El PRI, ese instrumento del poder
Entrevista con Rogelio Hernández
Rodríguez*
Ariel
Ruiz Mondragón
El
Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido la organización política más
importante de México: ninguna otra ha dominado durante tanto tiempo el poder en
sus distintos niveles, con los beneficios y las desventajas que de ello deriva,
lo que ha generado que se le alabe o se le denueste casi sin matices.
Uno
de los esfuerzos más completos por comprender de forma integral la compleja
trayectoria y desarrollo de esa organización es el publicado por Rogelio
Hernández Rodríguez en su libro Historia
mínima del PRI (El Colegio de México, 2016).
Etcétera
conversó con Hernández Rodríguez, quien es doctor en Ciencia Política por la
Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y profesor-investigador del Centro de
Estudios Internacionales de El Colegio de México. Es autor de cinco libros y ha
colaborado en publicaciones como Foro
Internacional y Mexican
Studies/Estudios mexicanos.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy
investigar, escribir y publicar un libro que resume la historia del partido de
Estado mexicano, esta, como dice usted, explicación integral de la
organización?
Rogelio Hernández Rodríguez (RHR):
El PRI como tal, el partido que nació en 1947, no ha tenido estudios que
expliquen su desarrollo, su evolución, su funcionamiento, etcétera. Lo que
tenemos son explicaciones parciales sobre eventos, circunstancias específicas
que, dependiendo de la coyuntura, dan una idea de cómo funcionaba el partido en
ese momento, en esa circunstancia, pero no tenemos una explicación cabal de
cuál era ese procedimiento.
Es
importante porque ese partido tiene dos antecedentes: el Partido Nacional Revolucionario
(PNR) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), que sí han sido bastante bien
explicados. Entonces, mientras tenemos una clara historia de los orígenes del
partido, no tenemos una explicación de qué pasó después. Creo que en términos
académicos es necesario que sepamos qué es lo que ha ocurrido para poder
entender el funcionamiento de ese partido.
Esa
es la razón principal para haberlo hecho, junto con la iniciativa que en su
momento tuvo el entonces presidente de El Colegio de México, Javier Garciadiego,
para promover las historias de los tres partidos más grandes. Este es el
primero en salir y esperemos que pronto salgan los otros dos.
AR: Usted anota que no ha habido
historias puntuales, con profundidad, minuciosidad y rigor analítico,
principalmente del sector académico. ¿Cómo se explica esto? Yo recuerdo algunos
estudios parciales, como los de Robert Furtak, Luis Javier Garrido, José
Antonio Crespo y el libro compilado por Miguel González Compeán, por ejemplo. ¿Por
qué siendo tan importante el PRI no fue estudiado ampliamente desde la
academia?
RHR:
Considero que hay al menos dos razones: la primera tiene que ver con una
tendencia equivocada de suponer que estudiar al PRI significa un compromiso o
una defensa de él, y este temor ideológico ha hecho que muchas veces no se
haga. Junto con él va de la mano el hecho de que el PRI supone siempre una
posición política: o se le estudia para defenderlo o para criticarlo, y eso
tiene que ver más con una posición de orden electoral y partidario que con un
interés académico.
Del
lado de la academia como tal, pienso que ha habido un error en términos de
suponer que el partido ha hecho lo mismo desde que nació y hasta el día de hoy.
Entonces creo que la academia ha pecado de subestimar al partido.
No
es el único caso: la academia ha subestimado muchos aspectos de la política
nacional, y eso ha hecho que tengamos muchos huecos en su historia que en algún
momento debemos llenar. Tenemos muchos prejuicios y lugares comunes en la
explicación; creo que el PRI ha sido observado desde una perspectiva muy
electoral y política, o desde el lugar común en el que ya no hay nada que
explicar: todos son priistas, el PRI es el PRI y no hay nada que explicar.
Esas
son las sorpresas que siempre tienen la academia y la política cuando se habla
del PRI.
AR: Sobre el nacimiento del PRI:
desde el principio menciona una característica que destaca usted: la de que el
PNR, a diferencia de la gran mayoría de los partidos en el mundo, no buscaba
alcanzar el poder sino retenerlo. ¿Cómo marcó esto la historia del partido de
la Revolución?
RHR:
La marcó decisivamente porque el partido en su más antigua versión, que es el
PNR, tenía el propósito muy claro de controlar a los diferentes grupos y
caudillos de la época. En 1929 el país no tenía —contra muchas de las versiones
que se tienen— una autoridad central, no contaba con un procedimiento
civilizado para poder acercarse al poder. Lo que había eran grupos, caudillos,
muchas fuerzas políticas, militares, etcétera, que competían por el poder porque
no había una lógica de participación. Eso no quiere decir que no hubiera muchos
partidos; la verdad es que la historia nacional muestra que había más de mil
partidos en aquella época. Pero todos los partidos eran efímeros o eran
dirigidos por un interés muy inmediato del caudillo que lo estaba conduciendo.
En
1929 la idea de Calles simplemente fue tratar de encontrar un canal civilizado
que reuniera a los caudillos y diera paso a la competencia; pero en la medida
en que la iniciativa procedió del entonces presidente, por lo tanto utilizando
toda la autoridad del Estado, fue hacer desde el principio un partido que
condujera los procesos y no que compitiera por el poder.
Esto
marcó al partido desde el inicio: desde entonces y hasta que empezó a tener
conflictos en los años ochenta, siempre fue un partido sometido a la figura
presidencial (todavía lo vemos ahora). El partido tiene como principal
debilidad el no tener un liderazgo propio, una dirección propia, sino estar
siempre sujeto a las decisiones de la autoridad presidencial. Sus principales
problemas ocurrieron precisamente cuando esto se debilitó a partir de los años
ochenta y noventa del siglo pasado, aunque ahora ha tenido alguna recuperación.
Pero
el partido siempre fue un instrumento del Estado para controlar el poder, y
esto debilitó naturalmente su capacidad de respuesta política: no fue una
entidad que respondiera políticamente a las circunstancias, a las
organizaciones, etcétera, sino que se conducía por el interés presidencial.
Esto fue diferente en los años ochenta y noventa, lo que lo hizo demasiado
estático frente a las coyunturas políticas, lo que es un elemento que explica
en buena medida su derrota en el año 2000.
AR: Usted dice que el que inició
esto fue Calles; sin embargo, él lo utilizó para su poder personal. ¿Cuál es la
variación que hubo con Lázaro Cárdenas, que llegó a someter al partido a la
institución presidencial?
RHR:
A pesar de que realmente fue el constructor de una gran cantidad de
instituciones políticas del país (muchas de ellas sobreviven), Calles utilizó
al partido y muchos de esos instrumentos para consolidar su propia influencia
política. Esto, naturalmente, rompía con su propio propósito institucional.
Cárdenas
advirtió no sólo el peligro de este poder no institucionalizado, personalizado,
que en mucho recordaba los problemas del siglo anterior con el Porfiriato, sino
también que ya el poder de los caudillos estaba declinando. Él enfrentó la
última rebelión de los caudillos, que fue la de Saturnino Cedillo, expulsó a
Calles del poder y entendió muy bien que lo que ya estaba presente eran las
instituciones, entre ellas las organizaciones sociales.
Cárdenas
no tenía nada de ingenuo, y aunque ha pasado a la historia como el bien portado
de la política nacional, no tenía nada de esto. De lo que se dio cuenta es de
que las corporaciones eran muy fuertes, decisivas en la política y que no se podía
dejarlas libres. Por eso es el que creó el concepto real, en la práctica, de
las corporaciones, y las llevó al terreno del propio partido. El partido siguió
siendo instrumental: de la misma manera que Calles, Cárdenas lo ratificó
instrumental, con una diferencia: que no ya no eran caudillos sino las
organizaciones las que fueron incorporadas al partido. A éstas no les iba a permitir
que se quedaran libres y que participaran políticamente donde quisieran: se les
llevó al partido del Estado. A las organizaciones obreras que ya existían pues
simplemente las ordenó, pero él se encargó de crear la organización campesina y
de la burocracia (él produjo la Ley de Administración Pública, de
Responsabilidades, y también los sindicatos al servicio del Estado). Toda esa
estructura era para no dejarlas libres. Esto es algo que quienes adoran a
Cárdenas ocultan o le perdonan; pero no tiene nada de perdonable: fue un
procedimiento de incorporación de los trabajadores de las organizaciones al
servicio del Estado.
AR: En el libro hay una parte donde
pone mucho acento en que el PRI se volvía una maquinaria electoral. ¿Qué pasó
con las corporaciones, que tuvieron una participación más intensa en el
cardenismo, que ya después vino a menos con Manuel Ávila Camacho?, ¿cómo se
incorporaron a esta maquinaria electoral?
RHR:
Es un procedimiento muy complejo, pero para tratar de sintetizar se encamina a
dos asuntos: el primero es que no solamente era controlar a las organizaciones
sino darles espacios políticos de representación directa, que es lo que después
se conoció como “cuotas” en los puestos de elección popular. Pero si esto
satisfacía los intereses de los líderes sindicales, ¿cómo le hizo para
satisfacer las necesidades de los trabajadores? Esto lo desarrolló el propio
Estado mediante sus políticas sociales.
A
partir de los años cuarenta, cuando ya políticamente el país estaba tranquilo y
empezaba a caminar por la estabilidad política, comenzó a desarrollar los
programas económicos que le fueron bastante exitosos entre los años cuarenta y
sesenta. Lo que hizo el Estado era que tenía los recursos suficientes para
desarrollar una política social lo suficientemente amplia y satisfactoria para
que no sólo los trabajadores sino la población mexicana se viera sin necesidad
de demandar otras cosas en el terreno político.
Eso
fue lo que hizo que desde los años cuarenta hasta los sesenta México transitara
por una gran estabilidad política pero también por un significativo desarrollo
económico y social.
Entonces
fueron dos vías: una, la satisfacción social claramente desarrollada por los
gobiernos mexicanos en aquella época, y el reparto de beneficios electorales y
políticos a las corporaciones. De esa manera solucionó el conflicto político.
AR: Otro aspecto importante es que
hay una idea monolítica del PRI y cómo ha manejado el poder nacional, pero el
libro deja ver los poderes locales, de los estados, de las regiones, que van
desde los caudillos hasta la sobrevivencia del PRI después del 2000 con el
poder de los gobernadores. ¿Cuál ha sido la influencia de estos poderes locales
en la historia del PRI?
RHR:
La explicación tiene que ver con que el PRI más bien se adaptó a una situación
histórica clara; en realidad, así como usted dice de que tenemos una idea muy
equivocada de que el PRI era monolítico y vertical, también hemos tenido la
idea de que las entidades de la República han sido las víctimas permanentes de
la centralización política, que el Estado nacional, la Federación, el centro ha
victimizado a los estados.
La
verdad es que no es así: los estados han sido enormemente autónomos en términos
políticos, y han desarrollado liderazgos políticos que son muy fuertes. La
centralización que se desarrolló en México en realidad fue una respuesta para
controlar ese enorme poder y capacidad de autonomía de las entidades de la
República. Los líderes políticos, los gobernadores o los caudillos, como lo
quiera ver en su versión menos institucionalizada, fueron realmente actores muy
importantes que controlaron a su arbitrio los estados. No es que ahora veamos
demasiadas arbitrariedades de esos personajes y parece que el país simplemente
se nos está desmoronando; la verdad es que en el pasado también los hubo, tan
violentos e ignorantes como los podemos encontrar ahora. La diferencia es que
la centralización era lo suficientemente fuerte como para controlarlos y, en su
caso, quitarlos del puesto cuando la barbarie era excesiva. Eso fue lo que hizo
el priismo: delegó el control político a los mandatarios, y que fue lo que hizo
que el PRI en realidad no fuera tan nacional como lo hemos visto, sino que
operara como maquinarias estatales dirigidas por los gobernadores.
Este
fue un acuerdo —por decirlo de alguna manera— que en el fondo lo que
representaba era delegación de funciones. El Estado mexicano jamás ha sido tan
fuerte como para controlar todas las entidades de la República, y esto no se
debe tanto a una debilidad intrínseca como a las enormes diferencias
económicas, sociales y culturales que tienen los estados y la enorme distancia
que tiene con éstos.
Esto
simplemente llevó a que el gobierno federal delegara en los estados la función
política a cambio de que los gobernadores no tuvieran ni intervención en la
sucesión propia ni tuvieran manejo económico de los recursos para poder hacer
una obra personalizada. Esta fue la centralización que durante tanto tiempo
hubo en México.
¿A
qué nos llevó? Bueno, esa fue la época (hablando de los años cuarenta,
cincuenta y sesenta del siglo pasado) en la que el gobierno federal era el que
diseñaba la obra social, la obra pública, y lo hacía con un carácter nacional.
Tenemos la muy mala costumbre de pensar que lo hacía con criterios nacionales,
pero la verdad es que no: la obra pública se desarrollaba no por intereses de
gobernadores y de estados sino en términos de interés nacional. Es así como se
hacían las presas, las carreteras, etcétera.
A
cambio los gobernadores se encargaban, fundamentalmente, de la estabilidad
política. ¿Cómo lo corregía el gobierno federal en aquellos años de priismo
dominante? Pues por la vía de la informalidad: a un gobernador que no era capaz
de gobernar, de mantener la estabilidad, se le retiraba del cargo y punto. No
quiero decir que esto haya sido bueno sino que era la manera de corregirlo.
Ahora
lo que tenemos es exactamente lo contrario: los gobernadores tienen recursos,
no tenemos un sistema de vigilancia adecuado, la obra pública se hace a
criterio personal, estrictamente para promoverse y por eso es que ahora los
vemos muy bien.
Esto
nos ha llevado a que ahora todos los gobernadores, sean del PRI, del PRD o del
PAN, tengan una enorme discrecionalidad para utilizar los recursos públicos en
interés de su futuro político, de su grupo y, sobre todo, personal. Esto en el
pasado no ocurría; ahora lo que tenemos son gobernadores arbitrarios, sin un
mecanismo de control legal o informal.
Lo
que el PRI hacía es que delegaba, lo que, a final de cuentas, al partido lo que
le ha significado es que sus maquinarias sobreviven, a diferencia de otros
partidos. Depende de la habilidad y capacidad del gobernador encontrar a los
grupos para que las cosas funcionen adecuadamente, y ya no tanto del partido
como tal.
AR: Otro tema que está presente en
todo el libro es la vinculación del desarrollo del partido, de su vida interna
y electoral, con la economía nacional. Usted traza algunas líneas que van desde
la revolución hacendaria hecha por Iturriaga hasta el neoliberalismo impuesto
por los tecnócratas, pasando por la sustitución de importaciones, el desarrollo
estabilizador y las políticas económicas de Luis Echeverría y José López Portillo.
¿Cómo se ha vinculado la vida interna del PRI, su éxito y sus debilidades
justamente con la economía nacional?
RHR:
Ese es un excelente punto porque quizá esta sea la mejor demostración del
carácter instrumental del PRI durante toda su vida. El PRI en realidad pudo
manejar política y electoralmente las cosas, socialmente a los grupos y a sus
agremiados, precisamente porque el Estado mexicano desarrolló una política
económica y social exitosa en términos generales.
Evidentemente
hubo desequilibrios en el reparto de los beneficios, pero el Estado se preocupó
durante mucho tiempo por cubrir esas cosas. Hoy estamos acostumbrados a culparlo
de todo, pero en realidad la obra social y económica del país la ha desarrollado
el Estado mexicano: las políticas educativa, de atención médica, de vivienda,
de crédito, etcétera. Hubo momentos en que lo hizo mejor, indudablemente,
cuando hubo un desarrollo económico sostenido, y ahora tiene dificultades, pero
muchas de esas instituciones han sobrevivido gracias al Estado mexicano.
Naturalmente
el PRI se benefició de eso: el apoyo electoral que recibía el priismo se debía
a la obra social y económica del Estado, no a la suya. Esta es una de las
maneras más claras de demostrar su carácter instrumental: en realidad no hizo nada,
sino que recibía los beneficios electorales que la política social y económica
le daba a la sociedad mexicana.
Entonces
el PRI se volvió el beneficiario instrumental, y esta es la vinculación que se
hizo durante mucho tiempo. Una de las características de México es que desde el
Porfiriato y después en la Revolución con el nuevo régimen nunca han
desaparecido las elecciones; sabemos que en el pasado se hacían con un sistema
electoral diseñado para que no perdiera el PRI, pero lo interesante del asunto
es que siempre se hicieron elecciones, y el PRI competía con alguien
formalmente, y ganaba abrumadoramente. Esto habituó a los ciudadanos mexicanos
a que las elecciones no eran nada extraño, y por más que supiéramos que los que
no quisieran estar con el PRI iban a perder, de todas maneras se participaba.
El PRI simplemente se sentía el beneficiario natural de la obra del Estado
mexicano.
Esto,
curiosamente, no solamente el PRI lo ha reproducido sino que lo hacen todos los
competidores: los gobernadores panistas hacen promoción de la obra pública para
beneficio del PAN; el PRD hace promoción todos los días de la obra de gobierno
para beneficio del partido. Esto es algo que se ha reproducido naturalmente: los
partidos parecen ser los beneficiarios naturales de la obra que no es suya sino
del gobierno, en concreto, y del Estado en general.
AR: Hace usted en el libro un
comentario interesante: cuando salieron del PRI Cuauhtémoc Cárdenas y la
Corriente Democrática, formaron el Frente Democrático Nacional y luego el Partido
de la Revolución Democrática (PRD), y llega usted a decir que se trató de un
PRI tradicional que enfrentaba al PRI tecnocrático. ¿Cómo fue este paso de la
izquierda que se convirtió al priismo?
RHR:
Eso es, particularmente para el PRI, uno de los eventos más importantes de la
política mexicana. Fue en 1987, en la sucesión presidencial, y ocurrió
precisamente durante el primer gobierno conocido como tecnocrático, el de Miguel
de la Madrid. El proyecto económico se convirtió en el principal motivo de la
disputa y de la salida del partido de lo que en ese momento fue la Corriente
Democrática; la selección del candidato presidencial era un asunto secundario.
Para este grupo lo que realmente debía discutirse era el modelo económico,
porque evidentemente estaba conduciéndose hacia otro terreno que no era el que
el nacionalismo revolucionario había mantenido: el Estado interventor, las
políticas sociales, etcétera.
La
tecnocracia se caracteriza, entre otras muchas cosas, por un estricto control
de las finanzas públicas y del gasto, y, por lo tanto, de todos los beneficios
sociales que no estén justificados por un equilibrio macroeconómico. Esto es lo
que llevó a que Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo encabezaran la
separación. La discusión, entonces, tenía que ver con el modelo económico.
Ya
sabemos cómo terminó el asunto en 1987-1988 y cómo terminaron las elecciones
presidenciales. Lo que ocurrió es que Cárdenas y Muñoz Ledo se quedaron con un
proyecto que es estrictamente el del viejo priismo, del nacionalismo
revolucionario. Ellos, después de las elecciones de 1988, se propusieron crear
un partido propio: tenían el capital, la estructura, los apoyos suficientes
para hacerlo. Fue la izquierda, el Partido Mexicano Socialista, la que le ofreció
el registro. El hecho es que la izquierda le pidió al viejo priismo que se ocupara
de ella, y lo que tuvimos es el desastre de la izquierda mexicana. ¿Por qué?
Pues porque en estricto sentido, desde 1989, cuando se fundó el PRD, es un
partido que no encuentra una identidad ideológica. En realidad se convirtió en
el partido que recibía todo lo que el priismo ya no quería física e
ideológicamente.
El
PRI desdeñaba el nacionalismo revolucionario y el PRD lo asumía; el PRI
desdeñaba la intervención del Estado en la economía, y el PRD la reivindicaba,
etcétera. El PRD recibía toda la herencia revolucionaria del PRI. Mientras que éste
ha tenido la capacidad de mantenerse a la mitad de todo: es un partido que se
mantiene, en algunos casos, muy semejante a la derecha, sobre todo, por
ejemplo, en el manejo de la economía nacional, y en otras cosas se maneja en un
terreno muy social cuando le conviene. Eso es lo que hace que el PRI se
mantenga en esta especie de centrismo que capta votos de la derecha pero
también de la izquierda, mientras que el PRD se mantiene siempre en un discurso
la verdad muy viejo, que sigue hablando de la intervención del Estado, del
gasto social, de los pobres, etcétera, lo que la hace no ser una izquierda
auténticamente liberal, como en otros países.
La
izquierda mexicana sigue teniendo como principal limitación ser muy medieval en
muchos de sus planteamientos.
AR: Una de las partes más
interesantes del libro es la dedicada a uno de los grandes éxitos sociales del
Estado mexicano: el crecimiento de las clases medias. Usted habla de un periodo
de letargo del PRI, que va de los años cincuenta a los setenta, en el que no
pudo incorporarlas, abrir espacios políticos para ellas. ¿Qué ocurrió?, ¿por qué
no supo capitalizar ese éxito social notable del Estado mexicano?
RHR:
Son varias las razones. Una de ellas, para regresar a lo que habíamos
platicado, tiene que ver con el carácter instrumental del partido y con su
definición desde los años cuarenta como maquinaria electoral que básicamente
dejaba de hacer política. El partido nunca se dio cuenta, como organización, de
que en la sociedad mexicana había transformaciones políticas y sociales muy
importantes; no lo sabía, entre otras cosas, porque no le interesaba y porque
nunca desarrolló un cuerpo analítico para poderlo hacer. Aquel viejo instituto
que tenía, el Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, era más
ficción que realidad porque no tenía la capacidad de analizar ni de adelantarse,
sobre todo porque el gobierno mexicano no se lo permitía: en estricto sentido y
para decirlo rápidamente, el PRI no estaba para pensar sino para actuar, y por
ello no tenía que analizar muchas cosas.
Lo
que el PRI siempre recibía era la alimentación de la intelectualidad mexicana,
la que analizaba social y políticamente al país, y de eso se aprovechaba el priísmo
para medio actualizarse.
El
problema es que ni el PRI ni la academia mexicana estuvieron lo suficientemente
alertas como para entender que había cambios sociales y políticos muy
importantes en México en los años sesenta, y que estaban vinculados a la obra
del gobierno mexicano en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, que fueron los
de mayor expansión económica y social de México. Unas de las principales
beneficiarias, indudablemente, fueron las clases medias, que recibieron los provechos
de la educación, de la salud pública, de la vivienda, del ingreso, lo que les
permitió un enorme crecimiento. Las clases medias son enormemente activas, o más
bien diría reactivas, y enormemente pasivas cuando reciben los beneficios. Esa es
una característica de las clases medias: guardan silencio cuando les va muy
bien, y critican mucho cuando empiezan a no estar bien.
Durante
los años cuarenta y cincuenta a las clases medias les fue enormemente bien,
recibieron todos los beneficios, pero estaban dependiendo, básicamente, del
desarrollo económico. Cuando, a finales de los años sesenta, éste empezó a
hacer agua en México, las principales perjudicadas fueron las clases medias, y
su manera de expresarlo fue la inconformidad, una que no estuvo ni organizada
ni tuvo un proyecto propio. Como buenas clases medias, que son fragmentadas, con
multiplicidad de intereses y de grupos, fue imposible organizarlas en México y
en el mundo. No tienen un solo canal de expresión, y tampoco están interesadas
en organizarse.
Entonces
el priismo no solamente no entendió qué pasaba sino que tampoco tuvo la
capacidad para incorporarlas, y por eso lo que vemos en los años sesenta no es
la acción del partido sino la del gobierno —o del Estado mexicano si se quiere
ver en un sentido más amplio— para enfrentar las movilizaciones de las clases
medias. Lo sabemos muy bien: en los años sesenta no fueron los trabajadores los
que se movilizaron sino básicamente las clases medias, cuyas movilizaciones no
tenían un solo interés o un solo proyecto —es más, no tienen proyecto. Ahora que
está muy de moda decir cuándo empezó la democracia en México, pues hay quienes
dicen que allí inició.
La
verdad es que si somos muy exigentes y buscamos dónde estaban las propuestas,
no las hay: los médicos tenían demandas económicas, de organización propia; los
maestros siguen teniendo un interés particular, su ingreso y su organización, y
los movimientos más conocidos, que tienen que ver con los estudiantiles, tienen
multiplicidad de demandas, incluido el histórico de 1968.
Entonces
no hay un proyecto de las clases medias, lo que quiere decir que hay una
rigidez social que logran capitalizar y expresar simplemente porque ellas
fueron las principales beneficiarias del desarrollo. El caso fundamental tiene
que ver con la educación, que es, aquí y en todas partes del mundo, la
principal causa de movilidad social. En los años sesenta esto se cerró, y
naturalmente impactó a las universidades, a la juventud.
Naturalmente
los jóvenes son los principales exponentes de lo anterior, los que están más
sensibilizados para poder entender las demandas sociales aunque no las puedan
expresar claramente, como lo vemos todos los días en cualquier circunstancia.
AR: En el libro se reseña
brevemente cómo evolucionó el sistema electoral mexicano, con los diputados de
partido de 1964 y la reforma política de 1977, por ejemplo. En todo este
proceso democratizador, ¿cuál fue el papel del PRI? Se tiende a pensar que fue
el de tratar de detenerlo.
RHR:
De nuevo: su carácter instrumental fue el que lo limitó enormemente para poder
participar, tener capacidad y un papel ya no digo protagónico sino simplemente
determinante, y esto tiene que ver con el proceso mismo de los cambios
políticos. Las reformas electorales en México datan, si nos vamos muy para
atrás, de la primera y más importante en los años cuarenta, y la segunda, la de
López Mateos en 1964, con los diputados de partido.
Si
uno ve la historia de las reformas electorales en México hay dos periodos: uno
demasiado largo en el que hay tres o cuatros reformas, que va desde los años
cuarenta hasta los setenta, y un periodo casi frenético de reformas electorales
que ocupa toda la década de los ochenta. No solamente hay una distinción en
términos de la cantidad de reformas sino también de quién las promovió: las primeras
reformas, de los años cuarenta hasta finales de los setenta, incluidas las de
1973 y 1976 (ésta histórica) no las promovió la oposición sino el gobierno
mexicano, y lo hizo porque el PRI se estaba quedando solo en la discusión y
necesitaba tener más participantes. Las reformas estaban encaminadas a ampliar
la participación de los ciudadanos, de los partidos y a ampliar la
representación de los partidos en las instituciones del país. Esta fue la
primera etapa.
La
segunda etapa de las reformas es la de los años ochenta, con un cambio notable:
ya no era el gobierno el que necesariamente las promovía sino que se vio
obligado a aceptarlas, y lo único que le quedó es tratar de conducirlas. En
este terreno quien llevaba la discusión no era el PRI sino el gobierno
mexicano, y por eso de nuevo el PRI fue espectador en este proceso de reformas.
Esto le impactó, naturalmente, en los procesos internos, no en su participación
externa. Reaccionó y entró en conflictos permanentes: había grupos que lo
tratan de conducir de una manera, otros lo tratan de detener, etcétera. En fin,
el PRI no fue un protagonista fuera sino interno, y eso es lo que lo llevó a
que hacia los años ochenta el PRI se viera contra su presidente.
AR: El proceso democratizador se
puede engarzar con la llegada de los tecnócratas al partido, quienes
prácticamente se ponen contra él; el que más lo hizo fue Ernesto Zedillo, que
es con quien se rompe el vínculo con la Presidencia de la República. ¿Cómo
impactó el proceso democratizador al partido, y cómo lo afectó la llegada de la
tecnocracia?
RHR:
Cambió de manera radical. Los tecnócratas han tenido no solamente un papel delicado
en la economía nacional y en nuestro futuro sino también tuvieron un impacto
real en el partido. A los tecnócratas nunca, hasta hace muy poco tiempo, les ha
llevado mucho tiempo entenderlo: son poco afectos a la política, no la
entienden y no saben para qué sirve, y creen que todo tiene que ser aceptado
por la sociedad mexicana. Para ellos el modelo económico es racional y por lo
tanto tiene que ser aceptado sin discusión. Ya están las consecuencias en
México y en el mundo de lo que en términos generales se conoce como
neoliberalismo, esta racionalidad excesiva en la que no se quieren aceptar
discusiones ni que se cometen errores.
Esto
lo llevaron los tecnócratas mexicanos al terreno de la política de manera muy
obvia, y lo llevaron hasta a tratar de entender que el PRI debía ser, de nuevo,
sometido y no actor, con una diferencia enorme: para ese entonces el partido estaba
perdiendo elecciones, por lo que más de un priísta tuvo que darse cuenta de que
había que componer las cosas. Ya había antecedentes: como lo muestro en el
libro, Carlos Madrazo fue de los pocos que se dio cuenta de que se debían
reformar las cosas, y la respuesta que le dieron fue la expulsión. Esto es una
repetición constante en la historia del priísmo: cuando hay estos intentos de
modificación, la respuesta es la expulsión, como les ocurrió a Madrazo y
después a la Corriente Democrática.
Los
tecnócratas no entienden la política, por lo que empezó a haber demasiados
conflictos; el caso de Salinas es el más importante de todos. Él supuso que
debía haber una reforma para destruir ese viejo PRI, y trató de hacer
modificaciones que no logró materializar. Invirtió cuatro años de su sexenio en
un conflicto permanente contra los priístas, y lo único que consiguió es que le
dio espacio a los líderes reales del priísmo, que son los gobernadores, en la
estructura. Esto terminó, como ya lo sabemos, en una situación crítica no
solamente para el priísmo sino para la política mexicana en 1994; entonces llegó
Zedillo por una desgracia política y personal para Luis Donaldo Colosio y
compañía.
Lo
que ocurrió es que Zedillo era el menos capacitado para entender la política
nacional; entonces hubo un desencuentro en toda la política mexicana. Fue claro
que, con todos los conflictos que ya conocemos, la política se volvió un
problema para el Presidente de la República, y también se volvió un problema su
relación con el partido. Zedillo malinterpretó personalmente lo que quería decir
la relación con el partido, y fue cuando inventó su idea de “la sana distancia”,
que en realidad era una conveniencia porque se acercaba o distanciaba del partido
cuando le convenía, lo que llevó a que el partido asumiera que ya no tenía a su
líder natural, que era el Presidente de la República.
Los
peores problemas que tuvo el priísmo con el Ejecutivo fueron exactamente en el
periodo de Zedillo, quien intentó imponer condiciones y no lo logró.
AR: Recuerdo especialmente el
choque con Roberto Madrazo en Tabasco.
RHR:
Ese fue el principal problema. Zedillo supuso que bastaba su decisión para
remover gobernadores como en el pasado, con la única diferencia de que antes
era posible porque en el priismo había un líder y porque había una homogeneidad
política enorme en el país. Lo pudieron hacer Echeverría, Díaz Ordaz e incluso
todavía Salinas, pero Zedillo evidentemente ya no. En 1994 el pluralismo político
era enorme, afortunadamente, y ya los gobernadores no respondían al mismo
criterio, ni panistas ni perredistas ni priístas, por lo que el presidente
perdió autoridad política. La Presidencia de la República se deterioró, se
debilitó enormemente, no tuvo los instrumentos para seguir manejando la
política nacional, y no tuvo el talento ni la experiencia.
Ya
para entonces la élite política había perdido una enorme calidad en su
experiencia y en su capacidad para manejar las cosas. El gabinete del que se
rodeó Zedillo es uno de los que han tenido menor capacidad y habilidad
política, lo que vimos también los que siguieron, que no por ser panistas
fueron mejores sino creo que todo lo contrario. Entonces hubo una pérdida neta
de la capacidad para manejar la política.
Lo
que hizo Zedillo fue abonar el camino para que el Presidente de la República,
que históricamente era el líder natural del priísmo, se separara de él. Por
eso, hacia el final lo que encontramos fue que Zedillo se enfrentó no a la
oposición sino al PRI. Tuvo que inventar un mecanismo, que fueron sus
elecciones primarias, y manipularlas para sacar adelante a un candidato,
Francisco Labastida, que no era el mejor capacitado para enfrentar ya a una
oposición muy avanzada y con un desprestigio social del priísmo, con un
convencimiento de la sociedad de que podía participar y de que podía aprovechar
las circunstancias para cambiar el régimen, y lo hizo.
AR: ¿Qué pasó después con el PRI?
En el 2000 perdió la Presidencia de la República, en 2006 le fue muy mal, pero
en 2012 regresó y ganó. ¿Qué hizo bien el PRI, qué aprovechó para regresar al
poder? ¿Qué hicieron mal el PAN y el PRD?
RHR:
Varias cosas importantes. Usted ya mencionó un dato revelador: lo que podríamos
llamar “el fracaso de la alternancia”. En el 2000 sacamos al PRI de Los Pinos
pensando que el que llegaría iba a hacer un gobierno mejor, que lo que nos
estaba ofreciendo era mejor en términos políticos, económicos y sociales; es
más, me atrevería a decir que más de uno —y allí la academia tuvo una fuerte
responsabilidad— le dijo a la gente que éticamente los partidos de oposición
eran superiores al PRI. Bueno, creo que el resultado es un enorme fracaso. La
alternancia, en ese sentido, ha sido decepcionante. Los partidos que siguieron
al PRI —incluido el PRD, aunque no ha llegado a la Presidencia pero sí a otros
espacios— han demostrado que éticamente no son superiores, ni políticamente
tampoco, ni han sido capaces de mostrarnos que hay una mejor opción económica.
En ese sentido el fracaso es enorme.
Pero
hay otra parte importante, y es que el PRI efectivamente perdió a su líder
natural: el Presidente de la República, su dirigente propio, natural, del
priísmo. Por eso es que de 2000 a 2006 literalmente el PRI perdió la brújula:
no encontraba un camino, un dirigente, y sus respuestas fueron muy
parcializadas: ganó en los estados, ganó algunas elecciones y perdió otras, y
su fracaso de 2006 en términos de la Presidencia fue enorme: se fue a un lejano
tercer lugar mientras la elección se concentraba en las opciones de izquierda y
de derecha, con el resultado que ya conocemos.
Pero
hubo una diferencia enorme: el PRI mantuvo sus maquinarias estatales. Incluso
si uno compara 2003 con 2006, la diferencia es enorme: en el 2003 el PRI había
recuperado enormemente su presencia política. ¿Dónde estuvo su error? En el
candidato presidencial: Madrazo nunca debió haberlo sido. Fracturó al partido,
a la maquinaria electoral: el PRI no apoyó a su candidato presidencial sino,
dependiendo del lugar y de sus afinidades, a la derecha o a la izquierda.
Como
lo dije antes, el PRI tiene la capacidad de moverse entre la derecha y la
izquierda con mucha soltura; entonces, como lo demostró en 2006, fue capaz de
apoyar a López Obrador o a Calderón dependiendo del gobernador. Esta es una
ventaja para el PRI.
Otro
asunto es que el PRI aprendió a competir. Ya sabemos que es un partido
instrumental que se beneficiaba de la acción del Estado mexicano, y no tenía
que saber competir, simplemente tenía que manejar una maquinaria. Pero si somos
un poquito más exigentes, desde 1997 y básicamente en el 2000, con la pérdida
de la Presidencia, el PRI aprendió a competir en nuevas condiciones de
competencia y equidad abiertas. Ahora ya no podemos hablar de que el partido
recibe beneficios indebidos, o por lo menos no nacionalmente, o por lo menos no
de manera decisiva (todos los partidos lo hacen), y tenemos un sistema
electoral suficientemente abierto, transparente y equitativo como para que
nadie pueda acusar de fraude en las elecciones. En esas condiciones el PRI
gana, lo que nos demuestra varios asuntos: uno, que es un partido que tiene una
maquinaria electoral importante; dos, que sigue teniendo unos fuertes
liderazgos que pueden movilizarlo, y tres, algo que la oposición no aprende: tiene
apoyo electoral de la ciudadanía. Las elecciones de 2015 lo muestran con toda
claridad: es el partido que tiene el mayor voto duro, que no le sirve en sí
mismo para ganar ninguna elección, pero es el que tiene la mayor cantidad de
simpatizantes y de seguidores.
Toda
esta combinación de factores lo llevó a una cuarta característica: encontró un
liderazgo fuerte (el caso de Enrique Peña Nieto lo demuestra) que fue importante
dentro del priismo porque fue capaz de volverlo a unificar. Lo pongo de otra
manera: la diferencia entre 2006 y 2012 tiene que ver con quién fue el candidato:
Madrazó no concitó la unidad del partido, mientras que Peña Nieto sí, desde dos
o tres años antes de la elección presidencial. El priísmo sabía que tenía un
candidato muy fuerte, unificador y capaz, y así lo llevó. La combinación de
factores llevó a su victoria, a lo que hay que agregar los errores de dos
gobiernos panistas, el terrible problema de la seguridad, etcétera, y
complementariamente, el enésimo fracaso de la izquierda para construir una
auténtica opción. Todo esto llevó a que en 2012 el PRI lograra ganar la
Presidencia de la República.
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