Tijuana ya no tolera el narco
Entrevista con Omar Millán*
Ariel
Ruiz Mondragón
Una
de las ciudades que desde los años noventa padeció más gravemente el flagelo
del narcotráfico fue Tijuana, en la que se asentó una de las más poderosas
bandas delictivas del país: el cártel de los Arellano Félix, quienes impusieron
su dominio durante más de una década en la zona.
Debido
a ese hecho se hizo imperioso que se adoptaran medidas dirigidas a combatirlo. Justamente
esa ciudad de Baja California fue uno de los lugares escogidos por Felipe
Calderón para emprender su guerra contra los cárteles de la droga. Hacia el
final de su gestión en la Presidencia de la República, el panista puso como
ejemplo de éxito de su política contra aquellos grupos de la delincuencia
organizada.
En
el libro Viajes al Este de la ciudad. Una
crónica de la guerra contra el narco en Tijuana (México, Trilce Ediciones,
Conaculta, 2013, con fotografías de Guillermo Arias y Jorge Dueñes), Omar
Millán nos presenta diversos aspectos del accionar de los criminales, de las
políticas del Estado en sus tres niveles de gobierno y, sobre todo, las
respuestas ciudadanas ante el problema del narcotráfico. De su relato desprende
una conclusión: el éxito pregonado por Calderón sólo fue relativo.
Millán
(Tijuana, 1978), con quien charló Replicante,
es licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad
Autónoma de Baja California. Además de docente es periodista independiente; ha
sido reportero para Associated Press (AP) y The
San Diego Union Tribune. Ha colaborado en otras publicaciones, como Gatopardo, Le Courrier International y Minneapolis
Star Tribune.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
y publicar un libro como el suyo? ¿Por qué abordar el tema de la delincuencia,
sus efectos y las respuestas de la sociedad en Tijuana?
Omar Millán (OM):
En mi caso se volvió una especie de necesidad porque yo soy reportero y trabajo
para AP, y ya había laborado en The San
Diego Union Tribune. Nos pedían notas de máximo 700 palabras, y el tema era
el de la guerra contra el narcotráfico en Tijuana, que no se agotaba en esa extensión
ni tampoco en las nueve notas que escribía para estos medios. Entonces mucha
información se me estaba quedando y yo sentía que era bastante material el que
tenía como para hacer un libro. De allí surgió la necesidad de publicarlo.
Es
algo muy fuerte, que cambió totalmente la frontera. Siento que únicamente se
estaba hablando de la nota roja, del crimen, y se estaban dejando de lado los
antecedentes y la reacción que tuvo la gente. Entonces mi interés no era sólo
hablar del fenómeno del narco sino el por qué había sucedido, el efecto dañino que
tuvo en la sociedad y que afectó a Tijuana, sino también la reacción de
diferentes grupos artísticos, culturales, gastronómicos, empresariales, de
comerciantes que cambiaron la indolencia del “no me está sucediendo a mí, esto no
me afecta sino a otras personas” por la colaboración con la comunidad.
El
libro es una crónica no amarillista que muestra cómo la comunidad tiene que intervenir
en estas situaciones porque esto es un problema de todos, y todos debemos estar
allí, trabajar con los hijos, con los vecinos, porque no es un asunto únicamente
del gobierno.
AR: Al principio menciona un asunto
muy interesante: que justamente esos medios norteamericanos le encargaban hacer
una base de datos de los homicidios y una geografía de los crímenes en la
ciudad. Sin embargo saltó a hacer la crónica, el reportaje y la entrevista.
¿Cómo fue ese paso de la estadística al relato de las historias?
OM:
En ese tiempo yo estaba trabajando como free
lance para The San Diego Union Tribune, y la editora
para asuntos latinos me encargó un mapa virtual para localizar dónde se
producían principalmente los homicidios ligados al narcotráfico en Tijuana.
Ellos querían hacer una edición especial para su periódico en línea del
fenómeno, y lo iban a titular “Guerra en la frontera”.
A
la par de que me encargaron ese trabajo también supe que muchos reporteros de
San Diego no querían cruzar a Tijuana porque había estallado la guerra y había al
menos dos homicidios diarios, e incluso hubo un día en que se registraron 18
asesinatos. Uno, como reportero, andaba moviéndose todo el día tratando de
cubrir y explicar eso que estaba pasando, y fue entonces que me encargaron cada
vez más trabajo relacionado con el tema.
De
lo que me di cuenta mientras hacía el mapa es que esto estaba focalizado en la
zona Este de la ciudad. A mí no se me hizo extraño; yo soy nativo de Tijuana, y
desde niño conozco la zona, a la que llamaban “la zona rural”. Imaginariamente,
la ciudad, para muchos nativos o residentes de la Tijuana, la ciudad terminaba
en la 5 y 10, que es un crucero, y allí empezaba la zona Este.
De
la 5 y 10 hacia el Oeste, hacia el Pacífico, estaba la comunidad arraigada,
donde estaban los centros culturales, las escuelas, los museos, los mejores
restaurantes; después estaban los desarraigados, la comunidad que llegó con la
idea de cruzar a Estados Unidos o de emplearse en las maquiladoras, y se
asentaron en zonas donde no había servicios públicos, situación que poco a poco
el municipio trató de sortear ya que había muchas calles sin pavimentar, no
había escuelas, etcétera.
Ese
rezago hizo que, entre 2008 y 2010, allí se asentara una fracción del crimen
organizado que se nutría de gente que no tenía oportunidades. Allá en Tijuana,
como en las grandes ciudades, está muy marcada la clase social: a veces a un
fraccionamiento de un barrio popular lo único que lo divide de uno residencial adinerado
es una barda. Entonces para muchos jóvenes de la zona Este el narcotráfico significó
un boleto para acceder a lo que se anhelaba desde que tenían uso de razón.
La
guerra se mostraba en el mapa: abríamos la página y veíamos que los globitos rojos
estaban focalizados en la zona Este. Le dije a la editora: “¿Sabes qué? Me
interesa hacer la explicación de por qué eso está pasando allí: es una zona
marginada, no hay escuelas, no hay centros deportivos, les faltan museos”. Todo
esto se fue haciendo en los años posteriores; se aceleraron muchos proyectos a
raíz de esto.
Luego
vino una serie de cambios en el periódico, la crisis inmobiliaria, y despidieron
a varios editores; total que ese trabajo se quedó en el limbo. Yo seguía
trabajando con ellos y para AP, que me seguía pidiendo ese tipo de temas, pero
lo hacía con este ánimo de “no estoy diciendo completamente lo que quiero
decir”. Entonces es cuando planteó este proyecto a la editora de Trilce; ya
habíamos trabajado otro libro, La fábrica
de boxeadores en Tijuana. La convenzo, aunque ella no quería entrar a este
tema, que es fuerte.
Tijuana,
dentro de esta guerra, fue un modelo para el ahora ex presidente Felipe Calderón
para decir que su política estaba funcionando. En una reunión en Tijuana que él
tuvo con empresarios cuando todavía era candidato a la Presidencia, estos lo
convencieron de que la violencia estaba imparable, que muchos de sus familiares
o ellos mismos eran extorsionados y algunos secuestrados. Él les prometió que
iba a hacer algo. Poco después vino la declaración de guerra.
AR: Hay una parte del libro donde
señala que Tijuana, desde los años noventa, era una urbe muy destacada por su
actividad económica, industrial, cultural y migratoria. Y hay otra parte donde
afirma que la economía del narco está muy imbricada con la economía local.
¿Cuáles son los efectos del narco en el desarrollo económico de Tijuana?
OM:
Sabemos que el narcotráfico ha permeado a toda la sociedad. Una de las cosas
que plantea el libro es que precisamente no se ha atacado su poder financiero
no solamente en Tijuana sino tampoco en todo el país.
La
DEA estuvo no solamente revelando nexos entre casas de cambio y narcotraficantes,
sino también con farmacias, como las Vida, con más de 20 sucursales en la
frontera y que eran de las más conocidas. También había hoteles, algunos de
ellos ya decomisados; el más conocido era uno de lujo pegado al Pacífico, el
Oasis.
Además,
hay empresarios que seguramente se asociaron con los narcotraficantes o
conocían todo esto. También estos estaban empleando gente; Carlos Monsiváis,
que era muy asiduo a visitar la frontera y hasta decía que era fan de la
frontera de Tijuana, decía que había que aplaudir a algunos narcotraficantes
que daban, aun en tiempo de crisis, trabajo a los mexicanos. Lo decía con
ironía porque esto es algo triste.
Sabemos
que el narcotráfico no es únicamente problema de demanda sino también económico
y educativo. Si no hay oportunidades de empleo, alguien te las puede dar; lo
vimos ahora en la detención de El Chapo
Guzmán: cómo la gente salió a marchar ya que él les había dado empleo, oportunidades
de desarrollo e incluso la posibilidad de sentirse seguros, algo que el
gobierno está obligado a proporcionar y no lo ha hecho. Eso es una paradoja y
es muy triste: que un criminal esté dando ese beneficio.
Es
difícil decir qué beneficios trae el narcotráfico en la economía, pero sí que, tristemente,
está dando empleo, ya que el Estado no ha dado las condiciones para que la
población se desarrolle.
AR: Otro punto que me llamó la
atención es el de cuáles han sido las reacciones de la sociedad civil ante la
violencia, los narcos y la guerra. En algunas partes menciona que en un
principio a los narcotraficantes los recibió bien, que los toleraron mientras
no se metieran en sus negocios…
OM:
Hasta simpatizaron, había una empatía con ellos.
AR: Un caso muy sintomático de esto
es que ante un hecho tan aterrador como el descubrimiento del cementerio
clandestino de La Gallera hubo indiferencia. Pero también recuerda que la clase
media recurrió a las marchas, lo cual fue muy inusual. ¿Cuáles han sido las
principales reacciones de la ciudadanía tijuanense en este escenario de violencia
y delincuencia?
OM:
Hubo varias reacciones, curiosamente de grupos que no se pusieron de acuerdo y
que definieron la identidad del fronterizo, del tijuanense. Sí, es cierto: la
cultura de Tijuana toleró el narco, y en algunos casos hasta simpatizó con él.
Lo veía lejano, como “mientras el crimen no me toque a mí, mientras no me
secuestren a mí o a un familiar, está bien”. Pero, seguramente, a alguien
ligado a ellos le va a tocar o le tocó. Es algo que cambió drásticamente Javier
Sicilia con su movimiento: el discurso oficial de criminalizar a las víctimas, ya
que demostró que éstas tenían familia, que muchas no estaban relacionadas con
la delincuencia.
Hubo
varios grupos que no se pusieron de acuerdo, por ejemplo el de empresarios que
creó una convención llamada Tijuana Innovadora, con la que ellos trataron de
mostrar el trabajo tanto de maquiladoras como el artesanal que se ha estado haciendo
por años en Tijuana y que era único en la frontera; era lo que produce Tijuana
y que se exporta a Japón, a Estados Unidos, a Europa. Este grupo trató de darle
un orgullo a la ciudad, e hizo que participaran diversos medios de
comunicación. Lo que hicieron, a final de cuentas y sin sonar peyorativo, fue
una gran agencia de publicidad para mostrarle al mundo que la ciudad no es
únicamente Narcotijuana.
Fue
un gran aporte, pero hubo otros grupos que reaccionaron con labores que venían
haciendo de mucho tiempo atrás, como un grupo de más de 20 cocineros que venían
trabajando un producto que únicamente se cultiva o se pesca en la Baja, y que
tiene gran demanda en Estados Unidos, en Japón. Ellos lo comenzaron a difundir,
a ponerle una “marca ciudad”: la Baja Med, un tipo de cocina que ellos estaban
promocionando. Tenían 20 años aprovechando la langosta, ciertos mariscos, y la
forma de hacer ciertos platillos con mucho arraigo, pero no era una marca
ciudad, y ellos la hicieron. Primero la promocionaron entre la comunidad de
Tijuana, porque el turismo los abandonó a raíz de todos estos fenómenos, de la
crisis de Estados Unidos y de que se puso cada vez más difícil el cruce fronterizo
a raíz del atentado en las Torres Gemelas.
Entonces,
ellos miraron primero hacia la comunidad, algo que no habían hecho porque
siempre su mirada era hacia el estadounidense, y después volvieron la mirada
hacia el país para invitar y difundir lo que venían haciendo hace tiempo.
Posteriormente trajeron a gente de las grandes capitales de Estados Unidos y se
creó un turismo gastronómico, que es uno de sus mayores aportes.
Por
otra parte, hay una comunidad artística que también tiene mucho arraigo; quizá
lo más emblemático de ella son la Orquesta de Baja California y el grupo de djs
Nortec. Pero también hay personas en las artes plásticas, la poesía y la ópera,
que comenzaron a salir a las calles para invitar a la gente para que no
abandonara las calles —porque entre los años 2000 y 2010 el mismo gobierno
aconsejaba a las personas que no salieran a las calles porque había tiroteos y
que les podía tocar una bala.
Esos
artistas trataron de hacer sus propios eventos, como Entijuanarte, que ya tenía
varias ediciones y que extendieron a otras calles; hicieron murales y
rehabilitaron zonas que habían sido abandonadas a raíz de que el turismo las dejó
por la violencia. Hay un evento que se llama Ópera en la calle, que se hace en
la zona popular de Tijuana con cantantes de gran nivel, y que convoca a miles
de personas.
Entonces
esos grupos culturales lograron que la gente saliera de sus casas. Esto no es
trabajo únicamente de ellos: paralelamente, los gobiernos local, estatal y
federal estaban haciendo lo suyo: trabajando, combatiendo al narcotráfico.
No
podemos decir que se resolvió el problema, porque la estrategia está
equivocada: mientras siga habiendo una alta demanda de drogas se van a seguir
vendiendo cruzando la frontera. Pero sí se logró una sensibilización en la
gente, en la comunidad: ya no tolerar al narcotráfico, ya no empatizar con él
porque sus efectos se vieron con toda crudeza en las calles.
AR: Otra presencia que noto en el
libro es la de la religión, que se aprecia desde organizaciones de la sociedad
civil —como las abuelas que convocaban a orar para que bajaran los niveles de
violencia—, hasta cultos como el de Juan Soldado e incluso de Al Capone. Los
propios delincuentes son muy creyentes, lo mismo que el policía Leyzaola, por
ejemplo. ¿Qué papel ha desempeñado la religión en esta guerra en Tijuana?
OM:
Es muy ambiguo. Yo quería reflejar cómo una parte de la sociedad, un grupo de
señoras mayores de 70 años fundaron un organismo llamado Abuelas en Acción a
raíz de un tiroteo que hubo por tres horas entre grupos criminales y
autoridades. Ellas se propusieron rezar e invitar a la comunidad a hacerlo, y repartían
veladoras. Era la idea de que, para algo tan fuerte para el que ya no se tenían
recursos y por el que se observaba que había mucha desesperanza en la
comunidad, la única alternativa que había era rezar y pedirle a los criminales
que pararan la violencia.
También
el delincuente, después de asesinar, deja una veladora; él mismo trae
escapularios y se entrega al rezo para ser ayudado para no ser detenido.
Un
antropólogo social que aparece en el libro explica cómo sociedades que están en
crisis necesitan ver milagros donde no los hay, porque el único recurso frente
a algo que es tan desesperanzador es la religión. Muchos se refugian allí.
Yo
quería presentar esta paradoja, este contraste que es muy típico de la
frontera: el victimario y la víctima rezando, cada quien por su credo.
AR: En el libro habla de las
oportunidades que el narco le ha brindado a los jóvenes pobres. Pero también
hay un caso que reporta que en ese sentido es excepcional: la entrevista con la
señora Palacios Hodoyán, madre de un par de jóvenes que pertenecieron al grupo
de los llamados Narcojuniors, jóvenes
de la clase adinerada de Tijuana que entraron al servicio de los Arellano
Félix. ¿Qué nos dice este caso?
OM:
El problema de los narcojuniors lo
definió muy bien Jesús Blancornelas, el codirector del semanario Zeta, al decir que tenían todo, pero lo
único que les hacía falta era poder. El caso de la señora Cristina de Hodoyán
me llamó mucho la atención porque sentí que era una metáfora de lo que le
estaba pasando a Tijuana: que una mujer que tenía muchísimo arraigo en la
ciudad, adinerada, que había sido presidenta de un colegio privado de maristas
muy emblemático y que había sido también presidenta de un club campestre
exclusivo, fuera madre de una víctima y un victimario. Cuando secuestraron a su
hijo, perseguido por delator, ella fundó una asociación para buscar a personas
desaparecidas. Poco antes del secuestro, otro de sus hijos había sido detenido
acusado de ser sicario y haber atentado contra un delegado de la Procuraduría
General de la República.
Esto
se me hacía algo muy simbólico: por una parte, la madre que tiene un hijo
victimario y otro víctima; la señora seguramente se iba a cruzar —y se cruzó— con personas que le cuestionan si su hijo victimario no tuvo que
ver con las personas que ellos intentan encontrar.
Entonces
la historia de ella es algo único que encontré. El capítulo se llama “La señora
Hodoyán o la metáfora de la tía Juana”, que era un caso en el que se reflejaba
que el narcotráfico había permeado tanto a la sociedad que jóvenes que
aparentemente no tenían nada que desear, que tenían todo, lo que anhelaban era
poder.
Esto
me llamó mucho la atención: que el narcotráfico estaba en toda la sociedad: en
la autoridad, en la clase adinerada, en la policía.
AR: ¿Cuántas guerras hubo en esta
guerra? Relata, por ejemplo, de una guerra al interior del cártel de los
Arellano Félix, de El Ingeniero
contra El Teo por el liderazgo, e
incluso llega a decir que la mayoría de los asesinatos se deriva de ese
enfrentamiento; otra era dentro de los gobiernos, que se puede ver en la carta
que reproduces del general Aponte contra las autoridades estatales y
municipales. Incluso parece que hubo un apoyo al cártel de Sinaloa para acabar
con los Arellano porque El Teo era
menos violento.
OM:
Eran luchas por el poder; en el caso de las autoridades, para ver quién tenía
el control. Yo creo que nunca habían tenido este reclamo por parte de todos los
sectores de la sociedad; era algo insólito lo que estaba pasando por los tiroteos,
por la corrupción, porque el mismo jefe antisecuestros de la Procuraduría
General de Justicia del Estado de Baja California fuera secuestrador, y de que
hubiera comandos ligados a él y estuvieran haciendo su trabajo. Esa pugna la
resolvieron; sí era una lucha interna por la autoridad, como lo dijo el
entonces procurador del estado, Rommel Moreno, quien lo explicó bien al decir
que tanto la Procuraduría como otras corporaciones (la Secretaría de Seguridad
Pública y la misma policía municipal) en una parte estaban corrompidas. También
muchos miembros de esas instituciones trabajaban en ellas sin ningún examen;
además, tampoco tenían la preparación ni las condiciones para desempeñar sus
obligaciones
Asimismo,
al teniente coronel Julián Leyzaola se le criticaba cómo estaba combatiendo
directamente al narco cuando la función de la policía municipal es hacer
labores preventivas.
Entonces,
pareciera que cada quien estaba trabajando de forma aislada, y eso lo resolvió el
gobierno federal al poner al mando al Ejército, primero al general Aponte, un
señor de carácter fuerte, muy directo, nada político. No tenía este carácter de
tratar al procurador en ese entonces (Rommel Moreno), y a otras autoridades les
decía públicamente lo que estaban haciendo mal; éstas se sentían ofendidas, y
cuando le pedían pruebas se las daba, y más agraviadas se ponían.
Lo
anterior fue resuelto al cambiar de mando en la Segunda Región Militar: llegó el
comandante Alfonso Duarte Múgica, quien hizo la labor de ser el mariscal de guerra.
Hacía reuniones mensuales con los secretarios de Seguridad Pública, con el
procurador, con el gobernador, con el secretario de Gobierno y con todos los
presidentes municipales, y se acordaba algo. Cada mes planeaban, y eso fue lo
que al final rindió frutos.
Duarte
era el jefe, y todos le rendían cuentas a él y él también lo estaba haciendo.
Por una parte estaba trabajando esto, y por otra lo que ellos llamaban
depuración, que no se logró del todo.
Vinieron
las elecciones, llegaron otros mandos y en lo que se pusieron de acuerdo hubo
espacios que se dejaron inconclusos en la depuración policiaca; por ejemplo, en
Tijuana no se llega a los dos mil policías, y para una ciudad de 1.6 millones
de habitantes lo ideal son cinco mil. Corrieron a 700 policías a los que no se
les tuvo confianza y están en la calle.
Sobre
esa depuración explicó muy bien el procurador: es muy difícil comprobarle a un
funcionario una corruptela, pese a que todos solicitemos que sea despedido. Hay
una serie de factores legales que no nada más es despedirlo, sino que hay que
comprobarle que es un corrupto, llevarlo a juicio y encerrarlo. Esto es algo
muy complicado de hacer.
Más
que guerras, había varias pugnas: en el caso de los narcotraficantes estaba que
a raíz de la detención de El Tigrillo
hubo un vacío de poder que intentó llenar el sobrino de ellos. Pero no estuvo
de acuerdo con ello una fracción, por lo cual empezó una serie de homicidios para
mandarse mensajes entre ellos. La autoridad interpretó que esto iba crecer y se
iba a tornar más violento, e intentó calmarlos pero el enemigo estaba dentro.
AR: En otro capítulo hay una
entrevista con el polémico Julián Leyzaola, quien decía que odiaba a los
narcotraficantes y que la sociedad también debía odiarlos. ¿Cómo materializó esto
Leyazola? ¿Qué le parece esta idea?
OM:
En ese aspecto él fue íntegro. Primero tuvo que dejar a su familia, se instaló
en el cuartel militar y comenzó su campaña de ataque contra los
narcotraficantes. Siguió la idea, que inicialmente fue del general Aponte, de
poner no mandos policiacos sino a exmilitares o a gente que había estado
trabajando con el Ejército. Esto también ayudó bastante.
Mostró
su integridad en que no era sólo una persecución policiaca sino también contra todo
lo que significaba la cultura del narco. Fue cuando fue prohibido que los grupos
norteños (el caso más emblemático es el de Los Tucanes de Tijuana) tocaran en la
ciudad y mandaran mensajes —porque mandaban mensajes a los líderes del
narcotráfico que apoyaban o que les mandaban hacer canciones.
Vino
una serie de denuncias de derechos humanos diciendo que él había torturado a
policías presuntamente corrompidos y que él creía que eran parte de las mafias;
pero finalmente fueron absueltos y pidieron regresar. Allí también fue
cuestionado el trabajo de Leyzaola, que no era quizá tan íntegro en el aspecto
de respetar los derechos de estos policías.
Había
muchos mitos en torno a él, como cuando se dijo que en un tiroteo golpeó a un
narcotraficante que estaba herido.
También
en declaraciones llamó “puercos” a los narcotraficantes, e incluso por su
nombre, lo cual ningún director de la Policía ni ningún secretario de Seguridad
Pública había hecho.
Él
daba nombres, y eso forma parte de su integridad. Era muy claro que iba contra los
delincuentes y que no les tenía miedo. Parte del buen trabajo que hizo fue
apreciado: después se lo llevaron al gobierno del estado, a la subsecretaría de
Seguridad Pública, y después se lo llevaron a Ciudad Juárez.
AR: Leyzaola hablaba de una hipocresía:
la gente se quejaba de las actividades delictivas, de la violencia, y al mismo
tiempo iba al concierto de grupos norteños y compraba discos de narcocorridos.
¿Qué piensa al respecto?
OM:
Estoy en contra de la censura; la gente debe escuchar lo que quiera, pero
también entiendo esa postura que tomaba él como un líder de la seguridad y que
debe estar ligada a la educación. No basta con una declaración de él, no basta
con decir “esto es malo”.
Todo
esto debe estar ligado con campañas que no se han hecho, ya que este problema
es económico, de demanda, educativo. Hace falta muchísima educación, invertirle
mucho a las escuelas, al deporte.
Entonces,
aunque yo no estaba de acuerdo con él entendía su postura en el contexto en el
que él lo estaba diciendo. Además, algo que nos estaba ocurriendo a los
reporteros cuando lo que estaba pasando era un asesinato tras otro, era que
decíamos “ya no lo quiero escuchar”. No es que esta música te lleve a agarrar
un arma y matar a alguien, pero era muy agobiante todo lo que estaba sucediendo.
AR: Tijuana ha sido puesta como un
ejemplo del éxito de la guerra contra el narcotráfico. Fue uno de los primeros
lugares en donde se implementó la estrategia militar de Felipe Calderón. Le
asigna un éxito relativo, pero también dice al final: “Esta decisión de
Calderón sólo delató una rotunda renuncia a la responsabilidad política”. ¿Cuál
es su balance de la estrategia militar? ¿Hoy es más vivible Tijuana que en
2007?
OM:
Sí, está mejor. A lo que me refería de la responsabilidad política, y lo vemos
más ahora, es que muchos gobernadores no quisieron colaborar; lo que había era
un partidismo.
Cada
región es muy diferente: es distinto lo que ocurre en Michoacán que en
Chihuahua, en Nuevo León o Sonora que en el Estado de México. ¿Quién más que
los gobernadores que conocen a su gente y a su región? Debieron haber
colaborado.
Pero
aunque Tijuana cambió, el problema no se ha resuelto: sigue habiendo más de 400
homicidios anuales ligados al narcotráfico. La violencia sí se volvió más
silente; había un eufemismo que manejaban, que era “violencia de alto impacto”,
con el que se referían a tiroteos en sitios públicos, al tipo de armas que se manejaban
(rifles de guerra: AK47 o R15), la cual ha disminuido.
Ya
tampoco hay los viajes impunes que por diversas avenidas hacían la caravanas de
Suburban de los narcotraficantes porque los estuvieron persiguiendo y
presionando.
Sin
embargo ahora se usa otro tipo de armas, y el problema del narcomenudeo está
muy fuerte. A mí me sorprendió mucho una declaración del secretario de
Seguridad Pública, Daniel de la Rosa —quien estuvo durante el periodo del
anterior gobernador, José Guadalupe Osuna Millán, y que fue ratificado por el
nuevo mandatario, Francisco Vega de Lamadrid—, diciendo que a muchos
narcotraficantes que habían detenido no les encontraron pruebas y entonces los
soltaron; al salir de prisión, volvieron a las zonas donde habían tenido cierto
control, y entonces comenzaron a disputárselas a las personas que habían tomado
el dominio en su ausencia. Esto viene de una autoridad que lo sabe y que lo está
dejando.
El
problema allí está; la mayor parte de las víctimas que hay ahora son
narcomenudistas.
Entonces
la violencia de alto impacto se detuvo, y hubo esta reacción de la gente que
parece decirnos que ya no va a volver a tolerar más el narcotráfico. Ya sabe
toda la crudeza, ya vivió toda esta violencia que hubo (los colgados, los
decapitados), que fue muy impactante para todos. Siento que eso ya no se va a
volver a repetir.
AR: ¿Cuál fue el peso de la
sociedad en esta mejoría? ¿Qué tanto la apoyó el gobierno? En el libro podemos
ver varias iniciativas de la sociedad civil.
OM:
El gobierno participó en crear centros de arte, museos, en rehabilitar y crear
nuevos centros deportivos, en abrir nuevas preparatorias en la zona Este. Esto
último era una necesidad por la dinámica de la población: esa zona era ocupada
en su mayoría por parejas que llegaron hace poco más de 20 años, y que se
asentaron allí con hijos pequeños. Antes ir hasta la Preparatoria implicaba
tomar dos autobuses, para los cuales no hay dinero (el transporte en Tijuana es
de los más caros y más chafas que hay en el país).
Pero
eso no basta, hacen falta muchas cosas más. Pero también ese es el aporte de la
sociedad, y otra vez volvemos al tema educativo, al cultural, al arte para contribuir
para terminar con la violencia.
AR: ¿Qué riesgos corrió al hacer
este tipo de trabajos?, ¿le han amenazado, le han agredido?
OM:
He corrido con mucha fortuna, pero tengo compañeros que no la han tenido. Te
platicaba del semanario Zeta, que es
el caso más emblemático, el medio de comunicación que más ha sufrido la
represión, tanto la muerte del codirector, Héctor El Gato Félix, como el atentado contra Jesús Blancornelas, en el
cual murió su guardaespaldas, y después el asesinato de Francisco Ortiz Franco.
Afortunadamente
no he corrido ningún peligro. Pero durante el curso de la investigación para el
libro y para reportajes procuré no decir que era reportero. Tengo otro trabajo,
que es el de profesor, que es como me manejaba. Si tenía que desplazarme a
ciertas zonas, siempre decía a dónde iba y más o menos a qué hora regresaría,
porque sí ha habido temor, más durante estos años, cuando muchos teníamos la
sensación de que en cualquier momento te podían disparar. Pero afortunadamente
me ha ido bien; nunca me han amenazado y los medios para los que he trabajado
me han dado toda la libertad para trabajar, para no autocensurarme.
*Entrevista publicada en Replicante.
1 comentario:
Muy buena entrevista, señal de un excelente libro documento.
Saludos.
Carlos.
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