Sexualidad y género, sin debate
público
Entrevista con Marta Lamas*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
En
México asuntos relacionados con las diversas facetas de la sexualidad y el
género, como el aborto, la prostitución, la homosexualidad y las identidades a
que han dado lugar todavía son vistos con una gran carga de prejuicios que
implican la negación de derechos a aquellos que son vistos como distintos a las
mayorías.
Pese
a los grandes obstáculos que han tenido que ir superando quienes propugnan por
nuevas concepciones que hagan de la nuestra una sociedad abierta, tolerante y
respetuosa de los derechos de las minorías, algo ha avanzado el país en
aquellas materias.
Todavía
hay muchos temas que deben ser discutidos a fondo en la agenda de la sexualidad
y el género, que abarcan diversos aspectos tan diversos como lo cultural, lo
biológico y psíquico. Para intentar fundamentar un buen debate público desde la
perspectiva del feminismo, Marta Lamas (Distrito Federal, 1947) ha publicado
recientemente su libro Cuerpo, sexo y
política (México, debate feminista, Océano, 2014).
Etcétera
conversó con Lamas, quien es etnóloga por la Escuela Nacional de Antropología e
Historia, maestra en Ciencias Antropológicas y doctora en Antropología por la
UNAM. Es investigadora del Programa Universitario de Estudios de Género de la
UNAM y ha sido profesora en la ENAH, en la Facultad de Ciencias Políticas de la
UNAM y en el Departamento de Ciencia Política del ITAM.
Lamas
se integró al movimiento feminista desde 1971; fue fundadora de la revista fem y después directora de debate feminista desde 1990. Autora de
al menos 7 libros, Ha colaborado en publicaciones como La Jornada, Nexos, Proceso y El País. Como activista, es fundadora del Grupo de Información en
Reproducción Elegida y del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir. Ha
recibido los premios Pen Club por trayectoria periodística, y el Nacional por
la Igualdad y la No Discriminación, otorgado por el Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
hoy un libro como el suyo? ¿Cuál es la relevancia de los temas que aborda en el
volumen?
Marta Lamas (ML):
Creo que hay una discusión, a veces sin fundamento, sobre los temas que me
preocupan: la sexualidad, el aborto, el comercio sexual. Yo pienso que para
tener un buen debate son necesarios argumentos fundamentados. Por ello en este
libro junto siete ensayos, dos que son resultado de una investigación de campo
y los otros son reflexiones, pero a partir de investigaciones de gabinete.
Considero que son un instrumento, una ayuda, un fundamento porque vamos a
seguir hablando de estos temas.
Tenemos
un país muy diverso, en el que muchas de las entidades federativas tienen
posturas muy conservadoras, y creo que un libro como este permite a los grupos
con los que yo tengo más afinidad, que son jóvenes progresistas, mejorar sus
argumentos, porque uno de los campos de la batalla política es el debate, y
para discutir hay que estar informado.
Entonces
pretendo que el libro sea un instrumento que dé elementos para todo por lo que
todavía hay que luchar en nuestro país.
AR: Usted enuncia en el libro su
posición como antropóloga y también como activista feminista. ¿Cómo combina
estas dos facetas, la académica y la política?
ML:
Las estoy tratando de combinar muy recientemente; yo dejé la vida académica ya
que durante mucho tiempo me dediqué, más que nada, al activismo como feminista,
a fundar ONG, grupos de estudio, de trabajo; después, en 1999, me invitaron a
dar clases en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, y de repente me
dijeron: “Pues necesitamos tu título”, y yo no me había recibido. Entonces tuve
que ponerme a hacer una tesis y recibirme, y poco a poco me empezó también a
interesar la vida académica.
Yo
más bien siempre me consideré una intelectual que tenía una patita en la academia
y otra en el activismo; de repente me di cuenta de que tenía más en el
activismo que en la academia y allí fue cuando decidí hacer el doctorado y me
metí a estudiar más.
El
libro también es una síntesis: son causas que yo he defendido y lo sigo haciendo,
pero ya con una armadura mucho más sólida en términos de la cuestión
intelectual.
AR: Un tema muy importante del
libro es la simbolización de la diferencia sexual. ¿Cómo cambiaron estas
concepciones con el capitalismo tardío, el neoliberalismo, y con los procesos
de democratización?
ML:
Lo que pasó es que cambiaron la concepción del género pero, al mismo tiempo,
persiste la concepción tradicional. “Género” es un término que tiene ahora
homónimos, y sigue designando tipo, clase y especie, e incluso hablamos de
género literario, musical, etcétera. Pero ya a partir de todo un debate se
empieza a entender “género” como una relación entre hombres y mujeres, lo
propio de unos y lo propio de las otras. Pongo el ejemplo de que los islámicos,
los escandinavos y los mexicanos encuerados somos iguales, pero lo que en cada
una de estas culturas se piensa que es lo propio de los hombres y de las
mujeres varía mucho. El género varía culturalmente pero no la diferencia
sexual, que sigue siendo la misma entre hombres y mujeres en todas las
sociedades.
Entonces
a veces se piensa con el concepto clásico anterior del género femenino, las
mujeres, y el género masculino, los hombres; pero ya se da este brinco
conceptual de pensar el género como lo propio de los hombres y lo propio de las
mujeres.
AR: En términos políticos ¿cuál ha
sido la relación del género con los regímenes políticos?
ML:
Si usted tiene un gobierno en el que predomina el género masculino (y por esto
quiero decir la forma tradicional de la masculinidad, mucha de ella en cuerpo
de hombre pero de vez en cuando en uno de mujer: tenemos el caso de Margaret
Thatcher, La Dama de Hierro, quien era
una política masculina), evidentemente hay una asociación entre una forma más
masculina de hacer política, más autoritaria, y una forma femenina en el
sentido no sólo de que haya más mujeres sino de escucha, de respeto, de un tipo
distinto de interlocución.
Podemos
ver países como los escandinavos, donde incluso hemos tenido a la presidenta de
Islandia casada con su pareja mujer, dos lesbianas, y un gobierno muy femenino,
y es el país que tiene los mejores permisos de paternidad para hombres (tienen
cinco meses con el salario pagado).
Entonces
sí se podría hacer una analogía: en donde se gobierna con un esquema muy
masculino vamos a ver que se potencian las cuestiones de guerra, de defensa y el
presupuesto para armas e incluso hasta cierto tipo de construcciones como muy
ostentosas. En gobiernos con una carga más femenina se le da prioridad al
cuidado de las personas, a los permisos, al tema de la familia, etcétera.
AR: Hay un capítulo sobre las
reformas legales que se hicieron en España y en Francia sobre el matrimonio
entre personas del mismo sexo; usted menciona que en Francia fue una discusión
más intelectual y en España fue más sobre el principio de la no discriminación.
En ese sentido ¿podría hacerse alguna analogía con el caso de México?
ML:
Casi no ha habido discusión en México. Aquí se copió el modelo español: se
planteó como un tema de no discriminación, y con una mayoría en la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal se tomó la decisión como una medida
gubernamental de un gobierno progresista que decidió que es un tema de
discriminación, y que no se pone a votación ni a discusión; hay que componerlo,
digamos.
En
ese sentido seguimos el modelo español más que el francés; en este ha sido más
largo el proceso, más complicado, pero con otro tipo de características: allí
sí hubo un debate público, en el que se involucraron mucho los intelectuales.
AR: Es muy interesante el caso
europeo: aún en los años ochenta estaba condenada la homosexualidad, pero en
mucho menos de 30 años la que ha sido penalizada es la homofobia. ¿Cómo ocurrió
esto?
ML:
Históricamente esto fue en un periodo muy breve, y fue por la organización y la
protesta de las propias personas homosexuales que empezaron a poner demandas
sobre discriminación. Cuando al juez le llegaba la demanda decía: “¿Qué es la
homosexualidad? Yo no sé”. Y entonces tenía que buscar especialistas en
sexualidad, antropólogos, sexólogos, sicólogos, lo que fuera, que le decían: “La
homosexualidad es una variación de la sexualidad humana que en sí misma no es
ni buena ni mala; lo que hace que sea buena o mala es si hay consentimiento o
si hay violencia”.
En
la heterosexualidad el hecho de que un hombre introduzca su pene en la vagina
de una mujer, en sí mismo no es ni bueno ni malo; está mal si se hace con
violencia, pero si es con consentimiento puede ser un acto muy disfrutable. Lo
mismo ocurre con la homosexualidad. Incluso, si tenemos a un cura pederasta que
engaña, que droga y abusa de chavitos, no es lo mismo que si dos mujeres o dos
hombres voluntariamente tienen una relación homosexual.
Esa
serie de demandas llevaron al Poder Judicial a un esfuerzo por entender qué era
la sexualidad humana, y los jueces llegaron justamente a esta decisión de que
no es el uso de los órganos y orificios del cuerpo lo que hace que una práctica
sexual sea buena o mala, sino la relación de consentimiento y de respeto en que
está insertada la práctica. En esos 20 años Europa, sobre todo la Comisión
Europea de Derechos Humanos, empieza a discutir, y se llega a que lo que
tenemos que cambiar es la manera en que culturalmente se entiende la
homosexualidad. Entonces se comienza a pedir a los gobiernos que alienten a las
organizaciones gays y lesbianas para que le den difusión y se empiecen a quitar
todas las cosas que discriminaban a las personas homosexuales, y es así como
inicia en Europa el tema del matrimonio entre personas homosexuales, en el que se
considera que si es elegido libremente pues igualmente puede ser aceptado.
Fue
un proceso muy interesante que empezó a finales de los años sesenta, en
1968-69, y que cobró fuerza a partir de 1979, cuando se propuso cambiar el
artículo 14 de la Convención Europea sobre Derechos Humanos, y allí ya empezó
muy fuerte el movimiento.
AR: En ese sentido, ¿cómo estamos
en América Latina?
ML:
En América Latina, el matrimonio homosexual está aceptado en Buenos Aires y en
dos ciudades de Brasil. La Ciudad de México, en ese sentido, ha sido de las
ciudades pioneras en este asunto. En los demás países, no.
AR: Otro tema abordado en el libro
es la descripción de la discusión sobre el aborto en México, que viene desde el
llamado “Código Juárez” de 1871. ¿Cómo ha sido utilizado políticamente en las
décadas recientes el asunto del aborto? Hace una serie de anotaciones al
respecto: el PRI abrió el tema en Chiapas, y después lo ha usado el PRD de
acuerdo con los tiempos políticos.
ML:
Allí hay posturas más congruentes y otras incongruentes. El que ha sido más
congruente ha sido el PAN, que siempre ha estado en contra; el PRD a veces sí,
a veces no (ahora parece que sí, pero no lo ha podido sacar ahora en Guerrero,
donde los perredistas están haciéndose bolas), y el PRI en ocasiones a favor y en
otras en contra.
Es
un tema complicado, espinoso, en el que si no se tiene un debate público en la
sociedad es difícil darle cauce. Yo pongo siempre como ejemplo Italia, que
despenalizó el aborto con todo y el Papa y el Vaticano en Roma, en 1978: durante
un año todas las televisoras y las radiodifusoras estuvieron invitando a la
gente a hablar. Entonces la sociedad se pudo hacer una idea cuando oía al
abogado y el médico a favor, y al abogado y al médico en contra, a la señora de
Provida en contra y a la feminista a favor, y así se pudo despenalizar.
Aquí
no hemos tenido un debate público sobre el tema. Las feministas hemos empujado,
y en la Ciudad de México hubo algunas encuestas, pero un debate en todas las
televisoras no, por el chantaje de los empresarios católicos.
Mientras
no haya un debate público y la ciudadanía no se informe, los partidos le tendrán
miedo a que los obispos les hagan una campaña en contra (que la hacen: en los
púlpitos dicen “no hay que votar por tal partido”, y hay gente que todavía le
hace caso a los curas).
Entonces
sí es un tema que, por un lado, amedrenta a muchos políticos que no le quieren
entrar, que tienen conflictos. Son muy pocos los que lo hacen, y en ese sentido
yo valoro mucho la actitud de Marcelo Ebrard cuando se hizo la despenalización,
ya que no tuvo el menor inconveniente en plantear que había que hacerla.
AR: Sobre ello cuenta que las
televisoras al principio tuvieron cierta apertura, pero que después se
cerraron.
ML:
Después de un debate que empezó a las diez de la noche y terminó a las seis de
la mañana, los empresarios católicos, con Lorenzo Servitje, de Bimbo, a la
cabeza, dijeron que retiraban su publicidad si se debatían el aborto y la
homosexualidad. Son los dos temas en los que ellos han amenazado con retirar la
publicidad.
AR: Eso ocurrió en las televisoras,
pero ¿qué ha pasado, por ejemplo, con la radio y los medios impresos?
ML:
En la prensa impresa los editorialistas y muchos reporteros han sido grandes
aliados; sí hubo un debate en ella. Ahora, cuando uno ve que en un país de 100
millones de habitantes cuántos ejemplares tira el periódico que más se publica,
se da cuenta de que no hay forma de compararla con la televisión o la radio.
En
la radio hubo algunos debates, pero hubo más en la prensa. Pero sí, la prensa
escrita ha sido, en ese sentido, una aliada en la mayoría de las posturas
(excepto la de periódicos como El Heraldo
y ese tipo de cosas). Incluso Reforma,
que tiene editorialistas conservadores, le dio una buena cobertura a las
diversas posiciones.
AR: Es muy interesante que muchos
de estos problemas los plantea usted en términos de derechos y los encuadra en
la democracia. En el libro usted habla de los códigos teleológicos y
deontológicos, y dice que la modernidad ha transformado también la moralidad,
tema que aborda en el capítulo dedicado a la bioética. ¿Se requiere una nueva
moral para abordar estos temas?
ML:
Creo que, más que una nueva moral, lo que se requiere es una comprensión de la
necesidad de ser respetuosos con las distintas morales, y entender que nadie va
a obligar a abortar a una mujer que piensa que el aborto es un asesinato, por
ejemplo. Yo no pienso que un país tan diverso y tan plural como México pueda
tener una sola moral.
Lo
que tiene que haber es claridad en cuanto a que hay una serie de derechos, entre
ellos el de decidir sobre el propio cuerpo, que no afectan a nadie: o sea, si
yo aborto o si yo me caso con una mujer, ¿a usted en qué le afecta? Entender
que una cosa son los derechos individuales, y otra cosa son las propias
creencias. Está muy bien que México sea un país poblado por gente católica, y
muchas mujeres católicas claro que han abortado o usan anticonceptivos.
Más
que propugnar por una única moral creo que hay que hacerlo por una nueva visión
de una convivencia respetuosa de los derechos de personas que piensan distinto de
como pensamos nosotros. Hay que respetar el pluralismo político y la diversidad
cultural y religiosa, y entender que se vale ser católico y se vale ser ateo, y
que ciertos mandatos de la Iglesia católica no tienen por qué ser parte de las
políticas públicas.
Yo
no aliento la existencia de una sola moral, sino que reconozco que la moral
dominante, que viene de un pensamiento católico, se ha estado transformando en
la medida en que el país se ha ido secularizando, en que se ha ido abriendo al
mundo, en que hay globalización e internet. En la actualidad hay personas que
se consideran a sí mismas católicas pero que no están siguiendo a pie juntillas
las prohibiciones de la Iglesia católica, que no sólo prohíbe el aborto sino el
uso de anticonceptivos.
Lo
que los procesos sociales, de secularización, lo que han permitido es que las
personas puedan decir “una cosa es mi vivencia religiosa, mi fe, y otra son las
reglas que hace una institución de hombres históricos, concretos, de carne y
hueso, humanos que se pueden equivocar”.
Entonces
una cosa es la Iglesia, a la que hay que tomar como eso, como un conjunto de
funcionarios, y otra cosa es la religión. Separar Iglesia y religión es algo
que ayuda mucho para convivir con gente que piensa distinto de uno.
AR: En estas discusiones también ha
sido cada vez más importante el papel desempeñado por las organizaciones de
científicos. ¿Cómo ha sido en México?
ML:
Hay de científicos a científicos: hay que pensar que la Iglesia católica y los
grupos conservadores también tienen médicos e investigadores, no tantos ni del
tamaño que tiene el Colegio de Bioética, que son laicos. Pero evidentemente
quienes han obtenido el Premio Nacional de Ciencias, que son miembros de El
Colegio Nacional, etcétera, han tenido un papel muy importante a favor de la
despenalización al aportar lo que es el conocimiento científico sobre el
desarrollo del embrión, por ejemplo que este no tiene actividad cerebral y sobre
en qué momento empieza el funcionamiento de la sinapsis, a diferencia de otras
asociaciones de bioética de corte religioso que tienen una concepción de que
desde el momento de la concepción hay alma. Si entramos en la discusión del
alma no hay nada qué hacer; pero las personas que piensen que hay alma pues que
no aborten, y los que pensamos que es la actividad cerebral lo que nos define
entonces podemos tener otro tipo de decisión.
Pero
los científicos han sido muy importantes; fueron consultados por los ministros
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando hubo el recurso de
anticonstitucionalidad.
AR: En términos de democracia: ¿las
reformas sobre el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo y el
derecho de adopción de estas mismas parejas, han contado con el apoyo de la
mayoría de los ciudadanos? Porque en el libro usted reivindica el concepto de
las minorías activas.
ML:
Nosotros hicimos encuestas en la Ciudad de México. La despenalización se logra
sólo en el Distrito Federal, pero desde 1991 y 1992 nosotros, con Gallup,
hicimos tres encuestas nacionales. Conseguimos que en la encuesta, en vez de
preguntarle a la gente “¿está a favor o en contra del aborto?”, se le
cuestionara “¿quién debe de tomar la decisión del aborto?”. Se ponía una lista
de respuestas: el legislador, el médico, el sacerdote y la mujer con su pareja,
entre otras. El 78 por ciento en un año, y el 80 por ciento en otro, dijeron
que la decisión tenía que ser de la mujer.
Eso
también nos dio una cierta seguridad de que lo que estábamos queriendo hacer no
era una locura; sí contábamos con una población a la que, si se le formula bien
el problema, responde de una manera sensata. Nadie puso que el legislador o el
sacerdote, y algunos pusieron que el médico, pero eso sólo un 2 o 4 por ciento.
Luego,
en el Distrito Federal, cuando empezamos a acercarnos al momento de plantearlo
más abiertamente, hicimos varias encuestas y su población, también en un 80 por
ciento, estaba a favor de la despenalización. Entonces, lo que hicimos nosotros
como una minoría activa fue, durante muchos años, estar haciendo talleres con
periodistas, hablar con los diputados y con los funcionarios para ir cambiando la
manera en que se hablaba de aborto. Esto porque decir “¿estás a favor o en
contra del aborto?”, pues yo estoy en contra: yo quisiera que ninguna mujer
abortara, pero esa no es la manera de plantearlo. Los embarazos no deseados
existen, y frente a un embarazo no deseado ¿quién debe tomar la decisión de si
sigue o no? Pues la persona que lo lleva en su cuerpo, no el señor que está
trepado en una curul, por ejemplo.
Yo
creo que esa parte fue muy importante porque nos permitió ver que sí había una
ciudadanía interesada en el tema, que quería verdaderamente cambiar las cosas,
lo cual siempre le da a uno mucha fuerza. O sea, no soy yo la loquita feminista
que quiere hacer esto sino que aquí hay un 80 por ciento de ciudadanos que
dicen que muy bien, y por eso en la Ciudad de México, pese a las declaraciones
de los obispos, sí se pudo despenalizar el aborto.
AR: ¿Cuál es el impacto que ha
tenido el proceso democratizador que ha vivido el país sobre temas como el
aborto, la homoparentalidad, la aceptación de la diversidad sexual e incluso el
de las trabajadoras sexuales?
ML:
Creo que ha ido bastante de la mano, en la Ciudad de México, que es de lo que
yo puedo hablar porque aquí vivo, es lo que conozco y en donde he estado relacionada.
Pienso que el movimiento feminista estuvo desde el principio de la transición
de la democracia muy fuerte: cuando el temblor de 1985, cuando cambiaron muchos
de los esquemas que los habitantes de la Ciudad de México; cuando el fraude electoral
de 1988, con toda la organización de Mujeres en lucha por la democracia y la
Coordinadora Benita Galeana. Hubo muchísima movilización de las mujeres,
entendiendo que en una democracia teóricamente se respeta la diversidad, y que
lo mejor para nuestras causas como mujeres es vivir en democracia.
Vemos
ahora, después de varios años, que mucho de la cuestión democrática se ha
reducido a las reglas electorales, a las cuotas, y que hay toda una parte de
transformar la cultura para la que se necesita debate público, y aquí no hemos
tenidos espacios para esas discusiones. Los chavos en las universidades, que sí
tienen un espacio de reflexión, tienen una postura más progresista que personas
que no tienen esa posibilidad. Entonces empezamos a ver las falencias, las
carencias que hay para verdaderamente fortalecer este proceso de transición a
la democracia, a la que todavía no llegamos.
AR: Para concluir: usted dice que
la realización del sueño del reconocimiento a la diferencia sexual también
requiere de transformaciones de tipo socioeconómico. ¿Cuáles serían algunas de éstas?
ML:
Tener una seguridad social amplia para todo mundo: servicios médicos, vivienda,
educación. Si tuviéramos un piso parejo para todos los mexicanos probablemente
cambiarían las proporciones de mujeres que se dedican al comercio sexual, por
ejemplo.
No
puede haber políticas de igualdad mientras no haya un sistema de seguridad
social, el que todavía nos falta. Hay un importantísimo número de personas en
el mercado informal de trabajo que no pagan impuestos, no tienen seguro,
etcétera. Es decir, mientras no cambiemos esas cosas va a ser muy difícil.
Si
las feministas encabezamos causas como el aborto y la lucha contra la
violencia, pero sin darnos cuenta de que requieren a su vez este entramado de
derechos sociales que todavía falta en nuestro país, cambiar va a ser más
difícil.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 187, octubre de 2014.
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