lunes, abril 12, 2010
La hipocresía estructural de la Iglesia católica. Entrevista con Fernando M. González
La hipocresía estructural de la Iglesia católica
Entrevista con Fernando M. González*
por Ariel Ruiz Mondragón
Tras la pérdida de muchos de sus privilegios desde el siglo XIX, limitada por la Constitución de 1917, la Iglesia católica ha mantenido su acoso sobre el Estado laico para minarlo y recuperar terreno en la vida social y política de nuestro país.
Para lograrlo, ha recurrido incluso a la manipulación de la historia, como ocurre en el caso de la beatificación los “mártires guerreros”, lo que ha sido utilizado para obtener beneficios simbólicos que busca traducir en políticos.
Si por una parte la Iglesia ha querido destacar a sus mártires aun recurriendo a la falsificación histórica, también ha querido ocultar las faltas de personajes infames. De esa forma intentó silenciar las denuncias de las actividades pederastas del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, para lo cual activó mecanismos que procuraran el la sombra y el olvido ante tales hechos.
Sobre ambos aspectos trata el libro de Fernando M. González, La Iglesia del silencio. De mártires y pederastas (México, Tusquets, 2009), sobre el que hace algunos meses sostuvimos una conversación con el autor, en la que se trataron diversos aspectos de lo que el autor llama “esquizofrenia” e “hipocresía estructural de la Iglesia”.
González es doctor en Sociología de las Instituciones por la Universidad de París, investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? Usted ha trabajado desde hace tiempo los dos temas del libro, la guerra cristera y la pederastia del padre Marcial Maciel.
Fernando M. González (FG): Las razones son muy fáciles de responder. Yo ya había trabajado la guerra cristera en las pugnas entre organizaciones católicas, y la manera cómo el Episcopado había intervenido tanto en el alzamiento como en su continuación y en los arreglos que le dieron fin. Lo que no había trabajado es lo que llamo “los mártires guerreros”: no habían sido beatificados Anacleto González Flores y una serie de personajes que aceptaron la lucha armada directamente, ni tampoco lo del padre Migue Agustín Pro, quien es el único de la primera generación que había sido beatificado en septiembre de 1988, tres meses antes de la entrada de Carlos Salinas de Gortari como presidente. En ambos casos me pareció interesante dar cuenta de la historia de cómo la historia de un suceso que fue en 1926-1929, se sigue utilizando en la actualidad, en lo que la historia del tiempo presente llama “esos pasados que no terminan de pasar” y que se van resimbolizando.
Esa es la razón para escribir la primera parte del libro.
La segunda parte tiene que ver con Marcial Maciel. Me interesaba saber qué tipo de mecanismos institucionales habían utilizado los Legionarios de Cristo para procurar beatificarlo, porque si una congregación religiosa no tiene beatificado a su fundador, pasa a ser una congregación de segunda clase. Hay una especie de bolsa de valores simbólica entre los grupos religiosos, y en ella es importantísimo que el fundador sea beatificado.
Lo que pasó es que Maciel, poco antes de morir, fue explicitado en su impostura; apareció toda la parte de su pederastia, su toxicomanía y sus manipulaciones. Le tocó asistir a la debacle de su imagen. Él, que la cultivó tanto, de pronto apareció a cielo abierto; pero aún así los legionarios siempre estuvieron negando aquello, para lo que afirmaron que era una especie de martirio moral.
Sin embargo, de pronto apareció la doble vida de Marcial Maciel –que no la triple, que es la de pederasta y toxicómano-, y los legionarios, que lo defendieron desde 1948 hasta el 2 de febrero de 2009 bajo la afirmación de que cualquier crítica a él y a la Legión era un complot, de pronto se tuvieron que acusar, y lo tuvieron que hacer de una manera muy específica, porque apareció un fruto contundente, con DNA en la mano –su hija-, y ya no lo pudieron negar.
Los legionarios tuvieron que hacer un corte, y siguieron con la estrategia de que “esto sucedió afuera de la institución, y nos acabamos de enterar. Es muy fácil: lo cortamos como un fruto podrido, lo borramos, y quedamos intocados una vez más.”
Entonces, lo que me interesaba era analizar los mecanismos institucionales de la Iglesia católica en relación con la sexualidad de su personal, y sobre todo con la pederastia. ¿Qué tipo de mecanismos usan para tratar de transfigurarla, desviarla, silenciarla? El ejemplo de Maciel es paradigmático, porque abarca desde la cúpula hasta la base, y puede mostrar todas las relaciones que hay en un caso de pederastia.
AR: El caso duró mucho; usted menciona un caso de los años cuarenta del siglo XX.
FMG: De 1944 es el primer caso que yo tengo constatado, el que está en los archivos secretos vaticanos. En 201 documentos a los que tuve acceso se encuentran diferentes tipos de denuncias hechas desde 1948, y que llegan hasta 2004.
Entonces, es una historia de larga data, pero que se hizo visible a partir de 1997. Como digo en la introducción, no hay que confundir la aparición de un suceso con su realidad.
AR: ¿Cuáles son los principales problemas que ha tenido para realizar este tipo de investigaciones?, ¿en algún momento ha sufrido algún tipo de amenaza?
FMG: No, para nada. Son temas muy polémicos, pero yo no he recibido amenazas. En el caso de Marcial Maciel, porque llegué después de gente que sí se la jugó y rompió el silencio, como fue el grupo de legionarios y algunos sacerdotes que hicieron denuncias, así como algunos periodistas como Ciro Gómez Leyva, Marisa Iglesias, Salvador Guerrero Chiprés –quien fue el primero que abrió en México estos asuntos, un poco antes que el Canal 40-, y después Carmen Aristegui y Javier Solórzano.
Yo llegué a recoger los frutos de otros. Tuve una suerte extraordinaria porque a los dos años de estar buscando documentos para mi investigación, de pronto y sin que yo lo haya pedido porque ni siquiera me parecía pensable, un grupo de sacerdotes me ofreció el Archivo Secreto Vaticano. Me dijeron: “Sabemos que estás trabajando en esto; hemos leído algunos de tus textos, sabemos cómo trabajas. Te hacemos confianza: tenemos el Archivo Secreto Vaticano. No nos preguntes cómo, nunca lo vas a averiguar. Te damos acceso, y trabájalo como tú quieras.”
Los documentos de ese archivo están abiertos hasta 1940, y después están cerrados, salvo excepciones. A mí me ofrecieron un archivo de 201 documentos que van de 1944 a 2004. Lo hicieron por pura confianza, porque esta gente, muy ética y problematizada, me dijo: “Esto es una ignominia para nuestra Iglesia; lo que ha pasado se ha silenciado y manipulado. Tú estás en la UNAM, eres laico, y puedes ser libre de investigar sin que nadie te ande fiscalizando.” Nunca me fiscalizaron ni me pidieron cuentas.
Luego me cayeron otros dos archivos: el de Flora Barragán, una de las primeras mecenas de la Legión, cuya hija estaba furiosa con los legionarios por el abuso que habían hecho de su madre, de los dineros que le habían pedido y por cómo la habían tratado. También el archivo de Luis Ferreira Correa, que había sido vicario general de la Legión en 1956-1957, quien sustituyó a Maciel cuando lo suspendieron por primera vez; su sobrino se lo dio al doctor José Barba, quien me lo proporcionó.
Entonces, me cayeron tres archivos inéditos sin haberlos esperado. Me hicieron confianza, y nunca tuve ni amenazas ni nada. Cuando Tusquets recibió el manuscrito del libro, me dijo: “Ya lo consultamos con abogados, porque los legionarios pueden meter una demanda, y estamos dispuestos a jugárnosla con usted.”
Lo publicamos, y los legionarios jamás me presionaron ni me amenazaron. Ellos saben que yo tengo datos contundentes, que estoy citando cosas totalmente auténticas, y que si me atacan yo puedo sacar los documentos y publicarlos completos. Me imagino que lo pensaron, que cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde porque ya estaba publicado el libro.
Por otro lado, en la primera parte del libro hay cartas inéditas, de acervos como, por ejemplo, los archivos del Centro de Estudios sobre la Universidad, que se pueden consultar sin ningún problema. Pero los archivos jesuitas no son así; pero hubo un jesuita que me ofreció documentos -10 cartas internas a la Compañía de Jesús en tiempos de la Cristiada- y quien me dijo: “aquí están, trabájalos como tú quieras”, y tampoco me fiscalizó. Curiosamente, otro jesuita, que ya murió y al que yo estimaba muchísimo, el padre Luis Sánchez Villaseñor, me tradujo del latín dos cartas, porque la exactitud en las frases es importantísima.
La Iglesia y las congregaciones religiosas son muy complejas, nunca son unívocas ni homogéneas, y el texto lo muestra. Durante la Cristiada, la misma Compañía de Jesús tuvo, como mínimo, cuatro posiciones muy divergentes; de ello se diferencia la Legión, que hasta el 15 de febrero de 2009 mostraba una sola cara, pero ahora ya muestra fisuras por todo lo que ha pasado.
Yo trato de rendirle tributo a la complejidad de una institución para no volverla unívoca.
AR: En ese sentido, ¿usted diría que hay sectores de la Iglesia que están a favor de una mayor transparencia?
FG: Pero siempre están en una posición subordinada.
AR: ¿No tienen la capacidad de hacer públicos archivos religiosos?
FG: No; si lo hacen, los funden directamente. Por eso utilizan a un laico, alguien que no está comprometido con las instituciones eclesiásticas, sino que pertenece a una universidad pública, donde nadie fiscaliza qué investiga uno, sino que lo único que le piden a uno es que, si vas a hacer un libro, esté suficientemente fundamentado, porque el honor del Instituto de Investigaciones Sociales y de la UNAM está en juego.
AR: Su libro, a mi parecer, está dedicado a desarmar falsificaciones y manipulaciones -aunque usted prefiere llamarlas “suplantaciones y transfiguraciones históricas”-, especialmente en la parte dedicada al movimiento cristero. ¿Cuáles son los beneficios políticos que ha obtenido la Iglesia de ello, por ejemplo, de las tres oleadas de beatificaciones?
FG: Antes de que llegaran las beatificaciones, manejaba una especie de espada de Damocles virtual e imaginaria, por la que siempre afirmaba que en la medida en que la guerra cristera no cambió las leyes por las que se levantó el movimiento -porque los propios obispos hicieron arreglos cupulares y dejaron colgados a los alzados a riesgo de su vida, y vaya que lo fue porque después asesinaron a mil 500 como mínimo, como señala Jean Meyer-, el gobierno la seguía persiguiendo porque aquellas normas, que rigen desde 1917, las podía aplicar en cualquier momento.
Pero fue Lázaro Cárdenas quien, en 1938, dejó que las iglesias predicaran el apoyo a la expropiación petrolera y que la gente católica diera joyas y dinero para apoyar esa medida, con lo que les dio una salida muy honorable. Propiamente, a partir de ese momento la Iglesia católica ya no fue perseguida. Puede haber por allí alguna anécdota de algún presidente municipal, pero sólo es un espantajo. Pero su discurso de perseguida le sirvió hasta 1992, lo que le traía un beneficio simbólico: una Iglesia supuestamente en las catacumbas, lo que en realidad no era.
Pero en 1992 Salinas reconoció jurídicamente a las iglesias, por lo que la católica ya no tiene el pretexto de la persecución, por lo que dispara las máquinas para beatificar a personajes de la guerra cristera. Fue como si dijera: “Ya no nos persiguen oficialmente, eso ya no lo podemos utilizar; entonces, recordemos cuando sí nos perseguían y el mal gobierno nos atacaba.”
Ya desde antes los priístas permitieron ceremonias, la primera de las cuales es la de Miguel Pro en septiembre de 1988, en la que ese padre es presentado como la quintaesencia de lo que es la impunidad presidencial: acusados de estar en el atentado fallido contra Obregón en 1927, él y su hermano fueron mandados a fusilar sin previo juicio por Plutarco Elías Calles, Presidente de la República.
Beatificar a Pro en 1988 era una provocación, pero no tuvo mayor repercusión, con lo cual se pudo medir y calibrar que el efecto de la guerra cristera y del crispamiento entre la Iglesia y el Estado mexicano ya había disminuido mucho. Entonces, Pro es como la punta de lanza de los “mártires cristeros”.
Lo que yo trato de señalar en el libro es que así como aparece en el momento de ser fusilado, totalmente inerme ante las balas, situación que es producto de la impunidad presidencial, a Pro se le deja la sangre, pero, por otro lado, se le borra la pólvora. Él apoyó moralmente la lucha armada; sus hermanos Humberto y Roberto repartían armas y parque a los cristeros. El primero fue encargado de la Liga Nacional de la Defensa Religiosa, la que se supone que coordinaba la lucha armada en el Distrito Federal. Miguel estuvo orgullosísimo de sus 2 hermanos, de que apoyaran la lucha armada, y dijo: “Yo soy sacerdote y no puedo ir al campo de batalla, pero los apoyo moralmente.” Toda esta parte queda borrada.
AR: Como también es el caso de Anacleto González Flores.
FG: Ese es un caso que va todavía más allá, porque fue un laico, y ahora quiere darse la idea de que resistió la lucha armada. Pero perteneció a 4 organizaciones con diferente estatuto, y, en un momento dado, aceptó la lucha armada. Nunca disparó un tiro porque andaba a salto de mata, escondido, y, por estar oculto en la casa de los González Vargas, provocó, con su actitud, que maten a dos miembros de esa familia. Es una responsabilidad de Anacleto por no haberse ido a la montaña. En su último artículo, un día antes de los hechos, dijo: “Benditos los que, con las armas en la mano, defienden la Iglesia de Dios”. Fue el líder civil de Jalisco; a su muerte, su lugarteniente, Gómez Loza, fue gobernador civil de ese estado, y casi de entrada le tocó fusilar a 17 gentes del Ejército federal.
Lo increíble es que en la fórmula de su beatificación usaron la misma que para la segunda generación de 20 sacerdotes y 3 laicos, que es: fueron heraldos de paz, quienes estuvieron en medio de una lucha armada entre mexicanos que quién sabe por qué se pelearon unos contra otros. Es la versión más oficial de la Iglesia jerárquica para borrar las huellas del pasado, de su propia participación y responsabilidad.
Lo anterior es sorprendente, ya que los miembros de la generación de Anacleto aceptaron la lucha armada, que otros mataran por ellos e hicieran el trabajo sucio, y, sin embargo, les borran otra vez la pólvora y los dejan totalmente ensangrentados e inermes como mártires. Es una de las operaciones más escandalosas de sustracción histórica, de falta de probidad histórica y ética.
Esto lo siguen haciendo. Es un pasado que no termina de pasar, que se resignifica, y que es tomado también por el Partido Acción Nacional (PAN), o por una parte de él. Por eso, cuando se realizó el Sexto Congreso Internacional de las Familias, Felipe Calderón, con los legionarios allí presentes, dijo: “Bienvenidos a la tierra de María de Guadalupe, de San Felipe de Jesús y de los mártires cristeros”. Esto es el PAN y los usos simbólicos de la Cristiada. Dado que ese partido no está insertado en el tejido simbólico de la nación de una manera contundente porque el PRI y el PRD tienen acaparados a los héroes de la patria, no tiene para dónde hacerse. Entonces, tiene que recurrir a los mártires y a la Virgen de Guadalupe.
Esos usos simbólicos de los mártires muestran cómo se va resignificando la memoria.
Yo tomo la memoria como un objeto histórico, y observo cómo el pasado se resignifica, de manera un poco sicoanalítica. Yo soy sicoanalista de formación, por lo que, de alguna manera, utilizo las metáforas freudianas de la resignificación de la historia y cómo reaparece en el presente con otros ropajes.
AR: Usted menciona ahora el caso de Calderón, pero en el libro están mencionados los de Emilio González Márquez, por el PRI Luis Echeverría y José López Portillo y su trato con los Papas, o el de Andrés Manuel López Obrador y su donación para la Plaza Mariana.
FG: Es el uso político de los signos religiosos por parte del PRI, del PAN y del
PRD. Se tiene la creencia de que todo empezó con Vicente Fox; yo digo que no, sino que empezó antes de Ernesto Zedillo. Señalo el caso de San Luis Río Colorado, aproximadamente en 1991, cuando en la campaña de Manlio Fabio Beltrones para gobernador se usaron calendarios del Sagrado Corazón y de La última cena. Después esos mismos calendarios se usaron para apoyar la candidatura priísta a la presidencia municipal de Ocotlán, Jalisco. Al que los hizo lo entrevisté, y me dijo: “Fueron muy exitosos mis calendarios católicos para apoyar a Manlio en San Luis Río Colorado”.
Entonces, son los priístas los que inauguran estos usos, el PAN los continúa y el PRD no se queda atrás. Es lo que trato de decir: no crean que todo empezó con los panistas, ni se va a terminar con ellos.
AR: En el libro usted dice que al “proceso de separación Estado-Iglesia hecho por las leyes de reforma le falta un buen trecho por recorrer y múltiples facetas por dilucidar”. Hoy, ¿qué avances se tienen que impulsar al respecto?
FG: Creo que es conveniente que se sepa que las convicciones religiosas son muy respetables, pero que los políticos deben tratar de no utilizar pública y abiertamente signos religiosos cuando están ejerciendo como tales. Uno puede entender que un Presidente de la República quiera ir a misa, pero que lo haga de manera privada, y no ejerciendo su cargo público, no hacer lo que Fox cuando fue a la basílica poco antes de tomar el poder, que no reciba crucifijos en una ceremonia pública, etcétera.
Esto tiene que ver con toda una conducta de algunos panistas, de la que los representantes más fuertes fueron Fox y Carlos Abascal. Con los priístas se creó una especie de hipocresía institucional, a la que los sacerdotes llamaban el “síndrome de Nicodemus”, un fariseo que iba a visitar a Cristo en la noche para que no lo vieran. Entonces decían: “nuestras relaciones con el Estado son nicodémicas: seguimos teniendo relación porque es inevitable, pero las escondemos.”
Cuando los panistas llegaron al poder, esa parte la vieron como una hipocresía. Dijeron: “Hay que ser abiertos, y que las convicciones religiosas se manifiesten públicamente.” Pero, como bien lo decía Adolfo Christlieb Ibarrola, quien fue presidente del PAN, “cada vez que comprometemos las convicciones religiosas en la política, perdemos pisada, porque la política siempre es de coyunturas, es muy fluctuante, y las convicciones religiosas trascienden las coyunturas. No debemos usar lo religioso en la política; hay que saber que la política está secularizada, que hay diferentes posiciones e, incluso, que los católicos no son homogéneos, y que hay quienes van a votar por un partido o por otro; no tienen que votar por una misma línea, porque sería un engaño.”
Esto de la secularización de la política, que tenía muy claro Christlieb, estos panistas de última hora, como Abascal, Fox y otros, no lo entienden. Entremezclan, so pretexto de que hay que ser auténticos, como si de las convicciones religiosas se pudieran deducir de manera automática las actuaciones políticas. Cuando por sus convicciones privadas Emilio González Márquez decide que porque es católico hay que pedir perdón, a nombre de los ciudadanos de Jalisco, por el asesinato de Anacleto, confunde ciudadano con católico y católico con una condición homogénea. Claro que le hicieron pagar caro esto, pero hay una confusión flagrante.
Esto sigue porque la laicidad sigue sin ser dilucidada. Usted puede ver que los gobiernos de Sonora y Yucatán, priístas, son totalmente intercambiables con los gobiernos de Jalisco y de Guanajuato en toda la parte de la biopolítica: las relaciones con los homosexuales, las parejas, el condón y el aborto, por ejemplo. Lo que esto dice es que hay una confusión entre la moral religiosa y lo que es la salud pública; es hacer de la moral católica algo único, gratuito y obligatorio como el texto único.
Eso es lo que no ha entendido la Iglesia católica, y lo que no entendieron los políticos como Abascal y Fox: que la moral de la Iglesia es una más, y que no tienen derecho a imponerla al resto de la población. La moral laica es mucho más respetuosa, porque ésta, si alguien tiene problemas en relación con el aborto, por ejemplo, y tiene crisis de conciencia, no obliga a abortar. Permite la despenalización del aborto y dice: “Si tú quieres abortar, estas son las condiciones”. Pero no te obliga a ti, católico, a hacerlo. En cambio la otra, la católica, dice: “esta es la moral, y debe regir a todos.”
Hay mucho trabajo por hacer en esa zona.
AR: También me interesan mucho los cambios que ha traído la democratización del país en diversos ámbitos de la vida nacional. ¿Qué cambios ha registrado usted en la Iglesia durante nuestra proceso democratizador?
FG: Desde el punto de vista de la manera de gobernarse hacia adentro, la Iglesia no ha cambiado nada. Sigue siendo monárquica, jerárquica, totalmente discrecional en su poder, lo que coincide con las denuncias a la Iglesia en la parte de la vida sexual, que es uno de sus flancos más débiles. Lo que ha hecho con sus disidentes y críticos es tratarlos de silenciar, de apartar, de reprimir. En eso sigue siendo totalmente antidemocrática.
Sin embargo, a pesar de todas las críticas que se le han hecho, sigue hablando como si nada hubiera pasado hasta el día de hoy, como si no estuviera tocada, y se da hasta el lujo de hablar de democracia hacia afuera, y de cómo deben comportarse los simples ciudadanos y los gobiernos.
Es notable el grado de ceguera que tiene la Iglesia, de falta de autocrítica. Sin embargo, hay lapsus, como el documento de Abelardo Alvarado en el 2002, cuando era secretario del Episcopado, donde él y monseñor Raúl Vera hacen una crítica a la manera en que la Iglesia manejó la sexualidad, que es de una violencia brutal con sus feligreses. Sin embargo, los demás obispos dijeron: “Sí, pero sólo hay un caso, no confundan; además, nuestros críticos lo que quieren es ganar dinero, son anticlericales y lo que quieren es denigrar a la Iglesia.” Es decir, hicieron un reconocimiento y luego lo bloquean. Esos dos obispos no; hicieron un diagnóstico y dijeron: “Así ha sido, es lamentable, y no podemos seguir haciéndolo.”
De alguna manera ellos reciben el impacto, pero el grueso del Episcopado no lo ha recibido hasta la fecha, y sigue siendo prepotente, soberbio y carente de autocrítica.
En ese sentido, hay una diferencia notable con el Episcopado de Estados Unidos, no porque éste sea más virtuoso, sino porque allí hay otra cultura de denuncia penal, donde la gente ya no se va por los vericuetos del derecho canónico, sino por los del derecho civil, que nos rige a todos. Le han metido unas demandas económicas impresionantes. En este sentido, los obispos americanos se han visto obligados a volverse virtuosos a su pesar, aceptar los delitos y pagar sumas millonarias, cosa que no pasa en México porque las familias, los propios abusados, los mecanismos de la Iglesia y de los propios jueces civiles, todo conspira para mantener silenciado el hecho. La nuestra es una cultura muy poco democrática, y que sigue cruzada por lo religioso en el derecho civil.
AR: En ese sentido, la Iglesia no siguió el proceso que marca el derecho canónico para juzgar a Marcial Maciel, al que sólo hizo un llamado a la meditación y a la penitencia. Usted menciona también que las autoridades civiles han tenido cierta complicidad. ¿Qué ocurrió en el ámbito civil en este caso?, ¿hubo alguna demanda civil?
FG: No, porque aquí el caso estaba totalmente bloqueado, y además los denunciantes, en este caso los nueve legionarios (ocho mexicanos y un español) decidieron tomar la vía del Vaticano, lo que fue, a la vez, su triunfo y su error, porque era entrar en el derecho canónico, paralelo, no en el derecho que rige a todos.
El Vaticano se tomó su largo tiempo: primero, dejó hacer a Maciel lo que quisiera a partir de 1959, ya que en febrero de ese año le dio vía libre y lo exculpó, sabiendo lo que se estaba jugando. Cuando por fin Ratzinger, que había bloqueado el caso en 1998, se decidió a abrirlo el 2 de diciembre de 2005, ya cuando Juan Pablo II estaba bastante enfermo y él podía ser papable –me imagino que hizo un cálculo político-, lo que hicieron con la sentencia de 2006 fue un acto de cinismo impresionante, por la que las víctimas quedaron totalmente borradas y en la que lo importante era: “¿Cómo guardamos la cara del Vaticano y de la Legión de Cristo?”
Entonces, por eso yo hablo de un cirujano, en este caso Ratzinger, quien firmó una sentencia en la que Maciel queda recortado de la Legión, las víctimas ni siquiera son mencionadas e inventó lo que yo llamo la figura del pederasta solipsista: un pederasta que se hace los actos a sí mismo, lo cual es un contrasentido, ya que un pederasta lo es porque tiene una relación violenta con otro. Eso lo recortó limpiamente, con lo cual dejó a la Legión de Cristo sin ninguna complicidad. Agentes de los legionarios que le conseguían a sus propios efebos, personas que fueron efebos dentro de la Legión, quedaron totalmente exculpadas por esa sentencia -que ni siquiera aparecía como tal, sino como una invitación a retirarse a una vida de oración y penitencia.
Yo lo comparo con el documento de los obispos americanos de noviembre de 2002, en el que monseñor Levada, quien fue arzobispo de San Francisco y que después sustituyó a Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo: “cuando se ha comprobado abuso sexual por parte de un sacerdote y por razones de edad o enfermedad no se le ha juzgado, conmínesele a una vía de oración y penitencia, y a dejar el sacerdocio.” Esa era una sentencia, no la que firmó Ratzinger en un acto de cinismo institucional, de razón de Iglesia para salvar la cara de las propias instancias vaticanas que fueron cómplices de Maciel durante más de 50 años: la Secretaría de Estado, la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Sagrada Congregación de Religiosos.
Cuando aparece la hija de Marcial Maciel con el DNA en la mano, los legionarios siguieron usando la misma estrategia: según ellos, lo hizo fuera de la organización, además de que utilizaron aquel hecho para intentar borrar la pederastia y la toxicomanía. Pero ahora la situación se les complicó, porque el Papa les envió directamente una comisión, pero con la que se vuelve a dejar fuera a las instancias que fueron cómplices durante 50 años. Como señalé, juez y parte se convierten sólo en juez, y va a tocar sólo lo que quiera. Pueden avanzar lo que gusten y no sabemos cuánto va a ser, porque, como es una comisión de cinco integrantes, tienen que negociar entre ellos, calcular los daños hacia adentro.
Es un acto de real politik, aunque yo lo llamaría real cinic.
AR: Al final del libro, en uno de los anexos, José Barba Martín hace una cita de Juan Pablo II, que dice: “¿Cómo puede uno permanecer callado acerca de las mucha formas de violencia perpetradas en nombre de la fe y otra formas de violaciones de los derechos humanos?” ¿Cómo concordar esa declaración con el caso Maciel?
FG: ¿Y cómo ha sido posible que ese Papa lo haya apoyado hasta las últimas consecuencias?
AR: Él, Ratzinger y, si no mal recuerdo, hay alguna referencia a Norberto Rivera.
FG: Son inconciliables, pero la Iglesia vive permanentemente disociada: puede emitir el discurso que sea, mientras lo disocie de su práctica, y mientras ésta quede lo más silenciada posible. Hay una hipocresía institucional estructural. Lo que uno intenta trabajar no es si son dos o tres los casos de pederastia, sino cómo se pone a funcionar toda una institución para librar la cara de estos pederastas y la imagen de la Iglesia sin importarle los laicos y los futuros abusados.
AR: Usted dice que el factor sacerdotal es el que articulaba las cuatro actividades fundamentales de Maciel: fundador de la Congregación de los Legionarios, empresario educativo, pederasta y toxicómano. ¿Cómo se puede conciliar ser sacerdote con algunas actividades con las que teóricamente está en franca contradicción?
FG: Es una especie de esquizofrenia. Lo que pasó es que Maciel no exhibía a todo el mundo su parte pederasta, con lo cual una parte de los propios legionarios, alumnos y gente más grande percibía sólo su aspecto sacerdotal y devoción en la misa, de empresario educativo, etcétera, pero no percibía las partes de toxicómano ni la de pederasta. La clase alta política y económica que le entregaba a sus hijos no percibía estos aspectos.
El sacerdocio articula todo eso porque con los abusados usó su posición de fundador y de sacerdote para convencerlos de dejarse tocar y abusar. Con las viudas utilizó la parte sacerdotal para decir: “Estoy haciendo una obra maravillosa”; a los empresarios y la clase política les dijo: “yo les voy a formar integralmente a su gente porque soy un empresario educativo, pero tengo un plus: tengo una educación religiosa integral.”
Entonces, siempre usó el factor sacerdocio para convencer en diferentes contextos. Solamente una minoría que de la que asistía a sus actos religiosos ha sido abusada, y que después de ser abusada podía ir a misa, en la que Maciel le daba la comunión y elevaba la hostia con una enorme devoción, porque sabía manejar como un maestro el cuerpo y los signos externos.
Lo que hizo Maciel fue usar el sacerdocio como el cemento que articuló todos esos contextos, lo que lo volvió creíble. Por eso para los abusados fue tan difícil denunciar, porque les pudieron responder: “No puede ser que usted diga que Maciel lo está abusando, que después de la enfermería vaya a la capilla y diga esta misa. Usted me está contando una mentira. El padre es tan devoto, se queda dos minutos con la hostia en la consagración, no puede ser.”
Usó el sacerdocio como articulador de contextos, lo que significó volver inverosímiles los actos.
AR: ¿Cuál es el costo que está pagando la Iglesia por intentar ocultar esta clase de hechos?
FG: Es difícil calcular, pero evidentemente esto que le acaba de pasar a la Legión cuando se autoacusa y tiene que acusar a, nada más y nada menos, su fundador. Ahora la nueva moda es quitar todos los retratos de Maciel de las casas usando el método estalinista, que es burdo y brutal: asesina y pretende borrar simbólicamente. Eso es lo que quieren hacer los legionarios, lo cual habla de su capacidad intelectual.
Lo intentan hacer, pero el costo ya es muy fuerte: a partir del 2 de febrero de 2009, y por primera vez, aparece una fisura. Hay gente de buena voluntad, honesta dentro de la Legión, que de pronto se desayuna con esta información de la doble vida, y entonces se le vuelve verosímil la triple vida que la Legión intentó ocultar como un complot. Empieza a decir: “¿y qué tal si era cierto también aquello? Entonces, ¿por qué la cúpula y otros lo ocultaron?”
Había una red de silencio, una omertá dentro de la Legión, pese a la cual empezó a salir a la luz una fractura irremediable. Por ejemplo, cito al vocero de los legionarios en Estados Unidos de 1998 a 2004, Jay Dunlap, quien no es sacerdote y que escribió una carta a Jason Berry, quien, junto con Gerald Renner, habían explicitado el caso Maciel en febrero de 1997, en la que le pidió disculpas: “Lamento mucho, y pido disculpas por todo lo que dije contra usted sobre el caso Maciel. Y por medio de usted le pido disculpas a los nueve legionarios que denunciaron abiertamente a Marcial Maciel.”
Es brutal, porque es la fisura hacia dentro. Por otro lado hay otras grietas: gente que creía y empieza a sentir una certeza: “allí había un santo, un tipo que estaba sufriendo un martirio moral, y de pronto me doy cuenta de que era un impostor.” Vienen los dolores y desgarramientos de una creencia cuando cae. Ese es un precio que está pagando la Legión hacia adentro; pero también es un precio de credibilidad que están pagando por apoyarla hacia fuera el Episcopado y otras instancias de la Iglesia.
Para las congregaciones religiosas católicas, evidentemente que todo se concentra en la Legión de Cristo, y eso es muy importante, porque también otras de aquellas tienen su pederasta de cabecera, sus homosexuales, sus heterosexuales con sus mujeres en el closet. Entonces, como todos los focos están puestos en la Legión, a las demás congregaciones les viene muy bien. Pero hay una especie de omertá entre ellas: yo no te denuncio, tú no me denuncias, y así nos la vamos llevando. Es una hipocresía estructural institucional, en eso hay una coincidencia entre todas las instancias de la Iglesia: “guardemos el máximo de silencio, so pretexto de no escandalizar a nuestros siempre ingenuos, débiles y frágiles fieles.” Pero en realidad es: “protejámonos nosotros la cara, protejamos la cara de la institución por encima de las personas.”
AR: Es la Iglesia del silencio.
FG: Sí, claro; debería llamarse “Los diferentes silencios de la Iglesia”, o “Algunos silencios de la Iglesia”.
*Una versión un poco más breve de esta entrevista fue publicada en Milenio semanal, núm. 649, 5 de abril de 2010. Reproducida con autorización de la directora.
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