Borges, el cosmopolita ético
Entrevista con Osvaldo Ferrari*
Ariel Ruiz Mondragón
Uno
de los más grandes escritores del siglo XX lo fue el argentino universal Jorge
Luis Borges, quien falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986. Tras de sí dejó
creaciones que todavía siguen siendo fuente de placer y motivo de estudio para
infinidad de lectores que siguen realizando hallazgos en sus libros.
Ciego
desde mediados de los años cincuenta de la pasada centuria, Borges se vio
empujado por las circunstancias a realizar buena parte de su obra (la
correspondiente a los últimos 30 años de su vida) de manera oral: debido a las
tinieblas de sus ojos, tuvo que dictar sus textos. Ello le acabó de dar el
pleno dominio de la palabra hablada.
En
los últimos años de su vida, en marzo de 1984 Borges inició una serie de
programas radiofónicos al lado de Osvaldo Ferrari, la que se extendió por más
de 100 emisiones. En esas charlas ambos abordaron con inteligencia, sabiduría y
creatividad temas amplísimos que abarcan la política, la literatura, la
religión, los libros, el cine, la filosofía y la historia. Esas charlas fueron recogidas
en versión definitiva en En diálogo I y En diálogo II (México,
Siglo XXI, 2005).
Fue
con el privilegiado contertulio de Borges con quien sostuvimos una conversación
acerca de esos volúmenes. Ferrari (Buenos Aires, 1948) es poeta y ensayista,
licenciado en Periodismo y en Ciencias de la Educación por la Universidad del
Salvador de Buenos Aires, y profesor. Además también ha tenido diálogos
radiofónicos con personajes como Ernesto Sábato y Alberto Girri, entre otros.
Ariel Ruiz (AR):
¿Por qué reeditar estos libros?
Osvaldo Ferrari (OF):
En México había visto en comentarios periodísticos que vieron estos libros en
España o en Argentina, y decían: este material no ha llegado a nuestro país. Desde
aquel momento en que vi esos comentarios quedé interesado en que este material
llegara a México, y cuando yo me encontré en Uruguay con el embajador mexicano
Jesús Puente Leyva (quien también había sido representante de México en Argentina)
vi que era un hombre vinculado muy intensamente a la literatura, a los autores
de América Latina. Entonces puse en sus manos los libros, destinándolos a
México y a su buen criterio. Fue él quien llevó los diálogos a la editorial
Siglo XXI, donde tomó contacto con Jaime Labastida Ochoa, quien se interesó en
hacerlos para México, y logró hacer la llamada “edición definitiva”, porque
reúne la totalidad de los diálogos, los 118 en dos volúmenes, con una estupenda
edición, la que inclusive lleva el prólogo del propio Labastida.
He
venido aquí a acompañar esto con todo mi interés.
AR: ¿Cuáles son las grandes diferencias de
esta edición definitiva con las anteriores, que habían corrido a cargo de
Planeta y de Grijalbo?
OF:
Editorialmente todo empezó en 1985, cuando apareció el primer libro, que se
llamó Borges en diálogo, editado en Grijalbo Argentina. Fue muy
particular porque en la Feria del Libro de Buenos Aires, en abril de 1985,
firmamos ejemplares con Borges y hubo una larga cola de 181 personas; Borges
estaba asombrado, y a cada uno que él le firmaba el libro —yo lo firmaba a
continuación— le contaba una anécdota del número firmado. Los lectores estaban
muy sorprendidos y entusiasmados. Ese fue el primer libro.
Luego,
en 1986 apareció en Sudamericana el libro de Diálogos. El primero
contenía 30 charlas, el segundo contenía otras 30; en 1987 apareció Diálogos
últimos, también por Sudamericana, que contenía otros 30.
A
continuación apareció la reunión hecha por Sudamericana de estos tres libros
pero en dos volúmenes, que se llamaron como ahora: En diálogo I y En
diálogo II. Cada libro contenía 45 diálogos.
En
ese lapso también apareció en Barcelona, publicado por Seix Barral, Diálogos.
Jorge Luis Borges, Osvaldo Ferrari, que era una selección de 60 diálogos
de los 90 existentes, hecha por mí a pedido de la editorial.
Por
último, entre 1999 y 2000 vio la luz Reencuentro. Diálogos inéditos,
que son los últimos diálogos que Borges y yo hicimos, que son 28.
Ahora
bien: aquí en México vino a darse la reunión de los cuatro libros en dos, que
llevan 59 diálogos cada uno, totalizando los 118, editados por Siglo XXI
México.
A
esta altura puedo comentarle que llevo cerca de dos semanas en México y he
podido presentar el libro en el Palacio de Bellas Artes con importantes
escritores mexicanos, como Carlos Monsiváis, Miguel Capistrán y Liliana
Weinberg; también estuvieron Jaime Labastida Ochoa y Jesús Puente Leyva. Fue un
muy buen encuentro en el que pude hablar brevemente con el público, porque a mí
siempre me interesa comunicarme con él.
Luego
fueron incesantes los encuentros en diarios, radio y televisión, lo que me
alegró mucho porque me sentí muy acompañado aquí.
AR:
¿Cómo surgió la idea de entablar charlas
radiofónicas con Borges?
OF:
Yo tenía una larga amistad con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. En casa de
ellos —casa que yo frecuentaba desde muy joven, casi desde mi adolescencia— se
dieron a lo largo del tiempo encuentros con Borges, quien iba a visitar a sus
grandes amigos, con quienes colaboraba —habían hasta hecho libros en
colaboración, como el Manual de zoología fantástica y la Antología
de literatura fantástica. Había una gran amistad literaria entre ellos.
Entonces
de pronto se dio la oportunidad de que conversáramos juntos, fuera en la tarde
en un té o en la comida en la noche, y fuimos conociéndonos. Paulatinamente nos
reunimos Borges y yo, y allí se creó una amistad entre nosotros.
Años
después de esos momentos, un pintor amigo de Borges y mío, Moisés Nusimovich,
propuso durante un almuerzo la idea de que Borges y yo hiciéramos diálogos que
pudieran ser transmitidos por radio. La idea fue bienvenida por él y
naturalmente por mí, y así comenzó el ciclo en Radio Municipal de Buenos Aires
en marzo de 1984.
Ese
ciclo se prolongó y terminó siendo el más largo que Borges hizo en su vida —y
el último, además. Fue incesante: yo he dicho antes que de pronto se dio que
teníamos ya varios, muchos diálogos grabados, y Borges llamaba porque quería continuar.
El diálogo, a esa altura de su vida, era el canal ideal para él en el volumen
de expresión que todavía había en él, y que necesitaba emerger, comunicarse.
AR: Y luego lo llevaron al libro, en el que,
como Borges explica en una entrevista, es más respetable y presentable que en
un periódico.
OF:
Los oyentes y los lectores se iban familiarizando gradualmente cada semana por
la radio, y después en el diario argentino Tiempo salía en una página
entera el diálogo de cada semana. Así que cuando llegamos al libro ya había una
familiaridad con este material.
Al
libro llegamos después de los 30 diálogos, y en esa escala se fue desarrollando
la parte editorial también.
AR: Muchas veces se pone el acento en la
armonía entre el Borges escrito y el Borges oral. ¿Cómo fue esto en sus
conversaciones?
OF:
La sorpresa fue encontrar la afinidad; yo no me imaginé —y esto lo comprobé
después de oír los primeros diálogos por radio, de oír las grabaciones— que el
Borges oral era equivalente al Borges escrito; es decir, que el volumen de esa
inteligencia literaria que se expresaba en sus escritos iba a darse del mismo
modo en la conversación, en la oralidad.
Entonces,
como ya lo he escrito, tuve la impresión de entrar a una nueva dimensión literaria,
desconocida por enorme. Tengo que decirle que a veces Borges me dictó algún
poema —transcribí alguno de sus últimos poemas—, y al dictar no dudaba, y
rápidamente el verso salía del hecho.
Todo
estaba como moldeado en él ya, como una forma, y así salía de él en las
conversaciones. Muchos críticos han dicho que el último Borges está en sus
libros, pero está en estos diálogos porque aquí se expresa con la misma calidad
literaria de que era capaz en sus escritos.
AR: Hay quien se sienta frente a una máquina y
saca rápidamente bien un texto; pero Borges lo superaba, ya que hablado y
sacarlo casi perfecto me parece más difícil.
OF:
Es que aquí habría una explicación: él quedó ciego cuando tenía 56 años, en
1955, de manera que estábamos 30 años después, años de no ver que le habían
dado a su dictado la misma calidad de su escritura —porque su dictado era su
escritura. Su madre fue quien transcribía y copiaba lo que él dictaba de 1955
en adelante, y por eso sus obras completas están dedicadas a su madre.
Ahora
bien: al dictarme a mí o hablar conmigo, las cosas emergían así, ya con una
forma. Esto tiene que ver con otro aspecto que señala Borges: él hacía una
diferencia entre el hombre de talento y el hombre de genio. Consideraba que el primero
tiene sus dones, se esfuerza, trabaja en ellos y va realizando su trabajo, va
desarrollando eventualmente su obra. Pero el hombre de genio no necesita hacer
nada porque la recibe de no sé quién: de otra parte, de la musa, del espíritu,
de Dios, de la inspiración. Yo puedo dar fe de que en Borges ocurría esto,
porque si no, no habría explicación de tal velocidad para semejantes
respuestas.
AR: ¿Cómo escogían los temas a tratar? Son de
una variedad sorprendente, abrumadora.
OF:
Borges no quería saber. Él puso una condición: no quería saber de qué íbamos a
hablar antes de que comenzara el diálogo, antes de que empezara la grabación.
De esa manera fui yo quien debió elegir cada uno de los temas a lo largo del
tiempo.
Yo
proponía, naturalmente, los temas que tuvieran que ver con la vida, la obra, el
trabajo y las preferencias de Borges. Entonces yo iniciaba normalmente hablando
de un escritor al cual él hubiera frecuentado a lo largo del tiempo, o una obra
de su predilección, y eso abría las puertas de la mejor forma para que él
después se extendiera a hablar no sólo de literatura, sino de la actualidad, de
la política, de los problemas del país desde su visión de los argentinos, etcétera.
En fin, se extendía hacia todos los otros temas, pero siempre desde la
literatura.
AR: ¿Cómo definiría usted
políticamente a Borges? Él se autodefinía como anarquista; lo que sí veo es que
era un liberal, por decirlo así, por ejemplo cuando habla del valor de
individuo y de los límites que debe tener el Estado.
OF:
Indudablemente se aproxima a la visión liberal; sin embargo, creo que él sabía
muy bien lo que era el anarquismo, y cuando dice “soy un inofensivo
anarquista”, sabía muy bien de qué estaba hablando. Esencialmente sí lo era por
lo que usted dice de la autonomía, de la libertad del hombre frente al Estado,
la elección del individuo por encima del Estado en el sentido de que esa
libertad de pensar, de crear, de actuar no sea limitada o coartada.
Debido
a eso tuvo el ataque incesante del nacionalismo, del peronismo, del fachismo,
del nazismo, del comunismo, a lo largo de toda su vida. Quiero decirle que a
pesar de esos ataques y esas agresiones, nunca se fue del país. Voy a contarle
que hubo una exposición sobre Borges en la cual había una sala entera de los
agravios recibidos a lo largo de su vida, y también había otra de los
desagravios. Pero a pesar de tener que afrontar semejantes ataques, a los 86
años nunca se fue del país. Inclusive esto de que quiso morir afuera no es así:
doy fe de que a mí me dijo que volvía en 30 días y él pensaba volver.
Lo
que sí quiero señalar es que ya en la década de los treinta, cuando estaba muy
firme el nacionalismo —quizá en toda América Latina y Europa también—, Borges
se atrevió no sólo a hablar sino a escribir contra el fachismo y el nazismo en
ensayos como el “Ensayo de imparcialidad” —que podemos leer todavía—, cuando tenía
un precio atreverse a lo que él se atrevió en ese momento. Por ejemplo, no le
fue dado el Premio Nacional de Literatura en 1942, a pesar de que presentó nada
menos que su obra Ficciones.
No
le perdonaban su autonomía política, ni tampoco que hubiera traído a la
literatura —a una literatura que hasta ese momento era de color local,
costumbrista— nada menos que la dimensión de lo fantástico y de lo metafísico.
Entonces, claro, era casi demasiado.
Una
cosa quiero agregar: él tuvo distintas posiciones políticas a lo largo del
tiempo, pero nunca se aprovechó de ellas, nunca medró con la política, como
muchos otros intelectuales y escritores sí lo han hecho poniéndose a la moda de
lo que conviene ser o decir políticamente.
Él
decía que tenía derecho a equivocarse, que todo escritor tiene derecho a hacerlo,
y una vez que verificaba que se había equivocado lo reconocía, como respecto al
proceso político en la Argentina, que cuando supo cómo había sido hizo las
críticas más graves —con cierto riesgo también, aunque ya era famoso.
Enumeraba
casos de escritores que a lo largo del tiempo tuvieron distintas posiciones,
pero que nunca se aprovecharon de eso para beneficio personal.
AR:
Algo que se le ha criticado mucho a
Borges fue su relación con las dictaduras militares sudamericanas. ¿Cómo
interpreta usted esto?
OF:
Estaríamos hablando de lo que pasó en Argentina y en Chile. Creo que un poco
ingenuamente él, cuando cae el gobierno de Isabel Perón y llegan los nuevos
gobernantes, dijo: “Y ahora nos gobiernan los caballeros militares”. Es decir,
era como una aspiración a creer que aquellos eran como fueron antepasados suyos
y que eran capaces de dejarse matar en la batalla si se perdía, como fue el
coronel Francisco Borges, un militar realmente reconocido que murió en batalla,
mientras que por el lado de su madre tenía al coronel Suárez. Es decir,
militares que tuvieron alta importancia en la formación del país.
Él
tenía en su mente la idea de militares probos, verdaderos, y cometió el error
de creer en lo que nunca debió creer; con el tiempo, después dijo públicamente
que eran la antítesis de los militares como él había creído que debían ser “los
caballeros militares”.
Entonces
él reconoció que se equivocó, pero de buena fe, sin aprovecharse de nada. Creo
que en Estocolmo no se dieron cuenta de esta sinceridad, de esta verdad de su
persona, y además cometieron el gravísimo error de poner las opiniones de un
escritor por encima de la importancia de su obra.
Ahora
el mundo entero reclama por qué no le dieron el premio Nobel. A Borges no le
importaba; le puedo asegurar que no le importaba demasiado porque él tenía una
profunda ética literaria. Decía, siguiendo en esto creo que a Kipling, que el
éxito y el fracaso son dos impostores, y que no deberíamos dejarnos llevar ni
por la idea del éxito ni del fracaso, y mucho menos en literatura. Él me decía:
“Yo soy un hombre destinado a pensar, a soñar, a fabular, a imaginar,
eventualmente a escribir, muy eventualmente a publicar”.
Es
decir, consideraba su destino casi desde un punto de vista místico, pero a la
vez siempre se revisaba desde el plano de la ética. No se hubiera permitido la
menor preocupación porque le fuera dado o no el premio.
AR: Muy relacionado con lo que
menciona, una de las conversaciones más interesantes es donde hablan de la
ética y la cultura, donde Borges llega a decir que todo hombre culto debe ser
ético. A grandes rasgos, ¿cuál era esa ética que proponía Borges para la cultura?
OF:
Para que usted vea hasta que punto eso es así: para empezar, él decía que era
más importante poseer una ética que poseer una religión. Después agregaba que
en realidad las religiones codifican, reúnen la ética de distintas maneras.
Pero
hay un punto esencial: cuando yo le hablé de que la fe o la falta de fe pueden
ser dos caminos para un hombre, él dijo “sí, y yo creo haber sido
fundamentalmente un hombre de fe”, ante lo cual yo me sorprendí porque siempre
se había manifestado ateo, no creyente. Y sin embargo me dijo: “Creo haber sido
esencialmente un hombre de fe”, y agregó: “De fe en la ética y de fe en la
imaginación, sobre todo en la imaginación de los que me enseñaron a imaginar”.
Es
decir, estamos hablando de fe en la ética y de fe en la literatura, porque lo
que lo enseñó a imaginar es su fe en Virgilio, en Shakespeare, en Alfonso
Reyes, en Cervantes. (Debemos recordar que tuvo una gran amistad, un gran
afecto por Alfonso Reyes. Yo considero que el vínculo primero e importante con
México, salvo Manuel José Othón, quien también lo fascinó, es Reyes).
Yo
he dicho que hay dos grandes pasiones que creo que definen a Borges: la
literaria y la ética. Esa visión de la ética y de la cultura es esencial,
porque él decía que la mayoría de sus antepasados fueron gente que participó en
la enseñanza, y entonces enumeraba mujeres de su familia que tuvieron a su
cargo institutos de enseñanza. Entonces él creía, en la línea de Sarmiento, en
la educación y en la cultura.
Claro,
de todos los lugares donde hay que aplicar la ética, para él el principal era
el ámbito de la educación y la cultura. Quiero decirle que yo nunca vi a nadie
que, desde el punto de vista ético, se revisara tanto, inclusive desde el punto
de vista de la ética literaria. Por ejemplo, él decía, curiosamente, que un
escritor debe escribir con sinceridad, soñar con probidad, lo que implica
revisarse desde el plano subconsciente. Ponía prácticamente por encima de todo
la ética.
Esto
no es fácil entenderlo. Yo he escrito un poco sobre Borges y la ética porque
hay aspectos no estudiados de él que son asombrosos. Por ejemplo, Borges y los
sueños es una teoría grandísima, sobre lo que publiqué un ensayo en el diario La
Nación; Borges y el tiempo, y su visión del tiempo tiene mil posibilidades
desde el punto de vista filosófico, literario, místico, que vale la pena
revisar y estudiar; Borges y el amor, del que tenía una visión excepcional.
Pero
le puedo decir que Borges y la ética es un punto esencial, como la ética
aplicada a la literatura y a la cultura. En ese sentido le preocupaba ver que
en nuestra época eso no se da como él quería. Él veía a los escritores que
rápidamente buscan el éxito, la promoción, la difusión de la obra. Pensaba que
quizá esto no se habría entendido en otra época, porque en otras épocas —como
la de Alfonso Reyes, sin ir más lejos— se consideraba que el escritor
importante debía ser poco leído porque era una lectura para elegidos. El padre
de Borges tenía un amigo, un escritor argentino, Arturo Cancela, que le decía
al padre: “Mis enemigos, para desprestigiarme, dicen que mis libros se venden
mucho; pero la verdad es otra, la verdad es que no se venden nada”.
AR: Otro Borges que encuentro en los
libros es el que es hijo de la Ilustración, esto por dos aspectos: por un lado
su visión universalista, que le llevo al repudio de la apología de las
diferencias culturales locales, y por el otro el creyente en la idea de
progreso.
OF:
En estos días un diario de México estaba confeccionando un diccionario
borgeano, y justamente me pidieron que yo propusiera una palabra, y propuse la
palabra “universo”, porque era toda una concepción que está en él. Borges
proponía que todos llegáramos a ser aquel antiguo ideal griego: cosmopolitas,
ciudadanos del mundo.
Entonces
ese esfuerzo por llegar a ser de todos los países le parecía que era la manera
de trascender los nacionalismos. ¿Por qué esto? Porque él los veía como un mal:
decía que las dos guerras mundiales del siglo XX se produjeron por los excesos
de los nacionalismos. Él quería que se trascendiera ese plano y que el hombre
llegara a otro estadio; por ejemplo,
observaba con admiración el caso de Suiza, donde hay tres etnias, tres
religiones, tres idiomas distintos: la Suiza alemana, la Suiza italiana y la
Suiza francesa, que se reúnen y forman un país que tiene esa cosa maravillosa,
a la cual nunca llegamos los argentinos, que es la comunidad. Si hay dos
ejemplos más antagónicos en esto serían Suiza y la Argentina: los suizos son la
comunidad misma, y por eso además les va muy bien, y la Argentina, donde nos
podría ir muy bien, no llegamos a la comunidad entre nosotros, y es muy fácil
que nos dividamos, que nos desencontremos.
Llegando
otra vez a la ética, cuando hablé con Borges sobre el tema, dijo: “La falta de
comunidad es una falta de ética”. La Argentina es capaz de una ética personal,
individual con su familia, con sus amigos, pero le falta hasta el conocimiento
de la importancia de la dimensión social para el verdadero encuentro entre
todos. Por eso Borges decía que la historia argentina es la historia de un
diálogo al que no se llega.
AR:
De allí viene buena parte de la
reivindicación de esta tradición griega que es el diálogo, como se reafirma en
varias de las conversaciones.
A Borges le gustaba asumirse como
un amanuense de los demás. Está aquella famosa frase de que él se sentía más
orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. ¿A cuál
Borges prefiere: al que se propuso ser propagador del interés por los otros,
por los clásicos, o al creador?
OF:
Usted me está haciendo preguntas verdaderamente importantes. Justamente Borges,
a pesar de ser ateo y no creyente, tenía formas de fe muy particulares; por
ejemplo, él sí creía que así como tenemos el caso de los cabalistas —quienes
creían que lo que escribían era infalible porque estaba dictado por el Espíritu
Santo—, en otro plano más profano cree que el escritor es un amanuense del
espíritu, que es canal del espíritu: es decir, el verdadero escritor.
Entonces
el auténtico escritor, el auténtico creador, según la visión de Borges, recibe
de otra parte que no es él, de algo que no es él, no nos va a decir si recibe
de Dios, del Espíritu, de la Musa o de quién, pero recibe. Él me explicaba en
un diálogo cómo nace y se hace un texto suyo, y decía: “De pronto algo me es
dado y luego ya intervengo yo”. Agregaba que no se puede dar si no se ha
recibido. Le comenté que ésta es una idea mística, y él reconoció que sí, y dijo:
“Bueno, pero es inofensivo ser místico”.
Justamente
él creía que el escritor escribe a la manera de un amanuense de otra cosa;
naturalmente estamos hablando de la escritura profunda, muy dedicada,
verdadera, de la misión y del oficio de escritor. En esos casos él consideraba
que todo escritor verdadero propaga de alguna manera el espíritu, y que si él
lo lograba también consideraba que su destino estaba justificado. Cuando recibió
el premio Cervantes en España, justamente dijo: “Si el espíritu ha logrado
decir algo a través mío, entonces sí me siento justificado”.
Este
referirse a otros escritores, transmitirnos lo de otros escritores, está en la
línea de su creencia de que así debe hacerse, en una mancomunidad, digamos, de
amanuenses literarios.
AR: Hay una parte del primer libro en
el que se habla de que a veces los países buscan sus propios clásicos, su
propio libro clásico, y se menciona el Martín Fierro en el caso de
Argentina. Si Borges fuera un país, ¿cuál sería, a su parecer, su libro clásico?
OF:
En términos de clásico yo diría que lo que escribió inclusive antes de la
ceguera: Ficciones y El Aleph. Allí veo lo que va a quedar
fundamentalmente. Lo que pasa es que hay cosas todavía no estudiadas: su último
libro de poemas, Los conjurados, tiene poemas extraordinarios, y tengo
la impresión que no han sido vistos hasta ahora a fondo; por ejemplo, hay dos
poemas —y además soy testigo de esto, porque uno me lo dictó él a mí—, uno que
se llama “Alguien sueña” y otro que se llama “Alguien soñará”. ¿De qué soñador
nos está hablando? Nos está hablando del Tiempo como soñador, y como el Tiempo
que ha soñado la historia. Entonces comienza el poema y él dice: “¿Qué habrá
soñado el Tiempo hasta ahora?”. Y se responde con todos los términos de la
historia: “Habrá soñado las atroces cruzadas”, por ejemplo. Y esos poemas
tienen una progresión cultural y poética que es excepcional, porque es como una
reunión de toda la cultura borgeana.
Digamos,
Borges se definía como un occidental, un heredero de la cultura occidental, que
según él proviene de Grecia y de Israel, y pasa por Roma. Decía él: “De alguna
manera soy un ciudadano romano”. En estos poemas del último libro, de pronto en
un tipo de poemas de larga enumeración pero de alta calidad poética, se reúne
toda la simbología occidental que Borges fue guardando a lo largo de su vida.
Así
que yo le puedo decir una obra como El Aleph o Ficciones,
pero de pronto recibimos la sorpresa de otra obra de él. Pero digamos que
todavía no hemos terminado de revisarlo a fondo.
AR: Sobre lo que usted dice de
Occidente: Borges fue en sí mismo un diálogo: hombre heredero de la cultura
occidental, pero hace continuas referencias a las culturas de Oriente.
OF:
Si usted ve, en el prólogo que hace de estos libros él dice una cosa esencial:
“Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la
mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo”.
Él
se reconocía heredero de esa magnífica tradición que viene de Grecia, y que así
prosiguió a lo largo del tiempo. Ahora bien, ese diálogo a lo largo de la
historia occidental fue interrumpido innumerables veces por un monólogo de
guerra, hierro, sangre, pero él quería rescatar el diálogo como superador de
todo eso, es decir: como única manera de llegar a entendernos.
Entonces
si estos libros, para el lector mexicano, promueven un poco ese entendimiento,
me parecería estupendo.
AR: Para casi terminar: hace veinte
años murió Borges. Ya cambiamos de siglo, de milenio, hay nuevas generaciones.
En este sentido quiero preguntarle: ¿qué le tiene que decir hoy Borges al
habitante del siglo XXI?
OF:
Primero digamos que a los veinte años de que él no está, vemos que hay un
reconocimiento creciente de su figura y de su obra. Esto tiene que ver con lo
que hablamos antes: de su vocación de universo. Él era un gran argentino,
profundamente argentino, pero un argentino universal. Entonces se propagó hacia
las otras culturas, hacia los otros países; como le digo, ya lo vemos en estos
poemas que soñó el tiempo hasta ahora, y se responde con todos los elementos de
nuestro mundo, no de un país sino de todos.
Él
llegó a ser el cosmopolita, ciudadano del mundo. Creo que nos repetiría su
mismo consejo: llegar a ser cosmopolitas, llegar a ser ciudadanos del mundo,
tener la ética como guía —nos proponía a los argentinos tomar la ética como
forma de vida, por ejemplo. El rol del espíritu no lo va a asociar a ninguna
religión, pero nos dice que el espíritu es lo que nos va a ser dado si somos
capaces de ser sus canales. Recordemos ahora aquella frase memorable de
Vasconcelos que dice: “Por mi raza hablará el espíritu”, y que es la cosa más
grande que puede ocurrir.
AR: Ahora sí termino: ¿cómo se
relacionó Borges con México?
OF:
Uno de los diálogos, como usted habrá visto es sobre la amistad de Borges y
Alfonso Reyes; Borges decía que mientras él era joven y no había sido tomado en
serio, Reyes lo tomó en serio, lo promocionó y se dio una auténtica amistad
entre ellos.
Reyes
le contó que conoció a Manuel José Othón, lo que a Borges le pareció increíble
porque lo consideraba inalcanzable.
Allí
vemos un vínculo que se va afirmando a través de la relación con Reyes, y que
siguió por toda la vida de Borges, aún después de muerto don Alfonso. Entonces
en este momento que estoy en México me gusta recordar este vínculo que ahora yo
mismo estoy sintiendo aquí.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 188, julio de 2016. Hace una década tuve la oportunidad de realizar esta entrevista. En aquel entonces sólo apareció, en agosto de 2006, en la página web de la publicación michoacana Revista Era 21, que muy pronto dejó de existir. Diez años después la rescatamos como un homenaje a Jorge Luis Borges a 30 años de su fallecimiento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario