Entrevista con Aníbal Faúndes*
Ariel
Ruiz Mondragón
El
derecho al aborto es uno de los temas más polémicos por la enorme variedad de
aristas que implica, que van desde aspectos religiosos y morales hasta los
científicos, que incluyen también los sociales y legales. De allí que la
discusión al respecto haya sido muy compleja y ríspida, en la que los términos
medios suelen ser grandes ausentes.
Como
un intento de introducir matices y encontrar puntos de acuerdo en la discusión
al respecto, Aníbal Faúndes y José Barzelatto publicaron El drama del aborto. En busca de un consenso (Paidós, 2011), libro
en el que analizan el asunto alejándose de las posiciones extremas para hallar
coincidencias entre diferentes posiciones, y de esa forma intentar construir
una vía hacia la legalización del aborto.
A
propósito de ese libro sostuvimos, en el año de su publicación, una
conversación con Faúndes (Teno, Chile, 1931), obstetra y ginecólogo por la
Universidad de Chile, de la que fue catedrático. Entre 1970 y 1971 fue
coordinador de Programa de Salud de las Mujeres del Servicio Nacional de Salud
chileno. Dejó su país tras el golpe de Estado de 1973, y fue asesor del programa de Salud Materna y Planificación
Familiar de la República Dominicana entre 1974 y 1976.
De allí pasó a ser profesor de Obstetricia en la
Universidad Estatal de Campinas, San Pablo, Brasil.
Ha
ocupado diversos cargos en organizaciones internacionales: fue presidente del Comité de Recursos para la Investigación del Programa de
Reproducción Humana de la Organización Mundial de la Salud; vicepresidente del
Consejo Director del International Women´s Health Coalition, de Nueva York;
presidente de las asociaciones Latinoamericana de Investigadores en
Reproducción Humana y de la Internacional de Salud Materna y Neonatal.
Ariel Ruiz (AR): El aborto ha sido muy
discutido. ¿Por qué un libro sobre él? Comentan que pretende ofrecer una visión
más comprensiva para evitar el enfrentamiento.
Aníbal Faúndes (AF):
Me di cuenta de que una gran parte del problema de que no encontráramos una
solución y de que hubiera un enfrentamiento de posiciones tan opuestas se debe
a que hay un malentendido fundamental en la discusión: no es verdad que haya
personas “a favor del aborto”. Las hay que no están a favor de que la mujer que
se hace un aborto sea condenada, lo que se interpreta como que es a favor de él.
Yo
no quiero que ninguna mujer sea condenada. Aprendí, cuando era muy joven
todavía, que la mujer que se hace un aborto es criminal; sin embargo, es al
contrario: habitualmente es una víctima de las circunstancias, de una sociedad
que no le da a ella la posibilidad de prevenir adecuadamente un embarazo ni las
condiciones para tener un hijo.
Entonces
aprendí que criminalizar a la mujer no es justo y, más adelante, que no es
eficaz y que tiene consecuencias muy graves. Soy contrario a que se criminalice
a la mujer, pero eso no significa que esté a favor del aborto: son dos asuntos
totalmente distintos. Esa incomprensión que prevalece en las discusiones que
escucho constantemente me hicieron pensar que era necesario escribir, a pesar
de todo lo que se ha publicado sobre el tema, un libro que mostrara que el
dilema de estar a favor y en contra es falso.
Me
motivó que no es verdad que las personas se dividen entre las que creen que la
mujer tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo y que el feto es una
parte de él (con lo que yo no estoy de acuerdo porque creo que el feto existe y
que merece cierto grado de respeto), y aquellas que piensan que el feto tiene
todos los derechos, que la mujer no tiene ningún valor y que este hay que
dárselo a una célula que es el cigoto (con lo que tampoco estoy de acuerdo).
La
mayor parte de la gente está entre estos dos extremos: no es verdad que existan
sólo los que están a favor y en contra del aborto, sino que la mayor parte de
las personas están dispuestas a entender que existe un término medio.
Eso
fue lo que me llevo a escribir el libro.
AR: En el libro se intentan aclarar
los puntos de discusión. Anotan que el debate no está en cuándo comienza la
vida sino en cuándo empieza el embarazo y cuándo hay un nuevo individuo en el
proceso reproductivo.
AF:
Lo que uno aprende en biología es que la vida es un continuo, que no hay un
comienzo y un final. Mis hijos lo son de un espermatozoide mío que estaba vivo
antes de fertilizar el óvulo de mi esposa del cual surgió. Es decir, en un
espermatozoide hay vida y es única; nunca va a haber otro con los mismos genes
que con los que creó a cada uno de mis hijos.
Cada
uno de mis espermatozoides que se pierde, por ejemplo, en el caso del método
del ritmo, tiene una capacidad genética única. Pero es una ley de la naturaleza:
constantemente se pierden posibilidades de vida que no se llegan a
materializar.
Otro
tema es cuándo comienza una persona: cuándo ya hay un individuo que va a ser
único si todo se da bien, y que se va a transformar en una persona en el
futuro. Eso está muy claro: ocurre cuando ya el embrión se está multiplicando y
no puede dividirse en dos para crear dos gemelos idénticos. Esto ocurre entre
una y dos semanas después de la fertilización; o sea, coincide más o menos con
el momento en que el embrión se implanta en el útero materno. Se supone que
esto es en un instante, pero no lo es: es un proceso que dura días. Nada es tan
categórico.
Otro
concepto muy importante: el feto merece respeto porque aunque no es todavía una
persona, lo va a ser. Los obstetras atendemos desde muy temprano ese feto que
la madre nos confía y que será su futuro hijo, y ella quiere que lo cuidemos
tanto como a su propia vida. Para mí el feto merece todo el respeto.
Ese
respeto es distinto si es una célula o si es un feto de nueve meses que está a
punto de nacer. Hay un continuo de la importancia que tiene para la propia
madre: cuando se pierde un embarazo a las cinco o seis semanas, el sufrimiento
de la familia no es el mismo que cuando el feto ya está por nacer o durante el
trabajo de parto. Es distinto por la importancia que se le da sentimental y moralmente.
¿En
qué momento el feto pasa a tener un valor moral que coloca en jaque la
capacidad que tiene la mujer de decidir sobre interrumpir el embarazo? Eso está
en la conciencia de cada persona.
Lo
que nosotros proponemos es un límite de 12 semanas porque marcan el primer
momento en que uno puede distinguir unión de células nerviosas, que no cerebro,
que es mucho después. Ya hay algunas ligazones de células nerviosas, conexiones
que podrían sugerir el comenzar a sentir. Lo de que el feto puede tener dolores
a las 12 o 13 semanas es falso; no pueden comenzar hasta las 22 o 23. El
electroencefalograma es más tarde, como a las 30.
Las
12 semanas son las que me dejan absolutamente tranquilo de que el feto todavía
no siente, no hay identidad y entonces no hay aún el valor moral que ponga en
jaque el de la madre.
Cada
persona tiene derecho a pensar diferente, y eso es algo de lo que somos muy
respetuosos en el libro; no verá en él decir “esta es la verdad absoluta” o
“tal persona está equivocada y esta otra está en lo correcto”. Nosotros apenas
colocamos los hechos y damos opiniones en algunas circunstancias, como en este
caso específico: si se permite el aborto debería ser hasta las 12 semanas por
la razón que mencioné, además de que entonces la interrupción del embarazo es
mucho más segura para la mujer que después de ese lapso.
AR: Llama la atención que la
penalización del aborto es mucho más costosa en todos los términos. ¿A qué se
debe esto?
AF:
Cuando el legislador decide que se debe castigar a la mujer que interrumpe su
embarazo está pensando que con eso va a conseguir que menos mujeres aborten: la
ley tiene como objetivo disminuir los abortos. Eso parte de imaginarse que
cuanto más dure el castigo o mayor sea la posibilidad de ser castigada, se inhibirá
que la mujer se practique un aborto. Pero en realidad la mujer que tiene un
embarazo inesperado, no deseado, se ve en una circunstancia terrible: tener que
interrumpirlo no es algo que tome a la ligera y que ella lo decida porque un
legislador decidió prohibirlo. Ella lo hará conforme a sus circunstancias
personales, de que su compañero y su padre la apoyen o no, de si su patrona la
va a echar del empleo si se embaraza. De esto depende, no de que un legislador
decida castigarla.
Entonces,
independientemente de que sea legal o ilegal, una mujer se va a hacer el
aborto. ¿Qué es lo que cambia con la ilegalidad? Que en lugar de ir a un
hospital y tener una interrupción segura del embarazo, en condiciones
amigables, en donde nadie la condene, que se sienta acogida y sin colocar en
riesgo su salud ni su vida, ella tiene que ir a un lugar clandestino, lúgubre,
con alguien que lo hace por negocio, donde no tiene ninguna acogida, donde todo
es odio y en donde, además, coloca en riesgo su salud y su vida.
Entonces
no va a haber más ni menos abortos, sólo que en la ilegalidad van a tener un alto
costo para la mujer y para el sistema de salud porque no se le dio la
posibilidad de tener un aborto seguro y se le va a tener que atender la
complicación, y hacerlo es 100 veces más caro que una interrupción del embarazo
segura. No disminuye el número de abortos y un porcentaje alto de ellos se
complican. La diferencia entre un aborto seguro y legal en costos para el
sistema de salud es de 1 a 50, suponiendo que 50 por ciento de las mujeres que
tienen abortos clandestinos se complican; si es de 20 por ciento va a ser de 1
a 20, pero siempre va costar mucho más atender una complicación de aborto que
hacerlo legal y seguro.
El
aborto clandestino es una causa importante de muerte materna (una cuarta o
quinta parte) en los países de América Latina, pero además tiene un costo para
la sociedad, que en general está pagando por la atención a complicaciones del
aborto.
No
estamos consiguiendo disminuir los abortos, y vamos a tener el mismo número
porque las razones que una mujer tiene para interrumpir su embarazo no tienen
nada que ver con que sea legal o ilegal porque su decisión depende de sus
circunstancias personales y sociales. Ella está dispuesta a desafiar todo
cuando decide que no puede tener ese hijo, muchas veces por proteger al que ya
tiene, con un costo enorme para ella y para la sociedad.
AR: En el aspecto médico, en el
libro se menciona que, entre las consecuencias psicológicas, llega a ser más
marcada la psicosis posparto que la posaborto. ¿A qué se debe este fenómeno?
AF:
Hay muchas investigaciones sobre las consecuencias psicológicas, y hay algunas
que llegan a la conclusión de que sí hay un aumento de las alteraciones psicológicas
después de un aborto. Pero, como decimos en el libro, tanto la Sociedad Americana
de Psiquiatría como otros organismos internacionales han llegado a la
conclusión de que el aborto no tiene consecuencias psicológicas en sí.
Es
difícil distinguir entre las consecuencias de tener un embarazo cuando no se
desea, y las de cuál fue el fin de ese embarazo. También tenemos el problema
del embarazo que continúa y se tiene un hijo que no se deseaba pero que al
final termina siendo querido. Aun las mujeres que entregan los niños en
adopción no son indiferentes a ese hijo.
Respecto
a las consecuencias psicológicas, en general uno llega a la conclusión de que las
de interrumpir el embarazo no son distintas de las de no hacerlo, y que incluso
la psicosis posparto es más frecuente que la posaborto.
Si
se separan grupos de personas, hay algunas para las cuales el aborto tiene una
consecuencia psicológica importante. Son las que querían tener un hijo y que
fueron obligadas a abortar por otras personas y no por ellas mismas; también
aquellas que interrumpen su embarazo pero cuyo grupo social las condena, que es
lo que hace que ellas se depriman y puedan tener conductas sociales
inadecuadas.
Por
eso es tan importante que el aborto no sólo tenga una atención médica de buena
calidad sino también psicológica, para que sea realizado en un ambiente
acogedor, en que la mujer no se sienta culpada por tener que interrumpir su
embarazo.
También
creo firmemente en que a una mujer con un embarazo no deseado tienen que
ofrecérsele todas las opciones. Una mujer que aborta a pesar de que quisiera
tener un hijo porque no tiene las condiciones de continuar trabajando para el
hijo que ya tiene, porque durante el embarazo va a tener un periodo en el que
no va a poder rendir igual y, después de que nazca el nuevo hijo, ¿con quién lo
va a dejar porque tiene que continuar trabajando?
Esa
mujer necesita apoyo de la sociedad para tenerlo: tener guardería y escuela,
toda la protección necesaria para que ella, abandonada por su compañero, pueda
tener un hijo. Hay que darle todas esas opciones; cuando éstas no existan, hay
que ofrecerle la adopción y facilitársela. Infelizmente, no es tan fácil.
¿Qué
es lo que las investigaciones están mostrando? Que tampoco es fácil para la
mujer entregar un hijo en adopción después de que nació, por mucho que no lo haya
querido, porque desde el final del embarazo adquiere cierto grado de
aproximación. Tiene consecuencias psicológicas para la mujer entregar un hijo
en adopción; hay un porcentaje muy alto que tiene contacto con ese hijo después
de haberlo entregado en adopción, y que sufre las consecuencias de sentirse
culpada por haberlo hecho.
Esto
es muy complejo, y por eso lo fundamental es tratar de evitar el embarazo no
deseado.
AR: En el libro se menciona que hay
muchos casos en que hay una sensación de alivio cuando hay aborto…
AF:
Lo que las mujeres me dicen es: “Para mí, haber tenido el aborto fue el alivio
más grande que he sentido en mi vida, porque era muy difícil el problema. Sentirme
acogida y haber podido tener el aborto en las condiciones que lo tuve me dio un
alivio enorme”.
Cuento
en el libro la experiencia que vivimos en Santiago de Chile en el último año
del gobierno de Salvador Allende, época en que se admitía el aborto cuando
colocaba en riesgo la salud o la vida de la mujer. En ese periodo en esa
capital la mortalidad por aborto llegó a ser de dos tercios de las muertes
maternas. Cuando una mujer llegaba y decía “me voy a hacer un aborto”, colocaba
en riesgo su vida, por lo que tenía derecho a uno legal. Durante los primeros
nueve meses de 1973, en un hospital donde yo trabajaba interpretamos la ley de
esa forma, lo poníamos en la ficha clínica y hacíamos el aborto hasta las 12
semanas de embarazo. Me sorprendió mucho ver llegar a personas de alto nivel
socioeconómico que yo conocía, a pedir la interrupción del embarazo a un
hospital donde se iba a vestir con ropa de hospital con manchas y a compartir una
sala con otras 20 mujeres. Yo decía: “Pero ¿por qué vienes aquí?”. Me respondían:
“Aquí me siento acogida. Sé que puedo ir a un médico privado, pero yo sé que lo
está haciendo por negocio, cuando yo sé que ustedes lo están haciendo porque
consideran que no podemos seguir poniendo en riesgo la vida de mujeres. Ustedes
lo están haciendo en una forma que una se sienta acogida. Me siento mejor aquí,
con todas las mujeres que están de mi lado, que son de otro nivel social que yo
pero que son solidarias. Cuando me hice un aborto con un médico de una
institución clandestina me sentí explotada”.
Eso
es fundamental: que el ambiente no sea sólo de calidad desde el punto de vista
de la tecnología médica que se aplica, sino también desde el de la acogida
emocional que la mujer recibe. De eso depende que después la mujer se sienta
deprimida, culpada, con síntomas psiquiátricos, etcétera, y no tanto por haberse
interrumpido el embarazo.
AR: Hay un capítulo muy interesante
sobre las concepciones que sobre el aborto han tenido las religiones. A
nosotros nos interesa más la católica. ¿Se ha transformado la idea de la
Iglesia al respecto?
AF:
Históricamente la Iglesia permitió el aborto por esa famosa diferencia entre el
hombre y la mujer, y en la historia fue relativamente reciente que la Iglesia
comenzó a condenar el aborto, que incluso ahora es una de las pocas razones por
las que hay excomunión automática.
Sobre
lo que nosotros llamamos la atención es que el código del derecho canónico en
realidad permite el aborto indirecto en determinadas circunstancias. Este
ocurre cuando la intención no es el aborto sino proteger la vida de la mujer,
como cuando se extrae el útero embarazado de una mujer que tiene un cáncer
genital, o cuando se extirpa la trompa si hay un embarazo ectópico.
La
Iglesia se preocupa de que esto no se sepa, de que la condena del aborto no es
absoluta, de que ella reconoce que hay determinadas circunstancias en que para
salvar la vida de la mujer se justifica la interrupción del embarazo. Lo que es
difícil entender es por qué se acepta únicamente en esas circunstancias y no en
otras en que también está en riesgo la vida de la mujer sin que el aborto sea
indirecto. Se acepta sólo cuando hay que retirar el útero o las trompas, lo que
es, en cierto modo, mutilar a la mujer, y no se acepta cuando esto no es
necesario para salvarle la vida. Es difícil para alguien que no es dogmático
entender esa discriminación entre una y otra.
Otro
asunto es que no hay duda de que una cosa es lo que dice la jerarquía de la
Iglesia católica y otra la conducta del párroco del pueblo pequeño, del barrio,
de la barriada, que conoce más de cerca la vida de las mujeres. Este sabe que una
mujer que se provocó un aborto lo hizo no porque fuera mala, sino porque las
circunstancias la obligaron a hacerlo; lejos de excomulgarla, en la confesión
la perdona, independientemente de lo que dice la Iglesia católica. En el libro
mencionamos estudios hechos entre sacerdotes que muestran que la mayoría, en su
práctica diaria, conocen la realidad de las mujeres, y entienden que Cristo es
infinitamente piadoso e interpretan el aborto de una manera diferente. Entonces
yo creo que hay un divorcio entre la jerarquía católica y la realidad de la
vida de las mujeres católicas y de los sacerdotes que están más próximos a la
realidad.
Esto
se ha ido agravando en los últimos papados. Existe esa gran paradoja: por un
lado la Iglesia católica se pronuncia contra el aborto, y por el otro se opone
a las intervenciones que se han mostrado eficaces para que la mujer no tenga
que recurrir a la interrupción del embarazo, como los métodos anticonceptivos,
que son el gran instrumento que permite reducir el número de abortos. También es
contraria a la educación en sexualidad responsable, justo cuando el aborto se
ha centrado en las adolescentes. Entre las mujeres adultas ha aumentado la
prevalencia del uso de métodos anticonceptivos, pero a la adolescente que comienza
su vida sexual se le niega el acceso al conocimiento de su propia sexualidad.
Este saber es una forma de prevenir el embarazo.
Es
triste esa gran contradicción: por un lado la Iglesia se opone a formas de
evitar el aborto, pero al mismo tiempo lo condena.
Hay
teólogos católicos que postulan que no debe ser así. Hay un asunto muy
interesante: la condena del aborto no es un dogma de la Iglesia y, por lo
tanto, puede cambiar. Mañana puede haber un papa que decida que el aborto no
merece excomunión, que puede ser permitido hasta las 9 o 12 semanas. Un dogma
no puede cambiar, pero hay teólogos que se oponen a que el aborto sea condenado
y sostienen que debería ser permitido hasta las nueve o 12 semanas, justamente cuando
hay algo que podría ser una conciencia y cuando comenzaría a haber una persona
digna de respetar y, por lo tanto, no se podría interrumpir la continuidad de
su vida.
Es
verdad que la jerarquía de la Iglesia católica en este momento condena el
aborto excepto en las circunstancias comentadas, pero también hay que dejar muy
claro que no es en todas las situaciones, lo que no es seguido por todos porque
no es un dogma; si lo fuera, nadie podría tener una posición diferente de la de
la jerarquía eclesiástica. Hay muchos teólogos que se colocan en contra de que
la Iglesia no permita los métodos anticonceptivos. La verdad que se creyó que
en el Concilio Vaticano II se aprobaría el uso de las píldoras anticonceptivas,
pero infelizmente no ocurrió. En adelante el movimiento de la Iglesia católica
ha sido cada vez más conservador, pero nada impide que eso cambie; como no es
un dogma es posible que en un futuro tenga una visión diferente de la actual sobre
el aborto.
AR: El libro dedica una de sus
partes a la ética. Postulan cuatro valores bioéticos. ¿Cuál es su importancia?
AF:
Existen cuatro principios básicos de la bioética: la autonomía, la
beneficencia, la no maleficencia y la justicia. Son fundamentales; aunque uno
no lo sepa, en cada uno de los actos de la vida cotidiana uno está, en cierto
modo, actuando de acuerdo con esos principios, aunque entendemos que a veces
hay cierto conflicto entre uno y otro. Un ejemplo que siempre damos: el caso de
una persona que es testigo de Jehová y no acepta la transfusión; entonces el
principio de la beneficencia obliga a realizarla porque de otra forma ese
paciente puede morir, aunque el principio de la autonomía obliga a aceptar la
facultad de esa persona para decidir por sí misma. Hay muchas circunstancias en
que esos principios antagonizan unos contra otros, y uno debe tratar de mantener
un equilibrio entre ellos.
Por
lo que se refiere al aborto, el principio de autonomía nos dice que la mujer
debe tener derecho a decidir; los derechos de una persona tienen como límite la
invasión de los derechos de otros, y allí está la cuestión del derecho del feto.
Volvemos a la vieja discusión del momento en que los derechos del feto
comienzan a colocar en jaque los de la mujer, y eso no tiene una respuesta
absoluta. Nosotros creemos que la mayor parte de las personas van a aceptar un
límite de 12 semanas, otros van a aceptar otro más adelante y algunos antes,
pero consideramos que es un límite que merece consideración.
El
principio de beneficencia es muy claro, y la no maleficencia no obliga a no
colocar en riesgo la vida de una mujer obligándola a tener un aborto
clandestino. En ese sentido los principios de bioética favorecen la idea de que
el aborto, cuando es inevitable, cuando es una decisión incontrovertible de la
mujer, debería ser seguro.
El
principio de justicia en la situación social actual en los países con leyes
restrictivas es violado absolutamente: sólo las mujeres pobres, que no tienen
dinero, las que están presas, a las que hay que sacarles el útero porque se les
infectó, sufren graves consecuencias porque pasan por procedimientos de aborto
doloroso y riesgoso.
Los
cuatro principios bioéticos están siendo violados cuando las leyes sobre aborto
se mantienen restrictivas. Otro asunto es que si el objetivo es evitar los
abortos, no se cumple.
AR: En el libro se anota que la
intervención nacional más eficaz es abolir las leyes que penalizan el aborto…
AF:
Esto está ampliamente demostrado, y Ciudad de México lo está comprobando: está
acabando con la morbilidad y mortalidad por aborto sin aumentarlos. Hay otro
asunto: imaginarse que las mujeres van a preferir abortar. Eso es pensar muy
mal de las mujeres, que a ellas les gusta abortar: “Ya no uso más
anticonceptivos porque tengo el aborto libre, y qué me importa hacerlo cuatro
veces por año”. A veces me dicen: “Es que yo conozco a una mujer que sí”. Es
posible que existan mujeres a las que no les importe abortar, pero son
excepciones.
AR: Otro tema es si hay relación
entre el grado de desarrollo de un país e incluso su régimen político, con la
legislación sobre el aborto.
AF:
Los países con las leyes menos restrictivas son países más desarrollados, con
algunas excepciones, por ejemplo India y Zambia, que tienen normas muy
permisivas pero que no se aplican, tanto que en estos dos países la mayor parte
de los abortos siguen siendo clandestinos.
En
general los países con mayor desarrollo y con menor desigualdad son los que
tienen las leyes menos restrictivas. Considero que cuanto mayor es el sentido
de justicia social, mayor es la probabilidad de que el país tenga leyes poco restrictivas.
En los países escandinavos, en los del Occidente europeo y en los antiguos
países socialistas de la antigua Unión Soviética tenían leyes muy permisivas
sobre el aborto.
Una
cuestión importante es que a las personas con poder para cambiar la ley, esta no
les afecta: si su esposa o su hija tienen un embarazo no deseado, van a poder tener
un aborto seguro y con la mayor comprensión. ¿Qué interés personal tienen esos
individuos para que cambie la ley? Ninguno. Por eso cuando quienes dirigen un
país lo hacen con una idea de justicia social, las leyes del aborto cambian; pero
mientras los que gobiernan lo hagan basados en sus intereses personales, no habrá
cambios.
Por
eso hay una correlación en términos de desarrollo social: el índice de diferencia
entre los más ricos y los más pobres se vincula con la legalidad del aborto. Es
un poco también de desarrollo económico, pero influyen más los niveles de
justicia social.
AR: Su libro es un llamado al
diálogo para, mediante el conocimiento, alcanzar consensos. En ese sentido
explíquenos más su idea del pluralismo razonable.
AF:
El principio filosófico fundamental es que hay que encontrar un equilibrio
adecuado entre la libertad y la justicia, entre el derecho de cada individuo de
decidir por su bien personal y cuándo sus decisiones afectan el bien común. Eso
es lo que John Rawls proponía.
Nosotros
sostenemos que a pesar de la enorme distancia que parece haber entre los que se
dicen provida y los que se dicen proelección, en realidad quienes están en esos
extremos son pocos, y que la mayor parte de las personas podemos ponernos de
acuerdo sobre ciertos principios fundamentales y elementos básicos pese a nuestras
diferencias.
Son
nueve los principios básicos con los que terminamos el libro, con los que nos
parece que todo mundo está de acuerdo, por ejemplo, que hay muchos abortos y
que debería haber menos. De allí partimos: si sabemos que hacer accesibles los
métodos anticonceptivos, sobre todo los eficaces, van a disminuir los embarazos
no deseados y los abortos. Entonces estaremos de acuerdo en que debe hacerse
todo lo posible porque los métodos anticonceptivos sean accesibles (hay hasta teólogos
católicos que coinciden en eso).
Después
hablamos de la educación en sexualidad, donde hay más dificultad, pero las
evidencias son cada vez mayores de que no es verdad que con ella se estimule la
sexualidad. Ayer escuchaba a alguien decir que en la vida cotidiana nuestros
adolescentes y niños son bombardeados por estímulos a la sexualidad. ¿Qué es lo
que proponemos? Que en lugar o paralelamente a eso, demos un tiro de
información que les diga a ellos, entre otras cosas, que no están obligados a
tener sexo, y que cuando lo hagan tienen que hacerlo con responsabilidad, que
los niños tienen que aprender a respetar a las niñas, y que estas se tienen que
hacer respetar. También consideramos que con esto la mayor parte de las
personas (no todas) van a estar de acuerdo, unos de una manera muy amplia y
otros menos.
Pienso
que el más difícil de los puntos que proponemos es que el aborto debe ser
permitido cuando la mujer no tenga otras instancias ofreciéndole todo el apoyo,
todas las opciones. En determinada circunstancia, que puede variar en cada sociedad,
el aborto debe ser permitido y seguro, y no obligar a la mujer a tener un
aborto clandestino.
Creemos
que en los nueve puntos que proponemos las personas pueden estar de acuerdo, y
eso es lo que llamamos pluralismo razonable. Es decir, va a haber una gran
variedad de posiciones, pero hay un cierto punto en que podemos llegar a lo que
Rawls llama un acuerdo entre cruzados: tenemos divergencias, pero hay un punto
en que se cruzan nuestros pensamientos en elementos de acuerdo.
Ese
fue uno de los motivos para escribir el libro: consideramos que los extremos en
contra y a favor existen, pero no son la mayor parte de las personas, quienes
están de acuerdo en algunos elementos razonables referentes al aborto y con las
que podemos avanzar
No
alcanzó a salir en el libro, pero hicimos una investigación en Brasil sobre las
circunstancias en que las personas creen que el aborto debería ser permitido. Fue
entre un grupo de funcionarios, desde el que limpia el piso hasta el
profesional, más o menos en proporciones semejantes a las que existen en la
sociedad. Sólo cinco por ciento estuvo de acuerdo en que el aborto fuera
permitido en cualquier circunstancia; pero después, cuando preguntamos: “¿Usted
cree que la mujer que se hace un aborto debe ir a la cárcel?”, 61 por ciento
dijo que no.
La
ley dice que el aborto no es permitido en ninguna circunstancia, y coloca en la
cárcel a la mujer que se lo hace. ¿Qué pasa? Que la gente cree que, de manera
mágica, si la ley dice que no se permite el aborto, entonces no los va a haber;
si alguien está contra el aborto, entonces no lo aprueba porque si eso ocurre
va a haber más. Ese es el razonamiento; pero puesto en la realidad, ¿la mujer
que aborta debe ser castigada? Pues 61 por ciento dice que no.
Avanzamos
un poco más y preguntamos: “¿Usted conoce a alguien que se haya hecho un
aborto?”, y la mayor parte dijo que sí. “¿Usted cree que esa persona debe ir a
la cárcel?”, y 89 o 90 por ciento respondió que no. Depende de cómo se pregunte,
pero lo anterior nos muestra que hay un 90 por ciento de personas que no
quieren que haya abortos, pero que piensan que a una mujer se le debe permitir la
interrupción del embarazo en determinadas circunstancias y que debe ser seguro.
Lo
anterior enseña que cuando se la coloca en circunstancias próximas, la gente
piensa de una manera distinta que cuando en abstracto se le dice si está de
acuerdo con el aborto.
AR: ¿Qué responsabilidad han tenido
los medios de comunicación en este asunto? En una parte del libro dice usted
que la información distorsionada y alarmante ha tenido un efecto dramático.
AF:
La información es fundamental. Si al político le dices que 94 por ciento de las
personas están en contra de que se permita el aborto en cualquier
circunstancia, ni de idiota lo aprobará. Pero si dices que 90 por ciento de
ellas está de acuerdo en que la mujer que conocen y que se hizo un aborto no
sea condenada, el asunto cambia totalmente.
Otra
información que es fundamental mostrar: no es verdad que legalizando el aborto
va a aumentar su número. Toda esa información que aparece en el libro. Si los
políticos actúan de acuerdo con eso, yo creo que tienen un papel fundamental,
igual que la prensa.
Es
importante que los medios de comunicación transmitan estos asuntos porque tienen
una influencia sobre los políticos, que leen la prensa y quieren saber qué es
lo que se dice.
Cuando
hablo de las noticias distorsionadas, creo que también los investigadores somos
un poco responsables. Debemos tener mucho cuidado con lo que informamos para
que no sea malinterpretado. Es verdad que muchas veces los periodistas buscan
lo sensacional porque lo que no lo es no es noticia. Por ejemplo, la píldora
anticonceptiva aumenta el riesgo de trombosis venosa profunda; es noticia, y
las mujeres dejan de tomarlas, se embarazan y aumentan los abortos. Yo no sé si
es distorsionar y fue culpa de quien publicó la noticia sin ponderar adecuadamente
lo que estaba diciendo. Entonces es una mezcla de responsabilidades, de nosotros
los investigadores y de la prensa.
AR: Otra anotación interesante es
que la legalización del aborto disminuye el número de ellos…
AF:
Hay que hacer énfasis en la historia de los países que legalizaron el aborto y
cómo, en lugar de aumentar, ha disminuido el aborto. Eso es fundamental.
Hay
países como Reino Unido y España, por ejemplo, en que los abortos han
aumentado, pero entre los migrantes, mientras que entre los nacidos en esos
países han disminuido. Pero como tienen una gran migración, los migrantes han
traído su cultura y está aumentando la tasa de aborto. Pero entre los nacidos
en España ha disminuido el aborto. Esto es fundamental: la liberalización de la
ley no aumentó los abortos. No sólo los países con leyes más liberales son los
que tienen menos abortos, sino que, cuando un país lo libera, disminuyen.
Eso
es fundamental, algo que los políticos tienen que saber. La intención del
legislador es hacer ley de que no haya más abortos, y entonces no los va a
haber. Es como hacer una ley de que no haya más niños de la calle, y entonces
ya no va a haberlos. Los fenómenos sociales no se combaten con leyes.
El
temor de que si liberalizan la ley va a haber más abortos es justificado, a no
ser que los legisladores tengan elementos de información que les digan que eso
no es verdad. Eso también es un mensaje importante que hay que transmitir.
*Entrevista publicada en Nexos, 4 de julio de 2019.