domingo, enero 28, 2018

Cuentos contra la soledad de la violencia. Entrevista con Josh Barkan



Cuentos contra la soledad de la violencia

Entrevista con Josh Barkan*

Ariel Ruiz Mondragón

La violencia en México se ha convertida en cotidianidad y cada vez tiende a normalizarse más. Las historias reales acerca de los delitos, los crímenes, la corrupción, la injusticia y la impunidad se suceden interminablemente en nuestro país.

Esa realidad no podía ser ajena a la literatura, por lo que ésta ha terminado por expresarla también. Así es que ahora se publica en español Sangre, sudor y México (Alfaguara, 2017), libro del escritor californiano Josh Barkan, en el que se reúnen 12 de sus cuentos, en los que da cuenta de diversos aspectos de la violencia que van desde la de las pandillas hasta los grandes jefes de los cárteles del narcotráfico, de la homofobia hasta las amenazas de los políticos.

A propósito de ese libro conversamos con Barkan, graduado en Yale y quien ha enseñado escritura creativa en las universidades de Harvard, Boston y Nueva York. Becario del National Endowment for the Arts, ha publicado en Esquire y colaborado en The Boston Book Review. Por su cuento “The Kidnapping” (“El secuestro”, que aparece en Sangre, sudor y México) obtuvo el Lightship International Short Story Prize en 2013.

 

AR: ¿Por qué escribir hoy un libro como el suyo, estos cuentos sobre la violencia y la delincuencia en México, que abarcan desde las pandillas hasta los grandes capos del narcotráfico, y que pasan por la homofobia y el secuestro? En el cuento “La fuga” da la descripción de un personaje que se define como un escritor avecindado en México que lee libros “en serio” y que vive “la vida barata que es posible aquí”.

Josh Barkan (JB): Ese cuento sí tiene un escritor, un periodista que es el protagonista, pero no soy yo. Es un personaje que en la descripción tiene 19 años más que yo, y que ha trabajado bastante en el sistema de justicia de Estados Unidos con gente condenada a pena de muerte.

La razón por la que comencé a hacer estos cuentos fue algo bastante personal. Yo no hubiera escrito sobre la violencia como tema; para mí hay muchos periodistas muy buenos que lo han hecho, miles en México y también en Estados Unidos, como Charles Bowden, que es muy buen escritor.

¿Por qué escribir sobre diversos temas de violencia? Un día estaba en una taquería, El Califa, en el sur de la Ciudad de México, en San Ángel, y vi que venían tres cuates que corrían con pistolas de fuera; pasaron justo enfrente del vidrio del restaurante donde estábamos mi esposa y yo, con dos guardaespaldas que corrían hacia ellos tirándoles. Nosotros caímos al piso y fuimos hacia la cocina para escapar. No sabíamos si iban a entrar al restaurante. Había una mujer como de 65 años a la que intenté calmar.

Cuando aquellos hombres se fueron y se alejaron, pregunté quiénes eran, y me dijeron como si nada: “Son unos rateros”. La verdad es que no eran rateros sino tres cuates que fueron a un restaurante muy cercano, justamente al lado, e intentaron matar a un hombre de negocios que tenía a sus propios guardaespaldas.

En la misma semana pasó que al primo de un muy buen amigo de mi esposa —que es mexicana y pintora— lo mataron en Zihuatanejo; era un gran arquitecto, muy joven, y lo asesinaron por nada más querer hacer un proyecto por allá. Me acuerdo que fui al velorio, en Santa Fe, donde había como 500 personas, incluyendo a Vicente Fox, que estaba en la última fila. El sacerdote estaba diciendo que lo que pasó era la voluntad de Dios, porque todo ocurre porque él lo quiere. Yo no puedo aceptar eso.

Con esas dos experiencias muy personales sentí que tenía que escribir sobre la violencia, porque sí ha entrado en mi propia vida y en la de mis amigos. Pero al mismo tiempo yo no quiero escribir sobre el tema de una manera estereotipada o de la forma en que otros lo han hecho. Justo por eso quería hacer como una fusión de personajes: por eso hay expatriados, que en general son de Estados Unidos, y al mismo tiempo la versión de protagonistas que están en México, como en los cuentos “La huida de México”, “El profesor de pintura” y “Quiero vivir”, en el que uno de los narradores es una mujer de Sinaloa que creció huérfana y fue marcada con cicatrices en sus manos.

También es una labor de fusión, que me recuerda un poco el jazz y el blues, y que creo es muy importante para realizar algo nuevo. Lo que yo quería hacer con este libro es que mezclar cosas que normalmente la gente no combina, de distintos países, voces, profesiones, etcétera. Considero que es algo realmente importante y que le puede interesar a la gente que se acerca a este libro para ver realmente algo nuevo.

Entonces quería hacer una fusión para que la gente pueda ver de nuevo esa violencia pero con nuevos ojos, porque los personajes, los contrastes y las dicotomías son algo novedoso.

 

AR: Sobre esta parte del escritor y de lo que se dice también en “La fuga”: el personaje tenía una visión intelectual aunque algo periodística, que escribía muy en serio, con mucha fe, y una de sus ilusiones era “cambiar el mundo”. ¿De alguna manera es una autodescripción? ¿Los cuentos tienen una intención de denuncia?

JB: Tuve una entrevista con Carmen Aristegui y me preguntaba si eso era un análisis de la violencia, y no lo es. Claro que tiene significancia cualquier cosa que nos haga ver la moralidad de una situación con nuevos ojos, y a los lectores de literatura se les puede causar más empatía sobre ciertas situaciones. Por ejemplo, está el narquito que en el cuento “El profesor de pintura” lo que hace es el mal porque vende droga. Pero empieza con pocas oportunidades económicas porque su papá trabaja vendiendo el gas de 40 litros, por lo que él comienza a tomar su propio trabajo de distribuir la droga.

Sí hay muchos comentarios sociales sobre la desigualdad y las maneras en que uno sufre a causa de esa violencia. Pero yo empiezo con personajes, no con temas; si uno sólo tiene éstos pues puedes escribir ensayos en los que puedes decir “este es mi punto de vista”. Lo que prefiero es hacer vida: intento hacer personajes que viven, que uno puede creer que son gente de verdad y que tienen sus propios pensamientos. Ya que uno entra en el mundo de ellos se puede tener afinidad con sus propios problemas, como la violencia, pero también con los íntimos, como sus relaciones con sus novios, con sus esposas. El rol del autor, entonces, quizá es de investigar problemas muy significantes, pero no de decir cómo interpretarlos. Es lo que siento.

Mi rol es encontrar cuáles son los conflictos que importan y poner a mis personajes en ellos. ¿Cuáles son? En los que hay algo de moralidad, en que el personaje tiene que tomar una decisión que es un dilema y no podemos saber qué es lo correcto porque de las opciones que se presentan en una situación muy complicada ninguna es perfecta. En esas circunstancias hay mucha tensión, que es realmente lo que buscamos en el arte.

 

AR: En muchos de los cuentos hay una reivindicación de la familia. Por ejemplo, me llama la atención el del profesor judío que se reencuentra con su suegro, la madre que rescata de los pandilleros a su hijo, el pintor y la defensa de su hija.

JB: Los cuentos que tienen que ver con problemas de familia son algunos de los más interesantes, porque todos tenemos una, y entonces tenemos conflictos aunque se trate de una relación buena o mala con ella.

Eso me interesa mucho. Hay un escritor muy reconocido de Sri Lanka pero que vive en Canadá, Michael Ondaatje, que tiene un libro de memorias que se llama Running in the Family, en el que trata de reconciliarse con sus padres pero más de conocer de dónde venían ellos, y viajó para saber de ello. Me interesan mucho estos problemas de familia.
AR: ¿Cómo armó estas historias? Veo la referencia a ciertos aspectos de su vida, pero creo que también hay otros elementos tomados de la prensa. ¿Cómo se documentó para estas historias, especialmente para las del Chapo y el Señor de los Cielos?


JB: Lo que me parece interesante es tomar hechos que salen en la prensa. Mi esposa venía todo el tiempo y decía: “Mira, esto sale en el periódico”, y muchas veces yo decía: “Esto no es una historia que me interese, aunque sea algo que haya pasado”. Pero un día ella llegó y dijo: “Esta reina de belleza hasta el último momento estuvo con su esposo narco, luchando con él y disparando”. Entonces empecé a pensar en una situación así.

En las historias aparecen parte de hechos y notas que salen en la prensa, pero con una fusión de personajes que vienen de muchos lugares. En los cuentos lo que hago es una fusión porque no voy a reproducir algo que se publicó en los periódicos. Lo que me interesa es, quizá, un pequeño detalle; por ejemplo, empiezo con la leyenda de que el Chapo iba a restaurantes a comer, y los tomaba con quienes estuvieran allí, y les recogía hasta los celulares. Yo empecé con eso y después pensé: ¿quién sería el chef de un restaurante así? Yo pasé un año viviendo en Pittsburgh con una beca allá, y hubo un chef famoso del que yo sabía mucho, y pensé que ese podía ser, más o menos, el personaje. ¿Qué hacía el Chapo en un restaurante? Bueno, en parte era mostrar su poder y que podía ir a un restaurante (en este caso en el DF en vez de Sinaloa). Pero ¿qué iba a comer? Entonces es una mezcla de cosas.

Uno sigue al personaje en una situación en la que hay pequeños detalles. Por ejemplo, en el cuento de Acapulco hay un arquitecto, pero no es el que conocí que mataron en Zihuatanejo porque yo realmente no sé nada de esos hechos. Él no fue a un puticlub, pero lo que sí sabía es que quizá hubo un cliente que quería una casa grande. ¿Por qué está este arquitecto con un minijefe del narco en Acapulco? Pues porque tiene ambición porque su papá era un gran arquitecto. Eso es todo inventado.

Entonces empecé con hechos, con el cuento que es muy parecido al caso del Señor de los Cielos, que tomé de los años noventa y lo pongo en el presente. Comencé a escribirlo porque un día caminaba con mi esposa por la colonia Roma, y me dijo: “Yo creo que aquí, en este edificio, es donde le hicieron la cirugía plástica en la cara a este gran narco”.

Yo no sabía nada de él; después no hice investigación porque a mí no me importaba quién era el personaje real sino fue la idea de que alguien intentara cambiar totalmente su apariencia. Tomé algo pero lo puse en Polanco, no en la Roma, y después pensé quién hizo esa cirugía, e invento que fue un médico de Estados Unidos. Es un personaje un poco frío, al que le falta amor personal, que está atrapado en su profesión, en la que es excelente, pero lo que realmente quiere es el abrazo de la novia con quien está. Entonces cambia su situación para enfrentar su propia frialdad.

Así es como empiezo: hago preguntas y sigo personajes.

 

AR: ¿Cuáles son los principales problemas éticos que se plantean en sus personajes? Recuerdo justamente el del cirujano: si le cambia la cara al narco éste va a seguir matando gente.

JB: Son múltiples; en este cuento, si soy médico tengo responsabilidad de hacer lo mejor y más saludable para mi paciente. Si viene un narco y quiere que le haga cambios, okey, debo hacerlo de una manera que no le vaya a hacer daño; pero lo estoy ayudando a escapar de la ley y puede matar a otras personas. Pero, al mismo tiempo, si no lo hago él me puede matar porque se puede enojar conmigo; entonces tengo el deseo y lo ético de preservarme a mí mismo. Entonces ya tienes tres puntos: no querer hacer daño a otros, ayudar a los pacientes y protegerse uno mismo. Ya estamos en una situación muy complicada sobre lo que éticamente debo hacer. Eso es sólo dentro de un cuento.

Tomemos el cuento “El Dios de los nombres comunes”: es un profesor ateo, pero que creció en el judaísmo, por lo que sí tiene relación con la religión; pero el papá de la mujer con la que quiere casarse no lo acepta porque no es ortodoxo. Y uno entiende que un padre no quiera que su hija se case con un hombre que está fuera de su tradición. Además aquél es un maestro y, como es un cuento de Romeo y Julieta, tiene a dos estudiantes que se aman pero que son de narcofamilias rivales. Éticamente el maestro siempre tiene que proteger a sus alumnos y quiere que crezcan bien; pero si los separa, porque sus papás no quieren que haya relación entre ellos, quizás pueda ayudarse a sí mismo. Entonces hay varios centros éticos en estos cuentos.

 

AR: Hay cuando menos dos que hablan de la profesión periodística; en uno de ellos un corresponsal extranjero tiene que salir del país por el asesinato de un personaje, sobre lo que él no puede publicar porque el editor le dice que no se apegaba a los formatos tradicionales. ¿Por qué?

JB: Sabemos que los periodistas que sufren más en este país no son los extranjeros sino los de aquí. Bajo ninguna circunstancia quiero decir que los primeros son los que sufren más, pero sí en ese cuento, en el que hay un político corrupto inventado, de Cuernavaca, al que no le gustó que el periodista escribiera sobre un club de golf y la corrupción en la que su sobrina estaba implicada. El político le dice que se tiene que ir de México y renunciar a su posición como periodista.

Allí tienes lo que es más obvio: la impunidad con la que los políticos y también los narcos quieren silenciar a quienes escriben la verdad. Eso lo ves claramente en el cuento. Sabemos también que hay muchas fuerzas que están intentando silencia, hasta con armas, a aquellos que escriben demasiado cerca de la realidad de los narcos y de la corrupción económica y política.

Otro asunto sobre el periodismo y sus editores es el de cuál es una noticia correcta. En el cuento del periodista el personaje quiere escribir sobre la muerte de su amigo, quien hace investigaciones para una compañía de seguros pero también está en una banda de rock punk, lo que no está visto como lo que configura las expectativas de la narración de alguien afectado por la violencia. Entonces los editores en Houston le dicen: “No vamos a publicar eso porque no cuadra con nuestra visión, y además porque es muy personal”.

Lo que exploro es qué seleccionamos como noticia, porque el periodista piensa que ha visto tantas cosas de sufrimiento y cuál es el efecto de escribir sobre él, y si cuando lo hace en México, en Afganistán o en otros lugares, está cumpliendo como periodista. Él tiene esta duda profunda de si solo escribe sobre esos temas para vender periódicos, o si lo hace para causar un buen efecto de cambio en el mundo.

Fuera del cuento son las dos cosas: los medios venden un producto que son relatos que interesan, y quizá a veces no venden otros porque son muy lentos. El cambio de clima es difícil de narrar pero, al mismo tiempo, si podemos generar más empatía vale la pena.

En ese cuento el periodista ya no tiene la fuerza para seguir con la lucha y ha llegado a su propio límite, aunque ha combatido durante muchos años.

 

AR: Otro asunto cuya ausencia me parece muy emblemática no nada más de estas historias sino del país es la justicia. Casi ningún personaje resulta castigado por lo que hace; creo que lo más cercano es el relato del periodista que ayuda a fugarse al sordo. ¿Cuál es el papel de la justicia en sus relatos?

JB: El cuento “La fuga” es en el que más directamente se habla del sistema de justicia porque tienes un personaje que está condenado a estar toda su vida en la cárcel. Es un mimo sordo, que está allí porque dos personas que robaron un banco usaban lenguaje de señas, y que por accidente matan a una viejita y escapan en bicicleta. El mimo usa el mismo lenguaje y también tiene una bicicleta, por lo que lo acusan. El periodista sabe que esta persona es inocente al ciento por ciento porque 30 personas estaban con él a la misma hora en que ocurría el robo del banco.

Entonces una persona está en la cárcel para toda su vida nada más porque conviene que el caso sea resuelto, aunque es obvio que no lo está. Allí está la crítica de un sistema en el que los jueces tienen muchísimo poder porque su palabra tiene toda la potencia y no hay un jurado.

 

AR: Las decisiones éticas que toman los personajes derivadas de sus encuentros con la violencia y con la delincuencia son, creo, una forma de salvación. Lo hallo en el profesor ateo que se reencuentra con su suegro, la Miss Sinaloa que trabaja en un orfanato, el francotirador que mata a un amigo y descubre su deber cívico. En ese sentido, ¿son historias de salvación?

JB: Eso está claramente en estos cuentos. Yo no quiero implicar que la violencia siempre produce resultados optimistas, para nada, ni que siempre hay epifanías que salen de la violencia. No quiero decir que ésta es algo bueno, pero lo que sí quiero indicar es que estos personajes tienen sus propios problemas íntimos que empezaron mucho antes que su encuentro con la violencia, y que una situación de vida o de muerte les causa que repiensen y reevalúen profundamente su existencia, sus faltas y las de otros.

Es lo que ocurre, por ejemplo, en “El francotirador”: al ver la falta de su muy amigo, el personaje se da cuenta de que no quiere participar en hacer daño a otros. Ve claramente la corrupción de su amigo, pero tenía que tomar una decisión ética de si iba a tirar contra él o no, y toma un camino intermedio: sólo le dispara en un pie. Esto le causa pensar en su otra responsabilidad, en lo que ha hecho la violencia no sólo a su amigo sino a todas las otras personas que se han matado contra los narcos. Se da cuenta de que no es que lo que se ha hecho sea totalmente inútil, pero al mismo tiempo entiende que van a crecer otros narcos porque hay consumo de drogas en Estados Unidos.

Toma conciencia de que hasta que la gente deja de consumir la droga va a seguir el tráfico de narcóticos, lo que le fuerza a pensar en lo que él ha hecho al matar a 39 personas en México. Además, le causa también pensar en la jerarquía del ejército, en el coronel que le obliga a tirar, en lo ético de las guerras en Irak y Afganistán.

 

AR: Del libro queda una idea sombría de México que no es tan ajena a la realidad. De su literatura, de sus personajes, ¿cuál aporta una esperanza de que esto cambie?

JB: Para mí es muy difícil hablar de todo México; es lo que justamente estoy intentando evitar con personajes individuales. El de la violencia es como todos los problemas graves en todos los países del mundo: no son asuntos que se puedan resolver fácilmente.

En el cuento “La huida de México” el personaje es de Iztapalapa y se encuentra entre dos pandillas que tienen combates en su barrio, pero él es inocente. Pero roban un reloj de una portería en la que él está jugando, y un pandillero lo culpa pese a que él es totalmente inocente, y le hacen un corte con machete a su brazo. Lo que creo que es bonito de este cuento es que lo vemos a él cuando toca el contrabajo en las mejores orquestas del mundo, que está casado con una compositora, y él habla de que tocar música es como dar la nota de la tristeza de la vida, pero dársela a la gente para que pueda sentirla es una forma de arte.

Cuando lees algo de literatura ya no estás solo: ya puedes sentir algo de otra manera. ¿Por qué vamos a la literatura? Para ya no estar solos. Entonces en estos cuentos no hay ningún personaje del que puedas decir “esa es la solución”, pero lo que uno sí puede decir es que después de entrar en el mundo y al leer estas situaciones de violencia en que se encuentran los personajes ya no estás tan solo en este país, ya puedes sentir que otros están sufriendo quizás con optimismo y con la fuerza que encuentran bajo esas circunstancias.

De eso realmente se trata: de sentir mucho menos dolor.

 
*Entrevista publicada en Horizontum, 14 de junio de 2017.

No hay comentarios.: