El
sueño de la ciencia
Entrevista
con José Gordon y Micro*
Ariel Ruiz
Mondragón
Debido al relevante
papel que tiene la ciencia en el mundo actual y que se expresa de distintas
maneras en la vida cotidiana, es necesario buscar formas creativas para acercarla
a amplios grupos sociales y así despertar el interés y facilitar su
entendimiento.
Eso es lo que pretenden
José Gordon y Ricardo García Fuentes Micro
con su libro La oveja eléctrica y la
memoria del Universo, (México, Sexto Pisdo, 2013), una historieta situada
en la Ciudad de México en la que un par de niños, con auxilio de científicos,
libran una encarnizada batalla contra el virus de la ignorancia. Finalmente, al
utilizar recursos como la literatura, el cine y el humor resultaran vencedores.
Sobre esa historieta
conversamos con los autores. José Gordon (Ciudad de México, 1953) ha sido
novelista, guionista, traductor, periodista cultural y conductor de televisión.
Ha colaborado en publicaciones como la Revista
de la Universidad de México, La
Jornada, Reforma, Muy Interesante y Siempre!; en televisión ha sido conductor de los programas Noticiero Cultural 9:30, Luz Verde y La oveja eléctrica, de Canal 22, además de que creó las cápsulas
televisivas Imaginantes, las que
fueron premiadas en el New York Film Festival.
Por su parte, Ricardo
García Fuentes Micro (Ciudad de
México, 1971) es dibujante e ilustrador. Ha trabajado en las revistas Universo Big Bang y Mad, así como para DC Comics. Es autor de la novela gráfica Micro, el niño milagro y coautor del
libro ¡Corre, democracia, corre!
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué hoy publicar un libro como el suyo, de divulgación de la
ciencia y dirigido a niños?
José
Gordon (JG): El ver que la ciencia forma parte del discurso
popular, de nuestro lenguaje, así como el darnos cuenta de que antes existía,
notoriamente, un divorcio entre lo que los libros y las películas reflejaban
sobre ciertos temas de la realidad, y que estos no incluían para nada a la
ciencia y a veces tampoco a la misma literatura —es decir, a personajes de
novela que son novelistas, porque los hay también—. Pero, sobre todo, la
carencia era notable en términos del discurso de ciencia planteándose como una
posibilidad de la existencia reflejada en los relatos.
A mí me parece que, sin
embargo, hemos visto últimamente cómo ha ido creciendo esta conciencia de que
los matemáticos, por ejemplo, pueden ser personajes de novela. Matt Damon actúa
en Mente indomable, en la que aparece
un matemático como personaje de la historia. En las series de televisión
empezamos también a ver cómo comienzan a empaparse de este discurso, en donde,
por ejemplo, en Los Simpson aparecen el
físico Stephen Hawking o Stephen Jay Gould.
De lo que estamos
dándonos cuenta es de que, de alguna manera, la imaginación de la ciencia tiene
que formar parte del discurso popular porque es fascinante. Yo comentaba que
Elena Poniatowska, en su libro Las
palabras del árbol, charla con Octavio Paz, quien le está planteando cómo
tiene un interés profundo en la ciencia, pero también curiosamente en la
cultura popular, porque luego le dice a Poniatowska: “¿Has visto Los Simpson? No sabes de lo que te
pierdes; debes verlos, nos retratan, son una maravilla”.
¿Qué es lo que están
retratando? Que en esos mundos de cultura popular aparece también la ciencia y
aparecen discursos que te invitan a seguir dialogando más allá del medio. Eso
es lo que queremos que sea esta historieta: un medio en el que estamos
relatando una historia en un México contemporáneo con un entorno
maravillosamente dibujado por Micro, de azoteas de Distrito Federal, en donde tenemos
las imágenes del Metro, de la UNAM, el Cinvestav y lo que estamos viendo en un
contexto cotidiano.
Podemos sumarnos a
estas aventuras, en las que se van reflejando esas historias que tienen que ver
con la ciencia y que realmente nos invitan a seguir dialogando fuera de la
historieta, con un maestro, con los amigos, con un libro, buscar más
información en internet y complementar un relato que no pretende en sí mismo
estar cerrado sino ser la puerta de entrada para continuar un diálogo.
No se trata de un
material estrictamente didáctico, ya que creo que entonces fallaríamos en lo
que es el propósito central, que es narrar una buena historia, fascinante y entretenida,
que tiene como uno de sus componentes esenciales ese deseo de conocer más que
yo sí he visto en niños, y de que se les respete la inteligencia que tienen para
que sepamos que pueden pensar en el Big Bang, en los misterios y asombros del
Universo.
Ricardo
García Fuentes Micro (RGF):
Creo que es una necesidad generacional: existe siempre la necesidad de tener
este tipo de productos, pero cada generación debe tener sus propias
herramientas. Yo puedo decirte que mi acercamiento a la cultura siempre fue a
través de la cultura popular.
Creo que no habría
manera de que yo, niño de los años setenta, me hubiera enterado de que hubiera
algo como la Rapsodia húngara si no
hubiera sido a través de las caricaturas de Bugs Bunny, o no hubiera aprendido
acerca de personajes de la historia si no es a través de Sherman y el Sr.
Peabody. Desafortunadamente esos personajes están un poco rebasados por la
modernidad y por los cambios que ha habido, y entonces tenemos que pensar que
hay que ofrecer a la generación nueva productos que estén más adecuados a las
tecnologías que están ocupándose ahora, y que sirvan de la misma manera, como
con Bugs Bunny y la Rapsodia húngara,
para que ellos, al adquirir este libro, tengan esa chispa que los lleve a
tratar de entender qué es un colisionador de hadrones, una neurona espejo y
otros temas que tocamos en el libro.
AR:
Se mencionó el respeto a la inteligencia de los niños; en ese sentido, ¿cuáles
fueron los principales retos y problemas que enfrentaron para hacer este
trabajo de divulgación científica dirigido a los infantes, e incluso a los
adultos?
JG:
Ese es un tema que me ocupa no tan sólo en una historieta sino en un medio de
comunicación público como la televisión, en el que, semana tras semana ya
durante ocho años, hemos estado haciendo el programa de ciencia y pensamiento
de Canal 22, que se llama La oveja
eléctrica, y en el que justamente la preocupación es cómo traducimos esas
historias. Creo que la clave es compenetrándote con ese mundo, estudiando, por
supuesto, el tema, y haciendo el trabajo que se tiene que hacer para
entrevistar y conversar con los grandes científicos. Estos son los primeros que
tienen deseos de traducir sus mundos si les planteas las preguntas apropiadas
que reflejan interés por su mundo, pero un interés genuino.
Muchas veces el
problema, lo sabemos bien, es que te acercas con un personaje de la ciencia y
le dices: “Oye, explícame de qué se trata tu numerito”, y pues al otro no le
van a dar ganas absolutamente de hacer nada ni de decir nada porque son
preguntas tan generales que podrían tomar unas seis horas para nada más tratar esa
pregunta; es decir, reflejan poco interés y atención en el mundo del otro.
Entonces creo que la
primera regla es que debemos tener un interés genuino por el mundo de la
ciencia y por los relatos que está contando. Si tenemos ese interés y nos
acercamos de manera humilde a hacer las preguntas que se tienen que hacer, la
experiencia es que los científicos de verdad quieren compartir sus
conocimientos, su imaginación para plantearte cómo resolvieron un problema que
parecía imposible de solucionar, y que de verdad buscaron y encontraron de
manera creativa ciertos ángulos hasta que de pronto se les abrió la famosa
sensación de ¡eureka!, y hubo un hallazgo. El investigar ese proceso creativo y
traducirlo no es tan difícil.
Cada medio requiere un
formato o un lenguaje específico, y en el caso de una historieta de este tipo,
que va para niños que tienen desde 10 años y hasta los 120 años y alrededores,
era no despreciar su inteligencia y tratar de ver cuáles eran los elementos
mínimos que deberían tener como referencia para que no nos perdiéramos tampoco
el relato de la historia que estamos contando, que es la de un combate de unos niños
contra el virus de la ignorancia.
Hoy en día tenemos una
memoria maravillosa en los medios de comunicación, en internet; el problema es
cómo discernir en esa memoria qué es lo valioso y qué no. El libro representa
una curaduría de unos cuantos elementos que creo que pueden ser interesantes
para atrapar la atención del muchacho, y además está narrada de la manera
visual espléndida en que lo hace Micro, y que entonces conecte, porque estoy
seguro y completamente convencido de que forma y contenido tienen que estar completamente
ligados.
En este sentido,
solamente te quiero decir que el trabajo de compenetración que hemos tenido
ahora es una de las cosas que más aprecio.
AR:
Micro, ¿qué problemas enfrentaste para hacer esa traducción en imágenes?
RGF:
Hay que tomar en cuenta que son temas bastante amplios y a veces hasta
abstractos que no tan fáciles de explicar; entonces el reto es encontrar la
metáfora correcta para poder plantear la situación.
Es el caso de pensar
que hay un montón de partículas corriendo a una velocidad increíble a través de
un túnel que tiene 27 kilómetros de diámetro, que chocan y a partir de esos
choques uno puede entender de qué se trata el Bosón de Higgs. El pensar esas
cosas y tratar de imaginarte esas partículas no es algo que se pueda compartir
fácilmente. Entonces es plantear con humor (que es una de las herramientas que usamos
mucho en este libro) que las partículas van corriendo, haciendo tiempo…
JG:
Corren a 11 mil 245 vueltas por segundo en 27 kilómetros, y entonces Micro les
pone una banda…
RGF:
Haciendo jogging…
JG:
Y tienen que mejorar su tiempo, lo que es fantástico.
RGF:
Y ya las vemos personalizadas y que vienen muy felices, pero de repente se dan
cuenta de que van a chocar unas con otras. Es eso: trasladar metáforas, que es
un lenguaje que nos ayuda mucho a tratar de descifrar todos estos temas.
JG:
En Big Bang Theory hay una metáfora
en términos de cómo el discurso de la ciencia puede entrar en lo popular. También
hay una metáfora de qué es lo que implica este choque en el átomo, que por
definición es lo indivisible: platico con el físico Gerardo Herrera, del
Cinvestav, que es uno de los grandes referentes de hacedores de ciencia en
México, y resulta que él me dice: “Lo que estamos haciendo es cascar el átomo”.
Entonces lo indivisible se vuelve divisible pero por unos fragmentos de
segundo, y se tiene que repetir esta historia una y otra vez para que estadísticamente
sea significativa y no sea una llamarada de petate lo que pescaste. Bueno, esa
repetición se llama Bosón de Higgs.
Entonces hay que encontrar
que a eso se le pueda dar una traducción; afortunadamente los científicos
tienen también una gran imaginación para plantearte metáforas si de veras hay
un interés genuino. Creo que eso es parte fundamental de todo este problema, y
te encuentras que de repente tienen una capacidad de narrativa maravillosa.
Por supuesto el
problema de la ciencia es que muchos de estos conceptos se manejan a través de
ecuaciones y categorías que son muy finas en esos términos. Pero ¿hacia dónde
apuntan esos conocimientos? Eso sí se puede, de alguna manera, narrar, y el que
tenga la vocación para hacer las matemáticas y para hacer el estudio que
implica ese rigor de sistematización de conocimiento en términos de
estadísticas, de planteamientos teóricos y de ciertas lógicas, lo va a hacer. Pero
eso no quiere decir que nosotros no podamos entender el impulso de la
investigación.
Yo suelo tener una
metáfora —justamente porque las metáforas abren mundos—: no se necesita ser
novelista para disfrutar de una buena novela, ese es el gran privilegio que
todos tenemos. Igualmente, no se necesita ser científico para disfrutar de los
relatos de la ciencia.
AR:
Al respecto: en el título y en varias partes del libro aparecen citados varios
literatos: Philip K. Dick, Jorge Hernández Campos, Jaime Sabines, Gabriel García
Márquez e incluso Francisco de Quevedo. ¿Cómo utilizar este recurso de hacer
referencias de los escritores para hablar de ciencia?
JG:
Precisamente para también mezclar el humor, que implica el darte cuenta de que,
de otra manera, con otro ángulo y con otra disciplina, también el poeta se
interesa en explorar. Cuando encuentras que una metáfora del mundo de la poesía
es interesante para iluminar una zona de investigación científica, hay guiños
de sonrisas. Yo creo que lo que debe despertar una historieta de este tipo es
la sonrisa de la inteligencia.
Justamente en ese nivel
fino de la sonrisa de la inteligencia nos damos cuenta de que no tan sólo se
revela el mundo a través de los experimentos de la ciencia sino a través de la
poesía y del lenguaje. El tener esta doble visión hace que no seamos como
caballos percherones: no nada más estamos viendo de una manera al mundo, y no
nos interesa ni queremos saber de los otros relatos.
Si te das cuenta, los
grandes científicos siempre tuvieron interés en el arte: es emblemática la
imagen de Einstein tocando el violín, aunque no lo hiciera muy bien; otra que
para mí también es representativa es la de Octavio Paz conversando con el
físico Marco Moshinsky después de sus reuniones en El Colegio Nacional, lo que
te habla de un interés de estos dos mundos porque son reveladores.
AR:
Micro, ¿cómo has visto reflejado el mundo de la ciencia en el ámbito de la
ilustración y de la historieta?
RGF:
Siempre hay una inquietud porque el ser humano es explorador. Yo veo en el
trabajo de muchos colegas no sólo historietistas sino escritores esa necesidad
de explorar, de expandir los límites. Hay compañeros que trabajan sobre todo
con la ficción, y ésta es como muy cómoda sobre todo porque nos permite
tomarnos licencias.
A lo que voy es que
dentro de esta comunidad me pasa a mí que cuando cuento una historia trato
siempre de apoyarme en hechos duros y factibles. Eso ya es como una manera de
tratar de divulgar ciertos temas; en mi novela del Niño milagro me apego
bastante a hechos reales y a situaciones que han ocurrido, y también de repente
le doy unos refilones a situaciones como de ciencia ficción, como con los anuladores
de neuronas o la genética.
Cuando tratas de
imaginar algo es bueno tener los pies en la tierra, estar bien plantado en el
conocimiento para poder contar una buena historia. Es lo que siempre he
pensado.
AR:
Otra cosa que me llamó la atención es que, a diferencia de otros trabajos de
divulgación de la ciencia que sitúan sus historias en no-lugares, el suyo está
ambientado en la Ciudad de México: aparecen La Lagunilla, el Metro, el
Cinvestav, un microbús, etcétera. ¿Por qué prefirieron hacerlo así?
JG:
Porque estamos hablando de la búsqueda del conocimiento en el siglo XXI en la
Ciudad de México. Esta es una ciudad emblemática, y podemos localizar sus
azoteas, los rincones que vamos caminando, los lugares que vamos transitando a
través del Metro.
A lo que me refiero, y
que me parece muy importante, es sentir que esta búsqueda del conocimiento
tiene la escenografía, el sabor y los dilemas de nuestro tiempo, porque hay una
cosa que para mí siempre es importante: en el discurso de la ciencia siempre
hay un discurso de crítica a la realidad. Está implícito el poner en duda
ciertas zonas que nosotros hemos entendido como verdad para siempre estar al
servicio, justamente, de la verdad. Así me lo dijo alguna vez el premio Nobel
de Fisiología y Medicina Gerald Edelman: “La ciencia es la servidora humilde de
la verdad”. Es decir, tiene que estar acotada precisamente por la realidad,
pero justamente en esa medida tiene capacidad de transformarla: de hacer
ingeniería, de cambiar condiciones, de ver que, por ejemplo, hoy en día, como
nunca, para mí, si no tenemos bandas anchas ni carreteras de información, vamos
a estar fuera del discurso del conocimiento.
Entonces, cuando hablamos
de la democratización del conocimiento ésta pasa absolutamente por la ciencia
que se va a respirar desde la infancia, desde los niños que están yendo a la
escuela y tienen preocupaciones por entender cómo funciona una computadora, por
entender cómo el mundo que nos rodea se puede digitalizar, cómo es posible (y
es una pregunta que se hace el libro y que me parece muy importante) que en una
pantalla de computadora, con sólo el código binario de unos y ceros, vayas
consiguiendo 27 letras que aparecen en la pantalla y tienes, entonces, el
lenguaje que te permite ver tus relatos en una pantalla de computadora y que
vayas luego aumentando la capacidad de codificación de este mundo digital al
grado de que puedes tener imágenes y sonidos.
Es decir, nosotros no
nos asombramos ya mucho con ello porque ya lo empezamos a dar por sentado, pero
yo me acuerdo de la emoción del día en que yo empecé a ver que en internet
empezaban a aparecer no nada más textos sino una imagen; al principio goteaba
la información como en tortura china: tenías que esperar una carta goteando, y
si se trataba de una imagen el goteo todavía era peor.
Pero hoy en día de lo
que ya no nos damos cuenta es que estamos viendo televisión por internet, por
nuestras pantallas de computadora, y ver toda esa transformación nos permite
sumarnos a más conocimiento (si sabemos usarlo). Creo que es fundamental que
tengamos claro ese discurso, y está ocurriendo hoy en día y en marcos
contemporáneos.
AR:
Otro detalle interesante es la reivindicación de los científicos mexicanos, y
cuando menos dos de ellos aparecen en el libro. ¿Por qué hacerlo?
JG:
Porque son referentes de nuestro conocimiento y de las posibilidades que
tenemos de transformar las cosas con el conocimiento. Quiero decirte que, por
ejemplo, estuve con el físico Gerardo Herrera en el CERN (siglas en inglés de
la Organización Europea para la Investigación Nuclear) en Suiza, y él coordina
un equipo de investigadores mexicanos. Ojalá vieras el respeto con el que
tratan a este grupo de científicos mexicanos sus colegas de tantas
nacionalidades que se reúnen en el CERN, que es la torre de Babel bizarra —en
términos de historieta, resulta que ésta es la buena, la del conocimiento.
El CERN es un círculo
de conocimiento en donde participan científicos de todas las nacionalidades, y
ver que los mexicanos la juegan al máximo nivel y que no nos demos cuenta de
eso, que no los tomemos como referentes cuando ellos son los que pueden hacer
aceleradores lineales que pueden, si no sustituir, sí jugar con la máxima
tecnología. Y es que de la investigación del Bosón de Higgs se desprenden
tecnologías que nos permiten detectar el cáncer, una serie de instrumentos que
pueden ser muy valiosos para transformar la sociedad.
En México tenemos un
investigador del tamaño de Gerardo Herrera, quien tiene el conocimiento de cómo
poder echar a andar un acelerador lineal, y tenemos el equipo de investigadores
mexicanos que podría poner a México en el mapa y estar en la punta de ese
conocimiento que va a desprender tecnología, lo que los pone no al nivel de
estar copiando a los demás, sino de generar nuestras propias cosas.
Tenemos científicos como
Ranulfo Romo, como Miguel Alcubierre, que en el Instituto de Ciencias Nucleares
de la UNAM hace un trabajo espléndido por ensanchar los límites del
conocimiento y de la imaginación.
Pienso que ellos deben
de ser referentes de las posibilidades que tenemos los mexicanos para hacer
ciencia y de lo que puede transformar la ciencia.
AR:
Micro, en el libro vemos varias partes donde hay humor y que creo que tiene que
ver mucho con las ilustraciones. ¿Cómo se vincula en su caso el humor con la
labor de la divulgación científica?
RGF:
El humor es una herramienta que siempre va a acercar, que va a tumbar esta
barrera de solemnidad, sobre todo en un tema que puede ser tan solemne como la ciencia.
El humor es como un lenguaje común para todos los seres humanos: más allá de
los idiomas y de las formas, hay cosas que te hacen reír estés en México o en Timbuctú.
Es como encontrar este
toque de fraternidad que nos une a todos. Hay gente que tiene poco sentido del
humor, otra que tiene mucho, pero el humor está allí siempre y nos ayuda a
fraternizar; creo que, de alguna manera, nos acerca y nos hace amigos.
JG:
Los científicos, lejos del lugar común y del prejuicio, tienen gran sentido del
humor. Me acuerdo que precisamente Leon Lederman, un premio Nobel al que
entrevisté en La oveja eléctrica,
hizo un libro que tiene mucho que ver con entender lo que llaman el Bosón de
Higgs o la partícula de Dios. Él me habló de dos cosas que reflejaban su gran humor;
dijo: “Hace 13 mil 700 millones de años, un jueves por la tarde, empezó el Big
Bang”. El dato de humor es lo del jueves por la tarde. Pero me contó alguna vez
sobre el problema del humor en la ciencia, y por qué abre puertas; me decía que
a veces la situación en las investigaciones científicas es como cuando tienes
una caja cerrada con muchas llaves y con muchos códigos, y tratas de abrirlos y
no puedes, pese a que estás con los mejores programas de criptografía; pero cuando
ya te estás rindiendo a los seis meses, de repente levantas la parte de abajo
de la caja y resulta que allí no había nada, no estaba cerrada.
Es, a veces, como si la
naturaleza misma jugara con humor, es como una forma de existencia: el humor
está presente también en la misma naturaleza planteándote sus retos, que te
invitan a salirte de la caja y de las formas en que tratas de resolver los
problemas, y eso está perfectamente retratado.
AR:
En el libro hay muchas referencias al cine. ¿Cuáles son las posibilidades que
nos abre el cine para divulgar la ciencia?
RGF:
Lo que contaba yo de las historias que tienen una fuerte documentación
científica, y para mí son las mejores porque entonces no se puede rebatir el
argumento, o sabes que este está muy bien escrito porque hubo investigación
detrás. En este caso hacemos mención de Blade
Runner, por ejemplo.
JG:
Blade Runner tiene, justamente por la
novela que la origina que es Sueñan los
androides con ovejas eléctricas, el problema de hasta dónde llegan los
sueños de la ciencia y la tecnología, y fíjate que a mí me parece algo muy
importante: el día en que un instrumento de la tecnología llegue a soñar te das
cuenta de que la ciencia y la técnica es también un sueño humano. Es decir,
cuando estamos soñando en que sueñen los androides y en que sueñen las ovejas
eléctricas te estás dando cuenta de que de veras estamos en el corazón mismo de
lo que quiere decir un sueño.
Y ese es, tal vez, el
sueño de la literatura y el de la ciencia, el que aparece en el cine, que
también es una forma de soñar. Gabriel García Márquez, al preguntársele qué era
el cerebro, lo plantea con una definición maravillosa: “Es una máquina para
soñar”. Esta historieta es parte de esa máquina.
RGF:
La misma frase “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” ya nos plantea como
una ilusión o una idea que los límites entre la ciencia y la fantasía se pueden
borrar por completo.
JG:
Arthur C. Clarke decía que toda tecnología suficientemente armonizada es
indistinguible de la magia.
AR:
Para terminar: hoy vemos en los medios de comunicación muchos discursos
anticientíficos o seudocientíficos. En ese contexto, ¿cuál es el valor de la
divulgación de la ciencia?
JG:
El darnos cuenta de las posibilidades de un discurso honesto que busca la
verdad, y esos discursos pertenecen a la ciencia y al buen arte. Esto es muy
interesante porque la verdad a veces aparece a través de la ficción, pero no
deja de ser una aproximación fiel de un corazón que está tratando de investigar
la naturaleza interna, los paisajes interiores, los dramas de la condición
humana en términos de novela.
En la ciencia este
discurso es el que, precisamente, nos saca los prejuicios del virus de la
ignorancia.
RGF:
Un trabajo de divulgación como este es necesario porque de alguna manera
estamos pagando una deuda con los que realmente son los protagonistas de los verdaderos
cambios. En esta ciudad que tenemos, tan frivolizada, siempre tenemos presentes
ciertas personas y ciertos temas que a la mejor son entretenidos pero no tan
importantes.
Con este libro estamos
intentando acercar a la gente a científicos como Gerardo Herrera y Rodolfo Romo,
que están produciendo cambios y haciendo cosas tal vez más importantes que
mucha gente que está siempre presente siempre en los medios llamando la
atención de otra manera.
JG:
Además, las historias y los relatos son fascinantes, y eso es lo que también
queremos comunicar: no hay nada más asombroso que la verdad.
*Entrevista
publicada en Replicante, marzo de
2014.
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