domingo, enero 28, 2018

Cuentos contra la soledad de la violencia. Entrevista con Josh Barkan



Cuentos contra la soledad de la violencia

Entrevista con Josh Barkan*

Ariel Ruiz Mondragón

La violencia en México se ha convertida en cotidianidad y cada vez tiende a normalizarse más. Las historias reales acerca de los delitos, los crímenes, la corrupción, la injusticia y la impunidad se suceden interminablemente en nuestro país.

Esa realidad no podía ser ajena a la literatura, por lo que ésta ha terminado por expresarla también. Así es que ahora se publica en español Sangre, sudor y México (Alfaguara, 2017), libro del escritor californiano Josh Barkan, en el que se reúnen 12 de sus cuentos, en los que da cuenta de diversos aspectos de la violencia que van desde la de las pandillas hasta los grandes jefes de los cárteles del narcotráfico, de la homofobia hasta las amenazas de los políticos.

A propósito de ese libro conversamos con Barkan, graduado en Yale y quien ha enseñado escritura creativa en las universidades de Harvard, Boston y Nueva York. Becario del National Endowment for the Arts, ha publicado en Esquire y colaborado en The Boston Book Review. Por su cuento “The Kidnapping” (“El secuestro”, que aparece en Sangre, sudor y México) obtuvo el Lightship International Short Story Prize en 2013.

 

AR: ¿Por qué escribir hoy un libro como el suyo, estos cuentos sobre la violencia y la delincuencia en México, que abarcan desde las pandillas hasta los grandes capos del narcotráfico, y que pasan por la homofobia y el secuestro? En el cuento “La fuga” da la descripción de un personaje que se define como un escritor avecindado en México que lee libros “en serio” y que vive “la vida barata que es posible aquí”.

Josh Barkan (JB): Ese cuento sí tiene un escritor, un periodista que es el protagonista, pero no soy yo. Es un personaje que en la descripción tiene 19 años más que yo, y que ha trabajado bastante en el sistema de justicia de Estados Unidos con gente condenada a pena de muerte.

La razón por la que comencé a hacer estos cuentos fue algo bastante personal. Yo no hubiera escrito sobre la violencia como tema; para mí hay muchos periodistas muy buenos que lo han hecho, miles en México y también en Estados Unidos, como Charles Bowden, que es muy buen escritor.

¿Por qué escribir sobre diversos temas de violencia? Un día estaba en una taquería, El Califa, en el sur de la Ciudad de México, en San Ángel, y vi que venían tres cuates que corrían con pistolas de fuera; pasaron justo enfrente del vidrio del restaurante donde estábamos mi esposa y yo, con dos guardaespaldas que corrían hacia ellos tirándoles. Nosotros caímos al piso y fuimos hacia la cocina para escapar. No sabíamos si iban a entrar al restaurante. Había una mujer como de 65 años a la que intenté calmar.

Cuando aquellos hombres se fueron y se alejaron, pregunté quiénes eran, y me dijeron como si nada: “Son unos rateros”. La verdad es que no eran rateros sino tres cuates que fueron a un restaurante muy cercano, justamente al lado, e intentaron matar a un hombre de negocios que tenía a sus propios guardaespaldas.

En la misma semana pasó que al primo de un muy buen amigo de mi esposa —que es mexicana y pintora— lo mataron en Zihuatanejo; era un gran arquitecto, muy joven, y lo asesinaron por nada más querer hacer un proyecto por allá. Me acuerdo que fui al velorio, en Santa Fe, donde había como 500 personas, incluyendo a Vicente Fox, que estaba en la última fila. El sacerdote estaba diciendo que lo que pasó era la voluntad de Dios, porque todo ocurre porque él lo quiere. Yo no puedo aceptar eso.

Con esas dos experiencias muy personales sentí que tenía que escribir sobre la violencia, porque sí ha entrado en mi propia vida y en la de mis amigos. Pero al mismo tiempo yo no quiero escribir sobre el tema de una manera estereotipada o de la forma en que otros lo han hecho. Justo por eso quería hacer como una fusión de personajes: por eso hay expatriados, que en general son de Estados Unidos, y al mismo tiempo la versión de protagonistas que están en México, como en los cuentos “La huida de México”, “El profesor de pintura” y “Quiero vivir”, en el que uno de los narradores es una mujer de Sinaloa que creció huérfana y fue marcada con cicatrices en sus manos.

También es una labor de fusión, que me recuerda un poco el jazz y el blues, y que creo es muy importante para realizar algo nuevo. Lo que yo quería hacer con este libro es que mezclar cosas que normalmente la gente no combina, de distintos países, voces, profesiones, etcétera. Considero que es algo realmente importante y que le puede interesar a la gente que se acerca a este libro para ver realmente algo nuevo.

Entonces quería hacer una fusión para que la gente pueda ver de nuevo esa violencia pero con nuevos ojos, porque los personajes, los contrastes y las dicotomías son algo novedoso.

 

AR: Sobre esta parte del escritor y de lo que se dice también en “La fuga”: el personaje tenía una visión intelectual aunque algo periodística, que escribía muy en serio, con mucha fe, y una de sus ilusiones era “cambiar el mundo”. ¿De alguna manera es una autodescripción? ¿Los cuentos tienen una intención de denuncia?

JB: Tuve una entrevista con Carmen Aristegui y me preguntaba si eso era un análisis de la violencia, y no lo es. Claro que tiene significancia cualquier cosa que nos haga ver la moralidad de una situación con nuevos ojos, y a los lectores de literatura se les puede causar más empatía sobre ciertas situaciones. Por ejemplo, está el narquito que en el cuento “El profesor de pintura” lo que hace es el mal porque vende droga. Pero empieza con pocas oportunidades económicas porque su papá trabaja vendiendo el gas de 40 litros, por lo que él comienza a tomar su propio trabajo de distribuir la droga.

Sí hay muchos comentarios sociales sobre la desigualdad y las maneras en que uno sufre a causa de esa violencia. Pero yo empiezo con personajes, no con temas; si uno sólo tiene éstos pues puedes escribir ensayos en los que puedes decir “este es mi punto de vista”. Lo que prefiero es hacer vida: intento hacer personajes que viven, que uno puede creer que son gente de verdad y que tienen sus propios pensamientos. Ya que uno entra en el mundo de ellos se puede tener afinidad con sus propios problemas, como la violencia, pero también con los íntimos, como sus relaciones con sus novios, con sus esposas. El rol del autor, entonces, quizá es de investigar problemas muy significantes, pero no de decir cómo interpretarlos. Es lo que siento.

Mi rol es encontrar cuáles son los conflictos que importan y poner a mis personajes en ellos. ¿Cuáles son? En los que hay algo de moralidad, en que el personaje tiene que tomar una decisión que es un dilema y no podemos saber qué es lo correcto porque de las opciones que se presentan en una situación muy complicada ninguna es perfecta. En esas circunstancias hay mucha tensión, que es realmente lo que buscamos en el arte.

 

AR: En muchos de los cuentos hay una reivindicación de la familia. Por ejemplo, me llama la atención el del profesor judío que se reencuentra con su suegro, la madre que rescata de los pandilleros a su hijo, el pintor y la defensa de su hija.

JB: Los cuentos que tienen que ver con problemas de familia son algunos de los más interesantes, porque todos tenemos una, y entonces tenemos conflictos aunque se trate de una relación buena o mala con ella.

Eso me interesa mucho. Hay un escritor muy reconocido de Sri Lanka pero que vive en Canadá, Michael Ondaatje, que tiene un libro de memorias que se llama Running in the Family, en el que trata de reconciliarse con sus padres pero más de conocer de dónde venían ellos, y viajó para saber de ello. Me interesan mucho estos problemas de familia.
AR: ¿Cómo armó estas historias? Veo la referencia a ciertos aspectos de su vida, pero creo que también hay otros elementos tomados de la prensa. ¿Cómo se documentó para estas historias, especialmente para las del Chapo y el Señor de los Cielos?


JB: Lo que me parece interesante es tomar hechos que salen en la prensa. Mi esposa venía todo el tiempo y decía: “Mira, esto sale en el periódico”, y muchas veces yo decía: “Esto no es una historia que me interese, aunque sea algo que haya pasado”. Pero un día ella llegó y dijo: “Esta reina de belleza hasta el último momento estuvo con su esposo narco, luchando con él y disparando”. Entonces empecé a pensar en una situación así.

En las historias aparecen parte de hechos y notas que salen en la prensa, pero con una fusión de personajes que vienen de muchos lugares. En los cuentos lo que hago es una fusión porque no voy a reproducir algo que se publicó en los periódicos. Lo que me interesa es, quizá, un pequeño detalle; por ejemplo, empiezo con la leyenda de que el Chapo iba a restaurantes a comer, y los tomaba con quienes estuvieran allí, y les recogía hasta los celulares. Yo empecé con eso y después pensé: ¿quién sería el chef de un restaurante así? Yo pasé un año viviendo en Pittsburgh con una beca allá, y hubo un chef famoso del que yo sabía mucho, y pensé que ese podía ser, más o menos, el personaje. ¿Qué hacía el Chapo en un restaurante? Bueno, en parte era mostrar su poder y que podía ir a un restaurante (en este caso en el DF en vez de Sinaloa). Pero ¿qué iba a comer? Entonces es una mezcla de cosas.

Uno sigue al personaje en una situación en la que hay pequeños detalles. Por ejemplo, en el cuento de Acapulco hay un arquitecto, pero no es el que conocí que mataron en Zihuatanejo porque yo realmente no sé nada de esos hechos. Él no fue a un puticlub, pero lo que sí sabía es que quizá hubo un cliente que quería una casa grande. ¿Por qué está este arquitecto con un minijefe del narco en Acapulco? Pues porque tiene ambición porque su papá era un gran arquitecto. Eso es todo inventado.

Entonces empecé con hechos, con el cuento que es muy parecido al caso del Señor de los Cielos, que tomé de los años noventa y lo pongo en el presente. Comencé a escribirlo porque un día caminaba con mi esposa por la colonia Roma, y me dijo: “Yo creo que aquí, en este edificio, es donde le hicieron la cirugía plástica en la cara a este gran narco”.

Yo no sabía nada de él; después no hice investigación porque a mí no me importaba quién era el personaje real sino fue la idea de que alguien intentara cambiar totalmente su apariencia. Tomé algo pero lo puse en Polanco, no en la Roma, y después pensé quién hizo esa cirugía, e invento que fue un médico de Estados Unidos. Es un personaje un poco frío, al que le falta amor personal, que está atrapado en su profesión, en la que es excelente, pero lo que realmente quiere es el abrazo de la novia con quien está. Entonces cambia su situación para enfrentar su propia frialdad.

Así es como empiezo: hago preguntas y sigo personajes.

 

AR: ¿Cuáles son los principales problemas éticos que se plantean en sus personajes? Recuerdo justamente el del cirujano: si le cambia la cara al narco éste va a seguir matando gente.

JB: Son múltiples; en este cuento, si soy médico tengo responsabilidad de hacer lo mejor y más saludable para mi paciente. Si viene un narco y quiere que le haga cambios, okey, debo hacerlo de una manera que no le vaya a hacer daño; pero lo estoy ayudando a escapar de la ley y puede matar a otras personas. Pero, al mismo tiempo, si no lo hago él me puede matar porque se puede enojar conmigo; entonces tengo el deseo y lo ético de preservarme a mí mismo. Entonces ya tienes tres puntos: no querer hacer daño a otros, ayudar a los pacientes y protegerse uno mismo. Ya estamos en una situación muy complicada sobre lo que éticamente debo hacer. Eso es sólo dentro de un cuento.

Tomemos el cuento “El Dios de los nombres comunes”: es un profesor ateo, pero que creció en el judaísmo, por lo que sí tiene relación con la religión; pero el papá de la mujer con la que quiere casarse no lo acepta porque no es ortodoxo. Y uno entiende que un padre no quiera que su hija se case con un hombre que está fuera de su tradición. Además aquél es un maestro y, como es un cuento de Romeo y Julieta, tiene a dos estudiantes que se aman pero que son de narcofamilias rivales. Éticamente el maestro siempre tiene que proteger a sus alumnos y quiere que crezcan bien; pero si los separa, porque sus papás no quieren que haya relación entre ellos, quizás pueda ayudarse a sí mismo. Entonces hay varios centros éticos en estos cuentos.

 

AR: Hay cuando menos dos que hablan de la profesión periodística; en uno de ellos un corresponsal extranjero tiene que salir del país por el asesinato de un personaje, sobre lo que él no puede publicar porque el editor le dice que no se apegaba a los formatos tradicionales. ¿Por qué?

JB: Sabemos que los periodistas que sufren más en este país no son los extranjeros sino los de aquí. Bajo ninguna circunstancia quiero decir que los primeros son los que sufren más, pero sí en ese cuento, en el que hay un político corrupto inventado, de Cuernavaca, al que no le gustó que el periodista escribiera sobre un club de golf y la corrupción en la que su sobrina estaba implicada. El político le dice que se tiene que ir de México y renunciar a su posición como periodista.

Allí tienes lo que es más obvio: la impunidad con la que los políticos y también los narcos quieren silenciar a quienes escriben la verdad. Eso lo ves claramente en el cuento. Sabemos también que hay muchas fuerzas que están intentando silencia, hasta con armas, a aquellos que escriben demasiado cerca de la realidad de los narcos y de la corrupción económica y política.

Otro asunto sobre el periodismo y sus editores es el de cuál es una noticia correcta. En el cuento del periodista el personaje quiere escribir sobre la muerte de su amigo, quien hace investigaciones para una compañía de seguros pero también está en una banda de rock punk, lo que no está visto como lo que configura las expectativas de la narración de alguien afectado por la violencia. Entonces los editores en Houston le dicen: “No vamos a publicar eso porque no cuadra con nuestra visión, y además porque es muy personal”.

Lo que exploro es qué seleccionamos como noticia, porque el periodista piensa que ha visto tantas cosas de sufrimiento y cuál es el efecto de escribir sobre él, y si cuando lo hace en México, en Afganistán o en otros lugares, está cumpliendo como periodista. Él tiene esta duda profunda de si solo escribe sobre esos temas para vender periódicos, o si lo hace para causar un buen efecto de cambio en el mundo.

Fuera del cuento son las dos cosas: los medios venden un producto que son relatos que interesan, y quizá a veces no venden otros porque son muy lentos. El cambio de clima es difícil de narrar pero, al mismo tiempo, si podemos generar más empatía vale la pena.

En ese cuento el periodista ya no tiene la fuerza para seguir con la lucha y ha llegado a su propio límite, aunque ha combatido durante muchos años.

 

AR: Otro asunto cuya ausencia me parece muy emblemática no nada más de estas historias sino del país es la justicia. Casi ningún personaje resulta castigado por lo que hace; creo que lo más cercano es el relato del periodista que ayuda a fugarse al sordo. ¿Cuál es el papel de la justicia en sus relatos?

JB: El cuento “La fuga” es en el que más directamente se habla del sistema de justicia porque tienes un personaje que está condenado a estar toda su vida en la cárcel. Es un mimo sordo, que está allí porque dos personas que robaron un banco usaban lenguaje de señas, y que por accidente matan a una viejita y escapan en bicicleta. El mimo usa el mismo lenguaje y también tiene una bicicleta, por lo que lo acusan. El periodista sabe que esta persona es inocente al ciento por ciento porque 30 personas estaban con él a la misma hora en que ocurría el robo del banco.

Entonces una persona está en la cárcel para toda su vida nada más porque conviene que el caso sea resuelto, aunque es obvio que no lo está. Allí está la crítica de un sistema en el que los jueces tienen muchísimo poder porque su palabra tiene toda la potencia y no hay un jurado.

 

AR: Las decisiones éticas que toman los personajes derivadas de sus encuentros con la violencia y con la delincuencia son, creo, una forma de salvación. Lo hallo en el profesor ateo que se reencuentra con su suegro, la Miss Sinaloa que trabaja en un orfanato, el francotirador que mata a un amigo y descubre su deber cívico. En ese sentido, ¿son historias de salvación?

JB: Eso está claramente en estos cuentos. Yo no quiero implicar que la violencia siempre produce resultados optimistas, para nada, ni que siempre hay epifanías que salen de la violencia. No quiero decir que ésta es algo bueno, pero lo que sí quiero indicar es que estos personajes tienen sus propios problemas íntimos que empezaron mucho antes que su encuentro con la violencia, y que una situación de vida o de muerte les causa que repiensen y reevalúen profundamente su existencia, sus faltas y las de otros.

Es lo que ocurre, por ejemplo, en “El francotirador”: al ver la falta de su muy amigo, el personaje se da cuenta de que no quiere participar en hacer daño a otros. Ve claramente la corrupción de su amigo, pero tenía que tomar una decisión ética de si iba a tirar contra él o no, y toma un camino intermedio: sólo le dispara en un pie. Esto le causa pensar en su otra responsabilidad, en lo que ha hecho la violencia no sólo a su amigo sino a todas las otras personas que se han matado contra los narcos. Se da cuenta de que no es que lo que se ha hecho sea totalmente inútil, pero al mismo tiempo entiende que van a crecer otros narcos porque hay consumo de drogas en Estados Unidos.

Toma conciencia de que hasta que la gente deja de consumir la droga va a seguir el tráfico de narcóticos, lo que le fuerza a pensar en lo que él ha hecho al matar a 39 personas en México. Además, le causa también pensar en la jerarquía del ejército, en el coronel que le obliga a tirar, en lo ético de las guerras en Irak y Afganistán.

 

AR: Del libro queda una idea sombría de México que no es tan ajena a la realidad. De su literatura, de sus personajes, ¿cuál aporta una esperanza de que esto cambie?

JB: Para mí es muy difícil hablar de todo México; es lo que justamente estoy intentando evitar con personajes individuales. El de la violencia es como todos los problemas graves en todos los países del mundo: no son asuntos que se puedan resolver fácilmente.

En el cuento “La huida de México” el personaje es de Iztapalapa y se encuentra entre dos pandillas que tienen combates en su barrio, pero él es inocente. Pero roban un reloj de una portería en la que él está jugando, y un pandillero lo culpa pese a que él es totalmente inocente, y le hacen un corte con machete a su brazo. Lo que creo que es bonito de este cuento es que lo vemos a él cuando toca el contrabajo en las mejores orquestas del mundo, que está casado con una compositora, y él habla de que tocar música es como dar la nota de la tristeza de la vida, pero dársela a la gente para que pueda sentirla es una forma de arte.

Cuando lees algo de literatura ya no estás solo: ya puedes sentir algo de otra manera. ¿Por qué vamos a la literatura? Para ya no estar solos. Entonces en estos cuentos no hay ningún personaje del que puedas decir “esa es la solución”, pero lo que uno sí puede decir es que después de entrar en el mundo y al leer estas situaciones de violencia en que se encuentran los personajes ya no estás tan solo en este país, ya puedes sentir que otros están sufriendo quizás con optimismo y con la fuerza que encuentran bajo esas circunstancias.

De eso realmente se trata: de sentir mucho menos dolor.

 
*Entrevista publicada en Horizontum, 14 de junio de 2017.

domingo, enero 07, 2018

La violencia criminal, lógica neoliberal. Entrevista con Sayak Valencia



La violencia criminal, lógica neoliberal

Entrevista con Sayak Valencia*

Ariel Ruiz Mondragón

La violencia exacerbada que trajo aparejado el florecimiento de las actividades criminales —especial, aunque no únicamente, el narcotráfico— y la persecución que de ellas hacen los agentes estatales han sido motivo de gran preocupación por las decenas de miles de muertos y la zozobra social que han provocado.

Debido a lo anterior son importantes las reflexiones acerca de los factores que han originado esa situación en el país. Una de ellas es la propuesta que hace Sayak Valencia en su libro Capitalismo gore (México, Paidós, 2016), término que, como ella misma explica en el volumen, se refiere “al derramamiento de sangre explícito e injustificado (como el precio que paga el Tercer Mundo que se aferra a seguir las lógicas del capitalismo cada vez más exigentes), al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos frecuentemente mezclados con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento”.

Acerca de ese trabajo conversamos con Valencia (Tijuana, 1980), quien es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora-investigadora de El Colegio de la Frontera Norte, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy escribir un libro sobre un fenómeno más o menos reciente pero muy presente, como es el que usted llama “capitalismo gore”, que, dice, ha estado invisibilizado pese a que se ha infiltrado en nuestra vida y que ya es nuestra realidad?

Sayak Valencia (SV): Porque la perspectiva es muy distinta a la que se ha manejado en otros momentos. No es un libro que repita las fórmulas de análisis más convencionales donde todo se vincula, como que el problema de la violencia y el narcotráfico tienen que ver solamente con cuestiones económicas y casi moralizantes sobre el papel de los criminales en México. Este libro tiene una perspectiva que necesitábamos, que es la del análisis cultural sobre el problema de la violencia en México, vinculado con el capitalismo y la férrea demanda de las poblaciones, e incluso de los Estados, para que progresemos, nos desarrollemos y que implantemos el neoliberalismo a cualquier precio en nuestros países.

Por un lado queríamos este sueño de progreso y primermundización, pero estas lógicas, encabezadas por el exitismo neoliberal, también se vinculan con el problema del narcotráfico: una de las demandas más importantes del nuevo capitalismo posfordista y neoliberal que se implanta en Estados Unidos con Ronald Reagan y en Inglaterra con Margaret Thatcher en los años ochenta, es que sí vamos a progresar, a tener todo, muchísimo dinero y todos seremos yuppies. Todo el mundo va a poder consumir en este sueño en el que vivimos (aunque hablo de los años ochenta porque quiero poner un referente más o menos inmediato); sin embargo, no nos dicen que para poder lograrlo hay que desestabilizar y deshacer el Estado de bienestar, con los sistemas de salud pública y de educación, que hay que flexibilizar el trabajo, subcontratar y desposeer a todas las poblaciones de sus territorios. Todas estas cuestiones son el lado B del proyecto neoliberal global, y están en muchas poblaciones y en nuestro país también.

De repente se considera que el problema del narcotráfico es solamente un problema de personas malas que se ponen a vender drogas, que es una cuestión casi voluntarista y que no tiene que ver con las dinámicas económicas de explotación excesiva de las poblaciones, de desplazamiento y también de crear un ideal aspiracional hiperconsumista en poblaciones que no tenemos la capacidad de consumir de esa manera: queremos tener un Corvette, un Mercedes Benz, casa en Miami o una casa blanca en México.

Pero no todo el mundo tiene el acceso a los recursos sino sólo una minoría muy influyente a nivel político, y todo este ideario de consumo, de glamur, de blanqueamiento de la atención social. Pero esto está muy instaurado y nadie lo cuestiona, sino solamente se cuestiona el hecho de que hay malos que venden droga.

Yo quiero que observemos que la relación entre el narcotráfico y la violencia en México también tiene que ver con esta idea aspiracional de ascenso social desenfrenada, y que, por supuesto, para cumplir este sueño de progreso y globalización nos estamos llevando entre los pies a mucha población.

El narcotráfico y el crimen organizado obedecen de una manera muy férrea, literal, a las lógicas del neoliberalismo, como los emprendurismos y las cuestiones exitistas que nos ponen todos los días en los libros de autoayuda y que dicen que puedes ser poderoso y fuerte. Pero lo hacen de una manera distópica, desde un lugar en el cual la violencia se vuelve la herramienta, la mercancía, el lugar de trabajo y de autoafirmación, de comunidad, giro social y de cultura para ciertas poblaciones. Por supuesto, nos resultan espeluznantes porque los resultados son catastróficos en nuestro país, pero no están desvinculados de las otras lógicas.

También quiero hacer esta revisión donde un Estado se echa las manos a la cabeza por un problema desenfrenado de violencia que también se ha alimentado mediante lógicas en las que la masculinidad más desafiante, más violenta y más sangrienta es el modelo cultural de los hombres en México. No digo que todos los hombres sean así, la mayoría no lo son, pero sí es el modelo cultural: el despliegue de violencia del macho mexicano para reafirmarse virilmente, aunado a una cuestión de atención social, de precarización del campo y de los territorios en general, y también con una demanda de que los varones sean proveedores en esta sociedad porque un macho es aquel que se respeta porque mantiene a su familia.

Entonces son cuestiones que resultan muy cotidianas, que incluso pueden parecer banales, pero que son configuraciones culturales muy enraizadas en la identidad nacional, que hacen un caldo de cultivo que nos explota en la cara y que, desafortunadamente, vemos todos los días en los televisores y en las calles: cuerpos muertos, destazados, mucha violencia, mucha sangre, mucho miedo de la población.

Esto tiene que ver también con un trazado que es muy complejo, y que no solamente es un problema económico y moral sino que también es cultural, basado en el género y en las relaciones.

Esta propuesta no tiene un ánimo aleccionador, no es para decir lo que está bien y lo que está mal, sino que es un análisis cultural sobre este fenómeno. Yo soy cientista social y me dedico a investigar estos temas, y creo que también es responsabilidad de las academias transmitir este conocimiento que hacemos, dialogar con la gente y escuchar lo que tiene que decir. Lo hago desde una perspectiva transfeminista, lo cual quiere decir que llevo los supuestos del feminismo por la igualdad y por el respeto no solo hacia las mujeres sino a todas las poblaciones que devienen minoritarias, como las racializadas, indígenas, precarizadas y los varones sin trabajo, por ejemplo, personas que son, en verdad, quienes construyen este país, y con quienes estamos tratando de que vuelva a ser un país digno de ser vivido.

 

AR: Usted encuentra un nuevo sujeto, central en el libro: el endriago, que saca de un monstruo de Amadís de Gaula, en el cual se mezclan, como usted dice, el emprendedor económico, el emprendedor político y, sobre todo, el especialista en la violencia. ¿Cómo se conjuntan estos tres elementos?

SV: No es porque yo considere que estos sujetos son monstruos per se sino que tienen que ver con una narrativa muy resistente, con una perspectiva casi colonialista sobre el otro, que es diferente, que desobedece, que se porta mal, que rompe las lógicas. Es el otro, el que durante la Colonia era el monstruo. Me refiero a nosotros, las personas mestizas, racializadas frente a un modelo hegemónico europeizante y de blanquitud. ¿Cómo vincular estas cuestiones? Pues porque seguimos en este colonialismo permanente que coarta nuestros cuerpos, nuestras luchas, nuestra fuerza de trabajo, y nos mete estas ideas de ser, por supuesto, racializados.

Pero hay unos deberes que cumplir, y el emprendedor económico, el político y el especialista en violencia se cristalizan en un sujeto que podríamos conocer, en este caso, como los sujetos del crimen organizado y también del desorganizado (porque existen también variables de las que hablo en el libro), que se creen todas estas lógicas exitistas, de masculinidad hegemónica y de tecnificación de la violencia.

Pero ¿qué pasa cuando este discurso del emprendurismo, de que hay que ser exitoso, rico y poderoso, se confunde con las lógicas del político, de que hay que gobernar a las poblaciones, y la del especialista en violencia? Pues hay una bomba molotov, como lo que nos está pasando en este momento en México.

Los Zetas son un ejemplo muy exacto de lo que podría ser un sujeto endriago, que capitaliza o que rentabiliza estas tres funciones y que hace del miedo un mercado.

Entonces el endriago resultaría como la cristalización de estas lógicas coloniales que nos siguen persiguiendo, pero también de la aceptación acrítica por parte de cierta población (regularmente masculina, aunque no digo que toda la población del crimen organizado lo sea) que considera que su modelo de autoafirmación no sólo económico sino existencial está vinculado con esta cristalización, con esta personificación del monstruo en su propia carne para poder lograr alcanzar estas demandas económicas y esta legitimidad social dentro de los círculos que a ellos les interesan, que no son los círculos sociales en general sino los del poder político, económico e intimidatorio.

 

AR: Otro capítulo que me parece muy interesante es que el capitalismo gore ha trastornado el mundo tanto del trabajo como de las clases sociales, e incluso se habla de una nueva clase criminal, de la extinción de las clases medias, del campesinado. ¿Cómo se han transformado las clases sociales y el trabajo en el capitalismo gore?

SV: Es una cuestión que me parece muy importante. De alguna forma esta lógica exitista se implanta en nuestras cabezas todos los días mediante desde el comercial bienintencionado de una organización de líderes emprendedores, hasta la lógica del consumo cultural de las series televisivas, las telenovelas, la música y las tiendas departamentales. Todas estas cuestiones tienen que ver con la idea de que consumir es ser (te afirmas a través del consumo) y cómo esto tiene una repercusión en la degradación de la aceptación de que uno pertenece a cierta clase social.

No hablamos de clase social porque mucha gente piensa que es una cuestión de la que no deberíamos hablar; sin embargo, por supuesto que siguen existiendo las clases sociales, y la pobre cada vez está más empobrecida, más precarizada y peor vista socialmente. Mucha de la población en México pertenece a esta clase social que gana un salario mínimo con el que es imposible vivir. Entonces hay una negación de la clase porque es una vergüenza ser pobre, como si la responsabilidad de esto fuera solamente del individuo y no de las lógicas predatorias que desregulan el trabajo, que hacen reformas laborales por las que se paga a siete pesos la hora. Esto se relaciona con una desproporción entre los ingresos que necesitamos para sobrevivir en este país, y los deseos de poder pertenecer socialmente a la lógica fascinante y maravillosa del consumo. Lo que está muy implantado en las poblaciones es que parece que a través del consumo podemos exorcizar la pertenencia a cierta clase.

Existe una esquizofrenia entre una población cada vez más empobrecida y una población con cada vez más ganas de consumir. ¿Cuáles son las opciones? Negar que existen clases sociales, para no decir que somos pobres y que la pobreza no es una responsabilidad individual sino que es una de las consecuencias de una mala gestión estructural de la economía en esta nación. No es que uno sea pobre porque no trabaja: uno es pobre porque aunque trabaje 25 horas al día va a seguir ganando siete pesos por hora.

La cuestión es que se nos ha responsabilizado y culpabilizado por ser pobres, cuando en realidad esa condición es una consecuencia de la estructura y de la mala gestión económica en este país. No hay un diseño económico que pueda sostener a las poblaciones porque tendría que haber una distribución mucho más equitativa, y eso perjudicaría a las clases más pudientes de este país.

Entonces hay una desestructuración de las clases: la gente pobre no quiere vincularse con la pobreza, pero también hay una invisibilización de las estrategias de la gente empobrecida para sobrevivir, de las solidaridades y de las comunidades que se pueden gestar a través de la supervivencia económica en una población empobrecida. Mucha gente quiere salir de esa condición y no hay que ser un genio para saber por qué: no hay belleza en la pobreza y no es fácil ser pobre, es una cuestión de vida o muerte. En este país muere mucha gente porque está empobrecida y muere de hambre.

Hay una dimensión cultural del desclasamiento, y luego está la dimensión económica, así como la cuestión de querer exorcizar la figura de la pobreza mediante un capital económico para ascender social y culturalmente. Esto es lo que representa la nueva clase criminal. Es muy significativo, por ejemplo, que en la última encuesta del INEGI sobre ingreso y consumo ya no se estaba preguntando de dónde se obtenía el dinero sino cuánto gastaba una familia. Esto está invisibilizando una serie de cuestiones en un país en el que la desregulación laboral es cada vez más creciente y el crimen organizado se vuelve un nicho de producción muy importante que sostiene a muchas familias en este país. Entonces volvemos opacas estas vías y aceptamos estos recursos para subsanar cosas que no deberían ser resueltas por estas organizaciones ilegales sino por las instituciones gubernamentales destinadas para ello. Entonces desresponsabilizamos, con ese desplazamiento, al gobierno de su verdadera función y de sus prerrogativas.

Hay casi un escarnio social cuando la gente es pobre, por lo que muchas personas van a querer unirse al único lugar en el que les van a dar trabajo, que son las empresas criminales, que no sólo las van a explotar sino que al final las van a hacer pagar con su vida. Pero es una inversión volátil, casi como la de la Bolsa o de las finanzas, pero a un nivel mucho más triste y más desconcertante porque estamos hablando de vidas humanas.

 

AR: Hay una relación que usted establece entre lo que es la violencia, la delincuencia y el capitalismo, para lo cual se remonta hasta el siglo XVIII. ¿Cómo se combinan en el capitalismo gore la violencia con la economía? La delincuencia y la violencia parecen ser muy funcionales para el capitalismo con esta mezcla tan rara, muy difusa, entre la economía legal y la ilegal.

SV: La violencia en el capitalismo gore es casi el elemento fundamental para que funcione. No es solamente el ejercicio de violentar o dañar a otro, sino que en sí mismo va a abrir varios nichos de mercado: va a ser rentable para el capitalismo regional y también trasnacional a muchos niveles. El dinero que tienen los grandes señores de la droga en este país no es invertido en México, sino que, por supuesto, está en otros países donde pasa por legal (la lavandería del mundo está en Suiza, por ejemplo). Pero la cuestión es cómo se rentabiliza la violencia en estos lugares: por un lado ejercer violencia intimidatoria hace que, por supuesto, las poblaciones acepten, con argumentos de seguridad, la limitación de sus derechos. A las personas se les dice que por su seguridad las filman, graban sus conversaciones, que no se les va a dar cierto servicio y que se les va a pagar menos. Bajo el argumento de la seguridad se quitan muchos derechos y se expropian muchas causas laborales, sociales, políticas y económicas que ya teníamos ganadas.

Hay un avasallamiento constante del cuerpo de las poblaciones por una exposición de la violencia, como un asesinato, no sólo en los medios sino también a nivel tangible en la realidad social donde uno vive. Cuando uno se encuentra con un muerto, cuando ve que efectivamente el problema de la violencia no es solo que exista sino que puede caer sobre cualquiera de nosotros, pues por supuesto que tiene un efecto de adoctrinamiento y atemorización de la población. El miedo es muy efectivo, por lo que la violencia es la acción que desemboca en otra consecuencia indirecta que es la securitización. Esta es una estrategia muy rentable: afirmar que algo puede pasarnos, y entonces la gente atemorizada va a ceder sus derechos, sus propiedades, sus espacios, sus territorios, y va a hacer cualquier cosa para no ser víctima de la violencia.

No es solamente la violencia como la entendemos, como secuestro, tráfico de órganos, trata de personas, la desaparición de personas, etcétera, que son muy tangibles. Estas cuestiones no tienen que ver solamente con la delincuencia organizada porque también hay falsos criminales que hacen uso de estas herramientas de la violencia que ya consideramos propias de estas organizaciones, y que son como piratas del crimen organizado que llevan a cabo diversos delitos como rentabilización de la violencia intimidatoria.

A lo que me refiero es a que el crimen organizado es un nodo del cual podemos hacer análisis en muchos sentidos, pero tenemos que verlo en sus conexiones con la economía financiera y legal porque no están separados. La violencia es una de las prerrogativas del capitalismo, ya que abona y brinda plusvalor al capitalismo gore, y no sólo a éste.

 

AR: Los años de crecimiento del neoliberalismo, del aumento de la violencia y de la delincuencia coincidieron con la democratización del país. Usted anota que en México el narcotráfico y la criminalidad desempeñan un rol que beneficia al Estado e incluso habla de una narconación y de necropolítica. ¿Cuál ha sido su papel de ésta en la democratización del país?

SV: El problema no es la democratización sino que pensamos que tiene que ver con el sentido económico de distintas reformas laborales. Tenemos varios problemas: creo que democratizar un estado o un país es favorable, pero cuando se utilizan las figuras de democracia y de derechos humanos, su ampliación y ensanchamiento sociojurídico para implementar lógicas de desposesión y de acumulación por despojo, entonces estamos hablando de otra cosa. La cuestión es que no se llevó a cabo un proceso de democratización; se le utilizó para meter caballos de Troya que significan otras cuestiones e introdujeran en el imaginario que estábamos siendo más democráticos, que ampliábamos derechos, que estábamos en la lógica del avance del progreso.

Sin embargo el problema no es la democracia sino que lo es de pantalla. Es la inserción de las lógicas neoliberales que se apropian y fagocitan el discurso de lo democrático para implantar lógicas antidemocráticas, predatorias y de desposesión en las que nos encontramos.

 

AR: En esta cultura del hiperconsumismo los medios de comunicación, como se señala en el libro, tienen un sitio muy importante en la espectacularización del derramamiento de sangre. Usted llega a llamarlos “cómplices del crimen organizado”, engranajes para la propagación y popularización del capitalismo gore, lavadores de noticias. ¿Cuál ha sido su papel en el beneficio que se obtiene de la violencia?

SV: Debemos tener cuidado: no generalizo porque tengo un respeto profundo por los periodistas que están arriesgándose en pos de la noticia, pero sí hablo de ciertos medios cooptados por los Estados necropolíticos, que difaman, que espectacularizan la violencia y que buscan el titular más sangriento, más truculento, más morboso para tener grandes audiencias. No digo que todos los medios hagan este trabajo porque hay algunos que se preocupan mucho por sus noticias, que intentan acompañar a la población y darle información que de verdad es necesario que conozcamos. Pero sí hay medios que espectacularizan estas lógicas, que “lavan” las noticias porque las vacían de contenido y sólo muestran el cuerpo muerto y ponen etiquetas que ya están demasiado manidas.

Pienso, por ejemplo, cuando en el norte de México hay una persona acribillada y muerta, lo primero que el medio dice es “seguramente tenía nexos con el narcotráfico”. Puede ser que esa persona no haya tenido jamás una vinculación con éste y que realmente le hayan asesinado por otro motivo, pero está tan instaurada la mentalidad que difunden los medios que se cree que la víctima fue parte del crimen organizado.

Esa sí es una conciencia que se ha implantado mediante una repetición constante, por parte de los medios, de las imágenes violentas y de las lógicas del exterminio del crimen organizado. Así, parece que hay una homogenización de todos los casos, lo que no nos ayuda a comprender el fenómeno, lo cual también invisibiliza muchos asesinatos de víctimas de otros tipos de violencia, como la feminicida, económica y la desposesión de territorios de muchos lugares de México.

Entonces hay muchas formas de violencia que estamos descuidando porque el 90 por ciento de las noticias tienen que ver con crimen organizado, y no siempre es así.

 

AR: Al final del libro usted relata su experiencia en una vía rápida de Tijuana: iba usted con su hermana cuando de un vehículo cayó el pedazo de un hombre. Usted llega a decir que se siente responsable de su desmembramiento. En el capitalismo gore, ¿cuál es la responsabilidad de los ciudadanos en esta situación?, ¿cómo pueden ayudar a revertirla?

SV: La responsabilidad social que todos tenemos tiene que ver, primero (y va a sonar un poco contradictorio) con, justamente, no tener una perspectiva crítica sobre lo que está pasando en nuestro país y pensar que todo tiene que ver sólo con el crimen organizado.

Nuestra responsabilidad también no implicarnos activamente en las cuestiones de nuestras comunidades; por ejemplo, pensar en el argumento manídisimo de que los delincuentes “se matan entre ellos”, pero llega el día que nos toca a nosotros y decimos “no éramos parte de eso, y de repente nos convertimos en víctimas colaterales de un conflicto”. Eso no es así: nosotros vivimos en la misma sociedad que esas personas y participamos de esas lógicas de avasallamiento cuando dejamos que la gasolina y los impuestos sean cada vez más altos, cuando despreciamos a la gente, cuando somos racistas, homófobos, clasistas, cuando pensamos que porque nosotros estamos bien todo el mundo va a estarlo, por ejemplo.

Esa lógica de individualismo neoliberal nos ha llevado a que el tejido social esté descompuesto porque no estamos articulándonos en una fuerza crítica para hacer que el Estado cumpla sus potestades. Mientras nosotros pensemos que porque tenemos un trabajo fijo, que atendemos un negocio o que no nos morimos de hambre no nos debe importar la gente, caeremos en una lógica que contribuye a esa violencia.

Yo me sentí responsable de lo que mencionas porque yo vivo en esa ciudad, y nunca había visto un cuerpo descuartizado. Sabía que existían, pero no había pensado cuál era su implicación, y me sentí responsable porque era un joven y tiene que ver con el problema del juvenicidio en México. Se trata de poblaciones jóvenes y desprotegidas que no tienen un trabajo, que no tienen un horizonte y que además están criminalizadas porque parece que no hacen nada (los mentados ninis). Entonces se unen a estas filas de la delincuencia como una forma de salvar las cuestiones de clase, de la vergüenza de no tener un trabajo, de no poder participar socialmente.

Nuestra responsabilidad tiene que ver también con educarnos y educar a la gente que está a nuestro cargo, con la que vivimos, para no reproducir las violencias sexistas, machistas, homofóbicas y racistas, y para poder reconfigurar el tejido social y ser una colectividad crítica.

También hay que visibilizar diversas luchas, como las que hay por los territorios, de los padres de los normalistas desaparecidos, de las madres de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, de las mujeres que hacen campañas antiacoso en la Ciudad de México, las personas de la comunidad LGBTTTI que salen a luchar por sus derechos para ser verdaderamente ciudadanos, frente a las marchas a favor de la familia natural.

Tenemos que plantearnos ese tipo de cuestiones para que no nos coma la violencia y el tejido social vuelva a restructurarse con una lógica que no repita la del capitalismo gore.

 


*Entrevista publicada en El Búho, núm. 194, año 18, junio de 2017.