La ciencia también se entretiene
Entrevista con Luis Javier Plata
Rosas*
Ariel
Ruiz Mondragón
La
industria del entretenimiento se ha convertido en una de las más pródigas del
mundo, de la que se han derivado una gran cantidad de productos que han dado
lugar a lo que algunos han llamado “cultura pop” y otros simplemente mainstream.
Por
supuesto que ese fenómeno ha dado motivo a diversos estudios, por lo cual
resultaba natural que varias de sus manifestaciones atrajeran la atención de
diferentes ramas de la ciencia, con la cual ha mantenido una interacción
continua y por demás interesante.
A
las conexiones, no siempre felices, que se han establecido entre el ámbito del entretenimiento
y la ciencia Luis Javier Plata Rosas (Ciudad de México, 1973) dedicó una
columna en la revista Quo, textos que
ahora han sido reunidos en su libro Ciencia
pop. De música, cine, videojuegos y series a través de la ciencia
(Ediciones B, 2016).
Sobre
los temas allí desarrollados charlamos con Plata Rosas, quien es doctor en
Oceanografía Costera por la Universidad Autónoma de Baja California y
profesor-investigador de la Universidad de Guadalajara. Ha colaborado en
publicaciones como Nexos, Algarabía, ¿Cómo ves?, La Jornada y El Informador.
Autor de al menos una decena de libros, obtuvo el Premio Estatal de Ciencia de Jalisco, en la categoría
de Divulgación, y en 2012 recibió una mención especial en el primer Concurso
Internacional de Divulgación Científica Ciencia que Ladra-La Nación, en Buenos
Aires, Argentina.
AR:
¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo? Me llamó la atención que en el
texto sobre Charlie Brown dice: “Nos pronunciamos totalmente por una ciencia
con adjetivos (por lo menos el de ‘pop’)”.
LJPR: A
diferencia de mis otros libros, que los planeé como tales desde el inicio, Ciencia pop es una selección mía de
textos que escribí y publiqué a lo largo de diez años en la revista Quo, cuando Iván Carrillo era su editor.
En ese entonces él me invitó a colaborar y yo le envié un texto sobre los
sesenta perros de Pávlov (famoso por el experimento, referencia obligada en
psicología conductual, de la salivación de dichos perros al escuchar la
campanilla que antecedía a que les sirvieran su comida, hubiese o no). Iván
decidió incluir ese texto en una sección a la que él le puso el nombre de
“Ciencia pop”, y, desde entonces, cada mes me enfrenté con el reto de escribir
algo que tuviese que ver con un tema de la cultura popular desde la perspectiva
de la ciencia: artículos que hablaran de, por ejemplo, personajes como Tarzán,
de películas como La guerra de las
galaxias, de series de televisión como Esposas
desesperadas o de festividades como la Navidad.
Siempre
me impresionó encontrar, por lo menos, algún investigador que, aunque fuese
tangencialmente, se inspirara en todos estos temas. Pero tal vez no debería
impresionarnos dado que, científicos o no, todos crecimos —o crecemos, en el
caso de los futuros científicos— inmersos en esta cultura popular cada vez más
globalizada.
¿Por
qué publicar estos textos de nuevo? Por dos razones: la primera, en caso de que
alguien jamás comprara Quo, que la adquiriera
y no leyera esa sección, o que nunca supiera nada ni de la una ni de la otra,
ahora tiene la oportunidad de leer estos textos. La segunda es que, aunque ya
conozcan algunos o todos estos textos, en realidad esta es la primera vez que
se publican íntegramente, tal y como los escribí.
La
gran mayoría de las veces, por el límite de espacio que tenía en la sección,
mis textos de “Ciencia pop” eran editados, lo que básicamente significa que los
editores de Quo, Marisol Robles o
Carlos Gutiérrez Bracho, reducían su extensión para que cupieran en las dos
páginas de la revista al lado de las ilustraciones que los acompañaban. A veces
tenían que simplificar un poco el lenguaje porque, aunque me insistían, en
muchas ocasiones usaba palabras que no necesariamente eran tecnicismos, sino
algo aparentemente tan inocuo como “omnisciente”, y que en estos casos era
mejor escribir simplemente “que todo lo sabe”, dado que la revista estaba
dirigida a lectores muy diversos en todo el país.
Quo,
por lo menos en la era de Iván Carrillo, era una revista de divulgación
científica que, a la vez que cuidaba su contenido para no caer en la
seudociencia, estaba pensada para lectores curiosos, no necesariamente
interesados en principio en la ciencia; por ejemplo, para aquellos que querían
hojear o leer algo mientras esperaban su turno en la peluquería, su cita en el
consultorio médico o al viajar en autobús de una ciudad a otra.
Nunca
fui censurado por algún tema, pero a veces hacía chistes que tenían medio
oculta —según yo— alguna referencia política o religiosa, y, cuando lo
detectaban los editores, lo quitaban. Referencias, por ejemplo, a Elba Esther
Gordillo o al Peje que, en este
libro, quedaron tal cual. Como, además, desaparecieron las restricciones de
espacio, por primera vez los lectores pueden disfrutar de los textos completos.
AR:
La primera parte del libro está dedicada a los juegos de mesa, que van desde el
jenga hasta la ouija (aunque no está “el deporte ciencia”, el ajedrez). ¿Por
qué la ciencia se ha ocupado de ellos?
LJPR:
Porque tenemos ejemplos como el del cubo de Rubik, inventado por un matemático,
y porque me pareció interesante cómo un matemático o un economista no dejan de
serlo a la hora de jugar Serpientes y escaleras o Monopoly, y entonces
comienzan a preguntarse cosas como cuál es el número mínimo de tiros de dado
que uno necesita para llegar a la meta, o cómo podría diseñarse un juego de
Sociopoly en el que la desigualdad social sea reflejada, así como la Ignorancia
tiene una ficha en Maratón.
El ajedrez no lo incluí porque no
es la primera opción (ni siquiera la segunda) en una fiesta, o en reuniones
familiares o entre amigos, a la hora de buscar un juego de mesa para divertirse
entre varios.
AR:
Como se puede observar en el libro, muchos juegos, series y tiras cómicas han
servido para realizar diversos tipos de estudios psicológicos. En ese sentido,
¿cuáles han sido sus principales usos y resultados?
LJPR:
Usos y resultados son tan diversos como los cientos de psicólogos, sociólogos,
antropólogos y neurólogos que, entre varios otros, se han dedicado a
estudiarlos. No olvidemos que, a fin de cuentas, los científicos son también
humanos y entre ellos, por supuesto, hay fanáticos de Linterna Verde, de Alf o
de Pac-Man. Así, por ejemplo, a los primeros les intriga saber, si son
astrónomos, qué porcentaje del universo en verdad puede ser protegido por el
total de miembros de los Green Lantern Corps que sabemos que existen según el
cómic; a los segundos, si son biólogos, el extraterrestre de Melmac les llama
la atención por su parecido con el de una especie de antílope, y a los
terceros, si son psicólogos infantiles, les parece interesante cómo el cambiar
las pastillas amarillas por brócoli y otros vegetales puede influir
positivamente en los hábitos alimenticios de los niños mientras ocupan horas
pasando de un nivel de laberinto a otro.
AR:
¿Cómo ha influido la cultura pop en los científicos? En el libro se puede ver
que éstos, por ejemplo, han utilizado nombres derivados de ella para denominar
grupos de investigación.
LJPR:
En más de una ocasión el astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson ha
comentado que se ha valido de la cultura pop, de eventos como el Superbowl o de socialités como Kim Kardashian, para hablar sobre ciencia a un
número mucho mayor de personas que el que, en principio, podrían mostrarse
interesadas en una plática sobre los efectos de la rotación terrestre en la
trayectoria de proyectiles. En el momento en que el proyectil es un balón de
futbol americano en la final de los Patriotas contra los Halcones Marinos, el
tema se convierte, por lo menos en Estados Unidos, en uno de interés nacional.
De la misma forma, los científicos
en ocasiones aprovechan este gran atractivo y conocimiento de la cultura
popular para así llamar la atención sobre asuntos de gran importancia en
investigación y de enorme trascendencia fuera de ellas, como la conservación de
especies en riesgo. Si, digamos, nombras una especie de helecho en honor a Lady
Gaga, puedes estar seguro de que aparecerá en noticieros y páginas de internet
por mucho más tiempo que si se te ocurre bautizarlo de manera más tradicional.
Otra forma de aprovechar la cultura
pop en ciencia es hablar sobre algo que es muy especializado o ajeno para la
gran mayoría de nosotros, a través de una comparación o una metáfora con algo
con lo que sí estamos familiarizados. Ahora, por ejemplo, mucha gente sabe qué
es el asperger gracias a que ha visto obras de teatro, leído novelas o, lo que
es más probable, seguido las aventuras de Sheldon Cooper en La teoría del Big Bang, si bien los
creadores de esta serie de televisión se han mostrado siempre bastante cautos al
decir que su personaje se comporta así por “ser Sheldon”, no porque
deliberadamente lo hayan creado como alguien con este síndrome.
AR:
En sentido contrario ¿cómo se ha relacionado la cultura pop con la
seudociencia, con la charlatanería? Por ejemplo, allí está el caso de las
supuestas calaveras de cristal prehispánicas.
LJPR:
Hay
que tener presente que la cultura pop no es Plaza Sésamo. A diferencia de este
programa, su objetivo no es el “edutenimiento”. Es decir, educar mediante el
entretenimiento, sino más bien esto último. Creo que es erróneo que exijamos
que la ciencia que se ve en películas como Indiana
Jones o Parque Jurásico sea
“rigurosamente exacta” y validada por arqueólogos y paleontólogos. No son
documentales, aunque no menos cierto es que, cuanto más sepan las personas con
una educación básica sobre civilizaciones prehispánicas o dinosaurios, es más
probable que exijan que lo que ven en pantalla se apegue a este conocimiento
para ser “creíble”, al menos dentro de la realidad de la cinta. Por ejemplo, no
olvido una aventura de Superman que leí cuando era niño, en la que Lex Luthor
casi mata a este superhéroe al hacer que un robot gigante lo pisara “con una
suela antigravedad” que impedía que Superman lo levantara; si esta misma
historia la lee hoy un niño, se burlaría por completo de ella. Lo mismo ocurre
con las novelas, la televisión y el cine.
AR:
¿Cuál es la imagen que la cultura pop ha dado del científico? En el libro, por
ejemplo, se recupera una frase de Indiana Jones: “Nada me impresiona, soy un
científico”.
LJPR:
Me parece que ha cambiado mucho. Siguen abundando los científicos locos y los
genios que, en la soledad de su laboratorio, crean un Frankenstein o resuelven
el último gran problema para salvar a la humanidad, pero también tenemos casos
como los jóvenes científicos que aparecen en La teoría del Big Bang, varios de ellos mujeres como Bernadette o
Amy Farrah Fowler, que se alejan de estos estereotipos, aunque ahora son
acusados de crear otros (entre paréntesis: al igual que los hombres que salen
en la serie, a mí también me encantan los cómics, odio ver deportes en vivo o en
televisión, no manejo un auto desde hace más de diez años y me disgustaba decir
la fecha de mi cumpleaños, entre otras cosas. O sea que, aunque lo parezcan, no
son completamente estereotipos, si bien es cierto que, como en otras
profesiones, hay quienes, habiendo estudiado un posgrado en ciencia, no
comparten casi ninguna de estas características).
AR:
En sentido inverso, ¿cómo se ha visto desde la ciencia la cultura pop? En un
epígrafe cita a Neil deGrasse, quien afirmó que no le interesó Star Wars porque no hicieron ningún
esfuerzo por retratar la física real.
LJPR:
Como te comentaba en otra respuesta, hay opiniones tan diversas como
investigadores en ciencia. El mismo Neil deGrasse, por un lado, emplea la
cultura pop para hablar sobre ciencia de una manera más seductora, y por otro
reprueba lo que, en efecto, no pocas veces ocurre con ella: que algún concepto
científico es erróneamente representado y se nos vuelve tan común que después
es muy difícil de extirpar. Pero Star
Wars en realidad es una fantasía con héroes de capa y espada láser (o, si
lo prefieren las nuevas generaciones, “sable de luz”), y ni siquiera es
propiamente ciencia ficción. Pero, nuevamente, su propósito no es educar sino
entretener, lo que hace muy bien.
AR:
En la parte dedicada a Plaza Sésamo se trata brevemente el asunto del
“edutenimiento”. Al divulgar la ciencia ¿cuáles son las posibilidades y
problemas que ofrece esa combinación de educación y entretenimiento?
LJPR:
Las posibilidades son tan grandes como la creatividad de quienes están detrás
de Plaza Sésamo y otras opciones de “edutenimiento”, sin importar el medio ni
el formato de comunicación. Opino que el principal problema, con el que también
se enfrentan libros como el mío, es el explicar erróneamente la ciencia de la
que hablamos. Todos somos susceptibles de cometer errores, y hay desde los
pequeños hasta los muy grandes, por incontables razones. Pero estoy convencido
de que vale la pena correr el riesgo, sobre todo ahora que, gracias a
herramientas como internet, es posible que, por ejemplo, estemos en contacto
con nuestros lectores y podamos platicar, responder alguna duda, corregir
alguna equivocación, discutir algún punto tratado en el libro o en el medio del
que se trate. Nada está escrito en piedra, y mucho menos la ciencia.
Es muy bueno que ahora sea posible
esta interacción tan rápida y directa a través de blogs, Facebook y Twitter,
entre otras opciones.
AR:
En varias partes del libro hay mucho buen humor, como en el caso del tazo de
Pooh. ¿Cómo usa el humorismo para la divulgación de la ciencia?
LJPR:
A mí me gusta mucho porque creo que ayuda a que nos relajemos los lectores y
yo. En todo caso, a mí me ayuda bastante. No es el caso de este libro, pero en
otros libros y en otras secciones y revistas, cuando he escrito sobre
seudociencia, no me gusta sonar como el maestro regañón que no puede concebir cómo
sus alumnos creen en tanta patraña. Prefiero reírme con los lectores de lo
absurdo que es, por ejemplo, asistir a una constelación familiar en la que un
caballo “canaliza” al “espíritu” de algún familiar y con ello, supuestamente,
me ayuda a superar algún problema que había “heredado” de mis antepasados.
AR:
¿Cómo se han fundamentado científicamente series televisivas como La teoría del Big Bang, que ha tenido,
por ejemplo, asesores como David Saltzberg?
LJPR:
Saltzberg es, en efecto, un físico de la Universidad de California en Los
Ángeles y responsable de que todo lo que se habla sobre ciencia en el programa
sea correcto. Todas las ecuaciones que aparecen en los pintarrones de la serie son correctas y esto, aunque puede no
llamar demasiado la atención de la mayoría de los seguidores de la serie, es un
atractivo extra para quienes estudian algo de ciencia y, por supuesto, para
maestros y divulgadores. Saltzberg tiene, inclusive, un blog en Internet en el
que explica de manera sencilla y en detalle lo que de ciencia apareció en cada
episodio de La teoría del Big Bang.
AR:
Un capítulo muy interesante es el de “La guerra de Gaia: tres propuestas
políticamente incorrectas para salvar el mundo”. ¿Por qué pecan de esa
incorrección?
LJPR:
Son políticamente incorrectas porque, por ejemplo, en una de ellas se presentan
dilemas al estilo de “La decisión de Sophie”: si sólo contamos con los recursos
—económicos y de otro tipo— para salvar una de dos especies, ¿a cuál elegimos?
La propuesta de un científico es: hay que rescatar a aquella que genéticamente
está más separada del tronco común, aquella que guarda en su ADN un número
mayor de genes propios de ella que, al extinguirse esa especie, imposibilitarán
para siempre su conocimiento y estudio. En algo se parecen estas propuestas a
una muy reciente que surgió en respuesta a las epidemias de zika, chikunguña y
paludismo: con la ciencia actual es posible que, deliberadamente, los científicos
exterminen por completo a las especies de mosquitos responsables de transmitir
esta enfermedad y con ello salvar millones de vidas. ¿Lo hacemos?
AR:
¿Cuál es su evaluación de la cobertura que hoy hacen los medios de comunicación
mexicanos de los temas científicos?
LJPR:
Por un lado tenemos que, poco a poco, ha ido aumentando el número de
divulgadores científicos y de periodistas especializados en ciencia, pero, por
otro, son contados los medios —pienso particularmente en periódicos y revistas
que dedican una sección, no digamos diaria, sino al menos semanal, a la ciencia—
que cuentan con algún periodista científico como parte de su equipo. La gran
mayoría de los medios escritos, cuando tienen que hacer una entrevista, una
crónica o un reportaje sobre algún tema científico, lo que hacen es enviar a
algún periodista que, ese mismo día, tiene que hacer varias notas sobre temas
que abarcan casi todas las secciones del periódico.
Encima de todo, no son pocos los
científicos que desconfían —no sin falta de razón— de lo que resultará al día
siguiente de la entrevista con el periodista, pero hay que tener presente que
lo menos probable es que se trate de este periodista “multitemas”. Y no es
sencillo que en cinco minutos con un científico, quien no es especialista en un
tema pueda redactar con completo rigor, profundidad y a satisfacción plena del
académico los avances más recientes sobre transgénicos, fractales, ondas
gravitaciones, microbioma o biología cuántica.
Tenemos un Sistema Nacional de
Investigadores, pero nadie, o casi nadie, habla de la necesidad de crear un
Sistema Nacional de Divulgadores. A pesar de todo, hay dos buenas noticias: en
enero de este año se creó la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia, y del 30
de agosto al 2 de septiembre se celebrará el XXI Congreso Nacional de la
Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, donde habrá
oportunidad de abordar estos asuntos.
*Entrevista
publicada en Etcétera, núm. 190,
septiembre de 2016.
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