miércoles, mayo 18, 2016

Caminar en la tormenta mexicana. Entrevista con Daniela Rea


Caminar en la tormenta mexicana
Entrevista con Daniela Rea*
Ariel Ruiz Mondragón
México se encuentra sumido en una profunda crisis de seguridad y de justicia, lo que ha llevado a una situación en la que la delincuencia se ha desbocado debido no sólo a la falta de castigo sino incluso a la franca complicidad de las autoridades. Lo anterior da como resultado un escenario francamente grave.
Lo anterior ha sido reflejado en diversos análisis y estudios, que van desde los ejecutómetros que han publicado algunos diarios, hasta amplios informes sobre criminalidad, impunidad y derechos humanos que revelan su deteriorado estado en nuestro país. Sin embargo muchos de esos documentos no acaban de dar cuenta de los dramas humanos que encierran sus datos.
Por lo anterior es necesario un periodismo que también se haga cargo del relato más cercano de quienes son los actores principales de la tragedia mexicana en materia de seguridad y justicia. Justamente ahora Daniela Rea (Irapuato, 1982) reúne en su libro Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia (México, Ediciones Urano, 2015) diez reportajes en los que se relatan casos que ejemplifican muy bien asuntos tan diversos como la invención de culpables, la tortura, las desapariciones forzadas, la criminalización de las víctimas, la evaporación de las responsabilidades de las autoridades, las iniciativas comunitarias indígenas para enfrentar a la delincuencia, la influencia de los cárteles en las zonas marginadas y las memorias de un exguerrillero, entre otros.
Replicante conversó sobre ese volumen con Rea, quien es reportera independiente. Se graduó en la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, e inició su trayectoria periodística en el Sur de Veracruz. Ha colaborado con frecuencia en Reforma, así como en Etiqueta Negra, Cosecha Roja y Replicante. Es integrante de la Red de Periodistas de A Pie y de Nuevos Cronistas de Indias, y textos suyos han formado parte de cuando menos cinco libros. En 2013 obtuvo los premios Excelencia Periodística, del PEN Club México, y Género y Justicia, de la ONU Mujeres y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar en libro estas 10 historias acerca de la inseguridad, la injusticia, la indolencia, la impunidad que ha garantizado el Estado mexicano?
Daniela Rea (DR): Porque creo que nos falta contarnos más y sabernos más para entendernos. Porque a pesar de que tenemos 10 años de guerra contra el crimen organizado y muchas otras violencias en este país, creo que, como decía Jacques Derrida, cada muerte es el fin del mundo. Si no entendemos así a cada una de las víctimas de la violencia del Estado y de la violencia criminal, no nos vamos a dar cuenta de la pérdida que estamos teniendo como país.
Para mí misma este libro fue un ejercicio de tratar de entender cómo se puede sobrevivir, cómo se le puede dar sentido a la vida después de haber sido víctima no sólo del crimen sino también de la impunidad y luego de la indolencia.
También para mí fue un ejercicio de contarme las cosas con la mayor tonalidad de grises que sea posible; no erijo aquí ninguna verdad, y me gusta entender que las víctimas no solamente son víctimas, que no son impecables, y que los victimarios tampoco son completamente perversos.
Cuento un caso particular de los victimarios: a Kalusha todo el mundo lo acusaba de ser el asesino de El Chino, pero algo tan simple como acercarse a él y preguntarle qué pasó y conocer la historia de sus propias muertes y de sus propias ausencias nos cambia por completo la historia que nos estamos contando.
A veces parece que uno dice las cosas supercontundentes y generalizadas, pero para mí es importante que nos empecemos a contar lo que nos está pasando con todos los matices que hay, de lo que implican la maldad, la violencia, la impunidad. Seguir contándonos como los buenos y los malos no nos va a llevar a ninguna posibilidad de encuentro y de entendimiento.
Por los elementos que yo pongo en este libro, de técnicas de investigación, de escuchar los testimonios, de recurrir también a veces a sueños y a poesía, busco entender y desmitificar tanto a víctimas como a victimarios.

AR: ¿Qué problemas y dificultades tuviste para hacer este libro? Son situaciones muy complejas, como las de las madres que visitan a los victimarios de sus hijos en la cárcel, con ofrecimientos de perdón pero también con un rencor muy fuerte y muy explicable.
DR: Yo no tuve dificultades físicas en el sentido de que afortunadamente no he recibido ningún tipo de amenazas. Mis dificultades más bien fueron en cuanto a la técnica, en cómo acercarme a la información y cómo leerla; como que a veces nos seducen los expedientes, y creemos que en ellos están las verdades. Aquí hay varios textos que están hechos a partir de las lecturas de los expedientes, pero también están contrastados con lo que los protagonistas dicen, con lo que se ve y se palpa en el terreno.
Uno de los riesgos fue ese: no dejarme seducir por esas verdades.
Lo otro que sí implicó fue una apertura emocional, lo que también me toca muy profundamente y me deja con tristezas, inquietudes y hasta pesadillas. Lo que yo pueda sentir no es nada comparado con lo que están sintiendo las víctimas, en lo absoluto. Entonces implicó dejarme de sentir por las historias, y fue como dejar de lado la objetividad a la que apelan las escuelas de periodismo y más bien hacerle caso a la honestidad de decir “desde esto me estoy acercando”.

AR: En varias de las historias que relatas parece que las autoridades que mejor se comportan con las víctimas son las que no hacen nada, las que siquiera se abstienen de lastimarlas y no más. En un par de ocasiones parafraseas la fórmula de Hobbes: dices que “el Estado es el lobo del hombre”. Es un Estado que no protege, que no garantiza los derechos ni la vida en convivencia. A partir de estas historias, ¿qué ha pasado con el Estado mexicano?
DR: Quienes integran el Estado responden a intereses de poder, por un lado, y por otro también creo que lo que permite gran parte de estos daños es esa maquinaria que, sin entenderse cómo, sirve para la muerte. Lo plantea Hannah Arendt en todo el trabajo que hizo sobre Eichman, sobre la banalidad del mal; ahora estoy en el proceso de empezar a chambear algo para entender eso. Pero es ver cómo el policía que tortura es un hombre normal, que sube a Facebook fotos con su hijo en el parque.
Son esas dos cosas: hay una impunidad total, un permiso de que cualquiera se puede sentir con derecho a hacer lo que sea porque realmente para algunos no hay ninguna consecuencia de lo que hacen, y ni siquiera se dan cuenta del daño que están causando. Yo platicaba hace unos días con un soldado que me decía “pues es que yo no lo maté, sólo lo sostuve mientras mi mando lo torturaba”, y él está convencido de que él no había matado a una persona.
Creo que esas dos cosas han pasado, y nos han hecho creer que son parte de nuestra cultura y que así va a ser. Me ponía a pensar que más bien tenemos que empezar a cuestionar eso, que no somos así; que no es que dentro de todos haya un gen priista y corrupto, pues. Es muy fácil instalarse en eso porque implica no ser responsables de nuestra propia libertad.
Eso a nivel personal, pero a nivel del Estado cualquiera se siente con el derecho de hacer lo que sea y no pasa nada: no pasa nada con Moreira, con la Casa Blanca, con los policías del News Divine…
De este último ejemplo, no puedo entender que no haya un solo responsable de la muerte de 12 personas (nueve chavos y tres policías; ni siquiera a éstos el Estado los protege). Hay un historial de responsabilidades muy contado de cómo se fueron dando las órdenes, quiénes por su propio cargo tenían que saber de ese operativo y eran responsables de él, aunque se quisieran zafar de cualquier forma. Pero los policías no son responsables, los paramédicos que no quisieron brindarle atención a los jóvenes no son responsables, los peritos que tomaron fotografías de las chavas semidesnudas tampoco. Es una chingadera.
Así, no hay un solo responsable de manera oficial. Y esto es lo que pasa: los responsables del caso News Divine siguieron ocupando cargos de servicio público: Joel Ortega fue jefe de la campaña de Miguel Ángel Mancera para la Jefatura de Gobierno del DF, y estuvo en el Metro, por ejemplo.
Que las familias digan “aquí no hay justicia” y que en ellas germine un deseo de venganza es porque no hemos permitido otra cosa. Ni el Estado ni nosotros como sociedad hemos hecho contención para que las víctimas del News Divine no sientan lo que dice Leticia: “A lo único que aspiro es a que los hijos de esta gente sientan lo que mi hijo sintió al morir”. Es la impunidad.

AR: ¿Cuál ha sido la respuesta social a la impunidad? News Divine es un caso que viene en el libro, pero hay muchos otros.
DR: Yo no entiendo por qué hay una avalancha tan grande de solidaridad hacia ciertos casos y hay un descobijo total hacia otros: por qué la gente respondió con tanta indignación a crímenes como el de Villas de Salvárcar, de Ayotzinapa, de la guardería ABC, y no ocurrió así con los chavos del bar Heaven o los del News Divine. No sé qué nos esté pasando, no sé si nosotros estamos cayendo en el error de querer distinguir víctimas. Tengo una amiga que es víctima de guerrilleros desaparecidos, y ellas misma se ríe de eso y dice: “Es que yo soy víctima con pedigrí”.
Entonces creo que a nivel social hemos sido solidarios sólo en ciertos casos.
¿Por qué nos duelen uno y otros no? ¿Qué dice eso de nosotros mismos como sociedad? ¿Qué no volteemos a ver a nueve jóvenes y tres policías que murieron en nuestra ciudad, y que nos creamos que estamos en una ciudad de progreso? A mí el caso de News Divine me pone muy enojada por eso. Ese texto lo leyó un amigo y me dijo: “Es que estaba muy encabronado”. El juez que citó a declarar al chavo muerto ahora es magistrado, y lo promovió Marcelo Ebrard. Todo está tan explícito en ese caso que dices “no puede ser”.

AR: Hay otras partes del libro donde hablas de casos de personas que han sido desaparecidas o detenidas, y lo que se observa es que son personas común y corrientes, sin perfil de vínculos con la delincuencia. ¿Por qué las autoridades y los delincuentes escogen este tipo de víctimas?
DR: Eso es lo cabrón: nada nos salva. Cualquiera de nosotros puede ser ellos. Liliana es una amiga cercana, vendía en el bazar Fusión, en la Condesa, estudió en la ENAP; Parral es un chavo que trabajaba como empleado de Caminos y Puentes Federales que pidió auxilio de su misma institución para proteger a su misma gente, por ejemplo.
Yo no creo que haya como una selección sino que a cualquiera nos puede pasar. Pudo haber sido un grupo de amigas que cruzaron a McAllen a buscar el vestido de novia, y desaparecieron.
Eso es también lo que quiero que el libro provoque: que nos demos cuenta de que cualquiera de nosotros puede ser ellos. Como decía Butler: sólo reconociéndonos en esa vulnerabilidad nos vamos a sentir obligados a cuidarnos.
Yo todos los días pienso que puedo ser Liliana y no porque me desaparezcan a mi chavo sino porque un día alguien se pasa el alto y lo atropella en la bicicleta y adiós. Tengo familia que vive en estados del norte y también he pensado: al que un día le toque el retén puede ser mi hermano.

AR: Hay una paradoja en todos los casos que reportas en tu libro y que tú misma señalas: muchas víctimas buscan justicia del mismo Estado que las lastimó. En esa circunstancia ¿qué hacer?, ¿a quién recurrir cuando la institución encargada de protegerte, de garantizar tus derechos no lo hace sino hasta al contrario?
DR: A nosotros mismos, y no es en un término new age o de salvación personal. Lo digo sinceramente: a nosotros mismos. En el caso de Miriam, si hay algo que logró que saliera de prisión fue su fuerza: ella es absolutamente resistente y resiliente a sobrevivir a esa tortura diaria. Fue el amor frente a su esposo, pero también es que se sintieron escuchados por alguien. Es muy simbólico que él, que es hombre de mar, lanzó un correo al mar cibernético y sólo una persona le respondió. Además imagínate la forma, que a mí me enternece tanto, como de ingenuidad: decir “pues voy a poner derechos humanos en Google, y a los que encuentre les voy a mandar el correo a ver quién responde”. Y respondió alguien.
Creo que eso es: hay que recurrir a nosotros, no podemos hacerlo de otra forma. Y cuando digo nosotros también habló de las personas que integran el Estado, no es solamente “el Estado malo y nosotros buenos”. Cuando hablo de nosotros hay que recurrir al señor perito que está levantando los restos de un cuerpo encontrado en una fosa clandestina, por ejemplo.
Hay que recurrir a la señora que trabaja en la Procuraduría, que tiene 20 mil errores ortográficos y que seguramente mandó mal un oficio y, en su descuido, en su indolencia citó a declarar a Rafa, el chavo muerto en News Divine. Hay que recurrir a ellos, hay que preocuparnos por ellos también; seguramente también tienen una vida jodida en algunos aspectos y hay algo que también se les violenta de otra forma.
Hoy, más que nunca, no hay que cansarnos; dice mi amigo John Gibler que no podemos disfrutar del gozo del descanso. Si muchos padres de víctimas de crímenes no se cansan y cada mes marchan, cada día protestan afuera de la Procuraduría, cada mes realizan una misa por sus familiares, menos nosotros, desde la trinchera que sea y desde el tipo de reflexión que sea necesario. Tampoco los artistas, los académicos, los periodistas que se dedican a escribir sólo de víctimas, que descubren corrupción, que tratan de entender la maquinaria del mal.
También hay que empujar a que se rindan cuentas; esto sí se tiene que hacer. No nos podemos sentir impunes, ninguno, nadie. No podemos no darnos cuenta de nuestra negligencia y del daño que genera.
Yo creo que si pensamos que vamos a llevar a juicio político a Enrique Peña Nieto, podría ser. Guatemala lo hizo: enjuició a su presidente. Entonces más bien sí, podríamos apostar a eso, a juzgar a Peña, a Felipe Calderón, a los responsables como lo planteó el ministro Arturo Zaldívar cuando hizo su ponencia sobre la guardería ABC: lo que implica ser funcionario público es que eres responsable de lo que hagan los que están debajo de ti.
Vale la pena mantener esa exigencia de rendir cuentas, quién hizo qué y quién no hizo lo que tenía que hacer.

AR: Hay otro asunto que me interesó mucho del libro, que son los medios. Anotas que asumen el discurso del Estado, presentan una realidad virtual en la que se está salvando a la sociedad, hacen propaganda de guerra, hay tribunales paralelos mediáticos, y añades: la maquinaria de muerte y terror del Estado está perfectamente aceitada y funciona con la complicidad de los medios de comunicación. En todos estos casos, en estas injusticias, en esta impunidad, violencia y muerte, ¿qué papel han desempeñado los medios de comunicación?
DR: En el caso concreto del coche bomba, por ejemplo, creo que compraron en absoluto la historia que narró el gobierno de Felipe Calderón, la Secretaría de Seguridad Pública. En los videos dijeron “los presuntos delincuentes”, y los chavos estaban totalmente expuestos. Así su familia se enteró de que estaban detenidos: porque salieron en la tele como asesinos.
Creo que hay varios medios de comunicación —no todos, no quiero generalizar— que han asumido como propio el discurso del Estado de una guerra con fines de combatir al crimen organizado, “para que la droga no llegue a tus hijos”. Yo creo que es necesario cuestionarlo: cada verdad del Estado está ocultando algo y hay que cuestionarla, ver qué es lo que está detrás. Eso estamos obligados a hacer como medios de comunicación.
Sin embargo hay muchos medios que han asumido la verdad del gobierno, y entiendo que mucho tiene que ver con el tema de la publicidad oficial. Muchos medios realmente viven de ésta y eso habla de que no hay una verdadera libertad de expresión. Esto se ve muchísimo con los gobiernos de los estados: los periódicos locales viven de los gobiernos estatales, y pues asumen claramente como propios los intereses de quienes los están financiando.
Pero también he visto un poco más de solidaridad a nivel de coberturas comunes, aunque creo que sí nos ha hecho falta cerrar filas para exigir cuentas. Creo que no habría estado mal cerrar filas alrededor de la Casa Blanca o de Ayotzinapa, que haya un grito unísono representando a los medios de comunicación de decir ¿cuál es la verdad?
Entonces creo que ha hecho falta más solidaridad en cosas que evidentemente nos deberían preocupar a todos.

AR: Das un dato contundente: entre los años 2006 y 2012 179 mil personas fueron detenidas por policías y militares por pertenecer al crimen organizado, de las cuales menos del uno por ciento fueron culpables. ¿Qué dice esto de nuestro sistema de seguridad y de procuración de justicia?
DR: Dos cosas: una lectura es que se está deteniendo a gente para fabricar culpables; otra es la deficiencia de las investigaciones o la colusión de gente que es responsable pero a la que no se le adjudican los cargos que se le deberían hacer.
¿Dónde quedó el otro 99 por ciento?, ¿son responsables que fueron liberados, o son inocentes que después de tres años lograron salir de prisión?
Yo creo que son esas dos lecturas: por un lado la mala calidad de las investigaciones para consignar, y por otro la fabricación de culpables.

AR: Una de las historias que más me atrajo incluso políticamente es la de “El pueblo en rebeldía”, que son dos experiencias de autogobierno distintas: la policía comunitaria y las autodefensas, que están en comunidades vecinas en Guerrero. ¿Qué posibilidades, limitaciones y peligros observas a este tipo de iniciativas y acciones sociales?
DR: Son dos casos: uno es el juicio de las policías comunitarias y otro el de las autodefensas. Las primeras responden a un sistema mucho más organizado de trabajo comunitario en la sierra de Guerrero, tienen ya 18 años, mientras que las autodefensas emergieron más como reacción a la violencia de la guerra contra el crimen organizado. Cuando estuve en ese juicio sumario, popular de las autodefensas, se me puso la piel chinita de decir realmente no hay diferencia entre esto y las presentaciones del coche bomba de Genaro García Luna.
Yo sí veo riesgos de que todos nos queramos erigir como portadores de la verdad y de la justicia.
No tengo una respuesta contundente sobre lo que pasa allí porque, por un lado, veo una lucha muy auténtica de gente que forma las autodefensas y las policías comunitarias también, y por otro lado veo también intereses muy concretos de quienes lideran. Me inquietó ver que hubo una denuncia de tortura contra la policía comunitaria, y que ese caso no se haya querido discutir porque, decían del implicado, “no hizo esto pero seguro hizo otras, y las va a pagar”. Me inquietó mucho porque pensábamos que eso no era posible, que la justicia popular, de las personas de la comunidad, en una asamblea observada por muchísimos ojos, iba a impedir este tipo de cosas. No fue tal.
Me parece también muy fuerte decidir qué privilegiar más: el derecho de la comunidad o el de un individuo. Yo no tengo una respuesta; a la mejor los antropólogos dirán que allí lo que debe primar es el derecho comunitario, y en las ciudades el derecho romano, en el que prima la persona. Yo no tuve ninguna respuesta absoluta; me siento como en arenas movedizas; nos han enseñado que la justicia es darle a cada quien lo que le corresponde, pero lo que hemos visto en la vida real es que no es así.
Vi el caso del chavo de Ecatepec que está acusado y está preso en una de esas comunidades; su historia se me hace muy fuerte porque es una persona no indígena sometida a un sistema de justicia indígena. Hay revelaciones que a mí me parecen bien chingonas, como cuando dice “yo aquí aprendí que a quien estoy dañando es a una persona; allá nada más pagas fianza y sales libre, pero aquí aprendí a ver la cara de a quien le hice daño”. Eso se me hace un descubrimiento por parte de él del sistema comunitario bien chingón, pero él lleva allí años porque su caso ha sido pospuesto.
Creo que ese texto, a nivel de mis creencias, me dejó inquieta porque no hay un sistema que sea impecable, y creo que los riesgos están en que, ante la ausencia del Estado, cualquiera pueda erigirse como justiciero.

AR: En otra parte haces una anotación: la lógica de la desaparición se ha privatizado. Antiguamente ella era casi monopolio del gobierno, y añades que ahora cualquier miembro de las fuerzas de seguridad o un criminal puede desaparecer a cualquiera sin dejar rastro. ¿Cómo ha sido ese proceso, que va de los años setenta con la guerra sucia, hasta ahora que eso lo hacen jefes de policía y criminales?
DR: Ahora que lo planteas, creo que la desaparición forzada surge como un crimen; entiendo que sus orígenes tienen que ver con el decreto Noche y Niebla, de Hitler, y con las dictaduras en América Latina, cuando había una intención política de desaparecer personas. Aquí lo que hemos sabido por compañeros periodistas que han investigado es que gran parte de los grupos criminales descienden o provienen de las fuerzas armadas. Los que practican más la desaparición son los Zetas, y éstos fueron formados supuestamente por militares, y que fueron además preparados por las fuerzas de seguridad estadounidense. Entonces tal vez por allí pueda ser una relación: ¿cómo es que a los delincuentes se les ocurrió desaparecer personas? Pues yo creo que puede venir por allí. Si no hay cuerpo no hay delito, y además la desaparición crea un limbo de terror muy fuerte.
Nos explicaban un día que la guerra lo que busca es controlar territorios también a partir del terror, y que eso se dio mucho en Colombia: las minas, las desapariciones al por mayor, a quien sea, al que pase por allí. Eso ayuda a controlar territorios. A lo mejor eso explica por qué los grupos del crimen organizado también cometen desaparición de personas. Puede ser que el origen tenga que ver con la capacitación de las fuerzas armadas que entraron a las filas del crimen organizado.
Creo que con las desapariciones hay una intención de controlar territorios a partir del terror, una lógica que viene del origen de grupos como los Zetas.

AR: Sobre la privatización de actividades antes reservadas a las autoridades está la historia de El Chino en Ciudad Juárez, con el crecimiento poblacional, la llegada de inmigrantes al Cerro de las Letras. Dices que en esas colonias los políticos encontraron su botín; después los cárteles tomaron su lugar para continuar con el despojo. ¿Cómo ha sido este proceso de sustitución de los políticos por los criminales?
DR: A la mejor sigue; por ejemplo, en el Estado de México creo que todos conocemos grupos de colonias que son utilizadas como botín político, y a lo mejor no es que los políticos hayan sido sustituidos por los criminales sino que los dos coexisten. Probablemente la familia tenga que hacer marchas en contra de quien su líder político les diga o tomar alguna calle, y posiblemente también algún miembro de la familia sea un halcón. Pero finalmente lo que hay es una visión de uso y desecho de la gente que vive en esas condiciones. Probablemente no hay una sustitución, ahora que lo mencionas, puede ser que ya ambos grupos van, se abastecen y cargan cartuchos en las colonias marginadas.
Pero habría que revisar índices, con el asegún de algo que nos ha parecido fácil: la criminalización de la pobreza. Entonces también hay que ver eso con cuidado.
Pero sí creo que hay un uso y desecho de los habitantes de las colonias marginadas.

AR: En una parte del libro rescatas la declaración de la familiar de una víctima, quien dice: “¿Por qué les hicieron eso?, ¿por qué tanta maldad?”. ¿Qué le responderías?
DR: Es una pregunta filosófica. Yo estoy todavía buscando cuál es el origen de esa maldad. Hay una difusión de ésta creo que por la impunidad, porque se cree que se puede hacer lo que sea sin consecuencias. Pero siento que el origen está en una deshumanización.
La violencia es un mecanismo de relación animal y humana; creo que es una cosa natural de la forma de relacionarnos, y después puede detonar en varias cosas. Pero yo creo que es la deshumanización, es dejar de ver el rostro del otro, es dejar de sentir responsabilidad por el otro, de dejar de sentirme vulnerable como el otro. Es una deshumanización en la que somos desechables, prescindibles, sustituibles en todos los sentidos, desde el sistema de trabajo hasta las mismas relaciones familiares. ¿Por qué un hombre golpea a la mujer con la que vive?, ¿por qué un empleador presiona, hostiga, explota, maltrata a alguien con quien trabaja? Pues porque hemos dejado de vernos como personas; como que más bien nos desconectamos de nuestra relación con el otro.
Pero es un asunto que nos falta seguir estudiando.

AR: ¿Qué riesgos has corrido al hacer este tipo de trabajo? En el relato de las autodefensas cuentas que de una casa te sacó un grupo de hombres armados.
DR: De este libro creo que ese es el momento en el que más vulnerable físicamente me he sentido, porque sí pensé: “Estos señores ya han matado a varias personas en retenes”. ¿Te acuerdas que las autodefensas habían matado justificando que eran criminales, o que no se pararon en el retén, e incluso atacaron a unos turistas del DF?
También en Ciudad Juárez, donde más bien fue un asunto de coordinar bien dónde estoy, si me acompaña alguien, cómo salir de allí si es necesario, a quién recurrir si me siento en riesgo.
Pero afortunadamente creo que el único momento en que me sentí vulnerable físicamente fue esa vez que nos agarraron las autodefensas y nos encerraron en un cuarto. Afortunadamente no pasó de eso, pero yo me acuerdo de la imagen cruzando el cerro, rodeados yo y Felipe, el compañero fotógrafo, por 10 encapuchados con armas. Me puse muy nerviosa porque dije: “Aquí nos puede pasar cualquier cosa y ni quien se entere”.
Eso lo viven todos los días compañeros que hacen su trabajo sin ningún tipo de respaldo de los medios para los que trabajan.

AR: Termino: de las historias, personajes y situaciones de tu libro, ¿dónde encuentras esperanza de que las cosas cambien y se haga justicia?
DR: En la resistencia de Miriam, en el amor de ella y su esposo; en la lucha de Mayra por sacar a su esposo de la cárcel, en la lucha de éste y de los otros chavos detenidos por recuperar los pedazos en los que los fragmentó la tortura tras haber sido acusados del coche bomba en Ciudad Juárez en 2010 (aquí hay una imagen que me da mucha ternura: cuando él llega y dice “es que ya soy jefe de cuadrilla, vamos a celebrar”, compran pan dulce y un refresco para festejar. Es un gesto tan tierno de “vamos a salir adelante, de ir construyendo nuestros pedazos”).
La veo también en Liliana, que a pesar de que su hijo sufrió la peor violencia antes de nacer, que es la desaparición de su padre, a pesar de que le arrebataron al amor de su vida, al padre de su hijo, ella dice: “Yo quiero criar a un niño feliz, no a uno que tenga miedo, que crezca con ganas de venganza. Quiero que mi hijo sea feliz, merece ser feliz”.
Veo la esperanza en Araceli, en Lety, en Yolanda, en Rosario y en otras mamás, en Lucía y en Guadalupe, que están aquí pero están buscando a sus hijos y que han asumido una colectividad de que éstos son los hijos de todas. A veces las veo y les digo: es que lo que ustedes están haciendo también es buscar al país que extraviamos todos nosotros. No solamente estás buscando a tu hijo sino al país que se nos perdió en algún lugar.
La veo también incluso en el chavo del Estado de México que es detenido por secuestro, y en su decir: “Esto estoy aprendiendo. Ya aprendí que lo que hago tiene consecuencias en otra persona”.
La veo en Olguita, la señora del parque que construye una comunidad, en la que tratan de cuidarse unos a otros; la veo en la tenacidad del señor Jorge Parral para sumergirse en expedientes y lograr encontrar y recuperar a su hijo.
La veo en El Guaymas, quien, después de tantos años de detención, dice: “A lo mejor yo nada más sobreviví para un testimonio, pero aquí estoy dándolo y trabajando bien en mi empleo del Metro, y saludando al güey que por azares del destino fue halcón” (él, guerrillero, se encuentra en los talleres del Metro con un señor que fue uno de los halcones en 1971, y que aun así él lo saluda y se preocupa por él).
Me decían: “¿Cómo es posible que puedas aguantar tanto dolor?”. Pues es que ese dolor en estas historias viene cobijado, tercamente, por un montón de amor, de compasión y de apuesta por la vida, que a la mejor ya ni siquiera en algunos casos es consciente.
Eso es lo que nos va a salvar; si no, Miriam y los chavos del coche bomba seguirían presos, León sería un niño deprimido, encerrado en su casa, El Guaymas sería un resentido social, Jorge Parral seguiría enterrado en una fosa común, sin nombre.
En esa terquedad por la vida es donde veo yo toda esa esperanza.
Yo quería que el libro se llamara Caminando en la tormenta, y me decían que era un título de película de ficción; para mí era el título porque es una escena de Mayra y Rogelio caminando en la tormenta después de todo lo que les pasó y les sigue pasando; son ellos caminando tercamente en un llano y no saben a dónde van, pero caminando en la tormenta. Eso es para mí la esperanza.


*Entrevista publicada en Replicante, abril de 2016.

lunes, mayo 02, 2016

Los Zodiaco: la injusticia como creación mediática. Entrevista con Emmanuelle Steels*


Los Zodiaco: la injusticia como creación mediática
Entrevista con Emmanuelle Steels*
Ariel Ruiz Mondragón
Hace poco más de 10 años, el 9 de diciembre de 2005, las televisoras nacionales más importantes transmitieron en vivo la supuesta detención, en un rancho, de un par de personas: un mexicano, Israel Vallarta, y una francesa, Florence Cassez, presuntos secuestradores de tres personas, que en ese operativo fueron supuestamente liberadas.
Aquellas imágenes dieron origen a uno de los casos más escandalosos a que han dado lugar los sistemas e instituciones de seguridad y justicia del país, en buena medida por sus repercusiones internacionales. Una parte de esta historia concluyó con la liberación de Cassez por el amparo que le otorgó la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en enero de 2013; sin embargo está pendiente otra parte no menor: el proceso que enfrentan seis miembros de la familia Vallarta, acusados de integrar la banda de secuestradores Los Zodiaco.
Al respecto, en su libro El teatro del engaño. Buscando a Los Zodiaco, la banda de secuestradores que nunca existió (México, Grijalbo, 2015), la periodista belga Emmanuelle Steels escribe: “Los Vallarta son los mexicanos en la sombra de Cassez. La justicia es incapaz de procesarlos, juzgarlos, sentenciarlos. Diez años después, jueces y ministerios públicos siguen pedaleando en el lodo de la presunta investigación policial, paralizados por las consignas políticas. Poco importa, porque Israel y sus familiares ya fueron condenados por el tribunal mediático”.**
Steels (Bruselas, Bélgica, 1976) realizó una amplia investigación periodística en la que pone severamente en entredicho ese viciado proceso, en el que, para intentar sustentar las acusaciones, las autoridades mexicanas recurrieron lo mismo a una escenificación para televisión que a la tortura. Así, sobre bases muy endebles, fabricaron la culpabilidad de la banda de Los Zodiaco —cuya existencia es muy dudosa, por decir lo menos, según muestra el libro—. En esa perversa elaboración tuvieron un papel muy destacado los medios de comunicación, periodistas y articulistas.
Sobre ese libro conversamos con Steels, quien realizó estudios de filosofía y periodismo. Es corresponsal para varios medios de Francia, Canadá, Bélgica y Suiza, como Libération. En México ha colaborado en publicaciones como Proceso y Gatopardo.       

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro sobre un asunto tan polémico, tan abordado, tan discutido?
Emanuelle Steels (ES): Por varias razones sencillas: primero, porque se trata de un caso mexicano aunque siempre se le ha llamado “el caso de Florence Cassez, la secuestradora francesa”; pero cuando se indaga un poco más en este expediente, se ve que no es tal no solamente porque ella no es secuestradora sino porque ese caso abarca mucho más.
Tiene sentido hablar de los mexicanos que se vieron involucrados en ese caso porque es excepcional desde muchos aspectos: en mi opinión resalta, principalmente, el hecho de que ha sido un engaño nacional que ha perdurado durante 10 años, por lo que la mayoría de la opinión pública sigue engañada por este montaje mediático. Finalmente, aunque se sepa que fue un montaje, la mayoría de la gente sigue pensando que lo que se vio en televisión era real, que eran secuestradores sorprendidos in fraganti en su casa con los secuestrados.
Segundo, porque es un caso que incluye la participación de los más altos funcionarios del Estado en ese momento, lo cual creo que es muy importante. Y tercero, porque no se ha hablado de los mexicanos: es toda una familia. Israel Vallarta es un hombre bastante común, que no tiene ningún perfil criminal ni el tiempo ni la motivación para cometer el tipo de crímenes de los que se le acusa, y mucho menos todavía sus sobrinos, que son jóvenes muy tranquilos, de unos 30 años cuando los detuvieron, que tienen familia, con trabajos formales.
Se trata de seis hombres de una misma familia: Israel, dos de sus hermanos y sus tres sobrinos, quienes han sido torturados y han vivido una auténtica pesadilla en el sistema judicial mexicano sin obtener, hasta hoy, una sentencia. Esto lo hace, desde diferentes puntos de vista, un caso excepcional: que esté involucrada toda una familia para satisfacer, finalmente, una necesidad política.

AR: Mencionó la tortura: además del montaje televisivo, para sostener este proceso se recurrió a ella. Se presume en el libro que incluso Ezequiel Elizalde, uno de los secuestrados, podría haberla sufrido, y también está el caso de David Orozco, otro inculpado y que fue utilizado para incriminar a los Vallarta, por ejemplo, quien finalmente murió. Incluso llega usted a decir que en aquella transmisión televisiva donde, de manera ficticia, se detuvo a Israel Vallarta y a Florence Cassez, la tortura fue en vivo. ¿Qué ha ocurrido en este caso al respecto? Lo pienso también desde la perspectiva de que, por ejemplo, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) surgió para combatir la tortura.
ES: La tortura es el ingrediente menospreciado de este caso. Ahora que México prepara una ley integral sobre ella es un muy buen momento para analizarlo, porque hasta hoy se sigue encubriendo la tortura y tratando de negarla.
Lo primero que hay que mencionar es que es un caso excepcional porque es el único caso de tortura en vivo en televisión que hay en México. Este punto las autoridades no lo pueden negar: allí están las imágenes en internet (aunque las están borrando regularmente), y son la prueba de que Israel Vallarta fue torturado en televisión.
Hay un tema muy importante que ya fue subrayado por la Suprema Corte en su decisión de liberar a Cassez: la dilación en la puesta a disposición del Ministerio Público. Así ocurrió en los tres eventos que conciernen a la familia Vallarta: la detención de Israel en 2005; luego, en mayo de 2009, las de René, Juan Carlos y Alejandro, y en abril de 2012 las de Mario y Sergio. Hubo también falsificación de los reportes policiales para posponer la fecha de las detenciones, cuando realmente la familia puede demostrar, con sus visitas a la CNDH, que las detenciones fueron anteriores y que las autoridades retrasaron la hora para disimular los eventos de tortura. Esto es muy importante en la preparación de esta ley que se propone ahora.
Hay que agregar la negación a Israel Vallarta, durante varios años, de la realización del Protocolo de Estambul. Eso no ocurrió con sus hermanos, y trato de diferenciarlos: es interesante porque la detención de mayo de 2009 fue muy violenta y brutal, en un momento en el que claramente el caso estaba en un momento diplomático de máxima tensión: Nicolás Sarkozy acababa de irse de México pidiendo el traslado de Cassez a Francia. Apareció también el video de David Orozco, quien inculpaba a los Vallarta y que también fue torturado.
Todos esos elementos se dieron en una coyuntura interesante porque la Policía Federal realizó esa detención sin identificarse y con órdenes de aprehensión que no corresponden exactamente con las personas que finalmente fueron aprehendidas. Pero allí la Procuraduría General de la República (PGR) reaccionó: Eduardo Medina Mora ordenó una investigación interna sobre cómo se realizó esa detención, la cual sigue ahora. Allí hubo un embrión de voluntad de la PGR de averiguar qué había pasado con esa acción, que fue totalmente escandalosa.
En este caso de 2009, y que es algo que me llama mucho la atención, la tortura ni siquiera sirvió para sacar una confesión sino para utilizar a las personas para que acusaran a otras. La obsesión de la Policía Federal por Cassez e Israel Vallarta le llevo a decir a los torturados, “¿qué quieren qué les diga? Pero ya dejen de torturarme”, y los policías les contestaban “dinos que la puta francesa es una secuestradora”.
En el caso de los hermanos y los sobrinos de Israel Vallarta sí se ha aceptado el Protocolo de Estambul, y hay dictámenes de la PGR que acreditan la tortura, pero han querido enterrarlos. Lo que ha pasado en el caso de los sobrinos es que ahora están volviendo a llamar al perito que realizó el protocolo para que cambie su dictamen y decir que se equivocó y que no hubo tortura, cinco años después y sin volver a verlos.
Hay una voluntad oficial de que la tortura no salga a la luz, pero sí la ha habido y está acreditada por todas las instancias. Le han querido quitar a los inculpados el reconocimiento de su tortura, que era lo único que ellos habían logrado.

AR: Otra parte importante es la de las víctimas. Una buena parte del discurso de las autoridades y de muchos articulistas sobre el caso de Los Zodiaco es que las víctimas, Ezequiel Elizalde, Cristina Ríos y su hijo, los identificaban plenamente. ¿Qué ocurrió con los testimonios de Elizalde y Ríos? En gran medida el libro está dedicado a señalar las numerosísimas contradicciones y mentiras en que cayeron en sus declaraciones.
ES: Creo que las víctimas son, primeramente, víctimas del montaje. Es importante no quitarles su estatuto de víctimas: efectivamente, sólo nos estamos equivocando de culpables. Muy probablemente estas personas nunca fueron víctimas de la familia Vallarta y tampoco es que estén mintiendo: una víctima de secuestro no sale con la fantasía de mentir por puro gusto.
Considero que las declaraciones de las víctimas son una muestra más del alcance diabólico de este montaje, de la brutalidad de las autoridades, que están utilizando el dolor, el drama que han vivido esta señora, su esposo y su hijo, y Ezequiel Elizalde, muy probablemente también porque se ha puesto en duda si fueron secuestrados o no. Yo creo que sí fueron secuestrados y que no debemos dudar de su palabra en ese sentido; pero lo terrible es cómo los están utilizando las autoridades y cómo les están impidiendo acceder a la justicia por, finalmente, hacer este montaje.
Lo que claramente se detecta en sus testimonios es que son inducidos, recuerdos plantados. El caso del niño debería ser estudiado por especialistas, porque creo que le han plantado recuerdos, que es un proceso que en investigación criminal está reconocido por los sicólogos y los peritos: se puede hacer, y las autoridades manejan muy bien ese tipo de técnicas.
Los casos de las tres víctimas son diferentes; en lo referente a Ezequiel, no es solamente la declaración de Israel Vallarta, quien dijo: “Reconozco la voz del joven (Ezequiel) que estaba siendo torturado en la SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada) durante la noche del 8 al 9 de diciembre de 2005; la declaración que él hizo cuando lo estaban torturando me la atribuyen a mí”. Después, las hojas en blanco que le hicieron firmar a Israel probablemente son de algunas cosas que habría declarado Ezequiel sobre su padre: que se dedicaba al secuestro, a las escuchas telefónicas y ese tipo de cosas.
También en el análisis de las imágenes del montaje se ve cómo una de las personas que la Agencia Federal de Investigación (AFI) presentó como víctima estaba siendo sometida: es Ezequiel, que cada vez que tenía que dar su testimonio a las cámaras, llegaba un agente de la AFI, le ponía la mano en el cuello y lo presionaba para que declarara, suponemos, en cierto sentido: acusando a Vallarta y a Cassez. En ese sentido Ezequiel no tiene falla en su declaración: inmediatamente, desde el primer minuto, los acusa a ellos. Pero está claro que estaba siendo presionado.
El primer testimonio de Cristina es muy interesante: cuando le presentaron a Israel Vallarta y a Cassez en la cámara de Gesell dijo: “Yo no conozco la voz de estas personas; nunca las he visto, no relaciono su voz ni su físico con mis secuestradores. Si bien es cierto que nunca los había visto, a estas personas las reconozco porque las he visto esta mañana en el rancho Las Chinitas”, lo cual es cierto porque estuvieron en el montaje, eso nadie lo puede negar. Y añadió: “Estoy enterada, por boca de los agentes de la AFI, que ellos son parte de la banda que me secuestró”. Allí se ve cómo está inducido su testimonio en el sentido de que no viene de sus propios recuerdos ni de su propia experiencia sino que, como ella misma lo dice, los agentes le dijeron quiénes eran los secuestradores. Lo que hizo ella en ese momento es repetir lo que la propia AFI le dijo, y todo eso demuestra cómo los testimonios de las víctimas son una consecuencia directa de este montaje de las autoridades. Por eso yo digo que las primeras víctimas de este montaje no sólo fueron Cassez y Vallarta sino también las propias víctimas que fueron exhibidas en televisión.

AR: Otro asunto interesante es la intervención de Isabel Miranda de Wallace prácticamente desde el principio del caso, quien llegó a fungir como una suerte de representante de prensa de las víctimas. ¿Cuál ha sido su papel en este caso?
ES: Un papel mixto. Fue un caso que surgió a los pocos meses de la desaparición de su hijo, y es el primero externo al suyo en el que ella se involucró como defensora de las víctimas.
Digo que es mixto porque su cercanía con Genaro García Luna, con Eduardo Margolis —que no es el cerebro del montaje pero es la persona que está en el centro y tiene una conexión con todos los actores del caso— y su presencia demostrada en la SIEDO en las fechas clave del caso, la sitúan como un personaje que se presenta como defensora o asistente de las víctimas, y a la vez como un enlace entre autoridades y víctimas. No es que ella esté del lado puramente de las víctimas sino que está coordinando el mensaje oficial con ellas. En ese sentido yo creo que ella es parte del montaje porque siempre lo ha validado. Creo que ella misma estaría de acuerdo en lo que estoy diciendo: ha dicho “sí, hubo una recreación en televisión, pero eso no afecta la investigación”. Bueno, la investigación proviene enteramente del montaje: todos los elementos que han sido exhibidos como pruebas son parte del decorado del montaje, como las armas, las credenciales de elector, las víctimas, los vehículos, absolutamente todo. Entonces no se puede hablar de una investigación, por lo que, entonces, hay que hacer como Isabel Miranda de Wallace: validar el montaje. Lo que sabemos por boca de las víctimas es que estaban bajo su protección, pero de alguna forma también bajo su autoridad.
Me dijo Raúl Ramírez Chávez —el esposo de Cristina Ríos y papá de Christian— que ellos hablaban con los medios que les decía Isabel Miranda de Wallace, que estaban a su disposición, y ella les decía con quién tenían que hablar y con quién no. Allí Isabel Miranda se manifiesta, más que como protectora de las víctimas, como representante de las autoridades.

AR: Un capítulo del libro aborda la versión de Eduardo Margolis, un empresario dedicado a los autos blindados y a cuestiones de seguridad. Como dice usted, es la persona que conocía con anterioridad a víctimas, a victimarios, a policías, es el centro de este asunto. ¿Qué ocurrió con él en este caso?
ES: Es un personaje inevitable: el caso no se puede analizar sin pasar por él: ya sea a través de las autoridades, de los detenidos o de las víctimas. Él es el personaje clave que tiene contacto con todos ellos y los une en esta historia.
A Margolis lo sitúo en el origen del caso, pero no en el montaje mediático propiamente, porque creo que no tuvo ningún papel en él. Cuando tuve oportunidad de platicar con el empresario condenó el montaje.
Él fue socio del hermano de Florence Cassez, Sébastien; ha tenido una amistad con Israel Vallarta y tuvo contactos con las víctimas. Nos dijo, cuando lo entrevisté con otros corresponsales, que él iba tras la banda de los Vallarta porque estaba convencido de que eran secuestradores. Pienso que esto es parte de su discurso para legitimar su intervención en este caso.
Realmente es delicado hablar de Margolis, pero él mismo se ha presentado en las audiencias negando su intervención en el caso. Es interesante porque en un primer momento, cuando lo entrevistamos, nos dijo no haber tenido nada que ver con esa detención, “no soy la mano negra ni nada”. Cuando Florence fue liberada ella dijo que tuvo una conversación telefónica con Margolis en la que él reconoció que había señalado a los Vallarta, pero que no sabía que la iban a detener a ella con Israel —lo cual se me hace poco creíble pero, efectivamente, él reconoce su implicación y su intervención en la detención inicial.
Margolis es un personaje que tiene un reconocimiento en su comunidad en Polanco. Es una persona que es percibida como un benefactor, él mismo habla de su enfermedad y de cómo ha vencido a la muerte. Tiene su leyenda y es un personaje muy carismático, muy convincente en sus planteamientos.
Tiene un carácter fuerte, y sus amigos nos decían que es un vengador maquiavélico. Reconoce que puede tener arrebatos de rabia, y a medias reconoció que había amenazado a la familia de Sébastien Cassez: “No, no los amenacé; o, bueno, sí, pero no tanto”.
Es un personaje que, a pesar de tener ese temperamento, es reconocido por su comunidad como un hombre que actúa desde el corazón, no como un personaje corrupto buscando el interés sino la defensa de su comunidad.

AR: El libro es una dura refutación de las pruebas ofrecidas por las autoridades. Ciro Gómez Leyva publicó un artículo en el que decía que podía llamar “secuestradora” a Florence Cassez porque diversas instancias judiciales la habían condenado. Al respecto ¿qué pasó con todos estos jueces?, ¿cómo valoraron tantos elementos contradictorios e inverosímiles, por qué desecharon diversos peritajes a favor de los inculpados? ¿Qué nos dice esto del sistema de justicia mexicano?
ES: Podemos analizar a detalle lo que cada uno de estos jueces dice, pero vamos a volver al punto inicial siempre: que ellos actuaron, seguramente, bajo consigna. Finalmente son las propias autoridades que orquestaron el montaje las que se aseguraron de que se tomaran en cuenta únicamente las pruebas que proceden de él y que las condenas fueran en consecuencia.
La jueza Olga Sánchez Contreras, del Juzgado Quinto, que en primera instancia condenó a Cassez a 96 años de prisión, es la misma que liberó a los agentes de la AFI implicados en el video en el que se torturaba a algunos miembros de Los Zetas en Guerrero. Entonces ella ya había contribuido antes a salvar la imagen de la AFI.
Mi convicción realmente es que hay un factor fundamental: los jueces no conocen el expediente porque no pueden condenar basados en él. Entonces los periodistas de investigación, los miembros de ONG y abogados que se han acercado a ese expediente y lo han leído, no han encontrado las famosas pruebas de la culpabilidad ni de Israel Vallarta ni de Florence Cassez.
Además hay que considerar las declaraciones de las víctimas, porque cuando hablamos de ellas la gente dice: “Sí, pero los reconocieron”. ¿Cuándo? Hay que ver cuándo lo hicieron: cuando se destapó el montaje, cuando tenían que reconocerlo o cuando a las autoridades les convenía que lo hicieran.

AR: En el libro se relata que en varias audiencias Ezequiel Elizalde estuvo junto a los hermanos de Israel, parte de sus supuestos secuestradores, y no los “reconoció” sino hasta varios años después…
ES: Exactamente, todos los hermanos estaban allí; es más, dos de los hermanos de Israel, cuando éste desapareció, se sentaron frente a la SIEDO en el Monumento a la Revolución. ¡Los dos supuestos jefes de la banda, René y Mario! ¡Pero qué idiotas de secuestradores, que van a entregarse así a la SIEDO! ¡Hay que ser totalmente imbécil para hacerlo! Eso es un detalle. Pero los capturaron años después, cuando les convenía a las autoridades.
Creo que estos magistrados no han tenido la oportunidad realmente de estudiar este expediente, o les han señalado qué es lo que tenían que tomar en cuenta. Y es cierto que algunas de las declaraciones de las víctimas pueden parecer convincentes; yo misma he tenido muchas dudas al inicio de la investigación, con la convicción de que al inicio Israel Vallarta era culpable. Pero había que ir a los detalles del expediente, ver las imágenes del montaje y saber que había sido torturado para saber lo que había pasado.
En las audiencias había material suficiente, pero los jueces no asistían a ellas; entonces no vieron todos los testimonios aportados, que demostraban que no podía haber gente secuestrada en esa cabaña de la casa de Israel Vallarta, ni tampoco el entorno criminal que rodeaba a la familia de Ezequiel —esto último fue bien expuesto en las audiencias con los testimonios de los responsables del Cuerpo Especializado en Investigaciones para Situaciones de Alto Riesgo, que depende de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México.
Finalmente, los testimonios de las víctimas son la única prueba en la que se basan las diferentes y sucesivas sentencias de Cassez hasta el rechazo de su solicitud de amparo antes de llegar a la SCJN. Así se hace investigación criminal en México: torturando y sacando confesiones, o exclusivamente con testimonios de víctimas. No hay más.

AR: ¿Y las pruebas científicas y peritajes?
ES: Todas están a favor de Israel Vallarta, pero las eliminaron. Las armas que supuestamente encontraron en su casa él nunca las tocó sino que provienen de las bodegas de la Policía Federal; el perito en balística no lo dice así pero estima que fueron guardadas durante muchos años y que no han servido. Entonces ¿cómo fueron utilizadas por secuestradores?
Creo que es una cuestión de selección de las pruebas y basándose únicamente en los testimonios inducidos de las víctimas. Allí la labor del juez sería, más bien, constatar que estos testimonios proceden de un montaje. Es inexplicable: si ni siquiera fueron detenidos en el rancho sino en la carretera, ¿quién estaba en el lugar con las víctimas?, ¿éstas se encontraban solas?
Lo que hicieron los jueces es validar siempre las conclusiones del Ministerio Público en el sentido de que había delincuencia organizada (aunque fueran solamente dos personas, lo cual también es inexplicable).
La opinión de Ciro Gómez Leyva fue negar que la SCJN fuera la instancia superior en el sistema judicial y que anuló todo lo que fue el proceso anterior. No fue que declarara a Cassez inocente pero cuando menos le hizo recuperar su presunción de inocencia. Hay que mencionar que el proyecto que fue aprobado por la Suprema Corte no fue el de la ministra Olga Sánchez Cordero, que se basó en la violación de los derechos consulares, etcétera, sino el del ministro Arturo Zaldívar, quien sí reconoció el efecto corruptor del montaje en toda la investigación, lo que demuestra que vio y entendió muy bien el expediente, al contrario de los anteriores jueces.
Eso es muy importante: Cassez recuperó totalmente su presunción de inocencia sin que quedaran pruebas válidas en contra de ella porque no se ordenó una reposición del procedimiento.
Hay mucho malentendido sobre este caso: muchos intelectuales han adoptado una postura más o menos parecida a la de Gómez Leyva y de otros columnistas famosos que decían: “Efectivamente, es un montaje, pero hay que reponer el procedimiento y que ella sea juzgada y sentenciada otra vez, no por la SCJN sino por una instancia inferior”. Esto me hace pensar que las personas que opinaban eso no conocen el expediente porque todo éste proviene del montaje; entonces no puedes llegar y ordenar una reposición del procedimiento. Dicen “hay que anular las pruebas que proceden del montaje”; pero es que, señores, todas proceden de él. ¿Con qué van a llegar al tribunal colegiado, al juzgado unitario?, ¿con un expediente vacío y para decir “senténcienla otra vez”? ¿Pero por cuáles delitos?
Sé que las tres primeras instancias se basaron exclusivamente en los testimonios de las víctimas, lo cual es realmente problemático.

AR: En el libro también plantea un problema que es fundamental: el papel que los medios desempeñaron en toda esta historia. Dice lo siguiente: “No se habló nunca de la vertiente criminal de la actuación de los medios de comunicación en ese funesto día”. Después aquello, por ejemplo, lo quisieron justificar Pablo Reinah y Carlos Loret de Mola, quienes alegaron que no sabían del montaje y que por ello eran las primeras víctimas del hecho, como se detalla en el libro. También recuerda títulos de artículos como “La princesa criminal” y “Yo la llamo secuestradora”, entre otros. Menciona usted un debate que al respecto se tiene que dar sobre este uso criminal de los medios. ¿Cómo inicia usted esta discusión?
ES: Creo que en este debate hay que ir más allá del tema de las personalidades; se ha manejado mucho que Loret de Mola, que Reinah, que los periodistas estrella, que en algún momento quisieron acaparar protagonismo en este caso, aunque sea para defenderse…
AR: Sí, pero en el libro también se habla, por ejemplo, del periodista de La Crónica de Hoy, para el que las autoridades sembraban “pruebas” y él las retomaba (lo que después él mismo reconoció), de la reportera de El Norte que le hizo una rara entrevista a Cristina Ríos…
ES: Él es un periodista que hizo una labor de análisis crítico de su propio trabajo; para mí él es un periodista que ha tenido la valentía de decir “yo he sido manipulado y no lo voy a seguir siendo”. Ese tema también nos devuelve a la manipulación por parte de las autoridades. No tengo ninguna duda de que la propia Televisa haya sido víctima de las autoridades y haya sido manipulada.
Es importante cuando Reinah y Loret de Mola dicen “no sabíamos”. Eso no me es suficiente: ¿qué es lo que sabías y qué es lo que no sabías? Estoy dispuesta a creer que hay cosas que no sabían, pero había otras que sí. Lo que sí sabían es que estaban presentando escenas como ocurriendo en vivo cuando no era así. ¿Qué Florence Cassez e Israel Vallarta no eran secuestradores? No lo sabían, ¿qué habían sido detenidos en otro lugar? Estoy dispuesta a creer que tampoco lo sabían, y puedo creer que las autoridades sí los engañaron hasta este punto.
Me parece que ellos se deben a la sociedad y le deben decir “esto sí lo sabíamos, esto no”. Hasta que no lo digan será puro bla, bla, bla.
Lo que interesa es hacer un debate y un juicio colectivos de por qué y cómo los medios de comunicación validamos un montaje, por qué años después incluso una periodista escribe un artículo llamado “La princesa criminal” sin tener ningún dato objetivo y basándose sólo en una leyenda sembrada por los propios agentes de la AFI, que tenían todo el interés de defender su montaje.
Después hubo una labor muy crítica de los medios, atacando y preguntando a las autoridades por qué hicieron ese montaje porque va a comprometer el caso. Hay que volver a leer las palabras de José Luis Santiago Vasconcelos en esa época: “No hay ningún problema: este caso no se va a caer por el montaje o por las violaciones a los derechos”.
Bueno, años después vimos que eso no era cierto sino que el caso se cayó por eso. Las propias autoridades nos están impidiendo conocer la verdad. ¿Por qué hubo un debate tan fuerte y por qué estamos peleando por el caso de Los Zodiaco? Por culpa de ellas. Con los que debemos estar peleados es con estas autoridades que hacen montajes, y como medios de comunicación hacer un juicio colectivo: montajes, no. Cuando lo haya no les vamos a creer, no vamos a validarlos y no vamos a repetir que la francesa es una bruja, una princesa criminal, una secuestradora.
Eso debe ser muy firme y claro porque la prensa, los medios de comunicación tienen un deber con la sociedad y no con el poder. Su deber, su profesionalismo se debe a que deben responder de lo que publican a la sociedad, no al poder. No pueden engañar a la sociedad y dañar a las víctimas validando este montaje.
Luego vemos que las autoridades se sienten cómodas con este montaje porque ya nadie en los medios se los cuestiona y hacen otros montajes, como hemos visto recientemente. Esta especie de validación colectiva del montaje lo banaliza, lo autoriza, y las autoridades se sienten en la más absoluta impunidad para hacer los que le convienen, como en el caso de Ayotzinapa, que quieren cerrar con la historia del basurero de Cocula. La historia se repite porque no ha habido resistencia, para la cual están habilitados los medios de comunicación.

AR: Su libro es una investigación dura y una denuncia contundente. ¿Al realizarla en algún momento se sintió en riesgo?
ES: No, en absoluto. De verdad, yo no soy el tema aquí, no estoy en peligro. Mi temor es que luego hagan un montaje para criminalizarme (risas).

AR: Por último: entre los personajes y las situaciones que relata en su libro, ¿dónde encuentra esperanza de que puedan cambiar la seguridad, la justicia y los derechos humanos en México?
ES: La SCJN ha dado una gran señal de esperanza en el camino a seguir con el proyecto de liberación de Florence Cassez, les guste o no a algunos como Ciro Gómez Leyva, quien prefiere prescindir de la opinión de la Corte. Ésta ha trazado una raya, como lo ha hecho en muchos otros casos, que no se puede pasar violando derechos consulares, con dilación en la puesta a disposición, con montajes ni con testimonios inducidos. Todas las líneas rojas que aparecen en el proyecto del ministro Zaldívar son muy importantes porque van a definir la tendencia y el modo de actuación de las autoridades y cómo se tiene que realizar una investigación criminal.
La debilidad de este proyecto es que no abordó el tema de la tortura porque Florence Cassez no la denunció. Pero aparece en muchas otras resoluciones de la SCJN: por ejemplo, en la liberación de Israel Arzate, quien había sido acusado por la masacre de Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, quien fue liberado por haber sido torturado. También liberó a Alfonso Martín del Campo Dodd, acusado de ser asesino de su hermana, y que también fue un caso de tortura.
Entonces para mí la luz de esperanza son la SCJN y la sociedad que ha demostrado, en casos como el de Ayotzinapa, que ya no va a aceptar más montajes, más fabricación de culpables basada en confesiones obtenidas con tortura. La sociedad también da una luz de esperanza manifestándose contra autoridades que quieren abusar de su confianza y quieren dar carpetazo a algunos temas. Allí la sociedad dijo: “Vayamos al fondo del asunto: queremos saber dónde están estos estudiantes y quién es realmente el responsable”. Eso es una gran esperanza.
En el caso de Los Zodiaco, debemos recordar que son seis miembros de una familia que han sido torturados y que no tienen sentencia; también que uno de los testigos que fue utilizado en este caso, David Orozco, fue torturado —como lo demuestra el Protocolo de Estambul— y murió muy probablemente, según su familia, a consecuencia de ello. Entonces en ese caso ya hay un muerto con fines de montaje político.
Así, fueron utilizados mexicanos para forzar la culpabilidad de una francesa porque había un conflicto diplomático, que fue realmente lo que se hizo. La sociedad mexicana debería estar indignada por estos hechos; si supiera todo el alcance de este montaje se indignaría mucho.


*Una versión más corta de esta entrevista fue publicada en Etcétera, núm. 184, marzo de 2016.

**El 25 de febrero de 2016, después de la realización de esta entrevista y de siete años de reclusión en el penal de máxima seguridad de Nayarit, acusados de pertenecer a la supuesta banda de secuestradores Los Zodiaco, los hermanos Juan Carlos y Alejandro Cortez Vallarta fueron absueltos de los delitos de delincuencia organizada y secuestro. El Primer Tribunal Unitario del Vigésimo Cuarto Distrito sólo mantuvo la condena de cinco años en prisión por portación de armas de uso exclusivo del Ejército. Al haber estado más de siete años en prisión, los hermanos Cortez Vallarta abandonaron la cárcel pues ya habían purgado la condena.