Entrevista con Guillermo Sheridan*
por Ariel Ruiz Mondragón
La vida pública mexicana (desde la calle hasta los pináculos del poder económico y político) padece varias taras, vicios, cretinismo, atraso y malas costumbres que parecen mantener en un estado de gozosa postración al país, conductas en las que la mayoría de los ciudadanos (ya sean tianguistas, políticos, luchadores sociales, policías o simples ricachones, por mencionar sólo a algunos tipos sociales) parecen insistir con mucho orgullo y donosura.
Uno de los mejores y más severos cronistas de la vida cotidiana de los mexicanos lo ha sido, ya desde hace varios lustros, Guillermo Sheridan, quien acaba de publicar su libro Viaje al centro de mi tierra (Oaxaca, Almadía, 2011), en el que reúne 65 textos que dan cuenta del esplendor del diario transcurrir nacional en sus diversos ámbitos: social, político, cultural y económico. Es un notable mosaico que resume, en buena medida, el comportamiento de nuestros connacionales.
En uno de los artículos, Sheridan afirma: “El orgullo de ser mexicano aumenta en momentos de crisis. Eso explica que durante los últimos 70 años hayamos estado tan orgullosos”. Por ello su publicación resulta más que oportuna y pertinente, así como lo es también la esclarecedora plática que nos brindó el autor acerca de, por ejemplo, la necesidad de forjar un héroe mexicano originario, nuestra capacidad de adaptación el medio y al miedo, la industria mexicana de resolución de problemas y la restauración política que se avecina.
Sheridan es doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma instuitución y tiene el nivel III en el Sistema Nacional de Investigadores. Autor de más de 15 libros, ha participado en revistas como Vuelta, Revista de la Universidad, Biblioteca de México, Letras Libres, Nexos, Proceso y Esprit. Además, ha colaborado en diarios como unomásuno, La Jornada, Reforma y El Universal. Es autor de alrededor de quince libros.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué recopilar y publicar hoy un volumen como el suyo?
Guillermo Sheridan (GS): Porque va a vender 16 millones de ejemplares y esto le va a hacer un enorme bien a la pujante industria editorial mexicana, al pueblo siempre ávido de cultura, al autor que podrá retirarse a pescar con sus regalías y a los periodistas que se van a ganar el Premio Nacional de Periodismo “Leona Vicario” en la categoría de entrevista.
AR: Para empezar por el principio: usted ha descubierto que todos los males de México derivan de que “el primer hombre que fue creado por Dios fue Jorge Rivero”. ¿Hay alguna esperanza de que podamos tener una suerte de refundación humana en el país que le permita superar el trauma de su historia: que el primer hombre haya tenido “las tetas y las nalgas más grandes que las de la madre Eva”?
GS: Bueno, no lo descubrí, lo constaté en una película. En todo caso, habría que hacer algo para que se lleve a cabo la refundación pacífica del paraíso original mexicano, desde luego sobre un nuevo modelo económico, y que Adán no sea Jorge Rivero sino alguien más representativo, un héroe que nos dé patria, alguien que simbolice las tradicionales fortalezas y las legítimas esperanzas del mexicano promedio, alguien, no sé, como José Alfredo Jiménez. Producto orgullosamente mexicano, sin fecha de caducidad, calidad de exportación, tecnología de punta. Un banco genético blindado contra cualquier tipo de trauma.
AR: Usted destaca conductas ciudadanas nocivas y costumbres bárbaras como la violencia diaria, el ruido, la discriminación o la sumisión de los encuerados ante Spencer Tunick. ¿Cómo es posible que con todo esto la sociedad mexicana haya podido sobrevivir?, ¿o todo ello no ha sido, más bien, la condición de su supervivencia?
GS: Sí, supongo que somos una especie con una enorme capacidad de adaptación al medio. Últimamente también estamos demostrando nuestra capacidad de adaptación al miedo. Un pueblo que considera nutritiva, saludable y hasta sabrosa la torta de papel de estraza es capaz de todo. Padecemos formas de violencia criminal espeluznantes y ponemos el grito en el cielo, pero al mismo tiempo, en el 60 por ciento de los hogares mexicanos tratamos de romper el récord Guiness de mujeres y niños golpeados. Vivimos en un país en el que las mamás duermen a los niños cantándoles “Tirolotiro mató a su mujer con un cuchillito del tamaño de él” y los charros se refieren a su novia como la chancla antes de aventarla al suelo. Las recientes cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sobre prácticas violentas en las secundarias del mundo, entre las que México se ganó el primer lugar, le auguran un futuro promisorio a la violencia. Desde luego, en aras de la objetividad —y antes de que lo que acabo de decir parezca crítica y alguien me pregunte que por qué no me largo a otro país—, también es necesario decir que somos solidarios, dicharacheros y bonachones.
Por otro lado, lo de las conductas ciudadanas nocivas, que conste, fue cosa de Marcelo Ebrard, que convocó a su pueblo a detectarlas, como narra el libro. Yo participé en la detección de conductas nocivas porque soy un ciudadano obediente.
AR: En el libro se describen fenómenos nacionales que llegaron aparejados con la democracia, como la multiplicación de la acción “de la bola”, el aumento de las marchas motivadas por lo que sea, y los beneficios que han obtenido los partidos políticos, sus candidatos y los legisladores, entre otros. ¿Qué más le falta a nuestro retroceso democrático? ¿Podemos aspirar legítimamente al proyecto de nuestros soberanos representantes en el Congreso de la Unión, que es el de, como usted bien señala, establecer una dictadura más perfecta que la anterior?
GS: ¿Yo digo eso? Caray... Eso lo ha de haber dicho esa parte negativa y oscura de mí con la que no tengo nada que ver. Debo pedir a los potenciales lectores de este libro que lo abran con cautela. Merodea por él un personaje altanero y sangrón, bastante cínico, y tan francamente maligno que augura que en el 2012 se iniciará la restauración. Y además es capaz de decir tonterías como esa de que es posible lograr una dictadura más perfecta que la de antes, esa “tiranía invisible” que controlaron los partidos de la revolución durante tantos años. Es una falta de respeto al montón de presidentes, ideólogos y líderes que tanto se esmeraron en darnos patria, en sacarle brillo a una dictadura a tal grado eficiente que hasta logró no calificar de dictadura.
AR: Si en este país es más negocio tratar de arreglar los problemas que realmente solucionarlos, como usted diagnostica, ¿en el futuro podemos esperar una multiplicación y agravamiento de nuestros problemas para aumentar las posibilidades de hacer negocios, fomentar la inversión en la materia y acrecentar nuestra productividad?
GS: Esa es una teoría que debería tratar de desarrollar más en serio, la teoría que se titula “el éxito del fracaso”. Durante años se demostró en México que, por ejemplo, un campesino improductivo era mejor que uno productivo. La productividad generaba, digamos, chilacayotes, pero la improductividad generaba secretarías de Estado, confederaciones nacionales campesinas, harto líder, diputados y senadores y partidas presupuestales para que el campesino fuera productivo y para arreglar el “problema de la tierra”, etcétera. Cuando todas las partes involucradas cayeron en la cuenta de que era más negocio empeorar el problema que resolverlo, se institucionalizó el éxito del fracaso. El Estado se dio cuenta de que causar desastres sociales a largo plazo era una gran fuente de negocios privados a corto plazo y logró, durante décadas, ser a la vez el causante del desastre, el encargado de arreglarlo y, lo más importante, su administrador. Hay señores líderes y legisladores que llevan sexenios fingiendo que arreglan el lío de la tierra, el de Pemex, el de la minería, el del ISSSTE, etcétera. En estos días puede verse una aplicación directa de esta teoría en el lío de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México: es un fracaso académico, pero es todo un éxito en los demás aspectos: tratar de arreglarlo, o más bien, fingir tratar de arreglarlo, va a generar una industria imperecedera y mucho más productiva, con muchas más recompensas políticas y prestaciones económicas que la mera simplonada de formar profesionistas competentes.
AR: Sobre los ricachones dice usted que sólo han patentado “nuevas formas de engañar” y, por ende, de robar y enriquecerse. ¿Atisba usted alguna posibilidad de que salpiquen algo de sus ganancias hacia los niveles bajos de la pirámide azteca?
GS: Sí: hay ricos que pagan salarios justos y asumen como un deber mejorar las condiciones de vida de sus empleados. Ni modo: me consta. Pero son pocos. Temo que la mayoría sean unos ricachones miserables que jamás asumirán esas responsabilidades. En México ser un ricachón que aumenta su riqueza explotando criminalmente a sus empleados y evadiendo impuestos es algo que se sobreentiende como lo normal, lo recomendable y hasta como motivo de orgullo. Hay fábricas muy católicas en las que se las arreglan para trabajar sólo con obreros eventuales, a los que despiden cada seis meses. El ricachón mexicano es un depredador instintivo. La idea de emplear su poder para elevar el nivel de vida de la gente le parecería una falta de respeto a su virilidad. Es, para decirlo con terminología especializada, más una langosta que una abeja. Una herencia de nuestro carácter de colonia y de la mentalidad colonizadora que, sumada al clasismo azteca...
AR: En el mensaje político de su informe ciudadano al Honorable Congreso de la Unión, usted postuló “Hemos avanzado poco, pero aún hay mucho por no hacer”. ¿Podría mencionarme tres asuntos nacionales en los que no sólo ya no podremos no hacer nada, sino francamente retroceder en actitud patriótica?
GS: No, no podría. Estamos condenados a tratar de prevalecer sobre nuestro peor enemigo, que somos nosotros mismos. (Me fastidia hablar en primera del plural, ese “nosotros” que está en boca de todos y ya no dice nada ni nombra a nadie). No hay más remedio que acudir al catálogo de lugares comunes y sostener la necesidad de la educación y el fortalecimiento de las instituciones y la democracia. Pero lamentablemente están en manos de los políticos que son, en general, impresentables. Logramos crear el Instituto Federal Electoral con gran tesón, pero menor al que se emplea en destruirlo. El logro de la democracia está siendo corroído por las asambleas dedito. Y la educación pública es propiedad privada de una líder que ejemplifica como nadie el éxito del fracaso. Pensar en todo eso me hace recordar esa paradoja de Anthony Burgess en La naranja mecánica: la ambulancia que atropella gente para llevarla al hospital, que es el negocio de los choferes y del hospital. Claro, la gente se enoja y quiere deshacerse de los choferes, pero los choferes son los únicos que tienen llaves de las ambulancias y el monopolio de su administración, así que la gente acaba por rendirse porque si la atropellan, ¿quién va a llevarla al hospital?
AR: Entre otras características de nuestro país usted destaca, por ejemplo, la excelencia en la construcción de círculos viciosos (los que deberían exportarse), el gran gusto por la derrota (la que debería ser nacionalizada) y la convicción de equivocarse “con la condición de sentir bonito y de hacerle caso a los impulsos” del corazón. Tenemos inventos geniales como el drenaje géiser. ¿Cómo podemos explotar estas ventajas comparativas del país para incrementar nuestra competitividad?
GS: No se puede porque por desgracia la demanda de drenaje géiser es nula. Tampoco hay mucha demanda de accidente vial como método para controlar la explosión demográfica, ni de lago recreativo en vía rápida, ni de alcantarilla eléctrica pirotécnica. Creo que sólo hay demanda de “Chicharito”, pero ese es garbanzo de a libra.
AR: En un artículo, usted describe el proceso de devastación de las pirámides de la prehispánica ciudad de Teotihuacan, a las que pone como un ejemplo de nuestra identidad profunda. “No debemos permitir que se detenga la destrucción en la que tanto nos hemos esmerado”, pondera usted con sensatez histórica. ¿Cómo ha sido posible que, pese al denodado, ininterrumpido, caótico y cotidiano esfuerzo de millones de mexicanos de ya muchas generaciones a través de los siglos, no hayamos podido completar la faena de destruir ya no digamos a Teotihuacan, sino al país entero?
GS: Caramba. La pregunta me rebasa por la izquierda. Creo que responderla le corresponde a las generaciones venideras que, todo parece indicarlo, ya no van a existir. Pero hay que insistir. Mientras exista el cañón del Sumidero habrá por dónde resurgir. López Velarde dice que vivimos al día y de milagro, como la lotería...
AR: ¿Algún asunto importante que quiera agregar?
GS: Bueno, Mozart, la teoría del campo unificado, la simbología comparada, las berenjenas y, en fin, una larga lista. Acaso, de regreso a este libro, deba subrayar el carácter irreverente de la mayor parte de las crónicas que lo conforman. Desde que se inventó el derecho de los lectores a opinar abajo de los artículos he caído en la cuenta de que no es baja la proporción que no parece darse cuenta de que lo que lee es una sátira, o una parodia o, en algunos casos extremos, un ejercicio de cinismo puro y llano. Mi amigo Alejandro Rossi tiene un escrito en el que, lamentando esto, sugiere que los párrafos que el escritor redacta con ese espíritu deberían estar señalados en las publicaciones con una marca alusiva, para que el lector entienda, lo que ahora se llama un “emoticón”. Y quizás agregar que, felizmente, la parte dedicada a cuestiones de política es la menos importante. La vida está en otra parte.
*Una versión un poco más breve de esta entrevista fue publicada en M Semanal núm. 712, 27 de junio de 2011. Reproducida con permiso de la directora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario