Noticias del universo
Entrevista con Gerardo Herrera
Corral*
Ariel
Ruiz Mondragón
Durante
los años más recientes se han reportado diversos descubrimientos científicos
que están cambiando la comprensión y el conocimiento del universo. Entre ellos
se han destacado, por ejemplo, el bosón de Higgs y las ondas gravitacionales,
por mencionar sólo dos.
Tales
avances y hallazgos todavía han sido insuficientemente explicados y difundidos
entre el gran público. Ese hueco es el que pretende llenar el destacado científico
mexicano Gerardo Herrera Corral (Delicias, Chihuahua, 1963) con su más reciente
libro: Universo: la historia más grande
jamás contada (México, Taurus, 2016).
A
propósito de ese volumen Etcétera
charló con el autor, quien ha trabajado en el experimento ALICE (A Large Ion
Collider Experiment) del Gran Colisionador de Hadrones de la Organización
Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés).
Herrera
Corral es doctor en Física por la Universidad de Dortmund, Alemania. Es
miembro del Sistema Nacional de Investigadores en su nivel III, así como de la
Academia Mexicana de Ciencias y del Panel de Instrumentación Innovación y
Desarrollo del International Committee for Future Accelerators desde 1996.
Actualmente es profesor del Departamento de Física del Centro de Investigación
y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional.
También
ha sido becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, del Centro
Latinoamericano de Física, y de las fundaciones Fulbright y Alexander von
Humboldt.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
un libro como el suyo, que abarca un trayecto tan amplio que va desde la
conciencia hasta el Big Bang?
Gerardo Herrera Corral (GHC):
Creo que es necesario e importante. No sé de ningún texto en español en el que
se actualice la historia del universo, la cual creo que es importante que la
gente conozca porque es una manera de esquematizar dónde han ocurrido los
eventos cruciales del universo para que llegara a ser lo que es. Pienso que es
importante, además, porque han ocurrido muchos avances y hallazgos en fechas
recientes, los que han cambiado y en algunos casos han confirmado nuestra
visión del universo.
Entonces
era importante escribir esta historia a la luz de todos estos nuevos hallazgos,
y proporcionarle a la gente la información que necesita para entender el mundo
en el que vivimos. Esa es una de las razones, quizá la principal, para escribir
un libro sobre los 13 mil 800 millones de años que tiene el universo.
Espero
que el libro les guste, y que sea ojalá también visto como una manera de
seguirnos educando. Es importante que la gente entienda que uno no termina de
educarse cuando termina la escuela sino que la educación es un proceso continuo
que no acaba nunca, y que es necesario seguir leyendo y aprendiendo. En ese
sentido el libro aporta material para que las personas sigan aprendiendo sobre
lo que está ocurriendo en el mundo de la ciencia y cómo nuestra idea de la
naturaleza está cambiando.
AR: Casi al final del libro hay una
descripción muy interesante del Big Bang,
del originario estado líquido del Universo, y es muy importante lo que usted
dice sobre la gente común y corriente. ¿Por qué ésta hoy debe ocuparse e
incluso preocuparse por un hecho que ocurrió hace 13 mil 800 millones de años?
GHC:
Creo que hay varias razones, pero quizá la principal es que los seres humanos
somos la única especie en la Tierra que se preocupa por tener una visión del universo.
Los seres humanos no nos contentamos con sobrevivir, no estamos preocupados
solamente por comer y propagar la especie, como muchos otros organismos vivos
de nuestro planeta. Nosotros, además de eso, nos preocupamos por entender y tener
una visión del universo; nos creamos en nuestras mentes y en nuestra imaginación
una idea de cómo es la naturaleza, de cómo funciona. Este hecho es el que nos
hace ser humanos.
Así,
es esencial para lo que somos formarnos esa visión, y esto tiene que ver
precisamente con el universo, con cómo éste dio origen a la conciencia, a la vida,
a las estrellas. Esto es lo que tratamos de explicar en el libro.
Hay
diferentes etapas que es necesario entender, y hay eventos cruciales que nos
pueden explicar por qué ocurrió lo siguiente o por qué ocurrió lo anterior para
que el universo llegara a conformarse como finalmente lo hizo, de tal manera
que conocerlo es conocer nuestra misma historia.
Esa
es una razón muy buena, pero hay otras, por ejemplo lo que está ocurriendo en
el mundo de la ciencia y la tecnología. Hay una actividad muy intensa en los
laboratorios, donde se está generando el conocimiento y también se desarrollan
tecnologías. Las investigaciones que nos llevan a entender cómo era el universo
cuando éste tenía un microsegundo de edad, son investigaciones que, además, nos
están dando tecnología.
Para
poder entender el universo es necesario desarrollar detectores, aceleradores y
una gran cantidad de nuevas herramientas que, a final de cuentas, acaban por
darnos un mejor nivel de vida, por curar enfermedades, por proporcionarnos una
manera de vivir más confortable que nos permite también abordar otros asuntos.
Por
ejemplo, en el Gran Colisionador de Hadrones y el centro de investigaciones donde
se estudia el plasma de quarks en estado líquido del universo temprano, se
desarrolló la triple w que ha transformado nuestras vidas. Ahora nos resulta
difícil imaginar cómo era el mundo cuando no teníamos internet, hace apenas
unos años, y surgió como uno de los eventos que se dan alrededor de esas
investigaciones y del desarrollo del conocimiento.
Esa
es otra razón para estar enterados de cómo está avanzando nuestro conocimiento.
AR: Usted es un científico “duro”:
es doctor y profesor de Física, ha colaborado en el Gran Colisionador de
Hadrones. Desde esta perspectiva ¿cómo ha sido su paso hacia la divulgación de
la ciencia y para hacer un libro como este?
GHC:
También hay allí varias razones, algunas muy puntuales; por ejemplo, el 4 de
julio de 2012 se anunció el descubrimiento del bosón de Higgs, la famosa
“partícula de Dios”. En ese momento la gente preguntaba porque quería saber qué
estaba ocurriendo, de qué se trataba, tiene interés por esos temas y demanda
información. En muchas de las charlas que yo doy la gente pregunta por material
para leer. Me di cuenta de que yo contestaba que pronto aparecerían los libros
traducidos de otros idiomas: vamos a esperar a que los gringos escriban algo,
nosotros lo traducimos y se lo damos a la gente.
Otra
razón es que yo mismo me quejaba: “Tiene usted razón, cómo es posible que no
haya nada que leer en español, es impresionante”. Y también decía: “Fíjese que
en Suiza, ahora que estuve allá, a la semana de que se anunció el hallazgo ya
había libros para la gente sobre él”. Pasé por el aeropuerto de Ámsterdam, y
allí ya había libros sobre el Higgs explicándole a la gente de qué se trata. En
Estados Unidos también hay textos, y es increíble que en nuestro país no haya
algo así. Entonces me di cuenta de que alguien tenía que escribirlos, y que
quizá no estaba mal que fuera alguien que estaba en la primera fila en el
laboratorio donde se descubrió, participando en el mismo experimento, pues a lo
mejor tenía también una cierta responsabilidad.
Me
cayó como un balde de agua una frase de Alfonso Reyes, quien acostumbraba decir
que escribir es una obligación para todos. Aquel tipo de experiencias me fueron
llevando a que, como a final de cuentas utilizamos el dinero de los impuestos
de los mexicanos para hacer las investigaciones, quizá también no solamente
estamos obligados a escribir sino también a explicarles qué estamos haciendo
con ese dinero, qué tipo de investigaciones realizamos y cuáles son los logros.
Todo
este tipo de cosas son las que lo llevan a uno a sentarse y a tratar de
escribir, desde la trinchera del investigador, que no tiene el entrenamiento
para hacerlo, pero que sí tiene quizá alguna perspectiva que podría ser
peculiar e interesante para la gente. Así, se trata de un texto que no proviene
de un escritor profesional, pero sí de un profesional de la investigación.
Eso
es lo que me ha llevado a escribir en mis ratos libres sobre lo que estamos
haciendo, sobre lo que está pasando en el mundo de la ciencia: tratar de explicarle
a la gente, que está exigiendo cada vez más, pero sobre todo a los jóvenes.
AR: En el libro también trata el
fenómeno que usted llama “higgsteria”, la curiosidad que despertó el bosón de
Higgs. En ese sentido ¿cómo ha observado usted la cobertura que los medios de
comunicación mexicanos le han dado a los temas científicos?
GHC:
Desde luego que sí ha habido una cobertura, y se ha dado prácticamente a partir
de la exigencia de la gente. Pero tengo la impresión de que en México hay una
cobertura excesiva de los temas políticos. Hay un exceso de programas de
televisión y radio dedicados a platicar sobre Andrés Manuel López Obrador y los
partidos políticos, por ejemplo, y eso es exagerado al grado del aburrimiento: son
temas que ya no tienen nada más que decir, pero se insiste en seguir hablando
sobre ellos. Les hemos dado en nuestro país una importancia extrema a las
figuras políticas, creo yo, y eso definitivamente tiene un costo en la
cobertura de los temas culturales y de la ciencia.
Creo
que éstos sí se cubren, básicamente porque hay una demanda de la gente, pero creo
que podría ser mejor: podríamos tener más libros, mejores secciones de cultura
y de ciencia en los medios.
AR: En el libro se menciona la
presencia de mexicanos en el CERN. ¿Cuál ha sido la contribución mexicana a las
investigaciones científicas que se realizan en el Gran Colisionador de
Hadrones, como el proyecto ALICE, del que usted también ha formado parte?
GHC:
México participa en el proyecto Gran Colisionador de Hadrones desde hace más de
20 años; en particular hemos trabajado en el experimento ALICE. Es la primera
ocasión que un grupo de mexicanos de diferentes instituciones del país trabajan
en un proyecto tan ambicioso, quizá el más importante en la historia de la
humanidad, en el que se plantean preguntas fundamentales. Es la primera vez que
México lo hace al nivel de responsabilidad más alto, que es el de diseñar y de
construir parte del detector.
México
ha diseñado, construido y operado tres de los 19 detectores que forman parte
del Gran Colisionador de Hadrones. Pero es más que eso: a mí me gustaría
también dejar claro que no es solamente que estamos haciendo detectores, como
lo hacen otros países como Francia, Alemania o Estados Unidos: creo que en el
experimento ALICE hemos hecho piezas que son fundamentales para el experimento.
Hace
poco yo comentaba que si uno revisa las publicaciones científicas de ese
proyecto, uno encuentra que entre las 10 más citadas de todo el Gran
Colisionador de Hadrones hay tres del experimento ALICE. Así, tenemos el 30 por
ciento de las citas científicas de este experimento.
Si
uno toma las publicaciones de ALICE, la más citada, que está junto a las
publicaciones del bosón de Higgs, se encuentra uno, por ejemplo, con un
artículo de cinco páginas en el que se cita 20 veces el detector que fue
diseñado y construido en México.
Eso
te da una idea del impacto que las actividades del grupo mexicano ha tenido en
este experimento: hemos construido un detector que es fundamental para éste.
Nuestra
contribución ha sido importante; estamos muy contentos por ello, y también nos
interesa mucho que la gente sepa que se está haciendo investigación de alto
nivel y que se están aprovechando los pocos recursos que tenemos para ello.
AR: En el libro usted hace una
reivindicación del diálogo con especialistas de otras materias. Quiero hacer
referencia a dos de ellas; la primera es que hay varias menciones a la
filosofía. ¿Cómo dialogan hoy la física y la filosofía?
GHC:
Los temas de investigación que aborda la física moderna son, como decía Octavio
Paz, los que los filósofos se plantearon antaño. Ahora esos temas son sujetos a
la investigación científica y los físicos los están abordando. Eso es muy
importante.
Creo
que buena parte de la actividad filosófica que se desarrolla todavía está muy
anclada en el pasado, aún se dedica a los problemas clásicos. Pero también
existe una buena cantidad de filósofos que están muy interesados en los
problemas más actuales. Hay, por ejemplo, una actividad muy intensa alrededor
del problema de la conciencia, en donde la participación de los filósofos es
fundamental: están allí y arrojan ideas, ponen propuestas sobre la mesa, sobre
cómo aproximarse y abordar los problemas de la ciencia. Allí el papel de los
filósofos es fundamental. Hay algunos muy modernos que se han metido en estos
asuntos muy espinosos y que están también en la mesa de los científicos, y allí
la interacción es muy intensa entre físicos, neurofisiólogos y filósofos.
Están,
por supuesto, temas como el origen del universo, que ha sido tradicionalmente
de la filosofía y que actualmente está sujeto a la investigación de los
físicos. Ése es otro de los puntos donde confluyen las ideas y las propuestas;
allí la física también se ha convertido en especulativa, y es donde los
filósofos que le entran a los temas de vanguardia hacen y discuten propuestas
que están muy cercanas a lo que los físicos están haciendo.
Entonces
sí hay una discusión muy interesante en esos terrenos de frontera, donde la
física está generando conocimiento y donde los filósofos también están
preocupados por ver qué es lo que está ocurriendo y qué puede ocurrir.
Creo
que en ese sentido los filósofos más metidos en los temas de la modernidad sí
están contribuyendo mucho a generar nuevas hipótesis, sobre todo.
AR: El otro diálogo que me
interesa: usted hace una descripción del origen del universo, de la vida,
productos de combinaciones físicas y químicas, que son tan complejas y
dilatadas que muchos consideran difícil no creer en que todo ha sido diseñado
por un agente externo. Entonces entramos al tema de la religión. Hacia el final
del libro hay un diálogo que sostienen usted y el teólogo Panos Charitos. En
ese sentido ¿cómo ha sido el diálogo entre la física, la ciencia, y la
religión?
GHC:
Todos sabemos de la relación tan árida que ha existido entre la ciencia y la
religión; conocemos episodios muy oscuros en el pasado, y una relación hasta
violenta, en la que, creo yo, la ciencia ha sido siempre víctima en el sentido
de que hemos observado la persecución que ejercía lo que antes era dominante
como ideología, que era la religión.
Pero
creo que eso ha venido cambiando, y considero que en los tiempos modernos ese
diálogo ha mejorado mucho: se ha civilizado, hemos aprendido a aceptar las
diferencias y también a conversar de una manera más serena sobre los temas que
preocupan mucho a los teólogos y a los físicos. Tan es así que en los últimos
años el CERN estuvo organizando simposios entre ciencia y religión, a los que
se convocó a teólogos de todo el mundo para que, con los físicos que trabajan
en el Gran Colisionador de Hadrones, dialogaran sobre el origen del universo,
pero también sobre temas epistemológicos, sobre qué significa la verdad para
unos y para otros. Esto muestra que hay una apertura en ambos lados por
acercarse y por tratar de ver cuáles son los espacios comunes, los términos que
podrían afinarse y poder dialogar.
Pero
yo no creo que eso venga a resolver ningún conflicto porque tampoco se trata de
resolverlo; son cosas separadas, que se enfrentan, que no necesariamente se
pueden conciliar, pero creo que podemos conversar sobre ello. Esa conversación
puede ser muy enriquecedora para ambos, y así se está dando, cada vez con mayor
apertura, lo cual creo que es muy bueno.
AR: También me llamó mucho la
atención que en la parte dedicada el Big
Bang, la Gran Explosión, dice usted que no fue ni grande ni explosión. ¿Por
qué entonces esa denominación?
GHC:
En la física hay muchos términos que resultaron ser equivocados; se van
generando lenguajes a medida que se va aprendiendo. Cuando se genera
conocimiento se debe generar también el lenguaje, las palabras para describir
los fenómenos nuevos. Esto siempre ha ocurrido en la física.
Pero
al hacerlo siempre se corre el riesgo de que los términos elegidos, las
palabras que se van construyendo pueden ser equivocadas porque el conocimiento
cambia. Hay muchos ejemplos de esto en la física, como ocurre con una de las
palabras icónicas: átomo, acuñada para decir que es indivisible, que es lo que
significa. Pero ahora vemos que los átomos sí se pueden dividir y que la
palabra resultó ser equivocada.
Así
hay muchas palabras en la física que, con el paso del tiempo, acabaron siendo
modificadas. Otra de ellas es Big Bang,
que utilizó Fred Hoyle para mofarse de la nueva teoría que se planteaba en el
siglo pasado, y para burlarse de ella utilizó las palabras Big Bang como para decir “llamarada de petate”. Ése era el sentido,
porque nosotros utilizamos esa expresión para referirnos a algo que es muy
pretencioso, que nos quiere apantallar con gran elocuencia de algo pero que realmente
no lo vale. En ese sentido Hoyle utilizó Big
Bang, pero se quedó como término para describir la gran explosión; la
traducimos así, literalmente, como Gran Explosión, pero en realidad se trató de
una diminuta aparición de luz, que tampoco podía ser Bang porque esta palabra se refiere a ruido, y el ruido se traslada
en el espacio, sólo que en aquel entonces no había espacio.
Nos
quedamos con esa terminología equivocada para señalar un fenómeno físico, pero
ocurre así y de esa forma se va generando el lenguaje. De vez en cuando es
bueno comentarlo para que la gente lo tenga más o menos claro y no acabe en la
palabra que signifique una idea equivocada.
AR: Para usted, que está muy cerca
de los grandes avances científicos contemporáneos, ¿cuáles considera que
pudieran ser los siguientes grandes descubrimientos en materia de física? Por
allí menciona, por ejemplo, la parte oscura del universo.
GHC:
Creo que el proyecto del Gran Colisionador de Hadrones se plantea preguntas muy
importantes y muy profundas, y creo que los avances podrían llegar como
respuestas a esas cuestiones. Algunos de ellos son, por ejemplo, la existencia
de dimensiones extra, más de las que podemos percibir. Nosotros vivimos en un
mundo de tres dimensiones espaciales y una temporal, pero no hay nada que
prohíba que exista una quinta dimensión. Un avance importante podría ser la
observación de ellas.
También
creo que en los próximos meses o años podríamos ver partículas nuevas que nos
digan algo sobre las teorías que debemos adoptar para entender el universo, que
podrían darnos una respuesta al problema de la materia oscura. Sabemos que ésta
representa la mayor parte del universo, más del 90 por ciento de lo que nos
rodea, y no sabemos qué es. Es un problema central de la física moderna, y yo
creo que en los próximos años nos quedará claro.
También
tendremos mejor idea del universo temprano y aprenderemos a dar una respuesta
al problema de la materia y de la antimateria. Creo que todos estos avances que
están por llegar son algunos de los temas en los que la física dará nueva luz.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 186, mayo de 2016.
1 comentario:
Espectacular, como para pensar en algo del más allá desde el más acá... el cotidiano sobrevivir es la trampa que no deja divinizarnos en la exploración de la creación, o de lo siempre transformado...
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