La redacción: entre la RAE y las
redes sociales
Entrevista con Eric Araya*
Ariel
Ruiz Mondragón
En
un mundo complejo que se encuentra más interconectado que nunca antes, las
necesidades de una comunicación clara, precisa y correcta son ineludibles. Ante
el incesante bombardeo de mensajes, una ventaja extraordinaria es tener los
conocimientos básicos de una lengua para usarlos y transmitir adecuadamente
nuestras ideas, experiencias y sentimientos.
Sin
embargo, el predominio de las imágenes no ha sido beneficioso en el sentido
anteriormente mencionado, lo que ha conducido incluso a cierto desprecio por el
uso correcto del español, como se puede apreciar en vastos grupos sociales que
utilizan las redes sociales para comunicarse.
Por
ello es importante contar con herramientas que nos lleven por los caminos de la
buena escritura, como ocurre con Abecé de
redacción. Una guía accesible y completa para escribir bien (México, Océano, 2011), del comunicólogo chileno Eric Araya
(Antofagasta, Chile), la que es una amplia guía (por momentos no tan sencilla)
en la materia. Con él conversamos sobre diversos temas del uso de la lengua en
la actualidad, que van desde la aplicación de ciertas normas de la Real
Academia Española (RAE) hasta su transformación por el uso de las nuevas
tecnologías.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
un libro como el suyo, sobre todo si tomamos en cuenta que hay libros que
abordan el tema, entre los que podemos incluir incluso la Gramática y la Ortografía
de la RAE?
Eric Araya (EA):
Hace casi 20 años me propuse hacer un libro así; estaba yo en la adolescencia,
edad a la que yo ya escribía bastante bien, incluso ya era poeta. Me fijaba que
gente mayor no lo sabía hacer en forma correcta, y dije: “¿Qué pasa aquí? Si no
es tan difícil”. O para mí no fue tan difícil por lo menos.
Cuando
comencé a hacer el libro fue casi por azar: empecé a hacer unas guías para un
curso de redacción y retórica, y me di cuenta de que eran insuficientes, o más
bien erradas en cuanto a lo que yo pensaba que son las falencias. Comencé
haciendo las guías pensando que todo el mundo tenía ciertos problemas y no,
eran otros.
Entonces
empecé a indagar en los libros de redacción, y me topé con que eran muy
complejos o tenían solamente un trocito de lo que es la redacción: tenían un
poquito de gramática, otros abordaban correcciones del idioma, pero ninguno
tomaba la redacción como un todo. En vista de eso y de lo que me propuse hace
mucho tiempo, pensé hacer un libro que fuera simple y que contuviera todo.
Puede haber un par de cositas que quizá se le puedan agregar y perfeccionarlo,
claro, pero, a grandes rasgos, no hay que recurrir a cuatro o cinco libros.
AR: Ha sido profesor y corrector de
estilo. ¿Cuáles son las principales carencias y errores que ha encontrado en
cada una de esas facetas?
EA:
Como corrector he trabajado en diversas instituciones culturales y educativas,
y también como free lance tanto en
Chile como en México. Son muchas como para citarlas.
Cuando
se trata propiamente de corrección de estilo es, en términos muy amplios,
cuando abordo la parte editorial, y a veces es trabajo ortotipográfico y en
otras gramatical. Hay gente que tiene un bajo nivel de profesionalismo y quiere
pulir los libros y quiere que se los corrijan, pero ni siquiera se toman el
tiempo de revisar las rayitas rojas y verdes que les arroja el corrector de Word.
A veces no hay que confiarse de eso, pero por lo menos sí saber qué pasa.
Entonces
vemos que la gente quiere lanzar un texto en una revista o en algún otro lugar
tiene errores graves porque no es del mundo editorial, no maneja las letras con
perfección, pese a que cree que escribir es muy sencillo. Sí lo es, pero si
nunca lo hizo en toda su vida, difícilmente lo va a poder hacer de una vez para
otra.
Esa
gente tiene problemas que van más allá de la gramática; son lógicos, de
pensamiento: cómo estructurar las ideas para hacer una preposición, luego un
párrafo y luego un texto completo. No saben separar cuatro mensajes distintos.
Por ejemplo, te puedo saludar y decir “hola”; después digo “te estuve esperando
10 minuto”, luego “ya me tengo que ir” y, finalmente, “nos vemos mañana”. Son
cuatro mensajes y cada uno debe tener una puntuación distinta. ¿Cuál? Eso lo
vemos después, pero para comenzar hay que saber que son cuatro mensajes
distintos.
Entonces
una puntuación debe ir allí. ¿Cuál? Eso ya lo debe ver la gramática, pero la
idea básica es separar las ideas. Ese es el problema que tiene la gente: que
escribe todo de corrido; es lo que llamo, cuando hablo del punto y seguido, “encabalgamiento”,
que son, básicamente, oraciones yuxtapuestas.
Después
hay gente que tiene problemas netamente gramaticales: no sabe utilizar la
puntuación ortográfica, no sabe poner las tildes. Esto también pasa con
literatos, que es con quienes más satisfacciones tiene la corrección porque es
poca. Pero en este caso ya estamos hablando de ciertas cosas muy rigurosas, de
un aspecto muy fino de las letras que podemos corregir o mejorar. Este es un
trabajo exquisito, no el otro, en el que hay que corregir todo, e incluso hay
que dejar párrafos sin corregir y decirle al autor: “Oiga, ¿qué quiso decir
acá?”. Porque ni siquiera uno, tratando de interpretar, puede saber qué quiso
decir y se presta para muchas cosas.
Entonces
allí están los niveles distintos. Ojalá fuera siempre de literatos pero no
siempre es así.
AR: Hay una parte en la que en una
nota mencionas la lectura. ¿Ésta nos puede ayudar a escribir bien?
EA:
Para algunos es un auxiliar, y para muy pocos es el maestro. Son muy escasas las
personas que pueden aprender mediante la lectura; hay gente que tiene esa
capacidad (me incluyo) de que lee y, por inducción, de tanto leer y de ver
repetidos algunos formatos gramaticales, saca una regla y después la reproduce.
La
lingüística se divide en la parte oral y la escrita, que son dos mundos muy
distintos. Hay personas que tienen la gracia de que no necesitan un libro como
el Abecé, pero estamos hablando de
menos del uno por ciento de la población que tiene esa inteligencia lingüística.
Pero el resto de los mortales, que son la gran mayoría, necesitan textos con
instrucciones o un maestro que les enseñe.
Pero
¿para qué sirve la lectura? Si tenemos un libro como el Abecé de redacción podemos reforzarlo mediante la lectura porque
vamos a ver que los ejemplos que yo explico están reflejados en muchas lecturas,
y entonces ya se puede ir forjando y dándole más fuerza a lo aprendido.
En
general, la lectura también sirve para hacernos más listos; parece una
perogrullada o incluso un cliché, pero es muy cierto. La lectura nos hace
concebir el mundo; el lenguaje en sí, si es literario, mejor, ya que nos hace
más listos. Una forma de conocer el mundo es conociendo las palabras; lo
hacemos a través de las palabras, significado y significante. Por ejemplo, tomamos
la palabra “anteojos”, y tenemos ya una forma de conocer algo, de concebirlo,
de imaginarlo.
Pero
no sólo se queda allí, va más allá: podemos decir “el anteojo y el libro”, y
tenemos otro aprendizaje, y si le ponemos “la mesa” ya tenemos “el anteojo y el
libro están sobre la mesa”. Tenemos un juicio, lógicamente hablando, y si
juntamos dos juicios ya tenemos un raciocinio. Eso es tener pensamientos más
elevados, es tener raciocinio en sí, y eso se logra a través del lenguaje, de
la capacidad de comunicarnos por determinados signos, que son arbitrarios pero que
son un código común.
Entonces
eso es la lectura: bombardearnos, darnos más y reforzar algunas cosas.
Afortunadamente, para muy pocos esto es casi espontáneo: leen y aprenden,
mientras que el resto tienen que tomar un libro o esperar que un maestro les
enseñe.
Pero
la lectura siempre va a ser necesaria.
AR: Algo que me llamó la atención
es que el libro rompe con ciertos lineamientos de la RAE, como en los casos de
las tildes en sólo, ó y aquél, por ejemplo. ¿Hasta qué punto es adecuado seguir
las reglas de la RAE?
EA:
Eso lo dejo a la libre elección, aunque no es tan libre porque en el fondo estoy
induciendo a hacerlo. Esa es mi postura muy particular, y hay otras personas
que pueden decir lo contrario con los argumentos que da la RAE.
Yo
estoy totalmente en desacuerdo con esos usos que mencionas; son los únicos que
censuro que sean normas de la RAE, pero no censuro que la gente lo haga, siempre
y cuando lo haga con conocimiento. Por eso digo que primero deben saber si se
trata de un adverbio, de un adjetivo y ya después decidan si ponen la tilde o
no. Hay gente que ni siquiera sabe por qué la agregan o la quitan.
Primero
hay que aprender a distinguir las palabras, los nueve tipos que, según la
gramática descriptiva, tenemos casi todos los idiomas, o cuando menos los
indoeuropeos. Tenemos que aprender a utilizarlas bien y cuando tengamos ese
conocimiento básico ya podemos estar en condiciones de juzgar a la RAE.
Quienes
tienen un conocimiento holgado creo que tienen la facultad moral para criticar
ciertos aspectos; el resto no, tiene que remitirse a la RAE o a un libro
especializado. Pero no soy el único; si lo fuera, tal vez estaría mal, pero hay
muchas personas que siguen poniéndole tilde a “sólo” cada vez que lo encuentran.
Para mí, es mejor deshacer la ambigüedad ya.
AR: Seguramente ya has leído la
prensa mexicana. ¿Qué defectos le has encontrado en cuanto a redacción?
EA:
Hay varios aspectos, como en mi país (Chile). Últimamente tengo un hobby esporádico, que consiste en que
reviso títulos de los diarios y voy anotando los que tienen errores.
AR: En el libro dedica una parte a
la titulación…
EA:
Sí, básicamente son los títulos. Pero ese error es más bien una maña: en cuento
lees los periódicos mexicanos hay una manía por poner el verbo conjugado, el
núcleo del predicado, al comienzo. No sé con qué sentido, o si es una regla, un
sello, pero funcionalmente no tiene ningún valor sino al contrario, va en
desmedro de la comunicación y a veces a favor de la anfibología. Por ejemplo, si
decimos: “Quiere el sindicato aumentar sus ingresos”, es vicioso por el verbo “querer”:
dice la regla básica de la titulación periodística que podemos segmentar el
mensaje, la oración del título, y que debemos poner lo más interesante al
comienzo. Entonces, el verbo “querer” no es llamativo. ¿Qué es lo más llamativo
del título anterior: “querer”, “sindicato” o “aumento de ingresos”? Lo último. Entonces
“Un aumento salarial quiere el sindicato” debería ser el título lógico para
captar la atención.
Recordemos
que estamos en pleno siglo XXI y vivimos un bombardeo de comunicación, de
mensajes, por lo que la idea es captar al lector a la primera. Entonces hay que
dejar que la primera palabra nos seduzca, nos agarre y nos tenga asidos, en
lugar de esperar que otro diario que tenga otro título más sofisticado y más
inteligente y la gente lo prefiera.
Esa
es la idea: se trata de captar inmediatamente porque hay exceso de información
en todos los lugares, la gente se va cegando y el diario tiene que llamar la
atención.
Si
va a ser el verbo al comienzo, tiene que ser un título como “explota una bomba
en tal lugar”, con un verbo fuerte; si no, se tiene que ver qué va primero. En
sentido práctico, gramaticalmente el uso en nuestro idioma es muy flexible: se
puede utilizar “mañana iré al parque”, “al parque iré mañana” o “iré al parque
mañana”. Eso es hipérbaton, pero periodísticamente debe llevar un orden específico
de acuerdo al interés del lector y cómo queremos captarlo.
En
cuanto a lo estrictamente gramatical hay dos errores básicos y graves: la
conjugación del verbo venir en pasado, que es “viniste” y no “veniste”, como lo
he visto varias veces por allí, y “venimos” y “vinimos” en pasado, que es un
error que se ve bastante en los medios, a pesar de que lo corriges, pero no le
hacen caso.
Otro
error es el uso del “hasta”, preposición que muchos usan como sinónimo de
“desde”, y es todo lo contrario.
Esos
son los usos que veo aquí en México. En Chile también hay errores, y graves,
por no saber usar las comas. Hace poco vi que un diario decía “Muere Kirchner y
Piñeira va al funeral”. Quien lee eso piensa que murieron los dos; entonces
era: “Muere Kirchner, y Piñeira va al funeral”. Son dos oraciones yuxtapuestas
que se separan por una puntuación, o debería ser con punto y seguido, pero el
título periodístico no lo puede tener: “Muere Kirchner. Piñeira va a su
funeral”. Eso es por no saber la puntuación, y fue un error en un título de
primera plana en un conocido diario de Chile. Hay otros errores graves también,
pero no suceden tan a menudo
AR: ¿Cuál es la relación entre lo
oral y lo escrito? Uno puede pensar que alguien que habla bien escribe bien, y
viceversa.
EA:
No necesariamente. Hace poco hablaba con una persona, un escritor reconocido
que reconocía que no hablaba bien, que tenía ciertos problemas para hacerlo. Yo
también considero que no soy un buen orador (tampoco soy malo), pero comparado
con otros soy regular. Pero no hay relación alguna, cuando menos en todo el
mundo: no necesariamente se tiene que hablar bien para escribir bien. Conozco
excelente oradores que escriben mal.
Son
dos modos distintos que se pueden perfeccionar, y hacerlo juntos pero no se estudian
juntos. El habla es espontánea y la venimos manejando desde que nacemos, es un
acto natural. Además, nuestros progenitores no nos enseñan gramática; nuestra
mamá no nos pone un pizarrón y nos dice: “Este es el sujeto, este el verbo…”.
No, el habla es espontánea y se va perfeccionando porque es diaria, cotidiana,
en cada momento: en la televisión, en la calle, etcétera.
Vamos
conociendo el mundo de esa forma, y la escritura originalmente fue una
transcripción gráfica de lo oral; pero los hombres se dieron cuenta de que
tenía que ser más rigurosa, porque, por ejemplo, ahora utilizamos el lenguaje
corporal y tonos que el lenguaje escrito no tiene. Todavía faltan signos: hay
acentos en las frases que utilizamos que no podemos marcar. Por ejemplo, la gente
puede decir: “Tienes que hacer tal cosa”; “No; ahora es tu obligación”. Estamos
acentuando ese “tu”, que no lleva tilde. Nadie ha inventado una forma de
acentuarlo: es incorrecto de forma gráfica, pero se utiliza oralmente. Usamos
un “tú” como si fuera un pronombre personal y no como si fuera un posesivo. Yo
alguna vez pensé en subrayar la palabra o la sílaba, no ponerle tilde sino
subrayarla, pero esto no existe.
El
lenguaje escrito es otro mundo, es una transcripción; entonces hay que conocer
reglas. Todos los tonos y todo el lenguaje oral tengo que reemplazarlo por la
puntuación, y hay que conocerla a la perfección. Y esa no la enseñan bien
porque la enseñan como un fin, y es un medio.
Entonces
hay que ver el trasfondo de todo esto que es la comunicación: lo que importa es
comunicarse, no aprender gramática porque sí. Redactar es una forma de
comunicarse, y comunicar aspectos más elevados, más amplios, más complejos
comunicacionalmente hablando.
Por
eso es importante la redacción: a través de ella creamos el mundo que tenemos
alrededor.
AR: También se habla del estilo y
de que los escritores pueden usar la lengua casi como se les antoje. ¿Cuál es
el límite del estilo del escritor, hasta dónde tiene que respetar y romper
ciertas reglas?
EA:
En algunos puntos muy particulares la redacción pragmática e incluso la académica-formal
se contraponen mucho a la literatura, pero se nota cuando un escritor está
tomando ciertas licencias, muchas de las cuales tomaron el nombre de figuras
literarias o retóricas. Cuando se trata netamente de literatura existen las éstas,
y podemos tomar una licencia determinada, como quitar alguna coma y agregar
muchas conjunciones. Por ejemplo, se puede escribir “fui a ver a mi esposa y paseamos
y reímos tanto y tanto”; en lugar de poner comas usamos puras conjunciones, lo
que es una figura retórica, pero va en contra de la gramática pero sí se puede
hacer literariamente.
Hay
otras ocasiones en que se puede quitar y se pueden agregar puras comas, y hay
otros casos en que se puede quitar una coma determinada, como la que dije en el
título de Piñera y Kirchner, pero que en literatura se puede hacer. Cuando uno
dice “fui a comprar pan, mantequilla, arroz y me fui”, antes de “y me fui”
debería haber una coma, pero los literatos suelen quitarla porque le da cierta
sorpresa: la gente espera que vaya a enumerar otra cosa más, la última, y le
sale con una idea muy distinta.
En
literatura se generan mentalmente muchas cosas, pero se nota cuando es un vicio
gramatical o una cosa literaria, cuando es deliberado y cuando es un error.
AR: En textos periodísticos y
académicos, por ejemplo, eso no se permite…
EA:
Allí no se puede hacer nada de literatura; se tiene que ser muy pragmático y
muy formal, y quedan fuera las figuras literarias. Y encima, si fuera lenguaje
científico, fuera adjetivos calificativos también: el adjetivo es muy
subjetivo, y hay que quitarlo. De hecho, es la norma del periodismo más formal:
no se pueden utilizar adjetivos. Digo: “Hubo una gran manifestación”, pero para
unos podrá ser grande una cosa y para otros será pequeña. Se supone que no,
pero las líneas editoriales sí admiten eso en ciertos aspectos, pero
estrictamente en un comienzo no se podrían utilizar muchos adjetivos —calificativos,
por lo menos—.
AR: Como corrector de estilo,
¿hasta dónde se puede intervenir un texto? Porque hay quien escribe y no quiere
que le corrijan sus textos a pesar de que tengan errores incluso básicos.
EA:
Cuando el corrector de estilo modifica el texto ya termina siendo editor y no
corrector…
AR: En esos casos hay quien propone
que cuando así ocurra incluso aparezca como coautor…
EA:
Si hacemos una analogía entre el mundo editorial y el musical, podríamos decir
que el corrector de estilo es casi como el productor musical que toma la
canción, la perfecciona e incluso termina dando órdenes a los músicos para que
la toquen y la canten de determinada forma. Por eso en esto tiene que haber
mucho tacto o un convenio previo de hasta dónde el autor me va a dar permiso
porque yo soy muy estricto: voy a corregir muchas cosas, y hay otras que tendré
que consultar para corregirlas o no.
No
hay una norma universal al respecto; hay que hablar con el autor y decirle:
“¿Te puedo corregir todo? Ojo, que te lo voy a revisar entero”. Echo una
hojeada y veo muchos errores, y cuando lo señalo hay quienes se ofenden.
Entonces desde el comienzo hay que decirle a la otra persona: “Lo voy a
corregir bastante; hay que llegar a un convenio”.
Pero
sería aconsejable también, en ciertos puntos, cuando uno considere que está
yendo en contra del estilo de la persona, decirle: “Te vamos a corregir muchos
párrafos, pero si lo hago voy a llegar a un punto en que voy a trastocar tu
estilo”. Siempre dejo algunos párrafos o partes que no corrijo y espero al
autor y le digo: “Aquí ¿qué quisiste decir? ¿Qué podemos hacer acá? Porque está
mal, y si lo corrijo ya no eres tú, se nota mucho el cambio en un fragmento
determinado”.
Entonces,
es mucho de tacto, de experiencia, de hablar con la persona y de ponerse de
acuerdo antes de que se ofenda.
AR: ¿Cómo ha cambiado la lengua en
los últimos años con la utilización de las nuevas tecnologías, especialmente
con internet y las redes sociales? ¿Allí tiene futuro el español?
EA:
Prácticamente se ha generado una contracultura con la redacción de la gente en esos
medios: escribe de una forma horrible. Afortunadamente es aquí donde entra en
juego la RAE: mientras haya un agente rector de esto podemos estar tranquilos
de que el asunto va por buen camino.
La
gente que escribe mal se está perjudicando a sí misma, y cada vez tenemos menos
gente de letras en el mundo. El problema es, más bien, de un contexto social
más que netamente lingüístico. La lengua va a perdurar siempre; tenemos a la
RAE, que maneja toda Latinoamérica y España, y estamos tratando de aunar en un
consenso de hacer todos estos dialectos (porque en el fondo son dialectos) que
hablamos y tan parecidos entre sí que podemos comunicarnos tú y yo sin
problemas, tratando de tener el mayor campo común.
Entonces
no veo un mal futuro para el español, para nada; al contrario, lo veo como uno
de los mayores tesoros que puede tener la humanidad, más que el inglés, que es
muy práctico. Creo que el francés y el español van a perdurar siempre, el
primero por lo elegante y el segundo por lo complejo y rico.
Pero
mal por la gente que quiere remar para otro lado y quiere hacer su propio
lenguaje. El problema es cuando empiezan a cambiar las grafías, las letras de
todas las palabras, cuando ni siquiera es necesario. La excusa es que lo
escriben más rápido; pero cuando se cambia sólo una letra por otra no tiene
caso. Pero como se trata de acortar, tenemos la excusa del tiempo.
Otra
cosa: hay gente que tiene la facilidad de escribir horrible en los medios
digitales pero después escribe bien. Bueno, tampoco los censuro, cada quien con
lo suyo, pero por lo menos que a mí me escriban bien; a mí no me gusta que me
escriban mal porque uno termina tratando de descifrar cada palabra. Se supone
que una línea se lee en tres segundos, pero cuando escriben mal hay que
descifrar cada palabra, hay que leer sílaba por sílaba y se hace complejo.
Entonces, eso se vuelve práctico para algunos, pero para otros es molesto estar
leyendo cosas así. Entre ellos que se escriban como quieran, pero que a mí me
escriban correctamente porque me quitan tiempo: un texto de cinco líneas tardo
un minuto en leerlo cuando deberían ser sólo 10 segundos.
AR: ¿Eso tiene que ver con una
nueva jerga?
EA:
Sí, pero creo que si hacemos un estudio sociológico de dónde provienen esas
formas del lenguaje tal vez vengan de cierta pereza: la gente está tratando de
acortar las palabras, y tal vez sea parte de nuestra idiosincrasia occidental
del siglo XXI apocopar todo y aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Las
tecnologías nos van haciendo más perezosos. Si todo cambia y se hace más
accesible, más fácil, no por eso mejora.
AR: También a veces el corrector
automático de Word llega a ser nefasto.
EA:
Sí, porque corrige casi palabra por palabra, no frases ni párrafos, ni mucho
menos textos. La gente se confía en eso y hace solamente enunciados; hay muchos
libros que supuestamente apuntan a los enunciados, pero ¿y cómo hago el párrafo
ahora? Redactar es plasmar ideas complejas, no una línea. Entonces no concuerdo
con el Word tampoco, aunque sí hay que ver cuando subraya algo porque señala algún
error ortográfico, porque a veces incluso por algún problema tipográfico uno
escribe mal una palabra y se nos pasa.
Yo
siempre he abogado porque la gente recurra a libros, a internet, a diccionarios
para ver cualquier duda, pero el problema es cuando la gente entrega un
resultado malo. No importa cuánto te tardaste ni a cuántas instancias
recurriste para tener un buen resultado; lo que importa es que lo entregaste bien
y eso está perfecto. Eso es lo que importa.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 160, marzo de 2014.