La sexualidad va al laboratorio
Entrevista con Pere Estupinyà*
Por Ariel Ruiz Mondragón
A través de la historia, una práctica tan natural como lo es la sexualidad humana ha sido motivo de ocultamientos, mentiras, mitos, censuras y prohibiciones. No fue sino hasta finales del siglo XIX cuando, a duras penas, en Alemania se iniciaron los estudios científicos acerca de esa materia.
La modernización de las sociedades,
la multiplicación de problemas asociados con el sexo (enfermedades, embarazos
no deseados, el aborto, la sobrepoblación), el interés por el tema y los
avances científicos y tecnológicos lograron que las investigaciones serias
sobre la sexualidad se desarrollaran y multiplicaran en el siglo XX.
Una espléndida síntesis de esa
evolución y del estado actual de los estudios científicos acerca de esa materia
es presentada por Pere Estupinyà en el libro S=ex2. La ciencia del sexo
(México, Debate, 2013), con quien Etcétera tuvo oportunidad de
conversar.
Estupinyà es uno de los más
destacados difusores del conocimiento científico en lengua española. Ha sido
Knight Science Journalism Fellow en el Instituto Tecnológico de Massachusetts,
guionista y editor del programa Redes de Televisión Española, además de
profesor de Ciencia, tecnología y sociedad en la Universidad Ramon Llul.
Consultor de la Organización de Estados Americanos y del Banco Interamericano
de Desarrollo, ha colaborado en publicaciones como El País, Público,
El Mundo, La Vanguardia y Muy Interesante, entre otros
medios.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y
publicar un libro como el suyo?
Pere Estupinyà (PE): Yo siempre parto de la curiosidad
propia. Me defino como alguien que explica ciencia como excusa para poder
aprenderla. En un momento determinado descubrí que hay muchos científicos
haciendo investigaciones serias sobre la sexualidad, y entonces me interesó, lo
exploré un poco más, y dije: “Hostia, creo que puede interesar a mucha gente
también”, y es cuando decidí escribir un libro.
Realmente tiene un punto egoísta: yo
quería aprender estas cosas, y al final se convirtió en un libro porque tengo
la vocación de comunicar.
A mí me gusta el concepto de
conocernos; el tema, como curiosidad y para conocer cómo funcionan nuestro
cuerpo, nuestro cerebro y nuestra mente, nos da muchas pistas.
Entonces, creo que conocerse uno
mismo es básico para poder mejorar, y forma parte de la educación no sólo de
los jóvenes sino también de los adultos.
AR: En la primera parte hace un
apunte sobre una encuesta en la que se muestra que la actividad sexual es la que,
de forma temporal, nos hace más felices. También más adelante dice que hay que
desdramatizar el sexo: hay que quitarle la trascendencia desmesurada que la
sociedad le otorga. ¿Cuál es la relevancia que debe tener el sexo en la
sociedad actual?
PE: Creo que a nivel individual tiene mucha trascendencia
porque tener una vida sexual satisfactoria forma parte del bienestar de la
mayoría de las personas. Eso no quiere decir tenerla muy grande, sino
simplemente satisfacer tus deseos; si es con tu pareja muy bien, y si es con
parejas casuales, también.
Pero creo que socialmente se está
generando una presión por la cantidad más que por la calidad. Recientemente se
ve como una obsesión tener sexo y disfrutarlo porque es muy importante; bueno,
sí, pero que no agobien con ello. Es algo importante, pero tampoco se trata de
convertirnos en seres hipersexuales.
Lo que critico son las presiones
externas: cuando alguien está satisfecho con mucho o con poco, ya está, y nadie
se debe sentir forzado. Esto pasa con mujeres que tienen poco deseo, lo cual no
es necesariamente un problema si están satisfechas así y con sus parejas.
AR: ¿Cuáles son los principales
obstáculos morales con los que se ha topado la investigación científica en esta
materia? Llega a afirmar que es más fácil investigar la sexualidad de los
animales que la del ser humano...
PE: Absolutamente.
AR: Y varias veces menciona que sigue
siendo un tabú.
PE: Son los mismos que tiene el sexo en la sociedad,
porque al final la ciencia forma parte de ella. Al final quien financia la
investigación científica es la sociedad; aún hay visiones muy conservadoras que
han tratado el sexo casi como si no existiera, o que buscan frenar esos
instintos y que ha creado sensaciones de culpabilidad en prácticas como la
masturbación y el desarrollo sexual de los niños. Igual ocurre con la
sexualidad en la vejez: es algo que parece que no existe o lo tratamos como si
en un momento determinado pudiéramos dejar de ser sexuales, pero, aunque no es
igual que cuando tenemos 20 o 30 años y no es tan frecuente, sigue siendo muy
importante para el bienestar, y eso no se transmite suficiente, creo yo.
Entonces, si a la sociedad le da
vergüenza hablar de esos temas, a la ciencia también le crea dificultades. Son
los mismos tabús los que vienen de la sociedad,
Estas son las limitaciones de
presiones conservadoras; luego vienen las de orientación y diversidad sexuales,
las que a mucha gente incomodan. En el sexo hay mucha diversidad, pero hay
gente que tiene una visión de lo que es “normal” muy cerrada, por lo que trato
de abrirla un poco.
AR: Desde el inicio del libro se
pronuncia por un paradigma biopsicosociológico. ¿Cómo enriquece este enfoque a
la ciencia del sexo?
PE: Enriquece, sobre todo, la terapia, la solución de
problemas. Las investigaciones continúan siendo no multidisciplinarias; por
mucho que los científicos digan que tenemos que hacer cosas
multidisciplinarias, no lo hacen: están en un departamento de Biología
Molecular, de Estudios de Género, de Sociología o de Psicología, y cada quien
investiga lo suyo y casi no hablan entre ellos.
Si los investigadores no son
multidisciplinarios, los terapeutas están empezando a serlo: cuando llegaba
alguien con un problema, antes lo trataban sólo desde la parte psicológica e
incluso sicoanalítica, pero en ocasiones detrás puede haber un problema físico.
Entonces, este enfoque
biopsicosociológico a nivel de terapia funciona mucho mejor, ya que dices:
“Vamos a ver qué traumas has podido tener, qué cosas has aprendido y deberías
desaprender; pero también vamos a medir tus niveles hormonales, si tus nervios
están sanos porque puede haber una causa física”.
AR: ¿Cree que a ese enfoque podrías
agregársele una dimensión antropológica para conocer cómo entienden las
diversas culturas la sexualidad?
PE: Eso es muy interesante, y lo podrían hacer, por
ejemplo, en México, y no se puede hacer fácilmente en Estados Unidos porque no
hay un bagaje cultural tan grande. No he añadido mucha antropología porque al
final no cabe, y eso que son 480 páginas. Claro que la antropología puede ser
tratada desde la perspectiva científica, pero se aleja un poco más de lo que es
la experimentación.
Entonces, por algún sitio tenía yo
que cortar, y lo que es la parte histórica y todo eso la he tratado menos, pero
sí reconozco que es importantísima. Pero sí he citado a varios antropólogos en
el libro.
AR: En otra parte del libro hace
anotaciones sobre cómo la sexualidad se ha visto afectada por la educación y la
cultura. ¿Cuál ha sido la influencia de la educación en el desarrollo de la
sexualidad?
PE: La educación, por lo que sea (y no sé muy bien los
motivos, aunque creo que religiosos) ha tendido a frenar e inhibir la
sexualidad en lugar de naturalizarla. Yo no digo que la educación tenga que
fomentar la sexualidad, pero sí tratarla como una parte de nosotros mismos, una
muy natural, como algo positivo, no negativo.
Insisto: cada uno tendrá sus juicios
morales y dirá: “Yo quiero ser fiel o infiel”, “quiero o no practicar el
sadomasoquismo”, pero este miedo a la sexualidad ya no tiene sentido. Es que
quizá en otras sociedades donde no había preservativos, donde los embarazos
adolescentes eran un grave problema y también las enfermedades de transmisión
sexual puede haber justificaciones históricas de por qué ello existía, pero en estos
momentos la educación tiene que ser diferente: debe ser informativa, no hacer
como si esto no existiera, sobre todo porque existe internet. Hace 30 años no
había internet: si a un niño o a un adolescente no le explicabas nada, le
decías: “Ya lo aprenderás cuando seas mayor”. Podía ser una opción, pero ahora
ya no porque va a aprender viendo porno en internet, y esto es malo porque no
es una imagen realista de la sexualidad.
Entonces, o das una buena educación,
o los chicos van a tenerla mala; pero no van a tener una falta de educación,
como antes.
AR: ¿Cuáles considera que sean los
límites de la racionalidad científica para entender un impulso tan primitivo
como la sexualidad?
PE: La ciencia es un método basado en la experimentación;
entonces también estudia nuestro comportamiento irracional. La psicología lleva
mucho tiempo estudiándolo, en concreto la rama de la economía conductual
investiga cómo reaccionamos en función de engaños cognitivos, de las emociones:
cómo afectan nuestra razón, por qué las primeras impresiones cuentan más que
las segundas, que son trampas del cerebro. Esto da una perspectiva un poco más
amplia de nuestro comportamiento sexual.
La ciencia tiene límites; donde más
los he encontrado es en temas de pareja: los terapeutas de pareja seguimos
interesados en experimentos para entender por qué una pareja a veces funciona y
en otras no, pero es un caos porque si ya es difícil estudiar un individuo,
imagínate dos y juntos.
Entonces la ciencia no lo puede
explicar todo, pero se trata de integrar conocimientos, no quedarse en cajas
cerradas.
AR: También afirma que en la materia
es muy difícil generalizar...
PE: Lo es, pero la ciencia lo necesita un poco porque
requiere encontrar patrones; si tú dices “fumar provoca cáncer”, la ciencia
necesita encontrar una generalización, y eso no quiere decir que si no fumas no
vas a tener cáncer y que si lo haces seguro lo tendrás. Tienes que encontrar
tendencias; entonces, si quieres saber si hay alguna relación entre la diabetes
y los problemas de erección, tienes que hacer estudios.
Lo que pasa es que no se puede
individualizar; no puedes decir: “Como la media de mujeres de 35 años han
tenido tres infidelidades, entonces tal persona es infiel”; no puedes decir
“los mexicanos son más activos que tales otros”. ¿Cuáles mexicanos: los del
área rural, los de la ciudad, los universitarios, etcétera? O sea, no se puede
generalizar tanto, pero la ciencia sí lo necesita para tener tendencias.
AR: En otras partes del libro
menciona que hay quienes pretenden justificar sus comportamientos diciendo
“esto es lo natural”, y llama la atención la parte donde dice que parece que
naturalmente somos monogamos, infieles y desconfiados, y que hay monogamia
social, pero no sexual. ¿Hasta dónde se puede justificar un comportamiento
sexual porque es natural?
PE: No se puede justificar, porque si justificas la
infidelidad porque es natural también tendrías que hacerlo con el racismo o la
agresividad; no puedes decir “he matado a esta persona porque es mi instinto de
lucha contra alguien que me ofende”. No, estás en una sociedad, y una regla de
la sociedad es que no se puede ir matando ni agrediendo a la gente por allí,
por lo tanto las personas se tienen que controlar.
Con la sexualidad ocurre lo mismo:
claro que tenemos, todos y todas, deseos de infidelidad, pero si tú asumes un
compromiso con alguien, lo cumples. Entonces no puedes decir: “¡Ay, es que es
mi naturaleza!”.
La naturaleza no es una referencia de
lo mejor; te dice qué instintos tienes, pero estos, o algunos de ellos, se
tienen que corregir. En el caso de la agresividad, de la xenofobia, creo que sí
se tienen que corregir; en el caso de la infidelidad, que cada uno juzgue con
su sistema de valores morales, pero no en función de si es más o menos natural.
AR: ¿Hasta dónde se puede corregir
una conducta que la sociedad conciba como negativa? Hay quienes han querido
“corregir” la homosexualidad, por ejemplo...
PE: Se puede corregir el comportamiento, no la
orientación. Tú puedes controlar tu comportamiento, puedes decir “estoy a
dieta, no voy a comer dulces”, y puedes no comerlos, pero el deseo lo tendrás.
En orientación sexual puedes ser gay, y con mucha terapia puedes frenar tu
comportamiento homosexual, pero no vas a ser feliz porque no vas a dejar de ser
gay. Vas a continuar teniendo deseo, y entonces vas a ser alguien que no
quieres ser.
Yo creo que aquí el mensaje clave es
que si una madre está preocupada porque ve que su hijo es gay y le quiere de
verdad, lo peor que puede hacer es intentar cambiarlo porque no lo va a lograr,
le va a generar sufrimiento y va a tener consecuencias muy negativas en el
desarrollo de ese niño. Lo que tiene que hacer es aceptarlo y apoyarlo, no
intentar cambiarlo porque es peligroso para la salud mental e incluso física de
su hijo.
AR: ¿Cuáles son los comportamientos
sexuales permisibles y cuáles deben ser prohibidos? Como dice, la línea es muy
delgada...
PE: Esto se debe responder a dos niveles: de uno mismo y
de afectar al otro. Cuando haces algo que genera dolor o problemas en otra
persona, ese es el límite; la pederastia provoca, claramente, problemas en el
desarrollo del niño, y entonces eso tiene que estar prohibido. Y hay gente que
dice: “Pues también hay culturas que lo permiten”; pero en nuestra cultura el
niño que ha sido abusado después tiene una serie de problemas. Entonces, aquí
hay un límite.
El sadomasoquismo, cuando es
consensado, no pasa nada; pero si es con alguien y no es consensado, pues ya es
una violación.
Si es a uno mismo, se dice: “Me estoy
haciendo daño a mí pero a nadie más; yo hago lo que me da la gana”. Pero el
problema suele venir cuando hay pérdida de control y obsesión; si tú haces una
práctica como el fetichismo o ves mucha pornografía, pero no estás obsesionado
ni tienes pérdida de control, pues no es muy problemático; pero si llegas tarde
al trabajo, tienes el cumpleaños de tu hijo y te inventas alguna excusa para no
ir porque lo que quieres es acudir a un club de sado, ya tienes pérdida de
control, lo cual es negativo para ti mismo.
Yo creo que el límite está en eso: en
ser capaz de controlarse uno mismo y no caer en la obsesión. Con las drogas
pasa lo mismo: el alcohol es bueno en su medida, pero cuando no puedes
controlar su ingesta entonces eres un alcohólico. Con el sexo es un poco lo
mismo.
AR: También hace una importante
distinción que se ha utilizado incluso en procesos penales: las diferencia
entre el deseo y la excitación. ¿Es apropiado buscar que ambos coincidan?
PE: Es lo ideal. El deseo lo entendemos como algo más
mental y la excitación como una respuesta física. Un hombre o una mujer pueden
estar muy excitados mentalmente y no tener erección o lubricación,
respectivamente, por un problema físico. Incluso se puede tener una reacción de
los genitales sin estar excitado mentalmente, como puede ser durante el sueño,
el ejercicio y hasta de forma espontánea. Esta segunda parte no es problemática
pero la primera sí: crea una frustración, un deseo de tener sexo no cumplido.
AR: La segunda parte del libro, que
aborda su periplo por el universo de las experiencias sexuales, es muy
entretenida: viaja por el bondage, el
sadomasoquismo, los swingers, el fetichismo, la pornografía, etcétera.
Por allí hay una especialista que les dice a los científicos: “Ustedes saben
mucho de sexualidad y de ciencia, pero poco de sensualidad”. ¿Cuáles son las
principales limitaciones de científicos y académicos respecto a estas otras
experiencias que conoció y que describe en el libro?
PE: Yo he estado con científicos que
investigan el dolor y les he preguntado si utilizan sadomasoquistas, y dicen
“no”; una investigadora me llegó a confesar que si pido una beca con ese tema
no me la van a aprobar. A los científicos, en teoría, les gustan mucho los
casos que se salen de la normalidad porque siempre aprenden cosas; pero en el
sexo esto les cuesta mucho, por lo que creo que tienen una limitación para
atreverse a estudiar la diversidad, aun dentro de la naturalidad. No cogen a
alguien de tantra y le hacen medidas hormonales para saber qué está pasando en
su cuerpo.
AR: También relacionado con el asunto
del deseo y la excitación, dice que “nuestros genitales mienten menos que el
cerebro y la boca”. ¿A qué se debe este fenómeno?
PE: Lo que se ha visto es que los genitales pueden
reaccionar sin un permiso necesariamente consciente. Por ejemplo, cuando ves
una escena erótica de una película en un laboratorio, y te preguntan “¿te
gusta?”, de manera racional puedes decir “a mí esto no me gusta”, pero tus
genitales pueden reaccionar distinto porque a tu inconsciente sí le gusta. Es
interesante la parte irracional del sexo.
AR: ¿Qué relevancia tiene esta parte
irracional?
PE: Muy grande. Creo que el sexo, o el deseo sexual por
lo menos, es un estado emocional del cuerpo, y como tal está sujeto a una gran
influencia de los procesos inconscientes que hay en nuestro cuerpo y en nuestra
mente.
AR: ¿Cuáles son las posibilidades
médicas que puede tener el sexo? Habla de la relación entre el dolor y el
placer, y también de su uso como analgésico; incluso los vibradores nacieron
como una herramienta médica.
PE: Utilizar el sexo como terapia. Desde que se está
asumiendo (ya hace tiempo) el sexo, se está haciendo más mainstream que una buena sexualidad te lleva a un bienestar mayor,
emocional, incorporado a tu propio cuerpo, a una activación de tu organismo.
No sé si se puede utilizar el sexo
como terapia para otras cosas, quizá eso no, pero reconocer que una sexualidad
sana te ayuda a tener un cuerpo y una mente sanas, eso sí.
Muchas veces se ve a personas que van
al psicólogo con ansiedad, y asociados a ellos tienen un problema sexual. Se ha
visto que muchas veces éste es previo, y que la ansiedad les puede venir de
ello; lo que pasa es que no lo reconocemos como tal. Entonces se intenta curar
la ansiedad y que después mejore la función sexual, cuando debe ser al revés.
A nivel histórico está lo de los
vibradores, que es una anécdota graciosa, pero al final tampoco era muy válida.
AR: Creo que la ciencia, hasta cierto
punto, ha estado muy relacionada con los marcos normativos, legales. ¿Cómo es
la relación de la ciencia con las leyes en esta materia?
PE: En este caso yo creo que la ciencia va rezagada:
intenta describir, de la manera más rigurosa posible, cómo es nuestro
comportamiento y cuál es su base. La verdad es que para un tema como la
homosexualidad no importa mucho lo que diga la ciencia, y llega un momento en
que esto está por encima de la ciencia; o sea, hay una diversidad de personas
que tienen todo el derecho del mundo a aparearse sin hacer daño a nadie.
En temas de feminismo no puedes
decir: “Es que biológicamente los hombres somos tal y las mujeres tal”; de
nuevo: la ciencia puede decir lo que sea, pero tenemos que luchar por una
igualdad entre todos los seres humanos.
Entonces, yo creo que la ciencia, en
cuanto a leyes relacionadas con el sexo, sí te puede informar; por ejemplo, te
puede decir que el número de abortos va disminuyendo progresivamente desde hace
40 años. Esto es por una buena educación sexual y por una mejor utilización de
los sistemas de protección.
La ciencia sí puede dar datos como
para decir: “Hemos visto que una educación sexual y el fomento a la utilización
de preservativos es mejor para disminuir embarazos no deseados y abortos, y
funciona mejor que la abstinencia”.
Entonces la ciencia te puede informar
de cuáles estrategias son más eficientes que otras; pero juicios morales no
deben meterse. No creo que la ciencia pueda opinar mucho sobre juicios morales.
AR: Las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación, ¿han cambiado las prácticas sexuales? Por
ejemplo, señala que ha habido un aumento de sexo anal por la difusión de la
pornografía, así como de los hookup (sexo
casual con desconocidos), que son prácticas, dice, cargadas de superficialidad,
individualismo y consumo.
PE: La pornografía ya existía desde antes, y su uso
mayoritario amplía el repertorio de conductas sexuales que tiene la población,
y eso no es malo. ¿Qué haya más interés sexual es malo? No, aunque haya gente
que diga “es que son viciosos”, pero ¿qué juicio de valor están haciendo?
¿Vicioso? Si tú no lo quieres hacer, no lo hagas; pero si otra gente sí, déjala
tranquila.
Lo que han cambiado las nuevas
tecnologías son las primeras fases de las relaciones sociales, afectivas,
sexuales en el sentido de conocerse: la gente se conoce por internet, pero luego
la relación sexual siempre es en persona.
Nuestro cerebro continúa siendo el
mismo de hace bastantes miles de años, y la química que puede haber con una
persona, la atracción, no es tan diferente.
Tenemos acceso a más información, sí.
¿Una persona de 35 o de 45 años tiene sexo diferente al que tenían sus padres?
No tanto, de momento. La gente no ha cambiado tanto.
AR: Anota que la sexología tiene una
parte de arte y otra de ciencia. ¿Cuál es el arte?
PE: La parte de la interpretación, que es muy importante.
Cuando digo “arte”, me refiero a la capacidad que tienen los buenos sexólogos,
los buenos terapeutas, de identificar problemas, lo que no es científico porque
no pueden tratarlos como si fuera un tema médico porque muchas veces no hay
información suficiente.
Entonces, esta parte de ser capaz de
leer la mente de las otras personas y de ver cuál terapia puede funcionar mejor
para ellas creo que es la parte de arte. Es muy importante porque en terapia de
pareja muchas veces no se trata de un tema físico, bioquímico, sino de la
relación que se debe identificar. Esa intuición basada en el conocimiento
previo es la parte artística.
AR: En otra parte dice que hay
investigaciones que en realidad son irrelevantes, como la del tamaño del pene;
pero, por otro lado, señala que hay muchas lagunas. ¿Cuáles piensa que sean los
temas de sexualidad más importantes que hoy deberían tratarse?
PE: El tema que ahora está muy de moda y que puede
estarlo en un futuro próximo es el deseo sexual femenino, porque, por ejemplo,
se está hablando de fármacos para él. Este es un tema muy interesante.
Luego creo que es el impacto de
internet; analizarlo no en el sexo en sí, sino en las presiones y conexiones
que ha creado.
AR: Un tema que se relaciona mucho
con el sexo es el amor. ¿Cuál es la relación que existe entre los dos?
PE: Creo que están relacionados, pero no mucho. El amor
es como una empatía hacia otras personas, hay un cariño, y no es tan diferente
el amor de un padre a un hijo, a su mujer, a su familia; pero la diferencia
está en que en una pareja existe sexo.
Es verdad que el sexo,
bioquímicamente, genera oxitocinas, que es una hormona que está asociada al
apego y al amor, pero no siempre ocurre eso. Entonces, yo creo que el sexo y el
amor pueden estar juntos, pero también perfectamente separados; no están unidas
necesariamente una cosa y otra.
Hay amor sin sexo, como con los hijos
e incluso entre muchas parejas, y hay sexo sin amor, que funciona bien. Veo una
relación bioquímica en algunos casos, y a nivel cultural una pareja tiene al
final las dos cosas, pero son fenómenos que se pueden separar.
*Entrevista publicada en Etcétera,
núm. 157, diciembre de 2013.
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