Vivir en la sociedad de la
desinformación
Entrevista con Marc Amorós Garcia*
Ariel
Ruiz Mondragón
Con el advenimiento del mundo virtual una
vieja práctica comunicativa adquirió dimensiones extraordinarias, lo que ha
tenido consecuencias cada vez más graves no sólo para el periodismo sino para
la sociedad entera: la fabricación y difusión de fake news, información falsa.
“Amigos
y amigas, no hay duda de que estamos dejando de ser una sociedad de la
información para adentrarnos en la sociedad de la desinformación. En la
sociedad de la información falsa”, advierte Marc Amorós Garcia en su libro Fake
News. La verdad de las noticias falsas
(México, Plataforma Actual, 2018).
El
apogeo actual de las noticias apócrifas es analizada, de forma por demás
divertida y didáctica, por Amorós Garcia, quien recorre los diversos recovecos
del problema desde las trampas del cerebro hasta la utilización de fake news por los gobernantes, sin dejar
fuera las transformaciones recientes del periodismo debidas al cambio
tecnológico.
Sobre
el libro conversamos con Amorós Garcia, quien es licenciado en Periodismo por
la Universidad Autónoma de Barcelona. Creador de contenidos audiovisuales, ha
dirigido programas de en Movistar +, La Sexta y TVE, además de colaborar con
Antena 3, Tele 5, RNE, RAC 1 y Cadena Ser.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro como el suyo?
Marc Amorós Garcia (MAG):
Porque creo que las fake news son un
fenómeno que ha irrumpido con fuerza desde la victoria de Donald Trump en
Estados Unidos, que es un fenómeno global que nos afecta como usuarios y
consumidores de información. Creí necesario hacer un libro que abordara el
fenómeno para explicarlo y hacerlo comprensible a todo el mundo, y que invitara
a la reflexión sobre qué tipo de información consumimos hoy.
AR: Al principio del libro hace una
afirmación: “No hay duda de que estamos dejando de ser una sociedad de la
información para adentrarnos en la sociedad de la desinformación, en la
sociedad de la información falsa”. ¿Cuáles son las características de esta
nueva situación?
MAG:
Desinformación ha habido siempre, lo que pasa es que nunca había tenido tanto
impacto y recorrido como ahora. En juego tenemos un elemento nuevo: las redes
sociales. Este es un primer elemento clave de esa sociedad de la desinformación
que sufrimos: las redes sociales permiten la difusión y la viralización casi a
escala mundial, en un espacio-tiempo muy veloz, de todo tipo de información
falsa. Antes esta existía pero estaba muy acotada o controlada, bien porque no
salía de reductos, de círculos cerrados de amigos, de vecinos, o quedaba muy
circunscrita dentro de las fronteras de los países.
Ahora
la información falsa viaja más allá de esos límites, se crea en otros sitios e
impacta en las sociedades.
Por
lo tanto tenemos, por un lado, el elemento de las redes sociales como creador y
difusor de fake news, y por el otro una
gran libertad y facilidad de acceso a todo tipo de información.
Nos
encontramos en una sociedad en la que ya no estamos informados sino que sufrimos
una sobreinformación que, como personas, somos incapaces de digerir. Nos
empacha la cantidad de información que recibimos, por lo cual tenemos que hacer
una búsqueda selectiva. Pero se cuela mucha información falsa: el cerebro lo
que hace es ir a buscar la información que le da la razón; es decir, confirma su
opinión. Por ello nos estamos construyendo información a la medida, y
descartamos toda la que nos dice lo que no queremos oír.
Esa
situación nos lleva a una sociedad que cree estar muy informada, pero que en
realidad está muy confirmada. Es una sociedad que confirma su opinión mediante la
información que selecciona y consume, por lo cual estamos desinformados.
AR: Menciona una encuesta que
señala que 86 por ciento de los españoles tienen problemas para distinguir
entre la información falsa y la verdadera. Y parece que en ello toma parte el
cerebro. ¿A qué se debe esta dificultad?
MAG:
Se juntan varios factores. El primero es el consumo digital de información, que
nos lleva a un consumo hiperveloz e hiperinmediato. Apenas leemos más allá del
titular y sólo consumimos información a partir de cuatro inputs que se presentan a un simple golpe de vista.
El
desarrollo de la información pierde importancia para nosotros como consumidores
porque a lo que nos llevan las redes sociales es a vivir unos tiempos hiperinmediatos:
creemos tenemos que consumir muy rápido. Es el fenómeno McDonalds de la
información.
Tenemos
un cerebro que es vago per se, que
sólo consume información a golpe de titular y que busca hacernos felices, por
lo cual lleva muy mal la contradicción y pretende situarnos en nuestra zona de
confort. Así, cuando el cerebro va a buscar información aplica lo que neurólogos,
sociólogos y sicólogos llaman sesgo de confirmación, que es: voy a buscar
aquella información que dice lo que yo quiero oír.
Es
muy difícil luchar contra esta voluntad cuando se accede a una información que
confirma nuestra opinión; deja de ser importante o pasa ser relativo si la
información es falsa o no porque tenemos la razón, porque seguramente nuestra opinión
es lo más importante que tenemos y no podemos estar equivocados.
El
cerebro tiene otro mecanismo que hace peligrosas las informaciones falsas: lleva
muy mal hacer back up de información.
Tenemos un disco duro que almacena muchos datos, pero que no los sabe ordenar
bien; por ello, cuando más adelante intentamos recuperar una información que
vagamente nos suena, decimos: “¿Esto dónde lo leí, lo vi, lo oí? Esto era así”.
Cuando el cerebro recupera esa información autorrellena los huecos de memoria, porque
no permite la falla. El cerebro no está programado para fallar sino para
acertar, por lo cual da una trama de veracidad a una información que sólo recordamos
vagamente, pero negamos esto último porque lo que siempre buscamos es
autoafirmarnos frente a nosotros mismos, y a la comunidad.
Hace
muchos años, Ignacio Ramonet decía que informarse cuesta porque requiere de un
ejercicio y de una voluntad. Yo creo que ahora mismo lo requerimos más que
nunca porque, ahora con las redes sociales, pocos estamos dispuestos a hacerlo.
AR: ¿Cuál es la responsabilidad de
los medios de comunicación tradicionales en esta situación? El libro es también
una suerte de reivindicación del periodismo, aunque hace algunos señalamientos
muy críticos sobre la velocidad, la necesidad del clic, la prisa por ganar la
novedad, el peso de las imágenes e incluso el modelo de negocio.
MAG:
Quiero pensar que los medios de comunicación son víctimas del fenómeno, que nunca
son partícipes; lo que pasa es que si miramos atrás, de un tiempo a hoy viven
inmersos en una gran crisis que irrumpió cuando floreció el negocio digital y empezó
el consumo de información a través de internet. Entonces entraron en una crisis
basada en su modelo de negocio.
Ahora
los medios de comunicación están instalados en una cultura del todo es gratis
en internet. Parece que nadie está dispuesto a pagar por la información porque es
gratis, cuando por la que ofrecían los medios de comunicación tradicionales
siempre se ha pagado de una forma u otra.
Los
grandes creadores de noticias están ahora en una política en la que intentan
monetizar la creación de esa información porque cuesta dinero, pero no
encuentran fórmulas que sean efectivas. Antes, más allá de lo que pagaba el
usuario o el comprador de un periódico, la publicidad era el gran medio de
financiación de los medios de comunicación. Ahora en internet por un banner no se paga más que céntimos si lo
comparamos con lo que se pagaba por una página en un periódico. Claro, en esta
crisis los medios de comunicación intentan monetizar su trabajo en internet, y
aquí es donde caen en la dictadura del clic y del refresh.
Entonces
hay dos dictaduras: primera, hay que generar impacto para que la gente haga
clic y eso reporte ingresos y, segunda, hay que refrescar constantemente la
portada del periódico para que haya tráfico y para que la gente venga y venga.
En internet la buena información no se premia, lo que sí ocurre con el tráfico.
Entonces
los medios de comunicación están atrapados: hay que generar más noticias que
nunca, producirlas gratis y de forma que llamen mucho la atención, en un océano
donde hay muchos más competidores que antes. Todavía están navegando en aguas
bastante turbias y turbulentas.
Cada
uno de los medios de comunicación, en aras de fidelizar una audiencia, ha ido
apostando por un segmento ideológico del mercado, por lo que han ido cocinando
la información para contentar a los suyos. Volvemos a lo mismo: el sesgo de
confirmación del cerebro.
Si
yo creo un periódico enfocado en mi segmento de mercado, y quien me compra es
de cierta ideología, pues voy a darle a los lectores la información enfocada en
que se reafirmen sus opiniones. Esto lleva a una tergiversación de la
información, que puede ser de plastilina y puedes amoldarla. Pero la
información debe ser fiel a la realidad y no mezclarla con prejuicios o con
opiniones. El periodismo debe basarse en hechos y no en opiniones.
Yo
creo que de un tiempo a hoy los medios de comunicación tradicional han ido
diluyendo esa barrera hasta encontrarnos en este escenario, que seguramente era
impensado pero que ahora es real. Ahora hay que ver cómo recuperamos la
confianza social que hemos perdido por estas prácticas.
AR: También ha surgido el llamado
periodismo ciudadano, que es mencionado en el libro. La gente se pone a
reportear desde que le toca testimoniar algún hecho, pero desconoce las reglas
del periodismo. ¿Qué ventajas y desventajas observa en el periodismo ciudadano?
MAG:
Es maravilloso en tanto consigue acercar al periodismo a lugares y realidades a
las que muchas veces le es difícil llegar. Pero volvemos a uno de los
fundamentos de la práctica periodística: toda fuente de información es válida
siempre y cuando un periodista pueda refutar con datos la información de esa
fuente.
Sin
ningún tipo de filtro periodístico no hay forma de garantizar que una persona
nos está diciendo algo que realmente sea contrastable, fiable y confiable. Así
cada quien puede decir lo que quiera.
En
el caso Watergate en Estados Unidos, por ejemplo, fue una fuente anónima la que
facilitó a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein toda la información
sobre el presidente Richard Nixon y sobre la praxis del Partido Republicano que
ellos pudieron comprobar, contrastar y denunciar en su medio. Si no hubiera
habido ese trabajo periodístico detrás, simplemente se hubiera tratado de una
persona anónima que dijo tal cosa.
Si
tú me acusas a mí de algo y yo digo que no es verdad, pues resultaría que es tu
palabra contra la mía mientras no haya nadie que investigue qué pasó para dar
datos fiables, confiables y contrastables que definan los hechos.
El
periodismo ciudadano está muy bien para acceder a lugares y a historias que
antes no se alcanzaban, pero siempre que le apliquemos un filtro periodístico;
si no, ocurre que hay hechos inesperados, por ejemplo, que son mal informados.
En Barcelona hubo un atentado en las ramblas hace un par de veranos, y durante
un buen rato en televisión se estuvo informando que había terroristas que se
habían encerrado con rehenes en un restaurante turco (del que incluso se dio el
nombre), se detalló qué tipo de armamento llevaban e incluso se llegó a
informar que estaban negociando con la policía. Pero en ese sitio no hay ningún
restaurante turco con el nombre que se indicaba, y no había ni terroristas
encerrados ni ningún rehén. Al principio de la cobertura informativa de ese
atentado, como los periodistas no podían acceder al lugar de los hechos, lo que
hicieron muchas emisoras de radio fue abrir el teléfono para que ciudadanos que
habían estado en las ramblas llamaran y contaran lo que habían vivido y visto.
Eso
está muy bien porque permite conocer la realidad más de cerca, aunque no a
través de los ojos de un reportero; pero hay que tener cuidado cuando el
periodismo ciudadano es el amparo para que cada cual difunda la información que
quiera. Esto ya sucede en redes sociales, pero habría que llamarle de otra
forma. Para que exista periodismo ciudadano debe haber una voz anónima o no
periodística que informe de algún asunto, pero que luego pueda ser comprobado y
refutado por un filtro periodístico.
AR: ¿Quiénes producen las fake news? En el libro se ve que sus
productores van desde adolescentes de Macedonia hasta Estados.
MAG:
Las puedes hacer tú en tu despacho. Hay creadores de fake news que lo hacen a título individual con un ánimo de lucro,
de intentar ganar dinero mediante la fabricación y la difusión de información
falsa. Luego hay quienes, a partir de ello, montan una empresa dedicada a
conseguir colocar las historias falsas en las conversaciones de redes sociales;
y que puedan llegar a ser trending topic
en un país.
En
México tenemos el caso de Carlos Merlo y su Victory Lab. Me parece poco
inteligente hacer ostentación de esa praxis porque (afortunadamente para él)
todavía no es penada y perseguida, pero algún día lo será. Ellos se jactan de
poder colocar cualquier historia en trending
topic en cuestión de horas, y realmente lo consiguen. Presumen que son
capaces de llegar a ser tan influyentes como para decantar la balanza electoral
en favor o en contra de algún candidato.
En
Estados Unidos hubo el caso de Cambridge Analytica, una empresa que se dedicó a
la difusión de anuncios falsos en Facebook durante la campaña electoral entre
Trump y Clinton. Pero en el mundo hay muchas más empresas que se dedican a ello.
Entonces
hay adolescentes y ciudadanos que a nivel particular se dedican a esto para
ganar dinero, y luego hay grandes empresas que, con el acceso a datos de redes
sociales, fabrican contenidos a la medida y la mayoría falsos, para intentar
incidir en el pensamiento de un determinado sector de la población.
AR: Recupera en el libro una frase
de Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido
engañada”. Al respecto, ¿cómo ve los esfuerzos de diversas organizaciones por combatir
las fake news?
MAG:
En esa labor creo que toda idea es bienvenida, más que nada porque es un
fenómeno que nos afecta como sociedad y, por lo tanto, hay que luchar, no
rendirnos.
Por
un lado están los medios de comunicación tradicionales que intentan recuperar
el fact checking, la verificación de
datos como una herramienta que haga visible su lucha contra este fenómeno. Es
interesante y necesaria, y es una buena herramienta para que poco a poco el
periodismo recupere la confianza social.
Luego
está lo que las plataformas tecnológicas hacen (o dicen hacer) para luchar
contra las fake news. Tenemos casos
más avanzados, como el de Google, que tiene una parte de noticias muy
desarrollada, con unas herramientas cada vez más interesantes y más potentes
para intentar facilitar el chequeo de la información, para determinar rápidamente
en qué medios ha salido y cuál ha sido su cobertura (si solo sale en un medio o
en varios, si ha salido a nivel mundial o no). Así ayudan a un mejor consumo de
la información.
Después
están las tecnológicas del lado oscuro, que son el mundo Facebook, WhatsApp y Twitter,
que no son nada transparentes y que dicen luchar contra las fake news. Facebook creó un war room para intentar luchar contra la
información falsa en Estados Unidos, que cuando lo publicitan se ve una sala con
12 personas y sus ordenadores. Pero en una red social que tiene 2 mil 200
millones de usuarios en el mundo, con esa docena de empleados no van a poder
luchar contra la información falsa ni en una décima parte.
En
esa lucha WhatsApp también intenta reducir la capacidad de compartir una misma
información en grupos sociales. Sea como fuere, no deja de ser maquillaje
porque no son transparentes en el uso de los datos que hacen ni en a quiénes
les facilitan el acceso a ellos, y en la difusión de información falsa tampoco
lo son a la hora de determinar su procedencia y su intención.
Ellos
se escudan al decir que no son medio de comunicación, que simplemente son
escaparates, plataformas donde la gente vierte los contenidos que quiere. Pero
esto no es verdad cuando Facebook no permite, por ejemplo, publicar un desnudo:
para esto sí tienen filtro, pero para otros asuntos no lo hay.
Hay
un juego un poco perverso que las tecnológicas mantienen: no hay que olvidar
que a Facebook, Twitter y WhatsApp lo que les interesa es el tráfico en la red
social, que es lo que les reporta ingresos y les genera beneficios. Luchar
contra las fake news, que es un negocio tan jugoso y que les garantiza tanto
tráfico, es un poco ir contra su propio sustento.
Entonces
tienen un discurso con mucha significación, pero en realidad hay poco trabajo
confiable. Facebook anunció hace meses la creación de un comité de periodistas
que lucharía contra este fenómeno; el pasado diciembre el jefe de ese organismo
salió y dijo que se sintió engañado por Facebook porque la empresa en realidad no
quiere luchar contra las fake news y
denunció que no les dejaron hacer absolutamente nada.
Hay
trabajos de otras tecnológicas, como Apple y Google, que intentan dar
herramientas para que sea el propio usuario quien empiece a discernir qué tipo
de información consume. Apple tiene una sección de noticias que durante la
campaña electoral estadounidense del pasado noviembre creó un equipo de
periodistas para garantizar la confiabilidad de toda la información que se
difundía a través de esa app.
Son
herramientas que empiezan a ser interesantes para luchar contra las fake news. Pero al final del camino
siempre estamos nosotros, y nadie va a hacernos el trabajo al ciento por
ciento. Debemos ser conscientes de qué tipo de información consumimos y
queremos consumir porque el último filtro lo vamos a aplicar nosotros.
A
nivel personal hay que hacerse la pregunta de si queremos estar informados, y si
es conforme a nuestras opiniones. Son asuntos distintos, aunque parezcan
iguales.
AR: ¿Qué le parecen las posturas de
los gobiernos sobre las fake news? En
el libro se muestran los casos de Alemania, donde se ha intentado legislar al
respecto, y declaraciones del Parlamento europeo. Pero también hay un dato: hay
30 Estados que fabrican información falsa.
MAG:
Entrar a legislar este fenómeno es delicado, más que nada porque inmediatamente
entramos en atentar contra principios que creo que son básicos en toda sociedad
democrática y que nos han costado muchos años conseguir, como son los derechos
a la información y a la libertad de expresión. Entonces intentar legislar qué
se puede decir y qué no, qué noticias se pueden publicar y cuáles no, a mí me
remite a épocas más oscuras y afortunadamente superadas (quiero pensarlo así).
Lo
que ocurre es que la desinformación tiene muchas caras y formas: puede ser por
opacidad (dar muy poca información) o por sobreabundancia informativas, que es
lo que ocurre. Lo que buscan los gobiernos o los partidos políticos a los que
les interesa hacer uso de esta comunicación política es crear demasiada información
para que haya confusión y volvamos a estar al principio de la calle, a que todo
se establece a partir de nuestro criterio porque iremos a buscar sólo la
información que nos dé la razón.
Estamos
muy preocupados porque hay elecciones europeas en mayo, y la Unión Europea
quiere legislar la difusión de noticias falsas; entre otras medidas, está
trabajando en la creación de un detector europeo de información falsa en la red,
que no ha prometido presentar en marzo. Veremos en qué se basa esa herramienta o
sistema.
Luego
están por la labor de obligar a las plataformas tecnológicas a reportar cada
mes cómo están luchando contra las noticias falsas; por ejemplo, cuántos
perfiles falsos han detectado en la red social que funcionan como bots
cacareadores de información. Es una primera medida en la que no confío mucho
porque las tecnológicas van a encontrar la manera de presentar un informe lleno
de datos que no nos van a decir nada pero que van a significar que ellas luchan
contra algo contra lo que no pueden (ni quieren hacerlo mucho).
El
camino es interesante en tanto penetre en la sociedad la idea de que difundir
mentiras en redes sociales no puede ser algo impune. Pero puede ser también de
que sale gratis y sin ningún tipo de problema, como el mensaje social que se
transmitió por el escándalo de Cambridge Analytica, que cuando estalló lo
primero que hizo fue cerrar y desaparecer, y nadie ha ido a pedirle cuentas a
sus directores. Sólo nos hemos conformado con una aparición de Mark Zuckerberg
en el Congreso de Estados Unidos y en el Parlamento Europeo, con unas
explicaciones un poco difusas y vagas. Esto no es un buen camino; cuando
estalle un escándalo de este tipo se tienen que pedir cuentas, y hay que hacerlo
bien porque es una cuestión preocupante.
Ahora
en Francia, por ejemplo, durante las últimas semanas ha habido una serie de
manifestaciones de los llamados chalecos amarillos para mejorar condiciones
laborales y sociales. El secretario de Economía Digital del gobierno ha dicho que
sospecha que hay grupos de extrema derecha muy bien organizados en redes
sociales y ultraconectados entre sí que utilizan la difusión de información
falsa para denigrar la imagen pública del país en el mundo.
Entonces
ya estamos viendo cómo desde organizaciones de fuera de un país se utiliza un
escándalo para que a través de la difusión de información falsa se ataque la
imagen de ese país. Eso es algo que iremos viendo; lo vimos con las elecciones
Trump-Clinton con todo el caso del Rusiagate, también lo vimos en el caso del brexit, en el proceso independentista de
Cataluña hay indicios que apuntan a esta injerencia extranjera, que es un
fenómeno que existe.
El
caso Bolsonaro también es analizable: llegó al poder gracias a una notoria
instrumentalización de las redes sociales.
Existe
la sensación de que la ultraderecha a nivel mundial está utilizando las fake news como elemento propagandístico
y para legitimar y propagar un discurso que antes era acallado por los medios
de comunicación tradicionales. Ahora las redes sociales se los saltan y por eso
muchos partidos van a hacer campaña en las redes sociales, que es donde los
aquellos filtros no existen.
AR: ¿Cómo contribuyen a esta
sociedad de la desinformación los enfrentamientos de los gobernantes con la
prensa? Por supuesto, el caso paradigmático es el de Trump, quien dice que
quienes crean las fake news son los
medios de comunicación, mientras que su gobierno ofrece hechos alternativos y responde
con datos que muchas veces no se sabe de dónde proceden.
MAG:
Contribuyen a desinformarnos cada vez más. Trump es un showman que sabe articular muy bien un discurso ante los medios de
comunicación, a la vez que a sus partidarios les dice que no se fíen nunca de
lo que dicen los medios de comunicación, con lo cual consigue estar siempre en
el ojo del huracán y en boca de todo el mundo.
En
Estados Unidos ha habido tres grandes temas sobre los cuales se han fabricado
la mayoría de las noticias falsas que han circulado en los últimos dos años:
miedo a la inmigración (que ha sido un gran caballo de batalla para el
presidente norteamericano), el temor a la pérdida de derechos adquiridos
(cuando uno ya tiene algo, el miedo a perderlo es algo que también funciona muy
bien) y estar a favor o en contra de Trump.
La
mayoría de las noticias falsas que se fabrican y se difunden en Estados Unidos
son por el último tema antes mencionado. Cuando alguien consigue polarizar un
discurso gana siempre, porque cuando entre la opción A y la opción B no hay
escala de grises y posibilidad de matices sólo se confirman dos visiones: los
partidarios de A siempre lo serán porque ya están argumentados y son informados
para que la opción B sea siempre descartada. De esa forma estamos en una
sociedad que cada vez está más proclive al enfrentamiento.
Bolsonaro
hace exactamente lo mismo en Brasil: una de sus primeras medidas ha sido
eliminar la Secretaría de Diversidad para transmitir la idea de que todos
tenemos que ser iguales, y lo ha hecho al decir que lo hace porque los
gobiernos anteriores tenían el foco metido en formar personas con mentalidad e
ideología comunista.
Volvemos
a lo mismo: justifica una acción contra un enemigo (en este caso es la
ideología de izquierda). Por ello ha prometido hacer una purga de funcionarios
con ideas afines a la izquierda. Cuidado porque es un presidente que llega a un
gobierno y dice que va a despedir a personas que piensen diferente a ál. Esto
remite a dictaduras y a épocas más oscuras (en Europa recuerda prácticas fascistas).
Esto es alarmante y preocupante.
El
otro día en un tuit Trump deseó buen fin de año a todo el mundo, incluso a los
medios de comunicación falsos. ¡Y lo dijo tal cual! Es que él abandera esa
lucha para que sus votantes crean que realmente crean que hay una gran cantidad
de información falsa, que siempre es la que ataca a Trump. Pero luego tenemos
al relator de la libertad de expresión de las Naciones Unidas, que en un
informe dijo que el principal creador y difusor de noticias falsas en Estados Unidos
es Trump. Entonces éste lucha contra algo que genera: es el artífice de ellas y
a la vez quien las combate.
Esto
forma parte de una estrategia muy estudiada con la que Trump pretende erigirse
como una persona honesta que busca siempre la verdad para sus votantes, para
sus fieles, porque van a creer en esa imagen. Pero, por otro lado, lo hace para
que los suyos piensen que es honesto y todo lo que les diga se lo van a creer;
si es verdad, fantástico, y si es mentira, también. Es la fabricación de información
conveniente (no siempre verdadera) y de la fidelización que lo tiene como el
garante de la verdad y la honestidad porque él, más que nadie, lucha contra las
noticias falsas.
Es
un poco complicado de explicar pero en el fondo es un círculo vicioso y
virtuoso que le da mucho rendimiento a Trump. Este ha recuperado el tema del
muro en la frontera para luchar contra la inmigración. Lleva dos años de
gobierno, y del muro se ha hablado poco, al menos que yo haya podido seguir.
Cuando llegaron las elecciones del pasado noviembre hubo una caravana de
inmigrantes que cruzó México, e hizo creer que es lo más peligroso que se ha
acercado a Estados Unidos en los últimos tres siglos. Eso polarizó la campaña,
y resultó que a Trump le quitó la mayoría republicana en el Senado, por lo que
se ve obligado a trabajar con los demócratas. Recuperó el tema del muro y su
financiación para escenificar que los demócratas son quienes no le dejan
construir un muro. Es una información tergiversada, que deliberadamente falsa
difunde con una simpleza muy grande para que los suyos vuelvan a estar
instalados en este mensaje, que le dio éxito en la campaña de 2016.
Trump
está ya en clave 2020, y tiene dos años en los que tiene que luchar contra los
demócratas; entonces cuanto antes los tiene que poner en la diana de que son
los enemigos del país porque no quieren construir un muro. Y es lo que está
haciendo con la tergiversación de la información.
AR: ¿Qué efectos sobre la
democracia tiene esta sociedad de la desinformación? Por ejemplo, se ha
destacado el papel de las fake news
en importantes votaciones como las del brexit,
el acuerdo de paz en Colombia y las elecciones de Trump y Bolsonaro.
MAG:
No sé exactamente qué incidencia tienen. La democracia se fundamenta en la
libre opinión de las personas en el ejercicio de una votación para elegir un
gobierno; en ese tipo de decisiones hay dos grandes pilares: primero, los
creyentes, por lo que hay gente que ya sabe que va a votar a tal partido porque
así lo ha hecho siempre y su preferencia es invariable, y luego los indecisos,
que una vez votaron en un sentido y a la siguiente cambiaron, que se basan en
impulsos y por infoxicación (la intoxicación informativa que sucede alrededor
de los procesos electorales).
Cada
vez más estamos viendo que cuando se acerca un proceso electoral la información
política deriva de emociones y no de hechos. Hay que apelar a creencias, y entonces
la emoción se revela como la herramienta principal a la hora de la toma de
decisiones. Esto lo saben quienes fabrican noticias falsas que apelan a una
emoción para que la razón quede de lado. Esto los hace capaces de alimentar
campañas de desinformación para atacar al contrincante, a la oposición o al
otro partido para descalificarlos.
En
Estados Unidos, por ejemplo, se llegó a inventar que Hillary Clinton y su jefe
de campaña tenían una red de pederastia infantil en el sótano de una pizzería
de Washington. Hubo un tipo que fue armado con rifles de asalto a averiguar por
su cuenta si allí había niños atrapados; llegó y el local no tenía ni sótano.
La
fabricación de este tipo de información nos infoxica; claro, muchos no lo saben
porque les dicen “se está investigando que Hillary Clinton tiene esto”. Puede
parecer muy marciano, pero si al final sólo recibes ese tipo de información
ocurre lo que decía Goebbels: “La mentira mil veces repetida acaba siendo
verdad”. Estamos en este paradigma.
¿Cómo
nos afectará? No lo sé. A nivel individual nos afecta en el sentido de que si
la infoxicación cada vez es mayor, nuestra toma de decisiones se verá
adulterada por acceso a una información sin calidad y basada en hechos que no
existen.
Lo
que estamos viendo a partir de la elección de Bolsonaro en Brasil es que la
información falsa está siendo capaz de mutar como un virus. He sabido que en
Facebook hay mucha información falsa, y que esta muta de red social y se va a
WhatsApp. Muchas de las noticias falsas se constituyen ahora de manera más
visual: son memes, frases escritas, videos manipulados y sacados de contexto.
Todavía
no ha llegado lo que llaman el deep fake,
que ya permite, con software, la
fabricación de videos absolutamente falsos en los que puedes verme a mí, con
expresión facial y con expresión vocal diciendo algo que nunca he dicho. Y uno
lo cree. Esto se construye mediante inteligencia artificial.
En
Reino Unido hay una consultora en innovación que vaticina que una de las crisis
que vamos a tener este año a nivel internacional será por un video deep fake que se viralizará y acabará
generará un serio conflicto diplomático.
Lo
que sabemos es que la tecnología ya está al alcance de muchos, y por lo tanto
la difusión de videos cada vez será mayor.
*Entrevista publicada en etcétera, 25 de febrero de 2019.
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