Hernán Cortés, sin lecciones para el siglo XXI
Entrevista a Esteban Mira Caballos*
Ariel Ruiz Mondragón
Una de los personajes más controvertidos de la historia de México es Hernán Cortés, conquistador de Tenochtitlan, destructor del imperio mexica y quien dio origen a la Nueva España. Las más de las ocasiones los calificativos hacia él se sitúan en los extremos.
Sin embargo, a cinco siglos de su existencia, ese personaje histórico ha sido más juzgado para ser glorificado o repudiado, que conocido para ser comprendido. En ese sentido adquiere un gran valor Hernán Cortés. Una biografía pare el siglo XXI (México, Crítica, 2021), libro de Esteban Mira Caballos en el que, mediante un minucioso, riguroso y actualizado trabajo de ciencia histórica, se ofrece una muy rica y compleja visión del metelinense, alejada de las ofrecidas tanto por as corriente conservadora como por la liberal.
Sobre la figura de Cortés, Mira Caballos escribe: “Después de su llegada al Valle de México, las cosas cambiaron para siempre y, guste o no, su figura estará para siempre ligada al pasado y al presente de los mexicanos. Un padre de la patria mexicana querido y odiado, pero padre, al fin y al cabo”.
Esta entrevista con el autor es mucho más histórica e historiográfica que política porque, más que juzgar para condenar, prefiere fomentar el entendimiento, no la justificación ni la apología, del personaje y su circunstancia. El libro es para ello.
Mira Caballos (Carmona, Sevilla, España, 1969) es doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, y es miembro correspondiente extranjero de la Academia Dominicana de la Historia y del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas. Es autor de 25 libros y ha ganado diversos premios, como el de Investigación Histórica Pedro Cieza de León, de la Fundación Xavier Salas, de la Obra Pía de los Pizarro y el José María Pérez Herrasti y Narváez.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro sobre un personaje como Hernán Cortés? En la bibliografía comentada usted afirma que se han escrito cientos de obras sobre él.
Esteban Mira Caballos (EMC): Era necesario. Parto diciéndote que soy un admirador de la figura de Cortés desde que tenía siete años, cuando cayó en mis manos un cómic. Fui hijo de agricultores y teníamos una enciclopedia en casa, y un cómic de la Biblioteca Maravillas, del Frente de Juventudes, que lo ponía como un héroe. Pero sirvió para engancharme con el personaje.
Después me licencié y me doctoré en Historia de América; me especialicé en los conquistadores y tengo biografías de varios de ellos. Sin embargo, Cortés es singular, y en su caso considero que era necesaria una biografía porque la historiografía está tremendamente polarizada entre los hagiógrafos que lo ensalzan como un héroe legendario, un elegido por la Providencia, y los negrolegendarios, que lo tildan simple y llanamente de genocida, como es el caso de muchos mexicanos que ni siquiera quieren oír hablar de él ni entrar en debate, y ni siquiera quieren que les argumentes.
Este libro pretende presentar al Cortés humano, de carne y hueso. Lo que trato con el libro no es justificarlo ni juzgarlo: intento explicar para que tanto un español como un mexicano podamos entender cómo pensaba un guerrero del siglo XVI y por qué actuó como lo hizo.
Esa es la guía que me ha servido para redactar mi libro.
AR: Usted intenta ubicar a Cortés en su tiempo, pero también dice que busca plantear preguntas para el siglo XXI. ¿Cómo trabajó usted con estas dos temporalidades?
EMC: La historia es una búsqueda sobre el pasado desde el presente. Yo soy un escritor del siglo XXI y me hago las preguntas propias del tiempo actual, además de que mi libro va dirigido a lectores de hoy. Por ello continuamente estamos reinterpretando la historia para dar respuesta a unas preguntas de una persona de nuestro tiempo.
Eso es un asunto, y otro es que extraigamos al personaje del contexto histórico. Entonces hay dos categorías: primera, tratar de responder a las preguntas de una persona del siglo XXI y, segunda, tratar de no ser presentista, de no extraer al personaje de su contexto.
Si a cualquier personaje histórico lo extraemos de su contexto, pierde toda su significación, lo mismo Cortés que Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte que Adolfo Hitler.
Insisto en que nunca trato de justificar ni tampoco de juzgar. Hemos estado continuamente en los últimos cinco siglos buscando al conquistador para sentarlo en el banquillo de los acusados, y alguna esporádica vez se le absuelve y las demás se le condena.
Él nunca previó que desde el siglo XXI íbamos a juzgarle en función de su grado de crueldad. No pensó eso; simplemente era un guerrero que estaba allí para conquistar, dramáticamente, a sangre y fuego, a la coalición mexica, y fue lo que hizo. No iba a decir: “No hago la matanza de Cholula porque va contra los derechos humanos y es una atrocidad. Si me hacen a mí la celada y pierdo la conquista, pues la perdí”. No podía pensar así.
Obviamente, visto desde el siglo XXI lo que pasó en Cholula en el XVI es una atrocidad. Yo me considero pacifista, e incluso en mis tiempos fui objetor de conciencia cuando me obligaron a ir al servicio militar porque estoy en contra del uso de las armas. Entonces, aquello fue una atrocidad visto desde hoy, faltaba más, pero sí se pueden explicar Cholula y otros actos bélicos en el contexto de su tiempo.
Es explicar, nunca justificar.
AR: En el libro usted destaca las habilidades diplomáticas de Cortés, y dice que actualmente sería un político. ¿Cuáles fueron sus características en ese sentido?
EMC: Tenía grandes dotes diplomáticas. Él no era militar, lo que es uno de los tantos mitos cortesianos, y que por cierto lo inició él en la Carta de relación, en la que se presentó como un gran estratega, cómo se enfrentó a los naturales y los derrotó, cómo estos eran muy arrojados y estaban encima, pero él los venció, etcétera. Él mismo generó su propio mito, que otros después se encargaron de resaltar.
Él no tenía dotes militares especiales ni esa formación, ni tampoco antes había entrado en combate: lo hizo por primera vez en Centla. Lo que pasó es que el más mediocre de los estrategas españoles era más brillante que el más audaz de los mexicas. Uno ve las tácticas de combate de estos, y erraron una y otra vez: el combate de líneas muy compactas, a las que hizo muchos estragos la artillería, el cihuacóatl encima de andas, etcétera. Cometieron errores uno tras de otro, incluso con posterioridad a la Noche Triste o Victoriosa, cuando derrotaron a los españoles porque no hubo combate en campo abierto.
Cortés sabía los rudimentos básicos de la guerra indiana, que se conocían desde tiempos de Cristóbal Colón, quien combatió a Guacanagarí y a los caciques de La Española al utilizar tres premisas: el uso de la caballería, que había perdido prestancia en Europa pero que en América se prolongó como una Edad de Oro unas cuantas décadas más; la sorpresa, que utilizó Cortés una y otra vez, y, finalmente, la captura del líder.
Esas tres premisas las conocían todos los conquistadores: las habían usado Colón, Nicolás de Ovando, Diego Velázquez y Francisco Pizarro antes que Hernán Cortés.
Pero la gran dote de Cortés era su capacidad diplomática. Importante: todo guerrero, por definición, la tiene. Por ejemplo, la Península Ibérica fue conquistada por los árabes a partir del 711 y no hubo guerra: fue mediante pactos y no hubo guerra, combates ni batallas significativas.
Todos los guerreros pactan, pero Cortés lo hizo con una maestría excepcional: lo hizo con todo y con todos, le dio igual. Se enteró de que Villafaña quería matarlo y hubo una traición contra él; supo que había más de 100 españoles implicados, pero él juzgó a Villafaña y de los demás se olvidó e integraron su hueste porque no se podía dar el lujo de perderlos. Llegó a apresarlo Pánfilo de Narváez e hizo lo mismo.
Su sistema siempre fue el mismo cuando iba avanzando por los pueblos indígenas: si se sometían por las buenas, bien; si no, los asolaba a sangre y fuego, eliminaba al cacique o jefe local, ponía al frente a uno fiel a los españoles y le obligaba a firmar una por la que le daba hombres. Así, cuando llegó a Tenochtitlan ya no eran 550 hombres sino una bola que se había hecho gigantesca, que le permitió arrasar, asolar y saquear esa ciudad. Es más, él cuando estaba el cerco tuvo que decir “no me mandéis más hombres porque no podemos mantener a tanta gente aquí”, e incluso tuvo que parar a los distintos pueblos del Valle de México que le estaban mandando gente, pero él no podía atender a una tropa tan extensa.
Ese es el mérito de Cortés: su carácter diplomático; te digo más: si fuera una persona del siglo XXI, con total seguridad sería un político o un youtuber. No me extrañaría: sería una persona con tirón porque tenía don de gentes, para desgracia y drama de los mexicas.
AR: Por allí en el libro se sugiere que usaba lo que ahora llamamos clientelismo.
EMC: Claro, pero también hay que tener en cuenta que gran parte de la élite caciquil de Valle de México acudió voluntariamente a Cortés cuando se dio cuenta de que había un nuevo elemento y que podía ser la ganadora para mantener privilegios. Algunos historiadores han estudiado casos de caciques que tuvieron el poder en tiempo de los toltecas, lo conservaron con los mexicas y con los españoles. Fueron familias que se perpetuaron en el poder. Y no hay que olvidar tampoco que durante varios siglos los tlaxcaltecas se consideraron vencedores.
AR: El aspecto legal es otro asunto que llama la atención; usted dice que Cortés era un leguleyo. A todo le intentaba dar formalidad y hasta el final de su vida sostuvo pleitos jurídicos. ¿Qué nos puede decir de esta vertiente legalista? Al parecer, eso venía de su formación y de que fue escribano.
EMC: Efectivamente. Aunque nunca pisó las aulas de la Universidad de Salamanca, tenía una amplia formación humanística porque estudió durante cuatro años entre Salamanca y Valladolid, y era bastante más de lo que tenía cualquier otro conquistador de su tiempo. Se le considera el segundo más culto de los que estuvieron por ahí, salvo Gonzalo Jiménez de Quesada, quien fue licenciado.
Cortés era de las personas más cultas: por ejemplo, conocía el latín, ya que estuvo con un preceptor de gramática latina, e incluso decía Bernal Díaz que cuando le hablaban en latín respondía en esa lengua. Entonces conocía sus rudimentos básicos, y también los corpus legales castellanos desde las partidas de Alfonso X, lo que utilizó a su favor, no solamente cuando se le ocurrió romper con Velázquez con la artimaña de fundar un cabildo, a sabiendas de que eso suponía un poder nuevo. Lo hizo pensando en salir airoso en la burda traición que estaba fraguando.
También se presentó otro conquistador que traía una capitulación de adelantado de Nueva España que le habían concedido, y él dijo que no estaba firmada por el secretario de la Corona, por lo que no valía, y lo devolvió a España.
Él utilizó todas las artimañas legales porque las conocía, y todo eso le sirvió para tratar de dar legalidad a lo que había sido una traición, como tantas que se habían producido en la Conquista porque los españoles no sólo se enfrentaron a los naturales sino también entre ellos. De hecho, murieron más españoles a manos de españoles que por las de los indígenas. Todo eso hay que tenerlo en cuenta.
AR: Al respecto, ¿cómo fueron los conflictos entre los españoles? En el caso de Cortés se pueden ver a algunos desde antes y hasta después de la Conquista, por supuesto con Diego Velázquez, Pánfilo de Narváez, Nuño Beltrán de Guzmán, hasta con Antonio de Mendoza, el primer virrey.
EMC: La traición formó parte intrínseca de la Conquista y de los conquistadores. Se traicionaron unos a otros porque todos buscaban lo mismo, en primer lugar la fortuna, y cuando la consiguieron no se conformaron con ella. Cortés lo había dicho: él no había ido por una cosa tan vulgar como el vil metal, sino que buscaba mucho más que dinero. Todos los conquistadores eran ricos antes de empezar su gran campaña. Cortés era un rico hacendado en Cuba que había hecho fortuna con hatos ganaderos, mientras los demás se dedicaban a recoger oro. Él decía que el oro se puede tomar, pero todos tienen que comer, con lo cual él se enriqueció
Otro caso es el de Hernando de Soto, quien llegó riquísimo de Cajamarca a España, y se gastó todo en la expedición a la Florida. Él no se conformaba con ser rico sino que también quería ser gobernador de un territorio, como el que había conquistado su paisano extremeño Hernán Cortés. Garcilaso de la Vega lo cita expresamente: fue la envidia hacia este lo que lo hizo cegarse para gastarse toda su riqueza y llegar al continente americano.
Todos los conquistadores lucharon porque querían honra y una gobernación; así, al final, por ejemplo, hubo un enfrentamiento a muerte entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Pero después, de tercero, iba Soto, y éste no se conformó y buscó matar a los otros dos para ser él el gobernador. Como no lo fue, se fue a España, capituló y se fue a la Florida, donde murió.
Diego Velázquez traicionó a Diego Colón, Cortés a Velázquez, Cristóbal de Olid a Cortés, y así sucesivamente. Pedrarías Dávila se cargó a Vasco Núñez de Balboa, y Nicuesa y Ojeda terminaron peleados entre ellos.
Los enfrentamientos y las traiciones formaron parte intrínseca de los que fue el proceso conquistador, simplemente porque todos buscaban lo mismo y no había gobernaciones ni imperios para todos ellos.
MUNDO ARROLLADOR
AR: Está mencionada en el libro la historia de Gonzalo Guerrero, un náufrago español que cuando llegó Cortés y lo encontró ya estaba indianizado, tanto que después participó en la defensa de los indígenas. ¿Qué nos dice este caso?
EMC: Que realmente hubo transculturaciones mutuas. Si bien es cierto que el caso de Guerrero no fue lo más común, sí hubo un proceso de españolización de muchos indígenas, y fueron más raros los casos inversos, que los hubo pero no fueron frecuentes por una sencilla razón: porque Guerrero firmó su propia sentencia de muerte cuando se indianizó, se pasó al bando perdedor y quedó fuera de lo que todos los vencedores querían.
Guerrero llegó en 1511; su naufragio ocurrió al volver del Darién a las Antillas Mayores, a Santo Domingo. No lo encontraron sino hasta 1519, pasados ocho años, para cuando Guerrero ya se había indianizado, se había casado, tenía varios hijos y era suegro del señor de Chetumal, el cacique local. Tuvo una buena posición dentro de ese grupo, al que estaba perfectamente integrado, y se negó a volver con los españoles.
Aunque él dijo que nunca tendría a los españoles como enemigos, cuando se produjo el enfrentamiento con los españoles en 1536, se quedó con los suyos y luchó hasta la muerte por ellos, por los indígenas.
Fue un caso como de defección a su origen español, y doña Marina es el caso inverso: cada uno tomó su opción. Ambos tuvieron sabores y sinsabores, porque al final Guerrero se equivocó y Marina, en parte, también. Ella se pasó al bando vencedor, tuvo una oportunidad de mejorar porque no era bien tratada en el mundo mexica ni tampoco en el maya, y la trató de aprovechar.
Lo que pasó fue que Marina se enamoró de la persona equivocada: Cortés, pero este no de ella. Él primero la regaló a Portocarrero, pero cuando se dio cuenta de que tenía un valor importante como traductora, la retomó. Cuando ya no le sirvió se la regaló a Juan Jaramillo, el salvaterreño. No la citó en la Carta de relación.
AR: Es fascinante que Cortés haya logrado convencer a tantos pueblos, incluso a varios que habían sido aliados de los mexicas. ¿Cómo lo hizo?
EMC: El Estado mexica era un gigante con los pies de barro: en su perímetro tenía algunas zonas no sometidas, como los señoríos de Meztitlán y de Tlaxcala, además de otros dos en la parte del Pacífico.
Fue fácil con los que eran enemigos históricos, y por supuesto no hubo demasiada dificultad para reclutarlos contra los mexicas; con el resto de los pueblos tampoco porque, una vez que se dieron cuenta de la maquinaria que se había levantado, muchos de ellos, como Chalco y Xochimilco, donde a veces hubo combates, finalmente terminaron por aceptar que los extranjeros eran superiores con todo el grupo de aliados que traían y se cambiaron de bando.
También estuvo el interés de la élite: había muchos caciques que acudieron a hablar con Cortés para decirle que no los sometiera militarmente porque se dieron cuenta del cariz que adoptaba la guerra. Entonces simplemente rompieron con los mexicas y se unieron al metelinense para intentar salvarse y mantener ciertos privilegios.
Hay que tener en cuenta un tercer factor: en el imperio mexica el 80 por ciento eran macehuales, personas del pueblo machacadas a impuestos, además de los mayeques, los siervos, que también eran una parte importante, y muchos de ellos vieron con indiferencia el cambio de amos. Pero un miembro de la oligarquía mexica sí veía con horror lo que se le venía encima.
Los macehuales, en principio, no lo vieron con interés, pero al final sí, cuando los mexicas ya estaban recluidos en Tenochtitlan. Entonces por primera vez hubo una conciencia de clase y todos lucharon por defender su mundo porque estaban viendo que iba a perecer. Entonces al final sí que se unieron, pero antes no, no había habido ese espíritu compacto porque había muchas personas en situación servil.
Eso ha pasado durante siglos en la historia: lo mismo pasó con la invasión de los árabes y bereberes en la Península Ibérica, donde gran parte de la población la vio con resignación y sin ningún tipo de problema, sin resistencia.
Yo digo que buena parte de la población del Valle de México no presentó resistencia.
AR: También tuvo un papel importante la concepción de la guerra. Usted dice que los españoles la pensaban como total, mientras que los mexicas como ritual. ¿Cómo influyó esto en la victoria española?
EMC: Hubo muchos elementos en la derrota de los naturales: aparte de las alianzas y de las epidemias que hicieron grandes estragos, había una diferencia técnica, táctica y psicológica entre ambos contendientes.
Técnica, por supuesto; no tanto por las armas de fuego, que eran, más bien, elementos sorpresivos, sino por los caballos. Los mexicas no tenían herramientas para defenderse de ellos porque nunca habían luchado contra eso, y fueron como los tanques de aquella época.
También había circunstancias tácticas: los españoles venían de una Reconquista de siete siglos. Cortés no, pero muchos miembros de su hueste eran experimentados guerreros, de padres, abuelos y bisabuelos que habían luchado en la guerra de Granada, en Italia, contra franceses, contra turcos, pueblos que guerreaban a alto nivel. Algunos habían luchado con el Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba) en los famosos tercios españoles que durante buena parte de la Edad Moderna tuvieron fama de imbatibles.
Todo ese mundo se enfrentó con el mundo indígena. Por supuesto que los españoles practicaban la guerra total, por lo que pretendían infligir el máximo daño posible. Los mexicas, aunque distinguían entre guerras floridas y expansivas, tenían la idea de capturar para luego sacrificar. Incluso durante el cerco de Tenochtitlan, ya en los últimos coletazos de resistencia de Cuauhtémoc y de la confederación mexica, capturaron españoles y los sacrificaron a días de la caída de la ciudad. Así, mientras ellos intentaban capturar, los españoles mataban a un montón de personas. Por lo tanto, la táctica de combate fue muy importante.
Por otra parte, por las tácticas de combate de los indígenas en campo abierto, durante buena parte de la guerra la artillería hizo grandes estragos.
Otro elemento fundamental en la caída de los mexicas es el psicológico. Los españoles estaban convencidos de que luchaban por una causa justa (aunque no lo era), y Cortés se encargaba de justificarla. Sus arengas están allí: que lo hacían en nombre de Dios y del emperador. Ellos lo decían y lo pensaban. Estaban convencidos de que luchaban por algo grande, una guerra santa por la que, si morían, tendrían la gloria eterna.
Entonces era una guerra santa frente a unos naturales que, desgraciadamente, tardaron muy poco tiempo en perder la confianza en sus dioses. Estaban no solamente derrotados sino también desanimados cuando sintieron que sus dioses los habían abandonado. Ese enmudecimiento de los dioses fue fundamental en el derrumbe psicológico de los mexicas y los llevó a la destrucción total, a perder su imperio y su mundo, que desapareció dramáticamente en medio del olor a pólvora de las humeantes bombardas, por mucho que ahora queramos hablar de 500 años de resistencia.
AR: ¿Qué significó históricamente la resistencia de Tenochtitlan? Usted dice que fue heroica, total, brillante y suicida. La compara con la que hubo en cercos como los de Sagunto, Cartago y Numancia.
EMC: Me apasiona. Admiro la resistencia heroica de Tenochtitlan, uno de los grandes cercos de la historia, una página digna de pasar a los anales de los tiempos. Fue una resistencia brutal cuando ya, además, los tenochcas real y finalmente tomaron conciencia de que su mundo iba a desaparecer, y lo mismo macehuales que mayeques y la élite decidieron resistir. Entonces mujeres, niños y personas de todos los grupos sociales se unieron para defenderlo.
Fue brutal, similar a la caída de Berlín en 1945, cuando los alemanes defendieron su ciudad calle por calle, casa por casa. En México Tenochtitlan pasó igual: una defensa heroica en la que hasta el último hombre estaba dispuesto a derramar su sangre por proteger su mundo, al que veían en trance de desaparición.
Cuando los españoles llegaron al último barrio, los días previos a la caída de Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521, decenas de naturales se suicidaron porque no querían ver el mundo después de la caída de su mundo, de Tenochtitlan.
Yo admiro ese cerco, y no descarto hacer algún día un estudio más en profundidad de lo que fue. Otro personaje al que admiro profundamente, y tampoco descarto una biografía sobre él, es Cuauhtémoc, un personaje fabuloso, de una capacidad estratégica extraordinaria. Además digo una cosa: él tenía más en común con Cortés de lo que pudiéramos pensar porque fue un personaje valiente, arrojado, con una gran capacidad estratégica.
Cuauhtémoc preparaba a sus hombres antes del combate final, e incluso puso a mujeres, a niños y a jóvenes a hacer prácticas de combate; colocó tablas en las canoas para evitar ataques de ballestas desde los bergantines, puso estacas para intentar que estos se embarrancaran, e incluso consiguió capturar uno y mataron a los tripulantes. Intentó neutralizar a la caballería, para lo que puso piedras en las calzadas, hizo hoyos con púas y tiraban boleadoras a las patas de los caballos para derribarlos y capturar al jinete. Los mexicas hicieron la guerra nocturna, que tuvo agobiados a los españoles: día y noche los estaban asediando, cuando estos no la hacían.
Sobre la marcha Cuauhtémoc improvisó formas de hacer la guerra que ellos nunca habían practicado, e intentó audazmente detener lo que a la postre resultó imparable. Eso fue precisamente lo que provocó que el cerco se prolongase por más de 100 días: la audacia, la entrega de todos eso mexicas en la defensa heroica de Tenochtitlan.
AR: Usted dice incluso que, al final, fue a pedradas.
EMC: Sí. Las mujeres barrían los techos para cegar a los españoles, los niños acarreaban piedras. Toda la población colaboró en defensa de su mundo. Es una página heroica en la historia de la humanidad, y también desgraciada porque desapareció todo un mundo, un imperio tan legal o ilegal como el de los Habsburgo.
AR: Usted menciona las similitudes entre Cortés y Cuauhtémoc, e incluso con Moctezuma, como sus convicciones religiosas, su formación, su apego al poder. Háblenos de esas similitudes.
EMC: Eran guerreros, y a fin de cuentas no había tanta diferencia entre ellos. A Moctezuma lo valoro mucho: era una persona con mucha preparación, formada en el Calmécac, y era un integrista religioso, como Cortés, por ejemplo.
Moctezuma jugó sus cartas. Hubo un juego de engaños entre él y Cortés, toda una obra de teatro que representaron ambos en la que prometían y profesaban un gran amor por los contrarios, cuando en el fondo estaban intentando ver cómo se mataban. Moctezuma fue muy audaz: infiltró gente en Cempoala para que le dijera a los españoles que los tlaxcaltecas eran enemigos de los mexicas para que fueran con ellos, convencido de que los tlaxcaltecas iban a derrotarlos y de que así se iba a ahorrar el problema. Fue audaz, pero le salió mal la jugada a pesar de que estuvo a punto de resultarle bien porque los españoles lo pasaron mal en la guerra contra Tlaxcala.
Moctezuma había enviado emisarios que, desde Grijalva, estaban en la costa observando todos los movimientos para que le informaran detalladamente de los españoles.
Su siguiente estrategia: estaba dispuesto a darles a los españoles lo que pedían con tal de que no llegaran a Tenochtitlan, pero cuando los vio encima, decidió salir directamente a recibirlos porque había ideado una estrategia, que también le pudo haber salido bien: los metió en Tenochtitlan porque en campo abierto habían demostrado su superioridad y en la ciudad la situación podía ser diferente. Entonces los hospedó en el Palacio de Axayacatl, y dijo: “A estos los pillo, hacemos un asalto y nos cargamos a todos”.
Lo que pasó fue que los españoles se adelantaron y lo apresaron. Esa fue la clave, por lo que sus planes quedaron totalmente finiquitados. Por otro lado, Moctezuma mandó emisarios incluso a los tlaxcaltecas para que traicionaran a los españoles y se sumaran a los mexicas para derrotarlos. Es más: envió emisarios a Pánfilo de Narváez para unirse a él y derrotar y eliminar a Cortés.
Él estaba jugando sus cartas, y Cortés las suyas, pero finalmente este le ganó la partida. Pero pudo haberla ganado Moctezuma y la historia hubiese cambiado.
Creo que la confederación mexica hubiera caído después, con más o menos tropiezos, porque había llegado un mundo arrollador, avasallador, superior. Al final el imperio mexica tenía los días contados, y si no hubiera sido Cortés hubiera sido otro, pero probablemente hubiera cambiado el rumbo de la historia.
ETNOCIDIO
AR: Fue muy importante el papel desempeñado por los aliados indígenas de Cortés. Esto lo han destacado historiadores recientes, pero usted señala que eso se ha dicho desde Acosta y Garcilaso de la Vega. En la parte bibliográfica usted es crítico de Matthew Restall, quien dice que fue una guerra entre dos alianzas indígenas. ¿Cuál fue la participación de los naturales en la Conquista?
EMC: Ahora, con esto de la nueva historiografía de la Conquista, creemos que descubrimos el mundo. Yo he afirmado, por ejemplo, que Cortés es el primer mexicano, el padre de la patria, pero no soy el primero: lo han dicho otros mexicanos, como José Vasconcelos a principios del siglo XX, y Alfonso Reyes también lo hizo en su momento. Son afirmaciones que ya han dicho otros mucho antes que yo, incluso no españoles sino mexicanos, por lo que no se me puede atribuir a mí. Hubo muchos mexicanos y españoles que han dicho además de los mencionados, como Octavio Paz, Carlos Pereyra y Lucas Alamán.
También parece que acabamos de descubrir que Cortés no estaba solo, que tuvo un montón de aliados y que no solamente eran tlaxcaltecas. Eso ya lo destacaron los cronistas en su tiempo. También es cierto que Cortés los minimizó porque era parte interesada, y no solamente a los aliados sino también a doña Marina y a otros conquistadores. Por ello Bernal Díaz se animó a escribir su crónica.
Pero desde el siglo XVI se sabía que sin los aliados indígenas Cortés jamás hubiera conquistado la Nueva España. Se puede decir que él lo ocultó, pero los cronistas del siglo XVI e historiadores del XVII y XVIII habían reconocido esa importancia, que ahora parece como que la hemos descubierto, lo que ahora se ha perfilado más cuando se habla del enfrentamiento entre las dos confederaciones, la de Tlaxcala con Huejotzingo y Cholula, y la de los mexicas con Texcoco y Tacuba. Ahora se ve así.
Disiento de la nueva historia de la Conquista, esta nueva versión de que aquella guerra fue entre las dos confederaciones, y que Cortés pasaba por allí. ¡Eso no se puede justificar históricamente! Por mucho que queramos modernizarnos, no fue así. Parece como que Cortés pasaba por allí y su unió a uno de los bandos. No, él manipuló el proceso, aunque sea para mal del conquistador porque, de alguna forma, la nueva historia de la Conquista le resta apelativos negativos porque lo pone como un cualquiera que pasó por allí y que se unió a uno de los bandos y que ganó.
En total desacuerdo: Cortés, aunque sea en su propio detrimento, manipuló todo para levantar los ánimos contra los mexicas y para enfrentarlos. Eso fue controlado por Cortés, y no sé si se sea algo bueno o malo, pero no le quitemos ni sus méritos ni sus deméritos.
Entonces no inventemos ahora por hacer una nueva historia de la Conquista. También se habla que los 500 años de la Conquista son los 500 años de resistencia. No podemos reescribir la historia porque fue lo que fue. Yo no resto drama a lo que ocurrió, pero así sucedió y hay que asumirlo, no pasa nada. La historia fue como fue, no como nos hubiera gustado que fuese.
Me hubiera encantado que ya hubiera descubierto a Cortés dándose abrazos con los pueblos de México, que fueran amigos y que todos comieran perdices. Pero no fue así: fue un drama, una guerra tremenda en la que hubo destrucción, robo, masacres y un arrasamiento de la gran civilización de los mexicas, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia. En España todos los pueblos prerromanos, los pueblos ibéricos, los turdetanos, los romanos fueron arrasados desaparecieron de la faz de la Tierra. Hace dos siglos los franceses invadieron España y la asolaron.
Hay que asumir los hechos como fueron y ya está. Yo, en absoluto, pongo a Cortés como héroe ni nada parecido, sino como una persona de su tiempo que hizo lo que hizo, y es lo que trato de contar a los medios mexicanos. Pero pasa que es tal la cerrazón de muchos mexicanos y su posición sobre el genocida que no están abiertos a ningún razonamiento.
Me gustaría que mi libro sirviera para que lo leyeran muchas de esas personas y para tratar de moderar los discursos. El problema es que quien lo va a leer es quien menos lo necesita, que son los mexicanos medianamente formados, abiertos, dispuestos a tratar de comprender el proceso, y no los negrolegendarios.
Hay que tratar de devolver al personaje a la historia si queremos llegar alguna vez a comprender lo que pasó, no a justificarlo, para que el mexicano pueda reconciliarse con su pasado. Decía Octavio Paz: odiar a Hernán Cortés es odiar a una parte del mexicano.
AR: Usted dice que ya está superada la visión del conquistador vencedor y del indígena vencido. ¿Cómo ha sido ese proceso?
EMC: Aclaro: en España, por supuesto, porque en tiempos de la dictadura franquista a Cortés se le ensalzó como un héroe de la patria. De pequeñito yo me formé con eso, con el héroe de la patria, uno de los pilares de la nacionalidad, del Estado español, junto a Pelayo y el Cid Campeador. En España hace décadas que superamos eso.
Hay muchos mexicanos que creen que en España admiramos a Cortés, pero aquí la mayoría de la gente no sabe quién fue, y los que lo sabemos lo valoramos como un guerrero de su tiempo y que hizo lo que hizo: llegó, cometió atrocidades, generó drama y, sobre eso, creó la Nueva España y el México mestizo que todos amamos y queremos.
Entre historiadores, he ido a México a congresos y los de allá han venido a España, y no tenemos grandes diferencias porque somos profesionales y sabemos lo que pasó. Puede haber matices y diferencias, pero no fundamentales.
En España el problema está superado, como también entre los historiadores y en la élite con cierta formación en México. Lo que pasa con una parte de la población mexicana es que sigue estando en un relato que parte de un principio erróneo: que España invadió y destruyó a los mexicanos. Hay que tener en cuenta que Cortés asoló y destruyó la confederación mexica, que abarcaba 200 mil kilómetros cuadrados, y el Estado actual de México tiene un millón 500 mil, con lo cual no es el español malo y perverso quien derrotó al mexicano. Y no al mexicano: México no existía como tal sino había un montón de grupos indígenas, y un 99 por ciento del ejército de Cortés en la toma de Tenochtitlan eran naturales del Anáhuac. Un montón de pueblos de México destruyeron a otro pueblo de México como lo fue el mexica, manipulado y dirigido por Cortés.
Entonces hay que perder la idea de que España conquistó y de que los mexicanos son conquistados simplemente porque no se ajusta a la verdad histórica.
Un entrevistador de México me preguntó: “Vosotros nos conquistaste a nosotros, y dices que Cortés engañó a Moctezuma. ¿No crees que los mexicanos nos sentiremos muy mal porque nos engañaste?”. Le dije: “Empezamos mal la entrevista si tú te crees un mexica, y eres más blanco que yo; si te crees un mexica y consideras que yo conquisté, porque he sido el primero de mi familia que ha ido a México”.
Después continuó con que en el libro cito la palabra “aborigen”. Bueno, pues cito “tenochca”, cito “nativo” y a veces “aborigen”, efectivamente. Y me dice que si eso es un complejo de superioridad del español; respondí: “Mira, por mi parte ninguna porque soy un simple profesor de instituto aquí en España y me dedico a mi familia. Es posible que usted sí tenga complejo de inferioridad, pero yo no de superioridad”.
AR: En el libro usted llega a citar a Spengler, hacia el final un poema de Neruda, habla de series y representaciones artísticas. ¿Cuáles obras sobre Cortés le representan mejor a Cortés?
EMC: Ha habido grandes historiadores que han elogiado su figura. Oswald Spengler lo dice prácticamente de pasada, y hay que tener en cuenta que era una persona crítica con el mundo hispánico, pero aun así admiró a Cortés. Otro fue William Prescott. Hay un asunto que a lo mejor los mexicanos ignoran, y es que gran parte de los admiradores de Cortés eran mexicanos. A veces dicen “no, es que aquí lo odiamos”. Gran parte de los cortesinistas, pasados y actuales, son mexicanos.
Yo incluso me considero un crítico de Cortés porque no tapo las atrocidades que cometió, pero sus grandes hagiógrafos son mexicanos, empezando por Lucas Alamán, que hizo lo que para mí es una biografía maravillosa, genial sobre Cortés, y fue el primero que puso un montón de documentos encima de la mesa en su obra. Otros son el grandísimo Carlos Pereyra, José Vasconcelos, Juan Miralles, José Luis Martínez, Enrique Krauze y, por supuesto, León-Portilla. Son muchos los historiadores mexicanos que han elogiado la figura de Cortés, y sus libros referentes con los que me formé durante años.
Si hay que citar 50 grandes admiradores de Cortés del pasado y del presente, como 40 son mexicanos. Dentro de la historiografía, una buena parte son cortesinistas.
Menciono también la sorpresa que me causa la actitud de muchos mexicanos. Para mí es difícil entender la animadversión de tantos mexicanos contra la figura de Cortés. Han salido entrevistas conmigo y los comentarios hirientes son absolutamente sorprendentes. Es sólo un libro sobre un personaje que murió hace muchos, pero para algunos parece que falleció ayer y que mató a su esposa, a su padre o a su abuelo.
Otra cosa realmente llamativa para mí: he publicado el libro en España y no hay muchas críticas ni a favor ni en contra, pero en México los comentarios colgados de los videos son verdaderamente hirientes, personales, y de gente que dice que le produce vómito escuchar el nombre de Cortés.
Esperemos que mi libro sirva un poco para sentar un poco de paz, de ecuanimidad. Yo no pongo a Cortés ni de rosita, como héroe legendario ni como modelo a imitar, ni tampoco como genocida, porque no lo fue. Cortés protagonizó matanzas, actos crueles, saqueos, la destrucción de Tenochtitlan (también es verdad que no le quedó otra), pero no hubo genocidio. Hay que decirlo rotundamente: no lo hubo porque no existió intencionalidad de exterminio, porque además era irracional desde el punto de vista económico. Cortés quería gobernar un territorio no con flores y pájaros sino con personas, y por tanto él administraba el terror en dosis mínimas para conseguir el efecto deseado. Esa es la clave: genocidio no hubo.
No me niego a hablar de genocidio en otras partes de América; por ejemplo, en las Antillas Menores sí lo hubo porque declararon inútiles aquellas islas, la población taína fue susceptible de ser deportada a las Antillas Mayores y desapareció en muy pocos años por esa decisión. Allí sí podríamos hablar de la posibilidad de un genocidio, pero no en el caso de Cortés y la Conquista de México.
Por supuesto que sí hubo etnocidio porque existió intencionalidad de acabar con todas las culturas indígenas, implantar por las buenas o por las malas la religión cristiana y el modo de vida de un labrador medio de Castilla en todo el continente americano. Por lo tanto sí hubo una actitud etnocida, pero no genocida.
AR: Hacia el final del libro usted dice que se queda no con el Cortés aniquilador de un mundo sino con el constructor del México mestizo. Añade que sigue siendo un país con desigualdades, contradicciones, en el que los indígenas siguen siendo los más menesterosos. Contundente, afirma: “Responsabilizar de esa circunstancia al conquistador después de cinco siglos y de 200 años de vida independiente, no es más que una estrategia para desviar la atención”. ¿Qué hay de esta utilización política de la figura de Cortés.
EMC: En España Vox ha lanzado determinadas ideas al respecto, y en México su figura está totalmente politizada. Por eso mi contribución es tratar de volver al Cortés histórico y no azuzar esas manipulaciones que hay.
Yo creo que poner la estatua de una indígena o quitar a Hernán Cortés no es el problema; sí lo es tratar de afrontar y de reparar a esos indígenas integrándolos socialmente y dándoles el reconocimiento actual. Responsabilizar a Cortés, que murió hace cinco siglos, de todos los desmanes actuales choca contra cualquier lógica. Hay muchos que están más tranquilos en México si el culpable de todos los males de México es una persona muerta hace cinco siglos y que ya no puede responder, y no responsabilizar a otros personajes mucho más recientes.
Pero ocurrió que Antonio López de Santa Anna perdió una gran parte del territorio nacional. Hernán Cortés legó la Nueva España que, si la hubieran conservado, serían 7.9 millones de kilómetros cuadrados, el segundo país más grande del mundo y uno de los más ricos. Todo eso se perdió en el siglo XIX.
De eso los Estados Unidos no tienen responsabilidad, López de Santa Anna y Juárez tampoco, sino Cortés. A mí, que lo veo desde fuera, me parece una estrategia interesada de los que están en el poder para intentar desviar la atención hacia una persona muerta hace cinco siglos, como si en España culpáramos de los males que tenemos ahora a Cristóbal Colón. No tiene ningún sentido.
Antes lo atribuía a la casualidad, pero ya no creo tanto en ello; creo que hay una mano interesada. Yo he sido muy crítico con María Elvira Roca, investigadora española que sacó Imperiofobia y leyenda negra, pero al final he llegado a pensar que probablemente tenga razón y que también el mundo anglosajón, Estados Unidos, tenga algo que ver en el incentivo de esa versión antihispánica que tanto daño está haciendo lo mismo a España, a México y a todo el mundo.
AR. En las conclusiones usted destaca ocho puntos positivos de Cortés y seis negativos. Dígame tres lecciones que podamos tomar de Cortés para el siglo XXI.
EMC: Yo no digo tanto “lecciones”. La historia está para aprender de los errores pasados, para conocer lo que ocurrió, comprender y explicar lo que pasó, y tratar de crear un presente y un futuro mejores. Yo no hago valoraciones sino busco aprender de ese pasado para ello.
En el libro trato de explicar quién era Hernán Cortés y por qué se comportó así. Era un guerrero en la frontera cristiana, que tuvo una formación humanística y era uno de tantos que se habían quedado sin trabajo después de la reconquista de Granada. España había estado siete siglos luchando por la unidad peninsular, y todas esas energías quedaron liberadas; fueron aprovechadas para expandirse, para crear un imperio, y un montón de guerreros desocupados pasaron la frontera islámica al otro lado del océano. Así se produjo aquel drama que no fue un encuentro sino un choque brutal, físico porque hubo matanzas, y hubo etnocidio, destrucción de culturas y muertes por las epidemias que arrasaron América, como la viruela.
No vamos a sacar lecciones de Cortés: un guerrero que destruyó un imperio y que mataba en nombre de Dios y del emperador no puede dar lecciones constructivas a una persona del siglo XXI.
Pero sí podemos sacar conclusiones de lo que ha sido el pasado para tratar de crear un presente y un futuro mejor. Ese el sentido de la historia; si no, no lo tiene. ¿Qué es lo que nos pasa? Que la historia, al final, no sirve de maestra de vida porque ocurre lo que decía Hegel: al final la historia lo único que nos enseña es que no aprendemos nada de ella.
*Entrevista publicada en Replicante, 12 de noviembre de 2021.
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