Iguala: la droga, en el centro
Entrevista con José Reveles*
Ariel
Ruiz Mondragón
Aún
no ha sido completa y claramente
desentrañado lo ocurrido la noche que fue del 26 al 27 de septiembre de
2014 en Iguala, Guerrero, cuando estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa
Raúl Isidro Burgos acudieron a las inmediaciones de esa ciudad a tomar camiones
para poder asistir a la manifestación conmemorativa del 2 de octubre de 1968 en
la Ciudad de México.
Como
se sabe, aquel día se suscitó una gran violencia contra los jóvenes, que
provocó la muerte de seis personas, 25 heridos y 43 normalistas desaparecidos.
Con estos hechos estuvieron relacionados cuerpos de seguridad y la delincuencia
organizada local.
Sin
embargo aún faltan explicaciones acerca de cómo y por qué ocurrieron esos
deplorables sucesos, sobre todo con tal sevicia. José Reveles presenta su
versión de ello en su libro Échale la
culpa a la heroína. De Iguala a Chicago (México, Grijalbo, 2015). Allí el
autor revisa el tráfico de drogas en Guerrero. pero también en un contexto más
amplio no sólo nacional sino en relación con Estados Unidos, como la pista
clave para explicar aquellos acontecimientos.
Reveles,
con quien conversamos acerca de ese volumen, cuenta con una trayectoria periodística de más de 40 años; egresado de
la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, ha sido profesor titular de la
Cátedra Miguel Ángel Granados Chapa, de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Ha laborado en medios como Excélsior,
Proceso, Filo Rojo, El Financiero y Variopinto,
entre otros. Autor de una decena de libros, en 2001 recibió el Premio Nacional
de Periodismo en la categoría de Reportaje.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
hoy un libro como el suyo? Casi al final dice usted que es un intento por
explicar tanta saña en aquella noche del 26 de septiembre de 2014.
José Reveles (JR):
Exactamente ese es el propósito: dar explicación a esta tragedia, o más bien agresión
infame, absurda, con mucha violencia, demasiado “¡párenlos a como dé lugar!” para
atacar autobuses llenos de gente (yo le conté 91 balazos a un autobús, y a un
taxi 47). Estamos hablando de esa sevicia, de esa crueldad, de ese ánimo de
herir y de matar.
Traté
de encontrar el por qué llegamos a ese extremo, particularmente en Iguala,
Guerrero. Mi conclusión es que es, primero, el producto de políticas permisivas
de los gobiernos federales, pero por supuesto también del estatal y los municipales
en la medida en que tomaron el poder delincuentes organizados que no esperaron
a que hubiera elecciones y luego ir a corromper al funcionario electo, sino que
ya se metieron ellos como candidatos y ganaron la elección bajo el cobijo de
una sigla supuestamente de izquierda: la del PRD.
Eso
requiere una explicación; la busqué y me encontré con antecedentes que indican
cómo tres gobiernos federales permitieron que México sea el superproductor de
mariguana y de opiáceos. Eso tendría que ser criticado porque, finalmente,
estamos entregados a la delincuencia; pero, además, en medio de esta falsedad
entre el propósito declarado de la guerra contra las drogas y los resultados no
sólo nulos sino de incremento de su producción hay 150 mil muertos y decenas de
miles de desaparecidos, así como un millón y medio de desplazados, que no tienen
por qué pagar el pato por esto que se diseñó desde las alturas.
Yo
sostengo que eso se decidió desde Washington; como decían cuando nos daban
clases de internacionalismo y globalización, cada país tiene que jugar un rol
en el mundo, y el papel que nos tocó a nosotros es ser central de abastos de
drogas de Estados Unidos.
Menciono
a tres gobiernos federales: los de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña
Nieto, pero podemos irnos más atrás, desde Ernesto Zedillo. Lo hago porque fue
Fox quien decidió ya no fumigar plantíos desde el aire, pero todos los
gobiernos mexicanos, desde hace mucho tiempo, son perfectamente sumisos,
carentes de una noción de soberanía, de autonomía como Estado, y, por tanto,
siguen los lineamientos que dicta la gran potencia mundial consumidora de
drogas.
AR: Usted habla de que Fox, a unos
días de dejar el poder, decidió que se acabara con la fumigación de cultivos
ilícitos, especialmente de la amapola. Pero si algún país ha impulsado la
guerra ha sido Estados Unidos. ¿Por qué los norteamericanos permitieron esa
situación?, ¿cuál era su conveniencia?
JR:
Esa aparente flagrante contradicción tiene que ver con el interés también de la
venta de armas y de una política represiva que primero tuvo como sus
destinatarios, sobre todo, a los subversivos y a los opositores en los años
setenta. Es curioso cómo la Operación Cóndor —como se llamó a la fumigación del
Triángulo Dorado mexicano formado por
Sinaloa, Chihuahua y Durango— fue llamada igual que aquella otra injerencia de
Estados Unidos en los gobiernos militaristas del sur del continente, en donde el
gobierno chileno podía perseguir, apresar, matar o desaparecer a alguien en
Uruguay, o el argentino podía hacerlo en cualquiera de los otros países de esa
región. A lo que voy: fue una falta de imaginación pero así se armaron las dos
operaciones y fueron casi simultáneas.
Hubo
Operación Cóndor en el Pacífico, pero se hizo bajo la égida y el mandato
impositivo de Estados Unidos, que fue el que nos enseñó y que nos ayudó; ahora
estamos bajo la Iniciativa Mérida, porque finalmente a ese país le gusta que
las guerras contra el tráfico de drogas se libren fuera de sus fronteras. Yo lo
he dicho con esa frase: ellos ponen las narices, la boca y los pulmones, y
nosotros ponemos los muertos. Así de sencillo.
El
prohibicionismo de las drogas (eso no lo menciono en el libro porque se iba a
hacer muy largo) en Estados Unidos se dio enseguida de la Ley Seca. Ellos lo inventaron: fue Harry Anslinger, con métodos muy
parecidos a los de la propaganda nazi —él era profascista—, y terminó
criminalizando particularmente el consumo de heroína, pero empezó con la
mariguana: decía que ésta volvía loca a la gente, lo cual es absolutamente
falso. Está demostrado, hasta hoy, que eso no sólo era mentira sino que puede
tener muy eficientes efectos curativos y medicinales.
Anslinger
metía esas notas a la prensa más amarillista para generar un ambiente de
zozobra frente a los adictos. Persiguió a más de 20 mil médicos, que atendían
en consultorios, hospitales, clínicas y dispensarios, por el solo hecho de que
le daban ayuda a los heroinómanos y a los mariguanos.
¿Cuál
fue el efecto de esa política? Que si costaba 3, 4 o 5 centavos de dólar
ponerse una inyección en estas clínicas, en cuanto fueron perseguidos los
médicos los adictos quedaron al garete y cayeron en manos de las mafias, que
les cobraban la dosis a un dólar. Es decir, el negocio de los mismos que
fabricaban y contrabandeaban alcohol y que vendían drogas fue elevado por el
prohibicionismo porque lo clandestino cuesta más.
Pero
Estados Unidos ahora está marchando, lentamente, hacia la despenalización de
las drogas, aunque siguen manteniendo la misma política hacia nosotros. Por
eso, repito, México no es autónomo; si lo fuera ya estaría ahora en ese
círculo, pero apenas la Corte discutió eso hace poco.
Es
muy importante que la heroína esté en el centro de este debate y de esta
violencia porque hacia allá están volteando los adictos estadounidenses. Está
demostrado, como lo dicen el propio Obama y estudios de Inside Crime, el
crecimiento exponencial de los drogadictos que requieren heroína. ¿Quién se las
da? México, porque Colombia ya no lo hace y el triángulo asiático está muy
lejos y cuesta muy caro. Afganistán produce muchísima, pero se la vende a
Europa, a China, a Rusia, etcétera. Entonces México está con esa vocación
natural geopolítica (por ubicación geográfica y sujeción política) y, además, las
autoridades internas han permitido que se expanda esta producción de cultivos.
AR: Comenta en el libro que, cuando
estaba en edición, usted iba sobre el asunto del tráfico de heroína, una
hipótesis después confirmada por el Grupo Interdiscliplinario de Expertos Independientes
(GIEI). ¿Usted cómo llegó a esta tesis? Los expertos ubican este asunto en el
quinto camión ignorado por la PGR.
JR:
Lo que pasa es que yo conozco el tema del tráfico de drogas, de los Guerreros
Unidos y los Rojos, las derivaciones de los Beltrán Leyva; además, varios
sitios, como El Universal y SDP
Noticias, empezaron a publicar que aparentemente había una carga en uno de los
autobuses que se robaron los muchachos. Yo empecé a buscar información, y
descubrí que estábamos en el centro neurálgico de la producción de heroína de
toda América.
Iguala
y sus alrededores, en Guerrero, desplazaron también a la producción que se
atacó en los años setenta en el Triángulo
dorado, que es del Chapo Guzmán
(pero Guerrero es también del Chapo,
ojo; me faltó decirlo con más énfasis pero te lo digo: es de él y del Cártel de
Jalisco Nueva Generación, que originalmente nació de los Beltrán, quienes
estaban confrontados con Guzmán Loera). Pero con el pasar de los años los
grupos se fueron reconformando y lo que fue odio se convirtió en alianzas y al
revés hasta entre familias. Por ejemplo, es obvio que el Chapo y su gente mataron a Rodolfo Carrillo Fuentes en 2004, lo que
provocó una pelea con el Cártel de Juárez; pero con el tiempo se recompusieron esas
heridas y volvieron a ser socios porque el Mayo
Zambada es compadre de Vicente Carrillo.
Se
dan esos compadrazgos y lazos familiares: el Chapo mismo era pariente del Mochomo,
Alfredo Beltrán Leyva. Pero así se manejan el narco y los negocios, por lo que no
importa si mataron al hijo o al hermano y se vuelven a juntar. Esa es un poco
la razón por la cual la influencia de Sinaloa sí está en Guerrero: le está
conviniendo más producir droga en Guerrero que en Sinaloa.
AR: Justamente los hermanos de la
esposa de José Luis Abarca estaban metidos con los Beltrán Leyva.
JR:
Sus dos hermanos, tanto el MP como el
Borrado, como eran apodados, eran
manejadores de dinero, pagadores y lavadores de Arturo Beltrán Leyva.
AR: Su principal explicación de
aquella cruel noche fue que se trató de protección al tráfico de drogas. Al
respecto, ¿qué nos dejó ver este gran crimen?
JR:
Allí se juntan dos asuntos que aparentemente son evidentes pero que estaban
ocultos: uno, el de los desaparecidos, que para mí es el pendiente de este país
porque los pobres familiares siguen durante años en este viacrucis en la
búsqueda de los suyos, vivos o muertos, y cada vez que hay fosas clandestinas
acuden, sin encontrar a sus familiares, ni consuelo ni justicia. Eso se destapó
con la desaparición de los 43 muchachos normalistas; aunque el tema lo tenemos
como en el subconsciente, en la información, en la protesta, pero no fue tan
evidente y tan fuerte hasta que se dio este caso que cimbró a todo el mundo.
El
otro es que el tema de la heroína también estaba oculto; no se sabe, por
ejemplo, por qué Vicente Fox decidió ya no fumigar los plantíos porque nunca lo
explicó, lo cual, además, les pasó de noche a los medios y a la opinión
pública. Yo estoy muy enterado de eso porque a mí recurrieron los pilotos que
hacían ese trabajo: yo los acompañé a la Cámara de Diputados, tuve los
documentos y ahora los rescaté (yo publico, por ejemplo, cartas que ellos le
escribieron al procurador Eduardo Medina Mora y al propio Fox). Ellos lo
advirtieron de mil maneras y no pasó nada, solo estuvieron dos años cobrando
sin trabajar; además, fue muy irregular su despido y la eliminación de dos
direcciones: la de Servicios Aéreos y la de Erradicación, que dependían de la
PGR.
La
orden fue de Fox, pero la obedeció dos semanas después Felipe Calderón: en
diciembre le pasaron 108 aeronaves de la PGR, del procurador Medina Mora, al
Ejército, y fue Guillermo Galván Galván, secretario de la Defensa, quien las
recibió. Esto pasó de noche ante la opinión pública, como si no hubiera
ocurrido. Tal vez era la falta de transparencia, el ocultar alguna intención
doble, lo cual también fue destapado por el caso de los muchachos en Iguala.
Entonces
para mí esos son los dos descubrimientos.
El
caso, que es una terrible tragedia y un aliciente para muchas luchas y protestas
sociales, se junta con otras atrocidades que han ocurrido en tiempos recientes.
Es una bandera, pues.
AR: Me parece desmesurada tanta
saña aquella noche: ¿no bastaba con bajar a los jóvenes de los autobuses y recuperarlos?
Un poco como se hizo con el quinto autobús: los bajaron y pudieron huir.
JR:
En este caso lo hicieron de esa manera y no se animaron a dispararles. Ese
momento de vacilación lo aprovecharon los muchachos para caminar para atrás e
irse corriendo. Pero los que iban por el centro iban encerrados y les
atravesaron las patrullas, llegaron con piedras y la violencia fue in crescendo. Pero además los chavos ya
estaban criminalizados desde antes: les dicen “los pinches ayotzinapos” y “ayotzivándalos”,
por ejemplo.
Además
los venían monitoreando y ya lo sabían todos los halcones, los sicarios, los policías y el Ejército. Estaban
entrando a un campo minado, lo que ellos no se imaginaban; incluso, cuando los
bajaron del autobús, creyeron que los llevaban al Ministerio Público. Pero ya
nunca aparecieron 43.
Creo
que fue una suma de circunstancias desgraciadas la que llevó a esto, pero necesitó
haber un caldo de cultivo de impunidad, de corrupción y de violencia, de
dominio territorial de la delincuencia, del cogobierno delincuentes-autoridades
elegidas en las urnas, que éstas fueran del mismo partido que apoyó también la
candidatura de Ángel Aguirre. Además está el antecedente del regalo del terreno
del Ejército para el centro comercial de José Luis Abarca. Es decir, todo el
contexto estaba dado para que no hubiera una mente racional que dijera “vamos a
hacer las cosas de otra manera: vamos a controlarlos a base de toletazos”, o
qué sé yo.
Pero
nadie los sacó del lugar y por eso hay que buscar la explicación, y yo la
encontraba justamente en que se estaban llevando una droga que iba a andar
paseando por todo el país, porque ellos iban a ir a la Costa Chica, a Morelos y
luego a Tlatelolco y de vuelta a Ayotzinapa. En ese trayecto se podía perder la
droga, y si vale millones, ¿cómo lo iban a permitir? Por eso a mí me pareció
una hipótesis bastante razonable y lógica para este ataque: no tiene otra
explicación.
La
circunstancia fue que los atacaron cuando los estudiantes ya se iban. Todos
sabemos ahora que eran monitoreados desde las siete de la noche, desde que
fueron a Chilpancingo, en donde no pudieron tomar los autobuses. Todo ese
tiempo, cuando estuvieron en Huitzuco, en las afueras de Iguala, fueron perfectamente
monitoreados. Todos lo sabían, incluso los malos
de Iguala, y eso como que les caldeó el ánimo. Pero también estaba la previa
impunidad: encontraron en fosas más de 105 cadáveres, que no eran de los
muchachos de Ayotzinapa.
¿Qué
diablos estaba pasando en Iguala? Después han ido a destapar más fosas en El
Carrizalillo, en Casimiro Castillo, y no solo eso: al alcalde de Cocula lo encontraron
con el hermano de Sidronio Casarrubias, líder de los Guerreros Unidos. Y no ha
pasado nada: siguen igual la violencia y la impunidad porque nunca hay
resultados plausibles.
Estamos
hablando de que si ya tienen desde hace más de un año detenidos a los líderes
de la banda, pues ya deberían saber lo que pasó; no inventar sino saber lo que
pasó, porque en los expedientes, en las actas ministeriales hay cuando menos
cuatro posibles lugares donde habrían sido liquidados los muchachos: uno es el
basurero, otro es Lomas de Coyote, en una casa de seguridad, uno más es Pueblo
Viejo y otro es un predio cercano al autolavado Los Peques. Los cuatro están
mencionados en el expediente y los citan los expertos. Hay un caso clarísimo,
del Chucky, el Mike y varios que dicen que subieron a 17 y “los matamos”, e incluso
dan el pormenor de cómo y quién lo hizo. ¿Puede ser mentira? Por supuesto,
porque esa es otra parte: el expediente, las actas, son un cochinero. Como
muchas averiguaciones que he conocido, como las de Florence Cassez e Israel Vallarta,
también es un cochinero la investigación de lo que pasó en Iguala, porque hay
demasiadas contradicciones dichas por actores muy similares. Luego descubrieron
los expertos que 77 de los detenidos (es decir, las casi tres cuartas partes de
los 110 detenidos) tienen torturas que son similares, y pidieron que se les hiciera
el Protocolo de Estambul.
Lo
anterior, ¿qué nos está diciendo? Que se hizo un expediente a base de tortura.
¿Quién lo hizo? Inicialmente los gobiernos perredistas de Iguala y de Guerrero,
y en segundo término la PGR, que ya agarró el caso muy contaminado pero tampoco
ha ayudado a desbrozarlo. Es una maraña que a ver cuándo la desenredan. La
mejor manera de que una investigación no llegue a un buen fin es ensuciarla, de
entrada: enreda al principio, y de aquí a que vuelven a rehacer… Tendrían que
volver al principio porque hay muchísima falsedad en las declaraciones.
AR: Usted reproduce algunas en el
libro, como las de los policías.
JR:
Hay un testimonio de los que presentó Murillo Karam en video, cuando a un
acusado no le daban las cuentas de los muchachos que llevaban en los vehículos,
le faltaban 15, y dijo: “Ah, no, a los últimos los bajamos caminando”. ¡Tú no
te imaginas a los muchachos caminando en el basurero! Eran jóvenes, tenían adrenalina,
estaban viendo que los iban a matar, que era una masacre en el basurero. Pero esa
violencia no aparece en la narrativa, y esos muchachos no son sino mansos
corderitos. ¿A quién le cuentan eso? No puede ser.
AR: Usted hace una anotación
importante: el gobierno ha dividido este proceso cuando menos en 13 causas que
se están llevando en seis juzgados. ¿Cuáles son los problemas que esto trae
para que se haga justicia?
JR:
Los presos también han sido divididos. Imagínate, para empezar, el aislamiento
de los inculpados: ¿quién los va a estar visitando hasta muy lejos, además de
que la defensa les sale carísima? Unos procesos se llevan en Tamaulipas, otros
en Veracruz, unos más en Toluca, otros en Tepic, y allí están los inculpados en
la cárcel.
Toda
esta dispersión también parece a propósito para no poder mantener una visión de
conjunto del expediente. A mí me lo hizo ver mucho Sayuri Herrera, la abogada
de Julio César Mondragón, quien dice: “No puedes andar viendo todo el
expediente porque está en chino: tienes que andar recabando información en
muchos juzgados”. Por ejemplo, el caso de Mondragón está en cuatro cauces.
Incluso
tuve una aparente diferencia con los expertos: yo decía sobre el caso
Mondragón, cuyo rostro fue mutilado: “Una necropsia dice que fue fauna nociva,
pero hay otra que dice que es un corte perfecto”, y dijeron “esa no la
conocemos”. Yo chequé mis papeles y, en efecto, son dos cosas diferentes, pero
a veces, con la lectura, también te enredas porque son demasiados datos. Yo leí
muchos meses, y este libro es producto de una lectura minuciosa de todos los
expedientes.
AR: Hay un asunto sobre el que se
ha preguntado mucho: ¿por qué fueron a Iguala los normalistas? ¿Ellos
desconocían la situación del narcotráfico en el estado, especialmente en
Iguala?
JR:
Sí desconocían estos datos macro…
AR: Porque hay algunos datos, como
el del asesinato de Arturo Hernández, líder de la Unión Popular de Iguala,
después de una disputa con el matrimonio Abarca. Eso seguramente sí lo sabían.
JR:
Pero no pienses que los muchachos estaban informados; yo tengo alumnos de
séptimo trimestre de periodismo y no están informados. A lo que me refiero es
que ellos no iban a entrar a Iguala, para empezar. Tal vez a mí me faltó
ponerle ese acento, pero eso es absolutamente cierto: no iban a entrar a
Iguala, pero lo hicieron porque en la orilla de la carretera tomaron un Costa
Line, y él les dijo que los iba a acompañar a Ayotzinapa y a estar con ellos
varios días, porque así es el estilo, pero también les dijo “nomás denme chance
de bajar el pasaje”. Entonces se metió hasta la terminal, hasta el andén, y le
preguntaron: “¿Por qué te metes hasta el andén”, “No hay problema, ahorita nos
vamos”, dijo él. Entonces los 10 muchachos se bajaron y se volvieron a subir al
autobús porque tenían la confianza de que se iban a ir. Entonces el chofer,
mañosamente, les cerró la puerta, se fue y se perdió. Los normalistas se
desesperaron, rompieron los cristales pero no se pudieron llevar el camión
porque no volvieron a encontrar al chofer. En mi libro sugiero que ese podría
ser el camión cargado con droga, si no ¿por qué esa osadía de un chofer de
enfrentarse con 10 muchachos que lo podrían haber madreado? Además, estaba otro
chofer que también se opuso, que dijo haber llegado a las seis y media a la
terminal, y que le tocaba irse hasta el otro día. Eran 13 o 14 horas en la
terminal, ni mandado a hacer; pero no sólo eso: él cuenta que se bajó, se fue a
tomar un café, anduvo en las oficinas, y a las nueve de la noche se acordó “ay,
dejé las llaves en el switch”, y entonces fue al
autobús a recoger sus llaves, y cuando iba bajando fue cuando entraron los
muchachos que venían al auxilio de los del otro autobús.
¿En
qué cabeza cabe que un chofer deje las llaves del autobús dentro de éste? No me
parece. Entonces yo sospeché que ese autobús podría haber sido el clave…
AR: ¿Es el quinto autobús, el
Estrella Roja?
JR:
No; éste era un Costa Line, como en el que los encerraron. En la declaración de
este chofer él explicó que les dijo a los estudiantes “no traigo las llaves”,
pero que casi lo voltearon de cabeza, le sacaron las llaves y no lo dejaron
manejar.
Los
expertos hablan del quinto autobús; yo a éste solamente lo detecto que no está,
pienso que la libró. Desde el principio sé que son cinco autobuses, no sé por
qué dicen que se dijo que cuatro, allí hay una discusión tonta. Pero iban en
dos autobuses y tomaron otros tres, y uno, el Estrella Roja, a mí se me perdió:
dije “salió por el Periférico, pero ¿dónde está?”. Yo tengo los peritajes de
los vehículos, y no está ese autobús, lo que es una deficiencia de la
investigación. Aunque no le hayan metido un balazo o no le hayan roto el
parabrisas, aunque no le pasó nada al quinto autobús, debían haberlo analizado
porque tiene huellas de los muchachos, ver si hubo violencia adentro, restos de
sangre, etcétera. Pero simplemente decidieron que no lo iban a analizar.
AR: Pero la Fiscalía de Guerrero
dice que sí lo reportó.
JR:
Sí, lo metieron al corralón; lo que pasó es que dicen los expertos que no
aparece en el informe de la PGR, pero el autobús sí estaba, y cuando ellos lo
pidieron para examinarlo les trajeron uno que no era, según dicen ellos, o que
ellos no ubican como el que tienen en el video de la terminal. Allí el alegato
de la empresa es que sí es, lo que pasa es que tiene calcomanías diferentes
porque ya fue verificado o recibió algún permiso, que le cambiaron los asientos
y todo lo demás. Yo lo digo de todos los autobuses: destruyeron evidencias en
el momento en que regresaron los autobuses, los arreglaron porque traían balazos,
y ya están circulando. Yo tomo un autobús de Iguala a Acapulco y no me entero
de que era de los baleados.
Lo
que quiero decir es que no hay cadena de custodia, que en México no se respeta.
Los
muchachos no iban a entrar a Iguala; se quedaban afuera a botear y a tomar allí
mismo los camiones. Además no se confrontaron con nadie; venían de
Chilpancingo, donde la Policía tenía vigilada la terminal y no los dejó hacer
nada. Iban a cumplir un acuerdo de asamblea de las normales: que se tenían que
apoderar de 25 camiones por lo menos, y no lo lograron. Tan esto es una
costumbre que, después de esa tragedia, los muchachos de Michoacán tomaron autobuses.
Es lo normal, y no creas que porque ya pasó esto ya no se toman autobuses. Me
da mucha risa lo que declaran tanto el gobernador de Oaxaca como el de
Michoacán: “No vamos a permitir que tomen autobuses”. Siempre los han tomado;
es más, hay una especie de acuerdo tácito con los permisionarios, que asumen
que es parte de su pérdida y punto.
AR: Ayotzinapa tiene una tradición
de lucha, de izquierda. En ese sentido, ¿usted encuentra algún motivo
ideológico en estos hechos?
JR:
Yo no lo encuentro. Bueno, hay una criminalización ideológica: a los de
Atoyzinapa los consideran vándalos, o que se están preparando para ser
subversivos, guerrilleros, que van a ser alborotadores en sus comunidades o a
donde vayan. Entonces muchos dicen: “Ah, estos pinches estudiantes son
izquierdosos y molestos”. Es la mentalidad de un policía y de un delincuente
pues los detestan, para empezar. Los estudiantes llegan con una mentalidad que
venera, hasta subconscientemente, el solo hecho de que en la normales rurales
estudiaron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.
Hay
una especie de culto civil a esas figuras, y los muchachos reciben instrucción
y leen mucho de análisis político. Llegan a esa escuela como ajenos, ignorantes,
pobres, pero allí los preparan bien. Luego, tienen una especie de autogobierno
y tiene comités para todo. En un reportaje muy bueno en Emeequis dicen cómo en primer año los explotan, los ponen a
trabajar, a recoger la basura, a sembrar, a cosechar; son como los esclavos de
los de segundo, tercero y cuarto. Así dibujan el tema.
Finalmente,
los chavos provienen de comunidades muy pobres, donde hay muchas carencias y
muy fácilmente se radicalizan o se concientizan de varios asuntos, están en un caldo
de cultivo para eso. Pero no creo que en lo de Iguala haya habido ninguna carga
ideológica; para mí es una carga delincuencial, defensora de las drogas.
AR: Otro asunto que se ha discutido
mucho, en lo que participó incluso el secretario de la Defensa Nacional: ¿cuál
fue el papel del Ejército en aquella noche? Usted dice que los militares
estuvieron todo el tiempo en control de la ciudad.
JR:
Yo puedo hablar desde la historia incluso, y de cómo el Ejército tiene el
dominio sobre Guerrero dese hace más de medio siglo. No es posible imaginar
siquiera que estuviera ausente de la información de lo que estaba ocurriendo.
Ahora, con el tiempo, han ido saliendo evidencias de que lo sabían por lo menos
sus halcones (porque el Ejército tiene
los propios, a los que llamo “grupos de información de zona”, los gices, quienes andan de civil y dominan
todo Iguala, como cualquier otro lugar del país; el general Gallardo me dijo,
cuando hablamos de ellos, que había unos tres mil en todo el país que hacen
labores de vigilancia). Pero además los expertos descubrieron que hubo dos
momentos en los que el C4 estuvo en manos del Ejército solamente. Eso ya es más
que evidente: ¿por qué el Ejército va a tener el mando del C4, que se supone
que es de la Policía? Según la ley todas las autoridades participan en el C4:
Ejército, Marina, Policía Federal, Policía estatal y Policía local.
Entonces
no es posible que el Ejército no estuviera informado; pero, además, sí se
informó a partir de que fue al hospital donde estaban los muchachos, y era para
que los hubiera protegido. Pero lo dijo Murillo Karam, “qué bueno que no se
enteró porque hubiera sido peor”. Imagínate: hubieran matado o desaparecido a
más. Como autoridad no puedes decir eso.
*Entrevista publicada en Replicante, 26 de septiembre de 2016.
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