Una revisión de las miradas sobre la
Revolución Mexicana
Entrevista con Luis Barrón*
por Ariel
Ruiz Mondragón
Unos de los campos de los principales campos de
batalla de la política es el de la legitimidad histórica, en la que los
contendientes cimentan sus raíces y principios, el imaginario que cohesiona a
sus seguidores y buena parte de la justificación de sus proyectos, iniciativas
y acciones.
En ese sentido, uno de los procesos más complejos,
intrincados e influyentes del siglo pasado es el que conocemos como Revolución
Mexicana, de la que emanaron el Estado, sus instituciones y sus políticas
públicas; sin embargo, tanto en los ámbitos estrictamente políticos como en el
de la historiografía hay una disputa alrededor de ella por elaborar conocimiento,
construir mitos y reclamar su legado.
Al respecto, una buena y breve introducción
bibliográfica al estudio de la Revolución
Mexicana es el libro Historias
de la Revolución
mexicana (México, Fondo de Cultura Económica, Centro de Investigación y
Docencia Económicas —CIDE—, 2004), de Luis Barrón, quien realiza un recorrido
por las principales tendencias, enfoques y temas de la historiografía al
respecto.
Sobre algunos de los temas expuestos en ese
volumen conversamos con el autor, quien es doctor en Historia de América Latina
por la Universidad
de Chicago, y profesor-investigador en la División de Historia del Centro de Investigación
y Docencia Económicas (CIDE).
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro sobre la historiografía de la Revolución Mexicana?
Luis Barrón (LB): Al
principio fue por dos razones: la primera es que nos pareció que era un buen
momento para actualizar otros libros que habían intentado hacer algo parecido,
que no necesariamente persiguieron los mismos objetivos, pero que resultaron en
cosas parecidas. Cuando iniciamos la colección “Herramientas para la historia”,
pensamos que era un buen momento para volver a hacer un corte y tratar de hacer
un resumen útil para un estudiante de lo que se podía leer y cómo se podía
aproximar a esas lecturas.
La otra razón tiene mucho que ver con el cambio político
en el año 2000, lo que definitivamente no se puede esconder. Hace rato nos
preguntaban si esta colección se había pensado como parte de la celebración del
Bicentenario, y les decíamos que no tenía nada que ver; pero sí tiene mucho que
ver con el cambio en el 2000: yo siento que el Estado mexicano abandonó
completamente su obligación de enseñar la historia. Pasamos de un Estado que lo
quiso abarcar todo, de un Estado que quiso construir una sola historia para que
todos tuviéramos la misma, a un Estado que abandonó esa obligación, que no la
tomó como una responsabilidad y que la dejó un poco al garete. En algún
momento, por ejemplo, escuché a Javier Garciadiego —que en ese momento era
director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana,
que ya después se convirtió en “de las Revoluciones”— decir que el Estado no
tenía por qué hacer historia oficial, que la historia era un espacio
democrático y que todo mundo podía entrar allí.
Yo difiero completamente: creo que el Estado tiene
la obligación de enseñar la historia; lo que pasa es que la forma en que enseña
esa historia y las herramientas que le da a los estudiantes para hacerlo deben
ser de un cierto tipo. El CIDE, como institución pública, yo creo que debería, cuando
menos, aspirar a contribuir a llenar ese espacio.
Y entonces por esos se hace la colección antes
mencionada, y en particular este libro sobre la Revolución Mexicana,
que en el año 2000 deja de ser el patrimonio del Estado y se volvió muy rápido
en patrimonio de la sociedad. Pero yo creo que todavía hasta la fecha no
tenemos una visión clara de cómo abordarla, de cómo hacer nuestra (me refiero a
la sociedad) la
Revolución Mexicana.
Este libro trata de contribuir un poco a ello, para
que los que se acercan por primera vez al tema lo puedan hacer de una manera
mucho más completa, conociendo las diferentes visiones que ha habido, por qué las
ha habido, cuándo aparecieron, cuándo dejaron de tener vigencia, así como los
diferentes enfoques y por qué tuvieron tanta importancia en ciertos momentos: cómo
aparece el posmarxismo de la historia social, por qué la historia regional, por
qué se va cambiando hacia las historias política y cultural, por qué la
biografía a veces es tan importante y otras no, etcétera.
AR: ¿Cuáles fueron los principales problemas para hacer este libro? En éste
mencionas el concepto de revolución y su periodización, por ejemplo.
LB: Hay un problema
práctico, más allá de la ideología, de la metodología y la teoría: cómo acceder
a todas las publicaciones que hay y cómo las voy a ordenar. Cuando planeábamos
hacer el libro, alguien me decía: “Bueno, es que eso no va a venir al caso,
porque ahora nada más a una computadora le picas dos teclas y te da todo”. Yo
dije: “Híjole, pues yo quiero que me den mis computadoras”. Yo nunca lo he
podido hacer; pero cada vez que mando a mis alumnos a buscar, regresan diciendo
que no encontraron nada, aunque todos sabemos que hay un océano de información.
Entonces pasamos a otro problema más metodológico
o más teórico, y que tiene que ver con dos cosas principales: la periodización
y qué considero que es la Revolución Mexicana. Básicamente, desde el punto
de vista de la historia que construyó el Estado en los años sesenta y setenta, la Revolución Mexicana
era la historia del siglo XX; no se podría hacer un libro sobre la oposición
política porque era también la Revolución Mexicana, como ocurría con los
partidos de oposición, como el Auténtico de la Revolución Mexicana,
el Popular Socialista e incluso Acción Nacional.
Ése era un problema: ¿cómo definimos lo que es la
Revolución Mexicana y cómo traducimos eso en un periodo?
Otro asunto son los distintos enfoques para
estudiar la Revolución:
no es lo mismo hablar de ésta desde el punto de vista de la historia cultural,
que desde la historia política o la biografía. Si hablamos de ésta, todo mundo
nos va a decir que hay que biografiar a Francisco I. Madero, Venustiano Carranza,
Francisco Villa y Emiliano Zapata; pero ¿y a Porfirio Díaz o a Victoriano
Huerta no?
Si hablamos de la historia cultural, ¿sólo
hablamos de José Vasconcelos y la educación, o hablamos de la pintura, la
escultura, la música, el teatro y todas estas manifestaciones culturales que
tuvo la Revolución
Mexicana? El cine fue muy importante en la Revolución Mexicana
para hacer un cine en especial, en particular, sobre todo durante los años
cincuenta, en donde se retrata una revolución popular, gloriosa, etcétera.
También está la novela, por ejemplo, que fue una
de las cosas que yo decidí dejar fuera de esta bibliografía.
Estos fueron los problemas que hubo que enfrentar,
y yo creo que no hay una solución fácil. En algún momento lo menciono en el
libro, y cualquiera otra persona que se decidiera a hacer este ejercicio, muy
probablemente llegaría a visiones distintas y coleccionaría una bibliografía
distinta. Pero esos son gajes del oficio y punto.
AR: ¿Cómo ha sido la relación entre política e historiografía? Es un
abanico muy amplio que va desde la legitimación del nuevo Estado, hasta los
estudios de los grupos subalternos que intentan dar fundamento a movimientos sociales
de oposición.
LB: La Revolución Mexicana
es muy peculiar en el sentido de que no ha perdido nunca su legitimidad, para
nadie; es decir, todos los grupos, los que están en el gobierno y los que están
en la oposición, de alguna manera tratan de ligarse a la Revolución, y eso ha
hecho política a la historia.
Pero sí me parece que hay diferencias muy
marcadas: si uno revisa, por ejemplo, las encuestas que se hacen periódicamente
acerca de lo que la gente considera que es la Revolución Mexicana
en las que se pregunta, por ejemplo, “¿Quiénes son los héroes?”, indudablemente
y siempre, Villa, Zapata y Lázaro Cárdenas son los que aparecen como las
figuras revolucionarias por excelencia.
Sin embargo, cuando uno ve lo que fue el Estado
mexicano y lo que fueron sus políticas públicas después de la Revolución,
difícilmente uno podría decir que lo que Villa y Zapata querían fue lo que en realidad
sucedió después, y lo que hizo Cárdenas mucho tuvo que ver con lo que habían
hecho otras figuras anteriores que no se mencionan, que no están tan presentes
en nuestro imaginario colectivo, como Carranza, Álvaro Obregón o Plutarco Elías
Calles.
¿Por qué se da esa contradicción? A mí me parece
que en la construcción de esta historia que legitimó al Estado mexicano hay dos
partes muy diferenciadas: una es la legitimidad de las políticas públicas, en
las que siempre se exaltó a Villa, a Zapata y a Cárdenas, y que son la
nacionalización del petróleo, los artículos tercero, 27 y 123, etcétera. La
otra es parte son las instituciones que dan el andamiaje del Estado mismo: la Constitución y el
partido, por ejemplo, en donde se exalta a Carranza, Obregón y Calles.
¿Qué es lo que ha pasado ahora? La Revolución no ha
perdido legitimidad en su aspecto de políticas públicas, pero el Estado perdió
su legitimidad; entonces, ahora, junto con el Estado, tanto Carranza como
Calles y Obregón han perdido mucha legitimidad; en cambio, Villa, Zapata y
Cárdenas no.
Entonces, la relación con la política ha estado
viva siempre. Hay un solo personaje que no es cuestionado de ninguno de los dos
lados, y ése es Madero, al que, con la transición a la democracia, ahora se le
exalta mucho más.
Pero, para terminar esta idea, es muy interesante
ver una encuesta de 2007 en la que se le preguntó a la gente “Si Madero viviera
hoy, ¿por qué partido votaría?”. Obviamente, la mayoría de los panistas dicen
que por el PAN, pero se dividen: muchos dicen que lo haría por el PRI; en cambio,
todos los priistas y los perredistas dicen votaría por el PRI. Ésto es una cosa
muy peculiar, y con el resto de los personajes no se da así; sólo Madero tiene
esa cualidad de legitimidad total, digamos: fue bueno, héroe y mártir en todos
los sentidos. Y apenas hoy estamos recuperando en la historiografía una visión
más compleja de Madero.
AR: Ya no ha habido grandes síntesis de la Revolución Mexicana;
las últimas que recuerdo son las de los años ochenta: Hans Werner Tobler, John Mason
Hart, Alan Knight, Francois-Xavier Guerra y Friedrich Katz. ¿Por qué ya no las
hay?
LB: La gran síntesis
nacional, digamos, es la Historia de la Revolución Mexicana,
de El Colegio de México, a la que yo no llamaría síntesis en la medida en que
los diferentes autores tienen diferentes visiones de lo que es la Revolución Mexicana.
Knight explicaba por qué, según él —y veo que en
mucho tiene razón—, estas síntesis se dan sólo en el extranjero —los autores
que mencionas son todo extranjeros. Ésto tiene que ver, decía Knight, con el
hecho de que los extranjeros tienen mucho menos acceso a las fuentes primarias,
por lo que tienden a hacer visiones mucho más sintéticas porque no se pierden
en un cierto proceso. Los mexicanos vamos a los archivos, y entonces nos
enamoramos de un personaje, de una época, de un grupo social, de una región,
etcétera, y entonces no se producen estas síntesis.
¿Qué posibilidades creo de que haya pronto otra
síntesis? Muy pocas. En la academia ya no se debate así, ya no es La Revolución Mexicana;
ahora hablamos de un proceso mucho más complejo, desarticulado por la
cronología y por la región.
Entonces, veo muy pocas posibilidades de que
alguien quisiera hacer una gran síntesis, a menos que fuera sobre un tema, por
ejemplo la cultura. Temas así sí creo que se produzcan, pero no de la historia
mexicana como un proceso total, acabado. Ya no hay esos intereses; eso tuvo que
ver mucho con el interés del Estado en que se produjera una síntesis como la
de, por ejemplo, Jesús Silva Herzog, y las respuestas de los académicos
extranjeros sobre ciertos aspectos, quienes decían “eso hay que tomarlo con
mucho cuidado y habría que ver otras cosas”, como ha ocurrido con las historia
de Knight o de Hart, o los libros que están centrados en personajes, pero que
sí podemos llamar síntesis, como la de John Womack acerca de Zapata o la de
Katz sobre Villa.
AR: Otro asunto interesante ha sido la relación de la historiografía con
las ciencias sociales, como la Antropología, la Ciencia Política y la
Sociología. ¿Cómo ha sido esa relación?
LB: La relación, para
el potencial que hay, ha sido muy pobre. En realidad sí la ha habido; por
ejemplo, cuando la historia marxista empezó a tomar mucho auge, los
historiadores empezaron a conversar con sociólogos. Ahora, la historia política
está empezando a florecer mucho, y entonces hay una relación entre politólogos
e historiadores; muy pronto vamos a empezar a ver relaciones muy fructíferas entre
éstos y los juristas, porque estamos ahora interesados en la historia del
Derecho o de la Constitución.
Pero yo creo que nunca se estableció una relación
tan estrecha como la que se dio con los antropólogos, una relación que ha sido
buena y mala: buena porque generó muchas visiones llamadas subalternas —a mí no
me gusta el término—, eso de que vamos a tratar de hacer la historia de la
gente común y corriente, de los de abajo, de los grupos oprimidos, etcétera.
Pero ha sido muy mala porque es, quizá, la única
relación de los historiadores con otra disciplina que ha provocado un
alejamiento de los archivos; todas las demás fueron a buscar información a los
archivos, pero los historiadores culturales se han alejado de eso, y han
querido hacer interpretaciones de procesos sin mantener los pies en la tierra.
Es como si de repente un arqueólogo empezará a tratar de hacer interpretaciones
sin ir a las pirámides o sin hacer excavaciones, nada más leyendo lo que otros
han escrito. Eso ha sido terrible.
Entonces esa relación ha sido muy conflictiva; yo
creo que en la medida en que los historiadores empecemos a trabajar más en
equipos multidisciplinarios, vamos a empezar a producir cosas mucho más
complejas y mejores. Éste es uno de las grandes pendientes que hay y en el que
yo creo que pronto podríamos ver avances.
AR: ¿Qué cambios ha traído la democratización del país en la investigación
histórica sobre la
Revolución Mexicana? Por allí mencionas, por ejemplo, que han
cambiado los temas.
LB: Yo creo que el
cambio más importante que produjo la democratización fue el interés en que se
abrieran archivos. La transparencia ha generado una explosión de fuentes
disponibles, aunque a veces ésta ha sido muy problemática, pero aun así ha
tenido cosas muy positivas. Por ejemplo, yo conozco muy de cerca el caso del
Archivo General del Estado de Coahuila, cuando entró toda la idea de la
transparencia. Allí, al principio y en aras de hacerlo transparente, se
burocratizó el proceso completamente: para que uno pudiera ver un documento
tenía que hacer la demanda al Consejo de Transparencia del Estado, y pasar por
todo un papeleo. Hubo un conflicto muy serio y se acabó cerrando el archivo
durante un par de meses; después se llegó a un acuerdo de que se reabriera y
ahora está disponible para cualquier persona, e incluso lo están catalogando, en
un esfuerzo muy importante por hacerlo público.
Otro efecto muy positivo es que ahora tenemos
muchas más visiones acerca de lo que es la Revolución Mexicana.
Una de las corrientes que ha explotado completamente en los últimos años ha
sido la novela, en la que se da una visión de cuáles eran los procesos, por qué
se dieron así, lo que no necesariamente los historiadores compartimos, pero que
son importantes para hacer que la gente tenga acceso a la historia.
La democratización ha sido muy importante también
en los temas que quedan por tratar: las elecciones, la política, y pronto
necesitaremos una historia de la Suprema
Corte de Justicia y una del Congreso; también cambios en
términos de personajes: por ejemplo, ya tenemos una biografía de Victoriano
Huerta y ya hay una de Aureliano Urrutia, su secretario de Gobernación. Esto me
parece muy encomiable: que se empiecen a abrir los espacios para que podamos
ver un cuadro más completo de lo que fue la Revolución Mexicana.
AR: Hacia el final del libro dice que la legitimidad del gobierno está
fincada en los votos, y mientras que la sociedad utiliza la Revolución para
cuestionarlo. ¿Hoy hay unja disputa entre estas dos legitimidades, la heredada
de la Revolución
y la legitimidad democrática?
LB: Yo creo que fue
un error del gobierno de Vicente Fox abandonar la historia como una fuente no
de legitimidad, pero sí de cohesión social; es decir, la historia no debe ser
la legitimidad del gobierno, pero sí debe ser un punto en el que todos nos
encontramos como sociedad —“nos encontramos” quiere decir que tenemos cosas en
común—, y el gobierno del presidente Felipe Calderón pues sí ha tratado de
recuperar parte del espacio que abandonó el gobierno de Fox. Como ha entrado en
ese espacio, ahora sí tenemos esa disputa por quién es el heredero, quién tiene
derecho a qué, y lo vemos en los espacios públicos: quién puede desfilar,
dónde, cómo, cuándo y bajo qué circunstancias.
Yo creo que si uno hiciera un estudio de cómo los
gobernadores utilizan la historia, veríamos muy claro estas tres corrientes
distintas: los gobernadores priistas, muy agresivos; gobernadores panistas, que
se acuerdan del día de ayer si les va bien, y los gobernadores perredistas, que
se pelean entre una y otra posición y no saben bien a bien qué hacer con esos
espacios. Eso refleja mucho lo que está pasando a nivel nacional.
En todo caso, me parece que sería muy relevante
que los lectores jóvenes se acercaran a esta colección, la utilizaran, la
criticaran y empezaran a producir su propia historia, y que veamos cuáles son
los puntos en común que surgen en un proceso democrático, que podamos encontrar
un sendero común, algo que nos aliente a sentarnos en una mesa a dialogar y a
ver el país como patrimonio de todos, no de grupos separados.
*Entrevista publicada en M Semanal,
núm. 733, 21 de noviembre de 2011.
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