Las respuestas equivocadas de las
teorías conspirativas
Entrevista con Juan Carlos
Castillón*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
Ante
los retos que planteaba el traumático surgimiento del mundo moderno desde el
siglo XVIII, quienes seguían aferrados al antiguo orden social y cultural
buscaron explicarlo y denunciarlo. Muchos de ellos recurrieron a una forma que
pretende dar cuenta de los cambios políticos de la época de manera sencilla y
fácilmente asequible: la teoría de la conspiración, por la que un grupo de
conjurados resulta ser el motor oculto de las transformaciones.
Un
interesante relato y explicación del nacimiento de ese tipo de teorías durante
el Siglo de las Luces y la Revolución Francesa, así como del desarrollo de los
mitos conspirativos que llegan hasta nuestros días, lo ofrece Juan Carlos
Castillón (Barcelona, 1958) en su libro Amos
del mundo. Una historia de las conspiraciones (México, Debolsillo, 2014).
Etcétera
sostuvo una charla sobre ese libro con el autor, quien ha sido periodista,
escritor, traductor y librero. Tras pasar 20 años en Miami, regresó a su ciudad
natal, donde prepara un libro sobre el movimiento abolicionista en Estados
Unidos. Es autor de cinco libros.
AR: ¿Por qué escribir y publicar un
libro como el suyo? ¿Cuál es hoy la relevancia de las teorías de la
conspiración?
JCC: Me
pareció un tema interesante cuando me senté a escribirlo y me lo sigue
pareciendo ahora. Recientemente vi en YouTube una vieja filmación del funeral
de Lady Bird Johnson, la viuda del presidente norteamericano Lyndon Johnson.
Era graduada de la Universidad de Texas y en su funeral la banda de música de
esa universidad interpretó “The Eyes
of Texas are Upon You”, el himno de su equipo de futbol, los Longhorns
(Cuernilargos, llamados así por
un tipo de vaca propio del desierto), mientras la congregación hacía el saludo
con el que se acompaña ese himno en el estadio, un puño alzado con los dedos índice
y meñique extendidos como una cabeza de toro. El encabezado de ese video era “Despedida satánica a la viuda del Presidente
Lyndon B. Johnson”.
Cualquiera
tiene acceso a datos que permiten contestar esa afirmación, pero miles de
personas no se han molestado en ir más allá del video. Hay cientos de casos
semejantes. Hay docenas de libros que giran en torno a las conspiraciones, y
además cubren todos los géneros, desde la novela popular hasta el ensayo
histórico o seudohistórico. En su momento, y hablando con uno de mis editores,
Cristóbal Pera, que ahora está en Penguin Random House México, la teoría
conspirativa nos pareció un tema interesante que se fue ampliando a medida que
yo investigaba. La cosa empezó como un libro de historia y anécdotas, y acabó
siendo algo parecido a un libro de crítica literaria sobre un género, el conspiracionismo, al que trato de
definir en los capítulos finales del texto, presentando a sus personajes
habituales, sus autores, sus lectores, los temas recurrentes que permiten
identificar a un libro como parte de ese género y las estrategias narrativas
empleadas en los mismos.
Las
teorías de la conspiración, como explicación de lo que pasa en el mundo que nos
rodea, siempre han tenido un espacio en el imaginario popular que suele
aumentar en momentos de crisis, cuando las respuestas más lógicas dejan de
funcionar para un grupo creciente de personas. Por eso siempre han tenido más
público en sociedades arruinadas o derrotadas (la Tercera República Francesa
después de la derrota en la Guerra Franco-Prusiana de 1871, la República de
Weimar en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, los países del
antiguo bloque soviético tras la caída, para muchos inexplicable, del Muro de
Berlín y el cambio de régimen en Moscú) que en países donde todo funciona bien.
Al estar la economía europea en un momento de crisis, es inevitable que esas
teorías resurjan.
AR: En algunas partes del libro
usted menciona que sí han existido algunas conspiraciones reales y
demostrables, que han tenido éxitos y fracasos. ¿Cuáles podría destacar entre
ellas? Algunas que usted menciona son las del duque de Orleans o Les Chevaliers
de la Foi.
JCC: Nunca
he tratado de negar que han existido conspiraciones reales. Mi libro está
escrito desde el escepticismo, no desde la negación. No me he sentado a
escribir un libro que diga que todos los conspiracionistas están —y además
siempre— equivocados y todas las conspiraciones son imaginarias. Pensemos en
las revelaciones de Julian Assange o en el caso Snowden. Los Estados conspiran
a espaldas de sus ciudadanos, los poderosos conspiran para tener más poder, los
revolucionarios conspiran para derribar los Estados, y eso ha formado parte de
la historia de la humanidad desde que existe la política, y negarlo sería un
error.
Lo
que sí niego es la Teoría Conspirativa como único motor de la historia de la
humanidad, como nos presentan algunos fabuladores. Insisto sobre uno de los
ejemplos que usted me da: el Duque de Orleans quería ser rey en lugar de su
primo Luis XVI. Por ello contribuyó a desencadenar la Revolución Francesa, pero
no la causó, sino que fue la suma de toda una serie de factores que afectaron a
una sociedad agraria, pretecnológica, que acababa de pasar seis años de malas
cosechas y en donde había hambre (fruto de las malas cosechas pero también de
la especulación), y donde una clase dirigente (la aristocracia), que había
conservado todos sus privilegios sin seguir ejerciendo ninguno de sus deberes,
se negaba a dar entrada en la administración de la cosa pública a una clase más
eficaz (la burguesía). Esto sin olvidar factores culturales, sociales, etcétera.
El
Duque de Orleans fue un elemento más dentro de esa mezcla. Reconocer su
participación en la revolución es propio de historiadores, pero pretender que solo
su acción causó la revolución es propio de teóricos de la conspiración. El duque,
en su condición de ilustrado y descreído, pero también de especulador y de
conspirador, da un rostro a toda una serie de fuerzas que escaparon a su
control, aunque ayudó a desencadenarlas y permitió explicar toda una serie de
procesos a un nivel humano. Pretender que el duque además causó esa revolución
porque era francmasón es rizar el rizo, porque también eran francmasones muchos
de sus contrarios, incluyendo a varios generales del ejército de la Vendée (esa
versión francesa de los cristeros mexicanos), el abogado que intentó salvar a
Luis XVI en su juicio, el marqués de Fersen que trató de salvar a la familia
real francesa haciéndola huir, y los hermanos de Luis XVI que reinaron tras la
restauración y al final del régimen bonapartista.
En
realidad, en aquel momento en Francia casi toda la gente educada se movía en
círculos masónicos... con raras excepciones, por ejemplo Robespierre, quien sí
fue revolucionario y le cortó primero la cabeza a Luis XVI, que no era masón, y
al Duque de Orleans, que en el momento de su muerte había sido expulsado de su
logia.
AR: Las explicaciones conspirativas
de la historia surgieron con el Siglo de las Luces y la Revolución Francesa: “Son
un producto de la modernidad”, afirma usted. ¿Por qué en la época de la razón y
de las masas aparecieron justamente aquellos relatos que remitían oscuramente a
pequeños grupos?
JCC: El
mundo siempre ha sido complicado. Desde el Siglo de las Luces además somos
conscientes de que lo es. Anteriormente Dios era el motor de la historia, o al
menos su coartada. Si algo no funcionaba era por voluntad de Dios, los reyes lo
eran por voluntad de Dios; era un Dios que escribía recto con renglones
torcidos, según una vieja frase popular.
Con
anterioridad al Siglo de las Luces la Historia no aspiraba a ser una ciencia
sino que era mera crónica que contaba sucesos, pero no trataba de explicarlos.
Cuando la lógica sustituye a la fe y la Historia-ciencia social sustituye a la
Historia-crónica, todo se complica. Cuando, además, los líderes del país dejan
de ser nombrados por Dios y pierden su aureola mágica, son necesarias
explicaciones adicionales a lo que pasa en el mundo e influye en nuestras
vidas. El mundo siempre ha sido complicado pero eso no significa que sea
incomprensible: ciencias combinadas nos pueden dar una imagen más o menos
correcta de lo que nos rodea, ciencias sociales como la sociología, la
historia, la historia de la filosofía y la estadística, y ciencias duras como
la medicina, la demografía, la epidemiología, la climatología.
Incluir
todas esas ciencias en una gran ecuación, en la que además algunas incógnitas
(las que se refieren a la conducta humana) pueden variar de un momento a otro
es difícil, pero junto a esa explicación lógica existe otra, más fácil de
seguir: la teoría conspirativa, que frente a miles de análisis que pueden
parecer contradecirse entre sí y que nos exigen un gran esfuerzo, puede resumir
toda nuestra historia y la de nuestra cultura, y sobre todo la de todos
nuestros problemas, en 100 páginas o menos, y darles además una dimensión ética
y moral de la que suele carecer la verdadera historia. En las teorías
conspirativas hay buenos (entre los que nos contamos desde el momento en que
las aceptamos) y malos, la historia tiene sentido y finalidad, el mundo se
vuelve más sencillo... como cuando Dios era su motor, sólo que ahora el papel
de motor de la historia se le suele atribuir al mal, personificado o no en una
serie de personajes.
AR: Justamente en el siglo XVIII
fueron señalados los villanos favoritos de las historias conspirativas: judíos,
masones, templarios e illuminati;
después serían sumados otros grupos, como los jesuitas y los banqueros. ¿Por
qué fueron señalados estos grupos tan diversos que a veces han sido agrupados
en diversas mezclas?
JCC: Los
illuminati —los de verdad— preferían llamarse a sí mismos perfectibilistas,
y fueron una logia racionalista de breve duración cuya existencia fue detallada
en los informes policiales bávaros con bastante exactitud y cuyo fundador murió
reconciliado con la Iglesia y descansa en un camposanto católico. Los
templarios —de nuevo, los de verdad— desaparecieron en la Edad Media y
resucitaron en la imaginación popular porque uno de los fundadores de la
masonería escocesa deseó dar más antigüedad a su orden y nadie discutió sus
palabras pese a no estar avaladas por ningún documento. Los judíos, con la
aparición de la teoría conspirativa, pasan de ser un grupo odiado y despreciado
entre los cristianos por su papel bíblico en la muerte de Cristo, a ser un
grupo odiado y temido por su supuesto papel en el comercio internacional.
Por
lo demás, masones, judíos, jesuitas (sí, incluso los jesuitas que introdujeron en
la Iglesia católica una serie de prácticas que después han sido copiadas por
administrativos y organizadores empresariales a lo largo del mundo) y los
banqueros fueron originalmente grupos de gente letrada, urbana, móvil, en medio
unas sociedades rurales, arraigadas, estables y normalmente analfabetas. De
alguna manera fueron los primeros antecedentes del hombre moderno tal y como
este es hoy en día, y en consecuencia, en esa condición, son vistos por muchos
como los responsables de la desaparición del mundo anterior a la Revolución Francesa.
De nuevo, como en caso del Duque de Orleans, se identifica en un grupo de
personas la acción de fuerzas sociales y culturales mucho mayores y difíciles
de explicar.
AR: Es interesante ver en el libro
cómo Napoleón reconoció los derechos de los judíos tras la Revolución Francesa,
aunque se trataba de una minoría de poca relevancia. ¿Por qué se convirtieron
en uno de los grupos más señalados como conspiradores?
JCC: La
ausencia de raíces y el hecho de que su religión rara vez fuera practicada en
público en los países occidentales, con la excepción de Holanda y de la
Inglaterra posterior a Cromwell. Hasta la Revolución Francesa, Europa es
oficial y totalmente cristiana y existe un amplio antisemitismo, católico pero
también luterano y ortodoxo, al que sólo escapan la mayor parte de los
calvinistas (congregacionales y presbiterianos nunca han sido antisemitas).
En
Europa el judío es un otro marginal al que apenas se conoce. El mundo
moderno, al apartar a la religión del centro de la política europea, pasa a
integrar a ese otro como un integrante más de la comunidad nacional.
Como beneficiario de la aparición del mundo moderno, el judío pasa también a
ser sospechoso de ser uno de los responsables de su aparición.
Por
otra parte, los judíos —no todos pero sí aquellos que ya son comerciantes—
suelen tener contactos familiares que van más allá de las fronteras nacionales
en un momento en que estas dejan de ser una expresión de la voluntad dinástica
para serlo de la voluntad popular. A lo largo del siglo XVIII las guerras entre
Francia y Prusia son guerras entre Luis XV y Federico El Grande, pero desde
principios del siglo XIX las guerras entre Francia y Prusia serán guerras entre
los franceses y los prusianos. El comercio internacional pasará a ser más
sospechoso que en tiempos de las viejas monarquías y esas sospechas se unirán a
las heredadas del mundo premoderno hasta conformar gran parte del antisemitismo
actual.
AR: Señala que la contribución
anglosajona al mito de la Gran Conjura han sido los plutócratas, los banqueros,
desde Rothschild hasta el Club Bilderberg. ¿En qué se diferencia este aporte de
los de la Europa continental?
JCC: Inglaterra
es moderna desde antes de la Revolución Francesa. En su Parlamento ya se
sentaban banqueros, armadores y comerciantes cuando en Francia todavía se
afirmaba el Derecho Divino. Por ello la Inglaterra del siglo XVIII ya conducía
sus guerras de forma abiertamente comercial, buscando el beneficio de una clase
dirigente que, al contrario que las clases dirigentes del continente, no
intentaba dar pretextos humanitarios a lo que es básicamente una búsqueda de
riquezas. En el siglo XV los españoles intentaron convertir a los nativos de
América o las Filipinas, y lo mismo hicieron los franceses en Norteamérica en el
siglo XVIII, pero cuando los ingleses llegaron al Punjab en el siglo XIX se
limitaron a saquearlo.
Las
teorías conspirativas europeas son la expresión de un pensamiento conservador y
una muestra de la resistencia de un mundo premoderno que comienza a morir con
la Revolución Francesa y acaba por desaparecer con la Revolución Rusa. Las
teorías conspirativas que giran en torno a sus elementos anglosajones son por
regla general más modernas y a la vez más creíbles porque toman un elemento
mucho más definible dentro del mundo real: el control del dinero. Las teorías
conspirativas inglesas suelen carecer, al menos en su origen, de los elementos
religiosos y metafísicos que acompañan a las europeas continentales. Una teoría
conspirativa europea girará en torno a la destrucción de la cristiandad y el
control del alma humana, mientras que una anglosajona lo hará en torno al
control de los mercados internacionales.
AR: ¿Cuál fue el método
historiográfico de personajes como el abate Barruel y John Robison? Se observa
una falta de rigor ya que aceptaban “cualquier historia que confirme sus tesis”
y la costumbre de citarse entre ellos, por ejemplo. En ese sentido creo que se
podrían recuperar algunas de las críticas de otro autor reaccionario: Joseph de
Maistre.
JCC: Joseph
de Maistre era un contrarrevolucionario pero también un hombre, a pesar suyo,
moderno, que se enfrentó a la Revolución Francesa con argumentos que nada
tenían que ver con las teorías conspirativas, en las que nunca creyó. Fue un
antiguo masón que no abandonó su logia sino por obediencia a su fe y cuando la
masonería fue condenada por la Iglesia católica, pero que continuó defendiendo
a la masonería como inocente de la Revolución Francesa en los raros escritos en
que la menciona.
De
Maistre opinaba —y sus opiniones a veces pueden asustarnos— pero no desinformaba
porque cuando pasaba de la opinión a la narración relataba tan sólo aquello de
lo que podía dar testimonio personal. No hablaba de oídas a menos que su
confidente fuera de su total confianza e incluso en esos momentos advertía al
lector cuando no se trataba de un testimonio directo.
Barruel
y Robison son hijos de su época. Intentaron hacer lo que después han hecho mil
analistas políticos y periodistas: buscar debajo de lo evidente y visible los
hilos conductores de unas situaciones que les sorprenden. Se equivocaban en sus
análisis pero, aunque de forma torpe, seguían o intentaban seguir el mismo
camino que en aquel mismo momento comenzaban a tomar los historiadores. Ellos
mismos se presentaban sinceramente como historiadores en un momento en que la
historia aún carecía de disciplina y estaba pasando de ser una mera crónica a
ser algo parecido a una ciencia. Sus obras son contemporáneas de las primeras
obras de la historia moderna y es perfectamente comprensible que, siendo fruto
de un momento de crisis y formando parte de una guerra cultural, la primera de
tipo político de Occidente, fueran partidistas.
Lo
que es preocupante es que siendo ya la historia una ciencia social, dotada de
mecanismos, de sistemas, de formas de trabajo más o menos estandarizadas, sigan
siendo tantos los que lean de forma acrítica unos libros que, bien leídos y
despojados de sus exageraciones y errores, continúan siendo un testimonio
interesante del momento en que fueron escritos.
AR: ¿Cómo se han manifestado las
conspiraciones en la literatura? Usted menciona a un gran grupo de destacados
autores que han utilizado ese recurso de distintas maneras, como Goethe,
Stendhal y Eugenio Sue, hasta John Le Carré, Ian Fleming y Dan Brown.
JCC: La
teoría conspirativa, que tan potencialmente peligrosa puede llegar a ser cuando
se convierte en política, o, peor aún, en política de Estado, desde el punto de
vista de la narrativa es un recurso maravilloso. Permite las tramas más
increíbles, los personajes más extraordinarios, puede dotar a cualquier simple
historia de traiciones personales de un peso casi metafísico y hacerla
transcender. El problema es que siempre habrá alguien que se olvide de
diferenciar entre ficción y realidad.
Desde
luego hay una gran diferencia entre Goethe, que pudo frecuentar a los illuminatti
reales, que tan poco tienen que ver con los imaginarios, y refleja en Las cuitas
del joven Werther el mundo cultural prerrevolucionario en Alemania,
o Stendhal, que refleja en su Rojo y negro los temores de los liberales
ante la recién reconstituida Compañía de Jesús, y autores populares como Dumas
o Sue, que también reflejan ese temor hacia los jesuitas pero en libros mucho
más exagerados tanto en sus planteamientos como en sus personajes.
La
literatura es hija de su tiempo, y el antijesuitismo aparece en toda la
literatura liberal francesa del siglo XIX. Como fue Francia el lugar en donde
nacieron la mayor parte de las teorías conspirativas, es normal que también
estas se reflejaran en sus libros. De la misma forma la Guerra Fría impregnó
buena parte de la literatura del siglo XX, sobre todo en los países
anglosajones, quizás porque la literatura tiende a reflejar los temores de su
momento más fácilmente que sus esperanzas.
AR: Escribe usted que “en el
terreno de las conspiraciones es mejor no menospreciar nunca el poder de la
propaganda, la ilusión, la estupidez y el miedo”. En ese sentido, ¿cuáles
creencias son el caldo de cultivo que hace florecer las ideas conspiratorias?
JCC: Ni
en el terreno de las conspiraciones ni el en el de la política hay que
despreciar nunca el terrible poder de la simplificación y el desprecio hacia el
experto real. Los teóricos de la conspiración, como los demagogos (dos categorías
que no siempre se superponen de forma automática pero que suelen
corresponderse) son maestros no de la mentira sino de la simplificación y de la
afirmación constante. Y eso se extiende a todos los terrenos, no tan sólo al
político o al histórico. Una vez que alguien que cree en las teorías
conspirativas y ha aceptado que la historia de los libros de texto y las
noticias de la tele no sólo contienen errores o puntos de vista distintos a los
propios sino que han sido falsificadas sistemáticamente, pasa fácilmente a
dudar de otras muchas cosas.
Ejemplos
de teorías conspirativas no necesariamente políticas: el sida ha sido creado
artificialmente para exterminar a (añádase grupo étnico o sexual a la medida
del autor de la tesis); existen formas de energía alternativas que nos son ocultadas
por los productores de petróleo (y no hablamos sólo de la energía eólica sino
de “motores de combustión interna” que funcionarían con plantas o directamente
con agua); el hombre no ha llegado a la Luna sino que todo fue una
falsificación, etcétera.
El
problema de muchas teorías conspirativas es que pueden o suelen ser respuestas
equivocadas, pero lo son a menudo a problemas reales. No creo que el gobierno
norteamericano haya creado el sida para exterminar a los negros, pero muchos
afroamericanos comparten esa tesis porque en tiempos del New Deal el gobierno
norteamericano administró de forma francamente criminal el experimento de
Tuskegee para el estudio de la sífilis, cuyos pacientes fueron afroamericanos.
AR: Hay un apunte muy interesante:
para el creyente en conspiraciones sólo los blancos son capaces de pergeñar un
plan para ser los amos del mundo. Pero lo que se aprecia en el libro es que esa
idea se generó en el propio Occidente. ¿Por qué ocurrió esto?
JCC: Las
teorías conspirativas nacieron en Occidente poco antes de la aparición del imperialismo
moderno de tipo comercial. Acompañan el ascenso de Europa como gran potencia
mundial, dueña de Asia, África y Oceanía, y por ello, naturalmente, sus
personajes centrales son de origen europeo. Las teorías conspirativas giran en
torno a seres todopoderosos, y ningún monarca asiático, por rico que fuera, se
ajusta a esa descripción a lo largo del siglo XIX y gran parte del XX.
Como
de alguna manera tanto el centro del progreso tecnológico y científico como la
cultura popular/global ha permanecido ligado a la cultura europea y
norteamericana, es normal que también lo hayan estado las teorías conspirativas
de dimensiones globales. Los japoneses reaparecieron temporalmente en ellas en
los años ochenta, antes de su apagón económico en los noventa, y a pesar de los
ataques del 11 de septiembre nadie parece tomarse demasiado en serio una teoría
conspirativa que implique a los árabes, tal vez porque no han vuelto a ganar
una guerra a nadie, excepto a otros árabes, desde que los turcos conquistaron
Egipto hace ya varios siglos.
Las
sospechas tienen que ajustarse, aunque sea de forma sólo aproximada, a la
realidad, incluso cuando ésta es negada por esas mismas tesis conspirativas. Si
ves hoy una reunión del G-7, o de los banqueros y aristócratas del Club
Bildelberg, casi todas las caras que aparecerán en las fotos seguirán siendo
blancas.
AR: Cita usted una buena frase del
historiador John Roberts, quien afirma que “fue más importante en la historia
del siglo XIX la creencia en la acción de las sociedades secretas que su
existencia real”. Pero esa idea ¿a qué conductas concretas condujo en ese
siglo?
JCC: A
lo mismo que en nuestro siglo: a la persecución de enemigos imaginarios más que
a la resolución de problemas reales. Fue la sospecha, injustificada, de que los
masones hubieran podido conducir a la Revolución Francesa la que llevó a
numerosos anticlericales, en los países católicos, a la masonería que, gracias
a las acusaciones recibidas, acabó por ser en el mundo real la entidad
imaginada por sus enemigos en los primeros libros antimasónicos: una sociedad
anticlerical.
En
un terreno menos anecdótico, toda la acción de la Santa Alianza en la Europa
que siguió a las guerras napoleónicas lo único que logró fue retrasar una o dos
generaciones la unificación de Italia, a crear resentimientos dentro del imperio
austriaco que condujeron a la Gran Guerra de 1914-18.
AR: Sobre las supuestas conjuras
destaca usted lo siguiente: “Algunas de estas leyendas pueden hacer daño,
mientras que otras, que conectan con odios más antiguos y profundos, pueden
llegar a matar cuando se transforman en política”. ¿Cuándo ha ocurrido esto? ¿No
es la violencia el desenlace final del discurso conspiracionista?
JCC: La
violencia no siempre es el final necesario de ese discurso. De nuevo, el
discurso conspirativo, como la teoría conspirativa que combate, son sólo partes
de un todo mucho más grande y difícil de comprender. El Duque de Orleans pudo
ayudar a provocar la muerte de Luis XVI, y la suya propia pocos meses más
tarde, porque actuaba en un país hambriento, en guerra, invadido, sin élites
capaces de controlarlo de forma coherente. Un siglo más tarde Charles Maurras
denunció las más peligrosas conspiraciones, en medio de la Tercera República
(que no fue un prodigio de estabilidad) sin que a sus partidarios se les
pudiese acusar más que de algunos bastonazos en la representación de una obra
de teatro sobre Juana de Arco, y de una pelea multitudinaria en el traslado del
cadáver de Juan Jacobo Rousseau al Pantheon en 1912. Pero, sin salirnos de
París, en 1934, en plena crisis económica, lo que hubiera podido ser una simple
manifestación de derechas contra la corrupción administrativa del gobierno de Daladier,
fue presentada como un intento de golpe de Estado, lo que provocó una crisis de
gobierno que se saldó con 17 muertos y cerca de dos mil 500 heridos sin que
fuera necesaria una tesis conspirativa para desencadenar un baño de sangre...
aunque las teorías conspirativas aparecerían más tarde.
La
gente que come tres veces al día, puede pagar su alquiler y vivir sin miedo, no
suele creer en teorías conspirativas o, incluso si las cree, no sale a la calle
a arrancar cabezas. La teoría conspirativa es el reflejo de temores más
profundos, que nacen a su vez de realidades más molestas; pero, incluso así,
tanto para el pogromo como para la guerra civil o el motín hace falta algo más
que palabras. No neguemos a las teorías conspirativas su papel movilizador en
situaciones de crisis, pero tampoco las convirtamos en el epicentro de la
historia o en las causantes de las crisis.
AR: Usted escribe: “El defensor de
las tesis conspirativas no ve los conflictos políticos y las diferencias de
opinión como parte de la vida diaria, ni como temas en los que puedan aceptarse
compromisos”. En ese sentido, ¿el pensamiento conspirativo es profundamente
antipluralista y, por lo tanto, antidemocrático por definición?
JCC: Por
un lado es evidente que una forma de pensar que divide al mundo necesariamente
entre buenos y malos puede parecer necesariamente antidemocrática, pero por
otra parte en su aplicación diaria existen toda clase de matices. Recordará que
en mi libro menciono al Partido Antimasónico de la Norteamérica del siglo XIX.
Ese partido —que fue innovador porque fue el primero en publicar su programa— estaba
en contra de la masonería porque entendía que sus miembros no deberían
participar en política desde una sociedad secreta y excluyente, y fue parte de
una gran renovación de la política norteamericana en su momento, que se
manifestó, entre otras cosas, en el cambio de las leyes electorales, que hasta
entonces limitaban el voto en Estados Unidos a los propietarios. Incluso hoy
gran parte de las críticas contra el Club Bildelberg entran en el terreno de
los “Bildelberg, secta secreta y
satánica parte del gobierno mundial”, pero otros se mantienen dentro de
un nivel mucho más razonable.
Muchos
críticos del Club Bildelberg, entre los que me cuento, consideran que aunque
todos, incluso los millonarios, tienen el derecho a reunirse con quien quieran;
pero cuando millonarios, hombres de negocios y políticos, muchos de ellos
electos, se reúnen, no tienen el derecho de hacerlo a espaldas de los
ciudadanos ni a mantener sus agendas de trabajo en el secreto. No creo que en
la última reunión de Bildelberg hayan hecho sacrificios al diablo, pero sí han
planteado, aunque sólo sea como propuesta no vinculante, programas que me
afectan como ciudadano y pagador de impuestos, y creo que tengo derecho a
saberlo.
AR: Otra anotación suya que me
parece clave es que entre las características de las sociedades que creen en
conspiraciones está la de contar con una prensa mínimamente libre. ¿Cuál ha
sido la relación entre las teorías conspirativas y la evolución de los medios
de comunicación? En el libro podemos ver desde los libelos de la época de la
Revolución Francesa hasta el Síndrome de Salinger en el uso de internet.
JCC: Los
libelos, y si a eso vamos incluso la pornografía, tuvieron tanta importancia en
el derrocamiento de Luis XVI como los libros de los filósofos. Es entendible:
eran más fáciles de comprender y seguir. La teoría conspirativa necesita de
conductores, y la palabra escrita ha sido durante varios siglos el mejor de los
conductores: el libro, el libelo, el periódico, el cartel. La teoría
conspirativa no necesita de una opinión pública sino ante todo de una opinión
publicada. Cada vez que ha aparecido una nueva forma de comunicarse esta ha
sido empleada por los teóricos de la conspiración, gente adaptable donde las
haya. Hasta llegar a internet.
El
Salinger al que nos referimos aquí no es el novelista, sino Pierre Salinger,
antiguo jefe de prensa de la Casa Blanca en tiempos de Kennedy y Johnson, y su
error fue el propio de un hombre de su generación, gente acostumbrada a la
prensa norteamericana de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, en la que cada
historia debía ser corroborada, por lo menos, por dos fuentes antes de ser
publicada. Pero un buen día Pierre Salinger vio una noticia en la red e,
incapaz de comprender que alguien pudiera escribir un disparate y sin antes
confirmarlo, convocó a una rueda de prensa indignado para denunciar un crimen
nunca cometido. Mal final para una carrera brillante. Y es que en la red, para
bien o para mal, cabe todo.
Se
habla de distintas propuestas para controlar la red, y algunos países ya lo han
conseguido pero no son aquellos países en los que vayamos a vivir
voluntariamente. La red como medio infinitamente descentralizado, carente de
fronteras y, hasta cierto punto, de leyes, es más favorable que cualquier medio
anterior a la circulación de ideas raras, alternativas, a veces peligrosas y a
veces divertidas, que pueden incluir las teorías conspirativas. Supera en ese
medio a la prensa escrita, la radial o la televisiva, que necesitan permisos,
licencias y están sometidas a un mayor control. Internet permite la aparición
de un medio informativo en el que cualquier persona con acceso a una
computadora y un teléfono puede tener, potencialmente, tantos lectores como un
gran medio de prensa. Son muchos los que ven en eso un peligro. Deberíamos
verlo como un desafío y una oportunidad. Confiemos en que el público, al final,
incluso si hay 40 tesis locas en la red, será capaz de comprender y aceptar
mejor aquella nacida de la lógica.
AR: Como usted menciona, ahora las
teorías conspirativas regresan gracias a la cultura popular estadounidense.
¿Cómo se reflejan esas antiguas teorías en filmes y series de televisión?
JCC: Si
la literatura tiende a reflejar los temores de una era más fácilmente que sus
esperanzas, lo mismo puede decirse de la televisión, que además tiene la
ventaja de traer esos temores a la salita de nuestra casa. ¿A qué le tenemos
miedo hoy en día? Mire usted series televisivas como The Blacklist (en
el Canal Sony) o Person of Interest (creo que México se llama Vigilados,
como en España), Nikita, 24 o Alias, y se dará cuenta de
la forma en que se reflejan algunos de nuestros temores más profundos:
gobiernos o entidades oficiales irresponsables y fuera de control que los
ciudadanos han dejado de supervisar, tecnologías que se nos escapan, gente
poderosa actuando a nuestras espaldas.
La
moderna literatura conspirativa ha pasado a la televisión y cualquiera puede
verla —que quiere verla ya es otro debate— de forma diaria en nuestras
pantallas. Entre Dumas y los guionistas de Alias hay una continuidad que
merecería un libro de crítica literaria.
AR: Los discursos del
conspiracionismo muchas veces llegan a ser de odio, para lo cual promueven
abiertamente grandes prejuicios, lo cual no pocas veces llegan a generar
violencia. Por esto ¿deberían ser limitados, incluso prohibidos, legalmente?
JCC: En
el siglo XVI las primeras biblias en español llegaron a España a pesar de estar
prohibidas. En aquel tiempo las únicas traducciones al castellano de la Biblia
eran las protestantes, impresas en Holanda, prohibidas y perseguidas por la
Santa Inquisición. A pesar de la prohibición, llegaron a España metidas de
contrabando en toneles. España, sin embargo, no se convirtió al protestantismo.
Sin comparar la Biblia de Casiodoro de la Reina y Cipriano de Valera con los libros
conspiracionistas —nada más lejos de mis intenciones—, hay dos lecciones en
esta anécdota. La primera es que no puedes detener la difusión de las ideas: la
Inquisición no lo logró. La segunda es que hace falta algo más que un libro
para cambiar una sociedad, por importante que este libro sea o parezca.
Hace
unas pocas líneas hablábamos del internet. Volvamos sobre el tema antes de
despedirnos. En Irán la principal compañía de telecomunicaciones tiene como
socios a los Guardias Revolucionarios, que pueden en cualquier momento
interrumpir las comunicaciones telefónicas en sectores enteros de las grandes
ciudades o en regiones completas del país, y hacerlo desde las mismas centrales
telefónicas; Estados Unidos está persiguiendo a Assange y Wikileaks; China ha
creado una red nacional de internet prácticamente blindada en la que no pueden
entrar ni la pornografía ni las voces disidentes; en Corea del Norte todas las
computadoras están registradas; en Arabia Saudita la policía religiosa controla
YouTube; Turquía ha restringido el acceso a YouTube. Y todo eso ha sido inútil.
Ningún
discurso, ningún debate, debería ser perseguido legalmente. Negarse al debate,
o impedirlo a través de la censura, es perderlo incluso cuando el argumento del
contrario es prohibido. Pueden, deben, perseguirse acciones y comportamientos
claramente tipificados como criminales, pero perseguir palabras o ideas es
contraproducente. Es llevar la justicia al terreno de la religión, un terreno
del que la sacó la Revolución Francesa. De acuerdo con la fe católica se puede
pecar de pensamiento, palabra, obra, acción y omisión. Pero en una
sociedad abierta el pensamiento y la palabra deberían estar protegidos. De
hecho todo debate que se concluye con una prohibición concede la victoria moral
al prohibido, no importa cuán extremas sean sus ideas. Trazar una frontera
entre aquello que puede ser o no debatido legalmente, conceder a los jueces, o,
peor aún, a los políticos, el determinar cuáles ideas son o no peligrosas, qué
argumentos pueden o no ser esgrimidos en un debate, es darles más poder del que
normalmente merecen y, además, en estos tiempos de internet es darles un poder
decididamente inútil.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 166, septiembre de 2014.
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