La violencia criminal, lógica
neoliberal
Entrevista con Sayak Valencia*
Ariel
Ruiz Mondragón
La
violencia exacerbada que trajo aparejado el florecimiento de las actividades
criminales —especial, aunque no únicamente, el narcotráfico— y la persecución
que de ellas hacen los agentes estatales han sido motivo de gran preocupación
por las decenas de miles de muertos y la zozobra social que han provocado.
Debido
a lo anterior son importantes las reflexiones acerca de los factores que han originado
esa situación en el país. Una de ellas es la propuesta que hace Sayak Valencia
en su libro Capitalismo gore (México, Paidós, 2016), término que,
como ella misma explica en el volumen, se refiere “al derramamiento de sangre
explícito e injustificado (como el precio que paga el Tercer Mundo que se
aferra a seguir las lógicas del capitalismo cada vez más exigentes), al
altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos frecuentemente mezclados con
el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos, todo
esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento”.
Acerca
de ese trabajo conversamos con Valencia (Tijuana, 1980), quien es doctora en
Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora-investigadora de
El Colegio de la Frontera Norte, es miembro del Sistema Nacional de
Investigadores nivel 1.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy
escribir un libro sobre un fenómeno más o menos reciente pero muy presente,
como es el que usted llama “capitalismo gore”,
que, dice, ha estado invisibilizado pese a que se ha infiltrado en nuestra vida
y que ya es nuestra realidad?
Sayak Valencia (SV):
Porque la perspectiva es muy distinta a la que se ha manejado en otros
momentos. No es un libro que repita las fórmulas de análisis más convencionales
donde todo se vincula, como que el problema de la violencia y el narcotráfico
tienen que ver solamente con cuestiones económicas y casi moralizantes sobre el
papel de los criminales en México. Este libro tiene una perspectiva que
necesitábamos, que es la del análisis cultural sobre el problema de la
violencia en México, vinculado con el capitalismo y la férrea demanda de las
poblaciones, e incluso de los Estados, para que progresemos, nos desarrollemos
y que implantemos el neoliberalismo a cualquier precio en nuestros países.
Por
un lado queríamos este sueño de progreso y primermundización,
pero estas lógicas, encabezadas por el exitismo neoliberal, también se vinculan
con el problema del narcotráfico: una de las demandas más importantes del nuevo
capitalismo posfordista y neoliberal que se implanta en Estados Unidos con
Ronald Reagan y en Inglaterra con Margaret Thatcher en los años ochenta, es que
sí vamos a progresar, a tener todo, muchísimo dinero y todos seremos yuppies. Todo el mundo va a poder
consumir en este sueño en el que vivimos (aunque hablo de los años ochenta
porque quiero poner un referente más o menos inmediato); sin embargo, no nos dicen
que para poder lograrlo hay que desestabilizar y deshacer el Estado de
bienestar, con los sistemas de salud pública y de educación, que hay que
flexibilizar el trabajo, subcontratar y desposeer a todas las poblaciones de
sus territorios. Todas estas cuestiones son el lado B del proyecto neoliberal
global, y están en muchas poblaciones y en nuestro país también.
De
repente se considera que el problema del narcotráfico es solamente un problema
de personas malas que se ponen a vender drogas, que es una cuestión casi
voluntarista y que no tiene que ver con las dinámicas económicas de explotación
excesiva de las poblaciones, de desplazamiento y también de crear un ideal
aspiracional hiperconsumista en poblaciones que no tenemos la capacidad de
consumir de esa manera: queremos tener un Corvette, un Mercedes Benz, casa en
Miami o una casa blanca en México.
Pero
no todo el mundo tiene el acceso a los recursos sino sólo una minoría muy
influyente a nivel político, y todo este ideario de consumo, de glamur, de blanqueamiento
de la atención social. Pero esto está muy instaurado y nadie lo cuestiona, sino
solamente se cuestiona el hecho de que hay malos que venden droga.
Yo
quiero que observemos que la relación entre el narcotráfico y la violencia en
México también tiene que ver con esta idea aspiracional de ascenso social
desenfrenada, y que, por supuesto, para cumplir este sueño de progreso y
globalización nos estamos llevando entre los pies a mucha población.
El
narcotráfico y el crimen organizado obedecen de una manera muy férrea, literal,
a las lógicas del neoliberalismo, como los emprendurismos y las cuestiones
exitistas que nos ponen todos los días en los libros de autoayuda y que dicen que
puedes ser poderoso y fuerte. Pero lo hacen de una manera distópica, desde un
lugar en el cual la violencia se vuelve la herramienta, la mercancía, el lugar
de trabajo y de autoafirmación, de comunidad, giro social y de cultura para
ciertas poblaciones. Por supuesto, nos resultan espeluznantes porque los
resultados son catastróficos en nuestro país, pero no están desvinculados de
las otras lógicas.
También
quiero hacer esta revisión donde un Estado se echa las manos a la cabeza por un
problema desenfrenado de violencia que también se ha alimentado mediante lógicas
en las que la masculinidad más desafiante, más violenta y más sangrienta es el
modelo cultural de los hombres en México. No digo que todos los hombres sean
así, la mayoría no lo son, pero sí es el modelo cultural: el despliegue de
violencia del macho mexicano para reafirmarse virilmente, aunado a una cuestión
de atención social, de precarización del campo y de los territorios en general,
y también con una demanda de que los varones sean proveedores en esta sociedad
porque un macho es aquel que se respeta porque mantiene a su familia.
Entonces
son cuestiones que resultan muy cotidianas, que incluso pueden parecer banales,
pero que son configuraciones culturales muy enraizadas en la identidad nacional,
que hacen un caldo de cultivo que nos explota en la cara y que,
desafortunadamente, vemos todos los días en los televisores y en las calles: cuerpos
muertos, destazados, mucha violencia, mucha sangre, mucho miedo de la población.
Esto
tiene que ver también con un trazado que es muy complejo, y que no solamente es
un problema económico y moral sino que también es cultural, basado en el género
y en las relaciones.
Esta
propuesta no tiene un ánimo aleccionador, no es para decir lo que está bien y
lo que está mal, sino que es un análisis cultural sobre este fenómeno. Yo soy
cientista social y me dedico a investigar estos temas, y creo que también es
responsabilidad de las academias transmitir este conocimiento que hacemos, dialogar
con la gente y escuchar lo que tiene que decir. Lo hago desde una perspectiva
transfeminista, lo cual quiere decir que llevo los supuestos del feminismo por
la igualdad y por el respeto no solo hacia las mujeres sino a todas las
poblaciones que devienen minoritarias, como las racializadas, indígenas,
precarizadas y los varones sin trabajo, por ejemplo, personas que son, en
verdad, quienes construyen este país, y con quienes estamos tratando de que
vuelva a ser un país digno de ser vivido.
AR: Usted encuentra un nuevo
sujeto, central en el libro: el endriago, que saca de un monstruo de Amadís de
Gaula, en el cual se mezclan, como usted dice, el emprendedor económico, el
emprendedor político y, sobre todo, el especialista en la violencia. ¿Cómo se
conjuntan estos tres elementos?
SV:
No es porque yo considere que estos sujetos son monstruos per se sino que tienen que ver con una narrativa muy resistente,
con una perspectiva casi colonialista sobre el otro, que es diferente, que
desobedece, que se porta mal, que rompe las lógicas. Es el otro, el que durante
la Colonia era el monstruo. Me refiero a nosotros, las personas mestizas,
racializadas frente a un modelo hegemónico europeizante y de blanquitud. ¿Cómo
vincular estas cuestiones? Pues porque seguimos en este colonialismo permanente
que coarta nuestros cuerpos, nuestras luchas, nuestra fuerza de trabajo, y nos
mete estas ideas de ser, por supuesto, racializados.
Pero
hay unos deberes que cumplir, y el emprendedor económico, el político y el
especialista en violencia se cristalizan en un sujeto que podríamos conocer, en
este caso, como los sujetos del crimen organizado y también del desorganizado
(porque existen también variables de las que hablo en el libro), que se creen
todas estas lógicas exitistas, de masculinidad hegemónica y de tecnificación de
la violencia.
Pero
¿qué pasa cuando este discurso del emprendurismo, de que hay que ser exitoso,
rico y poderoso, se confunde con las lógicas del político, de que hay que
gobernar a las poblaciones, y la del especialista en violencia? Pues hay una
bomba molotov, como lo que nos está pasando en este momento en México.
Los
Zetas son un ejemplo muy exacto de lo que podría ser un sujeto endriago, que
capitaliza o que rentabiliza estas tres funciones y que hace del miedo un
mercado.
Entonces
el endriago resultaría como la cristalización de estas lógicas coloniales que
nos siguen persiguiendo, pero también de la aceptación acrítica por parte de
cierta población (regularmente masculina, aunque no digo que toda la población
del crimen organizado lo sea) que considera que su modelo de autoafirmación no
sólo económico sino existencial está vinculado con esta cristalización, con
esta personificación del monstruo en su propia carne para poder lograr alcanzar
estas demandas económicas y esta legitimidad social dentro de los círculos que
a ellos les interesan, que no son los círculos sociales en general sino los del
poder político, económico e intimidatorio.
AR: Otro capítulo que me parece muy
interesante es que el capitalismo gore
ha trastornado el mundo tanto del trabajo como de las clases sociales, e
incluso se habla de una nueva clase criminal, de la extinción de las clases
medias, del campesinado. ¿Cómo se han transformado las clases sociales y el
trabajo en el capitalismo gore?
SV:
Es una cuestión que me parece muy importante. De alguna forma esta lógica
exitista se implanta en nuestras cabezas todos los días mediante desde el
comercial bienintencionado de una organización de líderes emprendedores, hasta
la lógica del consumo cultural de las series televisivas, las telenovelas, la
música y las tiendas departamentales. Todas estas cuestiones tienen que ver con
la idea de que consumir es ser (te afirmas a través del consumo) y cómo esto
tiene una repercusión en la degradación de la aceptación de que uno pertenece a
cierta clase social.
No
hablamos de clase social porque mucha gente piensa que es una cuestión de la
que no deberíamos hablar; sin embargo, por supuesto que siguen existiendo las
clases sociales, y la pobre cada vez está más empobrecida, más precarizada y
peor vista socialmente. Mucha de la población en México pertenece a esta clase
social que gana un salario mínimo con el que es imposible vivir. Entonces hay
una negación de la clase porque es una vergüenza ser pobre, como si la
responsabilidad de esto fuera solamente del individuo y no de las lógicas
predatorias que desregulan el trabajo, que hacen reformas laborales por las que
se paga a siete pesos la hora. Esto se relaciona con una desproporción entre
los ingresos que necesitamos para sobrevivir en este país, y los deseos de
poder pertenecer socialmente a la lógica fascinante y maravillosa del consumo.
Lo que está muy implantado en las poblaciones es que parece que a través del
consumo podemos exorcizar la pertenencia a cierta clase.
Existe
una esquizofrenia entre una población cada vez más empobrecida y una población
con cada vez más ganas de consumir. ¿Cuáles son las opciones? Negar que existen
clases sociales, para no decir que somos pobres y que la pobreza no es una responsabilidad
individual sino que es una de las consecuencias de una mala gestión estructural
de la economía en esta nación. No es que uno sea pobre porque no trabaja: uno
es pobre porque aunque trabaje 25 horas al día va a seguir ganando siete pesos
por hora.
La
cuestión es que se nos ha responsabilizado y culpabilizado por ser pobres,
cuando en realidad esa condición es una consecuencia de la estructura y de la
mala gestión económica en este país. No hay un diseño económico que pueda
sostener a las poblaciones porque tendría que haber una distribución mucho más
equitativa, y eso perjudicaría a las clases más pudientes de este país.
Entonces
hay una desestructuración de las clases: la gente pobre no quiere vincularse
con la pobreza, pero también hay una invisibilización de las estrategias de la
gente empobrecida para sobrevivir, de las solidaridades y de las comunidades
que se pueden gestar a través de la supervivencia económica en una población
empobrecida. Mucha gente quiere salir de esa condición y no hay que ser un
genio para saber por qué: no hay belleza en la pobreza y no es fácil ser pobre,
es una cuestión de vida o muerte. En este país muere mucha gente porque está
empobrecida y muere de hambre.
Hay
una dimensión cultural del desclasamiento, y luego está la dimensión económica,
así como la cuestión de querer exorcizar la figura de la pobreza mediante un
capital económico para ascender social y culturalmente. Esto es lo que representa
la nueva clase criminal. Es muy significativo, por ejemplo, que en la última
encuesta del INEGI sobre ingreso y consumo ya no se estaba preguntando de dónde
se obtenía el dinero sino cuánto gastaba una familia. Esto está invisibilizando
una serie de cuestiones en un país en el que la desregulación laboral es cada
vez más creciente y el crimen organizado se vuelve un nicho de producción muy
importante que sostiene a muchas familias en este país. Entonces volvemos
opacas estas vías y aceptamos estos recursos para subsanar cosas que no
deberían ser resueltas por estas organizaciones ilegales sino por las
instituciones gubernamentales destinadas para ello. Entonces
desresponsabilizamos, con ese desplazamiento, al gobierno de su verdadera
función y de sus prerrogativas.
Hay
casi un escarnio social cuando la gente es pobre, por lo que muchas personas van
a querer unirse al único lugar en el que les van a dar trabajo, que son las
empresas criminales, que no sólo las van a explotar sino que al final las van a
hacer pagar con su vida. Pero es una inversión volátil, casi como la de la
Bolsa o de las finanzas, pero a un nivel mucho más triste y más desconcertante
porque estamos hablando de vidas humanas.
AR: Hay una relación que usted
establece entre lo que es la violencia, la delincuencia y el capitalismo, para
lo cual se remonta hasta el siglo XVIII. ¿Cómo se combinan en el capitalismo gore la violencia con la economía? La
delincuencia y la violencia parecen ser muy funcionales para el capitalismo con
esta mezcla tan rara, muy difusa, entre la economía legal y la ilegal.
SV:
La violencia en el capitalismo gore
es casi el elemento fundamental para que funcione. No es solamente el ejercicio
de violentar o dañar a otro, sino que en sí mismo va a abrir varios nichos de
mercado: va a ser rentable para el capitalismo regional y también trasnacional
a muchos niveles. El dinero que tienen los grandes señores de la droga en este
país no es invertido en México, sino que, por supuesto, está en otros países
donde pasa por legal (la lavandería del mundo está en Suiza, por ejemplo). Pero
la cuestión es cómo se rentabiliza la violencia en estos lugares: por un lado
ejercer violencia intimidatoria hace que, por supuesto, las poblaciones
acepten, con argumentos de seguridad, la limitación de sus derechos. A las
personas se les dice que por su seguridad las filman, graban sus conversaciones,
que no se les va a dar cierto servicio y que se les va a pagar menos. Bajo el
argumento de la seguridad se quitan muchos derechos y se expropian muchas
causas laborales, sociales, políticas y económicas que ya teníamos ganadas.
Hay
un avasallamiento constante del cuerpo de las poblaciones por una exposición de
la violencia, como un asesinato, no sólo en los medios sino también a nivel
tangible en la realidad social donde uno vive. Cuando uno se encuentra con un muerto,
cuando ve que efectivamente el problema de la violencia no es solo que exista
sino que puede caer sobre cualquiera de nosotros, pues por supuesto que tiene
un efecto de adoctrinamiento y atemorización de la población. El miedo es muy
efectivo, por lo que la violencia es la acción que desemboca en otra
consecuencia indirecta que es la securitización. Esta es una estrategia muy
rentable: afirmar que algo puede pasarnos, y entonces la gente atemorizada va a
ceder sus derechos, sus propiedades, sus espacios, sus territorios, y va a
hacer cualquier cosa para no ser víctima de la violencia.
No
es solamente la violencia como la entendemos, como secuestro, tráfico de
órganos, trata de personas, la desaparición de personas, etcétera, que son muy
tangibles. Estas cuestiones no tienen que ver solamente con la delincuencia organizada
porque también hay falsos criminales que hacen uso de estas herramientas de la
violencia que ya consideramos propias de estas organizaciones, y que son como
piratas del crimen organizado que llevan a cabo diversos delitos como
rentabilización de la violencia intimidatoria.
A
lo que me refiero es a que el crimen organizado es un nodo del cual podemos
hacer análisis en muchos sentidos, pero tenemos que verlo en sus conexiones con
la economía financiera y legal porque no están separados. La violencia es una
de las prerrogativas del capitalismo, ya que abona y brinda plusvalor al
capitalismo gore, y no sólo a éste.
AR: Los años de crecimiento del
neoliberalismo, del aumento de la violencia y de la delincuencia coincidieron
con la democratización del país. Usted anota que en México el narcotráfico y la
criminalidad desempeñan un rol que beneficia al Estado e incluso habla de una narconación y de necropolítica. ¿Cuál ha sido su papel de ésta en la democratización
del país?
SV:
El problema no es la democratización sino que pensamos que tiene que ver con el
sentido económico de distintas reformas laborales. Tenemos varios problemas:
creo que democratizar un estado o un país es favorable, pero cuando se utilizan
las figuras de democracia y de derechos humanos, su ampliación y ensanchamiento
sociojurídico para implementar lógicas de desposesión y de acumulación por
despojo, entonces estamos hablando de otra cosa. La cuestión es que no se llevó
a cabo un proceso de democratización; se le utilizó para meter caballos de
Troya que significan otras cuestiones e introdujeran en el imaginario que
estábamos siendo más democráticos, que ampliábamos derechos, que estábamos en la
lógica del avance del progreso.
Sin
embargo el problema no es la democracia sino que lo es de pantalla. Es la
inserción de las lógicas neoliberales que se apropian y fagocitan el discurso
de lo democrático para implantar lógicas antidemocráticas, predatorias y de
desposesión en las que nos encontramos.
AR: En esta cultura del
hiperconsumismo los medios de comunicación, como se señala en el libro, tienen un
sitio muy importante en la espectacularización del derramamiento de sangre.
Usted llega a llamarlos “cómplices del crimen organizado”, engranajes para la
propagación y popularización del capitalismo gore, lavadores de noticias. ¿Cuál ha sido su papel en el beneficio
que se obtiene de la violencia?
SV:
Debemos tener cuidado: no generalizo porque tengo un respeto profundo por los
periodistas que están arriesgándose en pos de la noticia, pero sí hablo de
ciertos medios cooptados por los Estados necropolíticos, que difaman, que
espectacularizan la violencia y que buscan el titular más sangriento, más
truculento, más morboso para tener grandes audiencias. No digo que todos los
medios hagan este trabajo porque hay algunos que se preocupan mucho por sus
noticias, que intentan acompañar a la población y darle información que de
verdad es necesario que conozcamos. Pero sí hay medios que espectacularizan
estas lógicas, que “lavan” las noticias porque las vacían de contenido y sólo
muestran el cuerpo muerto y ponen etiquetas que ya están demasiado manidas.
Pienso,
por ejemplo, cuando en el norte de México hay una persona acribillada y muerta,
lo primero que el medio dice es “seguramente tenía nexos con el narcotráfico”.
Puede ser que esa persona no haya tenido jamás una vinculación con éste y que
realmente le hayan asesinado por otro motivo, pero está tan instaurada la
mentalidad que difunden los medios que se cree que la víctima fue parte del
crimen organizado.
Esa
sí es una conciencia que se ha implantado mediante una repetición constante,
por parte de los medios, de las imágenes violentas y de las lógicas del
exterminio del crimen organizado. Así, parece que hay una homogenización de
todos los casos, lo que no nos ayuda a comprender el fenómeno, lo cual también
invisibiliza muchos asesinatos de víctimas de otros tipos de violencia, como la
feminicida, económica y la desposesión de territorios de muchos lugares de
México.
Entonces
hay muchas formas de violencia que estamos descuidando porque el 90 por ciento
de las noticias tienen que ver con crimen organizado, y no siempre es así.
AR: Al final del libro usted relata
su experiencia en una vía rápida de Tijuana: iba usted con su hermana cuando de
un vehículo cayó el pedazo de un hombre. Usted llega a decir que se siente
responsable de su desmembramiento. En el capitalismo gore, ¿cuál es la responsabilidad de los ciudadanos en esta
situación?, ¿cómo pueden ayudar a revertirla?
SV:
La responsabilidad social que todos tenemos tiene que ver, primero (y va a
sonar un poco contradictorio) con, justamente, no tener una perspectiva crítica
sobre lo que está pasando en nuestro país y pensar que todo tiene que ver sólo
con el crimen organizado.
Nuestra
responsabilidad también no implicarnos activamente en las cuestiones de
nuestras comunidades; por ejemplo, pensar en el argumento manídisimo de que los
delincuentes “se matan entre ellos”, pero llega el día que nos toca a nosotros
y decimos “no éramos parte de eso, y de repente nos convertimos en víctimas
colaterales de un conflicto”. Eso no es así: nosotros vivimos en la misma
sociedad que esas personas y participamos de esas lógicas de avasallamiento cuando
dejamos que la gasolina y los impuestos sean cada vez más altos, cuando
despreciamos a la gente, cuando somos racistas, homófobos, clasistas, cuando
pensamos que porque nosotros estamos bien todo el mundo va a estarlo, por
ejemplo.
Esa
lógica de individualismo neoliberal nos ha llevado a que el tejido social esté
descompuesto porque no estamos articulándonos en una fuerza crítica para hacer
que el Estado cumpla sus potestades. Mientras nosotros pensemos que porque tenemos
un trabajo fijo, que atendemos un negocio o que no nos morimos de hambre no nos
debe importar la gente, caeremos en una lógica que contribuye a esa violencia.
Yo
me sentí responsable de lo que mencionas porque yo vivo en esa ciudad, y nunca
había visto un cuerpo descuartizado. Sabía que existían, pero no había pensado
cuál era su implicación, y me sentí responsable porque era un joven y tiene que
ver con el problema del juvenicidio en México. Se trata de poblaciones jóvenes
y desprotegidas que no tienen un trabajo, que no tienen un horizonte y que
además están criminalizadas porque parece que no hacen nada (los mentados ninis). Entonces se unen a estas filas
de la delincuencia como una forma de salvar las cuestiones de clase, de la vergüenza
de no tener un trabajo, de no poder participar socialmente.
Nuestra
responsabilidad tiene que ver también con educarnos y educar a la gente que
está a nuestro cargo, con la que vivimos, para no reproducir las violencias
sexistas, machistas, homofóbicas y racistas, y para poder reconfigurar el
tejido social y ser una colectividad crítica.
También
hay que visibilizar diversas luchas, como las que hay por los territorios, de
los padres de los normalistas desaparecidos, de las madres de las mujeres
asesinadas en Ciudad Juárez, de las mujeres que hacen campañas antiacoso en la
Ciudad de México, las personas de la comunidad LGBTTTI que salen a luchar por
sus derechos para ser verdaderamente ciudadanos, frente a las marchas a favor
de la familia natural.
Tenemos
que plantearnos ese tipo de cuestiones para que no nos coma la violencia y el
tejido social vuelva a restructurarse con una lógica que no repita la del
capitalismo gore.
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