Acción Nacional, un partido antipolítico
Entrevista con Carlos Arriola*
Ariel Ruiz Mondragón
Tras una “brega de eternidad” digna de “místicos del voto”, a finales del siglo XX el Partido Acción Nacional (PAN) logró cosechar los frutos de medio siglo de lucha por la democracia ya no sólo con posiciones en los Congresos federal y locales o en los municipios, sino a través de la conquista de su primera gubernatura en 1989, en Baja California, y posteriormente alcanzó la Presidencia de la República en 2000, posición que revalidó en 2006.
Fundado en 1939 por un grupo de notables profesionistas liberales encabezado por Manuel Gómez Morín, fue una respuesta directa a la política seguida por el gobierno de Lázaro Cárdenas, y en las décadas siguientes fue el principal partido opositor al gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI). En el sistema político mexicano ha sido el principal partido de derecha, aunque no el único de esa orientación ideológica.
Debido a su creciente importancia, el PAN ha sido objeto de varios libros en los que se le ha estudiado cada vez con mayor detenimiento. Uno de los pioneros en el análisis de esta organización política lo es Carlos Arriola, quien hace dos años publicó un volumen en el que hace una síntesis histórica del blanquiazul: El miedo a gobernar. La verdadera historia del PAN (México, Océano, 2009). Allí encuentra las raíces doctrinarias de la incapacidad de ese partido para hacer política para gobernar con eficacia.
A propósito de la publicación de ese libro tuvimos la oportunidad de conversar con el autor, con quien tratamos los siguientes temas: su experiencia como militante del PAN, las razones de las características antipolíticas del partido, su importante participación en la formación cívica de la ciudadanía, la escasez de líderes verdaderamente políticos a su interior, sus conflictos internos y las condiciones del ascenso de Vicente Fox al poder.
Arriola fue profesor de El Colegio de México, institución de la que también fue secretario general. Fue articulista del periódico El Economista y ha ocupado diversos cargos en la administración pública federal, como director de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Educación Pública, director general de Desarrollo Político de la Secretaría de Gobernación. También fue presidente del Consejo Directivo del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa.
Ariel Ruiz (AR): Usted es uno de los más antiguos estudiosos del PAN. ¿Cómo nació su interés por estudiar esta organización?
Carlos Arriola (CA): Mire, como lo escribo en el libro y también lo declaré a Proceso, en mis juventudes ya muy lejanas milité en el PAN...
AR: Con Manuel Rodríguez Lapuente...
CA: Y con Hugo Gutiérrez Vega. ¿Qué se podía esperar de un joven con inquietudes, que nació en Guadalajara y que estudiaba en colegio católicos? Pues obviamente la única posición era el PAN, lo cual fue una experiencia muy interesante e importante. En cierta manera constituimos el ala izquierda del partido, un acercamiento a la democracia cristiana, en la que participaron, además de los mencionados, Miguel Ángel Granados Chapa, Francisco José Paoli y muchos otros jóvenes de esa época, quienes después renunciamos y nos salimos del partido en 1962, ya hace casi 50 años.
Posteriormente me dediqué a la vida académica, y uno de los temas que observé que no estaban estudiados era el PAN, justamente. Había algunas cuantas publicaciones, alguna de un autor americano, Donald Marbry, quien yo creo fue el primero que se ocupó del tema, y alguna que otra cosa muy primeriza.
Entonces de allí me surgió la inquietud de ocuparme de este tema, como también me ocupé del de los empresarios, porque estaban muy vinculados. De esas dos corrientes resultado de mi participación personal juvenil y de la vida académica, han salido estas publicaciones.
AR: Para ahondar en este aspecto autobiográfico, usted menciona su militancia panista junto a Rodríguez Lapuente, líder juvenil del partido a principios de los años sesenta...
CA: Un queridísimo amigo.
AR: Y usted mismo también fue líder juvenil en Jalisco. ¿Cómo fue su experiencia al interior del partido?
CA: Es muy buena pregunta porque está relacionada con una de las tesis del libro: que los fundadores no se propusieron alcanzar el poder, jamás plantearon la formación de políticos profesionales, sino que querían un partido de aficionados más parecido a la Acción Católica que a Acción Nacional. Nuestro grupo, pues, estaba muy interesado en la política profesional (la que, por cierto, Manuel Gómez Morín había recomendado a José Vasconcelos en 1929; pero 1939, cuando ya era abogado de las derechas, convirtió al partido en una organización de aficionados). Entonces era una contradicción y, claro, no encajamos, no les gustó que fuéramos un poco más decididos, más enérgicos.
Empezamos a hacer cursos de capacitación, aunque no llegamos a formar una escuela de cuadros (esto existiría hasta la presidencia de Carlos Castillo Peraza, ya muchos años después). Pero estas inquietudes políticas nos las cortaban.
Entonces, fue una experiencia muy buena, pero fue a la vez frustrante ver que el partido no quería profesionalizarse. Yo creo que fue un gravísimo error del PAN porque no nomás fuimos cuatro o cinco personas las que salimos del partido, sino muchas más, toda una generación, lo que dejó un hueco en el PAN.
AR: Leí con atención algunos de los documentos de Gómez Morín que cita al principio del libro, y hay un texto de 1939 que me atrajo mucho, que dice que hay dos tesis del fundador: la primera, que los panistas serían hombres “que no harán de la política su ocupación constante”...
CA: Que no se mutilarían.
AR: Así es, y la segunda es la afirmación de que “nuestra inexperiencia es la mejor garantía no sólo de buena intención, sino también de acierto seguro”. ¿Esto ha pesado mucho en la historia del PAN?
CA: Definitivamente. Yo le llamo a esto “orígenes genéticos” del PAN, en los cuales no estaba contemplada la política. De allí que haya desarrollado una cultura antipolítica, y si a esto le sumamos su falta de políticos profesionales, no debe extrañarnos que la cultura política de los panistas no los haya preparado para ejercer el poder. De allí que les dé miedo, que es muy racional; insisto en esto: no es un miedo irracional a las brujas, y pongo un ejemplo muy claro: si al piloto de un avión le da un infarto y le dicen a usted “tome los mandos”, por supuesto que le va a dar miedo; ahora bien, si no los toma, el avión se cae. Bueno, pues a ver, que lo guíe la torre de control y haga lo mejor que pueda con miedo, que es natural, normal.
Esto es lo que me motivó a escribir este texto al que, por sugerencia de mi maestro Rafael Segovia, le pusimos “el miedo a gobernar”.
AR: Desde el principio en el PAN hubo una corriente muy fuerte que usted menciona: la católica, que pensaba dedicar los esfuerzos de la organización a la educación política y a la formación cívica. Muchos años después, y creo que no tan desconectado de ello, a finales de los años noventa Castillo Peraza habló de una “victoria cultural” panista. ¿En qué medida el PAN realmente promovió el civismo y la cultura política democrática?
CA: Creo que hay dos partes en la pregunta, la primera referente a la educación cívica. Considero que fue muy buena, porque recordemos que en México no había ciudadanos, y cuando no los hay no puede haber democracia: para que haya guisado de liebre hace falta la liebre. En la Colonia lo que hubo fueron súbditos del Rey de España; si se acuerda, hay una frase del virrey De Croix que decía: “Los súbditos del Rey de España nacieron para callar y obedecer”. Entonces no podía haber ciudadanos en la Colonia, ni tampoco en la Independencia, en el siglo XIX; pero el PRI y el PAN (creo que entre los dos) y la educación pública, etcétera, empezaron a crear ciudadanos, y hubo una revolución cultural: se creó una cultura cívica y se creó el sistema político mexicano. Pero yo creo que esa es la aportación más positiva del PAN: el haber creado una cultura política.
Ahora, la segunda parte de la pregunta, acerca de lo que decía Castillo Peraza: que haya sido una victoria cultural panista, no creo. La creación del sistema político mexicano se debe, básicamente, al general Calles, a la educación pública, al ejercicio continuo de las elecciones en las fechas y los plazos programados, el hacer campañas, etcétera, y todo eso fue creando una conciencia cívica. Así es que yo creo que no hay que regatearle méritos ni al PRI, ni al PAN, ni al Partido Popular que formó Vicente Lombardo Toledano, ni a otros partidos que ha habido, como el PRD últimamente. En cierta manera todos son responsables del sistema político mexicano con sus virtudes y sus defectos.
Entonces, no creo que haya una victoria cultural particularmente atribuible al PAN. Allí, aunque respete y quise mucho a Carlos Castillo, difiero de su opinión. Creo que si hubiera vivido, habría rectificado, porque la política es la misma, sea que se labre la tierra con un arado o que se haga con un tractor, como decía Raymond Aron. Es decir, la naturaleza humana es la misma, y cuando se habla de que el PAN ha adquirido rápidamente los vicios del PRI, es una falsedad. Ha adquirido los vicios de la política, que es la misma desde hace dos mil 500 años —cuando se inventó en Grecia—, es la de hoy y será la de mañana.
Entonces, lo que pasa es que los panistas pensaron que ellos podían hacer una política diferente, de gente buena, honrada, eficiente. ¿Por qué? Por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero se ha demostrado que éste no actúa muy claramente a favor del PAN.
AR: Usted es muy duro con el partido. Además del respectivo a la cultura política, ¿qué otros méritos le reconoce al PAN?
CA: Le reconozco muchísimos. Como le decía hace rato, el más importante es su aportación a la educación cívica del país; segundo, tuvo algunos candidatos muy respetables, aunque yo no haya comulgado con sus ideas, como Luis H. Álvarez, un hombre extraordinario, de los que, mal que bien, pusieron el ejemplo de que se podía ser un hombre derecho en política y ser buen candidato (aunque no digo que todos sus candidatos hayan sido buenos). Tercero: creo que su insistencia en el voto, la limpieza electoral, en la credencial de elector con fotografía, fueron aportaciones pequeñas pero sustanciales para ir mejorando el sistema político mexicano.
Al lado de eso también hubo, a veces, aspectos negativos: su insistencia en la lucha contra los libros de texto, su oposición al laicismo, etcétera.
Yo no creo ser muy duro con el PAN, sino con Vicente Fox. No es la primera vez que surge la afirmación de que soy muy duro con el PAN. Lo soy claramente con Fox, pero no lo soy con Efraín González Luna, Efraín González Morfín, Adolfo Christlieb Ibarrola, y no sólo eso, sino al contrario, los elogio. Sí crítico, sin dureza porque eran medios tontos y no vale la pena ocuparse mucho de ellos, con Pablo Emilio Madero, con los Vicencio Tovar y su nepotismo, pero no por otra cosa. Yo conocí personalmente a Abel Vicencio, y nos respetábamos, aunque no coincidíamos en todo; teníamos una buena relación.
AR: Usted ve muy grises a todos esos dirigentes. ¿Han seguido esa línea?
CA: Sí, son muy grises, sin preparación intelectual. Cuando hablo de la palabra “intelectual” no es que piense en Octavio Paz, sino en tener políticamente un pensamiento sólido, como los Castillo Peraza, González Morfín (con quien me identifiqué mucho porque era del ala izquierda del PAN). Pero ahora el partido no tiene, ninguno de sus miembros tiene la capacidad intelectual para formular programa y establecer posturas; el último que supo pensar la política y al PAN fue Castillo Peraza. Hoy es de una mediocridad pavorosa
AR: Una de las tensiones que atraviesa la vida del PAN, y que retrata el libro, es la disputa entre los doctrinarios, impulsores de la cultura antipolítica que usted menciona, y quienes sí tienen la intención de llegar al poder, como los empresarios.
CA: Los pragmáticos.
AR: Ahora que el PAN ha llegado al poder, ¿ha cambiado esa correlación de fuerzas?
CA: Sigue existiendo esa división, pero yo ya no la llamaría entre pragmáticos y doctrinarios, porque creo que esas etiquetas (que necesitamos poner para podernos entender) ya no son válidas. Ahora es simplemente la disputa por el poder entre la corriente del expresidente Fox, Manuel Espino, Santiago Creel, etcétera, y la de Felipe Calderón. Ambas tienen raíces muy viejas, en el ambiente empresarial, por un lado, y en el religioso, por el otro; la de Calderón está más en el ambiente religioso, en el ambiente socialcristiano, ya que fue discípulo de Carlos Castillo, mientras que los foxistas son estos señores de la Coparmex que se caracterizan por su vulgaridad política y, sobre todo, por su ignorancia pavorosa, ya que no leen ni el periódico. Nada hay de formación culturalmente política; no me refiero a que hayan leído La guerra y la paz de Tolstoi o Vida y destino de Vasili Grossman, sino a la cultura política que tienen o tuvieron un Obama, el general Charles de Gaulle, Romano Prodi o Felipe González. Los de aquí son más parecidos a gentuza como Silvio Berlusconi.
AR: ¿Hacia su interior los panistas han sido lo democráticos que exigen para el resto del país? Usted cita algunos documentos de la organización que incluso llama “fascistoides”.
CA: Creo que si usted quiere un demócrata puro, ideal, no lo encontrará, no existe, ni en el PRI, ni en el PAN ni en el PRD; tampoco existen la mujer ni el hombre ideales para casarse.
Pero sí es cierto que no son tan demócratas como presumieron serlo. Es decir, presumieron muchos años, décadas, de que eran más demócratas que los priistas, que eran más honrados, más eficaces. Pero el poder da la verdadera dimensión del hombre, y cuando lo alcanzaron se notó que no eran ni tan demócratas, ni tan honrados, ni tan eficaces, y que son bastante más ineficaces. En términos de honradez, es difícil ver quién ha sido peor porque es un problema de cultura nacional, porque tampoco hay mucha honradez entre los empresarios ni en los comerciantes, ni en la Iglesia. Aquí el que esté limpio que tire la primera piedra, como dice el Evangelio.
AR: La suya es una historia interna del PAN. Hay que destacar que buena parte de la debilidad del propio partido se debe a causas internas propiamente, como su doctrina. Usted menciona en sus conclusiones un asunto muy interesante: que el gobierno rescató al PAN de la mendicidad cívica en la que vivía, y lo llevó a ocupar lugares en la representación nacional. ¿Cuáles fueron las razones del gobierno priista para darle vida al PAN, una fuerza, como usted la llama, “antipolítica”, “reaccionaria” y “antimoderna”?
CA: Esta es otra de las cuestiones que yo creo que son más significativas para la vida política de México, y me da mucho gusto que me la haya preguntado. Si vemos la historia de América Latina, es decir de todas las excolonias españolas, nos permiten un cierto punto de comparación. Hubo países que fueron colonias españolas que tuvieron procesos democráticos y alternancia en el poder más rápidamente que en México, pero en los que, frente a las subidas de los partidos de izquierda, hubo golpes militares, cierre de las vías de participación, etcétera. México no lo hizo; desde el principio pudo haber sido una opción para los gobiernos de la Revolución cerrarle las puertas a la reacción —como le decía Calles—, y todavía no se creaba el PAN. Pero Calles, en vez de decir “vamos a impedir que lleguen al Congreso representantes de la reacción”, manifestó todo lo contrario: en el discurso fundacional del PRI, que entonces era el Partido Nacional Revolucionario, dijo: “Señores, debemos aceptar que haya miembros incluso de la reacción en la Cámara”.
Entonces, desde el principio hay una lógica de que debemos buscar la democracia. Puedo estar de acuerdo con los panistas y con muchos otros antipriistas en decir que se tardó mucho, sí; a la mejor el proceso pudo haber sido mucho más corto, son de las cosas que no sabemos, pero yo creo que en buena parte se debió a que el PAN era muy débil por las razones que dijimos anteriormente, y que nunca tuvo capacidad para ganar una gubernatura.
En el libro presento un facsímil de un documento fundamental hecho por Gómez Morín — quien era un hombre muy inteligente— en 1943, en el cual proponía la creación de una especie de IFE y la representación proporcional. Su error fue pensar en la proporcionalidad integral, es decir, que todos los diputados fueran electos por la proporcional integral, lo que no era viable en el país cuando todavía había caudillos y caciques.
Pero el gobierno no echó en saco roto las consideraciones de Gómez Morín, y cambió la ley electoral, que era de tiempos de Carranza, y por la que la casilla se instalaba con los primeros cinco que llegaban, y entonces claro que había balazos. Entonces se creó la Comisión Federal de Vigilancia Electoral, se centralizó el proceso, se expidió una nueva ley electoral, etcétera, y en la elección de 1946 el PAN ya obtuvo diputados; es decir, a los siete años de haber sido creado. Se le aceptaron triunfos en partes urbanas, en el campo ni siquiera tenían presencia, y casi todos aquí en el Distrito Federal, es decir, la zona donde había mayores niveles educativos, culturales, etcétera.
Luego vinieron sucesivas reformas, la más importante de las cuales empezó en 1964, cuando ya se acepta la representación proporcional, aunque no integral, sino como en muchos otros países: un sistema mixto, en el que hay diputados de mayoría y de representación proporcional, que es el sistema que tenemos actualmente. Esta reforma la negoció Christlieb Ibarrola con Gustavo Díaz Ordaz en 1962-63, después de la campaña de Luis H. Álvarez y de que muchos salimos del PAN, lo que fue una crisis para el partido. Entonces, el gobierno, en vez de aprovecharla para acabar con el PAN (podía haberlo hecho tranquilamente y no hubiera pasado nada), le ayudó y le otorgó hasta 20 diputados de representación proporcional, lo que le infundió oxígeno al PAN, que se encontraba en estado comatoso.
En 1975 y 1976 el PAN, por sus pleitos internos, en los que nada tiene que ver el gobierno, se dividió y prefirió no lanzar candidato a la Presidencia de la República, lo que provocó una nueva crisis. ¿Cuál es la respuesta del gobierno? ¿Aprovechó la crisis para darle en la torre al PAN o abrió el sistema político? Vino la gran reforma de Jesús Reyes Heroles, por la cual aumentó el número de diputados y el PAN obtuvo 40 ó 50 en 1979. Le volvió a dar vida al PAN.
Es decir, el PAN nunca encontró un muro impenetrable, sino al contrario: el gobierno siempre la abrió puertas para que pudiera crecer y desarrollarse.
Ahora bien, el gran cambio de Reyes Heroles es que le dio a los partidos el carácter de instituciones públicas autónomas —mismo que tenían las cámaras de comercio pero no los partidos políticos—; antes, aquellos eran asociaciones civiles que se constituían como querían. La ley aprobada por el Congreso, por el poder legislativo en el que estaban los panistas, les dio a los partidos financiamiento público para que no dependieran de que les pudieran dar los empresarios, la Iglesia o los burócratas –y, ahora, del narco.
Pero, ojo, el PAN no aceptó los subsidios, sino hasta que lo preside Luis H. Álvarez; tomó 14 ó 15 años que el partido aceptara el financiamiento público. En esos años el partidoo, de forma muy comodina, tenía sus 60 u 80 diputados y no le importaba más. Allí es donde yo digo que falló el PAN en formar un verdadero partido de oposición. Se quedaban contentos, tenían sus despachos de abogados, consultorios de médico y además eran diputados y cobraban. Entonces hubo una desidia enorme de la que hay dos gentes responsables, como lo señalo en el libro: Abel Vicencio Tovar y después Pablo Emilio Madero. Hasta que llegó don Luis H. Álvarez (y subrayo el “don”, porque es un gran señor) el partido se modernizó y empezó algo que no aceptaban en el PAN: tener personal de tiempo completo pagado por el partido. Como decía Max Weber: para vivir de la política para la política, y quitarse el carácter de aficionados, hacerse profesionales de la política. Pero esto lo veían como un pecado de corrupción. Ese grave error, atribuible sólo al PAN porque no le pueden echar la culpa de esto al gobierno, es el que los hace llegar al gobierno con miedo al poder.
AR: Usted menciona una frase muy significativa de Max Weber: “Quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas, no debe seguir los caminos de la política, cuyas metas son distintas y sus éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza. Los genios o los demonios de la política viven en pugna con el dios del amor, pugna que puede convertirse en conflicto insoluble". ¿No le parece que, finalmente, ese es el fundamento del miedo del PAN a gobernar?
CA: Exactamente. Usted es el primero que ha notado eso y que lo ha dicho en las entrevistas que me han realizado.
La frase de Weber la cito en dos partes del libro. La corriente católica, de la que formaron parte desde González Luna hasta Felipe Calderón, sí tenía y tiene en mente la salvación del alma, y Weber dice que todo aquel que busque la salvación de su alma o la de los otros, que abandone el camino de la política, porque la política tiene zonas de moralidad dudosas, y mejor que se dedique a alguna otra actividad. Él habla de la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. Es decir, Calderón o González Luna pueden ser muy buenos católicos, tener una ética personal de convicción muy clara, muy respetable, pero la política tiene una ética de la responsabilidad. Es decir: “yo soy responsable de 100 millones de mexicanos, y a la mejor para lograr su bienestar y su seguridad, tengo que recurrir a ciertos métodos que son dudosos”. Veamos la lucha contra el narcotráfico, que es un caso esencial de la ética de la responsabilidad: yo creo que nadie puede estar de acuerdo en que haya muertos, aunque sean criminales; sin embargo, el presidente Calderón allí actuó con ética de la responsabilidad: “Vamos a luchar contra el narcotráfico aunque cueste vidas”.
AR: Otro tema interesante es el de la crítica que usted hace a Vicente Fox, también citando a Weber: la carencia de objetivos y la falta de responsabilidad. En este sentido, ¿cómo fue posible el ascenso de Fox al interior del PAN y a la Presidencia de la República? Muchas veces los integrantes del partido se pretendieron notables, estudiosos que querían hacer de la política un asunto serio. Fox tenía las características antipolíticas, e incluso ya en el ejercicio de su gobierno a veces estuvo enfrentado con su propio partido.
CA: Creo que hubo muchas circunstancias, unas de carácter internacional y otras nacionales. En el capítulo “Intermedio”, en el que no hablo del PAN, pero sí de la caída del muro de Berlín y del socialismo que deslegitimó a la izquierda, y de ese vacío político que fue llenado de inmediato por las derechas —en plural. Esa es una primera circunstancia que ayudó.
Una segunda es que con el asesinato de Luis Donaldo Colosio mucha gente —cito a Juan Sánchez Navarro, entre otros— creyó que el PRI, por sus pleitos internos, había perdido la capacidad de gobernar. Esto es fundamental.
Un tercer elemento es la actitud del presidente Ernesto Zedillo, quien nunca fue un priista y quien creo que pensó que los priistas iban a volver al proyecto original del PRI: un Estado fuerte, grande, regulador —al que ahora hasta Obama está volviendo. Yo conocí personalmente a Zedillo, quien es un neoliberal radical, y estoy seguro de que creyó que el PAN tenía más capacidad que el PRI para continuar con el proyecto neoliberal, y le amarró las manos a su partido al cambiarle presidentes todos los años.
Al lado de eso también hubo una campaña antipriista muy grande, apoyada a veces desde el gobierno y generada también por 70 años de gobierno, la gente estaba cansada y ya quería la alternancia.
¿Cómo fue posible que ganara dentro del PAN? Hay que reconocer que Vicente Fox es una persona carismática; es un merolico, pero tiene presencia. Y el presidente del partido, en ese momento, era Felipe Calderón, quien tenía 33 años y era muy débil. A éste logró imponerlo Carlos Castillo, pero con mucho trabajo, con un PAN ya muy dividido ya que Fox y Castillo ya habían tenido pleitos. Fox se comió tranquilamente a Calderón, a quien no apoyaban ni Diego Fernández ni los grandes panistas, quienes se hicieron a un lado en el pleito. Lo dejaron solo y Fox llegó como candidato único a la elección interna.
Fox, además, tuvo el apoyo de la Iglesia, como Guillermo H. Cantú escribió con una falta de discreción política —porque son de las cosas que no se dicen— porque expuso todo, entre esto cómo estuvo el enjuague del apoyo de la Iglesia a Fox. No es que me lo haya inventado, sino que un foxista lo dice.
Y luego está el caso de los empresarios que le dieron dinero vía Lino Korrodi y Carlota Robinson.
Todo eso se juntó para que llegara, además de que Cuauhtémoc Cárdenas llegó muy desgastado a su tercera elección presidencial. Eso permitió el ascenso de este señor Fox.
Pero me sorprende más que no los que no hayan reaccionado fueron todos los académicos y muchos intelectuales —con excepciones, desde luego— que apoyaron a Fox, los del “voto útil”, que fueron muy movidos por el antipriismo.
Por eso le digo que hay que relacionarlo con lo que decía Gómez Morín al principio: cuando una ola de entusiasmo lleva a un caudillo al poder, al día siguiente del triunfo se desmorona esa fuerza por la falta de grupos organizados, de profesionales de la política.
AR: Usted menciona que el PAN conserva mucha de la cultura antipolítica, desde quienes hacen política pero no profesionalmente, hasta las iniciativas en el gobierno de Fox por establecer una suerte de democracia participativa, que parecen, más que encaminadas a la participación ciudadana, a buscar saltarse a los partidos y a las instancias de representación. Pero usted de se refiere a la política, la única, la de hoy, ayer y la de siempre. ¿Cómo puede el PAN ingresar a esta política?
CA: Efectivamente, cambiar una cultura política es muy difícil, tarda años, siglos quizá. Por supuesto que hay muchos panistas, yo mismo tengo todavía algunos buenos amigos entre ellos, que se escandalizan porque el PAN esté haciendo lo mismo que el PRI; no, está haciendo política, tratando de hacer política. Les digo: “No se sorprendan, es lo normal.” “¿Cómo va a ser lo normal?”, “Es lo normal en política; no era lo normal en el PAN porque estaba en la oposición; pero una vez que se llega al poder, sale el cobre de todo mundo. Ya enseñaron el cobre”.
Pero creo que todavía existe una fuerte cultura antipolítica. ¿Cómo podría modificarse? En parte, con el ejercicio del poder, eso les va a mostrar la grandeza y las miserias de ejercer el gobierno. Esto tiene sus aspectos muy positivos, pero también impone servidumbres muy pesadas, para lo cual no estaban preparados. También deben tomar responsabilidades, y el PAN ya en alguna ocasión ha tenido que asumir responsabilidades serias, otras muy desagradables; pero o lo hace uno y se porta a la altura de las circunstancias, o mejor se va uno a un convento en vez de a un partido político, lo que decía Weber.
AR: Hay quienes piensan que puede haber otros mecanismos de participación distintos de los partidos y que tal vez éstos puedan ser sustituidos en la democracia. ¿Qué opina al respecto?
CA: Que los mexicanos, como cualquier otro pueblo, tenemos que confiar, creer y tratar de mejorar a los partidos políticos, porque sin partidos —no me importa si son el PAN, el PRD o el PRI— no hay democracia posible. Eso de la sociedad civil es una vacilada, porque usted o el señor que está enfrente puede decir: “Yo represento a la sociedad civil”. Sí, pero ¿quién te eligió? Y mañana yo digo: “Tú no representas a la sociedad civil, sino yo”. Entonces vamos a caudillajes que no conducen a ninguna parte.
La democracia no es el mejor de los sistemas, efectivamente; como lo decía Churchill, es el peor, a excepción de los demás. Nuestra democracia es joven, una primera experiencia de la alternancia, no desesperemos. Tenemos que confiar y creer en ella, y tratar de mejorarla por la educación, la cultura y la participación.
*Entrevista publicada en Replicante, enero de 2011. Publicada con el permiso del editor.