Poesía mexicana para todos
Entrevista con Juan Domingo
Argüelles*
Ariel
Ruiz Mondragón
Pese
a la gran tradición que la poesía tiene en nuestro país, en los últimos años ha
sido un género que ha ido dramáticamente a la baja entre los lectores. A esta
situación han conducido desde políticas educativas que han menguado su
presencia en las aulas hasta los más crudos intereses comerciales de la
industria editorial.
Por
lo anterior resultan pertinentes todos los esfuerzos encaminados a reivindicar
al género y difundirlo ampliamente entre el público para crear sus lectores. En
ese sentido Juan Domingo Argüelles se ha encargado de la selección y notas de
la Antología general de la poesía
mexicana, que por su magnitud ha tenido que ser dividida en dos volúmenes
publicados por editorial Océano: De la
época prehispánica a nuestros días (2012), y Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros
días (2014).
Sobre
ese vasto trabajo Este País conversó
con Argüelles (Chetumal, 1958), quien estudió Lengua y Literaturas Hispánicas
en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Autor de una treintena de
libros, ha colaborado en publicaciones como El
Financiero, El Universal, La Jornada Semanal, en el suplemento Campus de Milenio Diario, Nexos y
la Revista de la Universidad de México,
entre otras. Ha ganado diversos premios: Nacional de Poesía Efraín Huerta
(1987), de Ensayo Ramón López Velarde (1988), Nacional de Literatura Gilberto
Owen (1992) y Nacional de Poesía Aguascalientes (1995), entre otros.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy hacer
una antología como la suya? Antes ha habido otras importantes, incluso algunas
que cita: la de Carlos Monsiváis, la de Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis
y José Emilio Pacheco, así como la de Gabriel Zaid. Antes de esas recuerdo las
de Jorge Cuesta y de Antonio Castro Leal, entre otras, por ejemplo.
Juan Domingo Argüelles (JDA):
Después de revisar con el editor, con Océano, el antecedente que yo tenía con
ellos de la antología Dos siglos de
poesía mexicana, publicada en 2001, que abarcaba nada más los siglos XIX y
XX, yo les planteé la propuesta de que existiera una antología que recogiera lo
más destacado de toda la historia de la poesía mexicana, incluidos los poetas
prehispánicos y que llegara incluso hasta los más jóvenes.
Las
antologías de que disponemos son fragmentarias y las podemos conseguir en cualquier
librería: Era y El Colegio Nacional han publicado la de los prehispánicos, la UNAM
la de los novohispanos, además de las otras que todos conocemos, desde Poesía en movimiento hasta el Ómnibus de poesía mexicana, de Gabriel
Zaid, que es lo más parecido a una antología general de la poesía mexicana
porque incluye canciones, letreros, grafitis, una serie de poesía humorística,
en fin.
Mi
idea es que, al ser una antología general de la poesía mexicana, tenía que
estar lo más importante, lo más canónico. En eso creo que no hay ninguna
discusión, porque creo que hay autores que por sí mismos forman parte de una
antología imaginaria, posible, como Ramón López Velarde, Sor Juana Inés de la
Cruz, Octavio Paz, Jaime Sabines, Salvador Díaz Mirón, Eduardo Lizalde, Gabriel
Zaid, etcétera. Pero junto con ellos también hay una serie de autores que
tuvieron una importancia fundamental en su momento y que aún la tienen dentro
de la historia de la poesía mexicana.
En
este caso en lo que yo pensaba era en una antología general de la poesía
mexicana canónica, que incluyese a todos esos autores fundamentales, y que
estuvieran acompañados, además, por ese contexto que les dio sentido.
¿Por
qué es una antología general? Porque está dirigida a todo público, sobre todo a
un lector común y no necesariamente a un experto en poesía. Yo imaginé este
libro como esos libros que antes teníamos en casa, entre los que siempre había
una antología de poesía en donde comenzábamos a leer los primeros poemas y
encontrábamos uno que nos maravillaba.
También
es general porque trata que los propios autores cuenten la historia de la
poesía mexicana a través de sus textos. Yo digo que cada poeta hace la historia
de su momento: en el caso, por ejemplo, de Andrés Quintana Roo, con la “Oda al
16 de septiembre”, lo que refleja son los anhelos de libertad, de independencia
de un país, de una nación. También está el caso de Manuel Gutiérrez Nájera,
quien representa un momento en el cual la poesía se abre hacia el mundo, y refleja
el ansia de participar en un universo cosmopolita, que es la cultura francesa y
es el mundo que se integra a lo mexicano.
Si
revisamos a cada uno de ellos vamos a encontrar algo similar: Sor Juana es la
defensora de la mujer, de la lectura, de la escritura desde un punto de vista
de que la mujer participara y tuviera los mismos derechos que los hombres, y lo
hace en un momento mucho muy difícil.
Los
Contemporáneos también dieron una gran batalla, que fue la de abrirse al mundo
cuando lo que existía era una estética absolutamente nacionalista, y los
problemas que enfrentaron y las peleas que tuvieron quedan reflejados en la
antología.
Entonces,
no podríamos explicarnos a Octavio Paz sin los antecedentes de Contemporáneos,
y no podríamos entender a los poetas que vienen después de él sin su presencia
y las luchas que dieron.
Cuando
planteamos esta antología llegamos a pensar en incluir a los de la generación
del cincuenta y el sesenta, pero ello hubiera representado una selección muy
breve en un volumen que de hecho es grande. Entonces lo que nos propusimos es complementar
con un segundo volumen, en el que el concepto general estaría completo porque
estarían representadas también las nuevas generaciones.
Es
un par de volúmenes en los que podemos tener los referentes fundamentales de
qué se ha escrito en México y qué se está escribiendo.
AR: En la introducción hablas del
oficio de antologar. Al respecto, ¿cuáles fueron los principales problemas que
enfrentaste para hacer este par de volúmenes?
JDA:
Esta antología, por la misma característica de ser el canon, no implica
demasiadas complicaciones en términos de dudas de quiénes pueden estar; cuando
uno habla de la poesía prehispánica, de la virreinal, de la novohispana, de la
clásica, neoclásica y académica, de la del siglo XIX, no hay tanto problema.
Inclusive en la poesía canónica del siglo XX no hay problema, nadie podría
objetar que estén Sabines, Lizalde, Paz, Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Owen.
El asunto es qué poner de ellos; en realidad el problema mayor es que siendo
unos autores tan extraordinarios hay que elegir algo de ellos. Aunque parezca
repetitivo, uno tiene que incluir lo mejor porque uno no tiene que estar
pensando en que esos poemas ya están en otras antologías.
Otro
problema es el de los derechos de autor, porque hay que luchar también para
poder conseguir que los herederos y las personas que son los dueños de esos
derechos cuando ha fallecido el poeta, den la autorización y estén de acuerdo
en lo que se va a seleccionar.
En
el caso de poetas mucho más recientes, lo que hay que buscar es hacer congeniar
mis gustos y mis intereses con los del autor, porque es claro que éste tampoco
tiene por qué aceptar del todo algo que no quiere. Allí hay que hacer una
conciliación para que tanto antólogo como autor quedemos contentos con lo que
estamos haciendo. Además, yo siempre he dicho que las antologías tendrían que
hacerse no para satisfacer el ego de los autores, sino para satisfacer las
necesidades de los lectores.
El
grave problema que tienen muchas antologías es que se convierten en libros de
grupo: primero el antólogo, después sus amigos o los que están dentro de su
grupo, después los poetas fundamentales que no pueden faltar, y después uno que
otro que no pertenezca al grupo para que no se diga que son mafiosos. Ese tipo
de antologías no sirve para nada sino para que queden a gusto los que están
incluidos, pero no sirve para que el lector lea.
Eso
tiene que evitarse. Cuando hice esta antología, por supuesto renuncié a ciertos
gustos unipersonales absolutos, y traté de buscar también objetividades. Así, hay
poetas que me gustan más que otros, por supuesto, pero también hay poetas en
los que reconozco un valor extraordinario que no necesariamente me tienen que
fascinar a mí pero que tienen que estar representados porque son opciones de
lectura.
Creo
que hay que tomar en cuenta el gusto personal, que es subjetivo, y la historia,
que forma parte de una objetividad porque muchos de estos autores ya han sido
valorados en su tiempo, han sido decantados después de años y han sobrevivido.
Lo
otro es pensar también que una antología de esta naturaleza necesita ser parte
de una historia de la literatura mexicana, que un lector que diga “ya leí a
López Velarde, pero quiero saber en qué año nació, cuándo murió y junto a
quiénes estaba escribiendo”.
Yo
creo que esa es la parte de la antología que tiene un gran valor didáctico.
Tiene ese fundamento: buscar que quien lea este libro acabe convencido de que
la poesía mexicana tiene un gran valor estético, pero que también forma parte
de una historia que está reflejada allí.
AR: Hablando sobre historia, uno de
los asuntos que mencionas es que tanto la Conquista como la Independencia
fueron realidades que alteraron y conformaron a México en todos los aspectos. En
el aspecto de la elaboración de “la expresión nacional”, como le decía José
Luis Martínez, ¿qué papel ha tenido la poesía en la construcción nacional?
JDA:
Octavio Paz dijo que el nivel de la poesía era el nivel de salud cultural de una
nación. Creo que en efecto, así ha sido siempre. La poesía es el género más
concentrado en cuanto al lenguaje, el de la búsqueda en el idioma y en la
reflexión dentro de la propia emoción, el más fuerte y más profundo.
En
el caso concreto de cómo ha conformado históricamente la nación, yo podría dos
ejemplos: en la Independencia hubo autores perfectamente identificados como
independentistas, y otros como antiindependentistas. Entonces alguien como
Andrés Quintana Roo, que escribió su “Oda al 16 de septiembre” —y es curioso
que un poema rebelde se ciña a métricas y a conceptos clásicos conservadores—,
de lo que habla es de la necesidad de un país con una identidad propia. Si
pensamos también en Ignacio Manuel Altamirano, lo mismo vemos allí: son autores
que luchan por esa independencia no nada más política sino cultural, educativa,
social.
Cuando
pensamos en la Revolución Mexicana nos vamos a dar cuenta de que tuvo
narrativa, pero que casi no tuvo poesía; su poesía estuvo en las canciones, en
lo más popular, que obviamente no forma parte de este canon. Pero de alguna
manera también hay que tomar en cuenta que por lo que lucharon los
Contemporáneos después de la Revolución fue precisamente porque no todo el
mundo estuviera escribiendo sobre sarapes de Saltillo, nopaleras y estas cosas.
Fueron también unos visionarios en ese sentido, y por ello también fueron atacados
como descastados, les decían que había una literatura prácticamente afeminada y
todas estas cosas.
Cuando
se plantea esto, uno se da cuenta de que lo que ha habido siempre en la
literatura es un conflicto. Formar parte de él es la forma en que está uno
participando en la transformación del país. A final de cuentas, yo creo que en
el caso anterior es obvio que los Contemporáneos ganaron, y contribuyeron
grandemente a la apertura cultural y educativa de México. Fueron un gran grupo.
Yo creo que el siglo de oro de la poesía mexicana es el siglo XX, y es en su primera
mitad, que es cuando aparece esa maravilla de la poesía mexicana, después de
las maravillas que fueron Nezahualcóyotl, Sor Juana y los románticos mexicanos.
AR: ¿En qué medida la popularidad
ayuda a generar el canon poético? Muy popular, aunque tú lo criticas
severamente, es Amado Nervo, pero podemos irnos hasta Sabines, por ejemplo.
JDA:
Sin duda alguna lo popular es fundamental. No quiere decir esto que porque
alguien sea popular sea bueno o sea malo: hay poetas populares muy malos y los
hay muy buenos. Yo creo que Jaime Sabines es un poeta popular muy bueno, y
Amado Nervo fue un poeta popular bueno pero no tanto
Hoy
pensar en Amado Nervo como se pensaba a principios del siglo XX es pensar en un
autor que difícilmente podemos salvar tal cual hoy. Es un poeta que tiene
muchas caídas, pocas páginas afortunadas y que son las que tendríamos que
revalorar.
Un
poeta como Jorge Cuesta no es popular; su “Canto a un dios mineral” es poco
conocido, y sin embargo es un poema muy sólido que preludia a otros
extraordinarios que van a venir después. Bernardo Ortiz de Montellano no es un
poeta popular, y sin embargo es un extraordinario poeta; para no ir muy lejos,
el propio Paz no es tan popular como Sabines, y sin embargo es un gran poeta.
Un
autor que hubiera podido ser un poeta popular, que tenía todos los elementos
para serlo y, sin embargo no lo fue, fue Renato Leduc. ¿Por qué? No lo sabemos.
Fue popular en esos famosos poemas interdictos que se le atribuyen, y que finalmente
quedaron como poemas que ya todos sabemos que son de él, como el “Prometeo
sifilítico”, que además se recitaban en las cantinas. El poema más popular de
Renato Leduc es una canción que en realidad la gente que la oye no sabe que es
de él: “Tiempo”.
Entonces
pienso que la popularidad influye en el canon, pero también lo hace por una
razón: Sabines, por ejemplo, le habla a muchas personas a partir del lenguaje
de la emoción. Es un poeta que todo el tiempo está hablando de las condiciones
de dolor, de sufrimiento y de enamoramiento del ser humano, y estas cosas a
todo ser humano le ocurren.
Los
poetas más reflexivos, más filosóficos, son menos populares porque la gente
tiende mucho menos a esto, sin que esto quiera decir que haya que calificar a
unos de poetas menos buenos que otros.
AR: Al respecto haces una defensa
del lugar común.
JDA:
Vivimos permanentemente angustiados de que los lugares comunes nos avasallen,
pero en realidad estamos llenos de ellos, e incluso quienes les quieren huir
caen en otros. Vivir angustiados por eso me parece absurdo. Si juzgamos por
ello a Guillermo Aguirre y Fierro con su “Brindis del bohemio”, vamos a darnos
cuenta que el primer gran defensor de ese poema es Gabriel Zaid, gracias a
quien se rescató ese poema que la gente espera encontrar en una antología.
Lo
mismo nos vamos a encontrar con el “Nocturno a Rosario”, de Manuel Acuña. ¿Qué
antología de la poesía mexicana puede ignorarlo? Volvemos a lo mismo: ciertos
poemas son fundamentalmente recitables, y cuando decimos esto a veces olvidamos
que recitar es hablar, decir, pero también es aquello que puedes volver a
citar, aquello de lo que te acuerdas. Cuando uno dice “está muy bien, dices que
fulano es un gran poeta, dime un verso de él”, y la gente a veces no se acuerda
de ninguno.
He
descubierto que hay lectores de poesía que no son lectores asiduos de ningún otro
género, y que saben de memoria poemas de Sabines, de Pablo Neruda, de Mario
Benedetti. Más allá de las calidades que tengan estos autores, son poetas
recitables porque en todo momento acuden a nuestra mente.
Yo
digo que la poesía tiene esa virtud: a veces nos seduce por la música, por
cierto juego de palabras. Si pensamos en la poesía española, cuando Federico García
Lorca dice “Verde que te quiero verde”, la gente se acuerda de eso y se le
queda muy grabado. Yo he hecho ejercicios en mis talleres de poesía y leemos
ese romance sonámbulo de García Lorca, y hasta después de que lo leemos y
comenzamos a explicarlo la gente entiende que hay una historia en ese poema;
antes sólo se queda con la música, que es el principio, decía Pellicer, del
poema para que te seduzca y sigas leyendo.
AR: De la lectura de la
introducción veo que hay pocos poetas mexicanos que alcanzan la universalidad,
en tu opinión. ¿Cómo se accede a esa universalidad?
JDA:
Creo que la universalidad queda muy claramente definida en un autor como Juan
Rulfo en la prosa: es aquel autor que consigue, a partir de su propia
experiencia nacional, emocional e íntima reflejar universos que atañen a todo
el mundo. Es falso que Rulfo tenga el lenguaje que se habla en los Altos de
Jalisco. Su lenguaje es elaborado literariamente, es una creación estética que
es una maravilla de la síntesis y de la recreación, y por supuesto que cuando
esto llega a un lector chino, alemán, inglés o francés, lo que le refleja es un
universo original extraordinario que lo seduce.
Decía
Augusto Monterroso: ¿cómo sabemos que un autor es bueno? Cuando ni siquiera las
malas traducciones lo echan a perder.
Yo
creo que eso es realidad. En el caso de la poesía todos sabemos que es más
compleja, porque la traducción, como decía Paz, representa siempre otro poema.
Creo que en gran medida por eso López Velarde no es universal: es un lenguaje
tan ceñido a lo nacional, tan nuestro, que es muy complicado traducirlo para el
común de los lectores, sean alemanes, franceses, chinos o japoneses. En cambio,
Paz, que creo que es un poeta universal en sí mismo porque tiene todas las preocupaciones
filosóficas y estéticas de los grandes poetas, acaba precisamente hablándole a
mucha gente.
En
el caso de Sor Juana es curioso: más que la poesía, su prosa es lo más
universal que tiene cuando hablamos de la carta a Sor Filotea de la Cruz.
Hay
poetas que cuando hablamos de la universalidad es difícil plantearla porque son
poetas conocidos dentro de nuestro continente. Tienen una importancia
continental, dentro de esta lengua, pero no mucho más allá, y esto lo podemos
ver reflejado en la propia circunstancia nacional.
Hablar
de la universalidad en la poesía es muy complicado, y por eso una antología
general de la poesía mexicana era importante para el conocimiento de los
propios mexicanos.
Este
proyecto tiene, además, algunas derivaciones, como hacer una edición intermedia:
que de este libro puedan desprenderse los 40 principales —si pudiéramos
llamarlos así— de la poesía mexicana. Después uno que sea la antología mínima
de la poesía mexicana, que pueden ser 10 o 12 autores que son los que nadie
puede discutir.
Considero
que la universalidad es algo que difícilmente ocurre: hay poetas
extraordinarios en Alemania, en Francia, en Dinamarca, que no son universales:
son para una región, para una lengua, y lo que nos ocurre aquí es eso. Incluso
muchos poetas que han obtenido el premio Nobel de Literatura no son
universales, sino poetas muy pocos leen.
El
objetivo fundamental de esta obra es que los mexicanos conozcamos lo que hemos
producido de extraordinario en la poesía mexicana. Obviamente es una antología
que le importa menos a los argentinos porque ellos tendrán su antología, que
les interesa más.
AR: Muchas editoriales y librerías
importantes tienen relegada a la poesía en su oferta. ¿A qué se debe esto?
JDA:
¿Por qué, en gran medida, se hizo esta antología? Porque si uno va a las mesas
de novedades en todas las librerías lo que va a encontrar es narrativa, y ni
siquiera toda la narrativa porque de cuento y crónica hay poco; lo que hay son
novelas.
La
dictadura de la novela ha acabado con todo lo demás. Lo que encuentra uno en
las mesas de novedades son los libros del cártel de la novela y los de los
libros que hablan sobre el cártel del narcotráfico. Eso es lo que hay más:
libros de autoayuda, sobre narcotráfico, política doméstica y escándalos
farandulescos, y novelas que tratan también el narcotráfico, la farándula y la
violencia. De vez en cuando se encuentran uno o dos libritos de poesía
perdidos.
¿Qué
es lo que buscábamos también con esta antología? Que tuviera la posibilidad de
estar en la mesa de novedades dentro del circuito comercial y que alguien que
viniera a comprar una novela pudiera también ver que existe la poesía mexicana
y que se interesara por ella. El gran problema de la poesía es que los editores
no publican poesía con el argumento de que los lectores no leen poesía, y los
lectores dicen que no leen poesía porque no encuentran la poesía y, además, porque
no la entienden.
Yo
me acuerdo de Eduardo Lizalde con un epigrama dedicado a Carlos Fuentes que
dice: “Dicen los lectores que no entienden la poesía, que en ella no hay ni
historia ni sexo ni pasiones ni nada. Esto prueba que los lectores tampoco
entienden la prosa”.
El
gran problema editorial es que, salvo ediciones Era, Almadía, el Conaculta, las
instituciones públicas en los estados (secretarías e institutos de cultura), las
universidades y algunos sellos pequeños como Ediciones Sin Nombre, El Ermitaño,
Bonobos y Verde Halago, la poesía está en un circuito en el que no puede
competir con las mesas de novedades repletas de novelas. Yo digo (y esto lo
saben los editores): una mala novela vende mejor que un buen libro de poesía. Eso
está probado: buenos libros de poesía tardan 10 años en agotar sus mil
ejemplares, y malos libros de narrativa se venden en seis meses y se reeditan
inmediatamente.
Cuando
digo esto no digo que todas las novelas sean malas o que toda la narrativa sea
mala; lo que estoy diciendo es que los editores, que están buscando siempre la
ganancia inmediata, no quieren publicar poesía porque se vende poco.
Por
otro lado, los lectores son escasos porque no se ha formado un público de
poesía. Yo creo que para que tengamos lectores de poesía ésta tiene que
regresar a las escuelas. En los programas de lectura se leen cuentos, pero no
se leen poemas.
Todo
esto forma parte de un concepto y un criterio muy equivocados: primero, que no
se entiende la poesía; segundo, que es un género muy difícil de comprender.
Por
otro lado, cuando hablamos de poesía tendríamos que partir que es el género que
más se cultiva en México. Hay más poetas que cultivadores de cualquier otro
género, pero hay menos lectores que en el caso de la narrativa. Eso quiere
decir que los poetas están publicando para los propios poetas y para los
propios grupos que están interesados en la poesía, nada más.
Ese
es el grave problema que enfrenta la poesía en México. Yo creo que tendremos
que ponerla al alcance de públicos variados, y por eso es necesario que también
pensemos en ese público general, y no nada más en esa antología para poetas.
Además,
cuando se plantea un libro de esta naturaleza, el problema está en cómo
conseguir que la edición sea atractiva para el público. Una de las cosas que a mí
me parecen erróneas es que si la poesía de por sí se lee poco, las ediciones de
poesía son las más sobrias y las más feas del mundo. Uno ve libros muy
atractivos y sabe uno que son de narrativa o de ensayo incluso; pero uno ve
libros de poesía donde no nada más tiene la pura tipografía y una pasta sin
chiste, gris y se acabó. Ni siquiera una viñetita. Entonces si de por sí es
complicado, yo creo que podríamos volver a ese gusto que se tenía por la poesía
decimonónica, en la que había un atractivo desde la edición misma, de invitar a
la poesía con algo que no fuera nada más el puro título del libro y el nombre
del autor.
Está
muy bien, cada quien diría “es que lo que me importa es el contenido”. Sí, pero
creo que los libros también tienen importancia desde la apariencia para atraer
a un lector. Sí es importante que la poesía vuelva a tener ese grado de
atractivo que tenía antes y que fue perdiendo.
*Entrevista publicada en Este País, núm. 283, noviembre de 2014.
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