La conexión Irán-Contras-Narcos
Entrevista con J. Jesús Esquivel*
Ariel
Ruiz Mondragón
Un
caso que causó gran conmoción no sólo en México sino en Estados Unidos fue el
secuestro, tortura y asesinatos del agente encubierto de la Administración para
el Control de Drogas (DEA, por sus sigla en inglés) Enrique Camarena Salazar, y
del piloto Alfredo Zavala Avelar, en febrero de 1985. El escándalo generado fue
mayúsculo a nivel internacional.
Debido
a lo anterior el gobierno norteamericano inició una profunda investigación llamada
Operación Leyenda, así como una intensa persecución de los responsables de
aquellos homicidios, para lo cual recurrió incluso a actividades ilegales.
Como
responsables de aquellos hechos fueron muy pronto capturados dos líderes del
Cártel de Guadalajara: Rafael Caro Quintero (quien fue liberado en agosto de
2013) y Ernesto Fonseca Carrillo, Don
Neto.
Si
bien entonces se denunció el contubernio entre los narcotraficantes y el
gobierno mexicano, quedaron muchos cabos sueltos. Ahora se ha ahondado en una
línea de investigación periodística: la participación de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en aquellos hechos.
En
su libro La CIA, Camarena y Caro
Quintero. La historia secreta (México, Grijalbo, 2014), J. Jesús Esquivel
profundiza en ese tema basado en diversos documentos y en cuatro testimonios
clave: los de tres testigos protegidos en Estados Unidos, policías mexicanos que
estaban al servicio del Cártel de Guadalajara, y el de Héctor Berrellez, quien
encabezó las investigaciones de la DEA sobre el asesinato de Camarena Salazar.
De
esas indagaciones se derivan algunas hipótesis: la participación directa del
agente de la CIA Félix Rodríguez en los crímenes, y la existencia de una
conexión entre Irán, los contras de Nicaragua y los narcos mexicanos propiciada
por esa agencia.
Replicante
conversó con el autor, quien es licenciado en Periodismo por la Escuela Carlos
Septién. Ha colaborado en medios como Televisa, TV Azteca, El Sol de México, Notimex, el Instituto Mexicano de la Radio, Voices of Mexico y actualmente en Proceso. Es autor del libro La DEA en México.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
hoy un libro como el suyo, sobre todo porque son hechos que ocurrieron hace 29
años?
J. Jesús Esquivel (JJE):
Porque uno de los principales actores de esos acontecimientos de 1985, quien fuera
el responsable de una fricción en la relación bilateral porque fue acusado
directamente del asesinato de Enrique Camarena Salazar, Rafael Caro Quintero, hoy
se encuentra libre. Esa libertad provocó una gran molestia y una reacción crítica
del gobierno de Estados Unidos contra el de México, ya que asegura que tal vez
pudo salir de la prisión por corrupción, mientras que el gobierno mexicano dijo
que fue por errores procesales. Pero está claro que los abogados de este hombre
simplemente acertaron en su solicitud de apelación, que los argumentos tenían
sustento porque Kiki Camarena no era
diplomático.
El
tema vuelve a nacer. Proceso logró
conseguir información relacionada con él, y aparecieron nuevos actores: la CIA
como participante en el secuestro, tortura y asesinato de Camarena, aunque no
como autora del homicidio pero sí como corresponsable.
Fue
el 7 de febrero de 1985 cuando se detuvo a Camarena Salazar, agente de la DEA,
para interrogarlo en una casa en Guadalajara, controlada por los principales
cabecillas del Cártel de Guadalajara.
AR: Buena parte del libro está
sustentada en las declaraciones de tres testigos protegidos, a los que en el
libro se les llama José 1, José 2 y J33. ¿Qué tan confiables le parecen sus declaraciones? Como se lee
en el libro, fueron, al mismo tiempo, policías y criminales, delincuentes que
finalmente fueron premiados por el gobierno de Estados Unidos.
JJE:
En primer lugar, me costó demasiado trabajo que el gobierno estadounidense
accediera a que yo los entrevistara. Yo no sabía en realidad a quiénes iba a
entrevistar, y le restas credibilidad a este tipo de gente, pero quieres saber
qué te van a contar. Además, me cuentan que uno de ellos fue el jefe de
seguridad de Ernesto Fonseca Carrillo, y él en sus narraciones habla en primera
persona: “Es que fuimos, y estábamos, y me decía…”.
Héctor
Berrellez, el director y supervisor de Operación Leyenda, me decía: “Este era
el hombre de más confianza de Fonseca Carrillo”. A J33 lo arrestaron junto con él después de que se descubrió todo lo
de Camarena.
Algo
que le da sustento a sus declaraciones (de las que no te puedo dar ninguna
garantía de que sean ciento por ciento verídicas) es que, a diferencia de lo
que se hace aquí en México, los testigos protegidos firman un contrato con el
Departamento de Justicia de Estados Unidos, en el que se les hace una
advertencia por parte de la Fiscalía Federal: cualquier declaración que hagan se
va a investigar para comprobar si es cierta (que aquí es lo que no se hace); si
es mentira, además de quitarles el estatus de testigos protegidos los van a
meter a la cárcel porque cometieron muchos delitos.
Sus
testimonios se han utilizado para muchos juicios en Estados Unidos, en Cortes
federales. Algo han de estar diciendo de verdad, porque si no casi 30 años
después no serían testigos protegidos de Estados Unidos con un estatus de
residencia permanente, con la asistencia económica y con la garantía de que
toda su familia directa se encuentra con ellos.
Otra
cosa que quiero decir ante todo esto es que Estados Unidos les perdonó todo
tipo de crímenes. Obviamente, cuando hablé con ellos nunca me dijeron “yo
maté”, “yo participé”; ellos sólo fueron testigos, pero Berrellez me dijo: “J1 era especialista en manejar el cuerno
de chivo y era un hombre muy temido”, y agregó: “Mataron a mucha gente”.
La
razón por la cual a mí sus declaraciones se me hacen muy interesantes y valiosas
para este libro es para poder hacer, sobre todo, una descripción de cómo operaban
los narcos en esos años —que no hay mucha diferencia de cómo operan hoy.
De
todo lo que está en el libro tanto hay documentos como las grabaciones, que
están disponibles para quien las quiera. Pero tuve que eliminar muchas cosas
muy interesantes, muy graves, muchos nombres e incidentes, pero que no pude
corroborar; de otra manera, se hubieran publicado.
AR: Uno de los aspectos más
interesantes del libro es que destaca que el caso Camarena estuvo insertado en
un juego geopolítico que, por supuesto, va mucho más allá del Cártel de
Guadalajara. Se trata de un triángulo, digámoslo así, Irán-Contras-Narcos.
¿Cómo describe ese contexto internacional?
JE:
A nosotros los mexicanos el caso Camarena nos despertó del letargo que teníamos
y descubrimos de pronto el narcotráfico. Pero cuando hablamos de Camarena y la
DEA nos encerramos en esa burbuja de esos años, en el puro narcotráfico; pero en
esos mismos años ochenta Ronald Reagan estaba más inmerso en evitar que la
Unión Soviética influyera en la región. Estaban las guerras civiles y las
revoluciones en Centroamérica.
A
la CIA, como la agencia de inteligencia de Estados Unidos más importante, el
narcotráfico no le importaba absolutamente nada; el objetivo que tenía era
evitar a toda costa que los soviéticos tuvieran influencia y presencia en el
hemisferio.
¿Cuál
es un factor importante para poder actuar en esos años con el escándalo de Irán
y los Contras de Nicaragua? ¿Cómo les iban a hacer llegara estos las armas de
Estados Unidos? México comparte una frontera enorme con ese país. Entonces la
CIA operaba en México con Félix Rodríguez —que históricamente ha sido una
especie de mercenario en el hemisferio, cuya carrera incluye la captura del Che
Guevara, por ejemplo—. Este cubano, con las relaciones que tenía con el
gobierno mexicano, contactó con el Cártel de Guadalajara. Supongo yo que a sus
líderes les ha de haber hecho una propuesta fenomenal a cambio de que le
ayudaran con toda su estructura criminal para pasar ilegalmente las armas de
Estados Unidos y llevarlas hasta Nicaragua.
Por
ejemplo: “¿Qué les parece si aprovechamos sus contactos en Colombia, con Juan
José Esparragoza, El Azul, para, en
esos mismos aviones que trasladan las armas, subcontratados por la CIA a un conocido
narcotraficante hondureño, Juan Ramón Matta Ballesteros, nosotros les ayudamos
a pasar cocaína de Colombia a Estados Unidos, y cada quien su ganancia?”.
Pero
ocurre que en Guadalajara había un agente que creía en su trabajo: Camarena. No
estoy diciendo que haya sido honesto, pero estaba para combatir el tráfico de
drogas, y sabía el nivel que tenía el Cártel de Guadalajara. Les propuso a sus
jefes en la Ciudad de México, de acuerdo con toda la investigación de Operación
Leyenda, que en lugar de seguir persiguiendo tanta droga (mariguana en esos
años), había que cortarle la vena del dinero al cártel: “Hay que pegarles donde
les duele”, decía. Entonces desarrolló operaciones e investigaciones, y fue
entonces cuando descubrió la mano de la CIA.
En
aquellos años el cártel no estaba dedicado al tráfico de cocaína sino a la
heroína, en menor medida, y a la mariguana.
Cuando
se dieron cuenta de lo que había hecho Camarena, estuvieron de acuerdo en que
se le “levantara” para interrogarlo. En el libro se describen las reuniones
previas al secuestro y quienes participaron. La intención no era matarlo, según
el propio Berrellez, sino más que nada saber a quién ya le había dicho en
Estado Unidos que la CIA estaba metida en el narcotráfico, para parar esa
información.
Entonces
ya estaba un escándalo internacional, el Irán-Contras, y ahora iba a ser
México-Contras. Pero se les pasó la mano golpeando a Camarena: Caro Quintero le
asignó la “calentadita” a uno de sus sicarios más violentos, El Güerón, que, como describo allí, le
brincó con las rodillas sobre las costillas en varias ocasiones, lo quemó, lo
pateó, lo reventó. Se les pasó la mano, y de allí que cuando Fonseca Carrillo
llegó a la casa se molestó porque sabía lo que se les iba a venir encima.
Ese
conflicto de intereses me deja en claro que, casi 30 años después, no sabemos
el papel de la CIA, y que lo que quería hacer el gobierno de Estados Unidos era
utilizar al cártel como chivo expiatorio para que nunca se supiera el asunto de
los contras y el trasiego de drogas.
AR: Esas operaciones de la CIA
habrían sido ordenadas por las más altas esferas del gobierno norteamericano,
incluyendo al presidente Ronald Reagan. Pero ¿cómo fue esa situación
contradictoria del gobierno norteamericano?, ¿porque se estaban enfrentando dos
de sus agencias, la DEA y la CIA? ¿Por qué ese gobierno no planteó una política
coherente y uniforme para ambas agencias?
JE:
Muy fácil, creo yo: en ese entonces la DEA no era lo que es ahora, no tenía la
misma estructura que ahora. Tenía apenas 12 años de haber sido creada. Por su
parte, la CIA ya tiene una historia bastante larga y, como lo ha demostrado la
historia mundial, sobre todo lo que hicieron en Guatemala y Chile, los
objetivos políticos están muy por encima de un problema de salud pública, como
es el consumo de drogas. Y no es primera vez que el gobierno estadounidense o
los sistemas de espionaje de Estados Unidos eliminan a quienes estorban, sin
importarles que sean de su misma nacionalidad, de su mismo peso de
investigación. Entonces para ellos los agentes de la DEA no eran más que
policías antinarcóticos.
Es
muy fácil discernir cuáles eran las prioridades de Washington, sobre todo de gente
como Reagan, que le había declarado totalmente la guerra a la Unión Soviética.
Entonces
los intereses políticos estaban por encima de un problema de salud pública. A la
CIA no le importaban los mexicanos ni el Cártel de Guadalajara, ni los
políticos ni los militares, porque sabía que eran demasiado vulnerables y que con
dólares los podían tener a sus órdenes.
AR: Al final de libro usted dice
que buena parte de la documentación de la Operación Leyenda es top secret. Pero, tras el crimen, ¿qué
pasó con la relación de la CIA con el gobierno mexicano? Porque afirma que la
CIA penetró las más altas esferas del poder en México, pero que después ya no
lo hizo. ¿Por qué?
JJE:
Ya no fue tan obvio. Este caso provocó que la manera de operar de los agentes
de Estados Unidos, fueran de la DEA, la CIA o el Pentágono, fuera más cuidadosa
y más sensible a esa percepción de que en México los extranjeros, sobre todo
agentes, están haciendo cosas ilegales.
La
CIA nunca va a salir, sigue estando en México. Felipe Calderón le abrió más
todavía las puertas con las oficinas bilaterales de inteligencia bajo la
Iniciativa Mérida. A la CIA no la metes a tu casa a platicar; cuando te das
cuenta, ya sabe de qué color usas los calcetines.
No
vamos tan lejos: lo de la balacera en Tres Marías, ¿cuánto tiempo tiene que
pasó? Fue en agosto de 2012. La CIA sigue estando aquí. Yo no sé qué tan
enlazada está ahora la relación, por ejemplo, con Gobernación, con el Cisen,
que, se supone, son sus contrapartes. Lo que sí te puedo decir es que las
agencias de inteligencia están en México y no se van a ir.
AR: Manuel Buendía decía que en
México estaba la oficina más importante de la CIA fuera de Estados Unidos.
JE:
Berrellez da la versión de que a Manuel Buendía lo mató la CIA porque estaba ya
descubriendo el hilito de la CIA con el tráfico de drogas del Cártel de
Guadalajara.
AR: Buena parte del libro es la
historia personal de Héctor Berrellez, quien investigó el caso hasta donde
pudo. ¿Qué tan válida es esa investigación cuando incurrió en actos
abiertamente ilegales, como fue el caso de Humberto Álvarez Machain?
JE:
Berrellez, como supervisor de Operación Leyenda (que, además, era secreta),
tuvo a su disposición los recursos necesarios, lo que quisiera; muchos dentro
de la DEA ni siquiera sabían cómo estaba operando. Yo le pregunté precisamente sobre
la recopilación de información y testimonios, los interrogatorios, de pagar
tanto dinero incluso para llevarse a personas para que en Estados Unidos declararan
y se escondieran. A Guillermo González Calderoni él se lo llevó para allá.
Berrellez
reciclaba mucho a los agentes de Operación Leyenda para evitar la fuga de
información. Es imposible poder decir que toda la documentación y reportes que
él logró recopilar sean ciento por ciento verdad, pero han de ser muy delicados;
si no fuera así, el 90 por ciento de toda esa información que recopiló e
investigó, como él asegura, el gobierno federal de Estados Unidos y el
Departamento de Justicia no la tuviera, hasta la fecha, como clasificada. Él
dice: “Yo estoy casi seguro de que nunca la van a desclasificar”.
Asumo
(porque eso no me lo quiso contar) que es porque hay nombres de políticos, de funcionarios
de ambos lados de la frontera y de agentes que, si lo que vemos da asco, lo que
está en esos documentos a la mejor nos mata de un infarto.
AR: Está la frase atribuida a Camarena:
“Hay que pegarles en donde más les duele, en el aspecto financiero”. En ese
aspecto, como se dice en el libro, la Operación Padrino fue muy exitosa no sólo
en México sino en América Latina. ¿Por qué no se siguió con ese plan?
JE:
La Operación Padrino se paró cuando mataron a Camarena. Pero ahora son más
sofisticados: el Departamento del Tesoro se encarga de hacer eso con bienes y
cuentas bancarias de los capos. Recientemente se hizo una nuevamente,
relacionada con la gente de Don Neto.
Ahora se hace de otra manera más eficaz, con mayor alcance, incluso a nivel
internacional.
Sonaba
mucho dinero cuando empezaban con la Operación Padrino; estoy seguro de que hay
cientos de operaciones secretas para confiscar dinero, que llevan a cabo la
DEA, aduanas y todas las agencias que hay ahora. Pero aquella operación se paró
aunque fue muy efectiva hace 30 años; imagínate, 100 millones de dólares hace
30 años era muchísimo dinero, y ahora es lo que gasta cualquier capo para irse
a tapar una muela donde quiera. Pero en aquel momento sí le pegaron muy fuerte
al cártel.
Pero
las operaciones para cortarles la vena del dinero a las organizaciones
criminales siguen vigentes.
AR: En el libro se da cuenta del
fin de muchos de sus protagonistas mexicanos: terminaron como testigos
protegidos, algunos fueron a la cárcel, otros muertos. Por el lado de la CIA
hay dos casos interesantes que son los del cubano Félix Rodríguez y el de
Harrison. ¿Cómo acabaron ellos?
JE:
Harrison terminó en Estados Unidos, en California; él no aceptó el estatus de
testigo protegido. Habló ante los fiscales, estuvo (hasta donde tengo
entendido) viviendo como seis meses en una casa que le pagaba el Departamento
de Justicia, y después los mandó a la fregada. Es el típico gringo que se va a
vivir a cualquier lado y que es un espía, deja de serlo y le vale gorro estar
durmiendo en la calle. Nadie sabe si todavía está vivo o no, porque tenía un
problema muy grave con las drogas y con el alcohol.
Félix
Rodríguez está en Miami; ya habló y dijo que esto no es cierto, que él es un
santo. Sin embargo, tiene dos libros en los cuales él mismo habla de su papel de
casi como un Rambo de la CIA en América Latina.
AR: ¿Cómo cubrieron este caso los
medios? Porque J33 habla de la forma
en que lo presentaron con Jacobo Zabludovsky como el autor del crimen, y más
adelante cuenta que Fonseca Carrillo pagó a varios medios para que cubrieran su
huelga de hambre.
JJE:
Ellos eran los dueños de todo en esos años. El tema del narcotráfico era
básicamente nuevo para los mexicanos, aunque, por ejemplo, en Sinaloa todo el
tiempo ha habido narco.
A
mí me sorprendieron ese tipo de cosas, y lo que me dejó en claro es que no
tenían límite: con dinero baila el perro, y hacían bailar a todo mundo. También
se observa el contubernio, que hasta la fecha sigue vigente, entre el gobierno
y algunos medios de comunicación, sobre todo los electrónicos. No hace mucho
que Genaro García Luna hizo todo un show.
Acuérdate
que la prioridad de México en ese momento con el caso Camarena era decirle a
Estados Unidos: “¡Estamos tras ellos! Los estamos capturando y ya no nos estén
fregando. Ya no den a conocer casos de corrupción. Vamos a detener a todos los
responsables”.
24 horas
era el noticiero más importante del país, que veía mucha gente; ahora J33 se acuerda aquel episodio y le da
risa. Ya le habían dado su “calentada”, pero ese día lo maquillaron, lo
peinaron y se lo presentaron a Jacobo; fueron sus cinco minutos de fama, como
dice él.
Yo
creo que a un extranjero leyendo este tipo de cosas, le daría risa, pero ese es
nuestro México. Han pasado 30 años y seguimos igual.
Lo
anterior demuestra que el periodismo de investigación sigue siendo un recurso
importante para entender lo que pasa en una sociedad tan pateada como la
mexicana.
AR: ¿Qué herencias nos dejó este
caso? Hay varios aspectos, pero quiero empezar por el de las propias bandas de
narcotraficantes, porque parece que este caso fue el que hizo estallar el
Cártel del Guadalajara, de donde se derivaron muchos otros grupos.
JE:
Quedó desmantelado ese cártel. Varias de las cabezas fueron capturadas: Félix
Gallardo, Caro Quintero, Don Neto e
incluso El Azul. Pero personajes que yo
considero más tácticos, como El Azul,
quien siempre se manejó en la sombras, en el trasfondo (para aparecer estaban
el atarantado de Caro Quintero o el violento de El Cochiloco, que terminó abatido a tiros por el Ejército), se
regresaron a su tierra, a Sinaloa, y utilizaron a la gente que quedó en la
estructura de esos años, como son los casos de El Mayo y El Chapo (éste
en aquel momento no era nadie). Hicieron una reestructuración después de este
caso y aparecieron varios cárteles: Sinaloa, el Golfo, Juárez, Tijuana, en los
que todos son sobrinos, parientes y amigos hasta la fecha.
Yo
creo que este Cártel de Guadalajara fue una especie de matriz del crimen
organizado en México, y ahora todo mundo intenta todavía emular la manera de
operar de estos tipos.
AR: Han pasado muchas cosas desde
1985 hasta ahora; ha habido un proceso de transición democrática, por ejemplo.
¿Cómo ha cambiado el combate al narcotráfico con la democratización del país?
JJE:
Estamos al inicio de un nuevo gobierno, el regreso del PRI, y va a ser muy
interesante de qué manera esta estrategia, como dice Peña Nieto, sin tanta
participación de Estados Unidos abiertamente, transforma este combate. Yo creo
que la prioridad en este momento es que se nos regrese a los mexicanos la
tranquilidad, que no haya violencia. En nuestro cerebro siempre supimos que se
movían drogas, pero no había violencia; bueno, había violencia entre los
narcotraficantes y ni nos enterábamos.
En
estos años, lamentablemente, y en los seis que gobernó Felipe Calderón, México
sufrió un cambio enorme: la violencia. Y México se acostumbró a los muertos: los
mexicanos ya no nos sorprendemos por las masacres. Ya nos acostumbramos a los
muertos, y eso creo que nada tiene que ver con la lucha contra el narcotráfico.
Se
regresa la pregunta: ¿qué está haciendo Estados Unidos para reducir el consumo
de drogas? Nada concreto, porque los objetivos de Washington (y regresamos al
caso Irán-Contras) están ahora en el Medio Oriente, en Irak, en Afganistán, en
Siria, en Israel, y no en el tema de salud pública, lo cual, estoy seguro,
ningún político lo va a decir abiertamente en Estados Unidos. Pero si usan
drogas, que se frieguen los que usan drogas, y si hay daños colaterales, pues
son en México y en América Latina, que no les interesan.
Yo
creo que el gobierno mexicano debería ser más táctico para combatir el trasiego
de drogas. No se va a acabar porque cambian las modas de las drogas que consume
el mercado: la cocaína fue muy popular en los ochenta, después la mariguana, el
crack, la heroína, ahora las metanfateminas, y nuevamente la heroína. Si algún
día a algún gringo se le ocurre darle una mordida a una mesa y dice “con esto
estoy high”, les vamos a vender mesas.
AR: En México el periodismo se ha
convertido en un oficio peligroso. Al hacer esta investigación, ¿corrió riesgos,
sufrió alguna amenaza?
JJE:
No quiero ser grosero, pero de ese tema no me gusta hablar. Aquí hay muchos “héroes
periodistas”, y yo no quiero ser uno de ellos. Quiero ser un simple tecleador.
Lo
que sí te digo es que, por los lamentables incidentes que han ocurrido, para
cualquier reportero es peligroso cubrir el narcotráfico, pero que es igual de
peligroso cubrir a los políticos corruptos que también han mandado cometer
delitos contra los que nos dedicamos a esto de la tecla. Pero en lo personal no
me gusta decir ese tipo de cosas: ya hay muchas anabeles y sanjuanas.
*Entrevista publicada en Replicante.
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