, de medio ambiente, laborales, y la
gente no tiene forma de acceder al trabajo formal, digno, de entrar a un
hospital, cuando nadie le protege la propiedad, busca alternativas al Estado
que le provean esa seguridad básica. La delincuencia organizada es una forma alternativa
de gobernabilidad”.
Creo
que Schelling definió por primera vez a la delincuencia organizada no como
pinches criminales, sino como una forma alternativa de gobernabilidad. ¡Genial!
Lo leí en 1984 y dije: “¡Basta! Esto es”.
Entonces
es una forma alternativa que la gente busca para poder vivir en una sociedad
medianamente gobernable, claro que mucho menos efectiva que la protección del
Estado. Pero ante la no protección, ante el retorno al estado de naturaleza
hobbesiana, la gente dice: “Le pago 10 veces más a este cabrón que dice que si
le pago a mi hija no la violan”. Creo que si ves El Padrino no tienes que leer mis trabajos; es como cuando va el
pobre señor a ver a Don Corleone y le dice: “Mi hija fue violada por tres tipos
y la justicia no me dio respuestas”. Si no entiendes esto, eres Calderón.
AR: Entonces ¿cómo bajar los
niveles delictivos y de violencia?
EB:
Si el Estado no cubre esos vacíos de la transición con políticas de salud,
educación, justicia, medio ambiente, socialmente demandadas y consensuadas, el
grupo criminal encuentra su caldo más óptimo de crecimiento en esos vacíos. De
eso se trata mi libro, de eso se trata mi obra. Es para que la delincuencia
organizada disminuya en su capacidad de crecimiento y se mantenga como la
delincuencia organizada alemana (metida en delitos no tan dañinos, como el
juego ilegal). Los alemanes hasta legalizaron la prostitución para legalizar a
los grupos criminales que decidan seguir ofreciendo sexo. ¿Quieren seguir
ofreciendo sexo? Se tienen que acoplar a la ley federal del trabajo. Y algunos
grupos que ofrecían prostitución en el ámbito ilegal y no se habían metido en
nada más serio, pudieron legalizarse como grupos que ofrecen prostitución.
El
Estado alemán, que tiene controles fuertes, sociales, judiciales,
patrimoniales, políticos, se encuentra ante una delincuencia organizada que se
dedica a delitos menos predatorios, menos dañinos, más silenciosos, aunque de vez
en cuando asesinan, pero quirúrgicamente. La delincuencia organizada se adapta
ante la fortaleza del Estado. No es que deje de existir: va a seguir existiendo
en México y en el resto de los países, pero se organiza mejor.
Entonces,
si no entiende eso, al Presidente hay que explicarle que si no institucionaliza
esos controles la delincuencia organizada se le va a seguir saliendo de
control. Tiene que establecer controles fuertes no autoritarios para que la
delincuencia organizada se adapte y se dedique a los delitos como en Alemania,
en Suecia —al contrabando de automóviles, por ejemplo— porque que va a seguir
haciéndolo. Además, el Estado no tiene los suficientes recursos para
combatirlos a todos.
Si
entienden eso los pinches políticos acá, van a comprender cómo se puede
gobernar un país; ellos van a ser más ricos y el país va a estar mejor. El
primer presidente que implemente esto pasará a la historia como Benito Juárez.
Eso lo tienen que entender los políticos, sean del PRI, del PAN, del PRD o sean
lo que sean. Eso es todo.
Son
26 acciones las que propongo en esta obra que pretenden ser no exhaustivas (hay
otras) pero inmediatas y sin las cuales no vas a ordenar y disminuir los 22
tipos de delitos organizados, dentro de los cuales drogas es sólo uno: hay
compra-venta de seres humanos, tráfico de migrantes, etcétera.
Tratamos
de darles a los políticos y a sus asesores estas herramientas para cuando la
presión aumente —me imagino, porque sin esas tres presiones que te comenté no
se van a poder implementar estas medidas; mientras, no tienen razón ni para que
las piensen.
Cuando
la cloaca les llegue hasta la nariz a los políticos van a comenzar a considerar
estas medidas como un factor de control, porque necesitan hacerlo.
AR: Habla usted en el libro de los
medios; ¿cuál es el papel de los medios en este esquema de controles que usted
plantea?
EB:
Hay un capítulo en la obra dedicado al control social. El periodismo es un
pedacito del control social, importante pero un pedazo, no es todo el control
social.
También
necesitas redes de sociedad civil que se dediquen a especializarse en controlar
a los juzgados, otras a los reguladores de electricidad, otra a los
farmacéuticos. Descentralizadamente la sociedad civil democrática se dedica a
controlar los diferentes ámbitos del Estado; no es que un grupo controle todo.
Y los periodistas, también especializados, controlan como parte de eso.
Entonces el capítulo dedicado al periodismo es el del control social.
*Entrevista publicada en Este País, núm. 278, junio de 2014.