sábado, diciembre 13, 2008

Una literatura no complaciente. Entrevista con Daniel Sada


Una literatura no complaciente
Entrevista con Daniel Sada

Ariel Ruiz Mondragón

Hace apenas unas cuantas semanas, se anunció que un jurado integrado por Salvador Clotas, Juan Cueto, Luis Magrinyà, Enrique Vila-Matas y el editor Jorge Herralde, decidió otorgar de manera unánime el Premio Herralde de Novela 2008 –uno de los más importantes en lengua española- al escritor mexicano Daniel Sada, por su libro Casi nunca.

Sada (Mexicali, 1953), quien ya era un escritor reconocido y ganador de varios premios literarios con anterioridad, obtiene con este premio una distinción que seguramente facilitará su mayor internacionalización –aunque parte de su obra ya ha sido traducida a varios idiomas, incluyendo el esloveno, por ejemplo- y un mayor interés hacia su obra.

A propósito de la obtención de su premio y de su reciente libro sostuvimos con Sada una conversación acerca de su formación y desarrollo como escritor, su formación literaria en las que se mezclaron el desierto y las lecturas clásicas, así como su incursión en la carrera de periodismo. Asimismo, el autor realizó una reflexión general sobre su obra tanto narrativa como poética, así como de sus proyectos futuros.

AR: Usted nació en Mexicali, Baja California, y después vivió en Coahuila. ¿Cómo se ha expresado en su obra sus vivencias en el desierto?

DS: Casi toda mi obra estaba fincada en el desierto, y sobre todo en la región central de Coahuila. Allí viví mi infancia, en Sacramento; allí aprendí a leer y a escribir, empecé a leer literatura y tuve mi formación literaria.

Mi padre era ingeniero agrónomo, y consiguió una chamba en Mexicali. Él era un experto en algodón, y Mexicali era una zona algodonera, por lo que allí se fue a vivir con mi mamá y allí nací yo. Después se acabó el negocio y nos venimos a Coahuila, donde vivimos mucho tiempo.

Para mí fue muy impresionante, muy significativo todo lo que viví en mi infancia. Debo decir que yo puedo presumir que tuve una infancia muy feliz; Marcel Proust decía que los autores que cifran toda su literatura en la infancia tienen muchas más cosas que decir. Creo que para mí fue muy impactante todo lo que viví en esa época porque yo no tenía restricciones de nada. Vivía en un pueblo, me podía ir al río, al cerro; sin prohibición de ninguna especie. Era un pueblo absolutamente tranquilo; yo me iba al río, me bañaba, me podía perder todo el día, y a pesar de que mi mamá a veces se preocupaba de que me ausentara, en realidad yo me sentía dueño del mundo en ese pueblito. Y todo lo que viví allí para mí fue un precedente muy señero en mi vida.

AR: En esos primeros años de formación, y también en su adolescencia, ¿cuáles eran sus autores favoritos?

DS: Yo desde muy chico leía a los clásicos, leí muchos poetas. Leí La Ilíada y La Odisea desde muy niño, así como también libros para niños como El elefante blanco, muchos libros de cuentos de la India, y esa fue mi formación. Pero realmente yo no tenía más lectura que las clásicas. En Sacramento no había biblioteca; la única era la de una maestra, y yo no tenía más visión que la literatura clásica. La librería más cercana que había estaba en Monclova; a partir de que llegué a la pubertad empecé a buscar libros, otro tipo de literatura, pero era muy difícil transportarme 50 kilómetros para encontrar un libro. Entonces me atuve a la literatura clásica.

AR: ¿Después, qué siguió en sus lecturas?

DS: Bueno, pues llegué a la ciudad de México y me sentí en franca desventaja porque yo tenía una cultura clásica que aquí nadie tenía, todo mundo estaba leyendo a José Agustín y la noveau roman, a los franceses y a la literatura experimental. Yo me sentí muy desfasado porque no conocía ni siquiera literatura del siglo XIX. Fue un luchar a contracorriente, haciendo acopio de tiempo, de lecturas, para poder nutrirme y estar enterado más o menos de todo lo que se había hecho en el siglo XIX, a principios del siglo XX y de lo que se escribía por esos años.

Casualmente, cuando leí a José Agustín pues lo hice porque era una forma de entrar en la ciudad de México; todos mis amigos del barrio lo leían, y entonces yo tenía que leer toda esa literatura para poder convivir, si no me sentía muy aislado.

AR: También usted tuvo una formación como periodista, ¿cómo fue su paso por esta profesión?

DS: Estudié periodismo porque no me interesó la carrera de Letras. Nunca pensé que el humanismo fuera académico; dije: “bueno, si estudio Letras, voy a terminar como un investigador de cubículo, una literatura de cubículo, y yo necesito la intemperie”. Entonces me gustó el periodismo por eso: porque aprendí literatura, economía, historia, política.

Me agencié una serie de conocimientos que hubiera sido imposible capturar en la carrera de Letras. Estudié periodismo porque no había de otra; era lo más cercano que yo encontraba a la literatura, y además, yo sentía que en mi caso el periodismo también era una forma de ganarme la vida. Para ser un maestro de cubículo, quien sabe qué tendría que haber hecho.

AR: En las últimas dos décadas parece haber un boom de literatura norteña en México, del que usted formaría parte. ¿Considera usted que exista tal corriente?

DS: Esta pregunta va por dos lados. Por primera vez en los años ochenta empezó a aparecer la literatura del desierto, con Jesús Gardea, Ricardo Elizondo, Severino Salazar, etcétera, pero era la primera vez que la óptica literaria se desplazaba al norte. Empezaron a llamar la atención los escritores del norte, y ahora hay muchísimos escritores de allá. Ahora ya no se dice cultura del desierto; se ha diversificado y expandido tanto la cultura norteña que ahora hay muchos autores que interesan en el extranjero, que empiezan a ser traducidos y cada vez con más fuerza.
Por otra parte, diría que a mí no me importa si la literatura es del norte o del sur, del centro, chilanga o chiapaneca: yo creo que hay buena y mala literaturas, y no me gustaría encasillar la literatura del norte, ni a mí me interesa que se me vea como un escritor del norte. En el extranjero no importa de dónde uno sea, en otros países no se valora porque uno sea de tal lugar, sino la calidad de los libros y de la literatura.

AR: Entre las notas críticas que sobre su obra se han escrito, se puede destacar el señalamiento de que usted es un autor difícilmente clasificable, que es un autor difícil, incómodo. ¿Cuáles diría que son las características específicas de su obra?

DS: Bueno, yo soy muy riguroso en lo que escribo. Mi mundo es verbal; me gustan mucho la expresividad, las cadencias, el idioma; detesto los maquinazos en cualquiera de sus formas. Yo no puedo escribir a vuelapluma, soy muy analítico en la escritura. Entonces, en ese sentido a lo mejor soy incómodo, porque no voy con la corriente, con la inercia de muchos escritores que producen y producen.

Yo soy muy lento en la producción; soy constante, pero lento. Ya tengo 15 libros, pero todos me han costado muchísimo trabajo. Pero eso no es el valor, sino que a mí me gusta hacerlo así, dar lo mejor de mí y buscar la mayor expresividad en lo que yo hago y la mejor percepción también.

Entonces, no puedo prever lo que proyecte mi obra. Creo que hay algunos a los que no les gusta absolutamente nada de mi obra, a otros les fascina, pero en ese sentido estoy desarmado, no sé qué impacto pueda producir.

Decía Epicteto que hay cosas que son propias y cosas que son ajenas. Lo propio es hacer las cosas lo mejor posible; esa es la responsabilidad de uno, o sea, su trabajo, su profesión. Pero ya lo que son la fama, el prestigio y la reputación, eso es totalmente ajeno. Uno puede hacer marometa y media para llamar la atención, pero los otros dan la fama, uno no puede darse a sí mismo la fama. Eso pertenece a los demás, y uno está desamparado ante esas cosas. En un momento dado, de tanto que uno se mueve y se voltea de cabeza, puede influir para que la gente lo lea, pero es una fama efímera; la fama duradera no la puede determinar uno como autor.

AR: Detrás de su escritura hay todo un trabajo y un rigor que no son usuales. En esa dirección, ¿qué desafíos le plantea usted al lector?

DS: Mi literatura no deja de ser un reto, yo no soy complaciente, ni mi literatura es convencional. Yo siempre he imaginado un lector hipotético que va a querer todo lo mejor, que es de un gusto muy exigente. No puedo saber de antemano cuáles son los apetitos de un lector ordinario, al que no le cueste ninguna dificultad leer.

AR: Mucha gente considera que es un buen libro aquel que se lee rápido.

DS: No es mi caso, yo no complazco en ese sentido, sino en otro: apreciar otras formas de expresión. Ese es el escritor que yo quiero ser y he querido ser siempre. Si voy a triunfar o a fracasar, va a ser estrictamente en lo que yo hago. Pero yo no me voy a doblegar ante las exigencias del mercado, no quiero que me ganen la batalla los editores.

AR: El premio que acaba de ganar implica también el reconocimiento de unos de los grandes editores en lengua española, como lo es Jorge Herralde. ¿Cómo ha sido su relación con los editores, en tanto su obra no es tan sencilla y comercial?

DS: Siempre hay sospecha de cómo le va a ir al libro. La apuesta es por la literatura, pero no tienen la absoluta certeza de que vaya a triunfar. Apenas es el premio, no sé si el libro va a ser muy leído o no, pero lo que se está premiando es la literatura, no las ventas o lo que pueda posibilitarlas.

AR: Entonces, ¿muchos editores son muy complacientes con el público lector?

DS: Bueno, actualmente hay parámetros estéticos muy determinados a los cuales muchos autores se acoplan. Ahora, para estar en el mercado hay que vender, eso es indiscernible. Si uno no quiere ser marginal y está en el mercado, significa que uno tiene que vender y tener un público. Ahora: dentro de ese público hay quienes son más receptivos a la literatura, y hay otros que buscan el entretenimiento a toda costa.

AR: Para pasar a otro tema. a grandes rasgos, ¿cómo ha entendido y expresado la política en su obra?

DS: Para mí la política es un tema, no es una cosa absolutamente inherente. Lo que pasa es que la política nos afecta a todos, es parte de nuestra vida cotidiana; somos gente que vive en una sociedad, necesitamos de ella y ella necesita de nosotros. En ese sentido me interesa la política, pero yo no puedo dar directrices políticas en mi obra, y sobre todo si es una obra de ficción.

No quiero demostrar nada, ni quiero hacer novelas de tesis en donde se diga esto o aquello, o desvelar cosas inéditas de lo que es la corrupción política o los avatares de la grilla política. No es mi intención.

Para mí, lo más importante en la literatura es la fabulación, la imaginación, y allí incide la política. No es un fin, es un medio, digamos; es un tema entre muchos otros.

AR: También creo que se ha hablado más de su obra narrativa que de la poética. ¿Qué importancia tiene en su obra la poesía y cómo se relaciona con su narrativa?

DS: Casi parte de lo mismo, nada más que yo no me he endilgado el nombre de poeta. Escribo la poesía sin saber también qué va a pasar. Yo no puedo estar esperanzado en que alguien haga un ensayo o que ponga atención a ella. Tengo ciertos demonios que tengo que sacar a flote, y entre ellos está la poesía. Pero también a veces escribo ensayo, aunque no mucho.

También es una literatura de rompimiento: de romper moldes, de buscar nuevas formas de expresión, nuevos climas, nuevas percepciones. No todos los días escribo poesía, de vez en cuando. En mi narrativa también hay mucha carga poética, pero yo no podría hablar de prosa poética, no me gusta usar ese término. Para mí la poesía es la poesía, aunque sea en prosa; no tiene que estar dispuesta en versos para que sea poesía.

AR: En el conjunto de su obra, ¿usted dónde ubica a Casi nunca, la novela premiada?

DS: En ella vuelvo al norte, es una novela que se ubica en los años cuarenta. Se filtró una información de que a mí me costó 25 años escribir esta novela, y no es cierto. La tenía concebida hace 25 años, pero la novela me llevó poco menos de tres años escribirla.

Es una historia yo quería contar pero que no me atrevía porque algunos personajes son reales, y algunos todavía viven. Entonces, yo no quería que se vieran involucrados en esto. Aunque el 70 por ciento es materia de ficción, yo me basé en muchos hechos reales para escribir esta novela, y por eso no me atreví a escribirla ni hace 25 ni hace 10 años. Me daba un poco de miedo. Ahora dije: “ya no me tiene que dar miedo”, ahí va, a ver qué pasa.

AR: ¿Qué importancia atribuye al Premio Herralde de Novela?

DS: Es un empujón, un espaldarazo muy fuerte después de casi 35 años de estar escribiendo y publicando. Evidentemente uno quisiera que las cosas llegaran mucho más pronto; este premio, si lo hubiera recibido hace 15 años, sería otra cosa, pero yo también hubiera reaccionado de manera muy diferente.
Estoy muy agradecido por el premio, pero tampoco me confunde: ni me siento el mejor de todos ni mucho menos. Simplemente es el reconocimiento a un trabajo, lo agradezco y me impulsa a seguir en la lucha y en la creatividad.

AR: ¿Qué viene por delante?

DS: Tengo un libro de cuentos que ya estoy trabajando, pero todavía no vislumbro cuándo va a terminarse, me voy a dar todo el año que entra. Le voy a dar mucho aire a una novela, no quiero apresurarme, como nunca lo he hecho, tomo las cosas con mucha calma, poco a poco van saliendo las cosas. Tengo varios proyectos, y tengo trabajo para 15 años más: dos novelas más o menos extensas, y quiero escribir un libro de ensayos. Tengo las ideas pero no están consolidadas todavía.



* Entrevista publicada en Milenio semanal, núm. 581, 1 de diciembre de 2008. Reproducida con autorización de la directora.

3 comentarios:

Mario Licón Cabrera dijo...

Muy buena entrevista, Ariel.
Excelentes respuestas, Daniel.

Un abrazo a los dos desde Sydney.

Mario

Gustavo López dijo...

Entrevista tranquila, nada estridente.
Tal vez, podría haber ahondado en los quince libros. Escrituras no complacientes, pero... sobre qué temas, qué historias relatan, qué puntos de vista.

Saludos cordiales.

F dijo...

No conocía al autor y llegué a él por esta entrevista.

Quiero felicitar y agradecer a Ariel por compartirla.