lunes, marzo 17, 2014

La soberanía de los monopolios. Entrevista con Purificación Carpinteyro



La soberanía de los monopolios
Entrevista con Purificación Carpinteyro*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Desde hace muchos años especialistas han diagnosticado un problema económico y político que ha sido un formidable obstáculo para alcanzar un cabal desarrollo del país: la existencia de monopolios en diversos sectores de la vida nacional. Pese a que en las principales Constituciones que han regido en el país han sido prohibidos, su permanencia hasta el día de hoy es incuestionable.
En la actualidad uno de los ámbitos más importantes en los que podemos observar ese tipo de concentración de recursos y de riqueza es en el de las telecomunicaciones, en el que en las últimas décadas se han consolidado un par de empresas: Teléfonos de México (Telmex) y Televisa. Ambas han desarrollado prácticas monopólicas que impiden el surgimiento y desarrollo de otras opciones en el mercado, lo que impide la competencia y daña, finalmente, al consumidor, además de que su influencia política parece avasalladora. Sin embargo, el desarrollo tecnológico las ha llevado a enfrentarse dentro de un marco jurídico, político e institucional que genera incertidumbre y desconfianza, lo que ha generado en el sector lo que algunos llaman “guerra”.
Uno de los personajes que ha podido vivir y conocer desde diversas posiciones esa disputa es Purificación Carpinteyro (Distrito Federal, 1961), quien en su reciente libro El fin de los medios. Historia personal de la guerra en las telecomunicaciones (México, Grijalbo, 2013) relata el desarrollo de los intensos conflictos que ha habido en ese sector y pugna por unas leyes reglamentarias que sean acordes con la reforma constitucional en la materia aprobada en junio de este año.
Sobre ese volumen conversamos con la autora, quien es maestra en Leyes por la Harvard Law School. Ha desempeñado cargos directivos en empresas como Grupo Iusacell, MCI Communications Latin America, Embratel y Grupo Telefónica-Movistar; en el sector público fue directora de Correos de México y subsecretaria de Comunicaciones y Transportes. Actualmente es diputada federal por el Partido de la Revolución Democrática.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar hoy un libro como el suyo? Como relata allí, desde hace algún tiempo tenía usted un contrato con Random House, e incluso señala que hubo amagos por ello, como el de que usted debería abandonar el país antes de la publicación.
Purificación Carpinteyro (PC): Creo que hoy la publicación y la venta de este libro es fundamental. Como digo en el libro, tuve dos intentos anteriores para promover la competencia en telecomunicaciones, en los que no me fue muy bien; la conclusión en una fue que me tuve que ir del país, y otra, que estuve perseguida por la justicia porque no me quise ir del país.
Pero en este tercer intento como legisladora tuve la oportunidad de empujar, apoyar e incidir en la reforma constitucional que fue aprobada el 11 de junio pasado y que transforma todo el sector. Ahora se tienen que discutir las leyes secundarias porque, conforme a la reforma constitucional, el Congreso tiene 180 días para expedirlas. Esto significa que si se expidió el 11 de junio, estamos hablando de que a no más tardar el 10 de diciembre se tienen que aprobar las leyes.
Por lo tanto, si de alguna manera la población siente que este es un tema demasiado árido, muy técnico, creo que este libro, a través precisamente de anécdotas personales, puede ir esclareciendo temas que muchas veces nos suenan tan radicales como eso de megahertz, kilohertz e interconexión, por ejemplo. Y es que detrás de todos estos términos hay una serie de intrigas políticas que al final nos hacen entender la trascendencia y el por qué de las cosas.
Creo que, como ciudadanos, hoy más que nunca tenemos que estar alertas, atentos a estas leyes secundarias porque si la reforma constitucional en telecomunicaciones se traduce en leyes secundarias que, a final de cuentas, lo que harían es descafeinar y diluir el poder, entonces sería un fracaso, pero no para mí sino para México, que perdería la oportunidad de transformar un sector que es fundamental, que es el cimiento de lo que puede ser un nuevo México que todos queremos.
Entonces, entender qué es lo que está siendo discutido es fundamental, y creo que este libro va señalando estos terminajos que a nadie le gustan y que, de alguna manera, se convierten en protagonistas de los pleitos, de todas las intrigas y la política que hay detrás de ellos.

AR: En el libro denuncia los amagos y las persecuciones de las que ha sido objeto en el marco de la guerra en las telecomunicaciones. ¿Cómo vincula su experiencia personal con las disputas en el sector?
PC: Lo de la persecución, al igual que mi exilio, son cuestiones que me permiten, precisamente a través de mi historia personal, detallar cuáles son las entretelas, el por qué de todas estas batallas en telecomunicaciones y en radiodifusión. Son realmente historias anecdóticas que son divertidas y hasta dolorosas, pero nos hacen ver lo tremendo de nuestra justicia y del autoritarismo de los políticos y de las empresas.

AR: El relato que hace también es muy interesante porque se ve su trayectoria en las telecomunicaciones desde tres perspectivas: desde el sector privado en Grupo Iusacell, después como funcionaria pública en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y, finalmente, como legisladora. ¿Qué matices ha tenido su lucha en cada uno de esos ámbitos?
PC: Cuando estaba en el sector privado sentí que yo podía tener injerencia y generar un cambio a través de las pocas acciones con que se cuenta desde la ciudadanía, presentando, por ejemplo, denuncias por prácticas monopólicas contra Telmex y Telcel; hacer, como presidenta de la sección 10 de la Cámara Nacional de la Industria Electrónica, de Telecomunicaciones e Informática, foros abiertos a la prensa para que todas estas cuestiones que generalmente se discuten “en lo oscurito” para que nadie sepa, se pudieran debatir abiertamente y todo el mundo estuviera atento a qué era lo que estaba sucediendo, lo que derivó en mi exilio.
En ese caso pues evidentemente yo me sentía con esa capacidad de incidir; yo creo que todos tenemos esta necesidad de decir que no solamente estamos aquí, en el mundo para nacer, crecer, reproducirnos y morir, sino también para hacer alguna contribución a la sociedad a la que pertenecemos.
Por esa necesidad pude pensar, cuando yo estaba en el sector privado, que estaba consiguiendo algo a través de la demanda de transparencia que derivó en mi exilio, la que vi concretizada cuando entré al sector público; es decir, cuando estuve como directora general de Correos vi que sí es posible. Todo el mundo que llega al gobierno dice: “Bueno, es que la verdad en el gobierno no se puede hacer esto, ni tampoco lo otro”...

AR: Por allí hay un señalamiento que le hizo Fernando Gómez Mont: “Así no se hace la política”...
PC: Exactamente. Y la verdad lo que yo puedo decir es: no es cierto, las cosas se pueden hacer desde el gobierno.
Esa fue la enorme frustración que derivó en una depresión que casi me ganaba porque me di cuenta de que era posible transformar al país, que lo único que se necesita es la voluntad. El darme cuenta de que desde el poder sí se puede tener poder para hacer las cosas, fue lo que me incitó, entonces, a buscar tenerlo ahora como legisladora.
Si no lo pude hacer desde el sector privado ni como funcionaria pública, lo tenía que tratar de hacer como legisladora, lo que derivó en una reforma constitucional que sienta las bases de un cambio, y que hoy se tienen que hacer nuevas leyes que pueden transformar.
Allí está la posibilidad de incidir en la transformación de nuestro país: en dotar a todos los mexicanos —no nada más a aquellos privilegiados que, como yo, hemos tenido la oportunidad de estudiar, desarrollarnos y trabajar fuera de México— de las nuevas tecnologías; de dejar que quienes más lo necesitan, aquellos que se encuentran marginados sea por su condición socioeconómica o por su ubicación geográfica, tengan acceso a estas herramientas que hacen que no sea necesario trasladarse, que no se tengan que hacer colas en los bancos, en las escuelas, que no se tenga que estar esperando a que haya una preparatoria o una universidad cercana, sino que podamos hacer todo eso desde un aparato, una computadora, un dispositivo. Esas son las herramientas del futuro.
Eso para mí es la concreción de aquello por lo que he luchado durante más de 20 años, y claro, mi lucha no termina porque ahora faltan las leyes secundarias, y allí está el diablo en los detalles.
Para que algo funcione en esa materia se necesitan, primero, los cimientos y las estructuras dentro de la Constitución que lo hagan obligatorio; segundo, las leyes secundarias que digan cómo eso se va a llevar a cabo, y, tercero, una autoridad que sea capaz de velar porque eso se cumpla. Ese es el trinomio que se necesita, sobre todo ante poderes tan grandes como los que yo describo en el libro. Es necesario que aquellas tres variables de la ecuación estén allí.
Ya tenemos una reforma constitucional y también al que va a ejecutar; pero está en los legisladores determinar esas leyes y hacer que la autoridad no se pueda vender a los poderes fácticos.

AR: Creo que en buena medida coinciden el desarrollo de las telecomunicaciones con el de la democratización del país. ¿Qué relación han tenido? Por un lado hay dos monopolios, Telmex y Televisa, que tuvieron que aceptar el pluripartidismo y un mayor protagonismo de la oposición, negociar con ésta y hasta armar su “telebancada”; pero también los actores políticos tuvieron que sujetarse a los intereses de las televisoras para obtener oportunidades de promoción.
PC: En el libro cuento que podríamos decir que hay dos sexenios en los que visiblemente se favoreció a Telmex o a Grupo Carso: primero el de Carlos Salinas de Gortari, cuando se dio la privatización —yo pongo algunos elementos que hacen cuestionar si la licitación para esa privatización fue justa—, y luego el de Ernesto Zedillo, quien simplemente se hace socio virtual de Carlos Slim; éste le ayudó a Zedillo a fortalecer a Televisa porque esta empresa era fundamental para que, efectivamente, pudiera darse la alternancia en el poder.
Como político Vicente Fox no hubiera llegado realmente a nada pues es un personaje chusco, como de telenovela, con sombrero, botas, dicharachero, etcétera. Sin embargo, por primera vez en la historia los medios le prestan atención a un candidato de oposición; casual y precisamente es el candidato del 2000, cuando Zedillo claramente ya tenía en mente que tenía que darse la alternancia.
Es en el capítulo “¿Y si la historia no fuera como la cuentan?” donde presento el pasaje de lo que pasó en 1988: cómo el PAN respaldó al PRI y a Salinas de Gortari, al que le dio su reconocimiento pero a cambio de que el PRI reconociera en las elecciones siguientes a Ernesto Ruffo como el primer gobernador del PAN. Después, en las elecciones de 1994, de repente apareció Diego Fernández de Cevallos, quien estaba despuntando y que parecía que podía ganar; sin embargo, se desapareció súbitamente después del debate que había ganado de manera contundente. Es allí donde uno se pone a pensar que lo que está claro es que hubo una negociación: Fernández de Cevallos no dejó ir la Presidencia de la República porque hubiera perdido, sino porque, probablemente, como le dijo Zedillo o quien haya sido el interlocutor, el país todavía no estaba preparado e iba a haber violencia; pero le prometió que en el 2000 el siguiente presidente no sería de la izquierda sino del PAN, que se quería poner la medalla de ser el primer partido de la oposición que había ganado primero una gubernatura y después la Presidencia de la República, con el honor de sacar al PRI del poder.
En todas esas negociaciones era fundamental tener a los medios masivos de comunicación, que son rectores de la conciencia. Entonces ¿qué hizo Zedillo? Se apoyó en Carlos Slim para apoyar a Televisa, que estaba en un momento financiero muy grave a consecuencia de la crisis de 1995, la que Zedillo mismo propició; creo que nunca esperó que la magnitud de la crisis fuera de ese tamaño. Recordarás que Bill Clinton fue el que le dio su apoyo, inclusive haciendo un bypass de las reglas del Congreso; pero en contrapartida Zedillo comprometió el país en muchos sentidos: va desde mi cuestionamiento a la legendaria isla Bermeja, que nos hubiera dado el control sobre todo el petróleo en el Golfo de México, hasta muchos otros acuerdos que hicieron que Estados Unidos se fortaleciera.
Además, la alternancia en el poder era parte de los pactos de Zedillo con Clinton, y fue lo que a final de cuentas se implementó a través del reforzamiento de Televisa en momentos de quiebra, para lo cual el entonces presidente utilizó a Carlos Slim; posteriormente usó a éste para reforzar a Emilio Azcárraga Jean como el sucesor de su padre en el control de Televisa, lo que logró a través del apoyo de Zedillo.
Entonces Televisa fue fundamental para la alternancia; pero una vez que ésta se dio, Fox pensó: “Yo quiero llevar mi presidencia más bien en base a índices de popularidad”, lo que no puede ser la aspiración de un Ejecutivo, sino más bien en base a qué puedo yo conseguir para hacer que nuestro país tenga efectivamente un porvenir, lo que era lo menos que le interesaba a Fox, pues se entregó y le dio a Televisa todo lo que quiso.
Hay algunos autores que han dicho que el sexenio de Calderón fue el de Televisa; no, ya había pasado, porque Fox le dio todo. Pongo la larga lista de cuestiones que eran esenciales y críticas para Televisa, por ejemplo las concesiones que vencían en 2002, 2003, 2004 y 2005; se las refrendaron hasta el 2021, pero no sólo eso sino que por cada canal que tenían les dieron otro canal digital adicional. Todo esto de a gratis.
Pero aparte de las concesiones, que era lo que tenía más preocupada a Televisa, Fox le dijo: “Oye, por cierto, tú ya vas a poder competir con Telmex, pero esta empresa no puede competir contigo”.
Esas son algunas muestras, porque podemos seguir hablando de todas las prebendas que están descritas en el libro que Fox les dio a las televisoras.
De esta manera, podríamos decir que hasta el año 2000 Televisa era el soldado del sistema, pero a partir de entonces el sistema fue el soldado de Televisa.

AR: En el libro está un documento que usted presentó a Felipe Calderón titulado “La revolución en las telecomunicaciones en 2010”. Allí uno de los puntos críticos que usted señala es la incertidumbre jurídica de las reglas aplicables en esta guerra de las telecomunicaciones. ¿Cómo ha paralizado esa situación al sector?, ¿cuáles son los principales aspectos que hay que cambiar?
PC: Podríamos decir que la Ley Federal de Telecomunicaciones y la Ley Federal de Radio y Televisión vigentes hasta la fecha -porque no se han promulgado las reformas en las leyes secundarias de la reciente reforma constitucional- sentaban buenas bases para poder, efectivamente, regular a los monopolistas, pero que simplemente no se han cumplido.
No se trata nada más de tener buenas leyes sino de que las autoridades estén dispuestas a hacerlas cumplir; pero las autoridades no han estado dispuestas porque le tienen miedo a Televisa y a Carlos Slim.
Vemos, por ejemplo, que han sido dos sexenios de apoyo a Telmex, y después dos sexenios (los dos del PAN) de apoyo total a Televisa. Ya Televisa es un suprapoder que los regula a ellos: ¿qué legislador se va a oponer o va a hacer algo en contra de esta empresa? Veamos inclusive los editoriales de los ejecutivos de Televisa: en uno que publicó Javier Tejado Dondé hace poco, dijo: “¿Quién va a querer dar entrevistas o transmitir entrevistas con las nuevas leyes?”. O sea, ya está diciendo “como aprueben esto, no los vamos a entrevistar” ¿Y cuál político no quiere salir en las pantallas?
Es decir, a final de cuentas Televisa tiene a los legisladores amedrentados y amenazados; y tiene, también, al Ejecutivo: “Oye, ¿cómo te vas a atrever? Imagínate lo que yo puedo publicar”.
Televisa se ha convertido en el Ejecutivo: allí está el caso de Felipe Calderón, para quien lo que decía Televisa simplemente era ley; no se podía poner en contra de Televisa. ¿Cómo se iban a atrever? Esto lo pongo claramente en mi libro: los gobernante simplemente agacharon la cabeza. Cada vez que yo decía “hay que hacer esto y esto”, decían: “No, pero hay elecciones”, “Oye, pero hay elecciones todos los años; entonces nunca se va a hacer”. Las reformas nunca se podían hacer porque en las elecciones no se podía tener en contra a la televisora; bajaban la cabeza y Televisa hacía lo que quería.
En el Poder Legislativo ocurría igual, y en el Judicial no cantan mal las rancheras, porque hemos visto cómo jueces, por ejemplo, le han dado amparos a Televisa, y llevan a juicios que no se completan.
Finalmente ¿quién es el verdadero poder en este país? Porque podemos decir que en la Constitución se dice que nosotros, el pueblo, somos soberanos, y que para nuestro autogobierno hemos determinado que hay un Poder Ejecutivo, que tiene que hacer que las leyes que expida el Legislativo se cumplan, y que en caso de que así no sea el Poder Judicial lo determine. Esa es la división de poderes en la que, teóricamente, tendría que estar operando nuestro país.
Pero cuando, a final de cuentas, estos tres poderes están subordinados al poder de una televisora, lo que tenemos es un golpe de Estado porque entonces el que verdaderamente gobierna México es esa empresa.

AR: Sobre lo anterior, hay que mencionar que uno de los ejes que atraviesa el libro es el de la soberanía. ¿Cómo recuperarla y ejercerla en el escenario que usted describe?
PC: La humanidad está atravesando por una de sus grandes transformaciones; la equiparo con el descubrimiento de cómo controlar el fuego en el mito de Prometeo, pero en este caso el fuego como conocimiento, como información. Hoy internet está transformando al mundo: es el producto milagro: ¿tenemos problemas de salud, de educación, de trámites en el gobierno? ¿También de comunicación con compradores y vendedores, y para desarrollar mi empresa porque no tengo un canal de distribución? Internet los resuelve. Pregunto: ¿que no resuelve internet?
Si efectivamente dotamos de esta herramienta mágica, de este fuego de Prometeo que es milagroso (si lo queremos ver así) a quienes más lo necesitan, estamos haciéndoles posible que dejen una vida que no tiene esperanza, para ahora tener una nueva oportunidad de llegar a pertenecer a una clase media nutrida y poderosa que efectivamente conforme una ciudadanía educada, que cuestione, que no sea manipulada, que nos haga verdaderamente soberanos.
Soberano se equipara a un rey, a un monarca, a un emperador; hoy viene de la capacidad de ser nosotros mismos soberanos de nuestro destino: yo decido qué es lo que quiero para mí y para mi país; esto cada uno de nosotros tiene que hacerlo. Esa soberanía sólo la podemos alcanzar en la medida en que efectivamente ganemos esa mayoría de edad con la información y el conocimiento. Eso lo vamos a obtener a través de internet y con los nuevos medios de comunicación. Dejemos las sillas que tenemos enfrente de las televisoras para ponernos a actuar; hagamos que cada uno de nosotros seamos mejores no por saber más sino por ignorar menos.

AR: En el libro usted hace un repaso histórico: desde la Constitución de Cádiz de 1812 hasta la actualidad ha habido ordenamientos antimonopolios que rigen en nuestro país. ¿Por qué han fracasado?
PC: El problema, que no es ajeno a otros países pero que ha sido mucho más grave en México, es el hecho de que existe una relación simbiótica entre el poder económico y el político: los políticos dependen del primero para acceder al poder, y en retribución le dan más prebendas, lo que, además, los hacer ser parte del poder económico.
En México tenemos, evidentemente, una oligarquía: 50 familias que acumulan más de mil millones de dólares en sus haberes, mientras que 54 millones de mexicanos se encuentran en la pobreza. Esta concentración de la riqueza se da precisamente a través de estas colusiones entre los factores políticos y los económicos, que se van reforzando unos a otros.
Si realmente queremos un país justo, con igualdad y con equidad, tenemos que crear una clase media poderosa, para lo cual debemos generar la posibilidad de que haya competencia, de que los pequeños empresarios puedan competir: que el nixtamalero que se dedica a producir harina de maíz pueda competir en Chihuahua contra Maseca sin que ésta lo derribe haciendo, por ejemplo, dumping.
Debemos permitir que esos nuevos empresarios puedan competir y no sufran prácticas monopólicas, y también debemos evitar que para poder impedir éstas se lleven juicios que duran de 10 o 15 años, pues ¿cuánto dura una empresa pequeña en esa situación? Ni seis meses. Tenemos que darles la oportunidad y debemos impedir que estos grandes concentradores de poder tengan esas armas; debemos generar los incentivos (en este caso penalidades y efectividad en la aplicación de la ley) de tal manera que el costo sea tan elevado que no se atrevan a intentarlo, porque hoy su costo es “ay, no te preocupes: nos llevamos el juicio a 10 años, y en ese periodo el rey, el burro o yo, cualquiera de los tres nos morimos”.
Entonces aquí lo importante es hacer esta legislación secundaria que haga efectivo, ahora sí, el artículo 28 constitucional, que expresamente dice: “En México quedan prohibidos los monopolios”, y que dice: “Las autoridades perseguirán con eficacia cualquier acumulación en unas cuantas manos”.

AR: Termino: usted expresa una buena opinión del Pacto por México, al que atribuye “elevadas miras”, y afirma que en ese acuerdo el problema de las telecomunicaciones ha sido enfocado con una visión de altura. Ello habría contribuido a empujar las reformas constitucionales en materia de telecomunicaciones.
En ese sentido, en su libro usted hace un imaginario comunicado de prensa que le propuso al entonces presidente Felipe Calderón, que constaba de ocho puntos, que iban desde las garantías de sana competencia en las telecomunicaciones hasta el otorgamiento de canales de televisión abierta a instituciones educativas y culturales.
Hoy, con el Pacto por México, con la reforma constitucional en la materia y en el contexto en que estamos, ¿qué tan lejos estamos de hacer realidad su planteamiento de “La revolución de las telecomunicaciones en 2010”?
PC: Todo lo que se planteó en ese plan de acción que entonces el Ejecutivo pudo haber llevado a cabo, está en la reforma constitucional: la creación de una cadena pública de televisión que sea realmente ciudadana; la formación de una red de internet que vaya a todos los lugares y cubra todas las localidades; que se abra a la competencia el sector de las telecomunicaciones, específicamente para crearle competencia a Teléfonos de México a través de esta red de redes; el que haya nuevas licitaciones de cadenas de televisión para que haya competencia; que Telecomm y Correos puedan actuar en conjunto para servir como, por ejemplo, puntos de presencia para que cualquiera en las oficinas pueda acceder a internet y no necesite tener que pagar, o tener un celular y pagar precios estratosféricos por acceder a internet, todo eso está planteado.
Si usted ve la reforma y la compara con ese comunicado de prensa en el que yo pongo lo que debería ser la revolución de las telecomunicaciones, verá que se parecen. Y no fue coincidencia.

*Entrevista publicada en Replicante, diciembre de 2013.

lunes, marzo 03, 2014

El narco, entre la fantasmagoría y la insurgencia. Entrevista con Ioan Grillo





El narco, entre la fantasmagoría y la insurgencia

Entrevista con Ioan Grillo*

Por Ariel Ruiz Mondragón

Las transformaciones y continuidades, las esperanzas y las duras réplicas de la realidad que ha vivido México en las décadas recientes han sido motivo de interés para la prensa mundial. Entre los temas más atractivos que ha ofrecido nuestro país se encuentran la transición democrática y el auge del narcotráfico, procesos que han marchado unidos.

Entre los periodistas que acudieron a México atraídos por su transformación política, y que después se vieron inmersos en el incremento de la violencia derivada de las acciones del crimen organizado y de la respuesta que le dio el gobierno federal durante el sexenio pasado, destaca el periodista británico Ioan Grillo, quien ha dedicado un extenso volumen titulado El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana (México, Tendencias Editores, 2012) a relatar el desarrollo histórico del tráfico ilegal de drogas en nuestro país, sobre lo cual Replicante sostuvo una conversación con él.

Grillo es periodista, escritor y productor de televisión. Vive en la Ciudad de México desde 2001, y ha sido corresponsal para medios como Time Magazine, CNN, Reuters, Associated Press, Sunday Telegraph, The Houston Chronicle, CBC y The San Francisco Chronicle, entre otros; en México ha colaborado en revistas como Gatopardo y Letras Libres. El narco... es su primer libro, el que fue escogido por Foreign Policy en Español como uno de los libros del año en 2012.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? ¿Por qué un periodista inglés decidió venir a México a hace un “estudio de campo” sobre “la sublevación criminal” (como usted le llama)? ¿Por qué dedicarse a, como lo dice en una parte del volumen, “este triste y sucio oficio de informar sobre la muerte?

Ioan Grillo (IG): Yo vine a México en 2000, un día antes de que Vicente Fox tomara el poder. Cuando llegué el narcotráfico no era el tema central (como lo ha sido en el gobierno de Felipe Calderón), sino el cambio a la democracia.

Antes yo ya había viajado algo: conozco el Medio Oriente, estuve en España, Alemania y otros países; siempre me ha gustado mucho viajar. Entonces me atrajo América Latina por su cultura; también tuve referencias de las guerras civiles en Centroamérica en los años ochenta, con películas como Salvador, de Oliver Stone, con James Woods, que retrata esos conflictos.

Traía un poco ese asunto, y estaba viendo a dónde podía ir en América Latina; entonces pensaba que Colombia era demasiado peligrosa, pero llegué a México y fue muy bonito: a punto de empezar la democracia, el cambio y, en algún momento, la esperanza. Había optimismo.

Luego empecé a trabajar en el periódico The News, con Novedades Editores, y después empecé a moverme con los medios internacionales. Los temas eran Fox, los zapatistas, los derechos humanos, la guerra sucia, cosas así.

Pero me llamó la atención también el narco, el tráfico de drogas, y lo cubrí desde el principio. Yo vengo de un país de consumo de droga; crecí en una ciudad en la que había mucha utilización de esas sustuncias: conocí a cuatro personas que murieron de sobredosis de heroína, y a otras personas que, pese a usar drogas, volvieron a sus vidas normales.

Por eso me llamó la atención: vengo de Europa, donde hay tanto consumo de drogas como la cocaína (que viene de América Latina), de heroína (que viene de otros países como Afganistán), de mariguana, y empecé a pensar más en el tráfico, en los narcotraficantes y en la cuestión global.

En aquel tiempo, como menciono en el libro, hablé mucho con Jesús Blancornelas; tuve el privilegio de que siempre contestó mis llamadas y me tuvo paciencia.

Empecé a trabajar con el Houston Chronicle, y no sabía en qué se iba a convertir esto. Bueno, comencé a trabajar sobre narcotraficantes cuando empezó en Nuevo Laredo la guerra entre los Zetas y los cárteles del Golfo y de Sinaloa (cuando todavía estaban juntos El Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva). En 2004 empecé a ir para allá, y de repente, de Houston, de San Antonio y de Dallas comenzaron con que querían las mejores notas al respecto, y empezamos a pelear entre el Houston Chronicle, el Dallas Morning News y el San Antonio Express. Eso fue muy importante en aquel tiempo, porque fue un laboratorio que se iba a ampliar en México: empezamos a ver grupos armados, no solamente a los pandilleros de los Arellano Félix de los años noventa en Tijuana, sino chicanos con tatuajes, y de San Diego llegaron los pandilleros americanos. Y empezó a haber grupos armados entrenados peleando; luego mandaron a las Maras Salvatruchas y todo eso (en el libro cuento que mi antecedente es en 2004, cuando hubo cinco muertos con tatuajes de la M13 con una nota: “Beltrán Leyva y Chapo Guzmán, mándenos más pendejos como estos para que los matemos”).

Empezamos a ver en 2005 cómo mataban al jefe de Policía después de trabajar seis o siete horas. Después pasó la cuestión electoral de 2006 y Calderón empezó esta guerra contra las drogas. Al principio no supimos que iba a llegar esto. No fue sino hasta 2008 cuando hice la observación de cómo Calderón iba a casarse con la guerra contra la droga al ver que no la podía ganar. Yo creo que estaba pensando en las lecciones de la Operación Cóndor de los años setenta, de las políticas de Richard Nixon y de Ronald Reagan, y en tener esa visión.

No comparto tanto la teoría de una gran conspiración, de que hasta Fox tenía planeados los dos sexenios, porque no creo que la gente piense en 10 años. Más bien, como que paso a paso movieron las cosas; no creo que Calderón pensara que en su sexenio iba a haber casi 60 mil muertos en la lucha contra el narco.

Llegó 2008 y me empecé a meter mucho en Sinaloa, con más experiencia comencé a encontrar contactos allí. En aquel tiempo me di cuenta de que algo histórico estaba pasando, que era trascendente: recuerdo que de repente, llegando a un pueblo cercano a Culiacán donde había refugiados, vi salir a un grupo armado de 50 personas que habían asesinado primero a ocho personas y luego a cinco.

Cuando empecé a hacer la propuesta del libro fue cuando vi a los grupos que habían convertido a sus líderes como en caudillos, en señores de la guerra, con muchas armas. Esto fue por 2009 y 2010, cuando hubo las masacres.

Así se mete uno en el tema, paso a paso, con los eventos, al seguir esta cobertura. Al pasar 11 años en México (no había tenido esa intención) pues ya hice una vida aquí realizando esta cobertura. Como para los medios internacionales es un tema muy complejo y difícil de cubrir por varias razones (para entender, para tener acceso y para encontrar las historias por el miedo, por el peligro), pues otros medios me hablaron y sigo con eso. Esa es mi historia.

 

AR: Desde el subtítulo y a lo largo del libro utilizas ciertos conceptos: “insurgencia”, “rebelión”, “guerra civil” y “sublevación”; incluso llegas a escribir que Osiel Cárdenas fue el “primer narco insurgente”. ¿En qué sentido lo señalas? Lo digo también porque estableces que los grupos de narcotraficante no buscan instalarse en el poder, o que incluso no cuentan con un proyecto ideológico. Incluso citas el libro Rebeldes primitivos, de Eric Hobsbawm.

IG: La pregunta central del libro es: ¿qué es el narco? Es como un fantasma que siempre está presente pero no lo ves, o lo ves en formas raras. Lo ves cuando detienen a narcos, a un grupo con armas, pero no te lo encuentras. El gran jugador en la política de México es el narco, pero ¿quién es?

Encontramos rápido que hay mucha confusión en el lenguaje para escribir esto. Es lo mismo que ocurre con políticos como Felipe Calderón, quien usa términos como “terroristas”, luego habla que es un problema con algunos municipios; los norteamericanos están igualmente confundidos. La izquierda simplemente no sabe cómo manejar el asunto y la derecha tampoco. En los mismos reportajes nos cuesta entender esa experiencia y cómo es posible que haya grupos armados atacando 15 bases de policía al mismo tiempo; eso no es una pandilla.

Dentro de eso veo diferentes formas de análisis y conceptos, e intento buscar el lenguaje adecuado; entonces encuentro el concepto de “insurgencia criminal”, que empezó en el mundo después de la Guerra Fría. El insurgente es el comunista, en otros casos el nacionalista, en algunos más el musulmán. Pues estamos viendo en varios países del mundo grupos armados que buscan beneficios económicos, comerciales y criminales al controlar petróleo y recursos mediante la extorsión y la protección.

En estos términos, son capaces de pelear usando la misma táctica guerrillera contra la autoridad. Si vemos en México, la capacidad de armamento y enfrentamiento que ha dado el narco contra el gobierno es impresionante. Hablamos de guerrillas en varios países, pero tener a esos miles de hombres armados para atacar, secuestrar policías, políticos, jueces... Si hablas con la Marina cuando están en Tamaulipas, en Nuevo León, dicen que “estamos peleando contra unos enemigos que usan tácticas guerrilleras contra nosotros”. Usan esos términos porque ¿cómo se entiende a un grupo de 50 hombres con Kalashnikov, con lanzagranadas, que pueden bloquear calles?

Entonces, yo creo que este concepto de “insurgencia” es para decir que es un nivel mucho más arriba de la mafia (tal como la entendemos, que es una cuestión más como de Al Capone, quien en una masacre mató a siete personas, y aquí en México ves que matan a 72 personas, para hacer un comparativo).

Entiendo que México es muy sensible el término de “insurgente”, que eran los fundadores de la patria. Entonces ¿cómo se puede poner a un narcotraficante con ese término? No es decir que tiene una propuesta sino es decir que estamos enfrentando otro problema a otro nivel. ¿Cómo explicamos 49 cadáveres decapitados? Estamos olvidando eso, como que ya pasó y no se sabe ni quiénes son.

Por otro lado, yo no uso el término “Estado fallido”, porque pese a la violencia el país sigue contando con 12 billonarios, entre ellos el hombre más rico del mundo, el comercio sigue funcionando, etcétera. Entonces más bien lo veo como capturas de partes del Estado que ponen un “poder sombra” en varios lugares y ámbitos.

No le importa a los grupos del narcotráfico tener escuelas sino controlar las fuerzas de seguridad pública y fuentes económicas. No les importa tanto el Congreso, sino más bien los alcaldes y los gobernadores, y la seguridad pública, porque ésta determina quién controla la fuerza para poder sacar el dinero.

 

AR: Tu libro está muy centrado en los efectos que tuvo el proceso de democratización, que parece haber desatado a los demonios del narcotráfico. Señalas que con la derrota del PRI en 2000 se perdió el sistema básico de poder, y afirmas que bajo el régimen autoritario se logró contener mejor a los grupos criminales. Hay una frase fuerte: “Con el PRI había una delicada danza de la corrupción; con la democracia hay una corrompida danza de la muerte”. ¿Ha sido estrictamente negativa la democratización en relación con el narcotráfico? ¿Hay alguna lección del autoritarismo sobre el control de esos grupos delictivos que hoy pueda ser recuperada?

IG: Es un factor central: cuando un régimen de 71 años que se termina, el sistema de control se rompe y se da el poder fragmentado. Así pasó también en la Unión Soviética. Cuando tienes un partido político que controlaba al gobierno federal y sus fuerzas de seguridad pública y ya no lo hace, y hay otros partidos que controlan municipios y sus policías, tristemente empiezan a pelear entre ellos; ya no es como en el anterior control que el PRI bajaba como el agua, donde la corrupción subía como gas, y funcionaba. Esto empieza a ser fragmentado; si veas las guerras en Juárez, en Culiacán, y las matanzas de policías, muchas veces son peleas para controlar a las policías, por fragmentos del Estado. Yo estuve en Nuevo Laredo cuando hubo un enfrentamiento entre municipales y federales; luego estos y el Ejército tomaron el poder de la policía municipal, y allí ha estado este conflicto entre fuerzas. También está el hecho de que muchos policías o soldados salieron del Estado y se unieron a los Zetas. Éste es el conflicto clave que estamos viendo.

Dentro de esto hay otro cambio, trágicamente, de una guerra. Señalo tres etapas: primera, la guerra contra la droga, como la declaró Nixon, que es una metáfora porque es un esfuerzo contra la droga; luego se convierte en una guerra por la droga, real, con grupos armados, y después ha pasado a ser una guerra sobre el poder financiada por la droga. Un grupo de narcos que compra sus armas, luego quiere tomar un territorio para implantar la extorsión, el secuestro, tomar el petróleo y todos los negocios que haya. Es lo que estamos viviendo ahora.

 

AR: Otro asunto que mencionas en varias partes son algunos acontecimientos y procesos internacionales que han influido en el narcotráfico mexicano. ¿Cómo ha sido esto?

IG: En el libro intento hacer un retrato del narco como un fenómeno; quise romper el esquema de un libro que se enfoca en un capo y verlo más bien como un fenómeno: cómo nace, dónde crece, cómo cambia con las circunstancias. Así describo cómo se vivió el narcotráfico en los años ochenta; después, cuando empieza a tener una influencia enorme, los factores de cómo vive y crece, y cómo se llega al sexenio de Calderón, que es como una tormenta perfecta: trágicamente, al mismo tiempo que México encontraba la democracia, es cuando recibe mucho más dinero el narcotráfico mexicano por el declive en Colombia (la gran ganancia de la cocaína se queda con los mexicanos: compran a los colombianos en dos mil dólares y la venden al mayoreo en 30 mil dólares en Estados Unidos; también se mete la metanfetamina).

 

AR: Hay una anécdota que cuentas: la charla con uno de los jefes del FBI, quien te dijo que había leído varios de tus artículos y añadió: “Cuando me manden más hombres, les diré que así es como no hay que entender el negocio de la droga”. ¿Cómo cambió tu manera de percibir el narcotráfico esa vivencia?

IG: Yo lo veo como todo el tiempo: cómo estás buscando en tu mente el sentido de este misterio; uno pone cosas qué pensar y qué ver, pero estoy buscando eso. También buscar romper con el libro sobre capos. Es como buscar, por ejemplo, un libro sobre la derecha americana, buscarla como fenómeno: cómo se forma, sus raíces, qué significa, otros fenómenos parecidos, sus grupos, etcétera.

Entonces hay que entrevistar a gente, y es diferente cómo se ve al narcotráfico, que es muy diferente a cómo lo tiene observado la DEA, con diagramas y todo eso. Pero es un producto moviéndose, es compra-venta. Pero se intenta agarrar el alma de este asunto, qué significa para la gente que toca, y eso se obtiene al hablar con narcotraficantes, con sicarios, con abogados. Hay periodistas mexicanos que han hecho también lo mismo, son buenos trabajos.

También es una cuestión moral: es difícil no querer glorificar o justificar los hechos de los sicarios; la cuestión es entender, si quieres buscar una realidad para que otros jóvenes no caigan en eso. Agarrar a un joven de 15 años, y que se convierte a los 20 años en alguien que ha matado a mucha gente, es una tragedia real.

 

AR: Hay un asunto que nos preocupa en México: hay un gran incremento de la violencia y de las atrocidades en la guerra entre bandas. Tú llegas a escribir: “La violencia ya no es una forma de control sino un lenguaje básico de comunicación, y una de las estrategias de las bandas es difundir sus crímenes para intimidar”. En este sentido ¿cómo has visto la cobertura de estos crímenes en los medios mexicanos?

IG: En primer lugar, creo que entre los triunfos de la democracia está el periodismo, aunque también está la cuestión de Televisa y los monopolios. Ello, a pesar del ataque sistemático contra periodistas que cubren el narcotráfico; todavía hay periodistas muy valientes que han hecho muy buen trabajo, que han generado una presión contra la autoridad en este conflicto.

Realmente, los primeros que empezaron a contar los muertos y también el problema grave que es el conflicto armado en este país fueron los medios, que empezaron a ir a todas las escenas. Yo no hubiera podido cubrir nada de esto sin los compañeros mexicanos; para ellos, un gran respeto y admiración por su generosidad por compartir su conocimiento y su amistad.

Lo que veo muy difícil para los medios mexicanos es saber cómo cubrir eso. Hablas con los directores y hay decisiones difíciles: cómo no caer en el juego, pero al mismo tiempo tienes que informar; hay mensajes que no puedes poner en primer plano aunque se sienta más segura la gente; cómo usar imágenes de muertos y también cómo proteges a tus propios trabajadores, a los periodistas, su libertad y su propia vida. Es algo muy difícil.

En lo general, creo que ha sido un buen trabajo de los medios cubrir un conflicto muy difícil, que realmente hayan hecho cobertura pese a los muchos periodistas que han fallecido. Entonces, es muy difícil, pero ha sido un buen trabajo.

Una razón por la cual quise escribir un libro es que en el espacio de una nota o un reportaje de televisión no puedes hacer el gran texto. Es tan complicado el asunto que ni el lenguaje es suficiente para hacer reportajes y nada más haces como fragmentos, y tienes que hablar de cosas muy ambiguas, hechos conocidos o especulaciones, muchas cosas muy complicadas por las cuales es muy difícil explicar esta historia tan trágica.

 

AR: Tú has andado en las calles cubriendo el asunto: en Ciudad Juárez, en Culiacán, en ciudades de Tamaulipas que son lugares peligrosos. ¿En algún momento te has sentido en riesgo?

IG: Sí, claro. A veces prefiero no publicar tanto porque de repente... Es un ambiente difícil, violento y pesado para todos, en el que nadie es invencible. Cubrir eso es algo muy difícil.

 

AR: Hacia el futuro hay algo muy interesante, que es la conexión con Estados Unidos. Dices que, casi milagrosamente, los conflictos de acá no han pasado del otro lado. ¿Avizoras que el conflicto mexicano se extienda al norte?

IG: Aprovechando eso: en Estados Unidos siempre hay notas hablando de esto, y en el libro trato sus fallas y su involucramiento en esto desde el principio y hasta ahora, y están metidos hasta el cuello. Eso lo digo finalmente, y estudio las versiones de cómo ellos apoyaron grupos que traficaban cocaína y también financiaban a los contras con armamento y tácticas de espionaje en Nicaragua en los años ochenta. Entonces ellos son completamente responsables, y también culpables, como el gobierno mexicano.

El conflicto no cruza la línea porque a final de cuentas allá está el mercado, y ellos no quieren llamar la atención; si allá matan a un policía, aplastan a la organización responsable. Ellos son mucho más cautelosos. Por ello se da esta situación trágica de que Juárez se convirtió en uno de los lugares más violentos del mundo, y El Paso es de los más seguros de Estados Unidos.

Hay muchas razones por las que los narcotraficantes mexicanos no quieren disparar la violencia de aquel lado, aunque tienen conexiones con las pandillas como Barrio Azteca, que existe en los dos lados de la frontera, o grupos como los Zetas, que tienen razones para no cruzar.

Lo que creo es incluso más preocupante a nivel mundial, es algo más sutil: en varios países existe las mismas circunstancias: movimiento de armas, de dinero, de drogas, gobiernos fragmentados y grupos armados que usan las mismas tácticas y causan los mismos problemas, incluso a niveles del Primer Mundo. Por eso también es importante aprender cómo combatir esto en otros lugares.

 

AR: En el capítulo que dedicas a las soluciones citas casos de gobiernos locales: los de Sicilia y Medellín. ¿El combate al narcotráfico pasa mucho por los gobiernos locales? ¿Las experiencias que mencionas son aplicables al caso mexicano?

IG: Sí. Hay tres ámbitos generales: buscar tener una policía que funcione, cómo controlar las calles y que no haya tanta impunidad. La cuestión es un proyecto grande, generacional para construir eso en México. En la cuestión de reforma en la política de las drogas (me preocupa esta parte) hay que ver por qué estamos alimentando a los cárteles con 30 mil millones de dólares cada año.

Entonces hay que ver a nivel mundial la reforma de la política sobre las drogas; Ernesto Zedillo, Vicente Fox, César Gaviria, Fernando Henrique Cardoso y muchos otros están de acuerdo con que hay que hacer algo sobre eso.

En el trabajo social yo sí creo mucho, y es el importante. Vas a un barrio en Ciudad Juárez tras todo este conflicto, y no hay nada: no hay ni siquiera calle pavimentada y sí una ausencia del Estado. En este ambiente, con jóvenes adolescentes la única institución que viene a ofrecer algo son los cárteles de la droga. Hay que transformar los barrios.

Estaba hablando con un compañero en Monterrey, y me suena inocente hablar de esto: si en la base de la colonia Independencia pones un centro de trabajo social, no vas a quitar a los Zetas de allí, pero sí creo que se pueden cambiar vidas. Pienso que se puede, como en Medellín, poner el Conservatorio en el barrio más feo porque puede transformar, y es una acción correcta y que falta mucho en América Latina, en gobiernos de izquierda o derecha. Tienen que buscar mecanismos para rescatar a los barrios de la gente más necesitada.

Entonces creo que en México sí puede haber proyectos como los que hay en Ecuador, Colombia y otros lugares para rescatar esos lugares y sobre todo a los jóvenes.

 

AR: Para concluir: también abordas formas culturales del narcotráfico que van desde el corrido hasta la religión. ¿Qué opinas de esa cultura?

IG: Muy interesante. Creo que, por un lado, sí muestra las raíces, la fuerza que tiene el fenómeno en las comunidades, y que influye tanto en su cultura y hasta en su religión con ese nivel de profundidad. Hay que ver también que a veces cómo las expresiones de cultura son ambiguas; incluso la Santa Muerte es algo que es seguido por mucha gente que no se dedica al narcotráfico, lo que habla mucho también sobre cuestiones más grandes en las que la Iglesia católica no está llenando suficientemente la vida de mucha gente.

De los corridos también hay que entender que es la tradición de contar qué está pasando en el norte de México, porque los hay desde la Independencia y la Revolución, y que cuentan acontecimientos que son malos. Ves a los Tigres del Norte, que tienen corridos como “Jefe de jefes” o “La granja”, expresiones muy interesantes. También hay cosas de la Santa Muerte que asustan.

Pero, en lo general, creo que tener como eje principal reprimir la cultura no lo veo tan útil. Claro que hay cosas como las canciones que son feas, que glorifican la muerte y a los grupos armados. Pero es algo complejo e interesante.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.