El
pensamiento de izquierda: renovarse desde la tradición
Entrevista
con Carlos Illades*
Ariel Ruiz Mondragón
En el debate intelectual y
académico mexicano la presencia de la izquierda fue en crecimiento a lo largo
del siglo XX, hasta hacer que sus contribuciones al estudio y el conocimiento
del país, aun con todos sus bemoles, ejercieran no poca influencia tanto en las
universidades como en organizaciones políticas como partidos y sindicatos.
Ese proceso de desarrollo del
pensamiento de izquierda tuvo años muy importantes entre el movimiento
estudiantil de 1968 y la caída del muro de Berlín, es decir, entre el
crecimiento de los anhelos democráticos y el declive del socialismo real,
hechos marcados por la crisis del capitalismo y complejas y difíciles
situaciones sociales.
Al estudio de esa evolución está
dedicado el libro La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público
en México 1968-1989 (México, Océano, 2012), de Carlos Illades (México,
1959), en el que el autor toma como referencias fundamentales tres revistas (Historia
y sociedad, Coyoacán y Cuadernos políticos) para analizar a
la intelligentsia de aquellos años.
Sobre ese libro Etcétera
conversó con Illades, quien es doctor en Historia por El Colegio de México y
profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma
Metropolitana Iztapalapa. Investigador nacional nivel III del Sistema Nacional
de Investigadores, ha sido investigador visitante en las universidades de
Harvard, Postdam, Leiden, Columbia y el Centro de Investigación y Docencia
Económicas. Autor de una decena de libros, ha obtenido diversos premios: Marcos
y Celia Maus, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1988), de la
Academia Mexicana de Ciencias (1999), Edmundo O'Gorman, del INAH (2001) y
Gastón García Cantú, del INEHRM (2007).
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué
publicar un libro como el suyo?
Carlos Illades (CI): Hay un antecedente y dos
razones que me motivaron a escribirlo. Yo llevo 15 años estudiando la historia
del pensamiento socialista en México; comencé estudiándolo el del siglo XIX, en
particular los orígenes, y rescaté la obra de algunos de los autores
importantes; ahora empiezo a adentrarme en el siglo XX. Entonces es algo que me
ha preocupado desde hace mucho tiempo, en parte porque creo que la historia del
pensamiento de la izquierda ha estado un tanto abandonada en el panorama
intelectual y académico mexicano.
Me importó hacerlo por dos
razones: la primera es que considero que la izquierda mexicana actual no ha
sabido o no ha querido reivindicar su papel en la transición. Creo que un
componente fundamental de la transición mexicana a la democracia, deficiente y
todo, que ahora tenemos, ha sido de la izquierda. Si revisamos la historia de
ésta en el siglo XIX y, concreta y más cercanamente, en el siglo XX, lo que
encontramos es que si alguien se opuso a la autocracia priista fue la
izquierda; si algún grupo reivindicó la democracia en el sistema político pero
también en los sindicatos, la participacióin de la sociedad civil y defendió los
derechos de los ciudadanos, fue, sin duda, la izquierda. Ésta, a partir de
estas reivindicaciones históricas, fue la que padeció la cárcel, la represión y
el sistema autoritario mexicano.
La segunda razón, a un nivel más
puntual, es que también creo que la izquierda hizo un aporte intelectual
fundamental en el siglo XX mexicano. Algunos de los temas más importantes que
se trataron en esos años, y que incluso tienen vigencia actual, los planteó la
izquierda intelectual, sobre todo en la renovación que experimentó a partir del
movimiento de 1968, y por ello empieza en este año.
AR: Sobre ello: ¿por qué el
libro abarca sólo el periodo 1968-1989?
CI: Hasta entonces la izquierda
mexicana había sido relativamente marginal, al menos en las últimas décadas
(pienso en particular en la izquierda comunista), cuando estaba en la
clandestinidad. Había otras fuerzas más pequeñas, como el trotskismo y otros grupos,
a los que en el 68 el movimiento estudiantil les dio la oportunidad de
potenciarse, de expresarse de manera más amplia.
Entonces hubo una oportunidad de
intercambio más relevante, que se dio cuando en todo el mundo habían ocurrido
transformaciones en el mundo socialista: la invasión soviética a
Checoslovaquia, los movimientos estudiantiles en Alemania, Francia y Estados
Unidos, el cada vez más evidente fracaso de los estadunidenses en Vietnam, por
ejemplo. Hubo otra serie de razones que llevaron a la izquierda a replantearse
muchas cuestiones: la posibilidad de la revolución en los países desarrollados,
pero también la oportunidad de que el Tercer Mundo fuera, por primera vez, el
motor de ese cambio a nivel mundial. Es curioso: ahora puede parecer un tanto
raro que las imágenes dominantes en esa época, en el imaginario de los
estudiantes del Primer Mundo, no son sus propias imágenes, sino las
latinoamericanas, como las del Che Guevara), Ho Chi Minh, Mao Tse Tung,
etcétera. Por primera vez el Tercer Mundo se instaló en el Primero como una
especie de horizonte de futuro.
El libro acaba en 1989 por una
razón fundamental: en ese año es la caída del muro de Berlín, lo que cerró una
especie de horizonte histórico para un proyecto. No creo, ni mucho menos, que esa
sea la clausura del proyecto socialista que empezó desde el siglo XIX: mientras
las cuestiones de las que se ocupa sean, fundamentalmente, la reivindicación de
la equidad, la igualdad, la justicia social, y éstas no se resuelvan, la
izquierda tendrá un papel.
Pero, ciertamente, con la caída
del muro de Berlín al menos un tipo de socialismo quedó cancelado y cerró un
ciclo histórico. Por eso el libro termina allí.
AR: ¿Por qué escogió esas tres
revistas que aparecen en el libro?
CI: Seguí como hilo narrativo y
también como foco de análisis tres revistas por varios motivos: quise buscar en
el amplio abanico de publicaciones teórico-políticas que había en esa época
(había muchísimas) las que representaran distintas posturas. Por eso, sin haber
agotado el tema, escogí las tres revistas.
Historia y sociedad, por ejemplo, que se comenzó a
publicar en 1965, reflejaba las posturas del comunismo oficial mexicano. En esa
publicación participaban Enrique Semo y Roger Bartra, aunque hay otros autores
importantes, sobre todo historiadores. Allí se publicaron los primeros trabajos
de Enrique Florescano, también de Gilberto Argüello, Sergio de la Peña y otros
autores.
La segunda revista, que comenzó
a publicarse en 1977, es Coyoacán, que fue la revista de los
trotskistas, fundamentalmente encabezada por Adolfo Gilly. No era antagónica,
pero sí tenía muchas diferencias con la posición del comunismo oficial; sin
embargo, no había un combate frontal, un debate abierto.
La tercera revista, y creo que
fue la más importante de las tres, fue Cuadernos políticos, en la que
participaban Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Ruy Mauro Marini, Arnaldo
Córdova, Rolando Cordera y otros autores. Reflejaba posturas más variadas y más
abiertas porque van desde un planteamiento parecido al de la socialdemocracia,
aunque con un matiz nacionalista muy importante (que era la postura de Pereyra
y Cordera), hasta posturas de un marxismo revolucionario enemigo del
estalinismo, como la de Bolívar Echeverría, en buena medida diferenciado del
leninismo. De alguna manera, en Echeverría estaban las posturas derrotadas de
la tradición comunista: Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, etcétera. La otra figura
era Marini, quien era más afín al maoísmo.
Entonces con esas tres revistas
quise cubrir el espectro ideológico más importante, y a través de ellas
introducir y analizar la obra de los intelectuales que participaron en ellas. A
través de esas revistas se incorpora el análisis de la obra de Echeverría, de
Pereyra y, en parte, de Semo. Me interesa resaltar eso porque el libro, si bien
es cierto que habla del marxismo, no habla de todo el marxismo sino del
vinculado con estas revistas y con cierta militancia política, porque si
hiciéramos una historia del marxismo de esa época pues tendríamos que
incorporar a otras figuras. Si bien es cierto que Semo o Córdova son
fundamentales para la historiografía mexicana, tampoco nos podríamos olvidar de
Alfredo López Austin, quien no participó en esas revistas; si en la sociología
fueron importantes Córdova y Gilly, faltaría la figura de Pablo González
Casanova, quien tampoco participó en esas revistas. Y si pensamos en la
filosofía marxista, sería ineludible la figura de Adolfo Sánchez Vázquez.
Entonces, si se habla también de
la aportación de los intelectuales de izquierda a las ciencias sociales
mexicanas, hay que reconocer esas ausencias, que no son objeto de este trabajo
pero que ameritarían, por supuesto, un estudio.
AR: En el libro usted señala que
en esa época los intelectuales de esas revistas tenían una gran variedad de
influencias: la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, el estructuralismo
francés, la historia social inglesa, la teoría de la dependencia
latinoamericana, etcétera. Con este cúmulo de influencias, ¿qué tan original
fue la obra teórica de esos intelectuales?
CI: Creo que tiene algo de las dos
cosas: estaban profundamente influidos por el marxismo en cualquiera de sus
vertientes; si pensamos en Historia y sociedad, es primero la influencia
del marxismo soviético oficial; pero después, sobre todo en la obra de Semo,
hay una influencia importante de una escuela historiográfica, que es la de
Leipzig, que innovó mucho en el estudio de las revoluciones de independencia,
lo que sus exponentes llamaron “las revoluciones atlánticas”, y en la
historiografía todavía se habla de ellas, y han estado de moda ahora con el
bicentenario. Ese enfoque lo inició aquella escuela con la figura de Manfred
Kossok; ya más vinculado con los temas mexicanos, en Berlín, en la época que
allá estudió Semo, estaba Friedrich Katz, el gran estudioso de la Revolución
Mexicana.
Y así fue en otros casos; por
ejemplo, en Bolívar Echeverría las influencias fueron, fundamentalmente, de la
teoría crítica alemana.
Pero pienso que, sin negar estas
influencias, hay una elaboración original. Creo que uno de los rasgos que hacen
importante la obra de Semo es que trató de repensar la historia mexicana
incorporando el marxismo de la época. Eso no fue simplemente como de empotrar y
obtener resultados, sino que requirió de un ejercicio de investigación, de
meditación sutil que dio resultados importantes: su libro Historia del
capitalismo en México innovó mucho en su época y ayudó a pensar a otros los
temas mexicanos.
Pienso en cómo fue de los
primeros en decir (al menos es al primero que yo se lo leí) que cuando llegaron
los conquistadores españoles sustituyeron una forma de despotismo, que era el
de los mexicas, y reemplazaron a quienes lo encabezaban, pero siguieron
cumpliendo durante un tiempo la misma función. Entonces hubo aportes relevantes
porque también para los intelectuales comunistas era muy importante conocer la
historia con la intención de, a partir de allí, deducir cuáles eran las tareas
políticas a futuro.
En el caso de Echeverría, estaba
muy ligado a las primeras etapas de la Escuela de Fráncfort, pero desarrolló un
pensamiento sumamente original, sobre todo en la época de los ochenta y de los
noventa, en su reflexión sobre cómo Latinoamérica se incorporaba a la
mundialización. La teoría que elaboró a través de lo que él llamó los ethos,
particularmente el barroco, es una aportación original. Así podríamos enunciar
otras.
Entonces sí hubo mucho que
retomar de las discusiones europeas, pero también la intención, y con
resultados buenos, de, a partir de allí, pensar los problemas mexicanos y de la
historia nacional y latinoamericana.
AR: ¿Qué herencias intelectuales
de izquierda nacional tenían? Al principio del libro se resaltan los
intercambios polémicos entre Vicente Lombardo Toledano y José Revueltas, por
ejemplo. ¿Cuáles eran las referencias mexicanas más cercanas que tuvieron?
CI: Ellos heredaron un momento de
apertura que se dio en la cultura mexicana, que se dio en la década de los
cincuenta, cuando apareció la que después fue llamada la Generación de Medio
Siglo, la que animó una publicación que se llamó Medio Siglo, en la que
estaba, por ejemplo, Carlos Fuentes, y que empezaron a buscar nuevos
horizontes.
En los sesenta, por ejemplo, se
publicó una revista que fue muy importante: Política, de Manuel Marcué
Pardiñas, y que empezó a presentar estas cosas desagradables de la cultura
política nacional y a abrir espacio a los jóvenes.
Podríamos mencionar otras
publicaciones y suplementos, por ejemplo el que tenía Novedades, México
en la cultura, de donde surgió La cultura en México; cuando ese
periódico y su director pensaron que el grupo de Fernando Benítez, que es el
que impulsaba el suplemento, es muy afín a la Revolución Cubana, pues lo dejan
de publicar, pero lo adoptó Siempre!
A principios de la década de los
setenta este suplemente pasó a ser dirigido por Carlos Monsiváis, al que se
empezaron a aproximar algunos intelectuales que participaban en aquellas
revistas (pienso en Cordera y en Pereyra, pero también en otros que darán lugar
a otras publicaciones más adelante, como Héctor Aguilar Camín y José María
Pérez Gay).
El ambiente intelectual lo había
preparado la Generación de Medio Siglo, que había buscado romper o iniciar la
ruptura con el discurso de la Revolución Mexicana, con el conformismo de una
clase media que había ido progresando con el “milagro mexicano” y planteó
algunos aspectos críticos.
Estas publicaciones fueron de
apertura, pero no propiamente de la izquierda; de ésta, creo que una figura que
ayuda mucho a abrir el horizonte fue José Revueltas, quien venía de otro lado:
del Partido Comunista, del cual fue expulsado y readmitido cuando menos en un
par de ocasiones, y que fue quien animó mucho a los jóvenes en el 68.
Revueltas, de alguna manera, y no obstante ser mayor, fue como el puente entre
la generación anterior, del estalinismo en su versión mexicana, con la
izquierda nueva que se fue generando en los años sesenta. Creo que es una
figura fundamental.
Por otro lado, en ese año murió
Vicente Lombardo Toledano poco después del movimiento estudiantil; esto, al
menos simbólicamente, marcaría el ocaso de una figura que fue importante dentro
de la izquierda mexicana, porque Lombardo (que yo creo amerita un estudio
serio) de alguna manera hizo un esfuerzo parecido al que hicieron los intelectuales
comunistas de los setenta y ochenta: se aventuró a tratar de dar una
explicación marxista de la Revolución Mexicana, y fue el primer intento
elaborado de racionalizarla a partir del lente del marxismo, y no es del todo
desafortunado, no obstante que su figura es poco atractiva. Pero no podemos
negar que fue un intelectual importante.
AR: También me llamó la atención
la trayectoria que ha tenido la vinculación de la izquierda socialista mexicana
con el nacionalismo revolucionario, lo cual se vio muy claramente en la
confluencia de 1988. ¿Cómo se puede explicar este cambio en la intelectualidad
de izquierda? Pienso en dos ejemplos: Adolfo Gilly y Arnaldo Córdova.
CI: Me gustaría dar una explicación
en varios planos porque es un asunto un tanto complejo. En primer lugar, creo
que esa es una tendencia actual de la izquierda latinoamericana, no exclusiva
de México. Es lo que vemos, por ejemplo, en Sudamérica: hay una confluencia de
10 años para acá de la izquierda con el nacionalismo. Podríamos pensar que esa
confluencia tiene que ver justo con el ocaso del comunismo soviético y con la
necesidad de recuperar una especie de paradigma.
Un segundo elemento es que la
izquierda mexicana del siglo XX siempre tuvo un problema y una situación
distina a la del resto de América Latina: era el reto de plantear la revolución
en el único país en Latinoamérica que fincaba su legitimidad en una revolución.
Entonces proponer una revolución cuando la familia revolucionaria que dio lugar
al PNR había hecho la suya, siempre fue complicado para la izquierda mexicana.
Una tercera razón es de un
calado histórico más profundo: en realidad la izquierda mexicana, desde mi
punto de vista, tiene tres corrientes históricas que se han ido combinando y
adaptando. La primera organización de izquierda surgió en 1871, fundada por
Plotino Rhodakanaty y se llamó La Social. Desde entonces y hasta la actualidad
han existido tres corrientes: la primera es la socialista que conocemos, que
pasó del primer socialismo romántico y utópico al anarquismo y al comunismo, y
que, de alguna manera, se eclipsa, aunque no desaparece, a finales de los años
ochenta.
Luego, entre los años cincuenta
y los setenta del siglo XIX, hubo una izquierda socialcristiana que también
surgió en esa época, a la que podríamos llamar “del romanticismo”, que
planteaba la realización de los valores del primer cristianismo en la sociedad
mexicana. Luego se renovó en los años noventa con la Rerum Novarum, y en el
siglo XX produjo los sindicatos católicos y después, abreviando, en la década
de los sesenta reapareció con la Teología de la Liberación y llega hasta Javier
Sicilia.
Hay una tercera corriente que es
la nacionalista, que en el siglo XIX postuló una especie de liberalismo social
(pensemos en Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano), y que en el siglo
XX, después de la revolución se recompuso como nacionalista revolucionaria.
Entonces lo que ha ocurrido,
pienso yo, es que estas izquierdas se han ido combinando; es decir, en el siglo
XIX, en los primeros años, fue más importante la izquierda socialista, y
podríamos decir que todavía en la época de los hermanos Flores Magón; pero
después de la revolución los comunistas competían en desventaja con el
nacionalismo revolucionario.
Luego, cuando se eclipsó el
comunismo, al menos en su versión soviética, otra vez fue el momento del
nacionalismo revolucionario, que además coincidió en México con que el PRI de
Carlos Salinas lo abandonó y postuló el liberalismo social.
Entonces, al debilitarse aquella
corriente, algunos intelectuales se subieron a la otra, y algunos, tras pasarse
al nacionalismo revolucionario, después se pasaron al zapatismo, como Gilly. Y
entonces sería como un segundo salto porque, si bien es cierto que seguimos en
el terreno de la izquierda, cada corriente tiene algunos principios básicos que
no son idénticos; es decir, la izquierda comunista planteaba que el sujeto de
la revolución era la clase obrera, mientras que la izquierda nacionalista está
basada en la figura del mestizo, y la izquierda zapatista es una postura
indianista. Entonces son dos saltos mortales, pero dentro del terreno de la
izquierda. Y hay otros que después de 1988 y, sobre todo, después de 1994,
dejan el campo de la izquierda.
A lo que voy es que la crisis
provocada por la caída del muro de Berlín y después la desaparición de la Unión
Soviética hizo que la izquierda se moviera hacia otras posturas, y yo creo que
el grueso de los intelectuales se movieron todavía dentro del campo de la
izquierda y se apoyaron en las otras corrientes que, repito, son históricas, y
otros se salen del campo de la izquierda (pienso, por ejemplo, en Jorge
Castañeda).
AR: Otro tema importante que fue
creciendo en esa época fue el de la democracia, como se puede ejemplificar muy
bien con el caso de Carlos Pereyra. En esta etapa que usted estudia ¿cómo se
fue desarrollando la idea de la democracia en el pensamiento de izquierda?
CI: Creo que la tesis acerca de la
democracia en el pensamiento de la izquierda mexicana le debe mucho a Pereyra;
es más, creo que la elaboración que hizo, fundamentalmente desde finales de los
años setenta, pero ya muy claramente al comenzar la década siguiente es
contemporánea, arrancó al mismo tiempo que la que hicieron algunos de los
liberales mexicanos.
Considero que la obra de Pereyra
se puede ver en paralelo a la de Enrique Krauze, con la diferencia de que la
obra del primero es mucho más reflexiva. No creo que haya una paternidad del
problema y la discusión liberal acerca de la democracia en el caso mexicano.
Hubo un rasgo en Pereyra y en el
grupo intelectual y político al que pertenecía que no deja de ser importante
incluso ahora: para ellos, en la medida en que eran intelectuales de izquierda,
la reivindicación de la democracia está ligada al núcleo fundamental del
pensamiento de izquierda, que es lo social; en Pereyra, muy enfáticamente, está
este vínculo. Es decir, la democracia, si bien es cierto que contempla y se
basa en mecanismos formales de designación, de elección, normas, etcétera, para
Pereyra tenía un contenido social. Eso es como el elemento cardinal de su
propuesta política; es decir, es una democracia incluyente que debería buscar,
por las vías pacíficas y por la participación popular, romper con el
corporativismo, acabar con la no rendición de cuentas, el autoritarismo en los
sindicatos desvinculándolos del régimen, y resolver los problemas de las
mayorías.
En el caso del planteamiento de
Pereyra eso está muy vinculado; también lo está, aunque creo que es un tanto
más tardío, en el pensamiento de Roger Bartra: en la medida en que venía del
Partido Comunista tardó más tiempo en plantearse el problema, pero también está
en su obra.
En el planteamiento de Bolívar
Echeverría, la democracia no era lo fundamental porque creía que no había una
democracia auténtica mientras dominara el capital. Considero que su pensamiento
es actual y muy importante en la medida en que enfatiza en la necesidad, desde
su perspectiva, de acabar con el capitalismo. Su propuesta da mucho qué pensar,
insumos reflexivos para pensar la crisis de la civilización en la cual vivimos.
A mí ellos me parecen dos de los
pensadores centrales en esta historia: Pereyra, que anticipó la cuestión
democrática que tome en cuenta lo social, al servicio de la emancipación de las
mayorías; del otro lado, Echeverría, que enfocó mucho más el problema a la
crisis de la civilización y a la necesidad de acabar con el capital. Pienso que
son dos aportes fundamentales y de gran actualidad.
AR: Sobre esta idea de la
democracia, fueron básicos los estudios que buscaban caracterizar el régimen
emanado de la Revolución Mexicana para tomar una postura política. De la
revisión que hace usted de estos teóricos, ¿qué tanto sirvió su obra a
organizaciones políticas y movimientos sociales para que estos definieran sus
líneas de acción, sus estrategias, sus prácticas políticas?
CI: Su influencia operó en dos
planos: el primero, hacia sus organizaciones, y creo que sí fue relevante
porque en esa época el trabajo de los intelectuales de izquierda pretendía
enfocarse a la acción. Entonces discutían cosas que tenían que ver con las
prácticas de sus partidos. Entonces es cierto que si bien no eran los
dirigentes o las cabezas de los partidos, sí tenían un papel en la elaboración
y en el debate dentro de sus organizaciones.
Además hay que decir que, como
eran organizaciones pequeñas, de militantes más informados, había mucho más
discusión; es decir, era una idea importante, como un principio básico de las
organizaciones de izquierda saber qué ocurría en el país e incluso en otras
partes del mundo, lo que se ha perdido muchísimo, pero en esos tiempos se
discutían cosas que pasaban en Polonia, en Vietnam y en otros lados, y
hablábamos de militantes muchos más preparados. (Tal vez por esa razón era tan
atractivo para otras fuerzas políticas cooptarlos: porque los militantes de la
izquierda estaban mejor formados que otros; entonces la izquierda fue como una
reserva, sobre todo para el PRI, de intelectuales y de cuadros).
La otra cosa que creo es
importante, pero que se da en el otro plano, es que varios de ellos (pienso en
Semo, Córdova y Gilly) en algunos de sus libros tuvieron una difusión inmensa
distinta a lo que ocurre hoy con los best sellers: ahora los libros más
vendidos tal vez no se lean sino que nada más se compran, así tengan tirajes
muy altos. En cambio, estos intelectuales produjeron libros que sirvieron para
formar a ciudadanos o individuos que después formaron a otros; sus libros se
siguen editando porque se volvieron libros de texto en las asignaturas
universitarias y en formadores de maestros, y su impacto ha sido grandísimo. No
sólo han sido muy vendidos sino que, además, han permeado la cultura de los
educadores mexicanos y ha llegado, por tanto, a otros segmentos y grupos
sociales, a los estudiantes. En esa medida también se puede ponderar su
impacto.
Incluso hay otros textos de la
época que se vendieron muchísimo; pienso, por ejemplo, en el Zapata de
John Womack.
AR: Sobre lo que menciona de
Krauze: ¿qué importancia tuvieron los intercambios polémicos que tuvieron los
pensadores de izquierda con los intelectuales liberales? Usted cita por,
ejemplo, la discusión sobre las elecciones de 1988, aunque hubo muchas cuando
menos desde la época de Plural, Vuelta, La cultura en México
y Nexos, amén de la de Paz con Monsiváis, por ejemplo.
CI: Creo que, en general, no fueron
muy afortunados. Enrique Krauze dice y piensa que el gran problema de la
izquierda mexicana es que no discutió con Octavio Paz; yo creo que tampoco éste
discutió con aquella. Habría servido mucho a ambos tener mayores intercambios,
y cuando los hubo fueron más bien ríspidos.
Hubo reseñas de libros, como
cuando Krauze comentó el libro Historia ¿para qué?, y entonces, salvo
elogiar el trabajo de Carlos Pereyra (hay que decirlo), en general descartaba
los trabajos de sus demás colegas, y en parte con razón, como una historia más
militante que una historia con pretensiones explicativas.
AR: También recuerdo los
comentarios que Paz hizo a La revolución interrumpida, de Adolfo
Gilly...
CI: Exacto: Paz hizo una buena
reseña y Gilly ya no contestó porque cuando salió de Lecumberri lo enviaron a
Francia y ya después regresó a México. Pero allí hubo un intento de discusión,
pero por lo general no fueron intercambios dialogantes sino ríspidos.
Creo que después esa vía se
cerró aún más; la elección de 1988 escindió el campo intelectual, aunque ya
había diferencias importantes, pero entonces hubo una división muy relevante
que dificultó mucho la posibilidad de un diálogo.
Yo creo que hay dos momentos
recientes que escindieron el campo intelectual mexicano: la elección de 1988,
cuando claramente Vuelta e incluso un segmento de Nexos aceptaron
la verdad oficial, y después la irrupción del zapatismo en 1994.
Lo cierto (y es algo que
deberíamos reflexionar más) es que las posiciones de los grupos, que antes
parecían irreconciliables, se han ido acercando: creo que Vuelta y Nexos
se empezaron a acercar desde 1988 y ahora son casi indiferenciables.
AR: Efectivamente, entre las
revistas que usted menciona en su libro no hubo polémicas, pero entre los
intelectuales de la izquierda sí llegó a haberlas: en los primeros números de Cuadernos
políticos hubo una discusión entre Pereyra y Rolando Cordera sobre los límites
del reformismo, la de Bartra con González Casanova en Nexos, etcétera.
¿Cómo estas discusiones han modelado el pensamiento político de la izquierda
mexicana?
CI: Si pensamos en las tres
revistas, hubo discusión, pero no entre ellas; de alguna manera eludieron el
debatir entre ellas, y cuando hubo debates los realizaron en otros lados, no
obstante que había diferencias importantes.
Polémicas las hubo, o decisiones
de las revistas de separar a algunos de sus miembros; por ejemplo, en Cuadernos
políticos sólo participó en los primeros números Rolando Cordera porque se
sumó al equipo de Carlos Tello en el gobierno de José López Portillo. Entonces
para el Consejo Editorial de la revista era inaceptable que sus miembros
tuvieran algún compromiso político y más una participación como funcionarios
del Estado, y entonces se fue Cordera. Eso se sabe pero no se dice...
AR: También por ello hubo un
rompimiento en Punto Crítico, si mal no recuerdo...
CI: Claro. Entonces allí no
conocemos los debates pero sí sabemos de las decisiones.
En cuanto a los debates, han
sido más entre individuos, entre intelectuales, no tanto entre las revistas.
Por ejemplo, el de González Casanova con Roger Bartra a propósito de la
revolución cubana (si mal no recuerdo fue en Nexos y más entre ellos, no
representaban a un grupo. O, por ejemplo, los debates que aparecieron en un
libro, Interpretaciones de la Revolución Mexicana, pero no como una
revista enfrentada a otra.
AR: El último capítulo del libro
está dedicado al declive de la clase obrera como sujeto de la transformación
social. ¿Hoy cuál es el sujeto que podría promover la izquierda?
CI: El declive de la clase obrera
industrial, que para Marx era el sujeto revolucionario, lo plantean
historiadores muy connotados; no es de todos los trabajadores. Por eso se
incorporó ese capítulo, que no habla específicamente de México, pero lo
consideré importante porque en eso estaba anclada parte de la expectativa
revolucionaria, y entonces los desplazamientos que después sufrió la izquierda
fueron también en una especie de búsqueda del sujeto perdido.
Ahora bien, el hecho de que la
predicción de que la clase obrera industrial crecería de manera permanente no
resultara cierta, así como la experiencia del socialismo soviético, deberían
convencer a la izquierda de que ya no hay un sujeto revolucionario. Si algo
aprendimos del siglo XX es que la historia no es algo que se pueda controlar
sino un proceso abierto, y por tanto lo que hay que construir son actores,
grupos a partir de los cuales tratar de empujar a la sociedad en un sentido
progresivo. Es decir, no hay nadie predestinado por alguna razón histórica a
cumplir esa función sino que tiene que ser la asociación de voluntades la que
permita alianzas sociales cada vez más amplias, justo por el debilitamiento de
la clase obrera industrial, para poder ser actores de la sociedad
contemporánea.
Eso me parece importante también
por otra razón: pienso que en la época en la que estamos, que podríamos llamar
posmoderna, uno de sus rasgos que nos deja más pasmados es la ausencia de
sentido: no hay expectativas. No hay una intención de perspectiva de futuro, la
que siempre ha acompañado a la izquierda. Entonces creo que la asociación, la
vinculación entre individuos para defender cosas que se consideren correctas y
justas (creo que todavía hay muchas reivindicables), es también importante
porque es una manera de, mediante la acción y la afirmación, recuperar el
sentido.
Pienso que eso nos ayudará a
salir de las tinieblas.
AR: Ya casi para terminar: usted
habla de la desaparición de las tres revistas, y cita a Bolívar Echeverría para
explicar su cierre: se había extinguido “la cultura política de izquierdas que
le brindaba soporte, pues la conexión entre teoría y praxis, entre razón y
revolución estaba rota”. ¿Tendríamos que recuperar esa cultura política, o
tiene que forjarse una nueva?
CI: Creo que la izquierda tiene que
forjarse una nueva cultura política, pero no lo podrá hacer si no recupera su
tradición. También ese es uno de los objetivos del libro, que evidentemente
habla de algo que ya no está, pero la manera de reconstruirse organizativamente
y, sobre todo, como expectativa, como propuesta, pasa por recuperar la
tradición, lo cual no quiere decir tomarla sino, incluso, hasta deshacerse de
ella, pero esto pasa por conocerla. Lo pero que puede hacer la izquierda, y en
parte eso explica algunos de sus desvaríos o bandazos, es que no ha recuperado
su tradición, que es una que, si bien es cierto que tenía elementos negativos,
también contenía muchas cosas que fueron muy importantes en distintos planos en
este país.
Es una de las tradiciones
intelectuales más poderosas del siglo XX, por lo que no basta dormirse marxista
y amanecer liberal sino repensar el marxismo a partir de los problemas
actuales, e incluso para concluir que hay que adoptar otras posturas. Pero no
basta cambiarse nada más de camiseta, que es la salida más fácil pero que no
ayuda a la formulación de un pensamiento de izquierda.
AR: Podemos encontrar en el
libro muchas ideas sobre historia, análisis social, pensamiento político. De
ellas ¿cuáles considera usted más relevantes en la tarea de recuperación que
menciona para fundar la acción de las izquierdas actuales?
CI: Una es admitir que la
civilización del capital está en crisis y daña profundamente la convivencia
humana. Esto es un legado; específicamente viene desde la época de Rousseau,
aunque no la llama de esa manera, lo que recuperó después Marx, y que me parece
central.
Estamos en una crisis histórica,
epocal, y creo que es una de las cosas muy recuperables. El problema es
mayúsculo y dependerá mucho de lo que hagamos para salir de él.
También muy importante es la
vinculación de la democracia con la equidad social. Pienso, ahora que se
insiste tanto en cómo se ha avanzado en los procesos políticos, no olvidar y,
sobre todo, subrayar, poner por delante la preocupación de la izquierda por la
ciudadanía, porque desde hace mucho tiempo de lo que no hay duda es de que la
democracia no funciona si no hay verdaderos ciudadanos, y no los hay si las personas
son coaccionadas por la necesidad, por la ignorancia y son sujetos
manipulables. También para que haya una democracia sustantiva tiene que haber
una sociedad menos desigual, por lo menos, y que todos gocen de un mínimo
básico, porque si se supone que el voto es la expresión de una voluntad, esta
no puede estar coaccionada ni por el hambre ni por la enajenación ni la
necesidad.
Una tercera cuestión que es
importante es recuperar la acción: una sociedad inmóvil o que no actúa de
manera organizada, reflexiva, consciente, deja el espacio a los que sí lo
hacen, que puede ser a través de bandas criminales, de los brazos represivos
del Estado, etcétera, que están dañando muchísimo al país.
Esto lo ligo con lo que dije
hace rato: los ciudadanos deben volverse a agrupar para intervenir en las
cuestiones públicas de tal manera que recuperen un sentido de la historia y,
por supuesto, para recuperar los espacios que han ganado quienes atentan contra
ella
*Entrevista
publicada en Etcétera, núm. 158,
enero de 2014.
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