Caso Posadas: mierda añeja para
retratar el México actual
Entrevista con Diego Petersen Farah*
Ariel
Ruiz Mondragón
La
tarde del 24 de mayo de 1993 comenzó a esparcirse una noticia que conmocionó a
México: en el aeropuerto de Guadalajara el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y
su chofer resultaron muertos después de ser acribillados. Tras sus
investigaciones, la Procuraduría General de la República, entonces a cargo de
Jorge Carpizo, sostuvo la hipótesis de que el purpurado cayó bajó las balas de
asesinos bajo las órdenes de los hermanos Arellano Félix, quienes pretendían
matar a Joaquín Chapo Guzmán. Todo
fue resultado de una lamentable confusión.
Sin
embargo aún se sigue cuestionando esa versión. Ahora, en Casquillos negros (México, Tusquets, 2017), una novela negra
entretenida y humorística, Diego Petersen Farah (Guadalajara, 1964) presenta,
con los recursos de la ficción pero también con algunos elementos reales, una
hipótesis alterna en la que se ahonda en la relación entre los narcos, la
Iglesia católica y el gobierno mexicano.
Sobre
esa interesante novela conversamos con el autor, quien ha sido fundador de los
diarios Siglo 21 y Público, de Guadalajara, de los que fue
subdirector y director, respectivamente. Actualmente colabora en El Informador.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro como el suyo, sobre un asesinato que ocurrió hace 24 años? Al respecto me
llamó la atención lo que dice Adalberto Zaragoza, el personaje de la novela:
“¿Quieres remover mierda añeja? Eso nunca es bueno”.
Diego Petersen Farah (DPF):
La verdad es que pensé que el caso Posadas es tan complejo y lleno de
contradicciones que se prestaba mucho para una novela negra. Entonces es una
novela negra de la actualidad que revisita el caso Posadas, que remueve mierda
añeja pero lo que busca es retratar un poco cómo está el México actual a partir
de un asunto que visto en retrospectiva es un punto de quiebre en una forma de
administración del narco por parte del Estado.
Yo
creo que hay dos momentos clave en lo último que menciono: uno es el asesinato
de Enrique Camarena, cuando se rompió el primer modelo, el del cártel único, y en
el caso Posadas se quebró el modelo de diferentes cárteles adiestrados por
diferentes agencias del Estado. Entonces, de alguna manera esto fue como el
inicio de un proceso de descomposición que nos lleva hasta lo que vivimos ahora.
Por eso la novela tiene esa parte del caso Posadas pero también la de la
descomposición actual.
AR: Al respecto otro personaje,
Esther Compay, dueña del burdel Guadalajara de Día, habla de la corrupción en
el gobierno, y dice que antes se entendía con alguien del gobierno y con algún
funcionario de salud, pero que con la democracia se produjo un caos al
respecto. ¿Cómo lo retrata en esta historia, porque parece que con la
democratización la corrupción aumentó?
DPF:
Creo que es la ruptura de un modelo de control que tenía ciertas reglas no
escritas, y el paso a un modelo de absoluto descontrol. Pensamos que la
democracia consistía en la transición a través de elecciones confiables, y se
nos olvidó que con la democracia había que construir el Estado de derecho, una
serie de instituciones alrededor de las elecciones que permitieran que la
democracia funcionara. Eso está retratado, de alguna manera, en la novela.
AR: La historia parece resumir una
buena parte de los problemas y escándalos del país: va desde el porrismo hasta
los vínculos corruptos entre el narcotráfico, la Iglesia y el Estado. ¿Esa fue
la intención?
DPF:
Sí. Yo creo que mucho de la intención de la novela es ver el problema del
narcotráfico más allá de la punta del iceberg, porque queremos ver esto y no el
entramado de relaciones que lo soporta por abajo del agua. Lo que la novela
negra permite es ver el lado oscuro de una sociedad, que es donde se manifiesta
todo este entramado corrupto que siempre parece que es el bajo fondo, pero que siempre
tiene conexiones con empresarios, políticos o religiosos.
Buena
parte de la intención de esta novela negra es retratar ese entramado corrupto, y
no es que yo lo afirme sino lo dijo aquel obispo de Aguascalientes: en el cepo
se limpiaban las limosnas del narco. No estoy diciendo nada que no haya
sucedido, desde los casos de pederastia hasta el lavado de dinero, sino sólo lo
pongo en un contexto de novela, que no es un reportaje ni un libro de historia.
AR: Al respecto me interesó cómo
combina la ficción y la realidad; por ejemplo, al final del libro anota sobre su
título que casquillos negros son producto de las balas recargadas que usan los
cuerpos de seguridad del Estado, y que varios estaban al lado del auto del
cardenal, es decir, un elemento real.
DPF:
Lo de los casquillos negros es un dato que me llegó de vista, y esto ¿cómo lo
puedo sacar si no es a través de la novela? No tenía manera de siquiera tenerlo
en grabadora. A partir de eso lo que hice en este caso concreto fue amarrar los
cabos sueltos; por eso no digo “esto es lo que pasó”, sino esto es lo que pudo
haber sucedido si amarramos esos cabos sueltos para que tengan cierta lógica,
que a lo mejor es equivocada pero que le dan a la novela un corpus, un sentido.
Entonces
a partir de la propia experiencia pude poner lo que sabía sobre el caso Posadas
en narrativa, y que no sea yo quien lo diga sino que sea el ambiente de la Nunciatura,
en Tijuana, lo que narre los sucesos.
AR: ¿Entonces es una hipótesis
presentada de manera literaria?
DPF:
Sí, que no pretende más allá que ser literaria; alguien puede cambiarle su
visión sobre el caso Posadas al meter el elemento de que efectivamente la
Iglesia estaba lavando dinero y que pudo haber sido una de las líneas de
trabajo, tema que salió por allí, en algunos momentos se dijo, pero nunca se
investigó. Por a ninguna de las dos partes que entraron en un conflicto absurdo
sobre el caso, el del entonces procurador Jorge Carpizo y sus opositores en
Jalisco, les interesaba que eso saliera. Entonces se concentraron en otras
cosas de intereses directos, uno por probar una hipótesis llena de huecos, y
otro por probar un complot.
AR: En la historia hay un par de
personajes muy atractivos: el primero es Adalberto Zaragoza, periodista de nota
roja despedido de un gran diario y que funda, como se dice por allí, un pasquín
llamado Sangre. ¿De dónde salieron
los trazos para hacer a este personaje?
DPF:
Hay un personaje que es el que tomó la foto del cardenal, Jorge Zamora, que fue
un reportero de Siglo XXI, y de
alguna manera en su anécdota aquel personaje está muy inspirado en él, no en la
personalidad ni en todo lo que le rodea, lo cual ya es parte de la ficción.
En
la primera novela que escribí aparece Adalberto Zaragoza ya como personaje como
este reportero de nota roja que trabajaba en un gran diario, del que lo
terminan corriendo en la novela anterior, y por eso en este nuevo libro la continuidad
es a partir de que él funda su propio semanario ya en busca de la libertad de
poder sacar las fotos que él realmente quiera publicar.
Lo
que creo es que un reportero de nota roja tiene unas habilidades completamente
distintas de las de los reporteros que piensan en la política. En la historia hay
un momento en el que le pregunta a Tripa:
“¿Y por qué yo?, ¿por qué un pasquín como el mío?”. “Pues porque tú va a ir por
la nota roja, a investigar qué pasó con el crimen y no por su interpretación
política”. Eso le da (entre comillas) pureza o una visión distinta por su expertise que es leer los cadáveres, la
escena del crimen, y sabe entender qué hay detrás de cada signo, lo que le
permite ser más un personaje de novela negra, policiaca. Es un investigador
pero no político sino estrictamente del crimen.
AR: El otro personaje fascinante y
terrible es Everardo Montes, el cura que es el vínculo entre los
narcotraficantes y la Iglesia. ¿De dónde salió este personaje?
DPF:
Hay un personaje que en el caso Posadas hizo el vínculo con los Arellano Félix,
y de hecho hay algunos elementos de realidad en ese personaje, como que
falsifica el acta de bautismo del hijo de Ramón Arellano Félix, y que era el
contacto con los Arellano. Pero está completamente novelizado y recreado con
elementos incluso de otras historias: en la parte de su infancia puede haber
incluso rasgos de la de los padres Marcial Maciel y Gerardo Montaño, aunque se
trata de un personaje de ficción, por supuesto.
AR: Los personajes hacen
declaraciones fuertes, con la de que la Iglesia es una mafia, “la más antigua y
sofisticada del mundo” y que Girolamo Prigione es uno de sus operadores más
cabrones.
DPF:
Hay una frase de Everardo Montes cuando está narrando el encuentro en la nunciatura:
“Allí entendí la diferencia entre un narco y un mafioso”. Prigione era un
personaje verdaderamente siniestro en muchos sentidos, y quien sí tenía esta
gran capacidad de actuar en función de los intereses de la Iglesia, de sus
intereses mucho más allá de lo espiritual.
De
eso sí hay una parte de la Iglesia, y esto no tiene que ver ni con los curas ni
con los creyentes sino de la institución eclesial, que a lo largo de la
historia ha sido manejada como una gran mafia o como un gran conglomerado de
intereses. Creo que en México el personaje que más representó ese conglomerado
de intereses fue Prigione, que, además, como aparece en la novela, es alguien
que entiende y sabe lo que pasó, por lo que lo puede utilizar mejor para
chantajear al Estado que para resolver el caso. Esto no le interesa sino el
poder que le da, por ejemplo, tener a los Arellano Félix en la mesa.
AR: Aparecen otros personajes,
como, por supuesto, Tripa y el
general Ramírez Abarca. En ambos se personifica la corrupción del Estado
mexicano.
DPF:
El general es una mezcla: a lo mejor no hay ninguno tan malo pero muchos
sumados sí hacen un militar así. Tripa
es un personaje de los bajos fondos, que también es un poco víctima de la
modernización porque lo corren del Cisen porque no pasa el control de
confianza, pero en realidad él siempre sospecha que es porque evidenció la
farsa que había detrás de la guerra contra el narco.
Son
personajes que permiten retratar estas cosas que nos están sucediendo
actualmente, aunque su origen es el viejo sistema.
AR: Hay otros dos elementos muy
presentes en la novela: por una parte el humor y por la otra el amor. ¿Cómo los
presenta en la novela?
DPF:
Creo que el humor es parte esencial; no sé si un estilo, lo que sería muy
presuntuoso, pero cuando estoy escribiendo es la forma de ir liberando la
tensión misma de la novela. Los personajes tienen que vivir en el humor porque
de otra manera no soportan esa realidad en la que viven.
Los
personajes, por más sórdidos que sean, son contradictorios, no puede haber uno
muy bueno y otro muy malo, todos tienen límites, miedos y una relación con el
amor. Por ejemplo, Tripa crea toda
una religión fundada en que el único amor sincero es el pagado, pero llega un
momento en que la propia realidad lo rebasa por la edad, porque empieza a
sentir cosas que nunca había sentido y que le harán saber que eso es el amor.
En
el caso de Zaragoza, yo digo que todos los periodistas tenemos límites, y
algunos decían que un precio; él es padre soltero y su límite es muy claro: su
hija. Entonces su preocupación de meterse al asunto es poner en riesgo a su
hija. Su miedo permanente es no ser un papá para ella por la forma de relación
que ha construido. Entonces un personaje que pareciera muy sórdido tiene este
lado muy débil.
Entonces
lo que me gusta a mí de este par de personajes son esas contradicciones: no son
cuadrados sino llenos de pequeñas aristas.
AR: Quiero ir sobre su vertiente de
periodista: ¿cómo ha sido su paso del periodismo a la literatura y cómo las ha
vinculado?
DPF:
Fue una transición larga en el sentido de que el momento en que decidí que
quería incursionar en la literatura a que lo hice pasaron 10 años, periodo en
el que no me animaba. La parte bonita de la anécdota es que el que me aventó al
agua fue Juan Gelman. Un día en una FIL me arrinconó y platicamos mucho de eso,
y me dijo: “Ya deja de hacerte burro y ponte a escribir”. Eso fue como el gran
empujón al agua, pero cuando me metí en ella me di cuenta de que no sabía
nadar. La primera novela me costó mucho más trabajo, salió fatal: se las envié
a algunos amigos, y me dijeron “esto no sirve”. Estuve a punto de tirarla, pero
finalmente la retomé y ha sido un proceso de aprendizaje.
En
la segunda novela, aparte de la maduración, en la parte más literaria es mucho
más libre y el periodista se va quedando atrás poco a poco.
Como
periodista también me ha hecho ser más libre en mis textos, me doy más
licencias tal vez porque me doy cuenta de que hay otras formas de narrar que
también pueden caber.
Pero
si me preguntan, yo sigo siendo un periodista de tiempo completo, narrador en
ciernes, en proceso, que se va construyendo en sus horas libres, que son de 6 a
8 de la mañana.
AR: Hay otra parte donde Tripa se pregunta: “¿Tendrán algo en
común los periodistas y las putas?”. ¿Qué nos dice usted al respecto?
DPF:
Es que Tripa va a entregar un maletín
de dinero a la casa de un director de una cadena de periódicos. Habrá algo en
común entre esos dos mundos medio sórdidos, llenos de relaciones perversas y
utilitarias. Yo creo que sí, también porque hay una parte de la prostitución
que tiene que ver con la vocación, no sólo en su parte horrorosa.
Yo
sí creo que el periodismo está sumamente prostituido en este país porque los
periodistas estamos dispuestos a hacer muchas cosas, igual que las prostitutas.
AR: En otra parte del libro se dice
que los grandes periódicos hoy están diseñados genéticamente para salir todos
los días y que son, más bien, periodizombis,
“diarios sin alma, sin inteligencia ni espíritu”. ¿Así los ve hoy?
DPF:
Hay una crisis que ha mantenido a los medios a partir de vida artificial. Lo
planteo muy sencillo: si hoy no hubiera inversión de los gobiernos en los
periódicos, desaparecerían en automático. Pero la crisis que ha vivido la
prensa a partir de 2004 ha sido paulatina en términos económicos y ha provocado
que muchos periódicos vivan para sobrevivir y no con una intención fuerte o
clara de país. Decía Tomás Eloy, de lo que le aprendí, que detrás de un
periódico tiene que haber un proyecto de ciudad y de país; si no tiene esta
gran visión es un periódico sin alma. Esa es la referencia. ¿Cuántos periódicos
hoy no saben lo que son sino que nada más viven para vivir? Y eso es lo que
hace que el periodismo, en muchos casos, esté en esta crisis espantosa.
*Entrevista publicada en Horizontum, 8 de mayo de 2017.
1 comentario:
La audacía de Diego Petersen es una táctica que deberían de usar más los escritores y periodistas, pues sólo a través de la ficción que se puede desenmarañar todo el hilo político de los sucesos recientes en el país, de la violencia y del contubernio entre el poder político, el de la Iglesia católica y los medios de comunicación. No he leído el libro, sólo hablo por la entervista que hace Ariel, pero me parece que sí la novela, como decía Umberto Eco, permite el abordaje de situaciones que otras formas de escritura no pueden o no deben hacer. Felicitaciones.
José Manuel
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