martes, junio 03, 2014

La sexualidad va al laboratorio. Entrevista con Pere Estupinyà*





La sexualidad va al laboratorio
Entrevista con Pere Estupinyà*

Por Ariel Ruiz Mondragón

A través de la historia, una práctica tan natural como lo es la sexualidad humana ha sido motivo de ocultamientos, mentiras, mitos, censuras y prohibiciones. No fue sino hasta finales del siglo XIX cuando, a duras penas, en Alemania se iniciaron los estudios científicos acerca de esa materia.
La modernización de las sociedades, la multiplicación de problemas asociados con el sexo (enfermedades, embarazos no deseados, el aborto, la sobrepoblación), el interés por el tema y los avances científicos y tecnológicos lograron que las investigaciones serias sobre la sexualidad se desarrollaran y multiplicaran en el siglo XX.
Una espléndida síntesis de esa evolución y del estado actual de los estudios científicos acerca de esa materia es presentada por Pere Estupinyà en el libro S=ex2. La ciencia del sexo (México, Debate, 2013), con quien Etcétera tuvo oportunidad de conversar.
Estupinyà es uno de los más destacados difusores del conocimiento científico en lengua española. Ha sido Knight Science Journalism Fellow en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, guionista y editor del programa Redes de Televisión Española, además de profesor de Ciencia, tecnología y sociedad en la Universidad Ramon Llul. Consultor de la Organización de Estados Americanos y del Banco Interamericano de Desarrollo, ha colaborado en publicaciones como El País, Público, El Mundo, La Vanguardia y Muy Interesante, entre otros medios.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?
Pere Estupinyà (PE): Yo siempre parto de la curiosidad propia. Me defino como alguien que explica ciencia como excusa para poder aprenderla. En un momento determinado descubrí que hay muchos científicos haciendo investigaciones serias sobre la sexualidad, y entonces me interesó, lo exploré un poco más, y dije: “Hostia, creo que puede interesar a mucha gente también”, y es cuando decidí escribir un libro.
Realmente tiene un punto egoísta: yo quería aprender estas cosas, y al final se convirtió en un libro porque tengo la vocación de comunicar.
A mí me gusta el concepto de conocernos; el tema, como curiosidad y para conocer cómo funcionan nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestra mente, nos da muchas pistas.
Entonces, creo que conocerse uno mismo es básico para poder mejorar, y forma parte de la educación no sólo de los jóvenes sino también de los adultos.

AR: En la primera parte hace un apunte sobre una encuesta en la que se muestra que la actividad sexual es la que, de forma temporal, nos hace más felices. También más adelante dice que hay que desdramatizar el sexo: hay que quitarle la trascendencia desmesurada que la sociedad le otorga. ¿Cuál es la relevancia que debe tener el sexo en la sociedad actual?
PE: Creo que a nivel individual tiene mucha trascendencia porque tener una vida sexual satisfactoria forma parte del bienestar de la mayoría de las personas. Eso no quiere decir tenerla muy grande, sino simplemente satisfacer tus deseos; si es con tu pareja muy bien, y si es con parejas casuales, también.
Pero creo que socialmente se está generando una presión por la cantidad más que por la calidad. Recientemente se ve como una obsesión tener sexo y disfrutarlo porque es muy importante; bueno, sí, pero que no agobien con ello. Es algo importante, pero tampoco se trata de convertirnos en seres hipersexuales.
Lo que critico son las presiones externas: cuando alguien está satisfecho con mucho o con poco, ya está, y nadie se debe sentir forzado. Esto pasa con mujeres que tienen poco deseo, lo cual no es necesariamente un problema si están satisfechas así y con sus parejas.

AR: ¿Cuáles son los principales obstáculos morales con los que se ha topado la investigación científica en esta materia? Llega a afirmar que es más fácil investigar la sexualidad de los animales que la del ser humano...
PE: Absolutamente.

AR: Y varias veces menciona que sigue siendo un tabú.
PE: Son los mismos que tiene el sexo en la sociedad, porque al final la ciencia forma parte de ella. Al final quien financia la investigación científica es la sociedad; aún hay visiones muy conservadoras que han tratado el sexo casi como si no existiera, o que buscan frenar esos instintos y que ha creado sensaciones de culpabilidad en prácticas como la masturbación y el desarrollo sexual de los niños. Igual ocurre con la sexualidad en la vejez: es algo que parece que no existe o lo tratamos como si en un momento determinado pudiéramos dejar de ser sexuales, pero, aunque no es igual que cuando tenemos 20 o 30 años y no es tan frecuente, sigue siendo muy importante para el bienestar, y eso no se transmite suficiente, creo yo.
Entonces, si a la sociedad le da vergüenza hablar de esos temas, a la ciencia también le crea dificultades. Son los mismos tabús los que vienen de la sociedad,
Estas son las limitaciones de presiones conservadoras; luego vienen las de orientación y diversidad sexuales, las que a mucha gente incomodan. En el sexo hay mucha diversidad, pero hay gente que tiene una visión de lo que es “normal” muy cerrada, por lo que trato de abrirla un poco.

AR: Desde el inicio del libro se pronuncia por un paradigma biopsicosociológico. ¿Cómo enriquece este enfoque a la ciencia del sexo?
PE: Enriquece, sobre todo, la terapia, la solución de problemas. Las investigaciones continúan siendo no multidisciplinarias; por mucho que los científicos digan que tenemos que hacer cosas multidisciplinarias, no lo hacen: están en un departamento de Biología Molecular, de Estudios de Género, de Sociología o de Psicología, y cada quien investiga lo suyo y casi no hablan entre ellos.
Si los investigadores no son multidisciplinarios, los terapeutas están empezando a serlo: cuando llegaba alguien con un problema, antes lo trataban sólo desde la parte psicológica e incluso sicoanalítica, pero en ocasiones detrás puede haber un problema físico.
Entonces, este enfoque biopsicosociológico a nivel de terapia funciona mucho mejor, ya que dices: “Vamos a ver qué traumas has podido tener, qué cosas has aprendido y deberías desaprender; pero también vamos a medir tus niveles hormonales, si tus nervios están sanos porque puede haber una causa física”.

AR: ¿Cree que a ese enfoque podrías agregársele una dimensión antropológica para conocer cómo entienden las diversas culturas la sexualidad?
PE: Eso es muy interesante, y lo podrían hacer, por ejemplo, en México, y no se puede hacer fácilmente en Estados Unidos porque no hay un bagaje cultural tan grande. No he añadido mucha antropología porque al final no cabe, y eso que son 480 páginas. Claro que la antropología puede ser tratada desde la perspectiva científica, pero se aleja un poco más de lo que es la experimentación.
Entonces, por algún sitio tenía yo que cortar, y lo que es la parte histórica y todo eso la he tratado menos, pero sí reconozco que es importantísima. Pero sí he citado a varios antropólogos en el libro.

AR: En otra parte del libro hace anotaciones sobre cómo la sexualidad se ha visto afectada por la educación y la cultura. ¿Cuál ha sido la influencia de la educación en el desarrollo de la sexualidad?
PE: La educación, por lo que sea (y no sé muy bien los motivos, aunque creo que religiosos) ha tendido a frenar e inhibir la sexualidad en lugar de naturalizarla. Yo no digo que la educación tenga que fomentar la sexualidad, pero sí tratarla como una parte de nosotros mismos, una muy natural, como algo positivo, no negativo.
Insisto: cada uno tendrá sus juicios morales y dirá: “Yo quiero ser fiel o infiel”, “quiero o no practicar el sadomasoquismo”, pero este miedo a la sexualidad ya no tiene sentido. Es que quizá en otras sociedades donde no había preservativos, donde los embarazos adolescentes eran un grave problema y también las enfermedades de transmisión sexual puede haber justificaciones históricas de por qué ello existía, pero en estos momentos la educación tiene que ser diferente: debe ser informativa, no hacer como si esto no existiera, sobre todo porque existe internet. Hace 30 años no había internet: si a un niño o a un adolescente no le explicabas nada, le decías: “Ya lo aprenderás cuando seas mayor”. Podía ser una opción, pero ahora ya no porque va a aprender viendo porno en internet, y esto es malo porque no es una imagen realista de la sexualidad.
Entonces, o das una buena educación, o los chicos van a tenerla mala; pero no van a tener una falta de educación, como antes.

AR: ¿Cuáles considera que sean los límites de la racionalidad científica para entender un impulso tan primitivo como la sexualidad?
PE: La ciencia es un método basado en la experimentación; entonces también estudia nuestro comportamiento irracional. La psicología lleva mucho tiempo estudiándolo, en concreto la rama de la economía conductual investiga cómo reaccionamos en función de engaños cognitivos, de las emociones: cómo afectan nuestra razón, por qué las primeras impresiones cuentan más que las segundas, que son trampas del cerebro. Esto da una perspectiva un poco más amplia de nuestro comportamiento sexual.
La ciencia tiene límites; donde más los he encontrado es en temas de pareja: los terapeutas de pareja seguimos interesados en experimentos para entender por qué una pareja a veces funciona y en otras no, pero es un caos porque si ya es difícil estudiar un individuo, imagínate dos y juntos.
Entonces la ciencia no lo puede explicar todo, pero se trata de integrar conocimientos, no quedarse en cajas cerradas.

AR: También afirma que en la materia es muy difícil generalizar...
PE: Lo es, pero la ciencia lo necesita un poco porque requiere encontrar patrones; si tú dices “fumar provoca cáncer”, la ciencia necesita encontrar una generalización, y eso no quiere decir que si no fumas no vas a tener cáncer y que si lo haces seguro lo tendrás. Tienes que encontrar tendencias; entonces, si quieres saber si hay alguna relación entre la diabetes y los problemas de erección, tienes que hacer estudios.
Lo que pasa es que no se puede individualizar; no puedes decir: “Como la media de mujeres de 35 años han tenido tres infidelidades, entonces tal persona es infiel”; no puedes decir “los mexicanos son más activos que tales otros”. ¿Cuáles mexicanos: los del área rural, los de la ciudad, los universitarios, etcétera? O sea, no se puede generalizar tanto, pero la ciencia sí lo necesita para tener tendencias.

AR: En otras partes del libro menciona que hay quienes pretenden justificar sus comportamientos diciendo “esto es lo natural”, y llama la atención la parte donde dice que parece que naturalmente somos monogamos, infieles y desconfiados, y que hay monogamia social, pero no sexual. ¿Hasta dónde se puede justificar un comportamiento sexual porque es natural?
PE: No se puede justificar, porque si justificas la infidelidad porque es natural también tendrías que hacerlo con el racismo o la agresividad; no puedes decir “he matado a esta persona porque es mi instinto de lucha contra alguien que me ofende”. No, estás en una sociedad, y una regla de la sociedad es que no se puede ir matando ni agrediendo a la gente por allí, por lo tanto las personas se tienen que controlar.
Con la sexualidad ocurre lo mismo: claro que tenemos, todos y todas, deseos de infidelidad, pero si tú asumes un compromiso con alguien, lo cumples. Entonces no puedes decir: “¡Ay, es que es mi naturaleza!”.
La naturaleza no es una referencia de lo mejor; te dice qué instintos tienes, pero estos, o algunos de ellos, se tienen que corregir. En el caso de la agresividad, de la xenofobia, creo que sí se tienen que corregir; en el caso de la infidelidad, que cada uno juzgue con su sistema de valores morales, pero no en función de si es más o menos natural.

AR: ¿Hasta dónde se puede corregir una conducta que la sociedad conciba como negativa? Hay quienes han querido “corregir” la homosexualidad, por ejemplo...
PE: Se puede corregir el comportamiento, no la orientación. Tú puedes controlar tu comportamiento, puedes decir “estoy a dieta, no voy a comer dulces”, y puedes no comerlos, pero el deseo lo tendrás. En orientación sexual puedes ser gay, y con mucha terapia puedes frenar tu comportamiento homosexual, pero no vas a ser feliz porque no vas a dejar de ser gay. Vas a continuar teniendo deseo, y entonces vas a ser alguien que no quieres ser.
Yo creo que aquí el mensaje clave es que si una madre está preocupada porque ve que su hijo es gay y le quiere de verdad, lo peor que puede hacer es intentar cambiarlo porque no lo va a lograr, le va a generar sufrimiento y va a tener consecuencias muy negativas en el desarrollo de ese niño. Lo que tiene que hacer es aceptarlo y apoyarlo, no intentar cambiarlo porque es peligroso para la salud mental e incluso física de su hijo.

AR: ¿Cuáles son los comportamientos sexuales permisibles y cuáles deben ser prohibidos? Como dice, la línea es muy delgada...
PE: Esto se debe responder a dos niveles: de uno mismo y de afectar al otro. Cuando haces algo que genera dolor o problemas en otra persona, ese es el límite; la pederastia provoca, claramente, problemas en el desarrollo del niño, y entonces eso tiene que estar prohibido. Y hay gente que dice: “Pues también hay culturas que lo permiten”; pero en nuestra cultura el niño que ha sido abusado después tiene una serie de problemas. Entonces, aquí hay un límite.
El sadomasoquismo, cuando es consensado, no pasa nada; pero si es con alguien y no es consensado, pues ya es una violación.
Si es a uno mismo, se dice: “Me estoy haciendo daño a mí pero a nadie más; yo hago lo que me da la gana”. Pero el problema suele venir cuando hay pérdida de control y obsesión; si tú haces una práctica como el fetichismo o ves mucha pornografía, pero no estás obsesionado ni tienes pérdida de control, pues no es muy problemático; pero si llegas tarde al trabajo, tienes el cumpleaños de tu hijo y te inventas alguna excusa para no ir porque lo que quieres es acudir a un club de sado, ya tienes pérdida de control, lo cual es negativo para ti mismo.
Yo creo que el límite está en eso: en ser capaz de controlarse uno mismo y no caer en la obsesión. Con las drogas pasa lo mismo: el alcohol es bueno en su medida, pero cuando no puedes controlar su ingesta entonces eres un alcohólico. Con el sexo es un poco lo mismo.

AR: También hace una importante distinción que se ha utilizado incluso en procesos penales: las diferencia entre el deseo y la excitación. ¿Es apropiado buscar que ambos coincidan?
PE: Es lo ideal. El deseo lo entendemos como algo más mental y la excitación como una respuesta física. Un hombre o una mujer pueden estar muy excitados mentalmente y no tener erección o lubricación, respectivamente, por un problema físico. Incluso se puede tener una reacción de los genitales sin estar excitado mentalmente, como puede ser durante el sueño, el ejercicio y hasta de forma espontánea. Esta segunda parte no es problemática pero la primera sí: crea una frustración, un deseo de tener sexo no cumplido.

AR: La segunda parte del libro, que aborda su periplo por el universo de las experiencias sexuales, es muy entretenida: viaja por el bondage, el sadomasoquismo, los swingers, el fetichismo, la pornografía, etcétera. Por allí hay una especialista que les dice a los científicos: “Ustedes saben mucho de sexualidad y de ciencia, pero poco de sensualidad”. ¿Cuáles son las principales limitaciones de científicos y académicos respecto a estas otras experiencias que conoció y que describe en el libro?
PE: Yo he estado con científicos que investigan el dolor y les he preguntado si utilizan sadomasoquistas, y dicen “no”; una investigadora me llegó a confesar que si pido una beca con ese tema no me la van a aprobar. A los científicos, en teoría, les gustan mucho los casos que se salen de la normalidad porque siempre aprenden cosas; pero en el sexo esto les cuesta mucho, por lo que creo que tienen una limitación para atreverse a estudiar la diversidad, aun dentro de la naturalidad. No cogen a alguien de tantra y le hacen medidas hormonales para saber qué está pasando en su cuerpo.

AR: También relacionado con el asunto del deseo y la excitación, dice que “nuestros genitales mienten menos que el cerebro y la boca”. ¿A qué se debe este fenómeno?
PE: Lo que se ha visto es que los genitales pueden reaccionar sin un permiso necesariamente consciente. Por ejemplo, cuando ves una escena erótica de una película en un laboratorio, y te preguntan “¿te gusta?”, de manera racional puedes decir “a mí esto no me gusta”, pero tus genitales pueden reaccionar distinto porque a tu inconsciente sí le gusta. Es interesante la parte irracional del sexo.

AR: ¿Qué relevancia tiene esta parte irracional?
PE: Muy grande. Creo que el sexo, o el deseo sexual por lo menos, es un estado emocional del cuerpo, y como tal está sujeto a una gran influencia de los procesos inconscientes que hay en nuestro cuerpo y en nuestra mente.

AR: ¿Cuáles son las posibilidades médicas que puede tener el sexo? Habla de la relación entre el dolor y el placer, y también de su uso como analgésico; incluso los vibradores nacieron como una herramienta médica.
PE: Utilizar el sexo como terapia. Desde que se está asumiendo (ya hace tiempo) el sexo, se está haciendo más mainstream que una buena sexualidad te lleva a un bienestar mayor, emocional, incorporado a tu propio cuerpo, a una activación de tu organismo.
No sé si se puede utilizar el sexo como terapia para otras cosas, quizá eso no, pero reconocer que una sexualidad sana te ayuda a tener un cuerpo y una mente sanas, eso sí.
Muchas veces se ve a personas que van al psicólogo con ansiedad, y asociados a ellos tienen un problema sexual. Se ha visto que muchas veces éste es previo, y que la ansiedad les puede venir de ello; lo que pasa es que no lo reconocemos como tal. Entonces se intenta curar la ansiedad y que después mejore la función sexual, cuando debe ser al revés.
A nivel histórico está lo de los vibradores, que es una anécdota graciosa, pero al final tampoco era muy válida.

AR: Creo que la ciencia, hasta cierto punto, ha estado muy relacionada con los marcos normativos, legales. ¿Cómo es la relación de la ciencia con las leyes en esta materia?
PE: En este caso yo creo que la ciencia va rezagada: intenta describir, de la manera más rigurosa posible, cómo es nuestro comportamiento y cuál es su base. La verdad es que para un tema como la homosexualidad no importa mucho lo que diga la ciencia, y llega un momento en que esto está por encima de la ciencia; o sea, hay una diversidad de personas que tienen todo el derecho del mundo a aparearse sin hacer daño a nadie.
En temas de feminismo no puedes decir: “Es que biológicamente los hombres somos tal y las mujeres tal”; de nuevo: la ciencia puede decir lo que sea, pero tenemos que luchar por una igualdad entre todos los seres humanos.
Entonces, yo creo que la ciencia, en cuanto a leyes relacionadas con el sexo, sí te puede informar; por ejemplo, te puede decir que el número de abortos va disminuyendo progresivamente desde hace 40 años. Esto es por una buena educación sexual y por una mejor utilización de los sistemas de protección.
La ciencia sí puede dar datos como para decir: “Hemos visto que una educación sexual y el fomento a la utilización de preservativos es mejor para disminuir embarazos no deseados y abortos, y funciona mejor que la abstinencia”.
Entonces la ciencia te puede informar de cuáles estrategias son más eficientes que otras; pero juicios morales no deben meterse. No creo que la ciencia pueda opinar mucho sobre juicios morales.

AR: Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, ¿han cambiado las prácticas sexuales? Por ejemplo, señala que ha habido un aumento de sexo anal por la difusión de la pornografía, así como de los hookup (sexo casual con desconocidos), que son prácticas, dice, cargadas de superficialidad, individualismo y consumo.
PE: La pornografía ya existía desde antes, y su uso mayoritario amplía el repertorio de conductas sexuales que tiene la población, y eso no es malo. ¿Qué haya más interés sexual es malo? No, aunque haya gente que diga “es que son viciosos”, pero ¿qué juicio de valor están haciendo? ¿Vicioso? Si tú no lo quieres hacer, no lo hagas; pero si otra gente sí, déjala tranquila.
Lo que han cambiado las nuevas tecnologías son las primeras fases de las relaciones sociales, afectivas, sexuales en el sentido de conocerse: la gente se conoce por internet, pero luego la relación sexual siempre es en persona.
Nuestro cerebro continúa siendo el mismo de hace bastantes miles de años, y la química que puede haber con una persona, la atracción, no es tan diferente.
Tenemos acceso a más información, sí. ¿Una persona de 35 o de 45 años tiene sexo diferente al que tenían sus padres? No tanto, de momento. La gente no ha cambiado tanto.

AR: Anota que la sexología tiene una parte de arte y otra de ciencia. ¿Cuál es el arte?
PE: La parte de la interpretación, que es muy importante. Cuando digo “arte”, me refiero a la capacidad que tienen los buenos sexólogos, los buenos terapeutas, de identificar problemas, lo que no es científico porque no pueden tratarlos como si fuera un tema médico porque muchas veces no hay información suficiente.
Entonces, esta parte de ser capaz de leer la mente de las otras personas y de ver cuál terapia puede funcionar mejor para ellas creo que es la parte de arte. Es muy importante porque en terapia de pareja muchas veces no se trata de un tema físico, bioquímico, sino de la relación que se debe identificar. Esa intuición basada en el conocimiento previo es la parte artística.

AR: En otra parte dice que hay investigaciones que en realidad son irrelevantes, como la del tamaño del pene; pero, por otro lado, señala que hay muchas lagunas. ¿Cuáles piensa que sean los temas de sexualidad más importantes que hoy deberían tratarse?
PE: El tema que ahora está muy de moda y que puede estarlo en un futuro próximo es el deseo sexual femenino, porque, por ejemplo, se está hablando de fármacos para él. Este es un tema muy interesante.
Luego creo que es el impacto de internet; analizarlo no en el sexo en sí, sino en las presiones y conexiones que ha creado.

AR: Un tema que se relaciona mucho con el sexo es el amor. ¿Cuál es la relación que existe entre los dos?
PE: Creo que están relacionados, pero no mucho. El amor es como una empatía hacia otras personas, hay un cariño, y no es tan diferente el amor de un padre a un hijo, a su mujer, a su familia; pero la diferencia está en que en una pareja existe sexo.
Es verdad que el sexo, bioquímicamente, genera oxitocinas, que es una hormona que está asociada al apego y al amor, pero no siempre ocurre eso. Entonces, yo creo que el sexo y el amor pueden estar juntos, pero también perfectamente separados; no están unidas necesariamente una cosa y otra.
Hay amor sin sexo, como con los hijos e incluso entre muchas parejas, y hay sexo sin amor, que funciona bien. Veo una relación bioquímica en algunos casos, y a nivel cultural una pareja tiene al final las dos cosas, pero son fenómenos que se pueden separar.


*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 157, diciembre de 2013.

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