Las aguas negras de los feminicidios
Entrevista con Lydiette Carrión*
Ariel
Ruiz Mondragón
“México
está sumido en la desmemoria. ¿Seremos capaces de hallar lo que necesitamos
recordar?”, escribe Lydiette Carrión en su libro La fosa de agua. Desapariciones y feminicidios en el Río de los
Remedios (Debate, 2018), un vasto reportaje en el que relata una decena de
casos, ocurridos entre 2012 y 2014, de adolescentes que fueron desaparecidas y
asesinadas en la zona de Los Héroes Tecámac y Ecatepec, Estado de México.
En
el texto la periodista no sólo relata los crímenes cometidos, especial pero no
únicamente, por una banda de adolescentes encabezada por un joven de 20 años,
sino toda una geografía del terror en la que casi se han normalizado diversos
abusos contra las mujeres, especialmente el más grave: el feminicidio. Esto
ocurre en un marco social muy desfavorable y en un contexto institucional que
favorece la indolencia, la injusticia e incluso la complicidad de las
autoridades con los delincuentes (si no es que ellas mismas lo son).
Lo
anterior ha obligado a los padres de las víctimas a desesperantes, angustiosas,
largas y exasperantes luchas por aclarar las desapariciones y los homicidios de
sus hijas, lo cual en varios casos han obtenido gracias, en buena medida, a sus
propias investigaciones en un trajín dramático y peligroso.
Sobre
este trabajo periodístico conversamos con la autora, quien es licenciada en
Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de
la UNAM y con estudios en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de
Escritores de México, de la que ha sido profesora. Ha colaborado en diversos
medios, como Newsweek en español, El Universal, Replicante, El Gráfico, Pie
de Página, Milenio, M Semanal y Día Siete. Ganó el Premio Género y Justicia, que otorga la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, en la categoría de reportaje escrito.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro
como el tuyo?
Lydiette Carrión (LC):
Es una historia a la que le di seguimiento durante varios años, hasta que
necesité ponerle un final. Traté de entender qué es lo que estaba pasando, porque
no es nada más el rollo de contar historias desarticuladas, sino que es la
historia de un horizonte temporal y geográfico, y hay indicios de que los casos
pudieran estar conectados. Así es que las historias no son aleatorias ni mucho
menos.
La
idea era tratar de explorar qué es lo que estaba pasando allí.
AR: ¿Por qué ese lugar? En México
hay otros donde hay muchos feminicidios, como Ciudad Juárez. ¿Por qué abordar
esta zona de Ecatepec, Los Héroes Tecámac y Jardines de Morelos?
LC:
Porque durante seis años estuve cubriendo historias de violencia de género, tanto
de desapariciones como de feminicidios, y esa zona brincó más que ninguna otra
en el área metropolitana. No fue porque no ocurrieran en otros lados, sino
porque allí había una concentración muy grande de casos y había indicios de estaban
conectados.
Lo
que quise fue tratar de buscar, indagar y comprender un poco qué es lo que estaba
pasando allí.
Es
exactamente una frontera: por un lado está el Río de los Remedios y por el otro
el cerro de Chiconautla, y serpentea los límites entre Ecatepec y Tecámac. En el
primer municipio hay alerta de género y, si no mal recuerdo, es el más poblado
del país. Es muy complejo: tiene altos niveles de marginación y de violencia,
con problemas estructurales muy específicos vinculados con el área conurbada de
Ciudad de México.
Tecámac,
hasta los años noventa, tenía una imagen más cercana a lo rural que a lo que
era Ecatepec. La zona de Los Héroes Tecámac alguna vez perteneció a este
municipio, lo que pocos saben. Desde los años ochenta hubo una discusión de en
qué municipio se iba a quedar. Tras hablar con varias personas, me dio la
impresión de que esto tiene que ver la construcción: si pertenecía a Tecámac
era más fácil sortear algunos requisitos para crear fraccionamientos de mucha
densidad poblacional, de materiales muy baratos, etcétera.
Entonces
Los Héroes Tecámac es una zona donde se construyó y se pobló de una manera
voraz en 10 años.
Por
el otro lado, en Ecatepec, Jardines de Morelos fue una especie de conjuntos de
fraccionamientos que se planearon para una capa media, pero que se fue yendo
hacia abajo porque está rodeado por lugares de alta marginación: el cerro de
Chiconautla, que está lleno de paracaidistas y que, además, es puerta de
entrada para un tercer municipio. Eso lo vuelve un lugar muy interesante.
A
esto se suma una serie de problemas de la Ciudad de México como zona conurbada:
falta de coordinación administrativa, por ejemplo. Otro asunto que la hace de
interés: es cruzada por carreteras: la libre a Pachuca, donde se vuelve un
corredor industrial importante; por otro lado está la de Texcoco, una zona
donde se han registrado varios casos de secuestro, de desapariciones e incluso
trata de personas.
Todo
eso se suma para hacerlo un lugar muy complejo.
AR: ¿Quiénes viven allí? En el
libro refieres que son migrantes provenientes de barrios bravos de la Ciudad de
México, policías municipales…
LC:
Por alguna razón Tecámac tiene mucha población de policías. Pero vive el sector
urbano popular, capas medias bajas; aunque no todos son pobres, la geografía de
la zona hace que tengan poco acceso a una vida de buena calidad porque no hay
ningún acceso a la justicia ni a la cultura ni a nada de eso.
Por
alguna razón policías compraron en Los Héroes Tecámac, y Jardines de Morelos
fue un fraccionamiento que se fue llenando de pequeñas vecindades.
Además,
toda el área conurbada del oriente rumbo al norte también tiene influencia del
crimen organizado, de los cárteles.
AR: Comentas que ha entrado La
Familia Michoacana, que las pandillas del lugar se sofisticaron aún más con la
llegada del crimen organizado, e incluso en uno de los casos que narras una
chica llegó a vender droga.
LC:
En México tenemos la idea de que cuando hablamos de crimen organizado sólo se
trata de narcotráfico o que es su fuente principal de ingresos; sin embargo, creo
que su principal entrada es el derecho de piso: cuando una zona es dominada por
la delincuencia organizada, el que vende tortillas tiene que pagar una lana y los
chavitos de la secundaria ya son gobernados por otro tipo de fuerzas, por
ejemplo. No sólo es narcotráfico, sino secuestro, extorsión, cobro de derecho
de piso, trata de personas y toda una serie de asuntos.
Hay
crimen organizado en la zona, y además no hay procuración de justicia: la
población está a expensas de los delincuentes porque las autoridades han estado
trabajando para ambos lados desde hace mucho tiempo. A esto se añaden cuestiones
como las carreteras, la falta de ley y los asentamientos irregulares.
Lo
que trato de aclarar en el caso de Bianca (el primero que presento en el libro)
es que llevaba un mes vendiendo mariguana, y yo no la pondría dentro del
crimen. Una parte de la intención del libro es limpiarla un poco porque, además,
sus asesinos fueron los que dijeron todo lo malo de ella; en un contexto
patriarcal y misógino, pesa más lo que dijeron ellos que lo que dijeron sus
amigas, como una de ellas (de quien tuve que guardar su nombre porque los
asesinos de Bianca la conocen) que me decía que era una chavita muy buena onda,
con problemas (como muchas adolescentes) que accedió a vender mariguana. Lo
hizo un mes y la mataron. Cuando interrogaron a los chavos de la banda, también
dijeron que había sido la novia de uno de ellos.
Lo
que estoy tratando de decir es que nos quedamos con lo que dicen sus asesinos.
Por eso, antes de escuchar todo lo que le hicieron a Bianca, insisto en poner
la versión de su amiga. Si uno va escarbándole más, resulta que uno de los
asesinos había estado insistiendo en salir con ella desde años atrás, y es el
mismo que dice que era una puta, que vendía droga, que se acostaba con todos.
Entonces
también es un intento de entender cómo funcionan estas prácticas patriarcales, incluso
cuando sus asesinos eran chavos de 15 años cuando lo hicieron…
AR: Uno de ellos, el Mili, era un poco mayor…
LC:
Tenía 20 años cuando mataron a Bianca. Otro asunto que trato de narrar es que
ellos mencionan a varios policías, quienes eran los personajes que estaban más
vinculados al crimen organizado, pero las investigaciones jamás llegan por allí.
Se quedan los menores como la banda de feminicidas seriales y no se logra explorar
qué hay detrás.
AR: ¿Por qué se ceban sobre estas
chicas adolescentes? Los casos que abordas son de edades de 13 a 18 años
(aunque citas por allí el caso de una de 26).
LC:
Hay varias teorías que van más del lado sociológico, antropológico. Blanche
Petrich (quien me hizo el prólogo) cita a Rita Laura Segato acerca de cómo, al
cometer un crimen contra una mujer, estos ritos de iniciación de la delincuencia
organizada son una forma de sellar pactos. Esto me recuerda un tema muy viejo:
en Los demonios, Dostoievski narra
cómo, al cometer un crimen en grupo, se sellan pactos de complicidad. No es
algo nuevo sino que se sabe desde hace mucho tiempo (por eso me encanta el
escritor ruso: conoce muy bien el alma humana).
En
este caso, esos pactos de impunidad y de complicidad para el crimen organizado
se ceban en un grupo de mujeres muy jóvenes, niñas y adolescentes que esta
sociedad ha considerado desechables. No son niñas con grandes recursos
económicos y son el eslabón más frágil de esta construcción social.
AR: Dice uno de los policías: “No
quiero entrar a destapar la cloaca porque nos podemos caer allí”. Es el caso de
varios policías relacionados con estos crímenes, como se aprecia en el libro. Otra
vertiente es que el joven jefe de la pequeña banda de feminicidas es un militar
en activo. ¿Qué pasa con la policía? Se aprecia un desdén y hasta complicidad,
por lo que los padres de las víctimas son quienes tienen que investigar.
LC:
No logro establecer dónde termina la ineptitud, la indiferencia, la negligencia
y la falta de capacitación, y dónde empieza la corrupción. Lo que está claro es
que quienes investigan son los padres.
En
el primer caso, a partir de Francisco Matadamas queda claro que su madre, al
conocer a todos los policías del lugar, protege a su hijo. Tiene conexiones con
varios de ellos que tenían que ver con las autoridades locales municipales e
incluso con la Judicial estatal. No se puede explicar que haya este nivel de
impunidad si un sector de la policía no está corrompido y coludido con el
crimen organizado.
AR: Para volver a los jóvenes que
participaron en los hechos: el líder tenía 20 años, y los demás alrededor de
15. ¿Por qué cometieron estos delitos? En el libro citas a alguien que te dijo
que se trata de la cultura misógina, del patriarcado, de una reivindicación de
la masculinidad. ¿Qué explicación le das tú?
LC:
En otros texto que hice para Entre las
cenizas, de 2012, fui a Monterrey a platicar con varios personajes que
trataban de rescatar a adolescentes y a niños del crimen organizado. Uno de los
que me pareció más lúcido es un personaje que se llama Rodrigo Montelongo, que
vivía en Saltillo, un ser de luz que entonces llevaba 15 años trabajando con jóvenes
de los sectores urbanos populares. Él me contó asuntos terribles: cómo los
jóvenes hacían su transición al crimen organizado y sus vínculos con los
cárteles como los Zetas. Me platicaba
cómo uno de los chavos le contó que iba a ser sicario, cómo iba a tener lana y
chavas. Y para ellos, que no tienen nada en la vida, que están castrados no
nada más desde el punto de vista económico sino de que no hay esperanzas,
sueños ni posibilidad de hacerse de un proyecto de vida porque toda la sociedad
les está diciendo que son basura, lo más atractivo es traer un arma, un poquito
de lana y de droga en la bolsa para poder ser alguien en su comunidad.
En
aquel entonces este chavo le contó a Rodrigo cómo él y otros levantaron a un
tipo al que tenían que matar, y cómo le tocó ver que lo asesinaran y lo fueran
a tirar en una zanja; el jefe, que había sido militar, le abrió la entrañas al muerto,
y le dijo al chavo que metiera sus manos y se las llenara de sangre. Tuvo que introducirlas
en el cuerpo caliente del recién asesinado, y una vez llenas de sangre, el jefe
le dijo: “No te puedes limpiar”. Se subieron en la camioneta y llegaron a un dinner sobre la carretera, y le ordenó:
“Ahora vamos a comer, y no te puedes limpiar las manos”. Se lo permitió hasta después
de comer.
Hay
todo un proceso de desensibilización en el reclutamiento de adolescentes y
jóvenes. Por eso insisto en qué pasa con los que están atrás de ello. Estos
chavos sí son unos asesinos, pero hay toda una cultura que forma a estos chavos
y que los atrae para otro tipo de fines.
AR: Hablemos del impacto en las
familias. De ellas cuentas que se han tenido que ir de sus casas y buscar
refugio en otros lugares, de luchar solas con la desesperación de no encontrar
a sus familiares ni vivas ni muertas, y cuando las encuentran las tienen que
reconocer hechas pedazos.
LC:
Los crímenes les dejan un hoyo negro, y no sólo a los padres, que son quienes
más lo resienten, sino también a la gente que las quería, estimaba o se
vinculada con la joven desaparecida o muerta.
Cada
desaparición y cada asesinato contribuyen a desgarrar el tejido social. Son
heridas muy grandes y profundas, y no hay un momento en que regresen a la
normalidad.
AR: Hubo organizaciones civiles que
intervinieron en estos asuntos. ¿Cómo han funcionado en estos casos?
LC:
Casi todas lo que tratan es de gestionar y de agilizar partes de la
investigación. Funcionan al reclamar mesas de trabajo para que las autoridades
hagan caso a las familias de desaparecidos. La Asociación Mexicana de Niños
Robados y Desaparecidos A. C. (AMNRDAC) hace lo mismo.
Pero
de inicio esto no tendría que ocurrir: las víctimas no tendrían que unirse a
una asociación para que les hicieran caso. Desde allí, está mal. La AMNRDAC ha
ayudado en muchos casos; como todas las asociaciones, tiene la realiza
gestiones, hace lobby. Pero, insisto,
no tendría que ser así.
Eso
no es culpa de las asociaciones sino de un sistema totalmente ineficaz; ellas
entran al quite, a rellenar la brecha entre lo que pasa y las autoridades, lo
que da lugar a una serie de enrarecimientos muy difíciles de brincar.
AR: ¿Cuál ha sido la reacción
social a estos repetidos crímenes? Por ejemplo, citas un intento de
linchamiento, o que en Argentina por un solo caso similar a los que reportas
hubo grandes manifestaciones.
LC:
De repente hay indignación, en otro momento hay adormecimiento e incluso hay una
especie de terapia de shock. Como el
país está en un conflicto muy grave, en una crisis de derechos humanos y de
violencia, jamás reconocida por ninguna autoridad, la población pasa del
adormecimiento al shock y al “vamos a
protegernos todos”.
Hace
poco fui a Los Héroes Tecámac, y es increíble la cantidad de lonas que se han
puesto: “Rata, si te agarramos te vamos a linchar”. Hay muchísimos
departamentos en venta, lo cual muestra una situación de zozobra y de abandono.
La
población navega entre esta necesidad de protegerse, hasta de querer tomar
justicia por propia mano y de defenderse activamente con armas, a un
adormecimiento aterrador.
AR: ¿Y la reacción política?
Cuentas, por ejemplo, el caso de un diputado del PRD que llegó a abordar el
asunto. ¿Ha habido propuestas de candidatos, de partidos, sobre leyes y
políticas públicas?
LC:
Del lado del PRI siempre se dice que es golpeteo político, y del lado de la
oposición se habla de que a los priistas les vale, lo que es realidad. Hasta
donde me quedé, en 2014 no había ningún plan municipal para atajar este
problema, y sólo había un discurso político pero no en verdadero análisis y
diagnóstico.
Desde
Toluca y desde instancias federales ven a la zona como espacio de población que
sobra. Entonces nadie va a acercarse a resolver el problema. Además, no creo
que ni siquiera se trate de meter más policías, aunque obviamente se requiere
sanear y eliminar su corrupción y su colusión. Pero la solución pasa por
resarcir el tejido social, que está totalmente rasgado.
AR: Para realizar este trabajo
tuviste que hablar con familiares y amigos de las chicas desaparecidas y
asesinadas, con policías, con abogados. ¿Cuáles fueron los principales problemas
que tuviste al hacer esta investigación?
LC:
Lo que más me costó trabajo fue conciliar las distintas versiones en un
discurso coherente. No es que tuviera que acomodar la realidad porque no se
trata de esto, pero sí había intereses contrarios. Yo no me he encontrado (a lo
mejor me equivoco) con muchos reportajes que entrevisten a las distintas partes,
y para mí fue muy difícil conciliarlas. Mi postura y mi compromiso fue siempre
con las víctimas, pero aun entre ellas hay distintos puntos de vista que no
siempre coinciden.
Yo
no puedo tomar partido porque en estos años he aprendido que cuando uno está
trabajando estos temas, cualquier pequeña crisis se vuelve un asunto
insalvable. Me ha tocado ver cómo madres que han trabajado juntas durante años,
que empezaron en el camino de búsqueda y del activismo, de repente se rompen y
se van para otro lado. Un pequeño detalle puede destruir completamente la
confianza. Por supuesto, a mí me ha tocado que he publicado algo, y que una
persona que me dio entrevista lea algo que no le gustó y corta conmigo para
siempre.
Ese
mismo fenómeno ocurre en todos estos grupos, no porque una madre sea mala y
otra la buena, sino porque son temas muy difíciles de digerir, en los que tu
corazón está siempre a flor de piel. Es impresionante cómo un detalle puede
herir la susceptibilidad de alguien de manera tan brutal, pero es porque es un
tema terrible, porque son mujeres que han tenido que enterrar a sus hijas, luchar
por rescatar su honor (en este sentido patriarcal), que han tenido que ver las
fotografías de los restos, saber de qué manera las agredieron, las violaron…
Entonces cualquier asunto se vuelve muy difícil.
Tratar
de narrar estas historias en conjunto fue muy complicado. Es de lo más difícil
que me ha tocado hacer en el periodismo. Al final estaba hasta (no sé si sea la
palabra) arrepentida… Superfácil contar historias, irte con la única versión de
alguien, y entonces, claro, eres el héroe de todos (risas). Acá no: por
ejemplo, dije: “¿Para qué entrevisto al abogado del Mili?”. Pues porque es periodismo, es una investigación.
Para
mí una decisión que me atormentó mucho fue entrevistar o no al abogado del Mili, porque hay temas que dices “híjole”.
Me dijo: “Estamos denunciando por tortura y hay pruebas sembradas”. Cuando
llegué a ese punto lo platiqué con varias amigas periodistas, que me dijeron: “Estás
en todo el derecho de narrar esto, y ponerlo muy claro desde la voz de las
madres, eliminar esa entrevista y sin broncas”. Pero dentro de cinco o 10 años,
cuando se haga una investigación, yo sé desde ahorita ese tipo es culpable.
Sería
muy fácil también ponerme de parte del abogado y decir este discurso de los
derechos humanos que se hizo, por ejemplo, con el caso de Florence Cassez y en
otros. Yo leí completo el expediente de Cassez, y dije: “Esta mujer es
culpable”. Al segundo día la mamá del niño dijo: “Me violaron”. Empiezas a leer
las notas al inicio, cuando los propios papás de Florence dijeron de ella y su
novio: “Creímos que iba a haber boda, se amaban y se adoraban”, y cinco años
después ya estaban diciendo “no, ya habían terminado”. Pero alguien como yo,
que tiene una compulsión por leer todo lo que me llama la atención, necesita poner
todas las piezas del rompecabezas, y con tantitas ganas sabría que claro que esta
mujer, que tal vez no era la que cortaba los dedos, conocía a qué se dedicaba
su pareja, y claro que no habían terminado.
Entonces,
es muy fácil retomar un caso cinco años después y decir: violaron sus derechos.
Eso es lo que más trabajo me costó: saber por lo que pasó la mamá, la manera en
que torturaron y mataron a su niña de 14 años, cómo investigó, y cómo dentro
del proceso, justo cuando está en la fiscalía, hay elementos que afectan
terriblemente la investigación, como para que, tal vez en un par de años, un
juez o la Suprema Corte digan “se violaron los derechos de este señor”.
AR: Eso es muy interesante: la
fiscalía actúa mal, el abogado dice que va a alegar el debido proceso y las
madres dicen que esto de los derechos humanos es para defender a los
delincuentes. ¿Cómo ves este asunto?
LC:
Yo soy proderechos humanos, pero también sé que un tipo es un asesino. Por eso
creo que el tema es que las autoridades hicieron una investigación con las
patas. A mí me llama mucho la atención que no investigan ni detienen a varios
policías involucrados y que están perfectamente identificados.
Eso
es un drama y es la parte más complicada; sería muy fácil hacer el discurso de
los derechohumaneros que celebraron
la liberación de Cassez. Pues claro que está bien que se hable de los derechos,
pero si no se sanea la procuración de justicia no es posible hacer
investigaciones robustas y objetivas. Hay un sistema de incompetencia digno de
Kafka: cómo traen a las mamás de una fiscalía a otra, para arriba y para abajo,
y ahora nos vamos a nivel federal, luego al local, con cambios de mesa, y todo
es una carpeta, hojas, folios, oficios… Es horrible.
Cuando
las madres (porque no son las autoridades) encuentran un hilo conductor y se
dan cuenta de qué pasó, finalmente les dicen: “Es que violaron sus derechos
humanos”. Para ellas es como para decir “no frieguen”.
AR: ¿Hoy cómo están estos casos?
Mencionas, por ejemplo, que el Mili
estaba alegando el debido proceso para su liberación, que hay un chico que está
prófugo…
LC:
Ahora ya salieron otros dos, y nada más queda uno preso.
AR: Pero hablas de otras bandas.
Dices que después de que encerraron a la banda del Mili siguió el fenómeno de los feminicidios.
LC:
Por lo que está ocurriendo allí, hay elementos para desarticular una banda más,
pero honestamente no creo que las autoridades lo hagan. Esto es muy triste
porque va a seguir desapareciendo muchachas.
AR: La respuesta social tan débil
que ha habido para casos como los que relatas en el libro, ¿qué dice de
nosotros como sociedad?
LC:
Pues que, por un lado, estamos con que esto no se puede cambiar. Pero sí se
puede cambiar. Lo que yo creo es que hay es desesperanza e, insisto, como este
estado de shock permanente y cierto
regodeo por lo que en lo que nos hemos convertido. Esto es muy grave, pero yo
siempre apuesto porque sí se pueden transformar las cosas.
AR: ¿Qué riesgos enfrentaste al
hacer este trabajo?
LC:
Siempre me sentí buceando en un canal de aguas negras, en el Río de los Remedios,
donde nunca sabes muy bien qué estás viendo de frente y qué estás pisando. También
entendí que no podía publicar todo lo que encontré porque no sabía en qué
momento podía poner en riesgo a una familia, a una muchacha (cuando menos cinco
adolescentes desaparecieron y pueden estar vivas) o a mí misma.
Esa
parte también fue difícil y entré en mucha paranoia. Pero traté de ser lo más
profesional posible.
AR: Usas una frase de Juan Gelman
como epígrafe: “Lo contrario del olvido no es la memoria sino la verdad”. ¿Cómo
te ha afectado personalmente la búsqueda de la verdad?
LC:
Dejé mi salud mental en el camino. Me entró una depresión muy grande, y por eso
también quise renunciar. Es algo muy difícil, muy duro, muy doloroso, que te
deja llena de paranoia. Y fue la necesidad de tener la investigación y la
cobertura de estos temas.
AR: ¿En dónde ves la esperanza de
que la situación que describes cambie?
LC:
En las mamás y en la comunidad. En ellas por su valor, su persistencia, por el
amor que muestran. Su valor va asido del amor: a sus hijas, a sus familias, a
la vida. Representan lo contrario a los asesinos; son esplendorosas, aun en los
momentos en que ellas irremediablemente caen en la depresión y en las ganas de
tirarlo todo, pero continúan.
Si
ellas no se rinden y no se han rendido, ¿por qué nos vamos a rendir nosotros? La
sociedad lo puede hacer.
*Entrevista publicada en Replicante, 27 de abril de 2019.
1 comentario:
Qué desgarrador panorama. No se ve por dónde reconstruir una sociedad tan enferma. Me queda claro que la delincuencia va a segir existiendo, si no fuera así, no habría necesidad de leyes para sancionarla. Pero estos grados a los que se ha llegado son inconcebibles. Qué desesperación.
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