El 68 en la construcción de la
democracia mexicana
Entrevista con Gilberto Guevara
Niebla*
Ariel
Ruiz Mondragón
La discusión sobre las
interpretaciones, los motivos, las razones, las consecuencias, la relevancia y
el legado del movimiento estudiantil de 1968 en México continúa y sigue siendo
intensa ya que muchos de sus aspectos no han quedado del todo claros,
especialmente en lo relacionado con el crimen ocurrido el dos de octubre de
aquel año.
Uno de los principales líderes
de aquel movimiento fue Gilberto Guevara Niebla, quien publicó su versión e
interpretación de aquellos hechos en su libro La libertad nunca se olvida.
Pese a ser su obra mayor al respecto, continuó publicando textos en los que
continuó su explicación y debatió las de otros. Fue en 2008 cuando compiló
varios de esos polémicos ensayos en el volumen 1968: largo camino a la
democracia (México, Cal y arena). Fue entonces, a cuatro décadas del
movimiento y en ocasión de esta publicación, que sostuve la siguiente
conversación con Guevara Niebla, la que hasta ahora había permanecido inédita.
Gilberto Guevara Niebla es
licenciado en Biología y maestro en Ciencias por la UNAM, misma institución en
la que ha sido profesor de la Facultad de Filosofía y Letras. También realizó
estudios de educación en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres
y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Fue
subsecretario de Educación Básica de la Secretaría de Educación Pública. Fue
director de la revista Educación 2001, y ha colaborado en publicaciones
como Nexos, Etcétera, La Jornada y El Universal.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué
publicar un libro como el suyo, especialmente después de su obra La libertad
nunca se olvida?
Gilberto Guevara Niebla (GGN): Yo coincido en que el libro más
importante que yo he escrito sobre el 68 es La libertad nunca se olvida,
también editado por Cal y arena. Pero 1968 sigue siendo una materia polémica, y
yo creo que es importante estar presente dentro de los debates que se están
dando en el 40 aniversario.
Esta no es una obra de memorias
sino más bien un conjunto de ensayos que se ocupan, principalmente, de las
consecuencias, los corolarios, las secuelas históricas del fenómeno 1968. Desde
luego, está hecho con un criterio que seguramente ya conoces: heterodoxo, muy
crítico, muy racional, tratando de desmitificar el 68, de no caer en el mito de
que se trató simplemente de una conspiración comunista, o en el mito inverso,
de que 68 fue una algarada, un relajo o una fiesta sin sentido político. Yo
creo que ni una ni la otra cosa, sino más bien yo diría que la complejidad del
fenómeno exige de nosotros el mayor cuidado al elaborar juicios.
AR: Se ha hablado mucho del
impacto del movimiento de 1968 sobre la política, pero ¿en qué otros campos lo
destacaría usted?
GGN: Se trató, yo creo, de una
expresión polivalente, con muchos ángulos que afectaron tanto a la política
como a la cultura, las artes, la educación y las costumbres. Es muy interesante
notar, por ejemplo, el efecto sobre la cultura, no solamente sobre la cultura
elaborada (digamos los libros, las obras de teatro y el cine, campo en el que
ha sido muy rica la producción) sino también sobre la cultura en el sentido
antropológico: en nuestros hábitos y costumbres. Por ejemplo, algo muy
sorprendente es que después del 68 vino un boom de las escuelas activas
en el país. ¿Por qué? Porque de alguna manera había una demanda por una
educación no autoritaria; claro que pudo desembocar muchas veces en imposturas,
pero otras veces tuvo respuestas acertadas: hay colegios, como la Escuela
Activa de Iztapalapa, que nacieron desde aquella época y se mantuvieron como
escuelas exitosas.
Ahora, el aliento
antiautoritario del 68 es tan extenso que yo lo registro incluso en las
escuelas públicas. El antiautoritarismo se expresó no de una manera muy directa
en la escuela pública, sino de manera indirecta; por ejemplo: la autoridad del
profesor disminuyó y, en cambio, la valoración del alumno se elevó. También
muchos mecanismos de detalle de la escuela, por ejemplo los mecanismos de
evaluación, que antes eran muy rígidos, se relajaron; los maestros dejaron de
evaluar a través de exámenes objetivos y empezaron a hacerlo a través de
trabajos, de apreciaciones más subjetivas.
Claro que todo esto a la larga
se convirtió en un problema, pero digamos que por lo pronto es perceptible que
1968 penetró en ese ámbito de la escuela pública y generó conductas y actitudes
novedosas. También ocurrió en la educación superior: es obvio en el Colegio de
Ciencias y Humanidades, experimentos como el autogobierno en Arquitectura de la
UNAM, e incluso en la medicina comunitaria, de la que se decía que las
universidades íbamos a producir algo así como médicos descalzos chinos, que se
iba a promover una medicina no comercial, preventiva, generalista, no
tecnológica, etcétera.
Todas ellas son expresiones, sin
dejar de lado la experiencia de la Universidad de Nayarit, que fue quizá la
experiencia más radical de innovación educativa; pero también estuvieron los
casos de Aguascalientes y Baja California Sur, universidades que surgieron con
una nueva orientación buscando otros horizontes para la educación superior.
El balance de esas innovaciones
hoy no sería, probablemente, muy positivo, porque las resistencias al cambio
fueron muy poderosas, sobre todo en instituciones como las universidades, como
en la Autónoma Metropolitana, que, por más que se esforzó por romper con los
patrones y paradigmas de las universidades tradicionales, de una u otra manera
volvió al tradicionalismo bajo otras coartadas discursivas.
AR: Uno de los temas que me
parece atraviesa el libro es la disyuntiva que se planteaba al interior del
Consejo Nacional de Huelga (CNH) entre el ala reformista democrática y la
radical revolucionaria. ¿Cómo fueron procesadas esas diferencias al interior
del movimiento?
GGN: Creo que todos los miembros del
CNH recuerdan muy bien la polarización que se vio dentro de este organismo, la
que no tenía una clara expresión a nivel de las bases estudiantiles; era más
bien una polarización a nivel del liderazgo. Se trataba de facciones, grupos
políticos, ideológicos y, desde luego, provocadores: agentes seguramente de la
Dirección Federal de Seguridad, de la Policía Judicial Federal, de la Policía
Judicial del Distrito Federal que actuaban dentro del movimiento estudiantil
con intenciones de radicalizarlo. Yo creo que la estrategia que aplicaron fue
sacar de su cauce democrático, pacífico y legal al movimiento, y por momentos
lo lograron, con lo cual provocaron el desprestigio de la lucha estudiantil.
AR: ¿Cuál fue el impacto de la
represión sobre los jóvenes que participaron en el movimiento estudiantil de
1968?
GGN: Es muy interesante es ver qué
fue lo que la represión de Tlatelolco produjo. No se ha hecho una evaluación;
ni siquiera mi libro alcanza a evaluar con justicia el efecto de la represión
de Tlatelolco.
Me refiero a lo que produjo la
represión en la conciencia de jóvenes despolitizados, que creían en las
instituciones del Estado, en la legalidad, en la democracia, en el presidente,
etcétera, y que creían que tenían razón y porque la tenían el problema se iba a
solucionar pacíficamente. Me pregunto: en el momento en que fueron objeto de
una represión salvaje y brutal, ¿qué ocurrió en sus mentes?, ¿qué sucedió en la
conciencia de esos jóvenes? No me refiero sólo a los que físicamente sufrieron
esa represión, sino a toda una generación que experimentó la conciencia de la
represión; es decir, que sufrió de manera directa o indirecta esa represión.
Yo lo que veo es que si tú le
quitas a un joven las bases, los referentes de su concepción del país, y si a
ese joven o bien lo lanzas a una retracción hacia el mundo de lo privado, o
bien lo lanzas, si ha tomado conciencia de su deber ante la comunidad, a un
terreno de locura, al de los extremismos políticos, como, por ejemplo, las
opciones marxistas y violentas. El Partido Comunista creció, los trotskistas
aumentaron, esos jóvenes traumatizados por el 68 se convirtieron en una masa de
militantes izquierdistas que se abocaron a un frenético militantismo, a un
activismo despojado totalmente de reflexión y de teoría; es el activismo de los
comités de lucha, y el activismo político-social que se dio en aquella época.
En muchos casos se expresó con movimientos masivos de jóvenes que abandonaron
la universidad y se fueron a actuar en las zonas populares, a colonias obreras,
etcétera.
Era muy difícil conservar el
equilibrio y llegar a tener objetividad respecto a lo que había ocurrido,
porque era una represión en un sitio muy localizado del Distrito Federal, a un
grupo muy determinado, y un hecho brutal, salvaje, pero del cual el país no fue
informado objetivamente. Eso quiere decir que la experiencia fue compartida por
los estudiantes que estuvieron allí, y los que en el resto del país estaban
participando en el movimiento, pero no por el resto de la sociedad, de tal
manera que el resto del país siguió funcionando normalmente. Entonces de allí
el desconcierto que vivían los que salían del perímetro de Tlatelolco y que
veían que la gente estaba trabajando, que las amas de casa estaban en el
mercado, que los niños iban a la escuela y que nadie se estaba dando cuenta,
que no había ninguna reacción a lo que había ocurrido en Tlatelolco.
Los jóvenes que estaban dentro
del fárrago de la masacre de Tlatelolco salían de ese territorio pensando que
el país estaría a punto de levantarse en armas por los excesos del Estado. Pero
no; el país siguió viviendo en “democracia” y pacíficamente, produciendo y
desenvolviéndose sin mostrar gran sensibilidad ante lo que había ocurrido.
AR: Políticamente ¿cuáles
claroscuros generó el movimiento?
GGN: Creo que en el resentimiento
con Tlatelolco, la amargura, el odio, el coraje generados por el 68 son la
cuna, la fragua de lo que es la izquierda radical y la guerrilla. Esta fracción
evolucionó a lo largo del tiempo y todavía tiene su presencia en las filas del
PRD y algunas otras organizaciones.
¿Han cambiado sus posiciones?
Relativamente, pero en algunos casos, debo decirlo con franqueza, sus
convicciones revolucionarias de los años setenta o del post68, adquiridas bajo
la balacera de Tlatelolco, las conservan hasta la fecha, y su participación en
organizaciones políticas democráticas es como una impostura, una incongruencia.
Yo he escuchado muy pocas confesiones públicas de estos radicales en donde
manifiesten su conversión hacia los valores democráticos.
Ahora, por otro lado, hay que
llamar la atención del hecho de que personas con orientación democrática en los
años setenta fueron objeto de persecución, de rechazo, de crítica, y se
desarrollaron con muchas dificultades. Fundamentalmente se proyectaron, por
ejemplo, en el sindicalismo a través del SPAUNAM y algunos grupos pequeños que
tuvieron significación, pero no tanta.
La otra vertiente del 68 es el
impacto que tuvo en las esferas gubernamentales. No podemos desestimar la
reacción del PRI y de los gobernantes priistas; recuérdese que en el 70 empezó
la apertura democrática, y periódicos como Excélsior se abrieron a la
oposición; en 1978 se hizo la reforma electoral, y en realidad la democracia es
una construcción que tenemos que atribuir a la secuela del movimiento
estudiantil, pero también a los gobernantes que tuvieron la sensibilidad para
tomar iniciativas de cambio en el sistema político. La democracia es un
producto de todos los mexicanos, sin negar que los organizadores y consumadores
de la represión en Tlatelolco siguieron manteniendo posiciones yo diría
protofascistas, cargados de odio patológico hacia el movimiento estudiantil, lo
cual se conserva entre algunos miembros del PRI y la antigua clase política.
AR: ¿Qué no ha cambiado del
orden político de antes de 1968?
GGN: El sistema político corporativo
presidencialista se derrumbó gradualmente de 1968 en adelante. No se puede
negar, por ejemplo, que la figura del presidente tenía mucha fuerza. Lo que se
conserva intocado, sin duda, son ciertas áreas del Estado, como el Ejército y
ciertos núcleos que operan a nivel de seguridad nacional, que no han sido
llamados a cuentas por el Poder Judicial.
Esto es un aspecto importante:
entre las áreas no tocadas del Estado está el Poder Judicial, que colaboró con
el Ejército, con Gustavo Díaz Ordaz y con Luis Echeverría en consumar una farsa
de juicios en los que las víctimas fueron presentadas como victimarios; se nos
presentó como responsables de la masacre de Tlatelolco, y esto no impidió que
nos mantuvieran en la cárcel.
Lo que es dramático y triste
para México es que nunca hubo una investigación judicial imparcial y profunda,
lo cual ha permitido que los asesinos no hayan sido consignados y, sobre todo,
señalados públicamente. Es decir, más de 10 militares deberían estar en la
cárcel en este momento, y también otros tantos miembros de la clase política.
AR: Otros temas fundamentales
del libro son la justicia y la memoria. Al respecto fueron organizadas dos
instancias que han procurado incidir en ellas, una desde la sociedad civil, que
fue la Comisión de la Verdad, y por otra desde el Estado, que fue la Fiscalía
Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado durante el gobierno
de Vicente Fox. ¿Qué evaluación hace de ellas?
GGN: La Comisión de la Verdad fue un
trabajo realizado extrajudicialmente, que lo que hizo fue recopilar
información, y nunca hubo un dictamen ex profeso. Ahora, la fiscalía me parece
una impostura, un organismo creado para confundir al público, empezando con
que, al definir la materia de trabajo de la fiscalía, se mezcló, de manera no
ingenua sino intencional, al movimiento estudiantil con la guerrilla, con la
“guerra sucia”. Es decir, fue una serie de decisiones que tendieron a oscurecer
más el 68. Entonces me parece que, más que ineficaz, ahondó la oscuridad sobre
los hechos del 68.
AR: Usted presentó una denuncia
ante las autoridades...
GGN: Denuncias de hechos se
levantaron muchas; yo levanté una en la cual se decía que iban a prescribir los
delitos cometidos en 1968. ¿Cuál es el sentido? Hubo muchos crímenes que se
cometieron en el 68, y mi demanda fue que se investigara y que se castigara a
los culpables.
AR: Usted menciona que la
generación del 68 estaba muy interesada en la política, mientras que en
generaciones posteriores ha predominado el hedonismo e incluso el ser
apolítico. ¿Cómo se explica que en el 68, en un contexto autoritario, haya
habido más interés en la política que las generaciones recientes en un entorno
democrático?
GGN: Yo creo que las raíces
profundas de la rebeldía en todas partes se hallan en un problema de la
relación del hijo con el padre y del joven con toda figura de autoridad. Creo
que en los años sesenta, antes y durante el 68, en el ámbito de la vida privada
se vivía una situación que hoy podríamos calificar de autoritaria, y que había
una rebeldía manifiesta en actos no políticos de muy diversas maneras. Yo creo
que esa es la base de la politización colectiva.
Los jóvenes de hoy no viven esas
condiciones de autoritarismo en el ámbito familiar.
AR: ¿Cuáles considera usted que
son los cinco principales libros sobre el movimiento estudiantil de 1968 en
México?
GGN: Yo recomiendo La libertad
nunca se olvida, un libro que yo publiqué, y también 1968: largo camino
a la democracia, que es este. La obra de Ramón Ramírez El movimiento
estudiantil de México es una acumulación de información sistemática sobre
lo que pasó, aunque es insatisfactoria en varios aspectos.
También recomendaría, aunque es
una visión muy lateral, el libro de Luis González de Alba Los días y los
años, que es un poco literario. También, aunque con sus bemoles, el libro
de Elena Poniatowska La noche de Tlatelolco.
*Entrevista
publicada en Replicante, octubre de
2013.
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