Las Maras más allá del infortainment
Entrevista con Marco Lara KlahrAriel Ruiz Mondragón
Una de las peores pesadillas (tanto imaginarias como reales) que se ha propagado en los años recientes en la región de Centroamérica, México y Estados Unidos es la del florecimiento de pandillas juveniles que dominan y asolan ciertos territorios, además de convertirse en un fenómeno trasnacional debido a su carácter fuertemente migratorio.
Con mucho entre el público la más célebre de esas bandas es la conocida como la Mara Salvatrucha, que tiene una también poderosa y feroz competencia en la Barrio 18. Herederas de la tradición pandilleril derivada de las sucesivas inmigraciones a territorio estadounidense desde el siglo XIX, hoy ocupan un lugar importante en las agendas de las seguridades pública y nacional de diversos países, empezando por los propios Estados Unidos, origen y fuente de buena parte del problema.
Realizado como un gran reportaje, el año pasado apareció uno de los libros que mejor han abordado el asunto de esas famosas pandillas: Hoy te toca la muerte. El imperio de las Maras visto desde dentro (México, Planeta, 2006), de Marco Lara Klahr, en el que se da cuenta de los inicios, desarrollo y estado actual de ellas, así como de las erradas políticas que las generaron y acrecentaron.
Acerca de ese volumen conversamos con el autor, charla en la que tocamos temas como los siguientes: los riesgos que enfrentó, las novedades que presenta el fenómeno, las relaciones de esas pandillas con grupos políticos, sus características de resistencia, sus orígenes en la cultura de la violencia provocada por los conflictos armados, el boom de esas bandas en las emergentes democracias centroamericanas, las políticas públicas y leyes con las que se pretende enfrentar el problema, los medios de comunicación y la formación del estereotipo del mara, y la forma de combatir y prevenir el pandillerismo.
Lara Klahr ha colaborado en diversas publicaciones, tales como El Universal, Día Siete, Gatopardo, Etcétera y Replicante, entre otras; además recibió el Premio Nacional de Periodismo en 2000 en el género de reportaje. Autor de cuatro libros y coautor en cuando menos otros cinco, es también investigador de la Fundación Prensa y Democracia México y líder del proyecto Violencia y Medios de Comunicación en el Instituto para la Seguridad y la Democracia.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el tuyo?
Marco Lara (ML): Por una parte es una idea que tiene su tiempo, porque yo he tratado el tema durante muchos años. Empecé a aproximarme al fenómeno desde los disturbios de Los Ángeles por el caso Rodney King (yo estaba allí), y entonces es cuando emerge públicamente la Mara Salvatrucha, que tiene una participación muy interesante en esos acontecimientos.
Allí empiezo a observar el fenómeno y empiezo a escribir. Te garantizo que mis textos son los primeros sobre el tema en México.
Luego cubrí muchas cosas en Centroamérica; en el libro se ve cómo me refiero a la crisis del café, al huracán Mitch, etcétera, lo que cubrí como reportero de diarios.
Luego cubrí las matanzas de jóvenes en Honduras, y tengo años trabajando temas de fronteras y de migración. Entonces era una aspiración.
Después, con Itsmania Pineda, que es una activista hondureña, empezamos a hablar de un libro, porque ya tenía información muy interesante. Cuando yo estaba con eso en la cabeza, me llamaron de Planeta y me dijeron: “Oye, ¿no te interesaría hacer un libro sobre pandillas?” Y esa fue la idea.
También soy una gente un poco esquizoide, o a lo mejor utility o como quieras llamarle, y siempre estoy haciendo cosas en diferentes líneas. Eso obedece no a que tenga yo talento, sino a que he ido acumulando rencillas contra la industria editorial, mediática, a la que pertenezco. Esas rencillas me han hecho un observador y analizador de los medios por vías diferentes a las de los académicos (aunque ahora hago labores académicas).
Este trabajo denota también una visión anti-infortainment, que trata de derribar -sin decirlo pero dejándolo claro- la cantidad de mitos en torno a este fenómeno.
AR: Volveremos un poco más adelante sobre esa creación de la imagen de los maras.
Para hacer el libro realizaste entrevistas, estuviste en el territorio de las pandillas, un muy buen trabajo de campo. En ese sentido, ¿en algún momento te sentiste en peligro al hacer este gran reportaje?
ML: Mira, yo llevo 26 años de reportero. En ese tiempo (que es mucho más de la mitad de mi vida) he vivido muchas circunstancias de riesgo por el tipo de trabajo que he hecho; pero no me gusta poner énfasis en la parte del martirologio o en la parte del peligro, porque es un asunto inherente al periodismo en un país donde no existe el pleno acceso a la información.
Entonces hay peligros; el libro tiene más de 80 entrevistas, con “polleros”, con varios “palabreros” o “Big Palabra” pandilleros, con policías, con víctimas, con académicos y funcionarios públicos, y también con gente de inteligencia.
Sí hay momentos de riesgo, pero debo decirte que los reporteros vamos generando formas de comportamiento. –en condiciones normales; no estoy diciendo que seamos muy listos y a los que les pasa algo sean estúpidos-; de hecho tengo un taller que imparto algunas veces sobre reporterismo en situaciones de riesgo.
El libro es un reportaje de gran formato –como le llaman los gringos-. Entonces no es un recortaje –de los que soy enemigo-, y lo que hago siempre es trabajar en varias pistas, como en un circo. Entonces vas a encontrar recreaciones y personajes de todos esos lugares. No se trata de recoger cosas que ya había publicado, sino volver a estar en los lugares; no tomar textos míos, sino reconstruir la historia a partir de mis recuerdos, tomando mis textos como base para el dato duro.
Esa es una virtud que lo hace un poco más complejo en lo que toca al riesgo, pues incluye lo mismo entrevistas y recreación de escenarios en las fronteras, que recorridos en zonas metropolitanas en Estados Unidos, en el norte de Centroamérica, en la zona conurbada de la ciudad de México. Entonces implica un cierto riesgo, pero es inherente a lo que nosotros hacemos.
AR: Ahora sí sobre el libro. Haces una historia de las pandillas y sus orígenes étnicos en los Estados Unidos, de los inmigrantes italianos, irlandeses, chinos, pachucos, desde el siglo XIX. Hay varias líneas de continuidad de ellas con las pandillas del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, como mencionas: las riñas, las peleas, los asesinatos...
ML: La territorialidad.
AR: Claro; también el tomar sus nombres de la nomenclatura, los rituales de iniciación y las persecuciones de que son objeto por parte de los gobiernos. Pero ¿qué tienen de nuevo fenómenos como los del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha?
ML: Hay una corriente sociológica o antropológica, y concretamente en México un académico de la UAM Iztapalapa, Alfredo Nateras Domínguez, que las denomina “pandillas industriales”. La Barrio 18 y la Mara Salvatrucha tienen un componente consumista inédito; pero eso hay estos especialistas que marcan una frontera evidente, palpable, documentable, entre las pandillas culturales y las pandillas industriales.
Eso no quiere decir que la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha pierdan su esencia identitaria, que es el planteamiento del libro; quiere decir que tienen además un componente muy ad hoc con su momento –la mundialización del capital- que es el consumista.
¿Cómo se expresa ese componente? Como nunca, se pone énfasis en la marca de los tenis que utilizan las clicas (célula de una pandilla), el usar los boxers por fuera para que se vea la marca, una serie de pretensiones consumistas, no en un sentido peyorativo sino en un sentido estrictamente de comportamiento cultural. Ese es un componente que las diferencia de los antecedentes.
Otro componente que las puede distinguir eventualmente es su capacidad expansiva a nivel regional y global, que también les viene de ser pandillas de su época.
AR: ¿Cuáles han sido las relaciones de estas pandillas con grupos políticos? ¿Cómo han sido utilizadas? Hay una vertiente muy fuerte de gobernantes que se montan en ellas ofreciendo su combate en actos espectaculares, como se ve en el libro.
ML: Podríamos verlo con el poder político y con el poder policíaco y militar; eso depende de cada país y de cada región. En Estados Unidos existe el escándalo de la División Rampart a mediados de los noventa, del CRASH –la unidad antipandillas del Departamento de Policía de Los Ángeles-, en el que por una parte esa unidad atacaba y detenía pandilleros, y por otra los usaba de “burros” y les daba drogas requisadas a la vez, lo que implicaba a diferentes ámbitos del Departamento, tanto que se tuvo que hacer una reestructuración completa. Ese caso es paradigmático.
Hay partidos políticos, como en El Salvador, que eventualmente utilizan a las pandillas, a la Mara Salvatrucha y a la Barrio 18, como fuerzas de choque, o como fuerzas de ocupación en mítines, en plantones, etcétera. Ahora que estuve en El Salvador estaba tomada la universidad, y la gente estaba preocupada porque había la hipótesis de que los que estaban en la catedral protestando por supuestos presos políticos eran de la Mara Salvatrucha; después ellos dijeron que sí eran, pero se suponía que el acto era del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Pero esto no quiere decir que nada más lo haga el Frente, porque también la derecha los usa.
Es peor para el caso del ejército y de las policías en Centroamérica, para el caso de comerciantes y empresarios que tienen dobles giros. En el libro queda más o menos claro cómo se pueden articular comerciantes establecidos que a la vez se dedican al robo de mercancías en tránsito, y cómo utilizan lo mismo como sicarios que como protectores de cargamentos a pandilleros de la Mara y de la Barrio 18.
Hay otro dato, que es el hecho de que para que haya pandilleros centroamericanos en México, tiene que haber implicación de los cuerpos de seguridad. Cada pandillero que entra a México lo hace pagando sus 50 o 200 pesitos al agente de migración, al soldado, al policía municipal.
Detrás de las matanzas masivas de muchachos en las cárceles de Honduras y El Salvador está siempre el crimen organizado metido en el tráfico de drogas, con la implicación evidente, documentada, de policías y funcionarios de seguridad de diferente nivel en esos países.
AR: Inclusive mencionas el caso de la matanza de Chamelecón en diciembre de 2004, donde perdieron la vida muchas personas en un autobús urbano, en la que se puede presumir que fue la policía.
ML: Y la matanza de Mariona también. Todo el tiempo están apareciendo evidencias de que la seguridad interna de las prisiones permitió la entrada de unos presos que incendiaron, y luego acordonaron la zona para impedir que entraran ambulancias o asistencia, y adentro permitieron que decapitaran a algunos de la pandilla adversaria; en otros caos traicionaron a policías, a quienes sacrificaron para garantizar la represión.
Entonces, siempre detrás de una pandilla hay un actor institucional o informal del crimen organizado.
AR: Otro aspecto político-cultural que me llama la atención es que un autor de los que citas llama a esas pandillas “guerrillas sin ideología”. ¿Hay elementos de resistencia y de rebeldía frente al statu quo por parte de ellas? Yo más bien tendería a creer que no en tanto se han adaptado muy bien al predominio del mercado, como lo enseñarían sus tendencias consumistas.
ML: Bueno sí, evidentemente. Hay pocos estudios cuantitativos, como los de la Universidad Centroamericana en El Salvador, el Grupo de Reflexión Jesuita en Honduras, y algunos otros estudios cuantitativos. Pero en cualquier conversación que tengas con algún pandillero o con un “Big Palabra”, te deja claro que ellos formaron su clica (una célula de pandilla) o entraron a una de ellas por razones identitarias, es decir, nunca entraron por razones de violencia.
Tú puedes decir: “Bueno, sí querían robar o tener armas”. Sí, pero en una visión romantizada; cuando ellos interactúan de niños o adolescentes con la violencia real, huyen o desintegran su clica. Esa es la normalidad.
Además, en los estudios cuantitativos como el de la universidad y otros que vienen citados en el libro, la mayoría de los muchachos que pertenecen a las clicas, hombre y mujeres (los jomis y los jombois), dice que lo que no le gusta de la pandilla, invariablemente, es la violencia. Eso es superinteresante.
Entonces, sin duda tienen un aspecto de resistencia identitaria y de apropiación de identidad en un entorno que se los niega. Imagínate un escenario donde hay discriminación, incluyendo Los Ángeles. Además, mi hipótesis periodística es que el fenómeno de las maras (como se conoce genéricamente) es un fenómeno de la marginalidad, no de la pobreza: los niveles de calidad de vida en Estados Unidos de los inmigrantes no son los mismos en Centroamérica ni aquí. Aun en Centroamérica encuentras que universitarios son ranfleros, son “Big Palabras” o jombois. Entonces, tampoco es cierto que sean los pobres.
De hecho, si vas a un barrio como Mayagüel en Tegucigalpa, Honduras, encuentras que el “palabrero” es, en el entorno de pobreza, el que más recursos tiene: es el hijo de la dueña del billar, de la dueña de la tiendita; es decir, es el que menos jodido está.
No es riguroso decir que es un fenómeno de la pobreza; es un fenómeno de la marginalidad. Sabes que la marginalidad rebasa con mucho la pobreza: puedes no ser pobre, pero tener un sentimiento interiorizado de marginalidad, con una serie de factores endógenos o culturales.
Hay, sin duda, un acto de apropiación de identidad. Es decir: en tu familia hay una violencia brutal (muchas de las jomguirls son violadas por sus padres o por sus padres sustitutos), y hay muchos de esos fenómenos. Yo empiezo con la historia del “Pobre”, cuya historia personal es terrible. Entonces imagínate: un entorno hostil, Escuadrones de la Muerte contra jóvenes que rebasan con mucho la acción contra las pandillas (hay niños de cinco años ejecutados), servicios educativos terriblemente segregacionistas, reducidos, de pésima calidad, servicios de salud pésimos, violencia intrafamiliar, etc.
Entonces la presión es de dentro y de fuera, y es cuando la clica se convierte en un recurso de apropiación (esto que los gringos llaman empowerment). Allí tienes un acto de resistencia, es reivindicar o tomar un poder que te fue negado y hacerlo crecer en los hechos.
En un segundo momento, algunos de ellos se deshacen, otros crecen y se van, o los matan, y otros, que maduran, por razones de convicción siguen y es lo que deriva en crimen organizado. Pero hay unos que rebasan luego el crimen organizado y tienen tal cantidad de recursos de interlocución con clicas, que son atraídos por el gobierno porque significan electores potenciales, y dominan colonias (como es el caso del Viejo Lin, que cuento aquí). Es entonces cuando empiezan a lavar sus actividades y empiezan a hablar de negociaciones, y son llevados a los ministerios para negociar y para conocerse e interactuar con académicos, activistas y funcionarios.
Insisto: no estoy tratando de meter a todos en un costal; es muy importante dejar claro que hay un gradiente de diferencias entre pandillas de barrio, clicas de barrio y de calle, y clicas de crimen organizado. Es un camino que se sigue, que no necesariamente llega aquí; mi hipótesis es que son los menos los que derivan en crimen organizado. La mayoría se quieren salir porque la violencia es terrible.
AR: Otro asunto de interés sobre el nacimiento y desarrollo de estas bandas hace 40 años, es su relación con los procesos de guerra civil que hubo en Centroamérica; mencionas que uno de los fundadores fue un guerrillero...
ML: De la MS 13, la que se llamaba Wonder 13. Puede ser un ancestro.
AR: El “Flaco” Stoner, como dices en el libro. ¿Pero cuál fue la influencia de esos conflictos armados en el proceso de construcción del fenómeno pandilleril? La inmigración jugó un papel fundamental.
ML: Yo diría que el fenómeno esencial es la guerra sucia de Estados Unidos hacia Centroamérica. Ese país tiene una responsabilidad histórica que ha pretendido eludir, por ejemplo, usando a los medios a nivel global para esparcir la idea de que la Mara Salvatrucha es centroamericana.
El trasfondo de todo es esa guerra sucia, que data de un siglo, pero que es identificable a partir de la revolución salvadoreña en los años treinta del siglo pasado, cuando aparece Farabundo Martí después de un fraude electoral.
De allí empieza y sigue hasta ahora. La crisis del café es producto de una actitud de los Estados Unidos de financiar la producción de café en Vietnam, y entonces derriba el mercado internacional y hace pedazos la economía centroamericana, que estaba basada en ese grano (es lo que llaman “el silencioso Mitch”).
Estado Unidos tiene una responsabilidad ineludible que el mundo tendría que estarle cobrando. Más que la revolución es la guerra sucia la que a lo largo de muchos años generó migraciones. El asunto se exacerba a partir de los años ochenta, concretamente con Reagan, cuando las migraciones masivas aumentan: de 6 millones de salvadoreños, salen dos millones, por ejemplo. Eso es un hecho terrible.
Luego vinieron las sequías, la crisis alimentaria, viene el Mitch, los terremotos del 2001, y todos estos fenómenos, sin duda, explican muchas cosas, por ejemplo, la cultura de la violencia. Ésta es vieja, sin embargo: en El Salvador, en los años treinta se vive un proceso supremacista en el que el Estado establece que no se quiere a los indios, porque éstos son causantes del atraso, y se propone crear una sociedad blanca. Con eso se legitima el genocidio y la persecución contra el campesinado y los obreros de izquierda que secundaron a Farabundo Martí.
Todo eso dejó una cultura de la violencia, combinada con las dictaduras militares argentinas, que a su vez habían adquirido la metodología de exterminio de los nazis que estaban allí; ya que esos gobiernos tenían bien engrasada su maquinaria de eliminación, la exportan a Centroamérica (hay evidencia documental de esto). Hay pruebas de que Massera va a Centroamérica a vender el know how, la tecnología de la muerte de las dictaduras, con plata de la CIA.
Eso genera una cultura de la violencia, terrorismo de Estado y una altísima concentración de armamento de asalto y de armas pequeñas, porque la CIA convierte a Honduras y a Costa Rica en arsenales para combatir las revoluciones en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
Parte de esa cultura es que cualquier cosa que quieras alcanzar la puedes lograr a través de la imposición de la violencia. Es un sentimiento muy interiorizado.
También hay un sentimiento de la impunidad terrible, y además hay aparatos de justicia que están paralizados. En eso se parecen mucho a México, pero lo que pasa es que nuestro país tiene mucho más desarrollo institucional.
Esos son los factores que, a mi juicio, tienen una influencia política en el fenómeno de las pandillas.
AR: Pero de lo que saco del libro, y que es un fenómeno interesante, es que en la época de las dictaduras no hubo un florecimiento de las pandillas como la Mara; sin embargo, cuando llegan los regímenes democráticos, sí se da. ¿Hay alguna relación entre los regímenes políticos y el surgimiento y crecimiento de estas bandas? ¿Acaso éstas aparecieron en el ámbito de libertades de la democracia? ¿Hay alguna relación?
ML: Allí vuelve a aparecer el papel de las políticas de la Casa Blanca. Estos fenómenos se pueden entender por una vía (aunque no son fáciles de entender porque hay un montón de delimitaciones). Confluyen muchas cosas que son documentables y que pueden atribuirse o no a la perversidad de la geopolítica estadounidense (y hay quien puede decir que no es una política deliberada), pero el caso es que los efectos son los mismos, ya sea por estupidez o por perversidad.
El hecho es que se cruzan varios factores: uno es que cuando viene el Grupo Contadora, Esquipulas y todo ese proceso, Centroamérica empieza a tomar decisiones que no necesariamente tienen que ver con gobiernos personeros de la Casa Blanca, un proceso muy interesante entre finales de los setenta y principios de los noventa, en el que hay una responsabilización de grupos de poder, un papel muy activista de Costa Rica diciendo: “Ya no mamen, ya párenle”; en Honduras también hay un proceso similar. También está obviamente la influencia que tiene la revolución sandinista en el 79. Esos son, entre otros factores, los que hacen que haya un comportamiento de deslinde (lento, si quieres) de responsabilidad de los Estados, de las elites locales.
Cuando eso sucede, y cuando esto se va consolidando en acuerdos de paz o en reformas constitucionales, Estados Unidos empieza a deportar jóvenes centroamericanos y mexicanos con antecedentes delictivos, presos o tatuados en las calles, que a la mejor ni conocen ni nacieron en sus países de origen. Allí hay un factor muy interesante, ya que lo que tienes es que inoculan la violencia pandilleril que tiene atrás al narcotráfico, a Centroamérica. Vuelve a ser un acto criminal, de lesa humanidad, sin duda.
Eso se conjunta con Estados que están surgiendo débiles a la democracia, que se están desmilitarizando, que están adquiriendo sus policías civiles, que están reformando sus instituciones sociales, de seguridad, judiciales, etcétera. Entonces les metes un actor tan seductor en una región donde hay zonas minadas enormes, armas por todos lados, marginalidad, y que termina convirtiéndose en una bomba.
No es que los que llegaron formaran sus pandillas; llegaron pocos en términos de los que ya había. Si había cinco mil pandilleros vernáculos, llegaron cien pandilleros de fuera, que empezaron a influir. Pero también están las industrias culturales; es decir, no solamente hay una influencia directa, sino también películas y todo eso.
Para el caso de México reconstruyo la ocupación del territorio mexicano por parte de Estados Unidos a lo largo del siglo XIX, porque es un factor clave. Los de la Barrio 18 son herederos de los despojados, quieran o no aceptarlo, y además sufren el mismo proceso que después los centroamericanos: Estados Unidos no cumple su responsabilidad de hacer ciudadanos a los que estaban allí, los empieza a expulsar, haciendo redadas, por ejemplo, cuando ellos no conocían nada de otro lado (en el caso de los mexicanos, ni siquiera hablaban español, a los que llamaban “californios”).
AR: Hay en el libro la descripción de un proceso que aún se está llevando a cabo, y que es muy similar a lo que sucedió con la penalización de las drogas en Estados Unidos: que éstos buscaron que los demás países homologaran sus leyes. Ahora ocurre algo similar con las presiones que el gobierno estadounidense hace para que los países centroamericanos homologuen sus leyes en lo referente a las pandillas. ¿Cómo va este proceso?
ML: Fíjate que hay otro parteaguas, porque como sabes todos los fenómenos sociales los tienen, tienen momentos de quiebre en los que se pasa de una fase a otra, y son dinámicos, que es otra propuesta del libro: no veamos al fenómeno como algo estático, sino dinámico.
Hay un quiebre después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. Eso transforma la política de seguridad y se materializa en una instancia que es el Departamento de la Homeland Security, que tiene acceso directo al presidente y que nuclea a una serie de instancias que tienen que ver con migración, seguridad, protección civil, incluso partes del Servicio Secreto, etcétera, porque, como cuento allí, los atentados implicaron muchísimas paradojas para los cuerpos que interactuaban; por ejemplo, el FBI o el Servicio Secreto peleando para que no se rescatara nada ni a nadie porque allí estaba la evidencia, y los bomberos y la Cruz Roja buscando sacar a los sobrevivientes, dar cuenta a la sociedad del número de muertos, etcétera. Eso llevó a la Homeland Security, que busca darle coherencia a una política de seguridad.
Esa fue hacia adentro; hacia afuera el Comando Sur, muy ad hoc con esa política de seguridad interna, en sus documentos ha identificado de manera sistemática a lo que llama cuatro actores contra la seguridad y la prosperidad regional (el Comando Sur es el brazo del Pentágono para el hemisferio, que incluye a México y a Centroamérica): menciona al terrorismo por narcotráfico, al lavado de dinero, migraciones y pandillas centroamericanas.
Entonces están metiendo un una bolsa a actores disímbolos, criminalizando las migraciones para poner una barrera militar en la frontera sur de México, para retroceder en los precarios avances democráticos y volver a militarizar la vida política en Centroamérica. De allí sale esta mamada, esta falacia de que los pandilleros pueden ser reclutados por Al Qaeda, eso es un insulto a la inteligencia. Lo que parece que existe es que el terrorismo islámico, o cualquier otro, puede utilizar a pandilleros; según una fuente de la Homeland Security, los utilizó den el caso de los atentados de España. Esto algo de lo que hablo, de una fuente de primera mano off the record.
¿Qué verosimilitud tiene esta idea? Bueno, por una parte entrevisto a Raúl Sohr, que es un periodista internacional chileno respetadísimo y gran amigo, y se quedaba con la boca abierta: “¿De dónde salió esta estupidez?” Porque además él está presentando un libro sobre la historia del terrorismo y todas sus implicaciones. Él explica que Al Qaeda y todos esos grupos reclutan por clanes, y además no vas a reclutar a alguien tan visible como un muchacho tatuado y marginado.
Entonces lo que parece que sí ocurrió en los atentados del 11 de septiembre, según la Homeland Security, es que pandillas sirvieron para transportar precursores o explosivos que después fueron utilizados para esos hechos. Esa es una visión mucho más racional, más responsable.
Ahora, en esto no sólo tiene responsabilidad Estados Unidos: las elites locales, las que en su propio país se están comportando como grupos del crimen organizado o tribus confrontadas por el poder institucional, también la tienen. En Centroamérica se han dado cuenta de que un recurso de captación de fondos internacionales se da por la vía de usar el miedo: “Allí viene el terrorismo”. Es entonces cuando la agencia de ayuda de Estados Unidos les mete plata.
Es un proceso pernicioso en el que estas elites sumisas (y lo estamos viendo en este momento en México) no son capaces de mostrar un comportamiento de deslinde que no necesita ser confrontatorio pero sí de una política exterior que tenga una serie de componentes independientes.
AR: Una parte importante del libro es la de la imagen que se ha forjado de los Maras; haces un interesante paralelismo entre la narración radiofónica de Orson Welles de la invasión extraterrestre, con la registrada en Tapachula cuando se anunció la invasión de los Maras, y que sembró el terror en la zona. También están las versiones difundidas por la gran prensa de que están vinculados con Al Qaeda. En ese sentido, ¿qué responsabilidad han tenido en este fenómeno los medios de comunicación? Por ejemplo, hablas de varias películas.
ML: Para empezar hay que diferenciar, hacer un análisis en tres vertientes: una cosa es el infoentretenimiento, las industrias culturales (la televisión, el cine), que generan estigmas, construyen estereotipos útiles para varios efectos (incluyendo los de la política de seguridad interna de Estados Unidos); por otro lado están los medios de comunicación que consideran que el asunto es vendible, por lo que son irresponsables y no cumplen con su función social.
Por otro lado estamos los periodistas, editores y reporteros, que somos cobardes e ignorantes. Muchos conflictos pudieron haberse evitado si no fuéramos cobardes, si hiciéramos las preguntas adecuadas frente al personaje adecuado.
Entonces hay tres aspectos: uno, una industria del infoentretenimiento (infortainment), que tiene sus fines muy específicos, que tiene varias salidas y varios productos, con sus estigmas; otro, las industrias de la información, que son parte del infortainment, pero que tiene sus diferencias, ya que se trata de vender noticias en la misma lógica del entretenimiento, y los periodistas, que o somos muy funcionales a esa industria por sobrevivencia, o que sencillamente (y eso lo puedes encontrar por varias vías) siempre te encuentras que el componente de estupidez, ignorancia, indolencia y corrupción que tenemos los reporteros es altísimo.
Yo les digo a los compañeros que no me puedo excluir de eso; soy parte de eso porque he cometido terribles actos de ignorancia, he sido indolente para formarme y he cometido excesos. Si nosotros quitamos el componente de nuestra ignorancia e indolencia, creo que los medios van a ser mucho mejores.
AR: Para concluir: en tu libro haces una fuerte crítica a la forma en que Estados Unidos y los gobiernos centroamericanos están tratando el problema, que son la represión, la mano dura, etcétera. Pero también recuperas un testimonio de una orientadora educativa, quien dice que a ella la mano dura le ha servido, porque antes incluso sus alumnos la asaltaban. La gran pregunta: ¿cómo combatir a las pandillas delictivas y prevenir que más jóvenes se integren a ellas?
ML: Trato de encontrar un equilibrio en el libro, que es la única manera en que la impotencia periodística, la mía, me permite no poder presentar el fenómeno en la diversidad en que tendría que hacerlo; entonces, por lo menos, quiero aspirar a un equilibrio.
Ese equilibrio, entonces, se materializaría si logró no victimizar ni criminalizar, sino presentar sus vertientes como víctima y las delictivas.
AR: Sí, hay partes en que los Maras aparecen como víctimas y como victimarios.
ML: Exacto, y eso son, de hecho. Otra hipótesis periodística implícita es que las leyes de mano dura y las políticas de cero tolerancia, instauradas en Estados Unidos por instancias como el Mannhattan Institute, la Academia Internacional de Formación Policial, el Comando Sur, etcétera, primero fueron instauradas a nivel interno, y luego exportadas en forma de leyes, de procedimientos, de metodologías e instituciones.
Lo que eso ha generado es el florecimiento de las pandillas, porque las han hecho altamente mutables, resistentes, como un virus. El enfoque de políticas públicas hacia este fenómeno tiene, de entrada, que transformar su dinámica de producción de marginados; de otra manera no puedes impedir que miles de jóvenes estén al servicio del crimen organizado por la vía de la MS13, de la Barrio 18 u otras vías.
A México no le faltan pandillas ni modelos que imitar. En México hay una cantidad de pandillas que rebasa con mucho este fenómeno, y de allí viene la falacia de que la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha son un problema de seguridad nacional y que amenazan la estabilidad. Retaría a cualquiera a que me enseñe un marero; no va a encontrar uno. Hasta ahora plantean desafíos de seguridad pública muy localizados, creciendo con una capacidad de clonación altísima, y que si no se atiende en el próximo lustro puede generar una dinámica que rebase la seguridad pública.
El problema es que las leyes de mano dura, las políticas de “cero tolerancia”, lo que han generado es crear reductos donde se fortalecen las pandillas, articularlas (antes no lo estaban).
AR: Y se crea una red.
ML: Exactamente, la que no existía. Entonces la hipótesis es que se necesitan políticas de Estado para los jóvenes, no esas fábricas de marginados que son estás élites neoliberales, (que incluyen, por cierto, el discurso aun de personajes como López Obrador). Esas élites deben entender que tiene que haber una manera sólida, sostenibles, política, democrática, de parar la fábrica de marginados.
Segundo, una política de Estado para los jóvenes, que rebase con mucho el asunto de las pandillas, pero que incluya proyectos concretos de prevención de entrada a las pandillas, y proyectos concretos de reinserción social. En Centroamérica y en Estados Unidos hay muchos pandilleros que se quieren salir, porque hay un gran recambio generacional: están entrando cada vez más pequeños, de ocho años, y saliendo cada vez más jóvenes (de 18 años ya son veteranos). Mucha gente se quiere salir pero no puede, porque las leyes prohíben andar con tatuajes, porque no puede estudiar ni trabajar porque no la aceptan, la mata la pandilla adversaria (si alguien va en un pesero y le ven el tatuaje, lo matan; entras a una colonia, los pandilleros tienen un retén, se suben al transporte, le descubren el torso a todos los pasajeros, y si alguien trae un tatuaje allí mismo lo matan). Y también están los Escuadrones de la Muerte, los policías.
Entonces, ¿qué haces? Permaneces en un único sitio. Pero si te da luz verde para que te maten tu propia clica porque te quieres salir, ¿qué te queda? Estar encerrado en casa. O migran a México, y se van a Estados Unidos (a veces ya tienen pareja, un hijo). Pero tienes al CISEN y a los medios repitiendo como pericos: “Agarraron a un pandillero que entró al país”. Es muy probable que muchos de los muchachos que agarran de la Mara Salvatrucha (cuando no son solamente tatuados que ni pandilleros son), van huyendo de la violencia, no vienen a delinquir (aunque no te puedo decir en qué porcentaje). Puede eventualmente delinquir para sobrevivir; pero en muchas ocasiones te garantizo que van huyendo, ya no quieren violencia, van a buscar vivir.
Espero en este reportaje más o menos ayudar a clarificar ese fenómeno. No sé si lo logré, pero es una aspiración.
Entrevista con Marco Lara KlahrAriel Ruiz Mondragón
Una de las peores pesadillas (tanto imaginarias como reales) que se ha propagado en los años recientes en la región de Centroamérica, México y Estados Unidos es la del florecimiento de pandillas juveniles que dominan y asolan ciertos territorios, además de convertirse en un fenómeno trasnacional debido a su carácter fuertemente migratorio.
Con mucho entre el público la más célebre de esas bandas es la conocida como la Mara Salvatrucha, que tiene una también poderosa y feroz competencia en la Barrio 18. Herederas de la tradición pandilleril derivada de las sucesivas inmigraciones a territorio estadounidense desde el siglo XIX, hoy ocupan un lugar importante en las agendas de las seguridades pública y nacional de diversos países, empezando por los propios Estados Unidos, origen y fuente de buena parte del problema.
Realizado como un gran reportaje, el año pasado apareció uno de los libros que mejor han abordado el asunto de esas famosas pandillas: Hoy te toca la muerte. El imperio de las Maras visto desde dentro (México, Planeta, 2006), de Marco Lara Klahr, en el que se da cuenta de los inicios, desarrollo y estado actual de ellas, así como de las erradas políticas que las generaron y acrecentaron.
Acerca de ese volumen conversamos con el autor, charla en la que tocamos temas como los siguientes: los riesgos que enfrentó, las novedades que presenta el fenómeno, las relaciones de esas pandillas con grupos políticos, sus características de resistencia, sus orígenes en la cultura de la violencia provocada por los conflictos armados, el boom de esas bandas en las emergentes democracias centroamericanas, las políticas públicas y leyes con las que se pretende enfrentar el problema, los medios de comunicación y la formación del estereotipo del mara, y la forma de combatir y prevenir el pandillerismo.
Lara Klahr ha colaborado en diversas publicaciones, tales como El Universal, Día Siete, Gatopardo, Etcétera y Replicante, entre otras; además recibió el Premio Nacional de Periodismo en 2000 en el género de reportaje. Autor de cuatro libros y coautor en cuando menos otros cinco, es también investigador de la Fundación Prensa y Democracia México y líder del proyecto Violencia y Medios de Comunicación en el Instituto para la Seguridad y la Democracia.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el tuyo?
Marco Lara (ML): Por una parte es una idea que tiene su tiempo, porque yo he tratado el tema durante muchos años. Empecé a aproximarme al fenómeno desde los disturbios de Los Ángeles por el caso Rodney King (yo estaba allí), y entonces es cuando emerge públicamente la Mara Salvatrucha, que tiene una participación muy interesante en esos acontecimientos.
Allí empiezo a observar el fenómeno y empiezo a escribir. Te garantizo que mis textos son los primeros sobre el tema en México.
Luego cubrí muchas cosas en Centroamérica; en el libro se ve cómo me refiero a la crisis del café, al huracán Mitch, etcétera, lo que cubrí como reportero de diarios.
Luego cubrí las matanzas de jóvenes en Honduras, y tengo años trabajando temas de fronteras y de migración. Entonces era una aspiración.
Después, con Itsmania Pineda, que es una activista hondureña, empezamos a hablar de un libro, porque ya tenía información muy interesante. Cuando yo estaba con eso en la cabeza, me llamaron de Planeta y me dijeron: “Oye, ¿no te interesaría hacer un libro sobre pandillas?” Y esa fue la idea.
También soy una gente un poco esquizoide, o a lo mejor utility o como quieras llamarle, y siempre estoy haciendo cosas en diferentes líneas. Eso obedece no a que tenga yo talento, sino a que he ido acumulando rencillas contra la industria editorial, mediática, a la que pertenezco. Esas rencillas me han hecho un observador y analizador de los medios por vías diferentes a las de los académicos (aunque ahora hago labores académicas).
Este trabajo denota también una visión anti-infortainment, que trata de derribar -sin decirlo pero dejándolo claro- la cantidad de mitos en torno a este fenómeno.
AR: Volveremos un poco más adelante sobre esa creación de la imagen de los maras.
Para hacer el libro realizaste entrevistas, estuviste en el territorio de las pandillas, un muy buen trabajo de campo. En ese sentido, ¿en algún momento te sentiste en peligro al hacer este gran reportaje?
ML: Mira, yo llevo 26 años de reportero. En ese tiempo (que es mucho más de la mitad de mi vida) he vivido muchas circunstancias de riesgo por el tipo de trabajo que he hecho; pero no me gusta poner énfasis en la parte del martirologio o en la parte del peligro, porque es un asunto inherente al periodismo en un país donde no existe el pleno acceso a la información.
Entonces hay peligros; el libro tiene más de 80 entrevistas, con “polleros”, con varios “palabreros” o “Big Palabra” pandilleros, con policías, con víctimas, con académicos y funcionarios públicos, y también con gente de inteligencia.
Sí hay momentos de riesgo, pero debo decirte que los reporteros vamos generando formas de comportamiento. –en condiciones normales; no estoy diciendo que seamos muy listos y a los que les pasa algo sean estúpidos-; de hecho tengo un taller que imparto algunas veces sobre reporterismo en situaciones de riesgo.
El libro es un reportaje de gran formato –como le llaman los gringos-. Entonces no es un recortaje –de los que soy enemigo-, y lo que hago siempre es trabajar en varias pistas, como en un circo. Entonces vas a encontrar recreaciones y personajes de todos esos lugares. No se trata de recoger cosas que ya había publicado, sino volver a estar en los lugares; no tomar textos míos, sino reconstruir la historia a partir de mis recuerdos, tomando mis textos como base para el dato duro.
Esa es una virtud que lo hace un poco más complejo en lo que toca al riesgo, pues incluye lo mismo entrevistas y recreación de escenarios en las fronteras, que recorridos en zonas metropolitanas en Estados Unidos, en el norte de Centroamérica, en la zona conurbada de la ciudad de México. Entonces implica un cierto riesgo, pero es inherente a lo que nosotros hacemos.
AR: Ahora sí sobre el libro. Haces una historia de las pandillas y sus orígenes étnicos en los Estados Unidos, de los inmigrantes italianos, irlandeses, chinos, pachucos, desde el siglo XIX. Hay varias líneas de continuidad de ellas con las pandillas del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, como mencionas: las riñas, las peleas, los asesinatos...
ML: La territorialidad.
AR: Claro; también el tomar sus nombres de la nomenclatura, los rituales de iniciación y las persecuciones de que son objeto por parte de los gobiernos. Pero ¿qué tienen de nuevo fenómenos como los del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha?
ML: Hay una corriente sociológica o antropológica, y concretamente en México un académico de la UAM Iztapalapa, Alfredo Nateras Domínguez, que las denomina “pandillas industriales”. La Barrio 18 y la Mara Salvatrucha tienen un componente consumista inédito; pero eso hay estos especialistas que marcan una frontera evidente, palpable, documentable, entre las pandillas culturales y las pandillas industriales.
Eso no quiere decir que la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha pierdan su esencia identitaria, que es el planteamiento del libro; quiere decir que tienen además un componente muy ad hoc con su momento –la mundialización del capital- que es el consumista.
¿Cómo se expresa ese componente? Como nunca, se pone énfasis en la marca de los tenis que utilizan las clicas (célula de una pandilla), el usar los boxers por fuera para que se vea la marca, una serie de pretensiones consumistas, no en un sentido peyorativo sino en un sentido estrictamente de comportamiento cultural. Ese es un componente que las diferencia de los antecedentes.
Otro componente que las puede distinguir eventualmente es su capacidad expansiva a nivel regional y global, que también les viene de ser pandillas de su época.
AR: ¿Cuáles han sido las relaciones de estas pandillas con grupos políticos? ¿Cómo han sido utilizadas? Hay una vertiente muy fuerte de gobernantes que se montan en ellas ofreciendo su combate en actos espectaculares, como se ve en el libro.
ML: Podríamos verlo con el poder político y con el poder policíaco y militar; eso depende de cada país y de cada región. En Estados Unidos existe el escándalo de la División Rampart a mediados de los noventa, del CRASH –la unidad antipandillas del Departamento de Policía de Los Ángeles-, en el que por una parte esa unidad atacaba y detenía pandilleros, y por otra los usaba de “burros” y les daba drogas requisadas a la vez, lo que implicaba a diferentes ámbitos del Departamento, tanto que se tuvo que hacer una reestructuración completa. Ese caso es paradigmático.
Hay partidos políticos, como en El Salvador, que eventualmente utilizan a las pandillas, a la Mara Salvatrucha y a la Barrio 18, como fuerzas de choque, o como fuerzas de ocupación en mítines, en plantones, etcétera. Ahora que estuve en El Salvador estaba tomada la universidad, y la gente estaba preocupada porque había la hipótesis de que los que estaban en la catedral protestando por supuestos presos políticos eran de la Mara Salvatrucha; después ellos dijeron que sí eran, pero se suponía que el acto era del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Pero esto no quiere decir que nada más lo haga el Frente, porque también la derecha los usa.
Es peor para el caso del ejército y de las policías en Centroamérica, para el caso de comerciantes y empresarios que tienen dobles giros. En el libro queda más o menos claro cómo se pueden articular comerciantes establecidos que a la vez se dedican al robo de mercancías en tránsito, y cómo utilizan lo mismo como sicarios que como protectores de cargamentos a pandilleros de la Mara y de la Barrio 18.
Hay otro dato, que es el hecho de que para que haya pandilleros centroamericanos en México, tiene que haber implicación de los cuerpos de seguridad. Cada pandillero que entra a México lo hace pagando sus 50 o 200 pesitos al agente de migración, al soldado, al policía municipal.
Detrás de las matanzas masivas de muchachos en las cárceles de Honduras y El Salvador está siempre el crimen organizado metido en el tráfico de drogas, con la implicación evidente, documentada, de policías y funcionarios de seguridad de diferente nivel en esos países.
AR: Inclusive mencionas el caso de la matanza de Chamelecón en diciembre de 2004, donde perdieron la vida muchas personas en un autobús urbano, en la que se puede presumir que fue la policía.
ML: Y la matanza de Mariona también. Todo el tiempo están apareciendo evidencias de que la seguridad interna de las prisiones permitió la entrada de unos presos que incendiaron, y luego acordonaron la zona para impedir que entraran ambulancias o asistencia, y adentro permitieron que decapitaran a algunos de la pandilla adversaria; en otros caos traicionaron a policías, a quienes sacrificaron para garantizar la represión.
Entonces, siempre detrás de una pandilla hay un actor institucional o informal del crimen organizado.
AR: Otro aspecto político-cultural que me llama la atención es que un autor de los que citas llama a esas pandillas “guerrillas sin ideología”. ¿Hay elementos de resistencia y de rebeldía frente al statu quo por parte de ellas? Yo más bien tendería a creer que no en tanto se han adaptado muy bien al predominio del mercado, como lo enseñarían sus tendencias consumistas.
ML: Bueno sí, evidentemente. Hay pocos estudios cuantitativos, como los de la Universidad Centroamericana en El Salvador, el Grupo de Reflexión Jesuita en Honduras, y algunos otros estudios cuantitativos. Pero en cualquier conversación que tengas con algún pandillero o con un “Big Palabra”, te deja claro que ellos formaron su clica (una célula de pandilla) o entraron a una de ellas por razones identitarias, es decir, nunca entraron por razones de violencia.
Tú puedes decir: “Bueno, sí querían robar o tener armas”. Sí, pero en una visión romantizada; cuando ellos interactúan de niños o adolescentes con la violencia real, huyen o desintegran su clica. Esa es la normalidad.
Además, en los estudios cuantitativos como el de la universidad y otros que vienen citados en el libro, la mayoría de los muchachos que pertenecen a las clicas, hombre y mujeres (los jomis y los jombois), dice que lo que no le gusta de la pandilla, invariablemente, es la violencia. Eso es superinteresante.
Entonces, sin duda tienen un aspecto de resistencia identitaria y de apropiación de identidad en un entorno que se los niega. Imagínate un escenario donde hay discriminación, incluyendo Los Ángeles. Además, mi hipótesis periodística es que el fenómeno de las maras (como se conoce genéricamente) es un fenómeno de la marginalidad, no de la pobreza: los niveles de calidad de vida en Estados Unidos de los inmigrantes no son los mismos en Centroamérica ni aquí. Aun en Centroamérica encuentras que universitarios son ranfleros, son “Big Palabras” o jombois. Entonces, tampoco es cierto que sean los pobres.
De hecho, si vas a un barrio como Mayagüel en Tegucigalpa, Honduras, encuentras que el “palabrero” es, en el entorno de pobreza, el que más recursos tiene: es el hijo de la dueña del billar, de la dueña de la tiendita; es decir, es el que menos jodido está.
No es riguroso decir que es un fenómeno de la pobreza; es un fenómeno de la marginalidad. Sabes que la marginalidad rebasa con mucho la pobreza: puedes no ser pobre, pero tener un sentimiento interiorizado de marginalidad, con una serie de factores endógenos o culturales.
Hay, sin duda, un acto de apropiación de identidad. Es decir: en tu familia hay una violencia brutal (muchas de las jomguirls son violadas por sus padres o por sus padres sustitutos), y hay muchos de esos fenómenos. Yo empiezo con la historia del “Pobre”, cuya historia personal es terrible. Entonces imagínate: un entorno hostil, Escuadrones de la Muerte contra jóvenes que rebasan con mucho la acción contra las pandillas (hay niños de cinco años ejecutados), servicios educativos terriblemente segregacionistas, reducidos, de pésima calidad, servicios de salud pésimos, violencia intrafamiliar, etc.
Entonces la presión es de dentro y de fuera, y es cuando la clica se convierte en un recurso de apropiación (esto que los gringos llaman empowerment). Allí tienes un acto de resistencia, es reivindicar o tomar un poder que te fue negado y hacerlo crecer en los hechos.
En un segundo momento, algunos de ellos se deshacen, otros crecen y se van, o los matan, y otros, que maduran, por razones de convicción siguen y es lo que deriva en crimen organizado. Pero hay unos que rebasan luego el crimen organizado y tienen tal cantidad de recursos de interlocución con clicas, que son atraídos por el gobierno porque significan electores potenciales, y dominan colonias (como es el caso del Viejo Lin, que cuento aquí). Es entonces cuando empiezan a lavar sus actividades y empiezan a hablar de negociaciones, y son llevados a los ministerios para negociar y para conocerse e interactuar con académicos, activistas y funcionarios.
Insisto: no estoy tratando de meter a todos en un costal; es muy importante dejar claro que hay un gradiente de diferencias entre pandillas de barrio, clicas de barrio y de calle, y clicas de crimen organizado. Es un camino que se sigue, que no necesariamente llega aquí; mi hipótesis es que son los menos los que derivan en crimen organizado. La mayoría se quieren salir porque la violencia es terrible.
AR: Otro asunto de interés sobre el nacimiento y desarrollo de estas bandas hace 40 años, es su relación con los procesos de guerra civil que hubo en Centroamérica; mencionas que uno de los fundadores fue un guerrillero...
ML: De la MS 13, la que se llamaba Wonder 13. Puede ser un ancestro.
AR: El “Flaco” Stoner, como dices en el libro. ¿Pero cuál fue la influencia de esos conflictos armados en el proceso de construcción del fenómeno pandilleril? La inmigración jugó un papel fundamental.
ML: Yo diría que el fenómeno esencial es la guerra sucia de Estados Unidos hacia Centroamérica. Ese país tiene una responsabilidad histórica que ha pretendido eludir, por ejemplo, usando a los medios a nivel global para esparcir la idea de que la Mara Salvatrucha es centroamericana.
El trasfondo de todo es esa guerra sucia, que data de un siglo, pero que es identificable a partir de la revolución salvadoreña en los años treinta del siglo pasado, cuando aparece Farabundo Martí después de un fraude electoral.
De allí empieza y sigue hasta ahora. La crisis del café es producto de una actitud de los Estados Unidos de financiar la producción de café en Vietnam, y entonces derriba el mercado internacional y hace pedazos la economía centroamericana, que estaba basada en ese grano (es lo que llaman “el silencioso Mitch”).
Estado Unidos tiene una responsabilidad ineludible que el mundo tendría que estarle cobrando. Más que la revolución es la guerra sucia la que a lo largo de muchos años generó migraciones. El asunto se exacerba a partir de los años ochenta, concretamente con Reagan, cuando las migraciones masivas aumentan: de 6 millones de salvadoreños, salen dos millones, por ejemplo. Eso es un hecho terrible.
Luego vinieron las sequías, la crisis alimentaria, viene el Mitch, los terremotos del 2001, y todos estos fenómenos, sin duda, explican muchas cosas, por ejemplo, la cultura de la violencia. Ésta es vieja, sin embargo: en El Salvador, en los años treinta se vive un proceso supremacista en el que el Estado establece que no se quiere a los indios, porque éstos son causantes del atraso, y se propone crear una sociedad blanca. Con eso se legitima el genocidio y la persecución contra el campesinado y los obreros de izquierda que secundaron a Farabundo Martí.
Todo eso dejó una cultura de la violencia, combinada con las dictaduras militares argentinas, que a su vez habían adquirido la metodología de exterminio de los nazis que estaban allí; ya que esos gobiernos tenían bien engrasada su maquinaria de eliminación, la exportan a Centroamérica (hay evidencia documental de esto). Hay pruebas de que Massera va a Centroamérica a vender el know how, la tecnología de la muerte de las dictaduras, con plata de la CIA.
Eso genera una cultura de la violencia, terrorismo de Estado y una altísima concentración de armamento de asalto y de armas pequeñas, porque la CIA convierte a Honduras y a Costa Rica en arsenales para combatir las revoluciones en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
Parte de esa cultura es que cualquier cosa que quieras alcanzar la puedes lograr a través de la imposición de la violencia. Es un sentimiento muy interiorizado.
También hay un sentimiento de la impunidad terrible, y además hay aparatos de justicia que están paralizados. En eso se parecen mucho a México, pero lo que pasa es que nuestro país tiene mucho más desarrollo institucional.
Esos son los factores que, a mi juicio, tienen una influencia política en el fenómeno de las pandillas.
AR: Pero de lo que saco del libro, y que es un fenómeno interesante, es que en la época de las dictaduras no hubo un florecimiento de las pandillas como la Mara; sin embargo, cuando llegan los regímenes democráticos, sí se da. ¿Hay alguna relación entre los regímenes políticos y el surgimiento y crecimiento de estas bandas? ¿Acaso éstas aparecieron en el ámbito de libertades de la democracia? ¿Hay alguna relación?
ML: Allí vuelve a aparecer el papel de las políticas de la Casa Blanca. Estos fenómenos se pueden entender por una vía (aunque no son fáciles de entender porque hay un montón de delimitaciones). Confluyen muchas cosas que son documentables y que pueden atribuirse o no a la perversidad de la geopolítica estadounidense (y hay quien puede decir que no es una política deliberada), pero el caso es que los efectos son los mismos, ya sea por estupidez o por perversidad.
El hecho es que se cruzan varios factores: uno es que cuando viene el Grupo Contadora, Esquipulas y todo ese proceso, Centroamérica empieza a tomar decisiones que no necesariamente tienen que ver con gobiernos personeros de la Casa Blanca, un proceso muy interesante entre finales de los setenta y principios de los noventa, en el que hay una responsabilización de grupos de poder, un papel muy activista de Costa Rica diciendo: “Ya no mamen, ya párenle”; en Honduras también hay un proceso similar. También está obviamente la influencia que tiene la revolución sandinista en el 79. Esos son, entre otros factores, los que hacen que haya un comportamiento de deslinde (lento, si quieres) de responsabilidad de los Estados, de las elites locales.
Cuando eso sucede, y cuando esto se va consolidando en acuerdos de paz o en reformas constitucionales, Estados Unidos empieza a deportar jóvenes centroamericanos y mexicanos con antecedentes delictivos, presos o tatuados en las calles, que a la mejor ni conocen ni nacieron en sus países de origen. Allí hay un factor muy interesante, ya que lo que tienes es que inoculan la violencia pandilleril que tiene atrás al narcotráfico, a Centroamérica. Vuelve a ser un acto criminal, de lesa humanidad, sin duda.
Eso se conjunta con Estados que están surgiendo débiles a la democracia, que se están desmilitarizando, que están adquiriendo sus policías civiles, que están reformando sus instituciones sociales, de seguridad, judiciales, etcétera. Entonces les metes un actor tan seductor en una región donde hay zonas minadas enormes, armas por todos lados, marginalidad, y que termina convirtiéndose en una bomba.
No es que los que llegaron formaran sus pandillas; llegaron pocos en términos de los que ya había. Si había cinco mil pandilleros vernáculos, llegaron cien pandilleros de fuera, que empezaron a influir. Pero también están las industrias culturales; es decir, no solamente hay una influencia directa, sino también películas y todo eso.
Para el caso de México reconstruyo la ocupación del territorio mexicano por parte de Estados Unidos a lo largo del siglo XIX, porque es un factor clave. Los de la Barrio 18 son herederos de los despojados, quieran o no aceptarlo, y además sufren el mismo proceso que después los centroamericanos: Estados Unidos no cumple su responsabilidad de hacer ciudadanos a los que estaban allí, los empieza a expulsar, haciendo redadas, por ejemplo, cuando ellos no conocían nada de otro lado (en el caso de los mexicanos, ni siquiera hablaban español, a los que llamaban “californios”).
AR: Hay en el libro la descripción de un proceso que aún se está llevando a cabo, y que es muy similar a lo que sucedió con la penalización de las drogas en Estados Unidos: que éstos buscaron que los demás países homologaran sus leyes. Ahora ocurre algo similar con las presiones que el gobierno estadounidense hace para que los países centroamericanos homologuen sus leyes en lo referente a las pandillas. ¿Cómo va este proceso?
ML: Fíjate que hay otro parteaguas, porque como sabes todos los fenómenos sociales los tienen, tienen momentos de quiebre en los que se pasa de una fase a otra, y son dinámicos, que es otra propuesta del libro: no veamos al fenómeno como algo estático, sino dinámico.
Hay un quiebre después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. Eso transforma la política de seguridad y se materializa en una instancia que es el Departamento de la Homeland Security, que tiene acceso directo al presidente y que nuclea a una serie de instancias que tienen que ver con migración, seguridad, protección civil, incluso partes del Servicio Secreto, etcétera, porque, como cuento allí, los atentados implicaron muchísimas paradojas para los cuerpos que interactuaban; por ejemplo, el FBI o el Servicio Secreto peleando para que no se rescatara nada ni a nadie porque allí estaba la evidencia, y los bomberos y la Cruz Roja buscando sacar a los sobrevivientes, dar cuenta a la sociedad del número de muertos, etcétera. Eso llevó a la Homeland Security, que busca darle coherencia a una política de seguridad.
Esa fue hacia adentro; hacia afuera el Comando Sur, muy ad hoc con esa política de seguridad interna, en sus documentos ha identificado de manera sistemática a lo que llama cuatro actores contra la seguridad y la prosperidad regional (el Comando Sur es el brazo del Pentágono para el hemisferio, que incluye a México y a Centroamérica): menciona al terrorismo por narcotráfico, al lavado de dinero, migraciones y pandillas centroamericanas.
Entonces están metiendo un una bolsa a actores disímbolos, criminalizando las migraciones para poner una barrera militar en la frontera sur de México, para retroceder en los precarios avances democráticos y volver a militarizar la vida política en Centroamérica. De allí sale esta mamada, esta falacia de que los pandilleros pueden ser reclutados por Al Qaeda, eso es un insulto a la inteligencia. Lo que parece que existe es que el terrorismo islámico, o cualquier otro, puede utilizar a pandilleros; según una fuente de la Homeland Security, los utilizó den el caso de los atentados de España. Esto algo de lo que hablo, de una fuente de primera mano off the record.
¿Qué verosimilitud tiene esta idea? Bueno, por una parte entrevisto a Raúl Sohr, que es un periodista internacional chileno respetadísimo y gran amigo, y se quedaba con la boca abierta: “¿De dónde salió esta estupidez?” Porque además él está presentando un libro sobre la historia del terrorismo y todas sus implicaciones. Él explica que Al Qaeda y todos esos grupos reclutan por clanes, y además no vas a reclutar a alguien tan visible como un muchacho tatuado y marginado.
Entonces lo que parece que sí ocurrió en los atentados del 11 de septiembre, según la Homeland Security, es que pandillas sirvieron para transportar precursores o explosivos que después fueron utilizados para esos hechos. Esa es una visión mucho más racional, más responsable.
Ahora, en esto no sólo tiene responsabilidad Estados Unidos: las elites locales, las que en su propio país se están comportando como grupos del crimen organizado o tribus confrontadas por el poder institucional, también la tienen. En Centroamérica se han dado cuenta de que un recurso de captación de fondos internacionales se da por la vía de usar el miedo: “Allí viene el terrorismo”. Es entonces cuando la agencia de ayuda de Estados Unidos les mete plata.
Es un proceso pernicioso en el que estas elites sumisas (y lo estamos viendo en este momento en México) no son capaces de mostrar un comportamiento de deslinde que no necesita ser confrontatorio pero sí de una política exterior que tenga una serie de componentes independientes.
AR: Una parte importante del libro es la de la imagen que se ha forjado de los Maras; haces un interesante paralelismo entre la narración radiofónica de Orson Welles de la invasión extraterrestre, con la registrada en Tapachula cuando se anunció la invasión de los Maras, y que sembró el terror en la zona. También están las versiones difundidas por la gran prensa de que están vinculados con Al Qaeda. En ese sentido, ¿qué responsabilidad han tenido en este fenómeno los medios de comunicación? Por ejemplo, hablas de varias películas.
ML: Para empezar hay que diferenciar, hacer un análisis en tres vertientes: una cosa es el infoentretenimiento, las industrias culturales (la televisión, el cine), que generan estigmas, construyen estereotipos útiles para varios efectos (incluyendo los de la política de seguridad interna de Estados Unidos); por otro lado están los medios de comunicación que consideran que el asunto es vendible, por lo que son irresponsables y no cumplen con su función social.
Por otro lado estamos los periodistas, editores y reporteros, que somos cobardes e ignorantes. Muchos conflictos pudieron haberse evitado si no fuéramos cobardes, si hiciéramos las preguntas adecuadas frente al personaje adecuado.
Entonces hay tres aspectos: uno, una industria del infoentretenimiento (infortainment), que tiene sus fines muy específicos, que tiene varias salidas y varios productos, con sus estigmas; otro, las industrias de la información, que son parte del infortainment, pero que tiene sus diferencias, ya que se trata de vender noticias en la misma lógica del entretenimiento, y los periodistas, que o somos muy funcionales a esa industria por sobrevivencia, o que sencillamente (y eso lo puedes encontrar por varias vías) siempre te encuentras que el componente de estupidez, ignorancia, indolencia y corrupción que tenemos los reporteros es altísimo.
Yo les digo a los compañeros que no me puedo excluir de eso; soy parte de eso porque he cometido terribles actos de ignorancia, he sido indolente para formarme y he cometido excesos. Si nosotros quitamos el componente de nuestra ignorancia e indolencia, creo que los medios van a ser mucho mejores.
AR: Para concluir: en tu libro haces una fuerte crítica a la forma en que Estados Unidos y los gobiernos centroamericanos están tratando el problema, que son la represión, la mano dura, etcétera. Pero también recuperas un testimonio de una orientadora educativa, quien dice que a ella la mano dura le ha servido, porque antes incluso sus alumnos la asaltaban. La gran pregunta: ¿cómo combatir a las pandillas delictivas y prevenir que más jóvenes se integren a ellas?
ML: Trato de encontrar un equilibrio en el libro, que es la única manera en que la impotencia periodística, la mía, me permite no poder presentar el fenómeno en la diversidad en que tendría que hacerlo; entonces, por lo menos, quiero aspirar a un equilibrio.
Ese equilibrio, entonces, se materializaría si logró no victimizar ni criminalizar, sino presentar sus vertientes como víctima y las delictivas.
AR: Sí, hay partes en que los Maras aparecen como víctimas y como victimarios.
ML: Exacto, y eso son, de hecho. Otra hipótesis periodística implícita es que las leyes de mano dura y las políticas de cero tolerancia, instauradas en Estados Unidos por instancias como el Mannhattan Institute, la Academia Internacional de Formación Policial, el Comando Sur, etcétera, primero fueron instauradas a nivel interno, y luego exportadas en forma de leyes, de procedimientos, de metodologías e instituciones.
Lo que eso ha generado es el florecimiento de las pandillas, porque las han hecho altamente mutables, resistentes, como un virus. El enfoque de políticas públicas hacia este fenómeno tiene, de entrada, que transformar su dinámica de producción de marginados; de otra manera no puedes impedir que miles de jóvenes estén al servicio del crimen organizado por la vía de la MS13, de la Barrio 18 u otras vías.
A México no le faltan pandillas ni modelos que imitar. En México hay una cantidad de pandillas que rebasa con mucho este fenómeno, y de allí viene la falacia de que la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha son un problema de seguridad nacional y que amenazan la estabilidad. Retaría a cualquiera a que me enseñe un marero; no va a encontrar uno. Hasta ahora plantean desafíos de seguridad pública muy localizados, creciendo con una capacidad de clonación altísima, y que si no se atiende en el próximo lustro puede generar una dinámica que rebase la seguridad pública.
El problema es que las leyes de mano dura, las políticas de “cero tolerancia”, lo que han generado es crear reductos donde se fortalecen las pandillas, articularlas (antes no lo estaban).
AR: Y se crea una red.
ML: Exactamente, la que no existía. Entonces la hipótesis es que se necesitan políticas de Estado para los jóvenes, no esas fábricas de marginados que son estás élites neoliberales, (que incluyen, por cierto, el discurso aun de personajes como López Obrador). Esas élites deben entender que tiene que haber una manera sólida, sostenibles, política, democrática, de parar la fábrica de marginados.
Segundo, una política de Estado para los jóvenes, que rebase con mucho el asunto de las pandillas, pero que incluya proyectos concretos de prevención de entrada a las pandillas, y proyectos concretos de reinserción social. En Centroamérica y en Estados Unidos hay muchos pandilleros que se quieren salir, porque hay un gran recambio generacional: están entrando cada vez más pequeños, de ocho años, y saliendo cada vez más jóvenes (de 18 años ya son veteranos). Mucha gente se quiere salir pero no puede, porque las leyes prohíben andar con tatuajes, porque no puede estudiar ni trabajar porque no la aceptan, la mata la pandilla adversaria (si alguien va en un pesero y le ven el tatuaje, lo matan; entras a una colonia, los pandilleros tienen un retén, se suben al transporte, le descubren el torso a todos los pasajeros, y si alguien trae un tatuaje allí mismo lo matan). Y también están los Escuadrones de la Muerte, los policías.
Entonces, ¿qué haces? Permaneces en un único sitio. Pero si te da luz verde para que te maten tu propia clica porque te quieres salir, ¿qué te queda? Estar encerrado en casa. O migran a México, y se van a Estados Unidos (a veces ya tienen pareja, un hijo). Pero tienes al CISEN y a los medios repitiendo como pericos: “Agarraron a un pandillero que entró al país”. Es muy probable que muchos de los muchachos que agarran de la Mara Salvatrucha (cuando no son solamente tatuados que ni pandilleros son), van huyendo de la violencia, no vienen a delinquir (aunque no te puedo decir en qué porcentaje). Puede eventualmente delinquir para sobrevivir; pero en muchas ocasiones te garantizo que van huyendo, ya no quieren violencia, van a buscar vivir.
Espero en este reportaje más o menos ayudar a clarificar ese fenómeno. No sé si lo logré, pero es una aspiración.
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Honduras: Impunidad silencia y perpetua la violencia
Carola Mittrany 15/06/2007 - 00:00 | comente | enviar por e-mail | Português | imprimir |
Más de 400 niños, niñas y jóvenes perdieron la vida de forma violenta en 2006 en Honduras, mientras que 150 mujeres fueron asesinadas a lo largo del año, según el informe de Amnistía Internacional (AI) divulgado a fines de mayo último. En la mayoría de los casos, según la organización, no se puso a disposición de la justicia a las personas responsables.
“Las cifras son alarmantes. Sin embargo, lo que cita AI es un mínimo de lo que se está viendo. Los organismos se han vuelto burocráticos y hay casos que no son cuantificables”, señala Itsmania Platero, presidenta de la organización no gubernamental Xibalba Arte y Cultura.
Itsmania, que trabaja en la defensa de los derechos humanos desde hace 19 años, es una de las muchas activistas que sufre con las “crecientes amenazas, intimidaciones y hostigamiento contra personas que centran sus actividades en los derechos económicos, sociales y culturales, incluidos los derechos laborales, los derechos de los pueblos indígenas y el derecho a la vivienda”, según el mismo informe de AI.
“La negligencia y omisión de los organismos de derechos humanos está fortaleciendo los abusos a la causa que ellos deberían defender. El comisionado de DDHH repite lo que el Estado quiere que repita. El silencio se vuelve cómplice”, denuncia Itsmania.
Impunidad y corrupción
En un país donde la tasa de homicidios es de 37 por cada cien mil habitantes - según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - Itsmania cree que las estadísticas pueden ser aún mayores y apunta la impunidad como mayor culpable por la perpetuación de la violencia. “Hay muchas personas que no están denunciando por miedo. No pueden los números ser reales, porque el departamento de investigación criminal solo reporta casos de personas o hechos muy relevantes, no cuenta con agentes en los 18 departamentos, por lo que muchas muertes quedan sin resolver. Hay lugares, inclusive, donde los investigadores hacen de jueces, de fiscales, de forenses”, critica.
La activista cita como ejemplo el entierro en semanas recientes de varias personas en fosas comunes, sin que fueran identificadas, por inoperancia del ministerio publico, según fuentes de la policía. “Es normal que la policía y la dirección general de investigación criminal delinquen. Poner una queja en la policía puede costarte la vida. Eso ahora es normal, pero lo absurdo es poner una queja y darte cuenta que esto te puede costar la vida porque tu denuncia pronto estará en manos de los delincuentes”, alerta.
Itsmania, que es testigo en muchos casos de la corte y está amenazada de muerte, apunta la inoperancia en el sistema judicial y la corrupción dentro de la policía por este cuadro alarmante: “Esto hace a uno creer que el sistema judicial está involucrado o es deficiente. Ya en la policía, los que no son corruptos, están descontentes por la dirección que no está cumpliendo su finalidad de realizar”, lamenta.
Juventud al margen de la sociedad
Sobre el tema de las pandillas, la activista dice que la ley antimaras apenas sirvió para estigmatizar y criminalizar a la juventud, principalmente a aquellos jóvenes que provienen de bajos estratos. Observa también que ya no se maneja el tema como en el pasado, habiendo sido sustituido en los titulares de los diarios y en la boca de la gente, por el tema del crimen organizado y el sicariato.
“En las cárceles hay entre 600 y 700 jóvenes que pertenecen a las maras. Ya no se ven jóvenes tatuados en las calles. Los que han sobrado han emigrado, mientras otros han sido muertos, inclusive dentro de los centros penales”, indica.
Para la activista son muchos los intereses que están en juego. Entre ellos cita la comercialización de la seguridad privada y la venta de armas, dirigida especialmente a un público femenino alarmado con la creciente inseguridad en el país. “Hay un conjunto que está compuesto inclusive por los medios de comunicación que responde a intereses elitistas y empresariales. Hay libertad de prensa pero no hay libertad de expresión. El amarillismo en los periódicos vende y justifica la existencia de grupos de exterminio que han hecho que la población se vuelva juez”, sentencia la activista.
Por la defensa de los derechos humanos
El informe “El Estado de los Derechos Humanos en el Mundo”, fue presentado en Londres por la Secretaría General de Amnistía Internacional, Irene Khan y analiza por regiones la vigencia de las garantías individuales.
El documento hace énfasis en los temas de violencia contra las mujeres, contra la niñez, el trasiego de armas, la pena de muerte, las distintas formas de tortura y terror, así como la justicia internacional. Y hace un llamado para que los defensores de los derechos humanos puedan hacer su trabajo en paz.
“Lo que quiero es que se respeten los derechos del ser humano, que sean aplicadas medidas cautelares y que el estado propicie la seguridad digna para vivir”, concluye Itsmania.
Para saber más:
Maras en Centroamérica
En otros sitios:
Xibalba Arte y Cultura
Informe Honduras - 2007 de Amnistía Internacional
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - Honduras
Honduras: Impunidad silencia y perpetua la violencia
Carola Mittrany 15/06/2007 - 00:00 | comente | enviar por e-mail | Português | imprimir |
Más de 400 niños, niñas y jóvenes perdieron la vida de forma violenta en 2006 en Honduras, mientras que 150 mujeres fueron asesinadas a lo largo del año, según el informe de Amnistía Internacional (AI) divulgado a fines de mayo último. En la mayoría de los casos, según la organización, no se puso a disposición de la justicia a las personas responsables.
“Las cifras son alarmantes. Sin embargo, lo que cita AI es un mínimo de lo que se está viendo. Los organismos se han vuelto burocráticos y hay casos que no son cuantificables”, señala Itsmania Platero, presidenta de la organización no gubernamental Xibalba Arte y Cultura.
Itsmania, que trabaja en la defensa de los derechos humanos desde hace 19 años, es una de las muchas activistas que sufre con las “crecientes amenazas, intimidaciones y hostigamiento contra personas que centran sus actividades en los derechos económicos, sociales y culturales, incluidos los derechos laborales, los derechos de los pueblos indígenas y el derecho a la vivienda”, según el mismo informe de AI.
“La negligencia y omisión de los organismos de derechos humanos está fortaleciendo los abusos a la causa que ellos deberían defender. El comisionado de DDHH repite lo que el Estado quiere que repita. El silencio se vuelve cómplice”, denuncia Itsmania.
Impunidad y corrupción
En un país donde la tasa de homicidios es de 37 por cada cien mil habitantes - según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - Itsmania cree que las estadísticas pueden ser aún mayores y apunta la impunidad como mayor culpable por la perpetuación de la violencia. “Hay muchas personas que no están denunciando por miedo. No pueden los números ser reales, porque el departamento de investigación criminal solo reporta casos de personas o hechos muy relevantes, no cuenta con agentes en los 18 departamentos, por lo que muchas muertes quedan sin resolver. Hay lugares, inclusive, donde los investigadores hacen de jueces, de fiscales, de forenses”, critica.
La activista cita como ejemplo el entierro en semanas recientes de varias personas en fosas comunes, sin que fueran identificadas, por inoperancia del ministerio publico, según fuentes de la policía. “Es normal que la policía y la dirección general de investigación criminal delinquen. Poner una queja en la policía puede costarte la vida. Eso ahora es normal, pero lo absurdo es poner una queja y darte cuenta que esto te puede costar la vida porque tu denuncia pronto estará en manos de los delincuentes”, alerta.
Itsmania, que es testigo en muchos casos de la corte y está amenazada de muerte, apunta la inoperancia en el sistema judicial y la corrupción dentro de la policía por este cuadro alarmante: “Esto hace a uno creer que el sistema judicial está involucrado o es deficiente. Ya en la policía, los que no son corruptos, están descontentes por la dirección que no está cumpliendo su finalidad de realizar”, lamenta.
Juventud al margen de la sociedad
Sobre el tema de las pandillas, la activista dice que la ley antimaras apenas sirvió para estigmatizar y criminalizar a la juventud, principalmente a aquellos jóvenes que provienen de bajos estratos. Observa también que ya no se maneja el tema como en el pasado, habiendo sido sustituido en los titulares de los diarios y en la boca de la gente, por el tema del crimen organizado y el sicariato.
“En las cárceles hay entre 600 y 700 jóvenes que pertenecen a las maras. Ya no se ven jóvenes tatuados en las calles. Los que han sobrado han emigrado, mientras otros han sido muertos, inclusive dentro de los centros penales”, indica.
Para la activista son muchos los intereses que están en juego. Entre ellos cita la comercialización de la seguridad privada y la venta de armas, dirigida especialmente a un público femenino alarmado con la creciente inseguridad en el país. “Hay un conjunto que está compuesto inclusive por los medios de comunicación que responde a intereses elitistas y empresariales. Hay libertad de prensa pero no hay libertad de expresión. El amarillismo en los periódicos vende y justifica la existencia de grupos de exterminio que han hecho que la población se vuelva juez”, sentencia la activista.
Por la defensa de los derechos humanos
El informe “El Estado de los Derechos Humanos en el Mundo”, fue presentado en Londres por la Secretaría General de Amnistía Internacional, Irene Khan y analiza por regiones la vigencia de las garantías individuales.
El documento hace énfasis en los temas de violencia contra las mujeres, contra la niñez, el trasiego de armas, la pena de muerte, las distintas formas de tortura y terror, así como la justicia internacional. Y hace un llamado para que los defensores de los derechos humanos puedan hacer su trabajo en paz.
“Lo que quiero es que se respeten los derechos del ser humano, que sean aplicadas medidas cautelares y que el estado propicie la seguridad digna para vivir”, concluye Itsmania.
Para saber más:
Maras en Centroamérica
En otros sitios:
Xibalba Arte y Cultura
Informe Honduras - 2007 de Amnistía Internacional
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - Honduras
Sr. Ariel Ruiz Mondragón, tanto usted, como el sr.Marco Lara Klahr no tienen ni idea de como se originaron La 18th St. y los salvadoreños de la Mara Salvatrucha (MS13)
Para empezar, la pandilla de la calle 18 tiene muchisimo mas tiempo en existencia que la Mara Salvatrucha. La ganga (gang) del barrio 18th St. (en West Los Angeles) fue formada por mexico-americanos y mexicanos a principios de la decada de los 60's, mientras que la Mara Salvatrucha empezo a mediados de la decada de los 80's por jovenes salvadoreños que formaron su propia pandilla para defenderse de las pandillas mexico-americanas del West Los Angeles.
Ustedes, (los medios de television y la prensa escrita) se han encargado por mucho tiempo en dar informacion incorrecta y por esa razon muchas personas estan mal informadas y piensan que las maras se originaron en El Salvador, y que desde ese pequeño pais se han expandido a otros paises de centroamerica, Mexico, y EE.UU.
Creame que ustedes estan muy equivocados… se lo dice un veterano ex-pandillero del Barrio West Side 18th St.
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