El manejo criminal de la justicia
Entrevista con José Reveles*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
La
discusión sobre el caso de Florence Cassez ha continuado con gran pasión, pero
en la mayoría de los casos no sólo con escaso o nulo conocimiento del
expediente del proceso que se le siguió a la ciudadana francesa, sino con pocos
elementos nuevos para documentar opiniones y juicios al respecto.
En
su libro El affair Cassez. La indignante invención de
culpables en México (México, Temas de hoy, 2013), José Reveles ha recabado
mayor información sobre el caso y ha dado mayores elementos de contexto sobre el
proceso que conmocionó a la sociedad mexicana, el cual le sirve para
ejemplificar la perversión que de la justicia se ha hecho en México. “Este es
un libro contra la impunidad”, afirma el autor en la primera línea del volumen.
Este País
conversó con el periodista, quien ejerce su profesión desde hace más de cuatro
décadas; egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, ha laborado
en medios como Excélsior, Proceso, Filo rojo, El Financiero y Variopinto,
entre otros. Autor de una decena de libros, en 2001 recibió el Premio Nacional
de Periodismo en la categoría de Reportaje.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
hoy un libro como el suyo?
José Reveles (JR):
Curiosamente, conociendo el caso de Florence Cassez no había profundizado sobre
él sino hasta que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dio a
conocer su fallo y la dejó libre. En ese momento empecé a hablar con gente,
amigos míos informados e inteligentes, y siempre salía a relucir el tema. Me di
cuenta de que todo el mundo asumió la versión oficial y decían: “¡Ah, era una
secuestradora! Cómo iba a ser tan mensa para no saber que donde ella vivía con
Israel Vallarta estaban los secuestrados. No puede ser, eso es imposible”.
Claro
que era imposible porque no estaban allí. Eso lo descubrí con la lectura de los
expedientes, con el historial de cómo se fue fabricando el caso; digo
“fabricando” porque llegué a la conclusión, a los ocho o 10 días de la resolución
de la Corte, de que ésta le había entrado al tema sólo en lo formal-jurídico,
es decir, no entró al fondo, y no lo hizo porque no quiso y porque no le
tocaba, se lo prohíbe la ley.
Entonces
la decisión de la Corte, con ser histórica, importante, y para mí justa y
correcta, al mismo tiempo terminó de criminalizar a Florence porque dijo: “Aquí
no juzgamos si es culpable o inocente: se le violó el debido proceso”. Con esa
frase los ministros estaban diciendo que es culpable ante una opinión pública
que no tiene por qué estar adentrada en los vericuetos legales. Sin quererlo,
ellos mismos criminalizaron a Florence habiéndola liberado.
Yo
cito las cabezas de los periódicos, que decían: “Liberan a la secuestradora”, por
ejemplo. La Corte no aclaró que, antes del montaje televisivo, a Florence
Cassez y a Israel Vallarta los capturaron el ocho de diciembre, y que los
presentaron el día nueve en un falso operativo de rescate de las víctimas en el
rancho Las Chinitas, cuando estas personas no estaban allí la noche anterior:
las colocaron, montaron un escenario, dividieron el cuarto de una cabañita, le
pusieron luz eléctrica, etcétera. Fueron una serie de montajes y testimonios
falsos, con hallazgos increíbles. ¡Por favor! Uno está hablando en serio.
Me
di cuenta de eso y dije: “¿Por qué?”, y me puse a investigar. Encontré que la
coyuntura era lo más cómoda, lo más propicia para que Genaro García Luna
defendiera su puesto de director de la Agencia Federal de Investigación (AFI),
porque hacía ocho días que se había dado a conocer que sus agentes fueron
quienes secuestraron a Los Zetas en
Acapulco, cuando México contempló el primer narcovideo
con violencia y con ejecución explícita. Los operadores de ese asunto fueron del
cártel de Sinaloa, pero utilizaron como sus empleados a los agentes federales.
En cualquier país que se respete, el director de ese cuerpo policiaco se
hubiera ido a su casa si no es que a la cárcel. Entonces montó el show y eso lo salvó. Le salió muy bien
porque lo repitió hasta el cansancio.
Lo
que yo digo en el libro es muy polémico porque yo sostengo lo que digo y a las
pruebas me remito. Yo sé que se van a enojar.
AR: Usted sostiene la hipótesis de
que en el caso Cassez coincidieron tres asuntos: la necesidad de mejorar la
imagen de la Secretaría de Seguridad Pública, una venganza personal de Eduardo
Margolis y la legitimación política por parte de Felipe Calderón. ¿Cómo se
entrelazan estos tres asuntos?
JR:
Uno tiene que analizar los acontecimientos en el contexto en que ocurren porque
nada es casual en política ni en nota roja ni en montaje mediático. Aquí
coincide todo: estamos hablando de un gobierno, el de Vicente Fox, al que le
faltaba todavía casi un año para dejar de ser presidente; el cuatro de
diciembre de 2005 juraba como candidato presidencial Felipe Calderón, y en
México cuando entra un candidato el Presidente en funciones empieza a perder
poder y piso.
Entonces
es importante la fecha en que ocurrió esto: veníamos del intento fallido de
desafuero de Andrés Manuel López Obrador, del arrepentimiento de Fox de haberlo
intentado y cuando Calderón había ganado la elección interna del PAN de mala
manera, con vicios muy fuertes.
El
caso no hubiera pasado a mayores si muere en diciembre, pero resultó que
revivió en febrero porque hubo una entrevista en el programa de Denise Maerker
en el que acorralaron a García Luna cuando llamó Florence Cassez desde la
cárcel. Allí quedó en evidencia que las autoridades habían hecho un show,
que pusieron en escena un asunto que no existió en la realidad.
Entonces
al final nunca se va a saber dónde estuvieron estas víctimas y quién las
secuestró —si es que alguna vez fueron secuestradas—. Estamos hablando de tres
personas: el joven Ezequiel Elizalde, que en esa época tenía 18 o 19 años; la
señora Cristina Ríos Valladares, y su hijo de 11 años. Ellos siguen sosteniendo
una versión a la que le dan vueltas y vueltas, la que fueron modificando
conforme las circunstancias lo exigían. La señora Ríos Valladares primero no
reconoció en absoluto a ninguna mujer y menos a Florence; llegó a decir “déjenlos
porque no tuvieron nada qué ver”. Pero en febrero ya la comenzó a culpar, e
incluso acusó a Israel de haberla violado y de allí se fue para adelante; casi
cuatro años después la vuelven a citar para que reconociera a otros integrantes
de la banda, quienes eran los hermanos y los sobrinos de Israel Vallarta, entre
otros, Y dijo: “Fulano me violó, él todos los días, aquel también”. Entonces
resultó que ocho tipos la habían violado y se acordaba de sus voces cuatro años
después. Eso es imposible.
AR: Ezequiel dio varias versiones
de los hechos…
JR:
Hasta cinco: que se autosecuestró porque su papá era un desgraciado que no le
daba dinero; luego que él sospechaba que lo secuestró un amigo de su suegra;
luego su papá dijo que los únicos que sabían que él espiaba teléfonos eran la
suegra y la esposa de Ezequiel, y por tanto sospechaba de ellas, etcétera. Es
una familia de mentirosos, no hay otra explicación.
Pero
también cambiaban la versión al gusto de lo que la autoridad les ordenaba. Para
mí, las supuestas víctimas llegaron a convertirse en delincuentes porque hay
una versión no desmentida de la televisión francesa de que Cristina Ríos
Valladares era ama de llaves de Eduardo Margolis, y el otro muchacho era hijo
de un secuestrador que muy probablemente estaba al servicio de Margolis porque
intervenía llamadas A lo que se dedica Margolis, entre otras cosas, es a vender
blindaje para automóviles, chalecos antibalas e instrumentos de seguridad, y tiene
negocios en la televisión, en las ofertas de las noches; pero también, sobre
todo, a solucionar los secuestros de la comunidad judía. De eso presume desde
hace muchos años, y dice que fue de la Mossad, etcétera. Este personaje es muy
importante porque finalmente es el que le puso el asunto en bandeja de plata a
García Luna.
Tal
vez debí haber sido más explícito, aunque sí lo digo en el libro: en realidad
iban sobre Israel Vallarta, no sobre Florence; pero ella iba con él en el
momento de la detención, y cayó y le vino como anillo al dedo a García Luna
porque se trataba de una francesa bonita y “secuestradora”. ¡Qué levantón de la
imagen del gobierno!
AR: Hay otros personajes que no
fueron investigados a fondo...
JR:
Yo llegué a la conclusión de fue una especie de tablero el que pusieron sobre
la mesa y dijeron: “Aquí está esta banda, por acá este grupo; este es
secuestrado; a ver, este pásamelo para acá, ponle este nombre a la banda. Los
hermanos Rueda Cacho, a ver, que canten, y si lo hacen les damos chance de que no
les pase nada” (una especie de testigos protegidos sin estatus oficial). Pero
yo sospecho, por la forma en que se han desarrollado los acontecimientos, que
esa gente era incondicional de la autoridad simplemente porque fue lo que les
ordenaron y lo que les convenía a ellos para tener prerrogativas.
AR: ¿Qué pasó con la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos en este caso? Porque se dio cuenta del
maltrato físico, de las torturas, y luego no quiso aplicar el Protocolo de
Estambul, como usted relata. Después se apegó a la versión de que los detenidos
sí eran delincuentes, pero que se violaron sus garantías y por esto los
tuvieron que dejar libres, por lo cual se habrían violado los derechos de las
víctimas. Se hizo partícipe del discurso oficial.
JR:
Qué bueno que menciona la palabra discurso porque finalmente es sólo eso.
Pasaron más de siete años con una CNDH totalmente inactiva, que no hizo caso de
todas las denuncias que le entregaron.
Al
respecto está el caso de la captura del hermano de Israel Vallarta, René, y
también de sus sobrinos, a quienes tuvieron tantas horas bajo tortura que
cuando los entregaron al Ministerio Público la queja ya estaba en la CNDH.
Estamos hablando de una ilegalidad del tamaño del mundo.
En
cuanto la SCJN dio su veredicto, histórico, el 23 de enero de 2013, en la CNDH
dijeron: “Tenemos que sumarnos a esa corriente”, y lo hicieron en el discurso. Afirmaron:
“Se violó el derecho de las víctimas”, que eran Ezequiel, Cristina y el niño.
Para ellos Israel, Florence y los demás no fueron víctimas porque no estaban
hablando de la invención de culpables. En este país el mundo es al revés:
muchas veces aquí las víctimas son quienes están en la cárcel porque la
autoridad decide castigarlos por la razón que quieras: política, de venganza
personal, porque denunciaron, porque conviene a la propaganda mediática del
momento, etcétera. Por ejemplo, ya no es ningún secreto que los generales que
estuvieron en la cárcel, como Tomás Ángeles Dauahare y Roberto Dawe, ya
salieron libres porque no debían nada. Noé Ramírez Mandujano, quien fue
subprocurador; dos ex directores de
Interpol, Rodolfo de la Guardia y Ricardo Gutiérrez Vargas, así como Javier
Herrera Valles, ex coordinador regional de la Policía Federal, ya salieron.
Todos ellos han sido liberados, y faltan muchos.
Así
ha ocurrido con la elaboración de laberintos de culpabilidad que al final son
falsos, porque se está usando otra vez a la tortura como la reina de las
pruebas, la cual, según decían, ya había desaparecido en este país. No es
cierto: la semana pasada yo recibí manuscritos de gente involucrada en el caso
Martí que desde hace cuatro años recibe presión y tortura.
Lo
más fácil aquí es inventar secuestros, culpables y nombres de las bandas.
Normalmente la autoridad es la que bautiza a las bandas, y no hablo nada más de
Los
Zodiaco (que nunca existieron; yo soy especialista en secuestros
desde hace 20 años y me sé todos los nombres de las bandas).
AR: En el libro se cita que a uno
de los últimos inculpados en el caso Cassez le preguntaron en la cárcel: “¿Cómo
se llamaba su banda?”, y respondió: “Los
Zodiaco, según me enteré aquí”.
JR:
“Me acaban de decir”. Cuando se inventa tanto se cae en muchos errores; la
autoridad cometió el error de repetir los Géminis y los Cáncer, y se
equivoca porque en otra ocasión así llamó a otro de los inculpados: a Israel
Vallarta le dieron un apodo que luego le atribuyeron a otro.
Lo
que descubre este libro es que el de Cassez no es más que un caso paradigmático
de lo que ocurre con muchísima gente. Eso lo hicieron con una francesa porque
mediáticamente les convenía, pero lo llevaron al extremo de confrontarse con
otro gobierno por la necedad del presidente Calderón de mantenerla aquí y por
la necedad de Nicolás Sarkozy (porque hay que ver que este hacía propaganda a
través del caso Cassez) de llevársela a Francia. En ese momento la pobre mujer
estaba entre dos fuegos, y dijo. “Estoy peor que nunca porque discuten los
presidentes de dos países, uno para llevarme a cumplir 20 años de condena y
otro para que me quede a cumplir 60 años. Estoy jodida”.
AR: De lo que decía, a mí me llama
la atención que durante estos años se hizo una importante reforma en materia de
justicia en 2008. ¿No le parece que este caso es un franco ataque a esa
reforma?
JR: Yo
hablo de la reforma del 2008 pero hay una más reciente por la que los derechos
humanos se incorporaron a la Constitución.
Yo
sí creo que hay una embestida en contra de los juicios orales, curiosamente,
que tampoco están limpios de polvo y paja porque es una cosa que promueve
Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida, y ya llevamos casi seis años y
no se pueden implementar; el límite son ocho, y yo creo que van a ampliar el
plazo.
Como
comentario al margen: fueron acusados los autores de Presunto culpable. ¿Quién está detrás de los acusadores? Estos no
son gente pudiente; entonces hay un sistema en el ámbito de los juzgadores y de
los magistrados que está en contra de las reformas.
AR: Muchas organizaciones
defensoras de víctimas de delitos avalaron y defendieron la tesis oficial de la
culpabilidad de Cassez. ¿Qué nos dice esto?
JR:
Yo creo que desde el gobierno de Fox, pero más durante el de Calderón, se le
dio mucha beligerancia a organizaciones presuntamente defensoras de víctimas de
secuestro, y se les dio rango casi de consejeros presidenciales; por ejemplo,
Isabel Miranda, Alejandro Martí y María Elena Morera (de quien se denunció que
su hijo trabajaba con García Luna, por ejemplo).
Aunque
algunos de ellos de por sí son multimillonarios, esto no quiere decir que no
reciban prerrogativas del gobierno: si no es dinero es poder. El problema es
que han sido denunciados por muchas víctimas de haber colaborado con la
autoridad para convertirlos en presuntos culpables sin serlo, y de presionarlos
física y psicológicamente dentro de las cárceles. Esto es totalmente irregular;
no lo digo yo, está en testimonios escritos y en actas ministeriales que yo
conozco. ¿Qué pasó con todo esto? ¿Por qué se permitieron esta simbiosis y esta
irregularidad?
Entonces
florecieron mucho las asociaciones civiles, y lo que hicieron los gobiernos
panistas fue crear, promover y financiar las que le hicieran contrapeso a las
organizaciones más autónomas. Entonces tenemos grupos avalados por el gobierno,
y grupos a los que éste considera como enemigos. Hay ese asunto, entre sutil
pero también descarado, de financiar organizaciones que están del lado del
gobierno y que lo van a apoyar en todo. Eso lo hemos visto: hay personajes que
parece que son consejeros de seguridad pública, de las procuradurías y de la
Presidencia. Es en ese ámbito en el que se puede dar casos como los de Cassez y
Tomás Ángeles, por ejemplo.
AR: Usted dice al principio del
libro que en los gobiernos del PAN se aplicó una justicia a la carta. En ese
sentido, ¿cuál ha sido el efecto de la democratización del país en los sistemas
de seguridad pública y de procuración de justicia?
JR:
Para desgracia de nuestro país, la simulación del PRI, la represión selectiva a
los opositores, la criminalización tuvo un manejo diferente con los panistas,
pero no mejor sino peor, porque estos no sólo criminalizaron a la gente, no
sólo inventaron culpables sino que fue tan grave la violencia colectiva (o sea
los muertos, los desaparecidos, los desplazados, los torturados) que desde el
primer momento en que alguien caía en garras del crimen organizado o de alguna
autoridad, o moría en un fuego cruzado, ya era criminalizado: si los mataron o los
secuestraron fue por algo. Esto lo sostengo en otro libro: cómo Calderón fue
ejemplo de criminalización de, por ejemplo, los jóvenes asesinados en Villas de
Salvárcar, en Ciudad Juárez, de quienes dijo que eran delincuentes; igual
ocurrió con los dos muchachos de excelencia del Tec de Monterrey que murieron
en una balacera, de quienes dijo que en algo deberían haber andado. En este
caso no sólo fue la palabra del Presidente poniéndolos falsamente como
delincuentes, sino el Ejército mismo montando la escena del crimen, sembrando
armas, colocando los cadáveres, poniendo casquillos de bala, como ocurrió
también con los chavos que mataron en Santiago de los Caballeros, en
Badiraguato, Sinaloa. Y son sólo los casos que en este momento recuerdo pero
pueden ser infinitos.
Eso
es terrible, y no es que eso se haya modificado; lo que cambió fue la difusión
de los casos: ahora que volvió el PRI, éste cree que el cambio de percepción es
cambio de realidad: percepción mata realidad. Entonces quiere generar una idea
colectiva de que las cosas ya mejoraron, pero no lo han hecho en absoluto:
sigue habiendo el mismo número de muertos, de ejecutados, de desaparecidos y
quizá haya más desplazados en este momento en Sinaloa y Guerrero.
Entonces
la situación no varía sino el discurso, la manera de presentar las cosas ante
la gente.
AR: Usted también afirma en el
libro que la estrategia de comunicación del gobierno en estos temas fue litigar
en los medios. ¿Cuál fue el comportamiento de los medios frente a esa política?
JR:
Se inculca todo eso en la sociedad a través de los medios, que son los
culpables de repetir la versión oficial. Primero, yo creo que el primer papel
de un periodista es dudar de ésta, y no sólo eso sino investigar la información
alternativa.
Segundo,
a veces adquirimos también el lenguaje policial: repetimos con una gran
facilidad las palabras criminalizadoras: le quitamos el “presunto” y le ponemos
“secuestrador”, pero también hablamos de “levantones”, “narcofosas”, etcétera,
porque es el lenguaje que nos enseña la autoridad y hacemos uso de él de una
manera totalmente acrítica.
Cuando
no se cuestiona la verdad oficial entonces la gente recibe más propaganda que
información, y ese es el gran problema. Entonces, cuando se deja pasar un
asunto como el caso de Florence o cualquier otro sin mayor cuestionamiento,
pues le estás dando el aval. Además no tenemos memoria y no damos seguimiento a
los casos.
AR: Del caso de Florence Cassez hay
una conclusión: la justicia fue una de las principales víctimas. ¿Qué
pendientes hay al respecto?
JR:
Hice un artículo sobre Florence a las dos o tres semanas de la liberación, y me
dijeron “no, pero eso ya pasó” (no voy a decir quién porque me da pena), y yo
le respondí: “No, el caso Florence, para mí, apenas empieza”. No acabó; ¿qué
falta? Que la autoridad haga honor a una decisión de la SCJN y castigue a los
culpables: falta investigar a las presuntas víctimas, falta que la CNDH se
ponga en el papel que le corresponde de defensora de las verdaderas víctimas y
no de quienes cometieron las tropelías. La comisión señaló a autoridades que
dizque cometieron errores, pero se tomó el trabajo de dar pelos y señas de la
prescripción de los delitos, y la conclusión es que todos terminaron en
diciembre de 2012; o sea, no va a haber nada. Está diciendo: “Son terriblemente
abusivos pero ya tienen total impunidad”.
Eso
es lo que dijo la CNDH, y es una mentirosa porque hay tres maneras de que eso
pueda ser castigado: una, el asunto de la prescripción no cuenta cuando eres
secretario de Estado (fue el caso de Echeverría cuando era Presidente de la
República, que creo también se puede aplicar); dos, que existe una denuncia sobre
el montaje, y tres, no limitarte al caso Cassez sino a la actuación global de
las autoridades de seguridad pública que hicieron de este país un reino de la
injusticia.
Entonces
hay por lo menos tres elementos con los cuales juzgar a esa gente. Agrego una cuarta: la conveniencia política: si quieres un
caso de verdad no te vayas con Elba Esther Gordillo; no, vete a lo serio, a
castigar a estos señores. Estamos hablando de un manejo criminal de la
justicia.
AR: En este y otros libros usted ha
denunciado el comportamiento de delincuentes y de autoridades que
presumiblemente estarían ligadas con ellos. ¿Se ha sentido en riesgo al
realizar su trabajo?
JR:
La verdad, tengo que decir que no. Yo me cuido en la medida que lo que digo
puede ser sustentado en cualquier momento con documentos y con declaraciones.
Incluso he sido llamado a un juzgado por una afirmación que hice: que los que
lanzaron las granadas en Morelia no son los que están presos; me llamaron al
juzgado, fui y ratifiqué que eso es lo que yo creo, y lo creo por testimonios,
por manuscritos, etcétera. Tengo en mi mano, escritos a mano de presos, como
40; tengo acceso a los expedientes, y la gente confía en mí y me busca.
Entonces
tengo el aval que me da que estoy diciendo la verdad y suelo cuidarme mucho de no ir más allá de lo que se
puede decir con pruebas.
En
ese sentido sí he sido objeto de alguna denuncia civil en el pasado, pero las
dos que tuve (en tiempos de Gertz Manero) ya pasaron hace muchos años.
No
tengo miedo de andar por la calle ni mucho menos; tengo mis precauciones, los
teléfonos me los intervienen, pero como actúo públicamente no pasa nada. Te
dicen cosas pero no he llegado a tener amenazas.
Desgraciadamente
otros compañeros sí han sido víctimas, y yo los quiero, algunos eran mis amigos,
como Regina Martínez, asesinada en Veracruz, y Jesús Lemus Barajas, quien estuvo
tres años en la cárcel. Yo me cuido de no caer en eso tampoco: no hay que dar
la oportunidad de que te agredan.
Yo
no ando con guaruras ni nada; ando en mi carrito, vivo con mi familia y no pasa
nada.
*Entrevista publicada en Este País, núm. 275, marzo de 2014.
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