Las palabras también nos rescatan
Entrevista con Laura García Arroyo
Ariel
Ruiz Mondragón
En
nuestro país (aunque no sólo en él) se suelen señalar diversos déficits
productos del sistema educativo, entre los cuales uno de los más recurrentes es
el escaso vocabulario con el que nos expresamos, el que en muchísimos casos apenas
llega a unas 300 palabras de un arsenal léxico casi inagotable.
Debido
a ello se han emprendido diversos esfuerzos para robustecer el conocimiento y
uso de las palabras, con lo cual podemos mejorar e incluso engalanar nuestra
forma de comunicación verbal.
Como
un empeño para no sólo para no desaprovechar sino acrecentar un gran universo
léxico, Laura García Arroyo publicó su libro Funderelele y más hallazgos de la lengua (México, Destino, 2018),
en el que relata sus felices encuentros con 71 palabras poco usuales, “para que
las leas como quieras, cuando quieras y te adueñes de ellas. Son palabras para
compartir y divertirse”.
Sobre
el libro conversamos con García Arroyo (Madrid, 1975), quien estudió traducción
e interpretación en la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid, además de
Letras en la Universidad de Marsella. Fue editora de Ediciones SM,
especialmente en el área de diccionarios. Posteriormente se integró a la
televisión, en la que ha participado en diversos programas, entre los que
destaca La dichosa palabra, de Canal
22. También ha intervenido en programas de radio y en varios proyectos de
fomento a la lectura.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro como el suyo, en el que relata las formas en que algunas palabras han
llegado a usted en lo que llama “un feliz encuentro”?
Laura García Arroyo (LGA):
Siento que todos los libros tienen algo que contar y una idea que hizo que
alguien se pusiera a escribir. No siento que ninguno sea imprescindible, pero
entre todo el variopinto mundo de las letras puedes encontrar algo que te
guste, con lo que coincidas y te identifiques.
Este
libro nació de una colección de palabras; yo, que me dedico a analizarlas,
acompañarlas y estudiarlas, me di cuenta de que, además de las historias que
conocemos de ellas y que son comunes (su etimología, cómo nacen, cómo crecen y
evolucionan con el tiempo), todos tenemos una experiencia propia que nos acerca
a algunas de ellas: no a todos nos suceden las mismas cosas con las palabras.
Yo
escogí estas 71 palabras porque tenía una historia que contar con ellas y una
reflexión que hacer al respecto. Me parecía, además, que tenían algo en común: son
poco conocidas y se refieren a cosas muy cotidianas que nos rodean.
Lo
que yo quería era ampliar el camino que llevo al querer contagiar la pasión por
las letras y las palabras, y poder hacer una invitación a la gente para que
pudiera establecer una historia con alguna de ellas. Les di estas como muestra,
pero que cada uno elija las suyas para emprender sus andanzas.
Entonces
el libro caminó y tuvo su propio recorrido; a partir de la escritura, uno va
amoldándolo a lo que va surgiendo. La idea inicial es una, pero lo que terminas
sigue siendo una evolución de cómo fue caminando.
Me
siento contenta de que la gente sienta que, aparte de palabras y juegos, hay, sobre
todo, historias.
AR: Vincula las palabras con sus
recuerdos. Por ejemplo, presenta varias palabras relacionadas con el sismo del
19 de septiembre de 2017, cuando su casa se derrumbó. Recupero una declaración:
“Estas palabras terminaron rescatándome”. ¿Cómo encontró esas palabras?, ¿qué
alivio le dieron? ¿Cómo la rescataron?
LGA:
La escritura de este libro está muy ligada, desafortunadamente, al evento que
tuvimos en el país el 19 de septiembre de 2017, que nos golpeó a todos. Este
libro nació en la Feria del Libro de Guadalajara de 2016, cuando me senté a
platicar con el editor Federico Ponce de León, con quien fuimos viendo que había
una idea, un proyecto que había que ir pensando para definirlo.
Tardé
mucho en empezar a escribirlo porque se me cruzó un viaje, una mudanza,
etcétera, asuntos que te desvían un poco de la concentración. El temblor
ocurrió cuando ya estaba metida totalmente en la escritura del libro, en la
casa que después tuvo que ser demolida.
Hay
un antes y un después. Antes las palabras escritas (llevaba 33 hasta ese
momento) tenían un estilo y un tono, que eran en los que yo que estaba en aquel
entonces.
Perdí
todo lo que había dentro de la casa, pero un día decidí subir porque necesitaba
rescatar el libro. Mi casa se perdió, pero no quería perder mi libro: no quería
perder todo. Tenía un sentimiento de “necesito recuperar algo”, y para mí eso
eran, aparte de las escrituras de la casa, mis documentos y ropa básica para
seguir adelante. Necesitaba tener algo que me ligara con lo que era mi vida
anterior, y sentí que el libro podía ser una de esas cosas.
Cuando
en otra casa prendí la computadora rayada que todavía tengo, apareció rescatado
el documento que yo estaba escribiendo: la palabra “arrebujar”. Primero me dio una
alegría inmensa saber que no todo estaba perdido, y luego también una tristeza
terrible ver que yo estaba haciendo eso justo cuando todo se desmoronó a mi
alrededor.
Luego
siguieron muchas semanas de intentar volver a escribir y retomar ese proyecto; si
tanta ilusión me hacía, ¿por qué no empezarlo?
Pasé
dos o tres meses con un shock
postraumático, con un estado de emergencia y con una nueva prioridad:
solucionar el lío en el que me había metido por perderlo todo, por tener un
edificio que atender y por estar ahora metida con vecinos con los que tenía que
resolver un problema. No podía dedicar tiempo a escribir porque no podía
alejarme mentalmente de eso. Estuve en varias casas de amigos y lo intenté;
llevé a todos lados mi computadora tratando de escribir.
Terminé
por irme a España con mis papás para lograr un poco de calma, de serenidad, y a
llorar. No me había dado a la tarea de llorar; no me lo había permitido en todo
ese tiempo por la urgencia que tenía de resolver cosas. Cuando llegué a casa de
mis papás, justo ese “arrebujar”, esa reflexión que llevaba sobre el hogar, me
permitió cierta paz.
Me
puse una rutina de escritura, y me encerré porque además no quería ver a nadie.
Fue entonces cuando logré terminar este libro que, evidentemente, cobró otro
tono.
Surgió
así una manera mucho más personal de hablar del pasado, de mi relación con las
palabras. Estaba mucho más sensible. “Tremofobia”, que era una de las palabras
que yo había incluido, ya estaba escrita antes del 19 de septiembre, pero tuve
que reescribirla porque tenía un tono demasiado burlón…
AR: Es el texto más largo del
libro…
LGA:
Sí. Le pedí permiso al editor para alargarme un poco más, y por eso faltan
cuatro páginas, que tendrían que haberse ido de portadilla, colofón y demás. Pero
preferimos ocuparlas con ese texto.
También
se incluyó “playo” porque las palabras no dejan de aparecer en la vida, y sentí
que era una palabra que había acompañado también la elaboración de este libro.
Entonces
sí hay un rescate de palabras, que es la intención primera. Hubo un rescate
físico, que fue cuando yo subí a ese departamento a recuperar el proyecto para poderlo
culminar. Me hace muy feliz verlo ahora en físico porque significa que estoy
aquí, que sobreviví a ese temblor y que la vida sigue. Creo que este libro es una
parte de esa demostración.
¿Cómo
me rescataron las palabras? Yo me quedé sin palabras durante bastantes días;
después del temblor no podía describir lo que me pasaba. Luego identifiqué que
con las palabras uno puede definir también cómo está: triste, con miedo, con mucho
vértigo, con angustia. Esas palabras me ayudaban un poco a comunicarme con las
personas que estaban alrededor, y para poderles decir: “No puedo escribir”,
“necesito escribir esto”.
Las
palabras también ayudan mucho a comunicar y a hacer sentir a la gente dónde
está uno, por qué yo no estaba tan presente con la familia y con los amigos. Era
porque yo estaba muy mal. Entonces las palabras ayudan a poder, otra vez, abrir
el mundo.
En
concreto, este libro y su redacción, las palabras que faltaban, me ayudaron a
volverme a concentrar en lo que yo soy, en lo que a mí me gusta, en lo que me
iba a hacer aterrizar otra vez y volver a un camino con un horizonte nuevo,
aunque con todo ese dolor a cuestas.
Pero
volver a escribir también me hizo recordar que no soy una serie de cosas
físicas y materiales, sino que soy también lo que pienso y las palabras con las
que lo pueda expresar.
Entonces
sí fue un rescate real porque me di cuenta de que este libro me volvió a
ubicar, y una vez que lo entregué fui capaz de regresar a México y decir “aquí
está mi libro. ¿Qué sigue?”. Pues imprimirlo, por supuesto, pasarlo al público,
pero también volver a definir un montón de proyectos que en ese momento tenía
en blanco, con un horizonte engorroso. Pero este libro me permitió establecer
otra vez los colores, las piezas, las letras para seguir caminando.
Entonces
le debo mucho a este libro, a las palabras y a lo que me hizo sentir al
escribirlo.
AR: Voy sobre otro aspecto del
libro: su tono gozoso, de mucho humor. También menciona que usted es un poco
malhablada. ¿Cómo le sirvió para expresar estas palabras ampliamente
desconocidas?
LGA:
Me gustaba sentir que podía dar rienda suelta a la libertad de poder escribir
cada una de las palabras con el suceso que había permitido que estuvieran en mi
vida. Unas son más serias, otras más alegres, algunas más coloquiales y otras
anecdóticas.
Algo
que me define en la vida en general y en la escritura en particular, es la
ironía. Soy una persona muy irónica y con un humor que raya en lo negro, lo
cual no me atreví tanto a poner aquí. Siento que una manera de disfrutar del
conocimiento es divirtiéndose; a mí me ha servido mucho para acercarme a los
libros, a las letras, al conocimiento, para poder memorizarlo y para establecer
una relación afectiva con los datos que llegan a mí.
Muchas
de las anécdotas que cuento tienen ápices divertidos y algunos hasta
surrealistas; me parecía que eso se tenía que transmitir en la escritura y con
las palabras que usara.
Me
río mucho de mí, por supuesto, porque es algo que yo hago con accidentes y vivencias
que me pasan con la gente que me ha rodeado, que me ha aportado cosas buenas y
malas, y que ha hecho de mí lo que soy.
Creo
que al dar ejemplo de algunas cosas que me han pasado puedo también sentir la
libertad para hacer un acto de memoria y poder establecer conexiones con las
palabras. Se trataba de llamar la atención en el hecho de que las palabras
tienen vida propia y que nosotros les podemos dar matices para que nos
acompañen en nuestra vida; no que son meros trazos y cosas que se pronuncian al
azar, sino que seamos más conscientes, más precisos, más cuidadosos a la hora
de elegir y observar las palabras. A lo mejor no necesitamos utilizarlas, pero
sí por lo menos darles un cariz, un momento, una situación, un reposo, porque
me parece que el que hayan llegado hasta nuestros días es muy meritorio.
Entonces,
¿por qué no dedicarles un poquito de tiempo?
AR: En el libro se trata también la
glosofobia y cómo encontraron el nombre para La dichosa palabra. También se refiere a su experiencia como
editora y su trabajo con diccionarios. ¿Cómo le sirvieron esas experiencias
para este libro?
LGA:
Soy muy exigente. Me gusta que haya un initio
que provoque que sigas leyendo; un desarrollo en el texto que te permita añadir
algo a tu vida y tu conocimiento, es decir, datos, pero no uno tras otro como
en una lista, sino enlazándolos de tal manera que llegues al ¡ahhhh!… Quiero
provocar ahes en el lector. Y luego un cierre que te deje con una sonrisa, pero
sobre todo que te provoque hacer algo después, que implique investigar, pensar,
reflexionar, y dárselo a contar a alguien.
Me
gusta esa manera de terminar: con un guiño, con una provocación o con una
invitación para seguir hablando de palabras.
En
algunos casos he sido un dolor de muelas para los editores de Destino, porque
al ser yo editora quería editar un poco mis textos; pero es muy difícil hacerlo
con uno mismo, pese a que hay que aceptar la visión de otro aun cuando tienes
tan claro lo que quieres comunicar. Al final, sobre todo cuando me dieron las
pruebas, pasamos un día entero en mi casa el ilustrador, el editor y yo
negociando qué cosas tenían que ir. El editor tenía que hacer como de policía
malo y decir “este es el espacio y el tiempo que tenemos; esto es lo que
queremos, esta es nuestra experiencia y sabemos lo que funciona”. Así, ahora
agradezco muchísimo que ellos hayan cambiado el título, porque yo tenía unos
muy ñoños, como “palabras que no sabías que sabías”, “palabras que necesitas
saber”, “palabras invisibles” y “avistamiento de palabras”. Creo que Funderelele es un gran acierto. Me daba
mucho miedo que la gente no pudiera recordar esa palabra para pedir el libro a
la hora de comprarlo, pero al final se ha convertido en la abanderada de todas
esas palabras y la justificación de por qué quiero que lo leas.
Entonces
me pareció que mi experiencia me servía para bien y para mal; es una
deformación profesional que a uno le hace ser más exigente y, a la vez, más
cuidadoso. Creo que se hizo un gran equipo con Emanuel Peña, con quien ya había
trabajado mi primer libro, Enredados,
y habíamos hecho una muy buena mancuerna. Me encantó cómo todo lo que él había
aportado a ese libro, ya que yo no había podido dar con palabras y él lo
completó maravillosamente con ilustraciones, y pienso que aquí lo vuelve a
hacer. Además de ser un editor maravilloso, es muy cuidadoso, muy atento, muy
apapachador. Ha sido mi editor en los dos libros, y me parecía muy curioso el
triángulo que establecimos y que lo que hizo fue querernos más al final.
AR: Al principio da cuenta de un
fenómeno muy extendido: sólo usamos alrededor de 300 palabras para nuestra
comunicación diaria, mientras que un 99.99 por ciento del vocabulario se queda
en el diccionario. ¿Cómo explica este fenómeno?
LGA:
Nos hemos vuelto flojos y distraídos (ahora hay muchas más distracciones a
nuestro alrededor), y no tomamos el tiempo para pararnos a pensar en cómo se
dicen las cosas.
Twitter,
por ejemplo, nos ha hecho ser muy sintéticos, lo cual está muy bien, pero sin
olvidar otros ejercicios de redacción, de reflexión, de explayarnos con las
palabras. Siento que ahora, en lugar de añadir esas herramientas que surgen, que
son muy útiles y poderosas, lo que hacemos es imponerlas, con lo que se están
eliminando maneras de comunicarnos.
Siento
que algo que puede venir a ayudarnos para sumar, lo que está haciendo es restar.
Me da un poco de tristeza porque si bien creo que nuestro vocabulario pasivo
(es decir, el que reconocemos pero no utilizamos en nuestra comunicación
diaria) es más amplio que esas 300 palabras, se queda ahí nada más. Corremos el
riesgo de que desaparezca de nuestra mente. Yo soy de la idea de que las
palabras que usas te ayudan a definir tu mundo; entonces, si reduces tu
vocabulario, también lo haces con tu mundo.
Este
libro también me parece importante para definir una serie de conceptos, porque en
lugar de usar palabras porque no las conocemos, lo que hacemos es usar
definiciones. Ahora que estamos tan obsesionados con economizar en el lenguaje,
¿por qué usar cuchara en la que se sirven helados en lugar de funderelele? Son
mucho menos letras y es algo mucho más preciso. Ahí me parece que hay una
paradoja y una contradicción que quería señalar con este libro: si tanto te
preocupa usar pocas palabras, ¿por qué no usas las que son? Y éstas no están
siendo sustituidas por el inglés: no hay palabra inglesa que designe
funderelele…
AR: Dice que no está en los
diccionarios…
LGA:
No está, y estamos en la lucha para que esté. Creo que no está porque también
hay un vacío: no sabemos de dónde surgió y no hay manera de registrar su origen.
Pero hay un montón de palabras que en el diccionario están como de origen
incierto. ¿Por qué no añadir esta en este mundo donde nos cuesta tanto inventar
palabras tan ricas en cuanto a sonoridad y vistosidad?
AR: También dice que algunas
palabras le llegaron por Twitter, “campo fértil, de batalla, magnético y
semántico”. En un texto dice que el idioma se democratizó “porque la red es
donde más se comparten ahora las palabras”. ¿Cuáles son las venturas y las
desventuras del idioma en las redes sociales?
LGA:
En mi libro Enredados hago un ensayo
sobre eso, y lo que digo es que las redes sociales han permitido que la gente
lea y escriba más. Se está escribiendo más que nunca; el problema es que
estamos utilizando las mismas palabras para hacerlo, y nos quedamos con ellas.
Se está jugando mucho con el lenguaje: a mí me llaman mucho la atención la
manera que tenemos de comunicarnos con gente con la que de otra manera no
podríamos hacerlo, a veces efectiva y otras no, y su evolución. Hemos pisado el
acelerador y el idioma está extendiéndose y evolucionando mucho más de prisa
que antes, y esto tiene consecuencias. Todavía no sabemos cuáles, pero las
redes sociales son responsables de ello.
Lo
que digo es que no todo en las redes es malo; pongamos más el foco en lo bueno
y hagamos un equilibrio. Tampoco quiero ser la madre Teresa de Calcuta diciendo
que todo es bueno, pero hagamos un equilibrio. Siento que las redes sociales
tienen una manera muy buena de ayudarnos en eso.
AR: En su texto sobre la tija y las
bicicletas dice: “Podríamos aprovechar esta ocasión para que los ciudadanos
usen un vocabulario más rico y preciso. Tenemos un gran reto”. ¿Cómo
enfrentarlo?
LGA:
Bueno, Funderelele es mi idea para
aportar ese granito de arena con el que creo que tenemos que contribuir cada
uno. Yo puedo decir muchas cosas, pero si uno no quiere escuchar o no las
quiere poner en práctica, de nada sirve.
Yo
siempre he defendido que hay que ser mucho más responsables, prudentes y
conscientes del lenguaje, de las palabras que utilizamos porque son las que nos
definen. Si quieres dar una imagen de ti no sólo cuides cómo te vistes, cómo te
peinas, a qué hueles, sino a cómo te expresas, porque eso es lo que la gente va
a recibir de ti.
Con
Funderelele busco demostrarle a la
gente que las palabras no solamente están en los libros y en las escuelas, sino
que están continuamente en todas partes y nos rodean.
Entonces
nada más estar más despiertos, más atentos, más observadores para descubrir y
sorprendernos con una palabra, y añadirla si quieres. Yo lo que doy son nada
más ejemplos y muestro que continuamente están ahí.
Entonces
este es mi granito de arena, aparte de toda la labor que evidentemente hago al
hablar de los libros y las palabras que me gustan. Todo lo que hago trato de
verterlo siempre hacia ese lado, y claramente Funderelele es una de esas propuestas.
*Una versión más corta de esta entrevista
fue publicada en Este País, 30 de
abril de 2019.
1 comentario:
Agradezco a Ariel su entrevista. Me interesó el libro y lo compraré. Conozco a Laura García nada más por "La dichosa palabra" y me gustan sus intervenciones, siempre claras y eruditas. No tenía conocimiento del libro. Gracias. Carlos Manuel Valdés.
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