Las
raíces humorísticas de la nación mexicana
Entrevista
con Antonio Garci*
por
Ariel Ruiz Mondragón
En ocasión de las
celebraciones por el Bicentenario de la Independencia y del
Centenario de la Revolución, ambas mexicanas, ocurrió todo un boom
de libros dedicados a explotar el amplio mercado que se abrió en
torno a esos procesos históricos. Así, nos vimos inundados de
reediciones de obras clásicas, nuevas investigaciones, refritos,
versiones para legos, desmitificaciones, novelas, cuentos, etcétera.
Una de las vetas que
más éxito tuvo fue la de las versiones humorísticas que se
presentaron sobre diversos hechos históricos, entre las que descolló
el libro Pendejadas célebres en la historia de México, de
Antonio Garci, quien, al contrario de muchos otros, con un poco de
investigación histórica, nos relató con ánimo jocoso varios
episodios de la vida nacional.
Ante la
insuficiencia de espacio del primer volumen para tratar tantos
asuntos, el año pasado Garci presentó un segundo volumen con la
misma intención lúdica: Más pendejadas célebres en la historia
de México (México, Diana, 2011), obra sobre la cual Replicante
conversó con el autor.
Garci estudió
Comunicación Gráfica e Historia del Arte en la UNAM, y se ha
desempeñado como caricaturista y escritor durante más de 20 años,
y ha publicado al menos siete libros. Colabora en El Financiero.
Ariel Ruiz (AR):
¿Por qué escribir este libro, sobre todo después de que ya paso la
gran fiesta del Bicentenario y también si tomamos en cuenta el
antecedente de Pendejadas célebres en la historia de México?
Antonio Garci
(AG): En todo el primer libro no metí ni la mitad de lo que
encontré, y se habían quedado pendientes un montón de artículos;
algunos los había terminado y otros los había manoseado nada más,
pero allí estaban. Pero por el tamaño que tenían, nunca pude
meterlos todos; entenderás que meter todas las pendejadas sería una
obra inabarcable, y olvídate de que no hay nadie que la lea, sino
que nadie podría cargar tal libro. El punto es que sí había en el
tintero cualquier cantidad de cosas; de hecho, en este nuevo libro
también me volvieron a quedar pendientes varios capítulos que ya no
pude meter.
Como el libro tuvo
muy buena acogida —sin albur—, el editor se animó a hacer el
segundo tomo de esta saga, y así fue como apareció. Mi idea es que
si todo sale bien, hagamos actualizaciones cada año y puedan seguir
con las pendejadas del 2011, del 2013, así como hacen la
Enciclopedia de México, como un almanaque, como el calendario
Galván.
Este no es un libro
de historia sino de humor. La única promesa que yo les hago es que
se van a reír mucho si lo leen, y ésa es la única intención. Yo
no quiero educarlos, no quiero que aprendan historia de México, que
se vuelvan buenos ciudadanos, que odien o adoren al régimen, o tirar
propaganda a favor o en contra de alguno. Nada de eso. La verdad, es
un libro que está hecho para que la gente se divierta, y si de paso
aprenden historia de México, es un daño colateral, porque esa nunca
fue la intención.
AR: ¿Cómo
estableces la vinculación entre la historia y el humor? ¿De dónde
surgió tu interés por la historia?
AG: Yo soy
caricaturista, que es realmente lo que hago, y un poco es esa
deformación de oficio: en todos lados estás buscando el chiste, las
tres patas del gato o las chichis de las víboras. En el caso de este
volumen, surgió de que hice un libro que era una parodia de los
libros de autoayuda, que se llamó Por qué las mujeres aman a los
pendejos, en el que hice un capítulo de algunas anécdotas
históricas que me sabía y que, según yo, debían de estar en el
“Salón de la fama de las pendejadas”. Eran inconcebibles, algo
que, de verdad, no podías creer que hubieran hecho, y que además lo
hubieran hecho así. Cuando empecé a hacer ese capítulo me di
cuenta que sólo el capítulo era un libro completo, que empezaba a
crecer y a crecer y no acababa. Se trata de anécdotas que eran de
todos lados; en ese sentido, México es un país autosuficiente en
pendejadas y no necesitamos importarlas de ningún lado, y de hecho
ningún país requiere hacerlo porque todos son autosuficientes en
esta materia. El mundo entero tiene pendejadas nacionales, y ningún
país necesita mandarlas a hacer a China, lo que ya es mucho decir.
Empecé a sacar este
libro porque quería que fuera mi modesta contribución a los
festejos del Bicentenario, y me di cuenta de que había puños de
pendejadas donde pusiera la mirada. Conté tres mil fichas de cosas
que yo pudiera considerar como tales; puedes decir: “¡Ay, güey,
es mucho!”, pero si piensas que en donde abras al azar un libro de
historia de México, pones el dedo y aparecen 10 pendejadas, pues ya
no está tan canijo.
La bronca fue
seleccionarlas, eso sí fue muy difícil, y ya elegidas, decidir
todavía el segundo recorte, porque ya había rebasado lo que se
podía meter en una primera edición. Este libro fue justamente hecho
con casi todos los artículos que quedaron pendientes en la primera,
más otros que tuve que empezar a investigar. Pero me volvió a pasar
lo mismo: me quedé con muchos que no pudieron entrar.
AR: El concepto
que atraviesa todo este libro es el de “pendejada”, en el que
agrupas a hechos tan diversos como la Güera Rodríguez como
la madre de la Patria, el blanqueamiento de Porfirio Díaz y su
catálogo pantone o las aventuras de los metrosexuales. ¿Cómo
defines tu categoría historiográfica?
AG: Pues como
una pendejada, hay que decirlo por su nombre; hay una manera
políticamente correcta de llamarla: “errores humanos”, como
cuando en los noticieros dicen: “Chocó un tren con otro”, y las
causan se atribuyen a un error humano. Pero cuando cometes eso, es
una pendejada.
Esos son datos
duros, porque yo no invento nada. Si el lector se toma la molestia de
revisar lo que pongo para que vea que no lo estoy choreando, se va a
dar cuenta de que, efectivamente, sí ocurrieron las pendejadas,
aunque todos prefiramos voltear para otro lado y fingir que nunca
pasó. Sí ocurrieron, como cuando expropiamos a Santa Claus para que
fuera Quetzalcóatl quien nos trajera los regalos de Navidad; y hay
muchas más, como la ciudad obrera, la locura que era el panal
socialista, que, si la hubieran llegado a realizar, la Ciudad de
México sería otra.
Hay en el libro una
intención de, a vuelo de pájaro, mostrar un panorama histórico de
estas anécdotas, desde la Independencia o lo más antiguo hasta
llegar a la vida actual, para tener una visión de todo. Pero podría
especializarse, como pendejadas deportivas o políticas, que las
podría hacer de este año y llenas un libro.
Me gustaría
subrayar que no quisiera que se pensara que lleno un libro de
pendejadas porque yo soy muy inteligente. La verdad es que yo soy
muy, muy pendejo, y suelo hacer muchas pendejadas todo el tiempo, lo
que me permite ser una autoridad moral para poder ver dónde hay
pendejadas. La gran paradoja es que esto ocasiona que no tenga la más
remota idea de lo que escribí.
Pero lo morboso del
libro, lo que a mí me gustaría que ocurriera y creo que sí se
cumple, es la expectativa que genera mientras lo lee la gente, y que
diga: “¡Ay, güey, esto no es cierto, no es verdad! ¡No puede
ser, no!”, que vaya de asombro en asombro de cosas que realmente
ocurrieron.
AR: Hay algunas
que, diría yo, son casi leyes que mencionas, algunas constantes
históricas; por ejemplo, al principio mencionas que el país ha
creído que todo se puede arreglar con cambios en la Constitución.
¿A qué se debe esto?
AG: A un
entusiasmo latinoamericano, a que nunca nos preocupamos de que una
ley que hacemos, así sea jodidísima, realmente funcione, que se
respete y que se cumpla. Es mucho más fácil que cambiar todo decir
que con una nueva Constitución todo se va a arreglar, desde la
impotencia, la eyaculación precoz, la caída del cabello, la miopía,
el cáncer y hasta que te pelen las viejas.
Es como un gran
entusiasmo, pero no sólo mexicano: lo ves en Latinoamérica, como en
el caso de la Constitución bolivariana que sacó Hugo Chávez, y en
algunos años más seguramente van a sacar otra Constitución que,
ahora sí y de verdad, nos va a sacar el buey de la barranca.
Ves a países que no
tienen, en mi opinión, unas leyes ni modernas, ni justas, ni muy
bien hechas, pero cuyo único secreto es que han logrado que sus
leyes más o menos funcionen, y con eso se las han arreglado. Los
gringos no han hecho ninguna reforma en la Constitución desde que
hicieron su independencia en el siglo XVIII, sino algunas enmiendas,
y ahí se la llevan. Ese es el chiste: que hagas una, aunque sea
mala, pero que se respete.
AR: Más adelante
dices, creo que en el capítulo dedicado a la banda del carro rojo,
que siempre es posible violar cualquier disposición oficial
cumpliéndola, todo es cuestión de encontrar el modo. ¿A qué se
debe que queremos resolverlo con leyes?
AG:
Pregúntale a cualquier abogado: cualquier cantidad de tranzas
absolutamente legales, incluso delitos totalmente legales, se pueden
hacer siempre y cuándo estés bien asesorado. En el libro hay varios
casos, y de hecho, uno de los capítulos es una compilación de este
tipo de vueltas constitucionales o legales para poder hacer cosas.
Pero si tú o yo las hacemos, nos meten al bote; si las haces bien
asesorado, ya haces una empresa.
AR: Me gustó la
parte donde criticas que algunos digan que el gatopardismo es
mexicano porque cambia todo para que todo siga igual. Pero tú
postulas una ley histórica contraria.
AG: Yo digo
que aquello es una pendejada; siempre que han querido hacer eso, lo
que han logrado es que todo cambie, y allí pongo los ejemplos. Creo
que es un gran error histórico; efectivamente, muchos lo han
intentado, pero el resultado ha sido fatal para los que lo han
logrado: Salinas quiso que todo siguiera igual, puso el IFE y ya
nunca jamás volvió a ser igual, tan así fue que perdió la
Presidencia el PRI; la cantante Alejandra Guzmán se inyectó un
aditivo en las nalgas para que siguieran igual de bien como siempre
las había tenido, y lo único que consiguió es que se le fuera todo
a la goma; hicimos la Independencia para que todo siguiera igual que
antes de la Constitución de Cádiz, y mira en lo que terminó.
La moraleja,
entonces, es que si ustedes son de un talante reaccionario y quieren
que todo se conserve, no muevan nada. Ésa es la única lección.
AR: Hay algunas
metáforas del país que son enseñanzas: por ejemplo, la del Zócalo,
que es un basamento que se quedó casi en proyecto.
AG: Sí, es
como la gran metáfora del país. El Zócalo es una obra inconclusa,
pero ahí que va a estar; ya tenemos la pura base, pero el día que
lo terminemos pues no te la vas a acabar. Fíjate esa gran
expectativa que era el Zócalo, la única obra de algo que jamás se
concluiría, que incluso jamás se proyectó, que es lo más canijo;
nada más era como “ahí va a estar, próxima inauguración”. Esa
obra terminó siendo el nombre del sitio, y de hecho nadie conoce ese
sitio con otro nombre que no sea el Zócalo.
AR: Y ahora hubo
una gran bronca porque no se terminó en dos años la Estela
de luz, para festejar el Bicentenario; paradójico, porque el
Zócalo no se ha terminado en siglos.
AG: ¿Qué te
preocupas? Esta obra se une a una gran cantidad de monumentos que no
se hicieron, proyectos inconclusos que nada más se anunciaron,
igualito que el Zócalo. No se logró llevar a cabo en los tiempos
establecidos, y quedó como que iba a ser del bicentenario pero casi
la inauguran en el tricentenario.
AR: Nuestra
historia está llena de muchas de estas obras incompletas. También
es muy metafórico que el himno que cantamos está cortado, tanto,
que sólo cantamos el 30 o 40 por ciento.
AG: Sólo se
canta el 40 por ciento de las estrofas originales.
AR: ¿No es una
característica del país el que todo lo deja a medias? Hace algunos
años algunos se quejaban del águila mocha.
AG: Desde que
me acuerdo, no ha habido una sola administración que no haga
recortes. ¿Por qué no van a recortar el himno? La verdad, la
selección de las estrofas oficiales del himno que cantamos es buena:
son, por mucho, las mejores. Creo, además, que la duración que
tiene el himno es correcta, porque más tiempo pasarías del fervor
patriótico a los besos, y de allí a la pachorra. Creo que fue
correcto hacer eso; incluso la nueva versión sintetizada, donde nada
más se cantan dos estrofas oficialmente en lugar de cuatro, y que es
la común que escuchas en las estaciones de radio cuando se acaba el
día, en la ceremonia civil en la escuela, también es mejor.
Si me apuras un
poco, vamos a llegar al día en que cantemos nada más el coro y fin;
será suficiente para que no haya bronca de que en algún partido se
les olvide. Pero, la verdad, nadie se lo sabe; todo el mundo se
ensaña con Coque Muñiz, pero es injustísimo. No me digas
que hay alguien que se pueda saber el himno nacional completo; si
tienes las estrofas oficiales, no puedes tener al mismo tiempo las
estrofas prohibidas o recortadas, y si a eso le sumas que de
cualquier manera la versión oficial que cantamos es editada, pues
menos. Nadie se lo sabe.
AR: Claro, y es
un proceso de edición desde los juaristas.
AG: Sí,
claro. La historia completa del himno nacional es una locura. Tuve la
gran suerte de contar con el apoyo del Instituto Mexicano de Derechos
de Autor, los abogados Larrea, Gabriel y Manuel, quienes tienen un
expediente enorme de cosas insólitas sobre derechos de autor, y
entre ellas estaba el himno nacional. Lo quizá más morboso,
tremendo y fuerte que puede tener el libro es la evidencia de que
está registrado en Estados Unidos a nombre de un gringo, un judío
norteamericano llamado Edward B. Marks. Este cuate no sólo tiene
registrado el himno mexicano sino todos los himnos, y pasa la charola
a todas las embajadas cada vez que es su día nacional para que le
paguen. Solamente no registró los himnos de Estados Unidos y de
Israel. ¿Las razones? Yo creo que fue porque su editora no tiene
cara para cobrar regalías por el himno gringo, y la otra es que como
es de Israel, porque a los paisanos no se les puede hacer eso.
AR: Hablas bien
del himno nacional. Te diría que una de las grandes ventajas de
nuestro himno es que es bailable.
AG: Sí, es
bailable. Hay muchas cosas que no puedes hacer con el himno nacional,
porque de verdad su ley es minuciosa hasta detalles tan quisquillosos
que abruman. Una de las cosas que desde luego jamás puedes hacer en
México con el himno es bailarlo; es anatema, e incluso es bote
inconmutable. No puedes bailarlo bajo ningún motivo; a todos los que
han intentado hacer versiones bailables del himno nacional en México
les ha ido de la fregada: a Pérez Prado, a un grupo de rock que
meten por ahí unos punketos, a mi supercuate Fernando Rivera
Calderón. Eso lo impide el Estado mexicano, pero de verdad a
rajatabla.
Pero resulta que el
himno, como lo hizo un catalán, Jaime Nunó, es una sardana, que es
el baile nacional de Cataluña. En el libro viene un muy bonito blog
del Consulado mexicano en Cataluña, donde los mexicanos ponen sus
comentarios de un 15 de septiembre, cuando se fueron a celebrar en un
pueblo: estaban azorados de ver cómo, en cuanto empezó a sonar el
himno, ellos se pararon firmes, con el brazo en el corazón y a hacer
los honores; pero se pararon los catalanes y se pusieron a bailar, ya
que es un ritmo bailable. Hay que aprender sardana; la bronca que no
sabemos bailarla.
AR: También hay
otra bonita historia que se cuenta: la de la banda del automóvil
gris, que defines como “agrupamiento formal policiaco destinado a
robar”. ¿Crees que hizo escuela? ¿Fundó una tradición?
AG: Yo creo
que fue la primera vez que, formalmente, una institución policiaca
fue creada para ir a robar casas; creo que antes lo hacían, pero de
manera soterrada, informal. A la banda del automóvil gris la hizo la
revolución, con todos los saqueos la volvió institucional. En una
locura esa historia, cuya película fue el primer gran éxito de
taquilla del cine nacional; fue como un reality show, ya que
fue hecha con los mismos protagonistas, y el mismo policía encargado
de la investigación actuó haciendo el papel de sí mismo, en una
saga real de muchos episodios. La verdad, ya que conoces esa
historia, es una locura: no hay guionista que pueda hacer lo que
realmente les pasó a estos delincuentes, y aún hoy que tenemos
grandes sagas de delincuentes que han hecho cosas descomunales, se
las sigue llevando la banda del automóvil gris. Es de risa loca la
tragedia que les pasó a estos cuates, que fueron ojetísimos y que
además fueron usados por el maldito sistema.
AR: Otra metáfora
del país que a mí me gusta la del blanqueamiento de Porfirio Díaz.
AG: Hubo una
época, incluso, en que fue una política de Estado blanquear a los
mexicanos. Juárez tenía la intención de que se promoviera la
emigración de pobladores del norte de Europa, que los eslavos
vinieran de Rusia y se asentaran en lugares como Oaxaca o Chiapas,
porque decía que el gran problema de todos esos pueblos indígenas
era que no se instalaban en la vida nacional moderna justamente
porque les faltaba ese componente europeo. Entonces la onda era
blanquearlos; su teoría era: “Vamos a poner unos rusos al lado de
unos tojolabales, los dejamos unos años y a fuerza se van a mezclar
y ya con eso vamos a sacar al país del subdesarrollo”. La bronca
es que nadie quiso venir a México; ahí les falló, pero la idea era
la de la raza cósmica de José Vasconcelos.
AR: Ya para
concluir: ¿crees que algunas de las que tú llamas “(p)utopías
mexicanas” podrá alumbrar el futuro de este país?
AG: Somos un
país de (p)utopistas. Todos los mexicanos tenemos nuestro gran
proyecto, aunque sea de la colonia. El problema no es que nos falten
sino que las hacemos, y todo queda bastante más gacho de como lo
habíamos encontrado. De cualquier manera, ya una vez que la
estableces te genera la intención de hacer otra (p)utopía para acabar
con la que hiciste. En todo caso, creo que es más humano que
mexicano.
*Entrevista publicada en mayo de 2012 en Replicante.