lunes, agosto 18, 2014

La redacción: entre la RAE y las redes sociales. Entrevista con Eric Araya




La redacción: entre la RAE y las redes sociales
Entrevista con Eric Araya*
Ariel Ruiz Mondragón
En un mundo complejo que se encuentra más interconectado que nunca antes, las necesidades de una comunicación clara, precisa y correcta son ineludibles. Ante el incesante bombardeo de mensajes, una ventaja extraordinaria es tener los conocimientos básicos de una lengua para usarlos y transmitir adecuadamente nuestras ideas, experiencias y sentimientos.
Sin embargo, el predominio de las imágenes no ha sido beneficioso en el sentido anteriormente mencionado, lo que ha conducido incluso a cierto desprecio por el uso correcto del español, como se puede apreciar en vastos grupos sociales que utilizan las redes sociales para comunicarse.
Por ello es importante contar con herramientas que nos lleven por los caminos de la buena escritura, como ocurre con Abecé de redacción. Una guía accesible y completa para escribir bien (México, Océano, 2011), del comunicólogo chileno Eric Araya (Antofagasta, Chile), la que es una amplia guía (por momentos no tan sencilla) en la materia. Con él conversamos sobre diversos temas del uso de la lengua en la actualidad, que van desde la aplicación de ciertas normas de la Real Academia Española (RAE) hasta su transformación por el uso de las nuevas tecnologías.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el suyo, sobre todo si tomamos en cuenta que hay libros que abordan el tema, entre los que podemos incluir incluso la Gramática y la Ortografía de la RAE?
Eric Araya (EA): Hace casi 20 años me propuse hacer un libro así; estaba yo en la adolescencia, edad a la que yo ya escribía bastante bien, incluso ya era poeta. Me fijaba que gente mayor no lo sabía hacer en forma correcta, y dije: “¿Qué pasa aquí? Si no es tan difícil”. O para mí no fue tan difícil por lo menos.
Cuando comencé a hacer el libro fue casi por azar: empecé a hacer unas guías para un curso de redacción y retórica, y me di cuenta de que eran insuficientes, o más bien erradas en cuanto a lo que yo pensaba que son las falencias. Comencé haciendo las guías pensando que todo el mundo tenía ciertos problemas y no, eran otros.
Entonces empecé a indagar en los libros de redacción, y me topé con que eran muy complejos o tenían solamente un trocito de lo que es la redacción: tenían un poquito de gramática, otros abordaban correcciones del idioma, pero ninguno tomaba la redacción como un todo. En vista de eso y de lo que me propuse hace mucho tiempo, pensé hacer un libro que fuera simple y que contuviera todo. Puede haber un par de cositas que quizá se le puedan agregar y perfeccionarlo, claro, pero, a grandes rasgos, no hay que recurrir a cuatro o cinco libros.

AR: Ha sido profesor y corrector de estilo. ¿Cuáles son las principales carencias y errores que ha encontrado en cada una de esas facetas?
EA: Como corrector he trabajado en diversas instituciones culturales y educativas, y también como free lance tanto en Chile como en México. Son muchas como para citarlas.
Cuando se trata propiamente de corrección de estilo es, en términos muy amplios, cuando abordo la parte editorial, y a veces es trabajo ortotipográfico y en otras gramatical. Hay gente que tiene un bajo nivel de profesionalismo y quiere pulir los libros y quiere que se los corrijan, pero ni siquiera se toman el tiempo de revisar las rayitas rojas y verdes que les arroja el corrector de Word. A veces no hay que confiarse de eso, pero por lo menos sí saber qué pasa.
Entonces vemos que la gente quiere lanzar un texto en una revista o en algún otro lugar tiene errores graves porque no es del mundo editorial, no maneja las letras con perfección, pese a que cree que escribir es muy sencillo. Sí lo es, pero si nunca lo hizo en toda su vida, difícilmente lo va a poder hacer de una vez para otra.
Esa gente tiene problemas que van más allá de la gramática; son lógicos, de pensamiento: cómo estructurar las ideas para hacer una preposición, luego un párrafo y luego un texto completo. No saben separar cuatro mensajes distintos. Por ejemplo, te puedo saludar y decir “hola”; después digo “te estuve esperando 10 minuto”, luego “ya me tengo que ir” y, finalmente, “nos vemos mañana”. Son cuatro mensajes y cada uno debe tener una puntuación distinta. ¿Cuál? Eso lo vemos después, pero para comenzar hay que saber que son cuatro mensajes distintos.
Entonces una puntuación debe ir allí. ¿Cuál? Eso ya lo debe ver la gramática, pero la idea básica es separar las ideas. Ese es el problema que tiene la gente: que escribe todo de corrido; es lo que llamo, cuando hablo del punto y seguido, “encabalgamiento”, que son, básicamente, oraciones yuxtapuestas.
Después hay gente que tiene problemas netamente gramaticales: no sabe utilizar la puntuación ortográfica, no sabe poner las tildes. Esto también pasa con literatos, que es con quienes más satisfacciones tiene la corrección porque es poca. Pero en este caso ya estamos hablando de ciertas cosas muy rigurosas, de un aspecto muy fino de las letras que podemos corregir o mejorar. Este es un trabajo exquisito, no el otro, en el que hay que corregir todo, e incluso hay que dejar párrafos sin corregir y decirle al autor: “Oiga, ¿qué quiso decir acá?”. Porque ni siquiera uno, tratando de interpretar, puede saber qué quiso decir y se presta para muchas cosas.
Entonces allí están los niveles distintos. Ojalá fuera siempre de literatos pero no siempre es así.

AR: Hay una parte en la que en una nota mencionas la lectura. ¿Ésta nos puede ayudar a escribir bien?
EA: Para algunos es un auxiliar, y para muy pocos es el maestro. Son muy escasas las personas que pueden aprender mediante la lectura; hay gente que tiene esa capacidad (me incluyo) de que lee y, por inducción, de tanto leer y de ver repetidos algunos formatos gramaticales, saca una regla y después la reproduce.
La lingüística se divide en la parte oral y la escrita, que son dos mundos muy distintos. Hay personas que tienen la gracia de que no necesitan un libro como el Abecé, pero estamos hablando de menos del uno por ciento de la población que tiene esa inteligencia lingüística. Pero el resto de los mortales, que son la gran mayoría, necesitan textos con instrucciones o un maestro que les enseñe.
Pero ¿para qué sirve la lectura? Si tenemos un libro como el Abecé de redacción podemos reforzarlo mediante la lectura porque vamos a ver que los ejemplos que yo explico están reflejados en muchas lecturas, y entonces ya se puede ir forjando y dándole más fuerza a lo aprendido.
En general, la lectura también sirve para hacernos más listos; parece una perogrullada o incluso un cliché, pero es muy cierto. La lectura nos hace concebir el mundo; el lenguaje en sí, si es literario, mejor, ya que nos hace más listos. Una forma de conocer el mundo es conociendo las palabras; lo hacemos a través de las palabras, significado y significante. Por ejemplo, tomamos la palabra “anteojos”, y tenemos ya una forma de conocer algo, de concebirlo, de imaginarlo.
Pero no sólo se queda allí, va más allá: podemos decir “el anteojo y el libro”, y tenemos otro aprendizaje, y si le ponemos “la mesa” ya tenemos “el anteojo y el libro están sobre la mesa”. Tenemos un juicio, lógicamente hablando, y si juntamos dos juicios ya tenemos un raciocinio. Eso es tener pensamientos más elevados, es tener raciocinio en sí, y eso se logra a través del lenguaje, de la capacidad de comunicarnos por determinados signos, que son arbitrarios pero que son un código común.
Entonces eso es la lectura: bombardearnos, darnos más y reforzar algunas cosas. Afortunadamente, para muy pocos esto es casi espontáneo: leen y aprenden, mientras que el resto tienen que tomar un libro o esperar que un maestro les enseñe.
Pero la lectura siempre va a ser necesaria.

AR: Algo que me llamó la atención es que el libro rompe con ciertos lineamientos de la RAE, como en los casos de las tildes en sólo, ó y aquél, por ejemplo. ¿Hasta qué punto es adecuado seguir las reglas de la RAE?
EA: Eso lo dejo a la libre elección, aunque no es tan libre porque en el fondo estoy induciendo a hacerlo. Esa es mi postura muy particular, y hay otras personas que pueden decir lo contrario con los argumentos que da la RAE.
Yo estoy totalmente en desacuerdo con esos usos que mencionas; son los únicos que censuro que sean normas de la RAE, pero no censuro que la gente lo haga, siempre y cuando lo haga con conocimiento. Por eso digo que primero deben saber si se trata de un adverbio, de un adjetivo y ya después decidan si ponen la tilde o no. Hay gente que ni siquiera sabe por qué la agregan o la quitan.
Primero hay que aprender a distinguir las palabras, los nueve tipos que, según la gramática descriptiva, tenemos casi todos los idiomas, o cuando menos los indoeuropeos. Tenemos que aprender a utilizarlas bien y cuando tengamos ese conocimiento básico ya podemos estar en condiciones de juzgar a la RAE.
Quienes tienen un conocimiento holgado creo que tienen la facultad moral para criticar ciertos aspectos; el resto no, tiene que remitirse a la RAE o a un libro especializado. Pero no soy el único; si lo fuera, tal vez estaría mal, pero hay muchas personas que siguen poniéndole tilde a “sólo” cada vez que lo encuentran. Para mí, es mejor deshacer la ambigüedad ya.

AR: Seguramente ya has leído la prensa mexicana. ¿Qué defectos le has encontrado en cuanto a redacción?
EA: Hay varios aspectos, como en mi país (Chile). Últimamente tengo un hobby esporádico, que consiste en que reviso títulos de los diarios y voy anotando los que tienen errores.

AR: En el libro dedica una parte a la titulación…
EA: Sí, básicamente son los títulos. Pero ese error es más bien una maña: en cuento lees los periódicos mexicanos hay una manía por poner el verbo conjugado, el núcleo del predicado, al comienzo. No sé con qué sentido, o si es una regla, un sello, pero funcionalmente no tiene ningún valor sino al contrario, va en desmedro de la comunicación y a veces a favor de la anfibología. Por ejemplo, si decimos: “Quiere el sindicato aumentar sus ingresos”, es vicioso por el verbo “querer”: dice la regla básica de la titulación periodística que podemos segmentar el mensaje, la oración del título, y que debemos poner lo más interesante al comienzo. Entonces, el verbo “querer” no es llamativo. ¿Qué es lo más llamativo del título anterior: “querer”, “sindicato” o “aumento de ingresos”? Lo último. Entonces “Un aumento salarial quiere el sindicato” debería ser el título lógico para captar la atención.
Recordemos que estamos en pleno siglo XXI y vivimos un bombardeo de comunicación, de mensajes, por lo que la idea es captar al lector a la primera. Entonces hay que dejar que la primera palabra nos seduzca, nos agarre y nos tenga asidos, en lugar de esperar que otro diario que tenga otro título más sofisticado y más inteligente y la gente lo prefiera.
Esa es la idea: se trata de captar inmediatamente porque hay exceso de información en todos los lugares, la gente se va cegando y el diario tiene que llamar la atención.
Si va a ser el verbo al comienzo, tiene que ser un título como “explota una bomba en tal lugar”, con un verbo fuerte; si no, se tiene que ver qué va primero. En sentido práctico, gramaticalmente el uso en nuestro idioma es muy flexible: se puede utilizar “mañana iré al parque”, “al parque iré mañana” o “iré al parque mañana”. Eso es hipérbaton, pero periodísticamente debe llevar un orden específico de acuerdo al interés del lector y cómo queremos captarlo.
En cuanto a lo estrictamente gramatical hay dos errores básicos y graves: la conjugación del verbo venir en pasado, que es “viniste” y no “veniste”, como lo he visto varias veces por allí, y “venimos” y “vinimos” en pasado, que es un error que se ve bastante en los medios, a pesar de que lo corriges, pero no le hacen caso.
Otro error es el uso del “hasta”, preposición que muchos usan como sinónimo de “desde”, y es todo lo contrario.
Esos son los usos que veo aquí en México. En Chile también hay errores, y graves, por no saber usar las comas. Hace poco vi que un diario decía “Muere Kirchner y Piñeira va al funeral”. Quien lee eso piensa que murieron los dos; entonces era: “Muere Kirchner, y Piñeira va al funeral”. Son dos oraciones yuxtapuestas que se separan por una puntuación, o debería ser con punto y seguido, pero el título periodístico no lo puede tener: “Muere Kirchner. Piñeira va a su funeral”. Eso es por no saber la puntuación, y fue un error en un título de primera plana en un conocido diario de Chile. Hay otros errores graves también, pero no suceden tan a menudo

AR: ¿Cuál es la relación entre lo oral y lo escrito? Uno puede pensar que alguien que habla bien escribe bien, y viceversa.
EA: No necesariamente. Hace poco hablaba con una persona, un escritor reconocido que reconocía que no hablaba bien, que tenía ciertos problemas para hacerlo. Yo también considero que no soy un buen orador (tampoco soy malo), pero comparado con otros soy regular. Pero no hay relación alguna, cuando menos en todo el mundo: no necesariamente se tiene que hablar bien para escribir bien. Conozco excelente oradores que escriben mal.
Son dos modos distintos que se pueden perfeccionar, y hacerlo juntos pero no se estudian juntos. El habla es espontánea y la venimos manejando desde que nacemos, es un acto natural. Además, nuestros progenitores no nos enseñan gramática; nuestra mamá no nos pone un pizarrón y nos dice: “Este es el sujeto, este el verbo…”. No, el habla es espontánea y se va perfeccionando porque es diaria, cotidiana, en cada momento: en la televisión, en la calle, etcétera.
Vamos conociendo el mundo de esa forma, y la escritura originalmente fue una transcripción gráfica de lo oral; pero los hombres se dieron cuenta de que tenía que ser más rigurosa, porque, por ejemplo, ahora utilizamos el lenguaje corporal y tonos que el lenguaje escrito no tiene. Todavía faltan signos: hay acentos en las frases que utilizamos que no podemos marcar. Por ejemplo, la gente puede decir: “Tienes que hacer tal cosa”; “No; ahora es tu obligación”. Estamos acentuando ese “tu”, que no lleva tilde. Nadie ha inventado una forma de acentuarlo: es incorrecto de forma gráfica, pero se utiliza oralmente. Usamos un “tú” como si fuera un pronombre personal y no como si fuera un posesivo. Yo alguna vez pensé en subrayar la palabra o la sílaba, no ponerle tilde sino subrayarla, pero esto no existe.
El lenguaje escrito es otro mundo, es una transcripción; entonces hay que conocer reglas. Todos los tonos y todo el lenguaje oral tengo que reemplazarlo por la puntuación, y hay que conocerla a la perfección. Y esa no la enseñan bien porque la enseñan como un fin, y es un medio.
Entonces hay que ver el trasfondo de todo esto que es la comunicación: lo que importa es comunicarse, no aprender gramática porque sí. Redactar es una forma de comunicarse, y comunicar aspectos más elevados, más amplios, más complejos comunicacionalmente hablando.
Por eso es importante la redacción: a través de ella creamos el mundo que tenemos alrededor.

AR: También se habla del estilo y de que los escritores pueden usar la lengua casi como se les antoje. ¿Cuál es el límite del estilo del escritor, hasta dónde tiene que respetar y romper ciertas reglas?
EA: En algunos puntos muy particulares la redacción pragmática e incluso la académica-formal se contraponen mucho a la literatura, pero se nota cuando un escritor está tomando ciertas licencias, muchas de las cuales tomaron el nombre de figuras literarias o retóricas. Cuando se trata netamente de literatura existen las éstas, y podemos tomar una licencia determinada, como quitar alguna coma y agregar muchas conjunciones. Por ejemplo, se puede escribir “fui a ver a mi esposa y paseamos y reímos tanto y tanto”; en lugar de poner comas usamos puras conjunciones, lo que es una figura retórica, pero va en contra de la gramática pero sí se puede hacer literariamente.
Hay otras ocasiones en que se puede quitar y se pueden agregar puras comas, y hay otros casos en que se puede quitar una coma determinada, como la que dije en el título de Piñera y Kirchner, pero que en literatura se puede hacer. Cuando uno dice “fui a comprar pan, mantequilla, arroz y me fui”, antes de “y me fui” debería haber una coma, pero los literatos suelen quitarla porque le da cierta sorpresa: la gente espera que vaya a enumerar otra cosa más, la última, y le sale con una idea muy distinta.
En literatura se generan mentalmente muchas cosas, pero se nota cuando es un vicio gramatical o una cosa literaria, cuando es deliberado y cuando es un error.

AR: En textos periodísticos y académicos, por ejemplo, eso no se permite…
EA: Allí no se puede hacer nada de literatura; se tiene que ser muy pragmático y muy formal, y quedan fuera las figuras literarias. Y encima, si fuera lenguaje científico, fuera adjetivos calificativos también: el adjetivo es muy subjetivo, y hay que quitarlo. De hecho, es la norma del periodismo más formal: no se pueden utilizar adjetivos. Digo: “Hubo una gran manifestación”, pero para unos podrá ser grande una cosa y para otros será pequeña. Se supone que no, pero las líneas editoriales sí admiten eso en ciertos aspectos, pero estrictamente en un comienzo no se podrían utilizar muchos adjetivos —calificativos, por lo menos—.

AR: Como corrector de estilo, ¿hasta dónde se puede intervenir un texto? Porque hay quien escribe y no quiere que le corrijan sus textos a pesar de que tengan errores incluso básicos.
EA: Cuando el corrector de estilo modifica el texto ya termina siendo editor y no corrector…
AR: En esos casos hay quien propone que cuando así ocurra incluso aparezca como coautor…
EA: Si hacemos una analogía entre el mundo editorial y el musical, podríamos decir que el corrector de estilo es casi como el productor musical que toma la canción, la perfecciona e incluso termina dando órdenes a los músicos para que la toquen y la canten de determinada forma. Por eso en esto tiene que haber mucho tacto o un convenio previo de hasta dónde el autor me va a dar permiso porque yo soy muy estricto: voy a corregir muchas cosas, y hay otras que tendré que consultar para corregirlas o no.
No hay una norma universal al respecto; hay que hablar con el autor y decirle: “¿Te puedo corregir todo? Ojo, que te lo voy a revisar entero”. Echo una hojeada y veo muchos errores, y cuando lo señalo hay quienes se ofenden. Entonces desde el comienzo hay que decirle a la otra persona: “Lo voy a corregir bastante; hay que llegar a un convenio”.
Pero sería aconsejable también, en ciertos puntos, cuando uno considere que está yendo en contra del estilo de la persona, decirle: “Te vamos a corregir muchos párrafos, pero si lo hago voy a llegar a un punto en que voy a trastocar tu estilo”. Siempre dejo algunos párrafos o partes que no corrijo y espero al autor y le digo: “Aquí ¿qué quisiste decir? ¿Qué podemos hacer acá? Porque está mal, y si lo corrijo ya no eres tú, se nota mucho el cambio en un fragmento determinado”.
Entonces, es mucho de tacto, de experiencia, de hablar con la persona y de ponerse de acuerdo antes de que se ofenda.

AR: ¿Cómo ha cambiado la lengua en los últimos años con la utilización de las nuevas tecnologías, especialmente con internet y las redes sociales? ¿Allí tiene futuro el español?
EA: Prácticamente se ha generado una contracultura con la redacción de la gente en esos medios: escribe de una forma horrible. Afortunadamente es aquí donde entra en juego la RAE: mientras haya un agente rector de esto podemos estar tranquilos de que el asunto va por buen camino.
La gente que escribe mal se está perjudicando a sí misma, y cada vez tenemos menos gente de letras en el mundo. El problema es, más bien, de un contexto social más que netamente lingüístico. La lengua va a perdurar siempre; tenemos a la RAE, que maneja toda Latinoamérica y España, y estamos tratando de aunar en un consenso de hacer todos estos dialectos (porque en el fondo son dialectos) que hablamos y tan parecidos entre sí que podemos comunicarnos tú y yo sin problemas, tratando de tener el mayor campo común.
Entonces no veo un mal futuro para el español, para nada; al contrario, lo veo como uno de los mayores tesoros que puede tener la humanidad, más que el inglés, que es muy práctico. Creo que el francés y el español van a perdurar siempre, el primero por lo elegante y el segundo por lo complejo y rico.
Pero mal por la gente que quiere remar para otro lado y quiere hacer su propio lenguaje. El problema es cuando empiezan a cambiar las grafías, las letras de todas las palabras, cuando ni siquiera es necesario. La excusa es que lo escriben más rápido; pero cuando se cambia sólo una letra por otra no tiene caso. Pero como se trata de acortar, tenemos la excusa del tiempo.
Otra cosa: hay gente que tiene la facilidad de escribir horrible en los medios digitales pero después escribe bien. Bueno, tampoco los censuro, cada quien con lo suyo, pero por lo menos que a mí me escriban bien; a mí no me gusta que me escriban mal porque uno termina tratando de descifrar cada palabra. Se supone que una línea se lee en tres segundos, pero cuando escriben mal hay que descifrar cada palabra, hay que leer sílaba por sílaba y se hace complejo. Entonces, eso se vuelve práctico para algunos, pero para otros es molesto estar leyendo cosas así. Entre ellos que se escriban como quieran, pero que a mí me escriban correctamente porque me quitan tiempo: un texto de cinco líneas tardo un minuto en leerlo cuando deberían ser sólo 10 segundos.

AR: ¿Eso tiene que ver con una nueva jerga?
EA: Sí, pero creo que si hacemos un estudio sociológico de dónde provienen esas formas del lenguaje tal vez vengan de cierta pereza: la gente está tratando de acortar las palabras, y tal vez sea parte de nuestra idiosincrasia occidental del siglo XXI apocopar todo y aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Las tecnologías nos van haciendo más perezosos. Si todo cambia y se hace más accesible, más fácil, no por eso mejora.

AR: También a veces el corrector automático de Word llega a ser nefasto.
EA: Sí, porque corrige casi palabra por palabra, no frases ni párrafos, ni mucho menos textos. La gente se confía en eso y hace solamente enunciados; hay muchos libros que supuestamente apuntan a los enunciados, pero ¿y cómo hago el párrafo ahora? Redactar es plasmar ideas complejas, no una línea. Entonces no concuerdo con el Word tampoco, aunque sí hay que ver cuando subraya algo porque señala algún error ortográfico, porque a veces incluso por algún problema tipográfico uno escribe mal una palabra y se nos pasa.
Yo siempre he abogado porque la gente recurra a libros, a internet, a diccionarios para ver cualquier duda, pero el problema es cuando la gente entrega un resultado malo. No importa cuánto te tardaste ni a cuántas instancias recurriste para tener un buen resultado; lo que importa es que lo entregaste bien y eso está perfecto. Eso es lo que importa.


*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 160, marzo de 2014.

viernes, agosto 01, 2014

El manejo criminal de la justicia. Entrevista con José Reveles



El manejo criminal de la justicia

Entrevista con José Reveles*

Por Ariel Ruiz Mondragón

La discusión sobre el caso de Florence Cassez ha continuado con gran pasión, pero en la mayoría de los casos no sólo con escaso o nulo conocimiento del expediente del proceso que se le siguió a la ciudadana francesa, sino con pocos elementos nuevos para documentar opiniones y juicios al respecto.

En su libro El affair Cassez. La indignante invención de culpables en México (México, Temas de hoy, 2013), José Reveles ha recabado mayor información sobre el caso y ha dado mayores elementos de contexto sobre el proceso que conmocionó a la sociedad mexicana, el cual le sirve para ejemplificar la perversión que de la justicia se ha hecho en México. “Este es un libro contra la impunidad”, afirma el autor en la primera línea del volumen.

Este País conversó con el periodista, quien ejerce su profesión desde hace más de cuatro décadas; egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, ha laborado en medios como Excélsior, Proceso, Filo rojo, El Financiero y Variopinto, entre otros. Autor de una decena de libros, en 2001 recibió el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de Reportaje.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo?

José Reveles (JR): Curiosamente, conociendo el caso de Florence Cassez no había profundizado sobre él sino hasta que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dio a conocer su fallo y la dejó libre. En ese momento empecé a hablar con gente, amigos míos informados e inteligentes, y siempre salía a relucir el tema. Me di cuenta de que todo el mundo asumió la versión oficial y decían: “¡Ah, era una secuestradora! Cómo iba a ser tan mensa para no saber que donde ella vivía con Israel Vallarta estaban los secuestrados. No puede ser, eso es imposible”.

Claro que era imposible porque no estaban allí. Eso lo descubrí con la lectura de los expedientes, con el historial de cómo se fue fabricando el caso; digo “fabricando” porque llegué a la conclusión, a los ocho o 10 días de la resolución de la Corte, de que ésta le había entrado al tema sólo en lo formal-jurídico, es decir, no entró al fondo, y no lo hizo porque no quiso y porque no le tocaba, se lo prohíbe la ley.

Entonces la decisión de la Corte, con ser histórica, importante, y para mí justa y correcta, al mismo tiempo terminó de criminalizar a Florence porque dijo: “Aquí no juzgamos si es culpable o inocente: se le violó el debido proceso”. Con esa frase los ministros estaban diciendo que es culpable ante una opinión pública que no tiene por qué estar adentrada en los vericuetos legales. Sin quererlo, ellos mismos criminalizaron a Florence habiéndola liberado.

Yo cito las cabezas de los periódicos, que decían: “Liberan a la secuestradora”, por ejemplo. La Corte no aclaró que, antes del montaje televisivo, a Florence Cassez y a Israel Vallarta los capturaron el ocho de diciembre, y que los presentaron el día nueve en un falso operativo de rescate de las víctimas en el rancho Las Chinitas, cuando estas personas no estaban allí la noche anterior: las colocaron, montaron un escenario, dividieron el cuarto de una cabañita, le pusieron luz eléctrica, etcétera. Fueron una serie de montajes y testimonios falsos, con hallazgos increíbles. ¡Por favor! Uno está hablando en serio.

Me di cuenta de eso y dije: “¿Por qué?”, y me puse a investigar. Encontré que la coyuntura era lo más cómoda, lo más propicia para que Genaro García Luna defendiera su puesto de director de la Agencia Federal de Investigación (AFI), porque hacía ocho días que se había dado a conocer que sus agentes fueron quienes secuestraron a Los Zetas en Acapulco, cuando México contempló el primer narcovideo con violencia y con ejecución explícita. Los operadores de ese asunto fueron del cártel de Sinaloa, pero utilizaron como sus empleados a los agentes federales. En cualquier país que se respete, el director de ese cuerpo policiaco se hubiera ido a su casa si no es que a la cárcel. Entonces montó el show y eso lo salvó. Le salió muy bien porque lo repitió hasta el cansancio.

Lo que yo digo en el libro es muy polémico porque yo sostengo lo que digo y a las pruebas me remito. Yo sé que se van a enojar.

 

AR: Usted sostiene la hipótesis de que en el caso Cassez coincidieron tres asuntos: la necesidad de mejorar la imagen de la Secretaría de Seguridad Pública, una venganza personal de Eduardo Margolis y la legitimación política por parte de Felipe Calderón. ¿Cómo se entrelazan estos tres asuntos?

JR: Uno tiene que analizar los acontecimientos en el contexto en que ocurren porque nada es casual en política ni en nota roja ni en montaje mediático. Aquí coincide todo: estamos hablando de un gobierno, el de Vicente Fox, al que le faltaba todavía casi un año para dejar de ser presidente; el cuatro de diciembre de 2005 juraba como candidato presidencial Felipe Calderón, y en México cuando entra un candidato el Presidente en funciones empieza a perder poder y piso.

Entonces es importante la fecha en que ocurrió esto: veníamos del intento fallido de desafuero de Andrés Manuel López Obrador, del arrepentimiento de Fox de haberlo intentado y cuando Calderón había ganado la elección interna del PAN de mala manera, con vicios muy fuertes.

El caso no hubiera pasado a mayores si muere en diciembre, pero resultó que revivió en febrero porque hubo una entrevista en el programa de Denise Maerker en el que acorralaron a García Luna cuando llamó Florence Cassez desde la cárcel. Allí quedó en evidencia que las autoridades habían hecho un show, que pusieron en escena un asunto que no existió en la realidad.

Entonces al final nunca se va a saber dónde estuvieron estas víctimas y quién las secuestró —si es que alguna vez fueron secuestradas—. Estamos hablando de tres personas: el joven Ezequiel Elizalde, que en esa época tenía 18 o 19 años; la señora Cristina Ríos Valladares, y su hijo de 11 años. Ellos siguen sosteniendo una versión a la que le dan vueltas y vueltas, la que fueron modificando conforme las circunstancias lo exigían. La señora Ríos Valladares primero no reconoció en absoluto a ninguna mujer y menos a Florence; llegó a decir “déjenlos porque no tuvieron nada qué ver”. Pero en febrero ya la comenzó a culpar, e incluso acusó a Israel de haberla violado y de allí se fue para adelante; casi cuatro años después la vuelven a citar para que reconociera a otros integrantes de la banda, quienes eran los hermanos y los sobrinos de Israel Vallarta, entre otros, Y dijo: “Fulano me violó, él todos los días, aquel también”. Entonces resultó que ocho tipos la habían violado y se acordaba de sus voces cuatro años después. Eso es imposible.

 

AR: Ezequiel dio varias versiones de los hechos…

JR: Hasta cinco: que se autosecuestró porque su papá era un desgraciado que no le daba dinero; luego que él sospechaba que lo secuestró un amigo de su suegra; luego su papá dijo que los únicos que sabían que él espiaba teléfonos eran la suegra y la esposa de Ezequiel, y por tanto sospechaba de ellas, etcétera. Es una familia de mentirosos, no hay otra explicación.

Pero también cambiaban la versión al gusto de lo que la autoridad les ordenaba. Para mí, las supuestas víctimas llegaron a convertirse en delincuentes porque hay una versión no desmentida de la televisión francesa de que Cristina Ríos Valladares era ama de llaves de Eduardo Margolis, y el otro muchacho era hijo de un secuestrador que muy probablemente estaba al servicio de Margolis porque intervenía llamadas A lo que se dedica Margolis, entre otras cosas, es a vender blindaje para automóviles, chalecos antibalas e instrumentos de seguridad, y tiene negocios en la televisión, en las ofertas de las noches; pero también, sobre todo, a solucionar los secuestros de la comunidad judía. De eso presume desde hace muchos años, y dice que fue de la Mossad, etcétera. Este personaje es muy importante porque finalmente es el que le puso el asunto en bandeja de plata a García Luna.

Tal vez debí haber sido más explícito, aunque sí lo digo en el libro: en realidad iban sobre Israel Vallarta, no sobre Florence; pero ella iba con él en el momento de la detención, y cayó y le vino como anillo al dedo a García Luna porque se trataba de una francesa bonita y “secuestradora”. ¡Qué levantón de la imagen del gobierno!

 

AR: Hay otros personajes que no fueron investigados a fondo...

JR: Yo llegué a la conclusión de fue una especie de tablero el que pusieron sobre la mesa y dijeron: “Aquí está esta banda, por acá este grupo; este es secuestrado; a ver, este pásamelo para acá, ponle este nombre a la banda. Los hermanos Rueda Cacho, a ver, que canten, y si lo hacen les damos chance de que no les pase nada” (una especie de testigos protegidos sin estatus oficial). Pero yo sospecho, por la forma en que se han desarrollado los acontecimientos, que esa gente era incondicional de la autoridad simplemente porque fue lo que les ordenaron y lo que les convenía a ellos para tener prerrogativas.

 

AR: ¿Qué pasó con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en este caso? Porque se dio cuenta del maltrato físico, de las torturas, y luego no quiso aplicar el Protocolo de Estambul, como usted relata. Después se apegó a la versión de que los detenidos sí eran delincuentes, pero que se violaron sus garantías y por esto los tuvieron que dejar libres, por lo cual se habrían violado los derechos de las víctimas. Se hizo partícipe del discurso oficial.

JR: Qué bueno que menciona la palabra discurso porque finalmente es sólo eso. Pasaron más de siete años con una CNDH totalmente inactiva, que no hizo caso de todas las denuncias que le entregaron.

Al respecto está el caso de la captura del hermano de Israel Vallarta, René, y también de sus sobrinos, a quienes tuvieron tantas horas bajo tortura que cuando los entregaron al Ministerio Público la queja ya estaba en la CNDH. Estamos hablando de una ilegalidad del tamaño del mundo.

En cuanto la SCJN dio su veredicto, histórico, el 23 de enero de 2013, en la CNDH dijeron: “Tenemos que sumarnos a esa corriente”, y lo hicieron en el discurso. Afirmaron: “Se violó el derecho de las víctimas”, que eran Ezequiel, Cristina y el niño. Para ellos Israel, Florence y los demás no fueron víctimas porque no estaban hablando de la invención de culpables. En este país el mundo es al revés: muchas veces aquí las víctimas son quienes están en la cárcel porque la autoridad decide castigarlos por la razón que quieras: política, de venganza personal, porque denunciaron, porque conviene a la propaganda mediática del momento, etcétera. Por ejemplo, ya no es ningún secreto que los generales que estuvieron en la cárcel, como Tomás Ángeles Dauahare y Roberto Dawe, ya salieron libres porque no debían nada. Noé Ramírez Mandujano, quien fue subprocurador; dos  ex directores de Interpol, Rodolfo de la Guardia y Ricardo Gutiérrez Vargas, así como Javier Herrera Valles, ex coordinador regional de la Policía Federal, ya salieron. Todos ellos han sido liberados, y faltan muchos.

Así ha ocurrido con la elaboración de laberintos de culpabilidad que al final son falsos, porque se está usando otra vez a la tortura como la reina de las pruebas, la cual, según decían, ya había desaparecido en este país. No es cierto: la semana pasada yo recibí manuscritos de gente involucrada en el caso Martí que desde hace cuatro años recibe presión y tortura.

Lo más fácil aquí es inventar secuestros, culpables y nombres de las bandas. Normalmente la autoridad es la que bautiza a las bandas, y no hablo nada más de Los Zodiaco (que nunca existieron; yo soy especialista en secuestros desde hace 20 años y me sé todos los nombres de las bandas).

 

AR: En el libro se cita que a uno de los últimos inculpados en el caso Cassez le preguntaron en la cárcel: “¿Cómo se llamaba su banda?”, y respondió: “Los Zodiaco, según me enteré aquí”.

JR: “Me acaban de decir”. Cuando se inventa tanto se cae en muchos errores; la autoridad cometió el error de repetir los Géminis y los Cáncer, y se equivoca porque en otra ocasión así llamó a otro de los inculpados: a Israel Vallarta le dieron un apodo que luego le atribuyeron a otro.

Lo que descubre este libro es que el de Cassez no es más que un caso paradigmático de lo que ocurre con muchísima gente. Eso lo hicieron con una francesa porque mediáticamente les convenía, pero lo llevaron al extremo de confrontarse con otro gobierno por la necedad del presidente Calderón de mantenerla aquí y por la necedad de Nicolás Sarkozy (porque hay que ver que este hacía propaganda a través del caso Cassez) de llevársela a Francia. En ese momento la pobre mujer estaba entre dos fuegos, y dijo. “Estoy peor que nunca porque discuten los presidentes de dos países, uno para llevarme a cumplir 20 años de condena y otro para que me quede a cumplir 60 años. Estoy jodida”.

 

AR: De lo que decía, a mí me llama la atención que durante estos años se hizo una importante reforma en materia de justicia en 2008. ¿No le parece que este caso es un franco ataque a esa reforma?

JR: Yo hablo de la reforma del 2008 pero hay una más reciente por la que los derechos humanos se incorporaron a la Constitución.

Yo sí creo que hay una embestida en contra de los juicios orales, curiosamente, que tampoco están limpios de polvo y paja porque es una cosa que promueve Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida, y ya llevamos casi seis años y no se pueden implementar; el límite son ocho, y yo creo que van a ampliar el plazo.

Como comentario al margen: fueron acusados los autores de Presunto culpable. ¿Quién está detrás de los acusadores? Estos no son gente pudiente; entonces hay un sistema en el ámbito de los juzgadores y de los magistrados que está en contra de las reformas.

 

AR: Muchas organizaciones defensoras de víctimas de delitos avalaron y defendieron la tesis oficial de la culpabilidad de Cassez. ¿Qué nos dice esto?

JR: Yo creo que desde el gobierno de Fox, pero más durante el de Calderón, se le dio mucha beligerancia a organizaciones presuntamente defensoras de víctimas de secuestro, y se les dio rango casi de consejeros presidenciales; por ejemplo, Isabel Miranda, Alejandro Martí y María Elena Morera (de quien se denunció que su hijo trabajaba con García Luna, por ejemplo).

Aunque algunos de ellos de por sí son multimillonarios, esto no quiere decir que no reciban prerrogativas del gobierno: si no es dinero es poder. El problema es que han sido denunciados por muchas víctimas de haber colaborado con la autoridad para convertirlos en presuntos culpables sin serlo, y de presionarlos física y psicológicamente dentro de las cárceles. Esto es totalmente irregular; no lo digo yo, está en testimonios escritos y en actas ministeriales que yo conozco. ¿Qué pasó con todo esto? ¿Por qué se permitieron esta simbiosis y esta irregularidad?

Entonces florecieron mucho las asociaciones civiles, y lo que hicieron los gobiernos panistas fue crear, promover y financiar las que le hicieran contrapeso a las organizaciones más autónomas. Entonces tenemos grupos avalados por el gobierno, y grupos a los que éste considera como enemigos. Hay ese asunto, entre sutil pero también descarado, de financiar organizaciones que están del lado del gobierno y que lo van a apoyar en todo. Eso lo hemos visto: hay personajes que parece que son consejeros de seguridad pública, de las procuradurías y de la Presidencia. Es en ese ámbito en el que se puede dar casos como los de Cassez y Tomás Ángeles, por ejemplo.

 

AR: Usted dice al principio del libro que en los gobiernos del PAN se aplicó una justicia a la carta. En ese sentido, ¿cuál ha sido el efecto de la democratización del país en los sistemas de seguridad pública y de procuración de justicia?

JR: Para desgracia de nuestro país, la simulación del PRI, la represión selectiva a los opositores, la criminalización tuvo un manejo diferente con los panistas, pero no mejor sino peor, porque estos no sólo criminalizaron a la gente, no sólo inventaron culpables sino que fue tan grave la violencia colectiva (o sea los muertos, los desaparecidos, los desplazados, los torturados) que desde el primer momento en que alguien caía en garras del crimen organizado o de alguna autoridad, o moría en un fuego cruzado, ya era criminalizado: si los mataron o los secuestraron fue por algo. Esto lo sostengo en otro libro: cómo Calderón fue ejemplo de criminalización de, por ejemplo, los jóvenes asesinados en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, de quienes dijo que eran delincuentes; igual ocurrió con los dos muchachos de excelencia del Tec de Monterrey que murieron en una balacera, de quienes dijo que en algo deberían haber andado. En este caso no sólo fue la palabra del Presidente poniéndolos falsamente como delincuentes, sino el Ejército mismo montando la escena del crimen, sembrando armas, colocando los cadáveres, poniendo casquillos de bala, como ocurrió también con los chavos que mataron en Santiago de los Caballeros, en Badiraguato, Sinaloa. Y son sólo los casos que en este momento recuerdo pero pueden ser infinitos.

Eso es terrible, y no es que eso se haya modificado; lo que cambió fue la difusión de los casos: ahora que volvió el PRI, éste cree que el cambio de percepción es cambio de realidad: percepción mata realidad. Entonces quiere generar una idea colectiva de que las cosas ya mejoraron, pero no lo han hecho en absoluto: sigue habiendo el mismo número de muertos, de ejecutados, de desaparecidos y quizá haya más desplazados en este momento en Sinaloa y Guerrero.

Entonces la situación no varía sino el discurso, la manera de presentar las cosas ante la gente.

 

AR: Usted también afirma en el libro que la estrategia de comunicación del gobierno en estos temas fue litigar en los medios. ¿Cuál fue el comportamiento de los medios frente a esa política?

JR: Se inculca todo eso en la sociedad a través de los medios, que son los culpables de repetir la versión oficial. Primero, yo creo que el primer papel de un periodista es dudar de ésta, y no sólo eso sino investigar la información alternativa.

Segundo, a veces adquirimos también el lenguaje policial: repetimos con una gran facilidad las palabras criminalizadoras: le quitamos el “presunto” y le ponemos “secuestrador”, pero también hablamos de “levantones”, “narcofosas”, etcétera, porque es el lenguaje que nos enseña la autoridad y hacemos uso de él de una manera totalmente acrítica.

Cuando no se cuestiona la verdad oficial entonces la gente recibe más propaganda que información, y ese es el gran problema. Entonces, cuando se deja pasar un asunto como el caso de Florence o cualquier otro sin mayor cuestionamiento, pues le estás dando el aval. Además no tenemos memoria y no damos seguimiento a los casos.

 

AR: Del caso de Florence Cassez hay una conclusión: la justicia fue una de las principales víctimas. ¿Qué pendientes hay al respecto?

JR: Hice un artículo sobre Florence a las dos o tres semanas de la liberación, y me dijeron “no, pero eso ya pasó” (no voy a decir quién porque me da pena), y yo le respondí: “No, el caso Florence, para mí, apenas empieza”. No acabó; ¿qué falta? Que la autoridad haga honor a una decisión de la SCJN y castigue a los culpables: falta investigar a las presuntas víctimas, falta que la CNDH se ponga en el papel que le corresponde de defensora de las verdaderas víctimas y no de quienes cometieron las tropelías. La comisión señaló a autoridades que dizque cometieron errores, pero se tomó el trabajo de dar pelos y señas de la prescripción de los delitos, y la conclusión es que todos terminaron en diciembre de 2012; o sea, no va a haber nada. Está diciendo: “Son terriblemente abusivos pero ya tienen total impunidad”.

Eso es lo que dijo la CNDH, y es una mentirosa porque hay tres maneras de que eso pueda ser castigado: una, el asunto de la prescripción no cuenta cuando eres secretario de Estado (fue el caso de Echeverría cuando era Presidente de la República, que creo también se puede aplicar); dos, que existe una denuncia sobre el montaje, y tres, no limitarte al caso Cassez sino a la actuación global de las autoridades de seguridad pública que hicieron de este país un reino de la injusticia.

Entonces hay por lo menos tres elementos con los cuales juzgar a esa gente. Agrego una cuarta: la conveniencia política: si quieres un caso de verdad no te vayas con Elba Esther Gordillo; no, vete a lo serio, a castigar a estos señores. Estamos hablando de un manejo criminal de la justicia.

 

AR: En este y otros libros usted ha denunciado el comportamiento de delincuentes y de autoridades que presumiblemente estarían ligadas con ellos. ¿Se ha sentido en riesgo al realizar su trabajo?

JR: La verdad, tengo que decir que no. Yo me cuido en la medida que lo que digo puede ser sustentado en cualquier momento con documentos y con declaraciones. Incluso he sido llamado a un juzgado por una afirmación que hice: que los que lanzaron las granadas en Morelia no son los que están presos; me llamaron al juzgado, fui y ratifiqué que eso es lo que yo creo, y lo creo por testimonios, por manuscritos, etcétera. Tengo en mi mano, escritos a mano de presos, como 40; tengo acceso a los expedientes, y la gente confía en mí y me busca.

Entonces tengo el aval que me da que estoy diciendo la verdad y suelo  cuidarme mucho de no ir más allá de lo que se puede decir con pruebas.

En ese sentido sí he sido objeto de alguna denuncia civil en el pasado, pero las dos que tuve (en tiempos de Gertz Manero) ya pasaron hace muchos años.

No tengo miedo de andar por la calle ni mucho menos; tengo mis precauciones, los teléfonos me los intervienen, pero como actúo públicamente no pasa nada. Te dicen cosas pero no he llegado a tener amenazas.

Desgraciadamente otros compañeros sí han sido víctimas, y yo los quiero, algunos eran mis amigos, como Regina Martínez, asesinada en Veracruz, y Jesús Lemus Barajas, quien estuvo tres años en la cárcel. Yo me cuido de no caer en eso tampoco: no hay que dar la oportunidad de que te agredan.

Yo no ando con guaruras ni nada; ando en mi carrito, vivo con mi familia y no pasa nada.


*Entrevista publicada en Este País, núm. 275, marzo de 2014.