Una ciudad envejecida y empobrecida se estremece…
Entrevista con Ricardo
Becerra*
Ariel Ruiz Mondragón
Tras los días de
máxima emergencia que vivió Ciudad de México tras el sismo del 19 de septiembre
del año pasado, en las siguientes semanas se comenzó a desarrollar otra tarea
fundamental: su reconstrucción.
Para atender esa
inmensa labor se integró una Comisión de Reconstrucción, integrada por
especialistas de diversas áreas. Al frente de ella quedaron Ricardo Becerra
como comisionado y Carlos A. Flores Vargas como coordinador general. Ambos
vivieron intensas jornadas, lo mismo en recorridos con los afectados por las
muy diversas zonas dañadas, que en sesiones con expertos en ciencia y
tecnología para poder atender de manera eficaz la enorme tarea que emprendieron.
A un año del
temblor, ahora ambos presentan “un testimonio vital” de aquellas jornadas y labores
en el libro Aquí
volverá a temblar (México, Grijalbo, 2018),
en el que hay relatadas desde vivencias muy sentidas de la tragedia, hasta una
descripción, un balance y propuestas de la política de reconstrucción de la
ciudad, idea que va mucho más allá de la simple construcción material.
Acerca de ese
libro conversamos con uno de los autores, Ricardo Becerra, quien es licenciado
en Economía por la UNAM. Fue asesor en el Instituto Federal Electoral en dos
periodos (1996-2001 y 2008-2013), y ha sido consultor para la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe. Actualmente es presidente del
Instituto de Estudios para la Transición Democrática, ha colaborado en
publicaciones como Nexos, unomásuno, Reforma, Economía
informa, El Universal, Voz y Voto, El Economista, Voices of Mexico y La Crónica
de Hoy. En 2004 obtuvo los premios
Premio Nacional de Periodismo y Ondas Iberoamericano por el guion de la serie
“México, historia de su democracia”.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro como el suyo? Como se dice en él, es el testimonio de dos hombres que
fueron responsables del momento inicial de la reconstrucción, es un balance de
lo que se ha hecho bien y se ha hecho mal en ella y una descripción de ese
proceso.
Ricardo Becerra (RB):
El propósito de haber redactado el libro es que la ciudad no olvide; como bien
reitera Héctor de Mauleón, Ciudad de México vive los sismos como si fuera el
primero. Siempre mal preparada, desorganizada, con protocolos absolutamente
insuficientes y con un espanto que no le permite afrontar correctamente una
emergencia no ante un riesgo, sino ante la certeza de que aquí va a volver a
temblar.
El
objetivo de Carlos Flores y el mío es que Ciudad de México, por ningún motivo,
olvide lo que pasó hace un año, y nos preparemos para el inevitable sismo que
llegará en algún momento.
AR: ¿Qué es lo que debemos entender
por reconstrucción? En el libro se dice que no es nada más una nueva
edificación material y la recuperación de espacio público, sino también es
proceso de reorganización social y de reordenamiento vital de las personas.
Incluso en algún punto también llaman a asumir la tristeza de los damnificados,
al mismo tiempo que se rechazan ideas como “la refundación de la ciudad”.
RB:
En efecto, a la reconstrucción le falta su discurso aún hoy. Todo parece ser
una respuesta reactiva a presiones inmediatas, o la pequeña ambición de un gran
programa de vivienda.
Pero
la reconstrucción es mucho más que eso: es dar la certeza a miles de ciudadanos
de que su gobierno va a estar allí, probablemente no dándoles todo de manera
gratuita, acompañando el muy sufrido proceso de recuperación del patrimonio.
Hay
que entender con mucha claridad el significado vital que tiene perder el
patrimonio: como dice Naciones Unidas, la pérdida de un hijo y la del
patrimonio son las dos peores cosas que le pueden pasar a un ser humano. Si no
nos involucramos e implicamos directamente en esta dimensión, y el Estado se
muestra allí, no se ha entendido que el sismo o la catástrofe tienen unas
implicaciones anímicas que convierten a las personas en personajes únicos.
AR: La primera parte del libro trae
un testimonio muy vívido de esas situaciones. También sobre ello se anota que
el sismo nos mostró lo mejor de los ciudadanos, pero también lo peor no sólo de
la condición chilanga sino también de la humana. ¿Cuáles son los mejores
ejemplos de cada uno de esos aspectos que le tocó observar?
RB:
A favor está el gran ejemplo de los profesores que vivieron el sismo, se les cayó
media escuela y los niños estaban absolutamente espantados. Fue una escuela de
tiempo completo (es decir, salen a las cuatro de la tarde), y los profesores
hicieron todo lo posible para entretener, hacer jugar a los infantes, quitarles
los nervios en medio de las ruinas recién caídas, con el tráfico suspendido y
con los padres llegando a cuentagotas por ellos. Esa jornada terminó como a las
siete de la noche. Cuando entregaron al último niño (por fortuna nadie pereció),
todos los profesores se echaron a llorar y a correr en busca de sus propios
hijos.
Es
decir, ese sentido del deber de esos profesores es absolutamente conmovedor.
Imagínate la escenografía: muros caídos, un edificio que se enderezó contra la
escuela, el rumor de las ambulancias, y ellos jugando con los niños para
tranquilizarlos.
Lo
peor que vi fue, sin duda, una burocracia con una actitud totalmente antipática,
encerrada en sí misma, que al mes de la emergencia había agotado toda simpatía,
toda energía para atender al público, y que se recluyó inmediatamente en sus
rutinas y en sus circuitos más o menos banales.
Esta
circunstancia es una de las más desesperantes que enfrentan los responsables de
la reconstrucción que quieren hacer su trabajo. Pero si te encuentras con una
burocracia con pachorra, llena de inercias y de vicios en un momento álgido,
pues recibes un shock anímico y
político.
AR: En el libro se dice que el
sismo se ensañó con los adultos mayores: casi 60 por ciento de los damnificados
son personas de más de 50 años de edad. Se destaca que son gente que ya no
tiene las energías ni las posibilidades de recuperar lo perdido. ¿Qué nos dice
este dato acerca de la tragedia, de personas cuyo patrimonio era su casa y una
raquítica pensión?
RB:
Nos informa que estamos en una ciudad envejecida, tanto humana como
estructuralmente. Ciudad de México no se ha renovado ni modernizado ni
reconstruido como debería. Los edificios y las casas caídas son esencialmente viejas,
habitadas también por adultos mayores.
Entonces
tienes un círculo vicioso en el que ellos, si bien lucharon toda su vida por
tener ese espacio, con pensiones e ingresos tan bajos no tienen lo suficiente
para mantener esas estructuras y resultan ser las más frágiles cuando viene una
catástrofe. Esa dimensión humana es uno de los asuntos que hay que entender con
mucha mayor precisión.
Que
el sismo se haya ensañado sobre todo con las mujeres, y con las adultas mayores
especialmente, plantea un reto formidable al Programa de Reconstrucción y al
plan de acompañamiento para dar seguridades y certezas a esta gente que no
tiene posibilidades de obtener salidas de mercado, de obtener un crédito,
etcétera.
AR: Se señala que una parte de la
reconstrucción la debe atender el Estado, pero también puede haber soluciones
de mercado. ¿Cómo se han combinado ambos aspectos en el proceso de
reconstrucción?
RB:
Siempre dijimos: ni la solución tecnocrática de que hay una sola sopa y te la
tragas, pero tampoco la populista, de que todo gratis. Lo que hay que hacer es
un montón de programas y de medidas que puedan ir solventando los múltiples
problemas que van a enfrentar las comunidades y las personas en sus procesos de
reconstrucción.
Hay
un ejemplo en el libro que me parece muy elocuente: la pobreza y el
envejecimiento urbano no está en Xochimilco, Tláhuac o Iztapalapa, sino en la
Condesa. Allí un edificio de seis pisos se colapsó; vivían allí seis tipos de
familia: unos muchachos jóvenes muy exitosos, un artista más o menos reconocido
y hípsters típicos de esta colonia,
pero también el edificio era habitado por otras tres familias: una pareja de
adultos mayores de 65 años, una viuda de setenta y tantos, y dos hermanas de la
tercera edad.
Al
quinto día las tres familias jóvenes ya estaban buscando crédito para
reconstruir su casa, pero ¿y las otras tres? Allí el Estado debe ser el que
intervenga, en el mismo predio, para ayudar a solucionar no sólo los problemas
personales sino la conflictiva vecinal. Te has de imaginar que para unos, los
otros representan una carga, un entorpecimiento. Entonces la negociación y la
concertación vecinal, que forma parte esencial de la reconstrucción, es otra de
las condiciones críticas del proceso.
AR: Al respecto, ¿qué nos mostró
socialmente el sismo? Para el caso de Chimalpopoca recuerda a las trabajadoras
y la precariedad laboral que, mínimamente, viene de 1985.
RB:
Insisto: el problema social más importante es el del empobrecimiento general.
Seguramente hay gente a la que le ha ido bien y muy bien en Ciudad de México,
pero en general el empobrecimiento está a ojos visto.
Nuestros
recorridos, no darle citas burocráticas a quien más ha sufrido, eran parte
esencial de la política de reconstrucción. Fue ir directamente y padecer lo que
se sufre, con mentadas, enojos, reclamos, demandas. Pero si sabes explicar en
qué sí se puede ayudar, se establece una muy buena relación con los vecinos. Lo
que descubrimos en 154 puntos, los más críticos de la ciudad, donde estuvimos,
es que, en general, el descuido, la falta de mantenimiento porque no hay
ingresos para echarle una manita a las bases estructurales de las casas, es una
constante.
Hay
un mito de que México es un país de clases medias, que dio origen a un famoso
libro cuya observación sociológica era que se veía cómo en sus construcciones la
gente pobre deja los castillos pelones con sus botellas de Coca para evitar los
rayos, lo cual es porque saben que van a tener una casa de dos pisos.
Pero
esa es una mala parábola: lo que nosotros descubrimos en el terreno es que los
pobres saben que sus hijos no van a encontrar casa, y cuando contraigan
matrimonio van a necesitar un cuarto donde vivir, el que están preparando en su
misma casa. Lo terrible del asunto es que, al prepararlo, no están conscientes
de que deben hacerlo con cálculos nuevos y con técnicas constructivas
compatibles con el primer piso. Así, encontramos casas construidas con
ladrillo, luego con concreto y luego con un tipo de adobe y con amarres muy
precarios.
Sobre
esas casas, que están sobre todo en Iztapalapa y también en Xochimilco, donde
son un fenómeno masivo, cayo parte del ensañamiento de la catástrofe.
AR: Veamos el panorama ideológico:
¿cómo ha impactado el neoliberalismo en este desastre? En el libro se habla de
las consecuencias de la desigualdad, de mantener la disciplina fiscal y la estabilidad
económica aun a costos muy altos.
RB:
La falta de inversión en infraestructura ya tiene efectos dantescos en la
ciudad. Te cuento una anécdota que no pusimos en el libro: muy cerca de los
grandes rascacielos de Reforma, a unas cuatro cuadras, por la zona de la
Tabacalera, hubo edificios viejos dañados. Éstos exhibieron las entrañas de la
infraestructura de la ciudad: nos encontramos que allí, a tres cuadras del
México hipermoderno, tenemos un sistema de aguas con ductos de cerámica de
1910. Imagínate la presión y la demanda de agua que ejercen esas enormes
torres, y nosotros las alimentamos con unos ductos antiquísimos.
Esta
falta de inversión en la estructura básica es una de las cusas efectivas de la
catástrofe que vivió Ciudad de México y, estoy seguro, el resto de los estados.
El
segundo tema es la parálisis mental: los neoliberales, por alguna razón, se
petrifican, y aunque algunos no sepan que lo son, adquieren todos los
prejuicios que contiene esa ideología. Escuché decir a un altísimo funcionario
del área jurídica de Ciudad de México, que no debíamos hacer expropiación, cuando
en las ciudades ese expediente es uno de los más útiles en un momento de
desastre.
¿Por
qué la gente no quiere salirse de sus casas? Porque va a venir el invasor,
aunque esté viviendo en altísimo riesgo. Allí la medida del Estado es expropiar:
da un dinero en efectivo y la gente no pierde tu patrimonio, que se convierte en
líquido. Entonces, por ejemplo, la zona de grietas se desocupa, se acomete una
demolición y se hace un dictamen de ingenieros que diga “aquí ya no se puede
construir”.
Estas
taras y parálisis mentales afectan el proceso de reconstrucción en Ciudad de
México.
AR: Pero, como se señala en el
libro, incluso los propios damnificados están muy preocupados por su propiedad.
Es interesante cómo entre ellos también ha penetrado la ideología neoliberal y
se oponen a una medida que los podría beneficiar.
RB:
Era una doble vuelta de tuerca: incluso a los que podían ser beneficiados con
ella la expropiación les sonaba mal. Yo creo que ahí era más bien un asunto de
sospecha con el Estado, otro prejuicio neoliberal, aunque, claro, en nuestro
caso hay ejemplo en los que se constató que, en efecto, hay que ser muy
desconfiados. En esa sociedad vivimos.
AR: Pero también retratan la
solidaridad, que es muy grande pero muy episódica. Hablan de la sociedad civil
y que se pueden recomponer sus relaciones con el gobierno. Después de 1985
muchos destacaban un enfrentamiento entre sociedad civil y gobierno, y en este
proceso, dicen ustedes, hubo hasta admiración mutua. ¿Cómo puede ser esa
relación?
RB:
Fue buena a pesar de los dos: el sentido de la emergencia, la urgencia de
recatar vivos y cuerpos, no daba mucha oportunidad a ideologizarse. Muy
rápidamente se acomodaban todos en los momentos del rescate. Después hubo una
política lo suficientemente poderosa para que esa solidaridad y esa
movilización social tuvieran un cauce.
Nosotros
propusimos la creación de una red de ciudadanos entrenados por el gobierno,
dotados de equipo, para que fuesen los personajes de colonia que todo el mundo
sabría identificar como los líderes porque están capacitados para enfrentar una
emergencia. Pero esa iniciativa no se ve (otra vez: la reconstrucción es
“levántese la casa”. No es eso, aunque también sea parte de la reconstrucción).
Después
la desconfianza estalló donde más duele: en el dinero público. El episodio del
presupuesto en la Asamblea Legislativa (para mí inexplicable) terminó de
bloquear las posibilidades de una relación sana entre el gobierno y las
organizaciones de la sociedad civil. Todo después ya fue puntual, para
proyectos muy específicos, pero no para acometer una nueva idea de orden urbano.
AR: En otra parte se dice que vivir
en democracia no es sencillo, y se habla de la pluralidad, de los Ejecutivos,
de la Asamblea, de los medios. ¿Qué ventajas y desventajas tiene la
reconstrucción en un “áspero ecosistema democrático”, como se le llama en el
libro?
RB:
Creo que si algo venturoso ocurrió fue que el gobierno de la ciudad y el federal
movilizaron un montón de recursos e instrumentaron muchas iniciativas en el
momento de la emergencia, que sí fue bien atendida y lo fue masivamente. No
faltó nada de lo básico.
Los
problemas comenzaron una semana o semana y media después de la emergencia,
cuando ya se debía preparar la siguiente fase, propiamente la de
reconstrucción. Entonces la sociedad, los ciudadanos, los electores estaban
viendo nuestra actuación y evaluando, lo que llevó como un resorte a una
respuesta muy grande del gobierno. El problema fue que los gobiernos, federal y
local, no estaban preparados para la siguiente etapa: no hay protocolos ni una
sistematización de experiencias que les permitiera ir tomando decisiones
ordenadas.
Te
pongo un ejemplo: debimos haber tenido lista una plataforma electrónica bien
habilitada para ubicar la geografía del daño. Se construyó sobre la marcha con
muchos problemas, incluso conceptuales; se quiso hacer una metadata cuando lo
que se necesitaba era certeza jurídica, un dictamen. Es lo que necesitabas para
empezar; si luego le quieres meter más cosas está bien, pero para atender la
primera etapa había que hacer esta plataforma, y no la teníamos. Esto es una
lección que debe asumirse: hay que tener una plataforma preconstruida y un
administrador predestinado a hacer estas tareas.
La
competencia, el pluralismo genera una necesidad de responder mucho más rápido,
pero esta necesidad se bloquea a sí misma por falta de experiencia, por
carencia de protocolos, por burocracia y, en algunos momentos, por corrupción.
AR: También hubo politización, que
en el libro va desde el joven de un partido que les grita y hace denuncias
fuera de lugar durante una reunión con damnificados, hasta el episodio del
presupuesto 2018 en la Asamblea Legislativa, que motivó su renuncia de la
Comisión. ¿Qué hay sobre esto?
RB:
Me parece que, otra vez, no se entendió el concepto de reconstrucción: que
ésta, por su emergencia y por su naturaleza crítica, debe estar por arriba del
pleito político normal, y que la Comisión no debe responder a los amarillos, a
los morados o a los tricolores. La reconstrucción tiene que estar por encima de
ellos y generar criterios iguales para la atención de todos. Esto es lo que más
extraño yo de la reconstrucción de Ciudad de México porque parece que los
beneficios llegan caprichosamente. No se tiene un catálogo de criterios de
carácter universal para apoyar del mismo modo a perredistas, panistas o morenistas.
Se trata de damnificados y el sesgo político no debe importar.
Esa
es, creo, la falla más importante de la comprensión de la reconstrucción.
También está la mala coincidencia entre el temblor y el inicio del proceso
electoral, que fue veneno puro. En noviembre ya los actores políticos tenían un
ojo en la reconstrucción y otro en la elección. Eso distraía muchísimo y
sesgaba muchas de las decisiones.
AR: En el proceso de reconstrucción
hubo muchas tensiones: por ejemplo, la Comisión tenía que operar de manera que
se evitara la precipitación, pero también que no se cayera en la petrificación
y que se notara que había avances. Otra es conciliar las demandas de la calle,
con los damnificados, pero también tomar muy en cuenta a la ciencia y la
tecnología. ¿Cómo se resolvieron estas tensiones, paradojas, contradicciones,
enfrentamientos?
RB:
Si hay algo que deprime, angustia y derrota anímicamente a un damnificado es la
contemplación diaria de su patrimonio destruido. Ese es el catalizador de la
amargura social más importante que he visto. Por eso si el gobierno no tiene
todo el dinero para decir “me encargo de esto”, lo que debe plantear son las
fases de la reconstrucción para que, ante los ojos de los damnificados, la
reconstrucción no se detenga.
Por
ejemplo: los dictámenes no deben faltar. Son absoluta prioridad. Segundo: los
apoyos de renta, que a la mejor son pequeños pero ayudan, sobre todo a mujeres
madres solteras y adultas mayores. Tercero: demoliciones; cuarto: retirar las
pertenencias y habilitar un programa de resguardo en bodegas; quinto: asambleas
vecinales y constitución de fideicomisos para que el gobierno pueda suministrar
algunos recursos y que las construcciones no se detengan.
Este
es el sentido que tiene tener una Comisión de Reconstrucción: ir orquestando, no
a tontas y a locas, sino con una explicación a la gente sobre cómo la va a
ayudar el gobierno y estar en un diálogo permanente con ella.
Ahora
tienes una reconstrucción en la que ya se comprometió gratis una reconstrucción
en Tlalpan; bien, pero se tiene, por otro lado, un conflicto vecinal atorado a
10 cuadras de allí. Así, sin que se haya concluido la dictaminación, ya se está
avanzando en un lado y apenas se va a empezar rn otro. Es la ausencia de
criterios universales.
AR: Hay varios problemas
mencionados a los que no solemos poner atención, por ejemplo, la conflictiva
relación con el agua, la amenaza agrícola sobre las zonas de reserva ecológica
y el imperio del automóvil. ¿Qué nos dice de estos puntos?
RB:
La reconstrucción es también un replanteamiento de la infraestructura esencial
del agua. En este momento se puede organizar un gran programa de vivienda, pero
sin haber resuelto el problema del líquido y sus enormes fugas, lo que se va a
hacer es un montón de casas sedientas. Entonces la reconstrucción debe tener un
panorama más o menos amplio de lo que va a significar. Por definición ningunos
recursos alcanzan; es tal el rezago en la infraestructura de la ciudad y de
México que hay que hacer intervenciones estratégicas.
Por
el problema del agua la ciudad hoy es más vulnerable, porque la explotación a
lo bestia de los mantos acuíferos ha debilitado el suelo y lo ha modificado, de
modo que estamos más expuestos a los rigores de las ondas sísmicas. Ese es un
problema esencial para el siguiente desastre. Esperemos que ya no tengamos
tubos de cerámica.
Otro
asunto es que vamos a tener que replantear varios aspectos de la vida urbana;
una de las grandes cosas que todavía se realizaron con Mancera fueron las
nuevas normas constructivas. Puedes ver por toda la ciudad la proliferación de
esos edificios que dan paso al automóvil en la planta baja; para dar paso al coche
se hacen columnas delgaditas. Ante un sismo que se aceleró, como el del año
pasado, esas patitas se tambalearon. Una de las características del sismo es
que dañó sobre todo primeros, segundos y terceros pisos, precisamente porque
fueron las columnitas las que se trozaron, se cortaron o se movieron.
Entonces
hay una nueva gran tarea de reforzamiento de edificios en la ciudad, que espero
la tomemos en serio, sobre todo los dueños de los edificios.
AR: ¿Y qué pasa con la agricultura?
RB:
El 99 por ciento de la economía de la ciudad se mueve entre la industria y,
sobre todo, los servicios. Sin embargo, lo que estamos haciendo es invertir o
sostener una actividad altamente demandante de agua, como la agricultura, para
un beneficio muy pequeño en el contexto de la ciudad.
Yo
no hablo de que se despoje de su actividad a los que actualmente están en la
agricultura, sino de que hay que tener una política radical, drástica, para
evitar la tala de árboles y mayor actividad agrícola, sobre todo en el sur de
la ciudad. En ese aspecto nos va la vida porque allí es donde se recarga lo
principal de los mantos acuíferos de la ciudad.
AR: El sismo dejó ver una
solidaridad que dura un rato, por lo que hay que fortalecer la sociedad civil.
Pero en el libro hay un dato brutal: 72 por ciento de los mexicanos no confiamos
en nadie fuera de la familia. ¿Qué efectos tiene esto no sólo en la
reconstrucción sino en la convivencia de los mexicanos?
RB:
Sin embargo, como se ve la gráfica que viene en el libro, en el momento de la
desgracia subió nuestra autoestima…
AR: Pero luego bajó…
RB:
Sí, volvió a precipitarse. La solidaridad misma generó una espiral positiva de
autoestima, de respeto al otro, de compañerismo, de camaradería que no había
visto la ciudad en mucho tiempo. En el libro hay un ejemplo del ratero que
llega a ayudar en San Gregorio, Xochimilco. Había un manto ante la desgracia
para ayudarnos.
Eso
debe aprovecharse y debemos tomar medidas para que cristalice en organización
más permanente y en demandas más sostenidas. Como te digo, los voluntarios de
Ciudad de México tienen que ser una institución; la organización vecinal
tendría que ser otra, sobre todo, en el ejercicio de protocolos de seguridad.
No bastan una vez al año, sino que se ejerciten con más frecuencia, porque
están en el papel pero no se hacen.
AR: Para mucho de esto se requiere
dinero. Dicen en el libro: “Sin recuperación económica no es posible la
reconstrucción urbana”. ¿Cómo vamos en ello?
RB:
La reconstrucción tiene también ese filón. Tengo la impresión de que la fase a
la que debemos entrar es la de programas de reconstrucción delegacionales, y
que en ellos haya criterios iguales para que no importe que gobierne un
amarillo o un morado y que se incluya la dimensión de desarrollo económico,
entendido como proyectos de cierto estándar para la reactivación y el
mejoramiento tecnológico y económico de la ciudad.
Por
ejemplo, creo que es muy importante pensar en una planta potabilizadora en la
zona de Iztapalapa; allá hay mucho escurrimiento de agua, al contrario de lo
que se cree. Pero si se acompaña la reconstrucción de una moderna planta de
potabilización no solamente generas un beneficio a los iztapalapenses sino
también empleo, tecnología y se vincula con escuelas, etcétera.
AR: En febrero de este año se acabó
la primera Comisión de Reconstrucción. Usted ha seguido trabajando con asuntos
de desastres y le ha seguido dando seguimiento a los trabajos de
reconstrucción…
RB:
Es una experiencia que te marca de por vida.
AR: Después de la primera Comisión,
¿qué opina de cómo se han seguido desarrollando los trabajos de reconstrucción?
RB:
Veo que la reconstrucción ha caminado, que se han tomado decisiones correctas, que
se ha avanzado en asuntos centrales del proceso, como las demoliciones.
¿Cuáles
son los problemas más importantes? Uno, ya lo dijimos, es la falta de criterios
universales. Segundo: el censo. La reconstrucción puede tener muy fácilmente un
sesgo clientelar, de atender a un grupo consentido, a una fracción, a los
afiliados. Esa tentación allí va a estar.
La
ausencia de censo es una de las más graves pifias de la reconstrucción; una
instancia profesional del Estado, que está arriba de cualquier sospecha, debe
hacerlo. Lo debe desarrollar el INEGI, la institución que sabe hacerlos en
México. Nosotros le habíamos mandado ya un oficio, y había dicho que en
principio sí, si había recursos para organizar el censo de damnificados. Pero
por diferentes razones en la ley quedó que las dependencias de la ciudad iban a
hacer censos. Eso es un error: las dependencias de la ciudad no saben hacer
censos, y hacerlos es un asunto muy complicado.
*Entrevista publicada en etcétera, núm. 216, noviembre de 2018.
1 comentario:
Excelente entrevista ( la peor cosa que puede pasar perder un hijo y perder el patrimonio) muy bueno tu trabajo
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