jueves, octubre 30, 2008
Repensar la tele-visión. Entrevista con Heriberto Yépez
Repensar la tele-visión.
Entrevista con Heriberto Yépez*
Ariel Ruiz Mondragón
Recientemente, dentro de su colección Versus, Tumbona Ediciones puso en circulación el libro de Heriberto Yépez Contra la tele-visión, un libro en el que el autor realiza una original y polémica reflexión crítica acerca del aparato-tecnología-técnica en dos opúsculos francamente lapidarios. En el primero de ellos aborda la transición de la era dualista en la que, paulatinamente, la telefísica ha ido sustituyendo a la metafísica, lo que ha traído severas consecuencias filosóficas cuyo término aún no alcanzamos a percibir.
En el segundo se ocupa de lo que llama la mass-co-media, en el que perfila el estado psicohistórico de los mexicanos y la formación de su cultura popular-mediática, la que expresa su profundo conservadurismo. Esto puede gozarse diariamente en la programación –especialmente cómica- de la bidictadura televisiva que nos gobierna.
Sostuvimos con Yépez una breve conversación virtual que ahora presentamos, en la que se abordaron temas como los cambios en el pensamiento debidos a la telefísica, el conocimiento que produce, la condición psicohistórica del actual mexicano, las posibilidades de superar la democratización televisiva mexicana, así como de las condiciones para superar la telefísica y nuestro destino de dominación.
Yépez es profesor de la Universidad Autónoma de Baja California, autor de una docena de libros y colaborador de Laberinto, suplemento cultural de Milenio diario, de Replicante y Metapolítica, entre otras publicaciones.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el tuyo?
Heriberto Yépez (HY): Hay que crear conceptos propios. Cuando alguien crea una idea, algunos dicen que sólo ha creado una palabra. En México por esa idiotez no tenemos filosofía. Los escritores sólo se han ocupado de fruslerías. El mexicano no se ha atrevido a redefinir la realidad, es un cobarde.
Para pensar la televisión, usé conceptos que describen lo que ha venido sucediendo desde mitad del siglo XX: un giro de paradigma dualista.
AR: En el primer opúsculo, tratas la transición de la metafísica a la telefísica, en la que ésta, a diferencia de aquella, postula que se puede encontrar la realidad “lejos”, “más allá”, pero dentro de este mundo. ¿Qué cambios ha traído esto para el pensamiento?
HY: Combatimos la metafísica, ¡como si no hubiese sido reemplazada por otra cosmografía! La telefísica —que abrevié en Contra la Tele-Visión y que ahondaré en otro lugar— es una doble pérdida. Por la metafísica, perdimos el aquí-ahora en beneficio de un más allá ilusorio. De ahí, siguió la pérdida de ese más allá.
Nos quedamos en un limbo, metaforizado sin quererlo por Hollywood o Televisa, en la sensación de que nothing is real y la realidad es algo que tenemos que alcanzar, porque está lejos, inclusive la más inmediata. Esa que diariamente tratamos de conocer a través de la información, que nos trae noticias del Presente General, más allá reloaded y neo-aquí-ahora.
AR: Encuentras en la televisión información, entretenimiento y espectáculo –allí está la amalgama industrial de esos elementos: el infoentretenimiento-, y una obsesión por el hoy, lo que da forma a lo que llamas pantopía.¿Esto tiene que ver con la cortedad de miras hacia el futuro y con la carencia de grandes proyectos históricos señalada por el posmodernismo?
HY: El posmodernismo es la continuación de los valores de la Modernidad. No ruptura sino auto-knock-out, preconizado por el propio romanticismo. ¡Más Desilusión romántica! Nadie ha querido verlo. Los románticos alegaban que el mundo no tenía sentido. Entonces, el romanticismo se refugió en el mundo interior. La única novedad del posmodernismo es que extendió el sinsentido al mundo interior. (Otro giro telefísico). El hombre posmoderno se engañó. Efectivamente el universo no tiene un Sentido antropomórfico. Pero sí hay direcciones, líneas evolutivas.
Está de moda negar esto y reducir todo alegato evolutivo a Hegel, y como Hegel no goza de prestigio ahora, entonces el alegato de la evolución se desacredita. ¡Qué arrogancia pensar que la evolución ya se terminó y que esto que hoy somos es todo lo que habrá! ¡Qué vanidad! Una estupidez. Es mirar muy poco.
La evolución continúa, aunque los escritores retrorománticos (como los mexicanos) y los académicos (como los norteamericanos) se sientan obligados a reducir todo alegato de ascenso de conciencia a términos del pasado, lo ironicen, porque son una bola de impedidos, provenientes, en el primer caso, del nihilismo del siglo XIX y, en el otro, del neomarxismo importado de Francia, les guste o no la evolución continúa. Y eso es la vida.
AR: Hay un señalamiento tuyo que me parece crucial: la tecnología está supliendo la función de pensar. En ese sentido, ¿de qué proyecto epistemológico –que también mencionas- forma parte la televisión?
HY: La primera cuestión aquí es: ¿qué es “pensar”? Por pensar me refiero a la función que tiene lugar en el hombre, pero que no le pertenece exclusivamente, de transformar la realidad fundamental (inmaterial) en realidades objetuales (el mundo tal como lo percibimos). Me refiero a pensar como “noein”.
Al haber perdido la conciencia de que nosotros estamos formando la realidad (y que esta construcción es psicohistórica), nos obsesionamos con tecnologías, fantaseamos con ellas (por ejemplo, en las películas) que se encargan de crear realidades.
Esto obedece a una ley psíquica: todo lo que desconocemos de nosotros se vuelve fantasía.
La tecnología a la que paranoicamente (es decir, desde la izquierda) ahora atribuimos la “manipulación” de la realidad, o de la que (de parte de la derecha) nos convencemos que nos traerá el Nuevo Mundo, no es más que la fantasía proyectiva creada a raíz de que hemos perdido autoconocimiento. No sabemos qué es el hombre.
Unos porque siguen la fantasía de Dios, y otros porque ni siquiera a esa fantasía han podido llegar. El autoconocimiento no existe ya en millones de seres, ni siquiera a nivel simbólico. Los intelectuales son un caso agravado de esta falta de gnosis del ser.
Lo curioso es que ese conocimiento teórico ya existe en la actualidad. Sólo falta llevarlo a la práctica. Es decir, el crecimiento de conciencia ya se hizo inevitable. Es cuestión de tiempo.
AR: En el segundo opúsculo estableces lo que es para ti el estado psicohistórico de los mexicanos, producto de una mezcla de opresión y sumisión debidas a la era prehispánica, a la Colonia y a la Conquista estadounidense. ¿Esa experiencia histórica es endémica, propia de los mexicanos, o es compartida o similar a las de otros países?
HY: Cada cultura tiene su propia fantasía. Cada cultura es una fantasía particular (se le suele llamar “identidad”). Por eso introduje esta noción particular de lo psicohistórico: para explicar en qué consiste, a grandes rasgos, el actual mexicano, que no es uno, por supuesto, pero que sí comparte una psicología. Por mucho que esto le ponga los pelos de punta a los que ya declararon muerta la “psicología de masas” por motivos políticamente correctos.
El mexicano está dominado por el miedo. El miedo se trasmite por lenguaje verbal y no verbal, a través de la familia y estructuras sociales, como la escuela o los medios. El mexicano es un miedoso. Y ahora esconde su miedo a través de jugar al carnaval. Quiere convencerse que lo que pasa no le está pasando en realidad a él, sino que él está ya más allá de esta situación, por ejemplo, a través del crimen, el humor, la música o el gossip.
AR: De esa experiencia mencionada arriba, señalas que el pueblo oprimido ha pasado a refugiarse en lo más conservador, en lo reaccionario, lo que lo ha conducido al kitsch que tiene su mejor expresión en la Neta, esa verdad superior que se supone que tienen los jodidos (esto no en sentido estrictamente clasista). ¿Ha habido, hay, alguna alternativa a esto?
HY: Sí, sí la hay. La formación de un auténtico conocimiento. Dejar de pensar que el conocimiento sólo puede ser hegemónico y que la verdad vendrá de los “oprimidos”. En relación a este libro me han dicho que lo que propongo es echar abajo la televisión, ¡no!, eso es una ilusión. La tecnología llegó para quedarse. Lo que propongo es que convirtamos los aparatos televisivos en aparatos autovisionarios.
AR: Mucho se ha hablado del proceso de democratización del país; desde otras perspectiva, encuentras que hemos terminado en una teledictadura perfecta resultado de la conversión del gobierno y la política misma en un espectáculo (hasta El Universal, en programas de internet y televisión, difunde la idea del “espectáculo de la política”) regenteado por el bipartidismo Televisa-TV Azteca, que son las que realmente tienen el poder a través de la Señal. Más adelante señalas que vivimos en una oclocracia, un gobierno de la plebe. En este sentido, ¿cómo puede avanzar el país en la democratización cultural y política?, ¿puede haber un contrapeso real al bipartidismo televisivo?
HY: La democratización, tal como se entiende, no es la solución sino el problema. Hablamos de la democracia ¡como si la democracia que vivimos no existiera! Esto que vivimos, señores, ¡es la democracia! Dejemos de pensar que la Democracia es lo que la democracia real no es. ESTO es la “democratización”.
Tenemos que decidir otra vía. La vía es parar la fantasía de cada uno y parar la fantasía social. La fantasía individual es el yo y la fantasía social, “Estados Unidos”, no la nación que así se llama, sino el estado psicohistórico que “Estados Unidos” simboliza.
Daré un ejemplo. Tenemos que reformar la educación, pero de raíz. Formar, primero, miles de profesores dispuestos a cambiar de paradigmas, para educar de modo terapeútico y político pacífico. Ya existen los libros y métodos para formar a estos cuadros. Ya se está haciendo en pequeños centros de todo el planeta.
Luego, abrir escuelas especiales para personas elegidas, desde la niñez o la adolescencia, por su capacidad creativa e intelectual, para darles una educación más profunda, fundada en el trabajo con su autosanación, y la acción creativa, concreta, material y espiritual, que construirán el siguiente México.
Hay que llegar a un sistema educativo en el que se impartan clases de sabiduría ancestral debidamente interpretada, psicoanálisis junguiano, psicogenealogía, historia crítica, jardinería, meditación, arquitectura, creación de tecnología ecológica.
A los que no les interese o no muestren la capacidad para entenderlo, darles esa embarradita que llamamos educación. Pero a los que tengan más capacidad, juntarlos en planteles especiales, dar con ellos en todo el país, edades y clases sociales, con los mejores profesores y bibliotecas, para formar elites de seres autorrealizados, decenas de miles de ellos, formados rigurosamente desde pequeños para que tomen el poder y construyan un mundo en que tecnología y sabiduría sean sinónimos. Quizá esto suene a disparate. No me importa. No estoy hablando para la mente ordinaria.
AR: Al final de cada opúsculo mencionas posibles salidas a la telefísica, a la cárcel de las imágenes y a la desmaterialización del mundo, así como, en el caso mexicano, a nuestro destino de dominación; en el primero mencionas cierta sabiduría y una nueva espiritualidad. ¿Podrías hacer un esbozo de ellas?
HY: El mexicano terminará llevando su actual degradación hasta sus últimas. Esto sucederá en unas pocas décadas o, máximo, un par de siglos. Mientras tanto se está formando, lentamente, un saber especial que, por un lado, descifrará qué sucedió en los últimos milenios, cómo fue posible que se formara Oxidente, y cómo fue posible que nosotros ahora estemos derrotados -porque lo estamos. Y, por otro lado, un conocimiento práctico que nos dará las herramientas para recuperar las fuerzas creativas a nivel individual y, por ende, colectivo, para construir otro país y otro mundo, para erigir nuevos órdenes amorosos y nuevas ciudades.
Lo que están haciendo los escritores mexicanos, europeos o gringos es insulso. Parte de un patrón del pasado, un patrón neurótico. Pero hay otros caminos mucho más interesantes, útiles y espirituales.
* Entrevista publicada en Replicante, núm. 16, agosto-octubre de 2008. Reproducida con autorización del editor.
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