lunes, enero 21, 2013

Una sociedad sin genitales. Entrevista con Javier Valdez Cárdenas

 
Una sociedad sin genitales. 
Entrevista con Javier Valdez Cárdenas

por Ariel Ruiz Mondragón

Uno de los fenómenos sociales más preocupantes y graves que han traído el narcotráfico, el crimen organizado, la pobreza y las políticas gubernamentales es el de la creciente integración de niños y jóvenes a las bandas delictivas, ya sea como halcones o, incluso, como asesinos.
La carencia de perspectivas sociales, económicas, educativas y culturales, así como la efímera sensación de poder, riqueza e impunidad se han convertido en un abonado terreno donde florecen las tendencias delincuenciales entre infantes y adolescentes, las que son fomentadas y aprovechadas por los grupos criminales. Dos de los resultados más desalentadores de este hecho es el alarmante aumento de niños y jóvenes detenidos, sentenciados y asesinados en los últimos años.
En su libro Los morros del narco. Historias reales de niños y jóvenes en el narcotráfico mexicano (México, Aguilar, 2011), Javier Valdez Cárdenas reúne crónicas sobre el tema, además de que aborda otros como las responsabilidades de gobierno y sociedad en la generación de tal fenómeno, así como el del periodismo en tiempos y regiones del narcotráfico.
Sobre tal volumen conversamos con el autor, quien es columnista, fundador y coordinador de la zona norte del semanario sinaloense Ríodoce, recientemente galardonado con el premio de periodismo María Moors Cabot, que otorga la Universidad de Columbia.

Ariel Ruiz (AR): Tras tus libros Miss Narco y Malayerba, ¿por qué ahora éste?
Javier Valdez Cárdenas (JVC): Carlos Monsiváis fue una especie de padrino de Ríodoce, el semanario para el que yo trabajo; lo invitamos a visitarnos, pero él no conocía el periódico ya que ni siquiera teníamos página de internet. Pero amigos mutuos nos conectaron y lo invitamos a que diera conferencias en Culiacán en nuestro primer aniversario.
Después de eso empezó una gran relación, una amistad maravillosa. Yo lo visité para entregarle uno de mis libros, y él me dijo que estaba preocupado por el narco y la violencia contra periodistas. También me dijo: “Deberías escribir de los niños, los jóvenes y del narcotráfico”. Ya estaba él enfermo cuando lo visité en su casa. Salí de allí pensando más en sus padecimientos y en lo grande que era él como persona, como escritor, como intelectual, que en el tema. Pero con el tiempo me fue rondando la idea, y allí estuve rumiándola hasta que llegó el momento en que tenía que definir que material iba a entregar a la editorial.
Yo tenía mucho material sobre niños y jóvenes, pero historias manejadas como crónicas muy breves que he publicado en mi columna “Malayerba” en Ríodoce. Entonces decidí que el libro sería de niños y jóvenes en el narcotráfico.

AR: ¿Cuáles son las condiciones generales, si quieres hasta psicológicas, que hacen que niños y jóvenes se integren a las bandas? Lo digo también porque en tus historias hay casos en los que no se trata estrictamente de pobreza.
JVC: Hay que partir de algo muy importante: el narco es un fenómeno social, una forma de vida, no es un fenómeno policiaco. Nos involucra a todos, nos salpica, nos inunda, nos atañe, nos contamina. El narco impone, incluso, dinámicas de convivencia; es omnipresente, omnipotente, es muy atractivo y seductor. Nada compite contra el narco.
En muchas regiones el narco está en todos lados. No hay competencia para él: no hay Iglesia ni gobierno, no hay medios de comunicación ni organismos ciudadanos, no hay empresarios, no hay nada. Es como decían en las películas del Oeste: “Me rindo, estoy rodeado”.
Entonces, frente al hecho de que el narco que te atropella todos los días, es difícil hacerse a un lado. La convivencia con el narco en prácticamente todo el país es innegable; si estás o no involucrado es otra cosa.
Lo otro es la miseria, la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades que afecta a niños y a jóvenes. Todo este escenario de jóvenes rechazados de las escuelas profesionales, de los niños sin padres, con casa pero sin hogar, que no son amados ni queridos, que no tienen asideros, es un coctel explosivo que va orillando a niños y jóvenes a entrarle al narcotráfico.
Yo creo que los niños están siendo educados en un proceso violento, y ellos asumen los homicidios como muertes naturales, lo que hace que muchos de ellos no sólo le entren al crimen organizado, sino que lo vean con simpatía porque es seductor por el poder, el ejercicio del dinero, las mujeres, las armas y la impunidad; saben que un chavo que vende drogas, que mandó matar a alguien y que corrompe no es detenido por la policía sino que al contrario, ésta va y cobra por la protección.
Ésto me parece gravísimo, pero es el resultado de este proceso en que nos envolvió el crimen organizado y también las acciones del gobierno.

AR: Recoges una declaración del cantante Alfredito Olivas, quien dice que el narco nunca se va a acabar porque es la mayor fuente de empleo.
JVC: Sí. Imagínate una coyuntura en Culiacán —y que puedes aplicar prácticamente en cualquier ciudad del país— en la que hay un operativo muy fuerte contra el narco: te aseguro que cerca del 70 por ciento de las actividades económicas bajan, así como el flujo de dinero porque son economías ya manchadas por el narco. En esa misma medida disminuyen la clientela en restaurantes, bares, tables, de asistencia al cine, las ventas en el supermercado, e incluso más la venta de vehículos nuevos, y es porque son economías sostenidas por el narcotráfico.

AR: En el libro hay tres casos de carácter más bien cultural: los “cuernitos de chivo”, juguetes que se venden a los niños; el impulso al narcocorrido, y el caso del músico de reggae que busca alternativas culturales pero que también es asesinado. Ante esta cultura del narco, ¿hay alguna alternativa?
JVC: Fíjate que no; yo veo que al contrario, ante acontecimientos como el del Casino Royale de Monterrey y otros muchos en el país (en Tamaulipas, en Ciudad Juárez, en Sinaloa, Baja California, Coahuila, Michoacán) hay un repliegue, no hay una preocupación por mantener lo que se tiene en términos de convivencia, de ciudadanía, y hay menos manifestaciones de protesta contra el narco.
Los académicos no quieren investigar el tema del narcotráfico; las universidades, las organizaciones y algunas instituciones ciudadanas no organizan actos de reflexión, mesas redondas, talleres o conferencias sobre narcotráfico. No veo nada que esté compitiendo de este lado y que nos ayude a arrojar luz en este infierno.
Hay esfuerzos aislados de pintores y algunas instituciones educativas, pero muy poco.
Estamos en retroceso, reculamos, y en lugar de mantener espacios, de conservarlos, los cerramos o los debilitamos. Veo una especie de deshumanización, de aceleramiento de la descomposición social. Es una pena, pero no veo luces.

AR: Buena parte de los textos están centrados en el caso de Culiacán y de Sinaloa, y pones énfasis en que buena parte de la violencia en Sinaloa se debe al rompimiento, en 2008, de El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada con los hermanos Beltrán Leyva. ¿Antes de esto, cómo era Sinaloa?
JVC: El proceso de descomposición, de pérdida de espacios, de valores, iba muy lento. Todavía había espacios para la convivencia, aún podías pintar la raya respecto al narco.
Todavía mucho antes, en los años setenta y ochenta, los narcos de Culiacán estaban en Tierra Blanca, del otro lado del río Tamazula, y los pleitos eran entre ellos. Yo conocí un matón al que le ordenaron matar a un jefe policiaco, y el día que iba a hacerlo desactivó el operativo porque aquel iba con su mamá. Ahora piensas en eso y crees que no es posible, porque efectivamente la enseñanza de los hechos recientes nos indican lo contrario.
Aunque sí había presencia de niños y jóvenes en el narco, no era a estos niveles escandalosos, ya que estaba muy controlado todo.
Quiero decirte que si un narco, quien fuera, iba más allá de las órdenes (por ejemplo, si le ordenaban traer una camioneta, y la robaban; pero si aparte se robaban algo más o lastimaban a alguien) llegaban a matarlo. El narco tenía, como lo tiene ahora, el monopolio del crimen: “Si alguien mata, roba un vehículo, secuestra, extorsiona, soy yo; si alguien hace ruido, se mueve y calienta la plaza, soy yo, yo lo autoricé. Pero si alguien lo hace por su cuenta, lo voy a matar”.
Eso se da ahora, pero a niveles más escandalosos. Antes se tenía mucho más control; creo que todo se echó a perder, y la participación de niños y jóvenes tiene mucho que ver en esto, porque no son fáciles de controlar y se salen muy rápido del huacal, como decimos. Entonces, son sacrificables.
Pero todo esto era mucho más controlado antes de las pugnas. Pero todo eso se perdió.

AR: En el libro hay un dato realmente dramático: que hubo un cambio generacional entre los asesinados: en el sexenio de Vicente Fox, el 80 por ciento de las víctimas eran mayores de 30 años, y entre 2008 y 2010 ya el 40 por ciento de ellas fueron jóvenes de entre 18 y 29 años. ¿A qué obedece este cambio en tan sólo tres años?
JVC: Hay una historia en el libro, y que es que había un negocio informal de comida en el que se veían los mafiosos de Sinaloa: los matones, chavos y chavas, operadores se veían allí, comían, iban en camionetas, cotorreaban, llevaban música. Fue entonces cuando se dio la división y el pelito entre El Chapo y los Beltrán Leyva. Un chavo que allí trabajaba y que se había ido antes, un día regreso y empezó a preguntar: “Oye ¿qué pasó?, ¿por qué está tan solo aquí?”, “Pues es que por los operativos y la violencia”; “Pero ¿y los clientes?”, “¿Te acuerdas de fulano?”, “Sí”, “Pues lo levantaron y lo mataron”. Y así fue hasta sumar como 100 muertos, y todos ellos jóvenes. Durante aquel tiempo los de uno y otro bando llegaban y preguntaban: “¿Con quién estás: con Chapo o con los Beltrán?”, y era una ruleta rusa escoger a uno de los bandos porque quienes preguntaban podían ser del otro.
Así muchos jóvenes han muerto, y lo peor de todo es que ellos asumen que van a morir jóvenes, que no duran más de tres años en el crimen organizado, y que no van a pasar de matones, porque el narco no permite que estos jóvenes crezcan en el negocio, los controlan; hay un celo, hay envidia: “Tú no pasas de aquí, y si te asomas te matamos”.
Hay muchas historias de jóvenes que no rebasan la etapa de matón, pues como los matan rápido no pueden ir más allá; pero si sobreviven más tiempo, no pueden aspirar a más porque los sacrifican.

AR: También das datos de que ha habido un aumento en el número de menores de edad detenidos, sentenciados y asesinados. ¿Entonces cuáles son las perspectivas de niños y jóvenes cuando ingresan a una banda del narco?
JVC: Quieren saborear el poder; ésto es muy importante. Ellos se dan cuenta de que los narcos del barrio, con los que conviven, no son detenidos, que operan impunemente, traen la pistola fajada, controlan a cierto número de gente. Son “admirados” y “respetados”, pero en realidad son temidos. Ése es el ejercicio de poder del narco, y ellos le entran porque quieren ser así: que la gente les tenga miedo, que no se meta con ellos.
Eso es por un lado; por otro es el salir de la pobreza, pero fíjate que no salir de la pobreza en el sentido social, sino de tener dinero. Nunca lo tuvieron y nunca van a ser ricos, pero de repente tienen los bolsillos llenos de dólares para gastarlos. No invierten en otro negocio, metan el dinero en el banco o que se lo den a su mamá y a sus hermanos para la escuela. Esa situación no se ha traducido en que los jóvenes de familias en condiciones de pobreza salgan de ésta; muchos de ellos terminan en arenas movedizas llenas de dólares, de sangre, de muerte, de destrucción. No superan su condición de marginación, o si lo hacen es mínimo. Su vida sigue siendo endeble.
Gastan mucho y muy rápido. ¿Tú crees que van a gastar en una casa? No, van a gastar en viajes, en ropa, en cerveza, whisky, mujeres, vehículos, droga… en lujos. Es muy frívolo el destino que ellos le dan al dinero.

AR: Hay otra historia de Morelos, muy conocida: la de El Ponchis, una suerte de sicario niño. Pero él dice que delinquía bajo amenaza. ¿Hay muchos casos de éstos?
JVC: Eso se ha multiplicado escandalosamente también, porque los cárteles más agresivos (Los Zetas, lo que queda del Golfo, La Familia, los Beltrán Leyva) van a colonias, pueblos y comunidades y hacen redadas como si fueran la policía, y se llevan a los niños y a los jóvenes bajo amenazas de matarlos a ellos y a su familia si no aceptan involucrarse en el narcotráfico. Entonces ellos no viven este ambiente de violencia para relacionarse con ésta, sino que, aunque padecen la pobreza, no ven aún al narco como una opción, pero se ven obligados a entrar. Y le entran o lo matan.
Los jóvenes sicarios o halcones que son obligados a entrarle al narcotráfico amenazados de muerte y que son drogados, además son sacrificados por los líderes de la célula para la cual trabajan una vez que ya no les sirven, porque son muy conflictivos por las drogas, porque no crecen, porque ponen en peligro las operaciones o la vida de ellos, y los matan. Esto ha crecido mucho.
Nos hemos convertido en una sociedad que no sólo expulsó a los jóvenes del paraíso de la vida digna y lícita; no tienen oportunidades porque están en la pobreza, no pueden seguir estudiando y si trabajan ganan muy poco. Pero aparte de eso los condenamos, como lo hacemos con El Ponchis: lo sentenciamos, decimos “mátenlo, es culpable” (aunque no lo sea), y no nos preocupamos por saber qué fue lo que orilló a este niño a entrarle al narcotráfico.

AR: Otro asunto interesante es el papel de la familia en el problema del ingreso de infantes al narco. Lo digo porque en el libro hay varias historias de jóvenes integrados a las bandas a invitación de tíos y primos, por ejemplo. Y también se mencionan casos de mujeres que entran al negocio por ayudar al esposo. ¿Cómo es esto?
JVC: Sí, son compañeras de ellos hasta en el crimen. Es parte de esta descomposición: olvídate del concepto tradicional de familia nuclear, ya que al papá lo mataron o se fue a Estados Unidos a trabajar, no manda dinero, no volvió y no saben de él; la madre está al frente de sus hijos, puede ser alcohólica o drogadicta, puede tener dos trabajos y no ve a sus hijos, no los orienta, no está al pendiente de ellos, no los abraza.
Frente a esa casa que no es hogar, a ese niño que crece sin amor, desolado, sin agarraderas, una influencia, sea mala o buena, lo arrastra fácilmente. En este caso, es una influencia mala: el primo, el tío, el pariente lejano, el vecino que aprovecha la situación muy bien y lo coopta para el narco. A ese nivel llegó esta descomposición.
Entonces, ¿quién lo influye? Volvemos a lo mismo: ¿quién compite contra el narco? Nada ni nadie.

AR: En otras partes del libro se relata la colusión de policías de policías municipales y estatales con los delincuentes. ¿Consideras que haya sido inevitable la entrada del Ejército a la lucha contra el narcotráfico en tanto existe ese nivel de corrupción?
JVC: Sí, yo creo que había que hacer algo. Yo no he escuchado a nadie que diga “no hay que combatir al narco” (a menos que sean narcos). Yo creo que hay que combatirlo.
Efectivamente la policía falló, y falló el gobierno: la policía es corrupta porque el funcionario público lo es también, porque no hay imperio de la ley, no es un Estado de Derecho. Entonces, a un policía corrupto yo lo castigo, lo destituyó y lo encarcelo; pero no se hace porque también hay una mochada que me llega a mí como director, como comandante, como jefe.
Creo que también la pobreza ha orillado a los policías a delinquir y a corromperse por los bajos salarios. Pero cierto, es una policía incapaz y corrupta, y, bueno, sacamos al Ejército. Pero sigue sin haber inteligencia, no hay espionaje, no hay combate preciso, inteligente, integral al narcotráfico: son escopetazos.
El gobierno cree que con grandes convoyes “intimida” a los narcos, pero lo que sí hace es espantar a los ciudadanos; ha encerrado a la ciudadanía, porque también los malos están de ese lado, del lado de la policía y el Ejército, y así cree que va a combatir el narco. Creo que al contrario, lo ha complicado.
Bueno, sacamos al Ejército porque la policía no sirve”: pues el Ejército tampoco está sirviendo porque tampoco hay inteligencia. Bueno, puede haber información e inteligencia, pero no se aplica, quién sabe para qué las use el gobierno.
El costo que se tiene ahora por haber sacado al Ejército es que éste pasó de ser una de las instituciones más prestigiadas hace 10 años, a una de las instituciones más corruptas en este país. Y si antes decías “lo detuvo el Ejército, ahora ya no hay nada qué hacer”, ahora el narco sabe que puede rescatar con un acto de corrupción a ese detenido de manos de los soldados.
Querían combatir al narco sacando al Ejército, pero allí está el resultado: el Ejército también pisó la mierda.

AR: También podemos ver que hay muchas autoridades están en franca complicidad con el crimen organizado o, en el mejor de los casos, atemorizadas. Incluso relatas el caso de un juez que les dice a los familiares de un asesinado que piden justicia “ya allí dejénlo”. ¿Qué hacer ante esta situación?
JVC: Hay que aprovechar sus comicios para expresar la inconformidad, la ciudadanía tiene que hacerse escuchar de alguna manera. El narco va a estar presente en las elecciones, eso es un hecho: financia campañas de todos los partidos políticos, aunque no digo que en todas las candidaturas ni en todos los aspirantes.
Es una pena y es un retroceso porque significa la desolación, la falta de asideros en este país. Yo creo que merecemos otro país, otro gobierno. Tenemos muchas oportunidades que no hemos aprovechado, y hay que aprovechar esta. Yo quiero pensar que ésa es una buena manera de empezar a resolver las cosas, porque este gobierno, estos funcionarios, este aparato no van a servir: es el gobierno al servicio del narco.
Entonces, hay que cambiar de gobierno y construir Estado, porque no lo hay. Yo coincido con eso de Estado fallido porque, efectivamente, el narco es el que manda.

AR: El libro también es duro con la sociedad sinaloense, especialmente en la parte dedicada al silencio que guarda ante la violenta situación: una sociedad que no habla, que no denuncia, que no protesta, que no se manifiesta, que no es solidaria. ¿Por qué es así la sociedad sinaloense?
JVC: Hay que medir de forma diferente a la sociedad sinaloense porque ha convivido con el narcotráfico, con el crimen organizado, ¿cuánto te gusta, 50 años? Y que tiene presencia de las drogas desde principios del siglo XX.
Es una sociedad postrada, que guardó silencio, huérfana de liderazgos y también de genitales. No hay lucha social, hay una orfandad terrible.
Creo que el buen periodismo en estas regiones, como Sinaloa, es un ejercicio solitario: no tiene eco. Si yo hago un trabajo fuerte sobre el narco que involucra a políticos en el gobierno, no tiene eco en el Congreso del estado ni en los partidos políticos, ni en la ciudadanía ni en las organizaciones. El texto, el reportaje valiente, luminoso, se queda allí. ¿Y sabes qué significa eso? Vulnerabilidad. Los medios y los periodistas que queremos hacer buen periodismo padecemos esta soledad que nos convierte en vulnerables, con mucho mayores riesgos. Ésto permea también lo otro: madres, hermanas, padres que no quieren hablar de la muerte de sus parientes porque temen que les maten al otro hijo; gente que te reclama “tú, periodista, por qué no publicas” y te dicen que eres “culón”, que eres corrupto.
Pero resulta que tú firmas tus notas, y que la gente que te reclama lo hace desde el anonimato. Es una sociedad anónima, sin rostro, sin nombre ni apellido, que habla a escondidas, a oscuras.
Esto es un saldo triste del narcotráfico porque es otra muerte, la muerte ciudadana, civil. Entonces, son dos muertes, quizá más: primera, la muerte de la persona víctima del hecho violento, y la otra es cuando no queremos dar la cara, cuando la desconocemos y la arrojamos a la fosa común.
Esta es una sociedad, no sólo la de Culiacán o la de Sinaloa sino la de casi todo el país, sin genitales.

AR: La última parte de tu libro está dedicada a los periodistas. Recuerdo anécdotas del libro: un periodista dice que “en boca cerrada no entran balas”; Jorge Zepeda Patterson pide protección para una reportera al gobernador, a lo cual éste responde: “No protejo ni a mi esposa, y la última, tuya, que es cuando le dices a una persona del DF que eres periodista en Sinaloa, y te dice: “¿Y estás vivo?”. ¿Cómo sobrevive un periodista en Sinaloa?
JVC: Apretando los esfínteres y con pluma blindada. Hay que darle sobredosis de audacia a la temeridad, y dosis de prudencia al arrojo. Uno tiene que aprender a conocer la realidad y su coyuntura. ¿A qué me refiero?: ¿Quién manda en la ciudad? ¿Cómo es este tipo, para quién trabaja, quiénes son sus nexos? Es muy importante que tengas una especie de diagnóstico, y entonces tienes que aprender a administrar. Ya que sepas qué suelo pisas, administrar la información, bajarle a los riesgos, jugar con eso.
¿De qué hablo? De que tienes que saber qué no vas a publicar. Es una pena, es castrante, es la frustración galopante, pero es la realidad.
La otra es que yo no esté aquí contigo, sino que esté muerto, o que esté en Culiacán y no pueda salir porque estoy amenazado.
Yo prefiero publicar una parte de lo que está pasando; tengo que ubicar lo que no debo publicar, porque este tipo es violento, trabaja para tal narco, y porque éste puso al jefe de la policía, y el gobernador, el secretario de Seguridad Pública, el alcalde están con él.
Entonces, yo voy a publicar sólo el 10 o 20 por ciento de lo que sé, de lo que tengo confirmado, pero no voy a guardar silencio.
Tienes que aprender qué vas a publicar, pero sobre todo qué no vas a publicar. Así se hace periodismo, y sí, de repente te pones paranoico y terminas entrenando a la gente que está contigo y cerca de ti, para la guerra.
Pero creo que hay que hacer algo, porque yo no soy periodista del silencio, no soy un reportero de la mordaza; prefiero seguir escribiendo aunque sea sólo una parcelita de este infierno. Tienes que saber cómo, y creo que una manera de hacerlo es a través de la crónica. Pero ni los mejores textos, ni la mejor prosa, ni juntando los mejores trabajos periodísticos se alcanza a contar este infierno nacional.
Algo hay que hacer, y yo prefiero estar con los que hacen algo; que no me digan después (mis hijos, por ejemplo) que me quedé callado cuando estaba toda esta mierda, que no hice nada porque yo estoy haciendo lo que me toca hacer, aunque no como quisiera.
Pero esto refleja que el narco está en las redacciones, no porque nosotros estemos coludidos sino porque tienes que pensar en el narco a la hora de escribir, y no hace falta que te amenacen directamente: la realidad, la vida misma, es amenazante.

AR: Mencionas que los reporteros han tomado algunas medidas de protección, sin intervención de los directivos de las empresas. ¿Qué medidas han tomado y por qué éstos no han participado de esas decisiones?
JVC: Es que no hay preocupación de los directivos de las empresas, yo creo que están muy metidos en el negocio. Por ejemplo, era para que hubiera talleres, conferencias, incluso entrenamiento, protocolos, medidas físicas en las instalaciones de los periódicos. Nada de eso hay. Creo que hay desinterés, y ellos saben que muchas veces los ataques son contra los periodistas, el reportero que anda en la calle. Pero sí se han dado casos contra medios, no tanto contra los directivos (con excepción de Jesús Blancornelas) sino contra los periodistas. Cuando los narcos atacan instalaciones es porque quieren mandar señales, quieren asustarnos porque están en contra del director. Quieren llamar la atención, que se publique tal o cual cosa, o protestan porque no se publicó. Pero hay apatía, desinterés de los directivos de los medios.
Lo que se ha hecho ha sido, más bien, por parte de los reporteros de abajo, de a pie, por su cuenta, y es, por ejemplo, no usar logotipos, traer vehículos sin identificación de prensa, llegar en colectivos.
Ni siquiera para ésto han sido útiles las asociaciones, que más bien han servido para protestas efímeras y para colocar a periodistas en puestos de gobierno, nada más como agencias de colocación.
Pero es una pena: lo que se ha hecho es por los periodistas abajo, en el tejido más ínfimo, y ellos son los que sufren los embates de los policías, de los militares y de los narcos.

AR: Como señalas, en todos los ámbitos de la vida social hay relaciones con el narco. En este sentido hay una mención de que esta corrupción también ha entrado en la prensa. ¿Hay periodistas y medios coludidos con el narco?
JVC: Claro que sí. Son una especie de enlaces; hay periodistas que son enlaces de los capos que controlan las plazas, y que les informan si va a ir algún enviado de un medio nacional. En las redacciones, cuando se publica una historia sobre la complicidad entre un capo y un jefe policiaco la nota aparece sin firma; sin embargo, éstos se enteran de quién la hizo. ¿Cómo lo hacen? Porque la redacción está infiltrada.
Hay muchos casos. Hay que tener mucho cuidado; lo ideal sería tener redacciones integradas por gente de confianza. Yo tengo esa fortuna en Ríodoce y en La Jornada, pero hay periodistas que no pueden platicar con sus jefes o compañeros lo que les pasa en la calle o los trabajos de investigación que están haciendo porque no les tienen confianza.
Pero es que estamos rodeados, es un cerco que ha tendido el ejército de perdición que alcanzó las redacciones. Yo creo que también allí hay que moverse con mucho cuidado.

AR: Para proteger a los periodistas, ¿que propondrías? Ya se han hecho asociaciones, mítines, acuerdos, pero no parece haberse avanzado mucho en esa dirección.
JVC: Como gremio no tanto, aunque no hay que dejar de cuidarse. Más bien como sociedad tenemos que luchar por otro país: recuperar la calle, la convivencia, los espacios públicos, ejercer la ciudadanía, volver a tener genitales. Esto es a nivel social.
Pero creo que a nivel gubernamental merecemos un gobierno que dé un viraje radical a la política económica y social, porque esta política está empobreciendo a los mexicanos y está provocando más violencia. Una política que combata el desempleo, la pobreza, la desnutrición, que no haya niños que mueran por diarrea, por pobreza; que no haya jóvenes que queden fuera de las escuelas porque no hay cupo, que haya profesionistas con empleo, buenos salarios, dignos y decorosos. Creo que si hay una política educativa, cultural, un rescate de los jóvenes, será muy bueno. Si se rescató a bancos y carreteras, ¿por qué no se rescata a los jóvenes?
Si eso se hace, allí sí yo te hablaría de una guerra contra el narco.

*Entrevista publicada en M Semanal en 2011.

martes, enero 08, 2013

El zapatismo a flor de tierra. Entrevista con Juan Pedro Viqueira



El zapatismo a flor de tierra
Entrevista con Juan Pedro Viqueira*

Ariel Ruiz Mondragón

 El levantamiento armado protagonizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994 generó una reacción en cadena que fue desde el ámbito local —una serie de municipios de Chiapas— hasta el plano internacional, por supuesto pasando por lo nacional. Fue un fenómeno político que tuvo consecuencias que todavía no terminamos de evaluar.

Curiosamente, la mayoría de los trabajos sobre el zapatismo han sido dedicados a su influencia nacional y global, así como a sus planteamientos políticos. Sin embargo, todavía son pocos los libros que tratan la influencia que ha tenido directamente sobre las comunidades indígenas vecinas al epicentro de la rebelión.

Uno de esos pocos volúmenes es Los indígenas de Chiapas y la rebelión zapatista. Microhistorias políticas (México, El Colegio de México, 2010), coordinado por Marco Estrada Saavedra —autor de La comunidad armada rebelde y el EZLN— y Juan Pedro Viqueira —autor de Encrucijadas chiapanecas. Economía, religión e identidades—, quienes recopilaron siete textos de 10 autores en los que se da cuenta del impacto y uso que varias comunidades dieron al movimiento rebelde.

Acerca de ese libro conversamos con Viqueira, con quien tratamos, entre otros, los siguientes temas: las similitudes y la diversidad entre las comunidades estudiadas, las demandas agrarias, el papel de la Iglesia católica en la región, las formas de convivencia política, las organizaciones políticas, las elecciones y el EZLN, así como la desilusión y los beneficios que trajo el zapatismo.

Viqueira es doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paría, Francia, y que ha sido profesor en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, investigador en la sede sureste del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, y profesor-investigador de El Colegio de México. Ha colaborado en revistas como Nexos y Letras Libres.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué compilar y publicar textos sobre este tema? Sobre todo tomando como antecedentes su libro Encrucijadas chiapanecas y el de Marco Estrada Saavedra La comunidad armada rebelde y el EZLN.
Juan Pedro Viqueira (JPV): La idea surgió un poco por casualidad. Hace ya varios años el doctor Estrada y yo decidimos armar un pequeño seminario en El Colegio de México para juntar a nuestros estudiantes. A tal seminario le llamamos “Chiapas desde una perspectiva comparada”. Poco a poco, además, a nuestros alumnos se fueron acercando otros estudiantes que estaban interesados en el tema del zapatismo, y que habían radicado en alguna comunidad zapatista y después de esa primera experiencia habían decidido hacer sus tesis o una investigación ya más sistemática en esa misma comunidad.
Cuando vimos que había un grupo relativamente grande, pensamos que sería interesante juntar las cosas que estaban haciendo con las de otros colegas a los que también les interesaba el tema, y sacar un libro que fuera muy distinto a lo que se ha escrito normalmente sobre el zapatismo. Incluso en el título está el orden de las cosas. Nuestro foco de atención son realmente los indígenas de Chiapas, ciertas comunidades (las que se estudiaron) y lo que queríamos saber es cómo les impactó a ellos la rebelión zapatista no se trata de ésta en tanto su presencia nacional e internacional, sino cómo fue vivida localmente por distintas comunidades indígenas.
Quiero insistir en otro punto, que es la apuesta académica de nuestro libro. Quisimos hacer un libro distinto, al tomar a los indígenas como los actores principales de esta historia y centro de nuestra atención, pero también quisimos hacer un libro distinto, en el que las historias son puramente narrativas. La regla de juego que nos pusimos los colaboradores del libro fue: nada de rollos teóricos ni políticos, ya que lo que el lector quiere es que le cuenten la historia de lo que pasó en tal comunidad. Entonces hay una apuesta narrativa muy fuerte, que espero acerque el libro y lo difunda más allá de los canales académicos.


AR: Las microhistorias del libro son muy distintas entre sí: van desde comunidades que utilizaron de forma muy pragmática el zapatismo hasta otras muy comprometidas con el EZLN. ¿Qué elementos comunes las unen? Por ejemplo, los problemas agrarios.
JPV: Lo que nos interesó mostrar es más bien lo opuesto, es decir, la diversidad. Lo que quisimos ver es que en cada comunidad indígena se vivió de una manera distinta la rebelión zapatista. Allí tenemos casos muy diversos, y si hubiéramos recopilado más historias de otras comunidades, la diversidad hubiera sido mayor. No pretendemos que sean representativas porque no pensamos que pueda haber una representatividad de algo tan diverso.
Ahora, sí hay ciertos elementos y problemas comunes, a los que todas las comunidades se enfrentaron de una manera u otra. Está, sobre todo, la cuestión agraria. Tal vez en el caso de San Andrés Larráinzar es un poco distinto, porque el problema agrario se enfrentó 20 años antes del levantamiento zapatista, pero en las demás comunidades sí está muy presente la lucha por la tierra.
Creo que eso es parte de un contexto general que a veces no se ha entendido bien, que es el hecho de que la población rural de Chiapas creció mucho en las últimas décadas, no porque la tasa de natalidad haya sido más alta que en otros lugares de México, sino porque las ciudades absorbieron un poco ese crecimiento demográfico. Entonces, el número de campesinos se incrementó de una manera brutal y pues inevitablemente las presiones sobre la tierra crecieron de igual modo.


AR: También encuentro que hay un fuerte impacto de la modernidad. ¿No le parece que parte de los conflictos también podrían leerse como un conflicto derivado de esa modernización social, incluyendo la democratización del país?
JPV: Digamos que no son comunidades aisladas, y creo que eso queda muy claro en los relatos que integran este libro; es decir, están plenamente integradas a México, son parte de su historia. Lo que sucede en otras regiones del país, las decisiones que toma el Estado mexicano y los distintos gobiernos les han afectado de una manera muy importante.
Esto no es nuevo, así ha sido siempre a lo largo de toda su historia. Pero creo que sí, que el relato muestra muy bien los cambios (a veces muy fuertes) que se han producido en las comunidades en las últimas décadas. Siempre cuesta trabajo adaptarse a los cambios, siempre suscitan tensiones, pero es el estado normal de la vida en sociedad. En algunos casos esas tensiones derivan en violencia y en otros no.


AR: En algunas comunidades indígenas se rechazó la propuesta de propiedad comunal de la tierra, y además parece que en algunas de ellas el reclamo por la Ley de Cultura y Derechos Indígenas no es muy relevante. ¿Qué ocurre en realidad con estas demandas?
JPV: La demanda que es muy clara es la de la tierra. En el caso de San Andrés Larráinzar, y en menor extremo en otros sitios, los zapatistas o algunos de sus dirigentes (esto no está muy claro) se les ocurrió que deberían ser trabajadas de manera comunal, y eso dio muy malos resultados. En Larráinzar esta decisión la tomó el colectivo completo: poner en común todas las tierras y los animales de corral, y pues no funcionó; la gente quedó muy desilusionada y mucha se retiró del zapatismo para salirse del colectivo completo y recuperó sus tierras. De hecho, los mandos zapatistas terminaron entendiendo que no era una buena idea y, de alguna manera, fueron suavizando cada vez más esa medida.
Es que a veces cuando hablamos de tierras comunales no entendemos bien de lo que estamos hablando; en realidad lo que fue comunal y sigue siéndolo en muchos sitios, es no el trabajo sobre la tierra —que éste siempre se hace por familia—, sino a veces en los momentos de mayor intensidad del trabajo agrícola se le pide ayuda a parientes, a los compadres, pero todos hacen trabajo fundamentalmente familiar. Pero lo que había era una cierta gestión de la tierra que era comunal; es decir, la recibió una familia, pero si se quedaba sin herederos, pues esa tierra regresaba al fondo común y se le daba a otra familia.
También había ciertas áreas que eran de aprovechamiento colectivo, como el bosque. Ésto ha ido perdiendo relevancia en la medida que todas las tierras se han venido ocupando, y pues ya en alguna manera todas están distribuidas. Lo que es interesante es que de todas maneras este manejo colectivo de las tierras que existió en la Colonia, que se restableció con el ejido y los bienes comunales después de la Revolución, sí ha arraigado mucho en Chiapas.
Una cosa muy notable es que con la invasión de tierras que hubo en 1994-1995, el gobierno, para resolver ese problema, compró muchas de las tierras invadidas y, a través de fideicomisos, se las dio a los campesinos invasores.
Lo que es interesante es que, como ya no había reforma agraria, se las daba, en realidad, en pequeña propiedad. Pero estos campesinos se agarraron de un artículo que yo creo que nadie pensó que iba a tener el vigor en la Ley Agraria, que permite que un conjunto de propietarios pueda establecer un ejido. Entonces, en casi todos los casos ellos han pedido que esas tierras, que recibieron a través de un fideicomiso, se conviertan en nuevos ejidos.
Entonces, no les gusta el trabajo de la tierra en común, pero sí les gusta que haya una organización comunal que, de alguna manera, toma decisiones sobre cómo se van a poner de acuerdo estas familias, cómo van a pedir crédito, etcétera.
En San Andrés Larráinzar hubo un momento crítico cuando ya el municipio se había dividido entre zapatistas y priistas, y hay un doble sistema de autoridades; cuando parecía que esa escisión iba a llegar a los Bienes Comunales, allí se le pone un alto, y se decidió que éstos se tenían que manejar conjuntamente entre los zapatistas y los priistas, un acuerdo que fue fundamental para que no hubiera violencia en ese municipio.


AR: Entonces, ¿cuál era la fórmula agraria zapatista y por qué fracasó?
JPV: En Larráinzar lo que propusieron fue realmente una colectivización de la tierra: poner en común todas las tierras y trabajarlas en común, con un responsable que recogía toda la cosecha y que luego la iba distribuyendo entre los que habían trabajado, pero también entre los insurgentes del EZLN que se dedicaban de tiempo completo a prepararse. Y surgió el problema que surge siempre: algunos se quejaron de que les tocaba lo mismo que a otras personas que trabajaron mucho menos, y allí aparecieron muchas fricciones. También luego nadie se responsabilizó de la reproducción de los animales de corral, y se los acabaron comiendo todos, y llegó un momento en que ya no había gallinas o cerdos.


AR: En el libro también se aprecia que las relaciones entre los zapatistas y los no zapatistas han sido muy variadas: desde quienes se arreglaron en bienes comunales, como en San Andrés Larráinzar, hasta los que tuvieron enfrentamientos muy serios con ellos, como el grupo Paz y Justicia. A partir de lo que está en el libro, ¿cuáles son las principales formas de convivencia que se han establecido entre zapatistas y priistas en esa región?
JPV: Hay una gran diversidad, y eso que no tocamos los casos más extremos y más terribles, como el de Chenalhó. Pero ellas van desde el caso de San Andrés Larráinzar, donde la convivencia fue muy civilizada, hasta casos como, sobre todo, de Santa Catarina Huitiupán, en donde el zapatismo terminó en ajustes de cuentas internos con un resultado de varios muertos.
No hay una respuesta única, y las condiciones generales fueron similares para las distintas comunidades y acabó siendo muy importante la manera en que los distintos grupos enfrentados de las comunidades acabaron gestionando sus diferencias. Hay que pensar que estaban en un contexto muy difícil y que hubo incitaciones de fuera para que se enfrentaran violentamente; en algunos casos sucumbieron a estas incitaciones y en otros supieron cómo frenarlas y mantener la sensatez.


AR: Un elemento muy presente en las comunidades abordadas en el libro es la Iglesia. ¿Qué papel ha desempeñado ésta en las comunidades? Hay casos en que zapatistas y priistas sí se unían para hacer la fiesta patronal, por ejemplo.
JPV: Lo que hay que entender es la gran originalidad y la presencia de la Iglesia en las zonas indígenas de Chiapas. A diferencia de lo que sucedió en muchos lugares del país, la Iglesia en las zonas indígenas de Chiapas prácticamente desapareció durante un siglo. Desde el momento de la Reforma hasta la llegada de don Samuel Ruiz, la institución Iglesia casi no estuvo presente en los municipios indígenas. Cuando llegó este joven obispo que se volvió tan famoso, Samuel Ruiz García, pues se dio cuenta de que tenía, de alguna manera, que volver a evangelizar esa zona; se topó con la competencia de las Iglesias evangélicas, de las cuales acabó copiando algunos de sus métodos porque vio que eran eficaces.
Pero esta situación va a hacer que la Iglesia católica tenga un desarrollo muy curioso en la segunda mitad del siglo XX en Chiapas. De alguna manera, los católicos liberacionistas ——como se denominan ellos a menudo, pues obedecían al obispo Ruiz García y seguían la línea de la Teología de la Liberación— son de alguna manera neófitos, son conversos.
Chiapas es el estado de la República que tiene menos católicos, por mucho. Pero, al mismo tiempo, hay grupos de católicos extremadamente bien organizados, justamente porque son de alguna manera conversos, y le ponen mucho entusiasmo y mucha disciplina a su religión.
A través de eso, la Iglesia católica tiene una influencia muy fuerte sobre esos grupos, pero también hay otros grupos que escapan totalmente a su influencia, una situación muy distinta a la de México, donde la inmensa mayoría se reconoce como católico, pero también muchísima gente no la hace gran caso a lo que dice la Iglesia católica.
Entonces, sí tiene mucha importancia; muchos conflictos pasan a través de la propia Iglesia católica, y en el caso de Larráinzar hay una verdadera escisión entre los católicos que siguen más la línea de don Samuel, con los que se aferran a la línea de su sacerdote, que era, por ejemplo, el padre Diego Andrés...


AR: El padre norteamericano de Larráinzar...

JPV: Exactamente. A él los liberacionistas terminaron por sacarlo, pero él logró mantener una gran influencia sobre sus seguidores en Larráinzar desde el municipio vecino de Bochil, en donde lo han puesto como cura párroco. Hay gente que se va a Bochil a la iglesia para seguir adscritos a su sacerdote.
Creo que también, aunque en términos generales, la diócesis de San Cristóbal en tiempos de Samuel Ruiz se desplazó mucho a la izquierda, aunque hay también una gran diversidad entre los curas que había en cada una de las parroquias. Si algunos simpatizaron muy abiertamente con el EZLN, otros intentaron mantener una mayor distancia e incluso hubo otros que antes de 1994 denunciaron la presencia de la guerrilla zapatista en Chiapas.


AR: Uno de los que se opuso a la guerra fue Michel Chanteau, que fue expulsado por las autoridades.
JPV: Sí. Chanteau era el padre de Chenalhó, y por algunas declaraciones que hizo después de Acteal, lo expulsaron del país. Ya si uno oye a posteriori sus dichos, el padre Chanteau, no dijo nada que no haya dicho después la Procuraduría sobre lo que sucedió en ese municipio. Él lo sabía desde mucho antes, llevaba mucho allí, y conocía perfectamente lo que sostenía. Para él la masacre de Acteal fue un drama personal (él mismo lo mencionó en una ocasión), y dijo: “Es que tanto a los asesinos como a los victimados los saqué yo de la pileta del bautismo”. Entonces, para él ver cómo se mataban personas de su grey, que había conocido desde la más tierna infancia, pues sí fue un golpe muy duro del cual nunca se ha repuesto.


AR: Él no era zapatista…
JPV: No; el debía tener ciertas simpatías por el movimiento zapatista, pero era —pienso yo— de los sacerdotes más moderados de la diócesis.


AR: En el libro se pueden ver las trayectorias políticas de varias comunidades. Antes de que llegara el zapatismo, ¿cuáles eran las opciones políticas que tenían los indígenas? ¿La propia Iglesia, los partidos políticos, organizaciones como la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC)?
JPV: Las posibilidades de organización política en términos modernos se abrieron en Chiapas en los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando empezaron a llegar organizaciones campesinas independientes, partidos de oposición, grupos guerrilleros y estaba la CIOAC, que ha desarrollado un papel importantísimo en ciertas regiones de Chiapas, muy ligada en un principio a los partidos de izquierda, al Partido Comunista Mexicano, luego al Partido Socialista Unificado de México y ahora al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Luego llegaron distintos grupos maoístas, que en un momento se unificaron, pero que en el fondo tenían apuestas muy distintas.
La Iglesia católica, más bien, alentó para que los indígenas se organizaran en la CIOAC o con los maoístas, porque ella no se sentía capaz de organizarlos políticamente. Luego hubo otras organizaciones que estuvieron creciendo en Chiapas a raíz de estos primeros movimientos, como fue en la Selva Lancandona el caso de la Asociación Rural de Interés Colectivo (ARIC) Unión de Uniones.
Entonces, lo interesante es que muchas de estas comunidades, sobre todo las de la selva y, en buena medida, las de la zona norte, tienen una larga trayectoria política, que han intentado muchas cosas distintas antes de que algunos de sus miembros pasarán al EZLN, y que por lo tanto saben manejarse y manejar muy bien estas organizaciones.
Creo que una cosa central en nuestro libro, una apuesta que quisimos dejar muy evidente, es que los indígenas no fueron manipulados, ni por el EZLN, ni por el gobierno —me refiero a los que se mantuvieron fieles al Partido Revolucionario Institucional (PRI)—, ni por la Iglesia, sino que son actores plenos que supieron y que hicieron sus apuestas, afortunadas o desafortunadas, pero asumieron las consecuencias de ellas, y que intentaron sacar provecho de una situación muy complicada en la que se vieron envueltos.


AR: ¿Qué ha pasado en esa zona con los partidos políticos? Hay quienes los ven como manzanas de la discordia que llegaron a acabar con el consenso comunitario.
JPV: Lo que es importante entender es que quienes hablan del consenso comunitario son quienes jamás han estudiado historia. Conflictos al interior de las comunidades, pues uno los rastrea desde que existen documentos para hacerlo; desde los siglos XVI y XVII ya se ven lo que los españoles llamaban “las banderías” en los pueblos de indios, que peleaban por el poder en el Cabildo, y también —esto es muy importante— tomando parte en los conflictos de los propios españoles, o usándolos como apoyo para resolver los problemas de sus propios pueblos, y eso ha seguido siendo así. La novedad es que en la Colonia no había partidos políticos, había autoridades enfrentadas las unas a las otras, y los indígenas tomaban partido por una o por otra. Ahora hay partidos políticos, y los usan exactamente igual que antes usaban las divisiones políticas anteriores.
Desde los años sesenta, descubren que una manera de intentar que un grupo no tome el poder en la presidencia municipal, es presentar un candidato por otro partido político. Y en Chamula y Zinacantán fueron de los primerísimos ejemplos donde hicieron eso. A medida que los partidos se han consolidado pues los indígenas han recurrido más y más a ellos como una manera de luchar por el poder municipal. Lo que se ve en el libro es que hay, a menudo, un uso muy pragmático de los partidos políticos. No es que se adscriban a un partido político porque estén convencidos de la ideología de esa organización, sino porque piensan que en ese momento ese es el aliado que les conviene para resolver algunos de los problemas que les aquejan. El caso de Larráinzar es muy interesante para ver cómo gente que rompió y salió del zapatismo, decidió fundar un comité del Partido Acción Nacional (PAN) justo después de la victoria de Vicente Fox en el 2000, y que van a utilizar esa presencia para conseguir recursos del gobierno y distribuirlos entre su grupo, pero también entre los que permanecieron fieles al zapatismo, porque las ayudas que se canalizan a través del municipio —que controlaban los priistas— no les llegaban a estas personas. Entonces, curiosamente los regidores plurinominales del PAN se transformaron en el canal a través del cual las ayudas del gobierno llegan a quienes se mantenías aún fieles al EZLN. Obviamente, no hay nada ideológico detrás de esto.


AR: ¿Cómo ha afectado el proceso de democratización nacional a estas comunidades?
JPV: El cambio fue muy importante. En 1988 las cifras oficiales fueron que el PRI había arrasado en el estado. Ahora bien, cuando uno va y pregunta a los municipios indígenas, en 1988 la gente no salía a votar; en el mejor de los casos, cada comunidad mandaba a un representante y los votos se llenaban en la presidencia municipal, obviamente marcándolos casi todos por el PRI. No había elecciones, e incluso hablar de fraude sería hasta hacerles un favor.
La primera vez que hay algo que sí se puede denominar elecciones en las zonas indígenas de Chiapas es en 1991. Como resultado de las protestas por las elecciones de 1988 y de una primera reforma electoral que hubo, que permitió a los partidos políticos tener presencia en las casillas, lo que facilitó que la gente saliera a votar. Todavía en ese entonces (yo ya vivía en Chiapas en 1991) lo que uno veía no sólo en las casillas indígenas, sino en San Cristóbal de las Casas, dejaba muchísimo que desear respecto a unas elecciones. Yo vi llegar a mi casilla, en las afueras de San Cristóbal, un montón de mujeres chamulas acarreadas por un jovencito chamula con gafete del PRI, que marcaba los votos de todas ellas, y todavía, para que no quedara duda, antes de depositarlo en la urna se lo mostraban al presidente de la casilla, que era un connotado priista del barrio.
En 1991 ya fue notable que creció un poco la oposición, pero aquello todavía no se podían llamar elecciones democráticas.
Yo sí creo que el gran cambio fue en 1994, ya con la presión del levantamiento armado, los cambios electorales que los partidos de oposición le arrancaron al gobierno, pues ya hubo elecciones un poco dignas de ese nombre.


AR: ¿Y qué pasó después con los zapatistas? Después de la candidatura de Amado Avendaño llamaron a la abstención, lo que afectó a las candidaturas del PRD, fundamentalmente.
JPV: Yo sí pienso que el EZLN le apostó en 1994 a lo que mucha gente decía que iba a suceder: el famoso “choque de trenes”, que iba a haber de nuevo un conflicto poselectoral y que esa situación les iba a favorecer enormemente. Cuando se vio que eso no sucedió porque el PRD, con su candidato Cuauhtémoc Cárdenas, llegó en tercer lugar, pues sí armaron con sus seguidores un conflicto poselectoral muy fuerte en Chiapas en torno a las elecciones de gobernador. Pero ya en 1995, cuando hubo elecciones locales, estaba claro que el PRD podría ganar un buen número de municipios indígenas y también algunas diputaciones; allí creo que los zapatistas calcularon que eso no les convenía, que si gente que los había apoyado ganaba esas elecciones, pues a partir de ese momento la principal preocupación de ella iba a ser tener un buen presupuesto municipal, hacer obras, negociar con los gobiernos estatal y federal, y que de alguna manera se iban a distanciar del EZLN. Un poco la lógica que siguió Pancho Villa, quien nunca les repartía tierras a los campesinos de su ejército, porque decía: “Si reparto tierras, me quedo sin soldados”.
Entonces, a partir de ese momento el EZLN se opuso radicalmente a las elecciones; luego, como vio que eso era bastante impopular, más bien lo que hizo fue ya dejar de abstenerse. Pero ya en 1995, para los que quisimos verlo, estuvo cantado lo que fue el conflicto de 2006, cuando el EZLN se negó a apoyar a Andrés Manuel López Obrador, al que incluso criticó muy duramente en varios de sus comunicados. Mucha gente se escandalizó en ese momento, pero en realidad ya habían hecho exactamente lo mismo en 1995, sólo que a un nivel más pequeño, pero la línea ya estaba trazada.


AR: En varias de estas microhistorias están presentes las “bombas económicas” del gobierno, los apoyos que fueron dirigidos a Chiapas que sirvieron para limitar y controlar la insurgencia. ¿Qué tan exitosos fueron? ¿Fue un error de los zapatistas no aceptarlos?
JPV: Les costó carísimo. El gobierno, después de 1994, inundó Chiapas de apoyos, y creo que algunos fueron muy positivos, hay que decirlo claramente. Yo creo que la construcción de infraestructura, haya tenido las intenciones que haya tenido —por ejemplo, en un primer momento la construcción de carreteras pudo tener objetivos militares—, a mediano plazo ha sido muy importante para que Chiapas cuente con una mejor red de carreteras, y otras obras para introducir servicios como electricidad y agua potable, han sido muy importantes.
Pero luego hubo muchos apoyos en dinero, materiales, que ayudan a la gente en el momento mismo, pero que no significan ninguna solución a mediano plazo, y obviamente muchos de esos apoyos se hicieron para restarle bases al EZLN. Yo creo que éste cayó en la trampa, y se rehusó a recibir esos apoyos en ese momento, y eso lo desgastó muchísimo. En vez de haber dicho: “Esos apoyos vienen de los impuestos de todos los mexicanos, ¿por qué no les va a tocar su parte a los campesinos indígenas que simpatizan con nosotros?”, dieron las órdenes de no recibir esos apoyos, y cada comunidad las interpretó como quiso, eso no hay que olvidarlo.
En Larráinzar decidieron que los nuevos apoyos no había que recibirlos, pero que los que venían cobrando desde ya hace varios años, como el Procampo, sí se podían seguir cobrando sin traicionar la causa zapatista.
Pero el hecho es que esto sí causó muchos conflictos en las comunidades, mucha gente se salió del EZLN para poder cobrar los apoyos del gobierno. Un caso que no aparece en el libro, que conocí bien, fue el de una comunidad en Huixtán, en donde la comunidad estaba dividida y la mitad decidió recibir los apoyos del gobierno, y la otra mitad no. Cuando la primera mitad recibió los apoyos, la otra pidió que se repartieran entre todos; entonces se lo tomaron muy mal, hubo serios conflictos, que no llegaron a la violencia, afortunadamente, pero sí desgastó mucho al zapatismo en la comunidad. El primer grupo dijo: “Es que si todos hubiéramos pedido, nos hubiera tocado el doble; no tiene sentido que nada más la mitad los pida, y que luego se repartan entre todos”. Esto dio lugar a muchas discusiones y fricciones, mucha gente se salió del EZLN, y los pocos que quedaron optaron por irse a vivir a la Lacandona.
Ése es un buen ejemplo de los problemas que causaron estos apoyos, y yo creo que el error del EZLN es haberlos rechazado tajantemente. Ahora ya la cosa ha cambiado mucho; que se mantenga mucho el discurso de que no los reciben, pero en la práctica están recibiendo gran parte de los apoyos del gobierno.


AR: En varias microhistorias se habla de la promesa liberadora que el EZLN ofrecía, especialmente a los más jóvenes. ¿Qué queda de ella?
JPV: La gente se ha ido desilusionando; después de una gran esperanza y de un gran apoyo que hubo hacia el movimiento zapatista a nivel nacional e internacional, como que finalmente eso no logró canalizarse hacia algo concreto que mejorara la vida de la gente. Empezó como a girar en el vacío, y pues la gente se fue desilusionando de que no tenía respuestas a sus problemas muy concretos.
Creo que hay dos momentos críticos por distintas cuestiones: 1) En 1998, después de la masacre de Acteal, muchas comunidades se asustaron y dijeron: “A ver, cuidado. Esto nos está conduciendo a enfrentamientos entre nosotros mismos”. Entonces hubo una desilusión de mucha gente, y fue cuando empezó la migración a Estados Unidos, que se aceleró en los años siguientes. 2) En 2000, con las alternancias nacional y estatal. Fue un cambio muy fuerte porque muchos de los aliados del EZLN apostaron por la vía política, apoyaron la candidatura de Pablo Salazar para gobernador de Chiapas, y cuando éste ganó les dio cargos importantes a los líderes de las organizaciones campesinas (a los de la CIOAC, por ejemplo), y pues se ocupó un poco de sus demandas. En ese momento hubo una ruptura muy fuerte entre el EZLN y sus antiguos aliados. Eso le pasó a partir del 2000, con lo que el EZLN quedó muy aislado en Chiapas.


AR: ¿Eso se acentuó en 2006?
JPV: Sí, pero en Chiapas ya se había hecho fuerte en el 2000. Si uno ve los últimos años, cuando aparecen conflictos en comunidades de la selva y a veces también en otros sitios, el problema suele ser entre el EZLN y el PRD u organizaciones campesinas de izquierda. Justamente porque fueron aliados, porque muchas veces invadieron las tierras juntos, y ahora se plantea el problema de que los aliados sí regularizaron las tierras, y los zapatistas no quisieron hacerlo, y ahora hay fricciones en torno al manejo de esas tierras.


AR: Una de las cosas que más llama la atención es, en el caso de San Andrés Larráinzar, la prevención de la violencia. ¿Qué lecciones podemos sacar de lo que usted llama “los otros acuerdos de San Andrés”?
JPV: Lo primero que hay que señalar claramente es un hecho inevitable: los periódicos siempre van a llamar la atención sobre los casos de violencia y de intolerancia. Entonces todo mundo se imagina que los indígenas de Chiapas son intolerantes, que se están matando todos los días por diferencias religiosas o políticas. Pero eso es porque la prensa está sobre unos tres o cuatro municipios donde hay conflictos serios, pero no ve el resto. Por ejemplo, Cancuc, en donde la tercera parte de sus pobladores son católicos, otra parte igual es tradicionalista y la parte restante es evangélicas, nunca ha habido un conflicto religioso.
El caso de Larráinzar es un poco lo mismo. Este caso lo estudiamos dos amigos, Eufemio Aguilar y Martín Díaz Teratol, que son originarios de allí, y yo me ocupé un poco de la parte histórica. Lo que aparece muy claro en este ejemplo es la sabiduría de los sanandreseros, de que a pesar de que se dividieron prácticamente a la mitad entre priistas y zapatistas, siempre se las arreglaron para evitar que hubiera violencia en el municipio.
Hicieron cosas rarísimas que a cualquier politólogo le parecerían totalmente inviables, pero el hecho es que a través de estas cosas, que consistieron sobre todo en crear un sistema de cargos paralelos, uno priista y otro zapatista, que va desde la presidencia municipal hasta las agencias municipales, pasando por los mayordomos de los santos, mediante este doble sistema de autoridades se las arreglaron para controlar la violencia y establecer un espacio de negociación. Supieron qué es lo que se podía dividir y qué es lo que no, porque no dividieron los Bienes Comunales, en cuyo comité tenían que estar representados los dos grupos.
Entonces hubo un ejemplo maravilloso de esa sabiduría política que intentamos dar con todo detalle para explicar cómo estos campesinos, ante una situación muy difícil, ante presiones de muy distinto tipo que buscaron enfrentarlos entre sí, se las arreglaron para decir: “Antes que nada, todos somos parientes y amigos, y aunque tengamos diferencias políticas, hay que evitar que éstas nos conduzcan a la violencia”.
Creo que es un gran ejemplo, que son aspectos de la vida de muchos municipios indígenas de Chiapas que habría que estudiar más seriamente.


AR: Ya hablamos de la desilusión que generó el zapatismo por haber logrado pocas cosas concretas para sus seguidores. ¿Pero qué beneficios también trajo el zapatismo a las comunidades?
JPV: Los zapatistas tenían una frase que sonaba muy demagógica, que decía: “Todo para todos, nada para nosotros”. Lo que es un poco triste es que acabó resultando cierta. Es decir, el levantamiento zapatista sirvió para acelerar la transición democrática en México, los partidos políticos aprovecharon muy bien la oportunidad para exigir una reforma electoral seria que hizo posible luego la alternancia en los distintos niveles de gobierno; los campesinos de Chiapas, indígenas y no indígenas, aprovecharon la coyuntura para invadir tierras que el gobierno luego les tuvo que comprar y otorgar a través de fideicomisos; el juego político, las libertades se ampliaron en Chiapas y en las comunidades indígenas.
Una cuestión que cualquier indígena de San Cristóbal reconoce aunque no haya simpatizado con el EZLN, es que se les discrimina menos que antes, han conquistado su lugar en la ciudad, y ya falta poco para que sean, sino es que ya son, mayoría en San Cristóbal, ciudad donde antes no podían pernoctar si no era como sirvientes o criados de alguna casa coleta. Ahora están instalados en la ciudad, y son un actor político y económico fundamental en la ciudad. Una cosa muy interesante es que el famoso andador eclesiástico que se hizo en San Cristóbal, pensado para los turistas, pues ahora está lleno de tiendas de telas, de ropa, vestidos poblanos, cuyos consumidores son los indígenas.
Entonces es muy interesante ver cómo esa ciudad se ha ido convirtiendo en la ciudad de los indígenas.
Sí ha habido muchos cambios, algunos positivos y también una parte negativa —evidentemente la violencia que se desató en ciertas comunidades y los muertos que hubo durante y después del levantamiento.
Pero también hubo unos cambios que se venían gestando desde antes de 1994, pero que se precipitaron y adquirieron más forma. Muchas veces los que menos se han aprovechado de esos cambios son, curiosamente, los que se han mantenido fieles al EZLN.

*Entrevista publicada en Replicante, abril de 2011.