Tamaulipas, el cártel de los
gobernadores
Entrevista con Humberto Padgett*
Ariel
Ruiz Mondragón
Uno
de los estados de la República que más ha acusado los agravios derivados de las
actividades de grupos delictivos es, sin duda, Tamaulipas, entidad en la que en
los últimos tiempos han destacado grupos como el Cártel del Golfo y los Zetas,
aunque allí las organizaciones criminales tienen larga data, como lo muestra la
historia de Juan N. Guerra.
Para
que la operación de esas agrupaciones fuera posible una condición ha sido clave:
la connivencia del poder público con ellas. En efecto, en diversos grados y
niveles esas bandas han contado con la complicidad de gobernantes,
especialmente en el estado, cuyos titulares del Poder Ejecutivo parecen
vinculados a ellas.
La
descripción y el análisis de ese monipodio entre la política y el narcotráfico en
aquella entidad es realizado por Humberto Padgett en su libro Tamaulipas. La casta de los
narcogobernadores: un eastern
mexicano (México, Urano, 2016). El autor dice en el libro acerca de Tomás
Yarrington y Eugenio Hernández: “Hoy, ambos ex gobernadores son considerados
como promotores del narcotráfico y lavadores de dinero durante una de las
épocas más violentas del México posrevolucionario. No sólo son ubicados en esa
categoría por los tamaulipecos, que así los han calificado a ellos y a una
docena de sus predecesores desde hace muchos años, sino también por las
agencias antidrogas y de persecución criminal de Estados Unidos, principales
fuentes investigativas del Gobierno mexicano sobre el narcotráfico”.
Sobre
esa historia conversamos con Padgett (Toluca, 1975), quien estudió Periodismo
en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Autor de seis
libros, ha colaborado en medios como Reforma,
Sin Embargo, Proceso y Emeequis. Ha
recibido diversos premios: cinco veces el Nacional de Periodismo, el
Internacional de Periodismo Rey de España, el Ortega y Gasset, el
Iberoamericano de Periodismo Joven y el Nacional de Periodismo Cultural
Fernando Benítez, entre otros.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
y publicar un libro como el suyo, en este caso dedicado a las relaciones entre
el crimen organizado y los gobernantes de Tamaulipas desde los años treinta del
siglo pasado y hasta hoy?
Humberto Padgett (HP):
Porque el libro permite el formato de gran reportaje en el que se pueden
integrar desde esa perspectiva los demás géneros periodísticos, y utilizar las
cualidades de cada uno de ellos para potenciar la información obtenida en
algunos casos. El libro funciona más como crónica, en otras más como nota
informativa, en algunos momentos hay algo de reportaje histórico, así que hacerlo
como reportero de prensa escrita fue algo muy disfrutable.
Para
el lector es la posibilidad de entrar en la información con profundidad y darle
la explicación sobre las causas del problema que, en el caso de Tamaulipas, es
principalmente la violencia, que es producida por la corrupción de la clase
política que ha existido allí desde siempre.
AR: Hay varias partes del libro
basadas en declaraciones de testigos protegidos. ¿Qué tan confiables son estos
testimonios y cuáles son los principales problemas que implica su uso?
HP:
Me fui a Estados Unidos y hablé con agentes en funciones al momento en que se
hicieron las investigaciones, que resultaron en las órdenes de aprehensión de
Tomás Yarrington Ruvalcaba, y en Estados Unidos la captura pendiente de Eugenio
Hernández Flores, para corroborar y cruzar datos sobre la verosimilitud de la
declaración: qué tanto pudiera estar orientada con el propósito político en el
contexto del año electoral 2012. También para tener certeza de que Francisco
García Cabeza de Vaca no estuviera también involucrado en el narcotráfico, porque
se hubiera tenido que desplazar el ángulo del libro para incluirlo porque es un
elemento importante.
Encontré
que el panista no estaba metido con el narco, pero sí (y mucho) con las
agencias estadounidenses, y que estas corroboraban lo que la investigación
mexicana dice. Esto es lo que traigo para el primer capítulo del libro, el que
justifica la hipótesis de que en Tamaulipas existe un narcogobierno.
AR: En el libro aparece otro gran
personaje, el padrino de Tamaulipas:
Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas. La suya fue una trayectoria que inició desde
los años treinta, y nada más pisó la cárcel unas cuantas horas. ¿Qué nos puede
decir de este personaje? Incluso hay una calle lleva su nombre y que fue
inaugurada por un gobernador.
HP:
Hubo varios factores que crearon a Juan N. Guerra. El primero es que en el
México posrevolucionario hubo la necesidad de organizar un sistema de
seguridad, al que se incorporó Guerra como policía judicial, quien antes había
sido contrabandista. Fue traído a la Ciudad de México como policía judicial por
un procurador capitalino que había sido gobernador de Tamaulipas.
También
tienes que Matamoros es, a final de cuentas, un pivote de la oferta y la
demanda para surtir a la zona de mayor consumo del mundo, que es el este de
Estados Unidos: Washington, Nueva York, Boston.
La
política local de Tamaulipas tuvo dos momentos en que el control autoritario
prevaleció sobre el fortalecimiento de las instituciones: la proyección de
Emilio Portes Gil, quien pretendió hacer un maximato tamaulipeco, como él había
sido parte de un maximato nacional. Después Miguel Alemán Valdés tuvo interés
en el estado porque acotar a Portes Gil significaba terminar el trabajo
iniciado por Lázaro Cárdenas de expulsar la injerencia política de Plutarco
Elías Calles.
En
Estados Unidos confluyó la prohibición, la Ley Volstead, la ley seca que, si
bien cesó en lo federal a fines de los años veinte, durante los treinta mantuvo
vigencia en algunos estados, así que había un mercado ilícito al cual surtir.
Entonces apareció Juan N. Guerra, quien fue un delincuente precoz (inició a los
15 años) que, atípicamente, murió viejo, lo que lo hizo peculiar en un mundo en
el que la veteranía es excepcional.
La
vigencia de un narcotraficante acaba por muerte o por cárcel, lo cual no ocurrió
en su caso. Si comparamos a Guerra con otros narcotraficantes, veremos que el Chapo Guzmán, Amado y Vicente
Carrillo, los Arellano Félix, tuvieron vigencia, a lo sumo, de 10 años, y ya 15
años es extraordinario. El Cártel de los Caballeros Templarios vivió seis años,
la Familia Michoacana por allí fue. Y Guerra es un hombre que se mantuvo
vigente en el negocio durante más de 70 años.
Es
una figura que debiera ser revalorada en la historia criminal de México.
AR: Es muy interesante: Guerra fue
policía en alguna época. Al respecto, ¿cuál ha sido la relación de los cuerpos
de seguridad con las bandas del crimen organizado? Esta el caso de Guerra pero
nos podemos ir hasta la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y terminar con
miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, los gafes. Los cuerpos de seguridad parecen ser una escuela de
cuadros del crimen organizado.
HP:
Y el Coss también fue policía
judicial. La cuna del crimen organizado mexicano es la seguridad pública que
simuladamente provee el Estado. No existe ningún cártel, ni uno solo, que no
descienda de las estructuras policiacas y que no haya crecido y prevalecido sin
la connivencia de las autoridades.
Giusseppe
Falcone, el juez italiano que estableció buena parte de la teoría sobre
delincuencia organizada, elaboró para el maxiproceso italiano que llevó a
cientos de mafiosos a la cárcel un listado de aspectos considerable para
definir una estructura criminal, que se conoce como Falcone Checklist. Él estableció que una característica es la
relación con la autoridad, específicamente aquella parte del Estado dedicada a
la persecución de la delincuencia.
En
el caso mexicano eso se actualiza perfectamente, y vemos que en el caso
tamaulipeco es referencial. Tienes que Carlos I. Serrano, jefe de facto de la
DFS, enviado por Miguel Alemán Valdés a hacer el espionaje político necesario
para terminar de desarticular la operación política de Portes Gil, fue un hombre
al que se le encontraron vínculos con el narcotráfico en los cincuenta. En
Estados Unidos detuvieron un Cadillac que iba relleno de goma de opio; lo iba manejando
un agente aduanal, y el hombre se sintió con la impunidad suficiente para
reclamar que le devolvieran el carro. Eso es emblemático.
Siguió
Rafael Chao López, quien fue comandante para la Región Noreste y que convirtió
las oficinas de la DFS en bodega y paso de drogas. Fue uno de los más
importantes testigos en el caso contra José Antonio Zorrilla Pérez por el
asesinato de Manuel Buendía, en una cadena que luego llevó al asesinato de
Enrique Camarena en 1985 en Guadalajara, lo que cambió para siempre la historia
del crimen organizado mexicano, y en buena medida la relación binacional con
Estados Unidos.
Posteriormente
ocurrió que 34 gafes, elementos
altamente entrenados en tareas antisubversivas del Ejército mexicano, se desprendieron
para convertirse en el cuerpo de
seguridad de Osiel Cárdenas Guillén.
Según
los documentos que utilizo para el libro, los acuerdos y las operaciones entre narcotraficantes
y políticos están mediadas por policías judiciales. No hay una en la que no
estuvieran: tienen el mismo lenguaje: los policías se refieren a las ciudades
no de esa manera sino como plazas, al igual que los narcotraficantes. Y han
estado involucradas todas: no hay una sola policía mexicana que no haya sido
extinguida como consecuencia de su relación irrecuperable con el narcotráfico,
como las policías Judicial Federal, Federal de Caminos, Federal Preventiva, la
Agencia Federal de Investigación… La DFS, por supuesto, a la que desarmaron
para que quedara en manos, supuestamente, de civiles únicamente, y por la que
pasaron personajes de la relevancia de Fernando Gutiérrez Barrios. No estamos
hablando de personajes menores porque eran importantes incluso en términos
geopolíticos: ¿habría Revolución cubana sin Gutiérrez Barrios? Tal vez no.
AR: Otro asunto que me parece
importante del libro es que no sólo se habla de la relación entre los políticos
y los narcos, sino que hay otro actor importante: los empresarios. ¿Cómo se han
vinculado en la economía estos tres sectores?
HP:
Hemos admitido que el narcotráfico es un mundo homogéneo, estereotipado, en el que
todo narcotraficante es un hombre de enorme barriga, cinturón con
incrustaciones de diamantes, una camisa de seda Gianni Versace estampada con
hojas de mariguana. Esa es la caricatura; el personaje existe, aunque menos
visible. Pero es un mundo diverso: el hombre de cuello blanco que va a las
reuniones empresariales, que toma el teléfono y discute con el jefe del sector
empresarial, que financia campañas políticas, que es presentado socialmente
como un benefactor social porque es un empleador, pero que también se relaciona
con el narcotráfico y, más concretamente, con la política.
Así
tenemos algunos personajes que lavan dinero simultáneamente para los Zetas y el
dinero obtenido directamente del desvío de recursos de los gobernadores
tamaulipecos. Esto es muy interesante porque a final de cuentas funcionan como
la conjunción entre ambos mundos.
AR: En esta parte me pareció muy
interesante el papel de las mujeres, quienes tenían a su cargo varias de esas tareas.
¿Qué papel han desempeñado estas damas del narco?
HP:
A mí me parece un poco frívolo el tratamiento de la mujer en el narcotráfico
como una belleza desbordada con senos de silicón; además estaba el drama de
Kate del Castillo, que, a final de cuentas, resultaba tan triste y lejano de lo
que pasaba. Por ello quise atraer mujeres de un mundo eminentemente machista
pero en el que ellas calzan porque tienen habilidades administrativas ciertas.
Entonces
no habló de la Miss Sinaloa o de la Miss Bala sino de mujeres que son
operativas para proveer de recursos a un cártel tan complejo como los Zetas.
Además son historias que pude documentar de mujeres que ya están extraditadas
en Estados Unidos y que dan la posibilidad de entrar al lado B de algunos de
los Zetas.
Cuando
los Zetas se asentaron en Tamaulipas se empezaron a enamorar de las mujeres.
Eso me parecía interesante también para mostrar un aspecto humano de los
narcotraficantes. No se trataba de caer en el melodrama sino de tratar de desmitificar
la figura de un solo rostro, cuando son sujetos polifacéticos como lo somos
todos.
AR: ¿Cuál ha sido la relación de
los políticos y el narcotráfico de Tamaulipas con la Federación? Creo que no
hubieran funcionado sin algún apoyo de las autoridades federales. Por allí
destaca el caso, por ejemplo, de Raúl Salinas con Juan N. Guerra.
HP:
Salinas Lozano y Antonio Ortiz Mena, quien fue secretario de Hacienda, tenían
una función primordial para el contrabando, y es que de ellos dependía la administración
de las aduanas mexicanas en un negocio en el que se exportaba droga, se
traficaba con personas y se importaban armas y fayuca. La función criminal de
las aduanas es sumamente importante, y varios de los principales pasos
fronterizos en común con Estados Unidos están en Reynosa, Matamoros y Nuevo
Laredo.
Lo
que es bien conocido es el compadrazgo entre Raúl Salinas Lozano y Juan N.
Guerra, quien habría apadrinado a Raúl Salinas de Gortari, a quien se tenía
proyectado inicialmente para la Presidencia de México, aunque resultó ser un
político menos disciplinado que su hermano Carlos, quien finalmente consolidó
el poder familiar. De manera coincidente, durante el gobierno de Manuel Cavazos
Lerma ascendió el Cártel del Golfo y se colocó en la misma dimensión delictiva
que los grupos de Juárez, de Amado Carrillo y de los Arellano Félix en Tijuana.
Hubo
un par de momentos más de mucha importancia: en 2006, luego de que Eugenio
Hernández, su gobierno y su partido político, en evidente complicidad con el crimen
organizado, secuestraron a algunos panistas, uno de ellos candidato al gobierno
de Reynosa, y también secuestraron al candidato a la primera regiduría, quien era
el encargado de las finanzas de esa campaña.
Recordemos
que la capital, Ciudad Victoria, no es la principal ciudad del estado sino
Reynosa, por su tamaño, por las maquiladoras, etcétera. A este candidato lo
dejaron libre con la condición de que desistiera de impugnar el proceso
electoral. Lo liberaron hasta que feneció el plazo
También
lo que tenemos en grabaciones que fueron ampliamente difundidas en su momento,
es que Elba Esther Gordillo acordó con Eugenio Hernández el apoyo a la
candidatura de Felipe Calderón, quien hizo una investigación pero no fue consecuente
con ella: no llevó a proceso ni a Tomás Yarrington ni a Eugenio Hernández.
El
otro momento y en ese contexto fue que a finales del 2005 el gobernador
Yarrington pretendió la Presidencia de la República. De esta idea lo convenció
un personaje muy interesante: Eduardo García Puebla, un sonorense cercano a
Manlio Fabio Beltrones. Yarrington dijo “quiero ser presidente”, y entró en la
precontienda junto con otros exgobernadores como Enrique Martínez y Martínez,
de Coahuila, y, destacadamente, Arturo Montiel Rojas, a favor de quien declinó
para que enfrentara a Roberto Madrazo Pintado. Pero este logró sacar de la
contienda a Montiel acusándolo de corrupción.
Luego
Eugenio Hernández se convirtió en el coordinador de la campaña de Enrique Peña
Nieto para la zona norte. La cercanía es clarísima. Hay quien insiste que en el
fondo está el control de los energéticos: el petróleo y el gas tamaulipecos en
el Golfo de México, que se extienden hasta Coahuila. Se necesita tener el
control absoluto para darle autorización a las empresas de los serranos, de
ellos mismos, para explotarlos, como lo han hecho en el estado —hay que
recordar que Grupo Higa es de Tamaulipas.
Contar
esto último no era el propósito del libro, aunque tal vez lo sea de uno
siguiente.
AR: En la cartografía del narco
establece una diferencia entre el noreste y el noroeste. ¿Cuáles son las
principales características de Tamaulipas?
HP:
Entra al mercado de drogas de manera tardía, hasta los años cincuenta, cuando
tienes a los capos de Sinaloa, más concretamente de Badiraguato, que se han
dedicado a las drogas desde el inicio de su existencia. Esto es algo muy bien
documentado en El siglo de las drogas,
de Luis Astorga, quien hizo un amplio trabajo hemerográfico sobre el
narcotráfico, muy orientado a la región noroccidente, en el Triángulo dorado de Chihuahua, Durango y
Sinaloa.
El
noreste empezó haciendo otro tipo de contrabando, que fue una empresa criminal
anterior a su participación en las drogas. Los narcotraficantes tamaulipecos no
fueron inicialmente productores, como sí lo son los sinaloenses, que han
sembrado mariguana, goma y amapola desde siempre —es posible que estén
sembrando desde el siglo XIX, antes de que fuera ilegal—. En el caso de los
tamaulipecos no tienen una región: aunque hay siembra de amapola y mariguana en
Tamaulipas, en realidad es marginal. Han participado en otras actividades
ilícitas, como la extorsión (la venta de seguridad) y el contrabando de fayuca.
Además,
creo que han tenido mayor cercanía con el poder político que sus pares
sinaloenses, quienes también llegaron a tener, por supuesto, acompañamiento de
gobernadores de Sinaloa, principalmente de Antonio Toledo Corro en los años
ochenta, y algunos otros, pero es muy evidente cómo esto ha ocurrido en
Tamaulipas. Es una síntesis muy clara: no parecen sujetos pertenecientes a dos
grupos distintos sino habitantes de un mismo mundo.
AR: Otro tema interesante es cómo se
han expandido las bandas de Tamaulipas, por ejemplo, en Michoacán, en donde los
narcos tamaulipecos dieron origen a la Familia Michoacana y a los Caballeros
Templarios, además del control que tienen en Veracruz. ¿Cuál ha sido su
influencia en otras entidades?
HP:
Luego de la ruptura de los Zetas con el Cártel del Golfo, hacia 2009, se
convirtieron en el cártel más importante para la DEA, para el Congreso de
Estados Unidos, y lograron tener presencia en al menos 19 de las 32 entidades
federativas, incluidos el Estado de México y la Ciudad de México, aunque lo
nieguen el gobernador y el jefe de Gobierno.
También
lograron establecerse en Guatemala y pugnar por el control de ese país como
ruta del trasiego de cocaína sudamericana, y en algún momento establecieron acuerdos
con la Ndrangheta italiana en la
lucha por la introducción de cocaína en los mercados europeos, que son mediados
en aquel lado del Atlántico por la mafia del norte de Italia.
En
Estados Unidos los Zetas están presentes en las mismas ciudades —según documentos
estadounidenses que muestran mapas que se elaboran sobre las zonas de
influencia de los cárteles— donde está presente desde décadas atrás el Cártel
del Golfo, sobre todo en la región Este. Ambas organizaciones logran una
expansión importante en ese país.
AR: Menciona que los Zetas hicieron
cambios, y destaca la figura de Heriberto Lazcano, de quien dice que en una
época ya parecía más empresario que soldado. ¿Cuáles fueron sus innovaciones?
HP:
El uso irrestricto de la violencia. A final de cuentas ellos no tenían el
conocimiento del complejo negocio del narcotráfico, entonces no podían meter 10
toneladas de cocaína al mes a Estados Unidos o lavar 10 millones de dólares. Su
primer y principal recurso es el ejercicio de la violencia y la asociación de
ésta con su nombre. Los Zetas convirtieron a su organización en una marca de
derechos reservados e impusieron un peculiar copyright en el uso de la violencia.
Además
extorsionan a las personas que están en su entorno social; como ninguno de los
Zetas originales era tamaulipeco no tuvieron apego por las personas del estado
y simplemente fueron y las exprimieron. Su éxito dependía de que no hubiera excepciones:
se extorsiona a todas las personas de todos los lugares, de todos los niveles
económicos, de todas las relevancias y partidos políticos. No había excepciones.
La
exhibición de la violencia como método de intimidación contra las policías, la
ciudadanía y los cárteles rivales le da una nueva vuelta de tuerca al escenario
en México. Las decapitaciones originariamente son kaibiles, el grupo de élite
de Guatemala que fue integrado a la dinámica delictiva por los Zetas.
Lo
que quiero decir en el libro es que la posibilidad que tuvieron los Zetas de
extender la violencia, de incrementarla, de definir el conflicto entre las
bandas por el monopolio de las rutas y la producción de las drogas está
radicada en los acuerdos que hicieron con los gobiernos estatales. Esa es la
trascendencia del acuerdo de corrupción que ha ocurrido.
AR: También me llamó la atención la
independización de los Zetas respecto al Cártel del Golfo. ¿Este rompimiento
cómo se expresó en términos políticos?
HP:
De manera principal, en el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI
a la gubernatura de Tamaulipas. Eugenio Hernández Flores tuvo un acuerdo con
los Zetas, e inició su gobierno negociando con una organización que, si bien no
era monolítica, estaba estructurada con una cara en la que el Coss representaba al Cártel del Golfo (estamos hablando de que
Osiel ya había sido detenido y que la relación de subordinación de los Zetas se
había modificado), y en el otro lado estaba Heriberto Lazcano.
Lo
que documentalmente se tiene es que el Golfo ordenó el asesinato de Rodolfo por
considerar que éste estaba en la voluntad de los Zetas. En algún momento éstos
envían el mensaje de “no fuimos nosotros” y lo aclararon públicamente.
AR: Otro caso espeluznante en el
estado es el de San Fernando, en donde fueron encontrados 72 cadáveres y
después más de 200…
HP:
Y allí se habla de que son 600.
AR: En el libro hay un personaje
que se pregunta: ¿cómo se puede vivir allí? Efectivamente: ¿cómo se puede vivir
con los Zetas extorsionando a todo el mundo, y que mastican, trituran, acaban
con la gente?
HP:
Hay un estado de guerra irregular y eso hace imprevisibles los hechos, los
desreglamenta. En la guerra oficial, la que se asume como tal, existen acuerdos
de civilidad entre las partes en conflicto, hay cosas que no se pueden hacer y nos
remitimos a tratados internacionales. En este caso no existen límites: los
niños son igualmente útiles para matar o rendir al enemigo asesinándolos. No
existe una sola autoridad sino que hay una situación particularmente
fragmentada.
San
Fernando es un municipio muy grande y tienes que una parte está bajo el
gobierno Zeta, y otra bajo el control del Golfo, y dos más de grupos derivados
porque ahora tienes que no hay un solo grupo sino entre 6 y 12 partes, escisiones
de los Zetas, y el Golfo también ha tenido alguna. En algunas partes está la
Policía Federal y hay otras bajo control del Ejército, pero nadie tiene claro cómo
funciona exactamente la geografía del crimen. Se percibe su existencia porque
hay lugares en donde extorsionan y secuestran algunos de los grupos, pero si alguno
de los otros entra entonces se desata un enfrentamiento.
Lo
cierto es que San Fernando genera una reflexión sobre el dolor de personas
ajenas al municipio, pero todas las personas de este tienen una pérdida. Es
realmente raro que te encuentres con alguien que no haya tenido que ir a la
morgue a reconocer a su hijo, o que está esperando que vuelva su mamá, lo que
es un asunto realmente de horror.
San
Fernando es la muestra de cómo el Estado mexicano sí puede fracasar. Es, creo,
el conjunto de secuestros, de inoperancia de las instituciones de gobierno, de desarticulación de las fuerzas
de seguridad pública, de abandono de la ciudadanía a la decisión de alguien que
no entiende la vida más que como un proceso de acumular dinero y matar.
AR: ¿Cuál ha sido la reacción social
a esta situación? Por allí vi que algunos empresarios se quejaron de la
situación, se cita alguna marcha contra la inseguridad, por ejemplo.
HP:
Hubo un intento real en 2007-2008, cuando las personas hicieron activismo en redes
sociales, y la respuesta fue que a una destacada ciberactivista le cortaron la
cabeza y la presentaron con el letrero de “Esto me pasó por estar de chismosa”.
Antes
de que en Veracruz ocurriera el desastre para la prensa con Javier Duarte,
Tamaulipas era el lugar más delicado para hacer periodismo. Consideremos
también que uno de los primeros asesinatos contra comunicadores ocurrió allí en
los años noventa, contra un editor y su reportera.
Entonces
el asunto es que no hay muchas opciones si consideras que la gente asume que es
normal vivir con miedo. La otra es que hay una porción importante de personas
que han asumido que la delincuencia es una forma válida de ascenso social.
Tienes a muchos jóvenes con la aspiración de ser sicarios o capos —curiosamente
no se plantean ser gobernadores, lo que creo que es más redituable y más
impune.
Tienes
una ciudadanía que ha considerado que el cambio político no es posible ni es
real. Tengo la percepción de que se ha generado algún movimiento a favor de
García Cabeza de Vaca, aunque con dudas. Lo cierto es que sí encuentras a
personas de la clase media y media baja que agitan banderas del PAN, lo cual es
raro de ver en la Ciudad de México, donde entendemos a los panistas como
personas de clase media alta; pero en el norte del país funciona de otra manera
diferente.
En
general hay una terrible decepción de la clase política.
AR: En el libro traza las
relaciones que han existido entre los gobernantes y los narcotraficantes
durante muchos años, desde Enrique Cárdenas González, gobernador en los años
setenta. ¿Qué tan emblemático de las relaciones de la clase política mexicana
con la delincuencia es el caso de Tamaulipas?
HP:
Es representativa al punto de que, en mi opinión, no existe un cártel más
avanzado en términos de logros económicos, de alcance, de acceso a la
impunidad, de relaciones económicas y políticas de alto nivel. Yo no tengo
problemas en decirlo: es un cártel de gobernadores. No he encontrado algo
parecido en Italia, en Japón ni en Colombia. Pablo Escobar fue diputado, pero
era lo que se sabía que era, no se simulaba que fuera otra cosa; a final de
cuentas Escobar murió en una persecución en un tejado cuando hubo la decisión
política de matarlo.
Estos
hombres de Tamaulipas no: uno de ellos podrá ser gobernador…
AR: Antes presidentes municipales…
HP:
Por supuesto: Yarrington fue presidente municipal de Matamoros, y un hijo de
Roberto Guerra Cárdenas fue parte de la organización criminal y alcalde de
Matamoros. Es un asunto en el que se han naturalizado por completo cosas que no
puedes encontrar como lógicas en una democracia real.
AR: Menciona que tanto el Cártel
del Golfo como los Zetas ya no son estructuras grandes sino que están muy fragmentadas.
¿Qué ha pasado con esas organizaciones, y cómo se refleja tanto en su actividad
como en términos políticos?
HP:
Se debe a la dinámica prohibicionista que ha colocado en el centro del combate
a las drogas la detención y abatimiento de los capos en el momento en que el
Estado considera que sea necesario, porque parece ser que tiene servicio a la
carta. Por ejemplo, en el momento más crudo de Ayotzinapa detuvieron a Héctor
Beltrán Leyva, el Ingeniero, y al Viceroy. Después de años de buscarlos,
en el momento políticamente necesario los detuvieron.
Una
de las consecuencias es que esto ha llevado a la pulverización de las
organizaciones. Vamos hacia un modelo de pequeñas organizaciones, lo que no
necesariamente es favorable, al menos en este momento para las personas que
viven en los lugares en que aquellas se han asentado. Esto ocurre con los Zetas,
pero creo que del otro lado también, con los Beltrán Leyva, quienes son un
desprendimiento de Sinaloa, que viene del protocártel de Guadalajara, pero que
originaron a los Rojos en Guerrero, y de éstos surgieron los Guerreros Unidos,
y además de éstos están el Cártel Independiente de Acapulco, de Pacífico Sur,
los Ardillos, etcétera.
Pero
lo que pasa con todas estas organizaciones es lo que le ocurrió a los Zetas al
inicio: no tienen el conocimiento para hacer el gran negocio de las drogas sino
sólo la posibilidad de hacer el infame negocio de exprimirle el cuello todo el
tiempo a una población ya de por sí pauperizada.
AR: Me acaba de decir que
Tamaulipas, hasta antes del Veracruz de Duarte, era el lugar más peligroso para
ejercer el periodismo. ¿Qué riesgos corrió al investigar este tema, al publicar
este libro con nombres y detalles?
HP:
Yo descansé cuando se publicó, y la verdad es que siento alivio con cada
entrevista que me hacen. El trabajo se vuelve más público y ese es un freno
indudable para alguna represalia.
Los
periodistas que vivimos en la Ciudad de México y cubrimos asuntos de crimen
organizado, corrupción y derechos humanos, tenemos condiciones de seguridad
bastante mejores que las que tienen los reporteros honestos de los estados. No
es lo mismo ir a los lugares, trabajar rápido y regresar a la Ciudad de México,
que tener por vecino a un jefe de sicarios, que tu hijo en la secundaria sea
compañero de un halconcillo o que el
dueño de tu periódico sea un prestanombres de Yarrington.
Lo
que quiero decir es que yo no encuentro razones para regodearme de que estoy
haciendo un trabajo violento. Trato de destacar que es una labor esforzada y,
en la medida de lo posible, ser honesto con el lector en el propósito de darle
un servicio social.
No
creo ni me convencen los periodistas que todo el tiempo están en la pasarela de
la valentía y que presumen que su valía estriba no en su trabajo sino en el
nombre del funcionario público, del criminal que los está persiguiendo. No me
gusta ese estilo.
*Entrevista publicada en Horizontum, 23 de mayo de 2017.