Entrevista con Víctor Reynoso*
por Ariel Ruiz Mondragón
El Partido Acción Nacional (PAN) tuvo que bregar medio siglo para alcanzar el Poder Ejecutivo en una entidad de la República, y poco más de 10 años más para alcanzar el de la Federación. Toda esa historia de participación política-electoral ha estado marcada por diversas divisiones a su interior, cuya resolución ha marcado no sólo su propia existencia, sino también la del sistema de partidos y la de la propia democracia mexicana.
En el libro Rupturas en el vértice. El PAN a través de sus escisiones históricas (México, Cepcom, 2007), Víctor Reynoso presenta un análisis de cuatro momentos definitorios en la vida de ese partido: la fundación en 1939, y tres crisis internas (1963, 1978 y 1992) que resultaron en la salida de importantes militantes. En ese trabajo podemos observar, en buena medida, la forma en que los panistas entendieron y ejercieron la política entre ellos, la que nos permite explicar, también, el ejercicio de sus gobiernos.
Sobre ese volumen charlamos con el autor, quien es doctor en Sociología por El Colegio de México e investigador-profesor de la Universidad de las Américas-Puebla. Ha sido colaborador en revistas como Este País, Nexos, Metapolítica y Estudios de Política y Sociedad, y en diarios como El Universal y Reforma.
AR: ¿Por qué escribir un libro acerca de un partido electoral destinado a ser perdedor desde su fundación, y no sólo eso, sino además sobre sus divisiones internas?
VR: Creo que es importante aclarar eso de “destinado a ser perdedor”. Ciertamente los fundadores panistas, los más destacados de ellos, no buscaban triunfos electorales inmediatos. Sabían que no los obtendrían pues entraban a participar en un sistema electoral controlado, sin sufragio efectivo. Pero no pensaban que eso sería eterno. La frase panista en la época de la fundación y los primeros años sobre su lucha como “brega de eternidad” no debe entenderse literalmente, no al menos en cuanto al acceso al poder.
Desde 1946 los panistas accedieron al poder y lo ejercieron, si bien en dosis mínimas. Pero creo que era claro que trabajaban para lograr la “auténtica representación”, una sana relación entre gobierno y sociedad, que según los panistas estaría dada por elecciones libres. Hay documentos de los años cuarenta que dejan clara esta preocupación. Es la preocupación que está detrás de la crisis que sigue a la elección federal de 1958, cuando el PAN se retira, por primera y única vez, de la Cámara de Diputados federal y de la Comisión Federal Electoral, el equivalente al actual Consejo General del IFE. Esta crisis daría lugar a la reforma electoral de 1963 y a los diputados de partido.
De manera que el destino del panismo originario no era tanto la derrota eterna, sino la transformación del sistema electoral para que algún día diera lugar a elecciones libres, al sufragio efectivo, y así a la “auténtica representación”.
A esto se añade que uno de los fundadores del PAN, sin duda el más importante, Manuel Gómez Morin, no era un teórico ni un predicador, sino alguien que había participado de manera importante en las instituciones del país, destacadamente en la Secretaría de Hacienda y el Banco de México en los años veinte, y en la Universidad Nacional en los años treinta. Este tener los pies en la realidad, conocer el sistema desde dentro, hacía atractivo el proyecto panista de fundar una institución que contribuyera a dar el paso del país del hombre fuerte al país de instituciones y leyes (Calles dixit). Si consideras además que el “sufragio efectivo” era la mitad de lema maderista, tenemos en el PAN, en el originario y de las primeras décadas, una cuestión en el centro de la vida política mexicana.
La cuestión de las divisiones internas tiene un interés teórico y un interés específico sobre el PAN. El teórico se refiere a que los partidos políticos, todos, no son unitarios. Todos tienen tendencias o fracciones internas. No son “equipos” con un interés común, sino “cárteles” con intereses encontrados. Para entender a un partido político hay que entender las características de sus grupos internos, de sus fracciones y tendencias, de la forma en que se relacionan y resuelven sus diferencias y conflictos.
Cuando empecé a estudiar al PAN, en los años ochenta, la cuestión de sus divisiones internas tenía mucha importancia tanto en la opinión pública como en la vida interna del partido. Se hablaba de “panistas tradicionales” y “neopanistas”, una división superficial y equivocada en algunos casos. Aclarar el carácter de las divisiones internas del panismo motivó la investigación y la redacción de este libro.
AR: Usted estima que las crisis del PAN también lo fueron del sistema de partidos, y que en este sentido el régimen también les dio respuesta ya que necesitaba a esa organización. ¿Qué tanto dependió la existencia del PAN de la ayuda que le brindó el viejo régimen?
VR: Aclaro en qué sentido las crisis del PAN eran crisis del sistema de partidos en esa época. Se trataba de un sistema de partidos muy particular, de un sistema hegemónico, sin competencia pero con más de un partido. Había un partido hegemónico que, gracias a su control del proceso electoral, tenía asegurado el triunfo —por supuesto que no bastaba el control de ese proceso: si el Partido Revolucionatio Institucional (PRI) pudo mantenerse en el poder tantas décadas, fue porque además contaba con importantes fuentes de legitimidad. Pero el sistema requería de otros partidos que dieran la fachada de un sistema plural, y no de un sistema de partido único.
El PAN cumplió con ese papel; lo cumplieron también (en el periodo que va de 1946 a 1979) el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), pero para todos era claro que se trataba de partidos subordinados al régimen, sin la autonomía que tenía el PAN. Las reformas electorales de 1963 y 1978 se explican fundamentalmente por estas características del sistema, pues pretendieron y lograron incentivar la participación de la oposición, sin darle acceso al poder. Fueron fundamentales para dinamizarlo y mantenerlo.
La “ayuda” del viejo régimen al PAN fue mínima. Ciertamente las reformas mencionadas le dieron oxígeno al PAN y al sistema hegemónico. Con la de 1963 el panismo pasó a tener 20 diputados por legislatura primero, y luego 25 (antes de la reforma había tenido un máximo de 6). Con la reforma de 1978 el número de diputados panistas aumentó también notablemente (de 20 en 1976 a 43 en 1979), aunque el PAN no era el destinatario principal de esa reforma. A partir de ese cambio en la ley el PAN recibió una serie de prerrogativas (gastos de correo y papelería, me parece), pero nada trascendente.
No tenía nada que ver con las grandes cantidades de dinero que hoy reciben los partidos. Es un contraste muy notable cómo ahora el Estado mexicano “ayuda” a los partidos, y esa misma "ayuda" en las antiguas décadas del sistema hegemónico.
Otra cuestión sería si se le daban triunfos que no merecía. Lamentablemente no contamos con encuestas para la época (quizá las había, pero no se han hecho públicas). Pero no tengo la impresión de que el PAN estuviera sobrerrepresentado, de que recibiera triunfos que no hubiera obtenido en las urnas.
AR: Durante su larga lucha, el PAN tuvo un modelo cívico que puso énfasis en la obediencia a las reglas escritas, a la democracia, a la participación ciudadana y la responsabilidad de los funcionarios. ¿En su vida interna ha respetado ambos principios?
VR: Sí, con matices y centrándonos en los organismos nacionales del partido. En algunos órganos locales las cosas han sido más complejas. Con matices porque no creo que haya ninguna organización humana que se base sólo en reglas escritas, ya que siempre hay reglas no escritas que son muy importantes. Pero el contraste entre el PAN y nuestros otros partidos es aquí notable, y la peculiaridad panista es el apego a la normatividad escrita.
Tienes el caso del PRI. La normatividad que hizo al sistema priísta uno de los aparatos políticos más longevos e interesantes de la historia contemporánea es una normatividad no escrita. En ningún lado se escribieron las reglas fundamentales que hicieron funcionar este sistema: que el Presidente en turno elige a su sucesor; que debe haber autonomía sexenal, es decir, el Presidente no interviene en política después de su periodo; que el Presidente debe elegir a su sucesor dentro de su gabinete, y que tiene una influencia decisiva en la selección de los gobernadores, senadores y diputados, pero limitado por ciertas normas, no escritas desde luego; que los candidatos del PRI siempre ganan, etcétera. Estas normas fueron del PRI clásico, y nunca fueron escritas.
Esta institucionalidad no escrita es lo que hace fascinante al PRI, un caso muy interesante para las ciencias sociales. El PAN, desde esta perspectiva, es mucho menos interesante. Fuera de este juicio de valor “epistemológico”, no hay una valoración en esta distinción. Se trata de juicios de hecho. No creo que el PRI hubiera podido gobernar al país apegándose estrictamente a las normas escritas (como no lo hicieron ni Benito Juárez ni Porfirio Díaz). Pero ese es otro tema.
Habría ciertamente que distinguir en tu pregunta entre normatividad escrita y democracia. Para algunos, el que el presidente nacional del PAN sea electo en el Consejo Nacional, formado ahora por poco más de 350 integrantes, no sería democrático: no participa el demos panista, la militancia. Pero creo que los panistas sí han sido razonablemente respetuosos con sus reglas escritas.
No me queda claro que sea el caso en cuanto a la responsabilidad de los funcionarios públicos. Si en los gobiernos panistas (federales, estatales, municipales) se hubiera aplicado esa responsabilidad, tendríamos a muchos más funcionarios sancionados, algunos del PAN, y otros de otros partidos.
AR: ¿Cuáles han sido los principales mitos que sostuvieron al panismo, especialmente en sus años duros? Por allí encuentro, por ejemplo, el del fraude electoral del gobierno, sin cuya maquinación los panistas ganarían los comicios.
AR: Sin duda el mito del fraude electoral es fundamental para el sostén del panismo. El fraude existía, o si queremos ser más precisos, existía el total control del gobierno sobre el proceso electoral. Hasta la reforma electoral de 1996 el secretario de Gobernación salió del organismo electoral y el padrón electoral llegó a ser un instrumento público, no controlado por el gobierno. Pero el mito panista consiste en que si no hubiera fraude el PAN ganaría todo (o casi), y el PRI perdería. Hoy vemos en los resultados electorales federales y locales que eso no era cierto.
Otro mito, quizá más importante: la idea de que todos los males del país se debían a la política, y que todos nuestros males políticos se debían al PRI. Acabar con el PRI, “sacarlo de Los Pinos”, sería el inicio de una transformación total del país. Es claro que no es así, y los hechos lo han demostrado con claridad. Pero ese mito fue una idea que dio mucha fuerza al panismo.
AR: Tengo la impresión de que fue la doctrina originaria del PAN es la que dio origen a los conflictos internos de la organización, ya que obstaculizaban su profesionalización y crecimiento. ¿Es así?
VR: No lo veo así. La doctrina panista es básicamente la misma hoy que en 1939. Se ha modernizado, pero no ha perdido su esencia. Con la misma doctrina el PAN ha vivido épocas de tranquilidad interna y épocas de fuertes conflictos. Si acaso un cambio doctrinal produjo un conflicto interno, fue el realizado a fines de los años sesenta, que mostró un perfil más radical del grupo que saldría a fines de los setenta, encabezado por Efraín González Morfín.
Pero no veo que la doctrina panista obstaculizara la profesionalización y crecimiento del partido.
AR: Se hace referencia a un documento de 1941 en el que se pedían asuntos clave: autonomía del órgano electoral, credencial ciudadana con fotografía y padrón electoral, representación proporcional pura, iniciativa popular, plebiscito y referéndum. Sólo la tercera no ha caminado, pero las primeras son realidad y las últimas tres son enarboladas por la izquierda. Eso, más los cargos que ha alcanzado, ¿no quiere decir que su triunfo ha sido más electoral que cultural?
VR: El PAN ha tenido un triunfo cultural y desde luego triunfos electorales. No es cualquier cosa haber ganado dos veces la Presidencia de la República, además de muchos estados y municipios. Hay un triunfo cultural también en el sentido planteado por Carlos Castillo Peraza a principios de los noventa: las tesis fundamentales del PAN (la defensa de la democracia electoral en particular, muy mal vista en la época de la fundación) están hoy generalizadas. Los asuntos clave que mencionas son importantes al respecto.
Lo interesante es preguntarse si ha habido un triunfo político del panismo. En el sentido que quizá Gómez Morin lo plantearía: hacer de la política un instrumento eficaz para acabar, o limitar significativamente, con el dolor humano evitable.
AR: El PAN realizaba un trabajo de Sísifo, como usted dice: participaba en elecciones inequitativas, las perdía y denunciaba fraude. Pero inmediatamente volvía a participar, hasta que “algo rompiera con esa lógica”. ¿Qué fue, finalmente, ese “algo”?
VR: El fin del control electoral por parte de los gobiernos priistas. El ciclo de reformas que se inicia en 1989 y culmina en 1996. El Sísifo electoral puede existir solamente en un sistema hegemónico. Ese sistema se acabó en 1996.
AR: Hay una tensión que recorre la historia del partido: política y religión, la que se acentuó a fines de los años cincuenta y principios de los años sesenta, con la intentona del sector juvenil por acercarse a la democracia cristiana. Para ello se podrían contrastar las posiciones, por ejemplo, de Adolfo Christlieb Ibarrola y de José González Torres. ¿Cómo ha tratado y resuelto ese conflicto el PAN?
VR: Aprovecho para aclarar un lugar común sobre el PAN: que desde su origen estuvo dividido por dos tendencias muy claras, una secular y liberal, encabezada por Manuel Gómez Morin, y otra católica conservadora, cuyo líder era Efraín González Luna. No hay ninguna fuente que permita hablar de esta distinción. Ciertamente la biografía de ambos fundadores permitiría plantear la hipótesis. Pero no hay datos que sostengan ese lugar común o prejuicio. Ahora que se ha publicado la extensa correspondencia entre los dos principales fundadores del PAN, es claro que hubo entre ambos una fuerte identificación personal, política y doctrinaria.
La polémica panista sobre la forma en que debía vincularse religión con política se dio, como bien dices, a principios de los años sesenta. Pero no tanto por el intento de los líderes juveniles que pretendían incorporar al PAN a la democracia cristiana internacional. La polémica se dio más bien entre una tendencia encabezada por don José González Torres, presidente nacional panista entre 1959 y 1962 y candidato a la Presidencia de la República en 1964, y Adolfo Christlieb Ibarrola, líder nacional panista desde 1962 hasta su muerte, en 1968.
Ambos líderes se opusieron a la propuesta de integrar al PAN con la DC internacional. Ambos eran católicos. Pero hasta ahí sus semejanzas. González Torres tenía una actitud más cercana al integrismo, donde no había una distinción entre religión y política. Usó un traje negro toda su vida en señal de luto porque la Iglesia católica no era reconocida legalmente en México (en 1991 se alegró del reconocimiento, pero al parecer no cambió el color de sus trajes).
A Christlieb lo debemos situar claramente en un catolicismo de distinción de planos, secular o liberal si se quiere. Aunque podía reconocer que su participación en política se originaba en sus valores cristianos, no derivaba de esos valores una posición política definida, clara y unívocamente determinada. Consideraba que había una especie de “autonomía relativa” (el término obviamente no es de él) entre religión y política. La cuestión del reconocimiento jurídico de las Iglesias seguramente le parecía mínimo frente a los problemas sociales y económicos del país.
Christlieb publicó interesantes ensayos sobre su forma de ver la relación entre religión y política. Fue cruel con sus oponentes, a los que dirigió la célebre frase de “meadores de agua bendita”.
Hoy, creo que debido al avance de la secularización en el país, a la que el PAN no puede ser ajeno, las posiciones integristas se han debilitado. Existen, sin duda, pero son minoritarias. Y, sobre todo, difícilmente tendrían éxito en un contexto dominante. Un candidato panista a la Presidencia con posiciones integristas tendría, creo, asegurada su derrota. Puedes ver el caso de los actuales gobernadores de Jalisco y Guanajuato. Suponiendo sin conceder (los conocemos por la prensa, que suele exagerar estas cosas) que fuera católicos integristas, tendrán que mesurar, ocultar o de plano eliminar su integrismo si quieren ser candidatos presidenciales.
AR: Desde el grave conflicto de 1975-1976, ¿la gran disputa al interior del partido no ha sido entre quienes buscan, principalmente, votos de manera profesional, y aquellos que apelan a la doctrina y prefieren seguir siendo amateurs?
VR: No creo que ese sea un factor de división interna, de fraccionalización. No veo ningún dato o proceso que nos señale que por ahí van las cosas.
Sí hay una tendencia, común a muchos panistas, a sentirse más cómodos en la oposición. Entre otros, Roy Campos lo ha señalado: en 2006 el discurso panista durante la campaña a la Presidencia tuvo fuertes tonos de partido de oposición: había que evitar que López Obrador, “un peligro para México”, llegara al poder. Hoy, los panistas están tentados a seguir con ese discurso opositor, al poner como su principal argumento para la elección de 2012 el evitar que el PRI regrese al poder. Algo muy curioso para un partido que ha gobernado al país desde el 2000.
AR: ¿Cuál ha sido la influencia real de los grupos externos en el PAN? Por ejemplo, durante etapas de su vida y hasta la fecha se habla de la intervención de organizaciones como el Grupo Monterrey y El Yunque, por ejemplo.
VR: Sin duda ha habido influencias externas dentro del PAN, como en cualquier partido político. Pero me parece que se han exagerado. No han determinado ni los liderazgos ni el proyecto del partido. Se decía, por ejemplo, que José Ángel Conchello y su grupo eran instrumentos del Grupo Monterrey. Ese grupo de panistas dirigió al partido unos años, y luego fue desplazado por Luis H. Álvarez (quizá el actor central de Rupturas en el vértice, aunque es difícil advertirlo porque se trata de un político muy discreto), grupo del que formaron parte Carlos Castillo Peraza y Felipe Calderón. Sólo cerrando los ojos a la realidad se puede afirmar que ese grupo es afín a o está controlado por grupos como los empresarios regiomontanos o El Yunque.
Las teorías de la conspiración son muy atractivas y a veces difíciles de rebatir, pues sus argumentos aluden a pruebas secretas, inaccesibles. Pero, volviendo a tu pregunta, creo que la influencia de esos grupos ha sido poco significativa en el PAN.
AR: ¿Qué cambios ha generado en el PAN su arribo a la Presidencia de la República? ¿Ha cambiado su ética de la convicción por la ética de la responsabilidad?
VR: Espero que sí. Aunque ciertamente, gracias al carisma del fundador, que tuvo una intensa participación en el servicio público, el PAN siempre mantuvo un sentido de la ética de la responsabilidad.
Espero que el ejercicio del poder presidencial haya contribuido a la maduración de la clase política panista y la haya preparado para gobernar mejor al país, o para ser una oposición más creativa y crítica. No hay doctorados para ser Presidente de la República o secretario de Estado. Se aprende en la práctica, a veces con costos muy altos.
AR: En las últimas dos décadas no ha habido separaciones tan graves como las que se describen y explican en su libro, pero sí sensibles: por ejemplo, las de Carlos Castillo Peraza y Fernando Gómez Mont, así como el conflicto con Manuel Espino. ¿Qué lectura se le puede dar a estos hechos?
VR: Creo que es un dato interesante el que mencionas. Es frecuente que haya salidas individuales de los partidos. Es cosa de todos los partidos, y si no de todos días, sí de todos los años. En la mayor parte de los casos estas renuncias, expresas o tácitas, no hacen ruido. Lo hicieron los casos que señalas porque eran panistas notables, y su retiro del partido fue en el contexto de algún conflicto. Pero no pueden considerarse escisiones de grupos o tendencias, como las analizadas en Rupturas en el vértice.
Una lectura posible a esta ausencia de escisiones en los últimos 20 años es que el PAN ha incrementado notablemente los cargos públicos que puede ofrecer a sus militantes. A diferencia del PRI, donde el tamaño del pastel priista se redujo notablemente, pues ahora tiene que compartirlo con otros partidos, el pastel panista, incluyendo cargos pagados en el partido, ha crecido enormemente. Es difícil salirse de un partido que te ofrece incentivos selectivos (cargos públicos remunerados) en forma creciente, y más si no hay una alternativa. Esto explicaría porque las escisiones priistas se han multiplicado desde la transición y las panistas han disminuido.
AR: Las críticas en los conflictos internos del partido han sido, entre otras, la indebida intervención de grupos empresariales, el pragmatismo político que pudiera convertirse en oportunismo y la formación de estructuras paralelas al partido. El caso de Vicente Fox pareciera resumir esas añejas críticas. En este sentido, ¿Fox fue una derrota cultural del panismo?
VR: No lo veo así. Creo más bien que lo que expresó el gobierno de Fox fue uno de los mitos panistas ya mencionados: “dame elecciones libres para sacar al PRI de Los Pinos, y todo lo demás se nos dará por añadidura”. Ese mito era de una gran ingenuidad, aunque las elecciones libres y el poder sacar del poder a cualquier partido mediante votos es en sí un progreso. Pero además la política es un asunto complejo. Los males del país obviamente no dependían de un partido ni se iban a acabar con la alternancia. El cambio del sistema que hizo a la alternancia posible, si bien acabó con algunos problemas, generó otros nuevos.
Se requiere además de visión, estrategias, tácticas, decisiones… Parece que Fox y muchos panistas creyeron que bastaba llevar sus buenas intenciones a Los Pinos.
Creo que fue esa ingenuidad, más que los factores que mencionas, lo que explica las limitaciones del Fox.
AR: ¿Cómo ha sido la relación de los dos más recientes Presidentes de la República con su partido? ¿Cuál ha sido su intervención al interior de éste?
VR: Me parece que las relaciones han sido muy distintas. En el caso de Fox parece haber habido una mayor autonomía entre partido y Presidencia. En el caso de Calderón, por primera vez en la historia del PAN, dos presidentes no terminaron su periodo (Manuel Espino y Germán Martínez Cázares). Por primera vez hubo dos elecciones de presidente nacional con candidatos únicos (Martínez Cázares y César Nava). Que estos dos candidatos únicos hayan sido políticos muy cercanos al presidente habla de una fuerte influencia, de un control, del Ejecutivo sobre la organización del partido.
Esto cambió en la elección de diciembre de 2010, cuando hubo cinco candidatos (nunca había habido tantos en una elección para la presidencia nacional panista).
Pero debo mencionar que hay todavía muchas cosas que aclarar, preguntas que responder y lugares comunes que desnudar, sobre nuestros partidos políticos y nuestra política en general. Espero que Rupturas en el vértice sea una contribución.
*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 693, 14 de febrero de 2011. Reproducida con permiso de la directora.
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