La
modernidad del antisemitismo
Entrevista
con Jean Meyer*
Ariel
Ruiz Mondragón
En
el siglo XII apareció por primera vez un mito que dio sustento religioso al
odio, la persecución, la exclusión, la discriminación y el asesinato de miles y
miles de judíos: el del crimen ritual, por el cual se aseguraba que los judíos
debían sacrificar a un niño cristiano en la Pascua judía y con su sangre
preparar el pan ácimo para sus rituales.
Tal
creencia fue ganando popularidad con el transcurrir de los siglos, pero fue
hasta los siglos XVIII y XIX que terminó por convertirse en una amenaza muy
real en contra de los judíos, pese a la carencia de pruebas que permitieran
sostener tal acusación.
Curiosamente,
fue la modernidad traída por la Revolución Francesa y las grandes
transformaciones políticas y económicas que sufrió Europa en aquella época la
que terminó por radicalizar las tendencias antijudías para dar forma a un
antisemitismo que derivó en acciones criminales incluso por parte de Estados.
A
esa tendencia no se pudo sustraer completamente el catolicismo: desde finales
del siglo XIX no pocos de sus integrantes, por diversas causas políticas,
terminaron por abrazar y promover el antisemitismo basándose en el mito del
crimen ritual, pese a los numerosos y categóricos desmentidos que varios Papas
habían realizado.
Sobre
esto trata el libro de Jean Meyer (Niza, Francia, 1942) La fábula del crimen
ritual. El antisemitismo europeo 1880-1914 (México, Tusquets, 2012), en el
que el historiador rastrea algunos de los orígenes de esta perversa doctrina
entre los católicos, investigación en la que pone especial atención en una
revista publicada por los jesuitas, Civiltà Cattolica.
Sobre
ese estudio conversamos con el autor, quien es doctor en Historia por la
Universidad de París X Nanterre, profesor-investigador del Centro de
Investigación y Docencia Económicas (CIDE), director de Istor. Revista de
historia internacional e investigador emérito en el Sistema Nacional de
Investigadores.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
hoy un libro como el suyo? Sobre el tema tiene algunos recuerdos de su infancia
y su juventud.
Jean Meyer (JM):
Hay una doble motivación en el libro: la primera es de tipo estrictamente
intelectual, profesional, histórica, y es que hace unos 20 años, preparando una
clase para estudiantes de licenciatura sobre la historia del fascismo europeo,
estaba leyendo el libro de Hannah Arendt que se llama Los orígenes del totalitarismo, y en su capítulo sobre el
antisemitismo encontré una nota de pie de página que decía: “En esos años
álgidos, cuando nace el antisemitismo a fines del siglo XIX, entre sus
campeones están los jesuitas de una revista italiana que se llama Civiltà
Cattolica, y citaba uno o dos artículos, de los que nada más dio las
fechas.
En
ese momento me quedé impresionado; se me grabó la cita y dije: “Algún día
tendré que averiguar si es cierto lo que dice la señora”. A fines de los años
setenta y a principios de los ochenta me costaba trabajo imaginar a los
jesuitas, cuya historia no conocía bien (conocía a la fundación y a los
jesuitas mexicanos actuales, que en ese momento estaban a fondo en la teología
de la liberación, en el campamento Tierra y Libertad; algunos muchachos
seminaristas se habían ido a la guerrilla, habían cerrado sus colegios Patria porque
ya no querían tener nada que ver con las elites), y entonces me costaba trabajo
encontrarlos en el bando, para mí reaccionario, del antisemitismo.
Se
me quedó grabado pero no tenía acceso a la revista Civiltà Cattolica, y
no pensaba pasar un tiempo en Italia exclusivamente para verla. Pero, muchos
años después, comentándola con el historiador sacerdote católico Manuel Olimón,
me dijo: “La colección completa la tenemos aquí, en la Universidad Pontificia”
(que era el Antiguo Seminario Mayor). Fui a ver, y hallé los artículos y
encontré que Hannah Arendt tenía razón.
Entonces
fue cuando decidí contratar a unos ayudantes para que me fotocopiaran todos los
artículos con tema judío desde la fundación de la revista (1850) hasta la
Segunda Guerra Mundial. Y resulta que encontramos que había muchos artículos
antisemitas, pero que había dos bloques cronológicos: en los primeros 30 años
de la revista el tema no aparece; lo hace justamente en 1880, cuando nació el
antisemitismo de manera masiva y populista en Europa. Pero este es un
antisemitismo católico, pero ya también estaban el darwinista, el biológico-racista
que, digamos, no tiene nada que ver con el antijudaísmo cristiano, que tiene
sus fundamentos religiosos.
Y
el otro bloque de artículos antisemitas se dio entre las dos guerras mundiales,
20 años después, concretamente entre 1920 y 1938; terminó en este año, que es
cuando Mussolini, ya como aliado y alumno de Hitler, instauró las leyes
racistas contra los judíos en Italia, las que entonces el Papa rechazó: Pío XI
dijo: “Eso no se puede”. Entonces obligó a los jesuitas a abandonar su discurso
antisemita y a protestar contra las leyes racistas que afectaban no solamente a
los judíos religiosos sino a los judíos católicos, a las parejas mixtas y a los
hijos de esas parejas, que ya no podían ir a la escuela, además de que esas
personas no podían trabajar en la función pública. Esto Roma lo condenó.
Esa
es la vertiente o la motivación profesional, histórica que me llevó a esto.
Ya
con todo el material reunido empecé a trabajar el tema para hacer un libro, y
fue entonces cuando entró mi dimensión personal, biográfica, y recuperé una
memoria: recuerdo que mis padres habían militado en un movimiento que nació
después de la Segunda Guerra Mundial precisamente, para que no volvieran a
existir ni el genocidio ni el antisemitismo cristiano.
Mis
padres, católicos, maestros (mi papá de Historia, mi mamá de alemán) militaron
en ese movimiento que se llamó Amistad Judeo Cristiana, bajo la batuta de un
gran historiador francés judío, Jules Isaac, quien había perdido a su esposa y
a una de sus hijas en campos de concentración, en campos de la muerte; por esa
tragedia, este señor dedicó el final de su vida a una labor que está totalmente
ausente de su obra histórica anterior, en la que nunca se preocupó por la
cuestión judía. Entonces empezó a hacer una serie de libros que tituló ¿Tiene el antisemitismo raíces cristianas?,
Jesús e Israel y La enseñanza del desprecio. Entonces él fundó esa Amistad Judeo
Cristiana para que hubiera un diálogo para limpiar las mentes y la enseñanza, y
también para lograr un conocimiento recíproco: que los judíos conozcan a los
cristianos y los cristianos a los judíos.
Ese
movimiento incluso ha llegado a México: hay una confraternidad judeocristiana
presidida por monseñor Carlos Aguiar, y del lado judío el rabino Marcelo
Rittner.
Esa
es la dimensión personal que hizo que cuando me traje a México la biblioteca de
mi padre la regalé al CIDE; allí están como dos mil libros, entre ellos los de
Jules Isaac dedicados a mis papás con mucha amistad, con mucho cariño: dicen “A
mis jóvenes amigos”.
Esa
es la dimensión biográfica que se suma con la dimensión profesional, y que
explica que haya sentido, en un momento dado, la obligación moral de escribir
este libro.
AR: Yendo sobre el contenido del
libro: como usted expone, muchos católicos vinculaban lo que ellos llamaban
“las amenazas al antiguo régimen”, a la monarquía, al clero, justamente con la
emancipación de los judíos. ¿Cuál es la vinculación que se estableció entre los
judíos y la modernidad que trajo consigo la Revolución Francesa?
JM:
Los judíos no tienen nada que ver con la Revolución Francesa, pero ésta si
tiene que ver con aquellos por esa idea de aplanadora de que todos los hombres
son iguales y son ciudadanos, que ya no existen las corporaciones y que cada
individuo es como un átomo autónomo, pero que debe obedecer las leyes del
Estado y de la sociedad. Entonces eso emancipó a los judíos: a donde llegaron
los ejércitos revolucionarios en toda Europa, y después los de Napoleón, que
llegaron hasta Rusia, lo primero que hicieron fue proclamar que los judíos son
ciudadanos; tumbaron las murallas del gueto y les dieron derechos, y eso asustó
mucho a los líderes religiosos tradicionales y a los ancianos de la comunidad
judía porque dijeron: “Estábamos protegidos adentro del gueto y ahora todos los
vientos del mundo exterior van a entrar y nuestra religión va a estar
amenazada”.
La
Revolución Francesa era antirreligiosa, y de cierta manera los ancianos tenían
razón porque muchos jóvenes recibieron con gusto la desaparición de las
murallas y de la tradición. Muchos se hicieron bautizar para fundirse en la
masa y fueron grandes actores en esa modernidad que explotó en el siglo XIX, y
los encontramos, efectivamente, en todos los sectores, hasta en la política: un
judío inglés, Benjamin Disraeli, llegó a ser amigo de la reina Victoria y
brillantísimo primer ministro durante muchos años.
Podemos
decir que en Londres también estuvo Karl Marx, el fundador del comunismo,
protagonista y promotor de la revolución que triunfaría en Rusia 40 años
después de su muerte; al mismo tiempo estaba, como símbolo del capitalismo, el
banquero Rothschild.
Entonces
tenemos ese fenómeno de una juventud que aprovechó las posibilidades que de
repente se le ofrecieron en un mundo que sufría un sinfín de cambios revolucionarios,
políticos, económicos, sociales, de comunicaciones (el ferrocarril, la prensa
de masas, y y luego vinieron el teléfono y el telégrafo).
Finalmente
las masas entraron en la vida política con el sufragio universal, y eso es lo
que permitió el éxito del antisemitismo: en éste hay una dimensión de masas, de
populismo, y a la hora de las elecciones era un producto que permitía ganar
votos. Esto complica sobremanera el problema de las raíces del antisemitismo
porque tiene muchas, y el antisemitismo cristiano es solamente un hilo en esa
gruesa trenza, porque hay varios antisemitismos: revolucionario, de izquierda,
de derecha, religioso, antirreligioso...
AR: Usted menciona que incluso la
Iglesia quiso ganarse adeptos sumándose, a través de su prensa, a la campaña
antisemitista...
JM:
Así es.
AR: Un problema que atraviesa el
libro y que creo es fundamental, es la integración, la adaptación o la
asimilación de los judíos a las sociedades cristianas europeas. ¿Cómo fue esta
integración?
JM:
El problema otra vez surge con la Revolución Francesa: con ésta nace el
nacionalismo moderno. Los mismos revolucionarios franceses bautizaron a Francia
como “la gran nación”, y allí está todo dicho. En su conquista de Europa
provocaron resistencias que siguieron el ejemplo francés y se volvieron
resistencias nacionales. Entonces el nacionalismo creció de una manera
formidable hasta llegar a su apogeo provocando la Primera Guerra Mundial, la
cual generó la segunda. Esa catástrofe fue, de cierta manera, el suicidio de
Europa.
El
problema es que esa Revolución Francesa, que emancipó a los judíos, al
engendrar el nacionalismo los amenazó, por más deseosos que estos hayan estado
de que ya no les pudieran decir nada. Por eso buscaban el bautizo (por ejemplo,
Karl Marx fue bautizado por sus padres), no eran religiosos, comían como todo
el mundo, se casaban con mujeres cristianas y, además, eran patriotas, como el
judío francés en la Primera Guerra Mundial (está el caso del propio Jules
Isaac: condecorado con la Cruz de Guerra); en el ejército alemán los judíos
peleaban como alemanes, con la misma bravura y el mismo patriotismo, y, sin
embargo, los nacionalistas los miraban con sospecha y decían: “Un judío es un
traidor, porque hay judíos por todos lados”.
AR: Como en el caso Dreyffus...
JM:
Es el caso del pobre capitán Dreyffus, que era de una familia alsaciana judía
tan patriota, que cuando Alemania anexó Alsacia, prefirió dejar todo y optó por
la nacionalidad francesa y se fueron a Francia. Sin embargo, 20 años después de
esa decisión de sus padres, dijeron que era el sospechoso ideal porque era
judío.
Yo
creo que el nacionalismo es la clave del éxito del antisemitismo; sin el
nacionalismo hubiera sido el antijudaísmo tradicional, que no era mortífero (no
digo que haya sido bonito, pero no se trataba de matar). Pero el nacionalismo
vuelve la situación potencialmente terrible.
AR:
Eso es en el caso francés, ¿pero no fue un poco distinto y más extraño el caso
de Alemania con Bismarck y su política anticlerical, que promovió incluso una
integración de los judíos?
JM:
En Alemania, especialmente, la comunidad judía se volvió masivamente moderna:
la presencia de judíos en la élite científica, intelectual y artística alemana
(y pasó lo mismo en Austria) era absolutamente impresionante, y precisamente
como eran nacionalistas les encantaba Bismarck, y cuando éste atacó a la
Iglesia católica en el famoso “combate por la cultura” (así lo llamó Bismarck)
sintieron que era contra la barbarie y el oscurantismo católicos.
Entonces
los judíos apoyaron a Bismarck en esa lucha contra la Iglesia católica y,
claro, los católicos alemanes se molestaron muchísimo, y pensaron: “Si sus
antepasados mataron a nuestro Señor... No es Bismarck el que manipula a los
judíos, sino estos los que manipulan a Bismarck para destruir a la Iglesia
católica”.
Eso
le dio fuerza, otra vez, al antijudaísmo católico tradicional, que era por
motivos religiosos.
AR:
¿Cómo trataron los Estados este problema? En el libro está resumido un poco
cómo fue en cada país, y me llamaron la atención dos casos: el de Hungría, con
Masaryk, que incluso fue abogado de una persona juzgada por un crimen ritual, y
en el que parece que sí se protegía a la comunidad judía; del otro lado estaba
Rusia con el zar, y que fue donde se sucedieron los pogromos, en donde incluso
el Estado fue acusado de promover esos actos.
JM:
A grandes trazos, con dos excepciones (el gran Imperio Ruso y la pequeña
Rumania), todos los gobiernos defendieron y protegieron a los judíos. El caso
del emperador Francisco José, el hermano de Maximiliano, quien reinó más de 50
años hasta su muerte en 1916, protegió siempre a los judíos y su gobierno
también. Por ejemplo, cuando hubo acusaciones de crimen ritual contra los
judíos, la justicia del imperio siempre las frenó cuando pudo; no abría el
proceso, no había caso, no había causa.
Sólo
hubo proceso en un solo caso, que fue precisamente en el que Tomás Masaryk
intervino como abogado; pero, con excepción de un solo caso, los judíos jamás
fueron condenados y siempre fueron limpiados de la acusación.
AR:
Se podía observar una mayor pluralidad al interior de la Iglesia católica. ¿Qué
hay del conflicto generado por las diversas posiciones existentes al interior
de ella respecto al mito del crimen ritual y de los judíos? Como usted dice,
durante siglos la Iglesia católica condenó esa mentira, pero en este periodo
que usted trabajó esto fue ocultado e incluso el Vaticano tenía muchas reservas
para declararlo.
JM:
En ese momento el problema era, precisamente, el Vaticano, y no fue casualidad
que Civiltà Cattolica, que era una revista italiana de Roma, en contacto
permanente con la Curia romana, tomara esa posición. El papado, el gobierno de
la Iglesia en ese momento acababa de sufrir un trauma del cual tardó muchísimo
en reponerse: el Papa y los cardenales no imaginaban cómo podría sobrevivir la
Iglesia sin tener un gran territorio.
El
Papa tuvo territorios llamados los Estados Pontificios hasta 1870, y en ese
sentido era un soberano temporal, como un rey o como un emperador; en ese año
terminó la unidad italiana al anexarse esos Estados y Roma se volvió la capital
del joven reino de Italia, y el Papa, que no entendía y no aceptaba eso, se
proclamó “el preso del Vaticano”.
Entonces
hay que entender su antisemitismo como, yo diría, una psicopatología de una
persona que ha sufrido un trauma, y para entender lo que está pasando busca un
culpable, y lo encontró en el judío, cosa que a los jesuitas franceses, a los
ingleses, norteamericanos, no se les ocurrió; estos eran jesuitas, igual que
los de Civiltà Cattolica, pero dijeron: “No es cierto; el crimen ritual
es una patraña”. Incluso los católicos ingleses le pidieron al Papa declarar
nuevamente que esa acusación era una patraña, pero, por primera vez en la
historia, el Papa se negó a hacerlo, cuando los pontifices anteriores lo habían
hecho siempre.
La
única explicación es el trauma, porque después Pío XI, cuando ya había pasado
el trauma, en 1937 diría: “Espiritualmente los católicos somos semitas”; Juan
XXIII quitó de la liturgia de Semana Santa algunos rezos ofensivos para los
judíos, y con Juan Pablo II ya se acabaron todas las confusiones posibles
cuando pidió perdón y que todas las Iglesias hicieran su autocrítica, además de
que fue a rezar al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, y proclamó: “Los
judíos son nuestros hermanos mayores”.
Pero
hay un agujero negro de 1880 a 1914, y por eso estudié este tema.
AR:
Hay una partes muy ambiguas, donde la Iglesia católica no acababa por declarar
la falsedad del crimen ritual, y Civiltà
Cattolica lo ocultó, prácticamente. ¿Por qué ocurrió eso?
JM:
El crimen ritual es una creencia popular que nace en el
siglo XII, después de las Cruzadas; es el mito de que, supuestamente, los judíos
tienen la obligación religiosa de sacrificar un niño cristiano en la Pascua
judía, que coincide con la Semana Santa cristiana, para preparar el pan ácimo
con sangre de ese niño. A lo largo de los siglos, desde el XII en adelante,
periódicamente los Papas, cuando había procesos y acusaciones, declaraban que
es una fábula, una patraña.
El
momento en el que realmente hay una investigación podríamos decir de tipo
científico, intelectual, es en el siglo XVIII, cuando hubo una ola de
acusaciones y de procesos de crimen ritual en Polonia, cuando los jefes de la
comunidad judía de Polonia escribieron al Papa pidiéndole su intervención y su
protección. Entonces el Papa le pide al cardenal Ganganelli (que después iba a
ser Papa) hacer una investigación en todos los archivos de la Iglesia.
Ganganelli recopiló todas las declaraciones de Papas, de cardenales, de
teólogos, de superiores de órdenes religiosas desde el siglo XII hasta el
XVIII, y concluyó: “Es una patraña; no existe el crimen ritual, y los católicos
deben, absolutamente, renunciar a fomentarla, porque es criminal, mortífera:
provoca sufrimiento y muerte entre los judíos.”
El
Papa ratificó el informe de Ganganelli, lo mandó al rey de Polonia, al
arzobispo de Varsovia (que era el primado de la Iglesia polaca) y las dos
autoridades, secular y religiosa, mandaron copia de ese texto a todas las
autoridades.
Con
eso ya debería haber terminado el debate intelectual; pero, curiosamente, los
jesuitas de Civiltà Cattolica no tomaron en cuenta el informe, nunca lo
publicaron ni lo citaron, y cuando en procesos o en pleitos en la prensa de esa
época algún rabino citaba otros textos del Papa, ellos tergiversaron y dijeron:
“No, el Papa no dijo eso”, o llegaron a decir que era un apócrifo; cuando
tuvieron que reconocer que no lo era, dijeron: “No, el Papa dijo que los judíos
no sacrificaron esa niña para comer su corazón, no dijo que no había sacrificio
ritual”. ¡Por favor!
Es
la prueba de que contra una convicción irracional, los discursos racionales no
pueden nada.
AR:
Usted dice que ojalá pueda darle continuidad a esta investigación, aunque en
algunas partes del libro ya están expuestas algunas posiciones del nazismo,
cómo retomaron los nazis algunos de los libros que usted menciona. ¿Qué papel
tuvo el antisemitismo de estos años en las prácticas de gobiernos del siglo XX?
Menciona un caso en Estados Unidos, donde hubo un linchamiento por un caso de
antisemitismo. ¿Cómo influyeron estos años en la conformación de esas doctrinas
y en las prácticas de sus gobiernos?
JM:
Eso es difícil de decir; en el caso de la Unión Soviética lo interesante es que
una revolución internacionalista, que precisamente pretendía borrar (como la
Revolución Francesa) todas las diferencias entre los hombres, que es el
programa glorioso del comunismo, en tiempo de Stalin, digamos 20 años después
del triunfo de la revolución, volvió a resurgir el viejo antisemitismo del
tiempo de los zares, pero ahora bajo un régimen que, teóricamente, no debería
admitir eso.
Entonces
esto confirma lo que estaba diciendo, a saber: que la dimensión irracional hace
que el bicho siga; es como si tenemos amibas que no logramos eliminar, y de
repente otra vez tenemos amibiasis.
Yo
creo que en el cuerpo social basta ver hoy en internet que en México, por
ejemplo, hay una corriente antisemita brutal y grosera, de un nivel bajísimo,
en la que el potencial de odio es muy fuerte.
AR:
¿Cómo se ha vivido ese problema en México? Usted menciona, por ejemplo, los
casos desde Justo Sierra hasta Salvador Abascal.
JM:
México fue un país sin judíos prácticamente hasta los años veinte del siglo XX;
en tiempos de Obregón y Calles empezaron a llegar judíos de Alemania, de
Polonia, de Europa Central, pero nunca fue una inmigración masiva, como en
Estados Unidos o en Argentina. De tal manera que en México, podemos decir de
manera un poco provocadora, el antisemitismo es uno sin judíos; es decir, es
puramente ideológico, no descansa sobre una base. No es como en Estados Unidos
o en otros países, donde a tu lado hay un barrio de judíos ortodoxos extraños,
barbudos, que no entiendes y que tienen un ritual, que son numerosísimos.
Entonces, el miedo al otro, que es diferente, allí se explica sociológicamente.
En
México no es el caso, porque con excepción de algunas calles de Polanco, la
comunidad judía mexicana no es visible. Pero hay un caso como el de España,
donde el antisemitismo es fuertísimo y bárbaro, que es el más fuerte de toda
Europa, y en ese país no hay judíos.
*Entrevista publicada en Replicante, diciembre de 2013.
1 comentario:
Muchas felicidades por este articulo, realmente es muy informativo sobre este delicado tema.
Espero que no se vuelva a repetir lo de Alemania nazi, pero la humanidad sigue haciendo atrocidades brutales como lo que pasa en Nigeria y países vecinos, el Ejercito Islámico y aquí en México la terrible matanza que sigue y el descontento social que se esta incubando. Felicidades a Jean Mayer
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