Entrevista con Javier Martínez
Staines*
Ariel
Ruiz Mondragón
En
los últimos años uno de los mayores escándalos a nivel internacional fue el de
los numerosos casos de pederastia cometidos por ministros de la Iglesia
católica en diversos países, entre lo que se cuenta México.
Esos
hechos han sido relatados ampliamente en forma periodística, pero hasta ahora
son pocos los intentos de expresarlos en forma literaria, que es una labor que
ahora asume Javier Martínez Staines en su novela Por mi gran culpa (México, Grijalbo, 2017), en la que relata la
historia de José de Jesús, Josechu, un
adolescente que padece un abuso en un colegio confesional.
Sobre
ese libro conversamos con el autor, quien es director de ThinkTank New Media y antes
director editorial de la revista SoHo,
del Grupo Editorial Expansión y de Editorial Televisa.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
hoy un libro como el suyo, una novela acerca de la pederastia en la Iglesia
católica? Además, se presenta desde el mirador de la víctima pero también del
victimario.
Javier Martínez Staines (JMS):
Seguimos escribiendo libros porque hay una suerte de ejercicio natural de
liberación alrededor de ciertos tópicos, como en este caso particular el
vinculado con este fenómeno de la pederastia, que he observado desde muchas
ópticas, sobre todo desde la periodística, pero que he visto menos reflejado a
modo de una novela.
Este
caso me parece muy importante porque no es simplemente un tema de subirte a un
ciclo de denuncia de algo tan doloroso y tan tristemente extendido como la
pederastia, muy vinculado con los jerarcas de la Iglesia católica, sino de
poder meterse realmente en un tema mucho más de conciencia en el sentido de
humanizar más el problema. Es decir, ¿qué tanto pasa o le puede pasar a un niño
o a una niña cuando están en el tránsito tan complejo que es el paso de la
infancia a la adolescencia, el amanecer de la pubertad, que es un proceso de
cambio muy brusco por sí mismo, cuando este tipo de situaciones límite, de
pérdida de la inocencia, se cuelan en su vida? ¿Qué tanto realmente pierden
esas personas, que tanto se modifica su cuadro de entendimiento de la realidad cuando
apenas empiezan a formarse por sí mismos?
Me
parecía importante e interesante entrar desde ese lado, pero también le doy un
poco de voz a uno de los victimarios, justamente porque no quería un resultado
maniqueo, de denuncia, de buenos y de malos, sino también como tratar de
escarbar, aunque fuera con unas mínimas pinceladas, en cuál podría ser la
motivación de fondo de uno de estos personajes.
AR: Ha sido editor, cronista,
columnista, especialista en medios, y me comenta que este tema ha salido en la
prensa. ¿Cómo fue este traslado del periodismo a la literatura?, ¿qué
posibilidades y limitaciones hay en ese paso?
JMS:
Por un lado me ayudó mucho la inquietud personal permanente, y sobre todo, del
lado periodístico, el género de la crónica, para tratar de ser más efectivo y
más directo, para economizar mucho el lenguaje a la hora de planear un tema de
ficción.
Pero,
por otro lado, me costó mucho trabajo dejar fuera la deformación periodística y
empezar a tratar de ser demasiado fiel y leal con lo que había ocurrido con los
personajes, y entender que, a final de cuentas, a la hora de que uno se
traslada al mundo literario quizá más importante de lo que ocurrió es lo que
debió haber ocurrido.
Entonces
eso me dio y me quitó al mismo tiempo, pero creo que definitivamente me dio más
para que no me engolosinara con una novela de 400 o 500 páginas, lo cual no
tendría yo el mismo derecho de someter a ningún tipo de lector, sino realmente
tratar de economizar y de ser muy preciso en términos de lenguaje.
AR: ¿A partir de qué elementos
construyó su personaje principal, José de Jesús, y a su familia, que es tan
católica que hace que él encarnara al papa en una ceremonia y diera sermones?
¿Conoció a alguien de estas características, hay algo autobiográfico?
JMS:
Hay una parte definitivamente experiencial y autobiográfica; un segundo bloque
es una parte de observación tanto de muchas familias y circunstancias similares
a la mía propia y de amistades, como de mucha observación en ese colegio
imaginario que finalmente fue real.
De
allí surgió; sí hay un contacto personal con ese mundo, que se puede extrapolar
muy fácilmente, y que yo podría resumir como una pequeña radiografía de
muchísimas familias clasemedieras. Puntualizo esto porque creo que ocurre con
muchas de ellas que todavía conservan esta vocación primordialmente religiosa
como guía de vida, además de que muchos de estos chicos y chicas van a escuelas
privadas, lo que ya no ocurre con clases más bajas de nuestra sociedad, que al
menos van a escuelas laicas. Pero en muchos casos los padres de familia escogen
escuelas religiosas donde, además, se vive otra autopista de este mismo cuento
para hacerlo más violento en algunos puntos.
Entonces
sí hay un poco de todo eso: sí hay mucha observación empírica alrededor de ese
mundo escolar, de muchas familias, de amigos y familiares, y con algún trazo de
anecdotario incluso de mi propia experiencia infantil.
AR: Hay otra cara en la historia,
que es la que tiene que ver con la idea del pecado, que va desde la pequeña
renta de pornografía que hacen Josechu
y su hermano, hasta los abusos sexuales de un padre y un profesor de un colegio
confesional. ¿Cuál es la idea del pecado en la novela?
JMS:
Es un punto relevantísimo porque creo que, más allá de los personajes que
aparecen en la novela, mi intención de fondo es poner a la culpa como personaje
protagónico, en este caso como la consecuencia inmediata del pecado.
Para
mí fue muy importante poner este eje cardinal de la culpa como consecuencia
última de la tradición judeocristiana, en la que desde niños hay una sensación
de una frecuente violación de normas, cuyas secuelas son la aparición de muchos
fantasmas y demonios de consecuencias que pueden ser terribles, como parte de
la formación.
Por
eso trato de hacer muchas entradas y juego mucho con el humor, para que todo
esto intente ser mucho más suave y ligero, un poco como en la película El infierno, que aborda el mundo
oscurísimo de la violencia del narcotráfico mediante mucha ironía y sarcasmo, lo
que te hace no sólo tolerable la película sino que te la pasas riendo, aunque te
cuestionas por qué carajo estás riéndote de algo tan duro, y al final de la
película sales devastado. Pero la aguantaste aunque el tema era muy duro y
probablemente no le hubieras podido entrar de otro modo. Para mí también era tratarlo
desde ese lado, y hay un acercamiento con mucha ironía a este mundo de la culpa
y del pecado, en este caso desde ese momento tan ingenuo de la vida que es la
infancia y el arranque de la adolescencia, cuando se vuelve un tema muy
tormentoso para la vida de un ser humano.
AR: Hay una parte donde el
personaje principal menciona dos elementos fundamentales: el miedo y la culpa,
pero después descubre uno tercero, que es el amor, que es el alegato que
incluso hace el profesor Colina, uno de los abusadores. ¿Cómo se mezcla la idea
del pecado con la del amor?
JMS:
Es toda esta dicotomía y al final tricotomía: la culpa y el miedo siempre van
juntos, y el personaje no sabe qué es lo que más le mueve para hacer o dejar de
hacer determinadas cosas, hasta que siente que encuentra un punto que le ayuda
a liberarse de todo, que es el amor. Lo juego de esa manera porque claramente
pues es el amanecer de la pubertad y del descubrimiento de las sensaciones
sexuales y demás en un chico, donde el amor es casi una suerte de
reivindicación, de proceso de liberación y de fuga de lo demás, mientras que en
el personaje del victimario el amor es una suerte de justificación de todo lo
que hace. En el nombre del amor, como finalmente en el nombre de Dios, se
pueden cometer los mayores atropellos y uno ya tiene perdón.
Entonces
era jugar un poco con eso.
AR: También me llamó la atención
esta breve aparición de la Teología de la Liberación en los viajes de Josechu y Lola a Oaxaca. ¿Cómo manejó
esta otra cara de la Iglesia católica?
JMS:
Hay una parte indudablemente experiencial en el tema, y en ese pequeño retrato
de familia siempre hay esa dicotomía entre esa fuerza más conservadora versus
esa otra fuerza más transformadora en el mundo católico. El personaje empieza a
encontrarle más sentido a ese mundo religioso a partir de esas experiencias de
irse una vez al año a la sierra mixteca para encontrarse con otras realidades, y
verlas como un chico de la clase media que probablemente no sabía con precisión
que existía ese otro lado del país, y encuentra que la utilidad de estos
personajes religiosos es totalmente distinta a la de otros. Así, tras ir allá para
una suerte de lectura de la Biblia a los niños de la sierra, acaba por entender
que eso es un absoluto absurdo, y su formación se empodera más bien con esta
cuestión de empezar a construir pozos y a sentirse parte de una comunidad que
no sabía que existía.
Me
parece importante ponerlo porque no quiero hacer una descalificación maniquea
de la Iglesia católica, apostólica y romana. Lo que quiero es, a través de
pequeñas pinceladas, dejar plasmado que todo siempre es mucho más complejo de
lo que parece, que incluso desde la óptica de un victimario puede haber una
serie de motivaciones totalmente humanas, que si bien no justifican un acto tan
reprobable como el que pretende llevar a cabo te pueden ayudar a entender un
poco mejor el caso (entender no significa necesariamente aceptar).
Lo
mismo en el caso de la Iglesia: es una pincelada muy sutil como para decir “no
es lo mismo este lado de la Iglesia que este otro, que ha tenido alguna suerte
de contribución social”. No podía extenderme demasiado en eso; hubo un trabajo de
edición que yo mismo hice justamente para dejar la novela lo más breve posible.
AR: Otro tema que me atrajo es la
soledad: las vidas de los personajes son solitarias gracias a la religión,
desde el padre Anselmo hasta el profesor Colina, Josechu y Lola, e inclusive Cristo.
JMS:
Hay una suerte de visión de congregación comunitaria en todas las religiones, y
cualquier tipo de cuestionamiento del funcionamiento de ese engranaje de la fe
inmediatamente te vuelve una suerte de forastero. Es esa sensación de decir
“soy y no soy parte de una comunidad; al final me siento muy solo si no estoy
metido simplemente en el precepto irreflexivo”, como trato de plantear en el
retrato de la madre de Josechu, quien
claramente no sufre de soledad porque ella está metida en ese engranaje sin ningún
tipo de cuestionamiento. Cuando está la duda empieza a haber esa sensación de
soledad, la que viven desde distintos ángulos ciertos personajes.
El
profesor Colina y el padre Anselmo en realidad son personajes solitarios per se porque así son. Los chicos también
porque que han vivido unas circunstancias que les hacen sentir fuera de casi
cualquier tipo de comunidad porque no saben cómo manejar el tema, no saben cómo
hablarlo, cómo registrarlo o confirmarlo.
AR: Cuando Josechu intenta denunciar el abuso, su padre le dice que “es un
cariño malentendido” y hace caso omiso. Lola sólo le cuenta a su primo sobre el
abuso del cura, y parece que la solución a estos abusos es la resignación, que
va igualada con la impunidad.
JMS:
Creo que es la parte más desesperanzadora y triste de la historia. Se me hace
un poco timorato plantear cualquier otro tipo de escenario, primero porque
claramente, desde cualquier tipo de investigación documental acerca de este
fenómeno, la cantidad de repercusión jurídica o penal que ha tenido es
escalofriantemente baja.
Segundo,
las denuncias, en sí mismas, con muy pocas. Hemos avanzado mucho en los últimos
cuatro años; aquí fue ocurrió el fenómeno del padre Marcial Maciel, y en lo que
terminó esta historia fue en un padre protegido y escondido por el papa Juan
Pablo II hasta el final de sus días.
En
Holanda hubo denuncias masivas, y luego claramente con la película Spotlight se puso sobre la pantalla
pública mucho más el tema de la investigación del Boston Globe. En Argentina también hubo una serie de cosas, pero
que acaban siendo al final “perdonémoslos porque son padrecitos”.
También
el propio sistema operante de justicia religioso se hace cargo del asunto, y al
final queda siempre como que allí no pasó nada, como si fuera el propio sistema
judicial de nuestro país.
Al
final somos cortos de memoria y todo se olvida, y en ese sentido por eso pongo,
incluso con un efecto de dramatismo, cómo la prima acaba volviéndose monja con
razones equivocadas, y entonces el personaje principal siente una infinitud en
esa soledad como diciendo “mi única cómplice de vida, de historia de atropello,
me acaba de traicionar también”.
AR: En la novela hay una parte
donde se le da voz a Cristo, quien declara estar solo por elección, con algunas
críticas a la Iglesia católica, de la que él se deslinda. ¿Hay que dejar
descansar en paz y en su soledad a Cristo?
JMS:
Es probablemente el pasaje que más me cuestioné de toda la novela y es el
último que puse en todo mi proceso de creación. Es el relato de un sueño de Josechu, que imagina que Cristo se le
aparece y que le dice todo eso. Pero mi motivación principal fue que, al tener
tanta historia de vida con tantos puntos de contacto con este mundo religioso
al cual yo renuncié hace muchísimo tiempo, quería meter una suerte de guiño
para este tipo de personajes a través de un monólogo de Cristo, para dejarlos,
por un lado, como en la duda total de en qué carajos creo yo, y por otro lado,
me parecía que, como ocurre prácticamente con todas las religiones, uno se crea
los personajes, a los que existieron en alguna época, y les puede dar el aura y
la intencionalidad que se le pegue la gana. Como me parece que en nombre de Cristo
se teje la manipulación a escala más grande que exista en el mundo, otros dirán
que es en el nombre de Alá o de Mahoma, la quise meter allí como un pequeño
guiño.
No
necesariamente creo que se le debe dejar en paz, pero sí que abramos un poco
los ojos a toda esta manipulación.
*Entrevista publicada en Horizontum, 8 de mayo de 2017.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario