jueves, mayo 07, 2015

Poesía mexicana para todos. Entrevista con Juan Domingo Argüelles




Poesía mexicana para todos
Entrevista con Juan Domingo Argüelles*
Ariel Ruiz Mondragón

Pese a la gran tradición que la poesía tiene en nuestro país, en los últimos años ha sido un género que ha ido dramáticamente a la baja entre los lectores. A esta situación han conducido desde políticas educativas que han menguado su presencia en las aulas hasta los más crudos intereses comerciales de la industria editorial.
Por lo anterior resultan pertinentes todos los esfuerzos encaminados a reivindicar al género y difundirlo ampliamente entre el público para crear sus lectores. En ese sentido Juan Domingo Argüelles se ha encargado de la selección y notas de la Antología general de la poesía mexicana, que por su magnitud ha tenido que ser dividida en dos volúmenes publicados por editorial Océano: De la época prehispánica a nuestros días (2012), y Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014).
Sobre ese vasto trabajo Este País conversó con Argüelles (Chetumal, 1958), quien estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Autor de una treintena de libros, ha colaborado en publicaciones como El Financiero, El Universal, La Jornada Semanal, en el suplemento Campus de Milenio Diario, Nexos y la Revista de la Universidad de México, entre otras. Ha ganado diversos premios: Nacional de Poesía Efraín Huerta (1987), de Ensayo Ramón López Velarde (1988), Nacional de Literatura Gilberto Owen (1992) y Nacional de Poesía Aguascalientes (1995), entre otros.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy hacer una antología como la suya? Antes ha habido otras importantes, incluso algunas que cita: la de Carlos Monsiváis, la de Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco, así como la de Gabriel Zaid. Antes de esas recuerdo las de Jorge Cuesta y de Antonio Castro Leal, entre otras, por ejemplo.
Juan Domingo Argüelles (JDA): Después de revisar con el editor, con Océano, el antecedente que yo tenía con ellos de la antología Dos siglos de poesía mexicana, publicada en 2001, que abarcaba nada más los siglos XIX y XX, yo les planteé la propuesta de que existiera una antología que recogiera lo más destacado de toda la historia de la poesía mexicana, incluidos los poetas prehispánicos y que llegara incluso hasta los más jóvenes.
Las antologías de que disponemos son fragmentarias y las podemos conseguir en cualquier librería: Era y El Colegio Nacional han publicado la de los prehispánicos, la UNAM la de los novohispanos, además de las otras que todos conocemos, desde Poesía en movimiento hasta el Ómnibus de poesía mexicana, de Gabriel Zaid, que es lo más parecido a una antología general de la poesía mexicana porque incluye canciones, letreros, grafitis, una serie de poesía humorística, en fin.
Mi idea es que, al ser una antología general de la poesía mexicana, tenía que estar lo más importante, lo más canónico. En eso creo que no hay ninguna discusión, porque creo que hay autores que por sí mismos forman parte de una antología imaginaria, posible, como Ramón López Velarde, Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz, Jaime Sabines, Salvador Díaz Mirón, Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, etcétera. Pero junto con ellos también hay una serie de autores que tuvieron una importancia fundamental en su momento y que aún la tienen dentro de la historia de la poesía mexicana.
En este caso en lo que yo pensaba era en una antología general de la poesía mexicana canónica, que incluyese a todos esos autores fundamentales, y que estuvieran acompañados, además, por ese contexto que les dio sentido.
¿Por qué es una antología general? Porque está dirigida a todo público, sobre todo a un lector común y no necesariamente a un experto en poesía. Yo imaginé este libro como esos libros que antes teníamos en casa, entre los que siempre había una antología de poesía en donde comenzábamos a leer los primeros poemas y encontrábamos uno que nos maravillaba.
También es general porque trata que los propios autores cuenten la historia de la poesía mexicana a través de sus textos. Yo digo que cada poeta hace la historia de su momento: en el caso, por ejemplo, de Andrés Quintana Roo, con la “Oda al 16 de septiembre”, lo que refleja son los anhelos de libertad, de independencia de un país, de una nación. También está el caso de Manuel Gutiérrez Nájera, quien representa un momento en el cual la poesía se abre hacia el mundo, y refleja el ansia de participar en un universo cosmopolita, que es la cultura francesa y es el mundo que se integra a lo mexicano.
Si revisamos a cada uno de ellos vamos a encontrar algo similar: Sor Juana es la defensora de la mujer, de la lectura, de la escritura desde un punto de vista de que la mujer participara y tuviera los mismos derechos que los hombres, y lo hace en un momento mucho muy difícil.
Los Contemporáneos también dieron una gran batalla, que fue la de abrirse al mundo cuando lo que existía era una estética absolutamente nacionalista, y los problemas que enfrentaron y las peleas que tuvieron quedan reflejados en la antología.
Entonces, no podríamos explicarnos a Octavio Paz sin los antecedentes de Contemporáneos, y no podríamos entender a los poetas que vienen después de él sin su presencia y las luchas que dieron.
Cuando planteamos esta antología llegamos a pensar en incluir a los de la generación del cincuenta y el sesenta, pero ello hubiera representado una selección muy breve en un volumen que de hecho es grande. Entonces lo que nos propusimos es complementar con un segundo volumen, en el que el concepto general estaría completo porque estarían representadas también las nuevas generaciones.
Es un par de volúmenes en los que podemos tener los referentes fundamentales de qué se ha escrito en México y qué se está escribiendo.

AR: En la introducción hablas del oficio de antologar. Al respecto, ¿cuáles fueron los principales problemas que enfrentaste para hacer este par de volúmenes?
JDA: Esta antología, por la misma característica de ser el canon, no implica demasiadas complicaciones en términos de dudas de quiénes pueden estar; cuando uno habla de la poesía prehispánica, de la virreinal, de la novohispana, de la clásica, neoclásica y académica, de la del siglo XIX, no hay tanto problema. Inclusive en la poesía canónica del siglo XX no hay problema, nadie podría objetar que estén Sabines, Lizalde, Paz, Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Owen. El asunto es qué poner de ellos; en realidad el problema mayor es que siendo unos autores tan extraordinarios hay que elegir algo de ellos. Aunque parezca repetitivo, uno tiene que incluir lo mejor porque uno no tiene que estar pensando en que esos poemas ya están en otras antologías.
Otro problema es el de los derechos de autor, porque hay que luchar también para poder conseguir que los herederos y las personas que son los dueños de esos derechos cuando ha fallecido el poeta, den la autorización y estén de acuerdo en lo que se va a seleccionar.
En el caso de poetas mucho más recientes, lo que hay que buscar es hacer congeniar mis gustos y mis intereses con los del autor, porque es claro que éste tampoco tiene por qué aceptar del todo algo que no quiere. Allí hay que hacer una conciliación para que tanto antólogo como autor quedemos contentos con lo que estamos haciendo. Además, yo siempre he dicho que las antologías tendrían que hacerse no para satisfacer el ego de los autores, sino para satisfacer las necesidades de los lectores.
El grave problema que tienen muchas antologías es que se convierten en libros de grupo: primero el antólogo, después sus amigos o los que están dentro de su grupo, después los poetas fundamentales que no pueden faltar, y después uno que otro que no pertenezca al grupo para que no se diga que son mafiosos. Ese tipo de antologías no sirve para nada sino para que queden a gusto los que están incluidos, pero no sirve para que el lector lea.
Eso tiene que evitarse. Cuando hice esta antología, por supuesto renuncié a ciertos gustos unipersonales absolutos, y traté de buscar también objetividades. Así, hay poetas que me gustan más que otros, por supuesto, pero también hay poetas en los que reconozco un valor extraordinario que no necesariamente me tienen que fascinar a mí pero que tienen que estar representados porque son opciones de lectura.
Creo que hay que tomar en cuenta el gusto personal, que es subjetivo, y la historia, que forma parte de una objetividad porque muchos de estos autores ya han sido valorados en su tiempo, han sido decantados después de años y han sobrevivido.
Lo otro es pensar también que una antología de esta naturaleza necesita ser parte de una historia de la literatura mexicana, que un lector que diga “ya leí a López Velarde, pero quiero saber en qué año nació, cuándo murió y junto a quiénes estaba escribiendo”.
Yo creo que esa es la parte de la antología que tiene un gran valor didáctico. Tiene ese fundamento: buscar que quien lea este libro acabe convencido de que la poesía mexicana tiene un gran valor estético, pero que también forma parte de una historia que está reflejada allí.



AR: Hablando sobre historia, uno de los asuntos que mencionas es que tanto la Conquista como la Independencia fueron realidades que alteraron y conformaron a México en todos los aspectos. En el aspecto de la elaboración de “la expresión nacional”, como le decía José Luis Martínez, ¿qué papel ha tenido la poesía en la construcción nacional?
JDA: Octavio Paz dijo que el nivel de la poesía era el nivel de salud cultural de una nación. Creo que en efecto, así ha sido siempre. La poesía es el género más concentrado en cuanto al lenguaje, el de la búsqueda en el idioma y en la reflexión dentro de la propia emoción, el más fuerte y más profundo.
En el caso concreto de cómo ha conformado históricamente la nación, yo podría dos ejemplos: en la Independencia hubo autores perfectamente identificados como independentistas, y otros como antiindependentistas. Entonces alguien como Andrés Quintana Roo, que escribió su “Oda al 16 de septiembre” —y es curioso que un poema rebelde se ciña a métricas y a conceptos clásicos conservadores—, de lo que habla es de la necesidad de un país con una identidad propia. Si pensamos también en Ignacio Manuel Altamirano, lo mismo vemos allí: son autores que luchan por esa independencia no nada más política sino cultural, educativa, social.
Cuando pensamos en la Revolución Mexicana nos vamos a dar cuenta de que tuvo narrativa, pero que casi no tuvo poesía; su poesía estuvo en las canciones, en lo más popular, que obviamente no forma parte de este canon. Pero de alguna manera también hay que tomar en cuenta que por lo que lucharon los Contemporáneos después de la Revolución fue precisamente porque no todo el mundo estuviera escribiendo sobre sarapes de Saltillo, nopaleras y estas cosas. Fueron también unos visionarios en ese sentido, y por ello también fueron atacados como descastados, les decían que había una literatura prácticamente afeminada y todas estas cosas.
Cuando se plantea esto, uno se da cuenta de que lo que ha habido siempre en la literatura es un conflicto. Formar parte de él es la forma en que está uno participando en la transformación del país. A final de cuentas, yo creo que en el caso anterior es obvio que los Contemporáneos ganaron, y contribuyeron grandemente a la apertura cultural y educativa de México. Fueron un gran grupo. Yo creo que el siglo de oro de la poesía mexicana es el siglo XX, y es en su primera mitad, que es cuando aparece esa maravilla de la poesía mexicana, después de las maravillas que fueron Nezahualcóyotl, Sor Juana y los románticos mexicanos.

AR: ¿En qué medida la popularidad ayuda a generar el canon poético? Muy popular, aunque tú lo criticas severamente, es Amado Nervo, pero podemos irnos hasta Sabines, por ejemplo.
JDA: Sin duda alguna lo popular es fundamental. No quiere decir esto que porque alguien sea popular sea bueno o sea malo: hay poetas populares muy malos y los hay muy buenos. Yo creo que Jaime Sabines es un poeta popular muy bueno, y Amado Nervo fue un poeta popular bueno pero no tanto
Hoy pensar en Amado Nervo como se pensaba a principios del siglo XX es pensar en un autor que difícilmente podemos salvar tal cual hoy. Es un poeta que tiene muchas caídas, pocas páginas afortunadas y que son las que tendríamos que revalorar.
Un poeta como Jorge Cuesta no es popular; su “Canto a un dios mineral” es poco conocido, y sin embargo es un poema muy sólido que preludia a otros extraordinarios que van a venir después. Bernardo Ortiz de Montellano no es un poeta popular, y sin embargo es un extraordinario poeta; para no ir muy lejos, el propio Paz no es tan popular como Sabines, y sin embargo es un gran poeta.
Un autor que hubiera podido ser un poeta popular, que tenía todos los elementos para serlo y, sin embargo no lo fue, fue Renato Leduc. ¿Por qué? No lo sabemos. Fue popular en esos famosos poemas interdictos que se le atribuyen, y que finalmente quedaron como poemas que ya todos sabemos que son de él, como el “Prometeo sifilítico”, que además se recitaban en las cantinas. El poema más popular de Renato Leduc es una canción que en realidad la gente que la oye no sabe que es de él: “Tiempo”.
Entonces pienso que la popularidad influye en el canon, pero también lo hace por una razón: Sabines, por ejemplo, le habla a muchas personas a partir del lenguaje de la emoción. Es un poeta que todo el tiempo está hablando de las condiciones de dolor, de sufrimiento y de enamoramiento del ser humano, y estas cosas a todo ser humano le ocurren.
Los poetas más reflexivos, más filosóficos, son menos populares porque la gente tiende mucho menos a esto, sin que esto quiera decir que haya que calificar a unos de poetas menos buenos que otros.

AR: Al respecto haces una defensa del lugar común.
JDA: Vivimos permanentemente angustiados de que los lugares comunes nos avasallen, pero en realidad estamos llenos de ellos, e incluso quienes les quieren huir caen en otros. Vivir angustiados por eso me parece absurdo. Si juzgamos por ello a Guillermo Aguirre y Fierro con su “Brindis del bohemio”, vamos a darnos cuenta que el primer gran defensor de ese poema es Gabriel Zaid, gracias a quien se rescató ese poema que la gente espera encontrar en una antología.
Lo mismo nos vamos a encontrar con el “Nocturno a Rosario”, de Manuel Acuña. ¿Qué antología de la poesía mexicana puede ignorarlo? Volvemos a lo mismo: ciertos poemas son fundamentalmente recitables, y cuando decimos esto a veces olvidamos que recitar es hablar, decir, pero también es aquello que puedes volver a citar, aquello de lo que te acuerdas. Cuando uno dice “está muy bien, dices que fulano es un gran poeta, dime un verso de él”, y la gente a veces no se acuerda de ninguno.
He descubierto que hay lectores de poesía que no son lectores asiduos de ningún otro género, y que saben de memoria poemas de Sabines, de Pablo Neruda, de Mario Benedetti. Más allá de las calidades que tengan estos autores, son poetas recitables porque en todo momento acuden a nuestra mente.
Yo digo que la poesía tiene esa virtud: a veces nos seduce por la música, por cierto juego de palabras. Si pensamos en la poesía española, cuando Federico García Lorca dice “Verde que te quiero verde”, la gente se acuerda de eso y se le queda muy grabado. Yo he hecho ejercicios en mis talleres de poesía y leemos ese romance sonámbulo de García Lorca, y hasta después de que lo leemos y comenzamos a explicarlo la gente entiende que hay una historia en ese poema; antes sólo se queda con la música, que es el principio, decía Pellicer, del poema para que te seduzca y sigas leyendo.

AR: De la lectura de la introducción veo que hay pocos poetas mexicanos que alcanzan la universalidad, en tu opinión. ¿Cómo se accede a esa universalidad?
JDA: Creo que la universalidad queda muy claramente definida en un autor como Juan Rulfo en la prosa: es aquel autor que consigue, a partir de su propia experiencia nacional, emocional e íntima reflejar universos que atañen a todo el mundo. Es falso que Rulfo tenga el lenguaje que se habla en los Altos de Jalisco. Su lenguaje es elaborado literariamente, es una creación estética que es una maravilla de la síntesis y de la recreación, y por supuesto que cuando esto llega a un lector chino, alemán, inglés o francés, lo que le refleja es un universo original extraordinario que lo seduce.
Decía Augusto Monterroso: ¿cómo sabemos que un autor es bueno? Cuando ni siquiera las malas traducciones lo echan a perder.
Yo creo que eso es realidad. En el caso de la poesía todos sabemos que es más compleja, porque la traducción, como decía Paz, representa siempre otro poema. Creo que en gran medida por eso López Velarde no es universal: es un lenguaje tan ceñido a lo nacional, tan nuestro, que es muy complicado traducirlo para el común de los lectores, sean alemanes, franceses, chinos o japoneses. En cambio, Paz, que creo que es un poeta universal en sí mismo porque tiene todas las preocupaciones filosóficas y estéticas de los grandes poetas, acaba precisamente hablándole a mucha gente.
En el caso de Sor Juana es curioso: más que la poesía, su prosa es lo más universal que tiene cuando hablamos de la carta a Sor Filotea de la Cruz.
Hay poetas que cuando hablamos de la universalidad es difícil plantearla porque son poetas conocidos dentro de nuestro continente. Tienen una importancia continental, dentro de esta lengua, pero no mucho más allá, y esto lo podemos ver reflejado en la propia circunstancia nacional.
Hablar de la universalidad en la poesía es muy complicado, y por eso una antología general de la poesía mexicana era importante para el conocimiento de los propios mexicanos.
Este proyecto tiene, además, algunas derivaciones, como hacer una edición intermedia: que de este libro puedan desprenderse los 40 principales —si pudiéramos llamarlos así— de la poesía mexicana. Después uno que sea la antología mínima de la poesía mexicana, que pueden ser 10 o 12 autores que son los que nadie puede discutir.
Considero que la universalidad es algo que difícilmente ocurre: hay poetas extraordinarios en Alemania, en Francia, en Dinamarca, que no son universales: son para una región, para una lengua, y lo que nos ocurre aquí es eso. Incluso muchos poetas que han obtenido el premio Nobel de Literatura no son universales, sino poetas muy pocos leen.
El objetivo fundamental de esta obra es que los mexicanos conozcamos lo que hemos producido de extraordinario en la poesía mexicana. Obviamente es una antología que le importa menos a los argentinos porque ellos tendrán su antología, que les interesa más.

AR: Muchas editoriales y librerías importantes tienen relegada a la poesía en su oferta. ¿A qué se debe esto?
JDA: ¿Por qué, en gran medida, se hizo esta antología? Porque si uno va a las mesas de novedades en todas las librerías lo que va a encontrar es narrativa, y ni siquiera toda la narrativa porque de cuento y crónica hay poco; lo que hay son novelas.
La dictadura de la novela ha acabado con todo lo demás. Lo que encuentra uno en las mesas de novedades son los libros del cártel de la novela y los de los libros que hablan sobre el cártel del narcotráfico. Eso es lo que hay más: libros de autoayuda, sobre narcotráfico, política doméstica y escándalos farandulescos, y novelas que tratan también el narcotráfico, la farándula y la violencia. De vez en cuando se encuentran uno o dos libritos de poesía perdidos.
¿Qué es lo que buscábamos también con esta antología? Que tuviera la posibilidad de estar en la mesa de novedades dentro del circuito comercial y que alguien que viniera a comprar una novela pudiera también ver que existe la poesía mexicana y que se interesara por ella. El gran problema de la poesía es que los editores no publican poesía con el argumento de que los lectores no leen poesía, y los lectores dicen que no leen poesía porque no encuentran la poesía y, además, porque no la entienden.
Yo me acuerdo de Eduardo Lizalde con un epigrama dedicado a Carlos Fuentes que dice: “Dicen los lectores que no entienden la poesía, que en ella no hay ni historia ni sexo ni pasiones ni nada. Esto prueba que los lectores tampoco entienden la prosa”.
El gran problema editorial es que, salvo ediciones Era, Almadía, el Conaculta, las instituciones públicas en los estados (secretarías e institutos de cultura), las universidades y algunos sellos pequeños como Ediciones Sin Nombre, El Ermitaño, Bonobos y Verde Halago, la poesía está en un circuito en el que no puede competir con las mesas de novedades repletas de novelas. Yo digo (y esto lo saben los editores): una mala novela vende mejor que un buen libro de poesía. Eso está probado: buenos libros de poesía tardan 10 años en agotar sus mil ejemplares, y malos libros de narrativa se venden en seis meses y se reeditan inmediatamente.
Cuando digo esto no digo que todas las novelas sean malas o que toda la narrativa sea mala; lo que estoy diciendo es que los editores, que están buscando siempre la ganancia inmediata, no quieren publicar poesía porque se vende poco.
Por otro lado, los lectores son escasos porque no se ha formado un público de poesía. Yo creo que para que tengamos lectores de poesía ésta tiene que regresar a las escuelas. En los programas de lectura se leen cuentos, pero no se leen poemas.
Todo esto forma parte de un concepto y un criterio muy equivocados: primero, que no se entiende la poesía; segundo, que es un género muy difícil de comprender.
Por otro lado, cuando hablamos de poesía tendríamos que partir que es el género que más se cultiva en México. Hay más poetas que cultivadores de cualquier otro género, pero hay menos lectores que en el caso de la narrativa. Eso quiere decir que los poetas están publicando para los propios poetas y para los propios grupos que están interesados en la poesía, nada más.
Ese es el grave problema que enfrenta la poesía en México. Yo creo que tendremos que ponerla al alcance de públicos variados, y por eso es necesario que también pensemos en ese público general, y no nada más en esa antología para poetas.
Además, cuando se plantea un libro de esta naturaleza, el problema está en cómo conseguir que la edición sea atractiva para el público. Una de las cosas que a mí me parecen erróneas es que si la poesía de por sí se lee poco, las ediciones de poesía son las más sobrias y las más feas del mundo. Uno ve libros muy atractivos y sabe uno que son de narrativa o de ensayo incluso; pero uno ve libros de poesía donde no nada más tiene la pura tipografía y una pasta sin chiste, gris y se acabó. Ni siquiera una viñetita. Entonces si de por sí es complicado, yo creo que podríamos volver a ese gusto que se tenía por la poesía decimonónica, en la que había un atractivo desde la edición misma, de invitar a la poesía con algo que no fuera nada más el puro título del libro y el nombre del autor.
Está muy bien, cada quien diría “es que lo que me importa es el contenido”. Sí, pero creo que los libros también tienen importancia desde la apariencia para atraer a un lector. Sí es importante que la poesía vuelva a tener ese grado de atractivo que tenía antes y que fue perdiendo.


 *Entrevista publicada en Este País, núm. 283, noviembre de 2014.

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