El machismo en el espejo
Entrevista con Lydia Cacho*
Ariel
Ruiz Mondragón
Uno
de los más graves problemas culturales que se deben enfrentar para avanzar en
los caminos de la equidad, la igualdad y la justicia lo es el machismo, que se
expresa en una violencia que va desde asuntos aparentemente banales hasta el
asesinato, lo que pasa también por la discriminación en la familia, el trabajo
y la escuela.
El
machismo se forja desde el hogar en un proceso educativo lleno de prejuicios,
lo cual debe llevar a una profunda reflexión. En su libro más reciente, #Ellos hablan. Testimonios de hombres, la
relación con sus padres, el machismo y la violencia (México, Grijalbo,
2018), Lydia Cacho presenta 13 testimonios de hombres de muy diversos ámbitos,
en los que relatan la forma en que se les enseñó el machismo. Pero no sólo eso
se presenta en el libro, sino que, desde una perspectiva feminista, se
describen y analizan varias de las formas que adopta el poder patriarcal.
Como
escribe la propia autora, “este libro no es un tratado de la masculinidad sino
una revelación de la humanidad, de la individualidad detrás de una construcción
cultural de las violencias que nos alejan de los afectos, de la paz, de la
seguridad e integridad emocional y física”. Así, mediante el diálogo Cacho propone
una deconstrucción de la cultura patriarcal.
Acerca
de ese libro conversamos con Cacho (México, 1963), quien, con una trayectoria
periodística de al menos tres décadas, es autora de 12 libros, es Embajadora de
Buena Voluntad para la Agencia de las Naciones Unidas contra la Droga y el
Crimen. Especialista en temas como violencia de género, trata de personas y
delincuencia organizada, por su labor ha obtenido más de 50 distinciones, entre
los que destacan los premios Nacional de Periodismo, el Unesco Guillermo Cano a
la Libertad de Expresión y el Olof Palme.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro como el suyo? Incluye desde 13 entrevistas con hombres, en las que
podemos encontrar desde un proxeneta de Tlaxcala hasta un prestigioso literato
o un empresario, hasta otros temas como los orígenes biológicos y culturales
del machismo, los movimientos feministas e incluso algunos aspectos legales.
Lydia Cacho (LC):
Después de tantos años de documentar la violencia en todas sus formas contra
los niños y las niñas, desde la criminal hasta otras formas más sutiles contra
mujeres o entre hombres, me he preguntado por qué no podemos movernos para
discutir de qué manera podemos construir la paz en este país.
No
lo digo en un sentido superficial, sino más profundo: cómo podemos transformar
nuestros argumentos para el diálogo entre hombres y mujeres, y para erradicar
el machismo en lo individual, en nuestras propias vidas, en las actitudes
cotidianas, y cómo podemos dialogar con los hombres, los que ejercen la
violencia y los que no pero que se quedan callados frente a ella porque temen
muchísimo ser castigados por los que tienen más poder y que no quieren que esta
forma cultural de violencia se erradique porque favorece a muchos.
La
corrupción es una forma de machismo, por ejemplo, y no hemos logrado entrar en
estos temas porque todo el mundo se queda en lo individual, como si fuera un
asunto de pareja, de un hombre contra una mujer, de un hombre contra otro
hombre o de un padre contra un hijo. Yo quería irme a los orígenes de la
violencia para que podamos hablar desde el corazón y la semilla.
AR: Sobre la primera parte del
libro, que reúne los testimonios de 13 hombres, usted habla de las entrevistas
con perspectiva de género, de la experiencia dialogante con los hombres acerca
de su sombra: la violencia de su masculinidad. ¿Cómo construyó estas conversaciones?
LC:
Creo que me he preparado toda la vida para esto; acabo de cumplir 30 años como
periodista…
AR: Y desde antes ya se había
formulado preguntas, como cuenta usted…
LC:
Desde siempre, claro, desde que empecé a hacer mis primeros reportajes salía la
violencia contra los niños y las niñas. Entonces las mujeres hablaban de sus
parejas: por un lado los amaban, y por otro no sabían cómo controlar la
violencia. Esto lo comencé a preguntar hace 30 años desde el feminismo que
ejerzo desde muy joven. Fui una madre feminista y he estado rodeada de mujeres
y hombres brillantes que me han ayudado a encontrar ese camino. He leído mucha
filosofía feminista, tanto europea como estadounidense y latinoamericana, lo
que me ayudó a hacer un periodismo con perspectiva de género.
Los demonios del Edén
es uno de los primeros libros periodísticos con esa perspectiva en México y lo
puedo decir porque ahora lo entiendo. En aquel momento para mí era normal
escribir así, hasta que mi editor le quitó todos los las/los, y yo le regresé
el texto porque tiene que ser así: distinguir la individualidad de los niños y
de las niñas que fueron abusados, justamente porque los niños viven con un
silencio mucho más atroz porque no se les permite hablar de nada. Entonces tienes
que hablarlo diferenciadamente.
Hacer
este libro con perspectiva de género implicaba hablar desde la masculinidad; la
perspectiva de género no es hablar de las mujeres, sino es ponerte en la
esquina correcta para mirar adecuadamente cómo se construyen la masculinidad y
la feminidad, y a partir de allí escuchar. Tiene que ser una escucha
respetuosa, compasiva, profesional.
Para
mi sorpresa, en cuanto los busqué y les propuse hacer una entrevista y les dije
de lo que iba a ir, todos los hombres aceptaron, ninguno dijo “no quiero, me da
miedo”. Estaban preocupados, sin duda, y fueron entrevistas largas, algunas
duraron días; regresábamos y me decían: “Oye, me despertó tal cosa y no he
dormido; tengo pesadillas y quiero contarte algo que me sucedió y que no
recordaba”.
Entonces
se hizo algo muy enriquecedor para el libro, y me parece que era fundamental
porque los hombres tienen que ser parte de este diálogo.
AR: ¿Qué obtuvo de tan diferentes
vivencias? En ellas hay desde quien efectivamente reflexiona sobre su machismo
y se muestra arrepentido e inspirado para cambiar, hasta quien lo reivindica,
como el proxeneta de Tlaxcala que está preso en Estados Unidos. ¿Cuáles son las
líneas en común?
LC:
El hilo conductor de todas estas historias de vida, de infancia de los
entrevistados, es el machismo reproducido inconscientemente por padres,
abuelos, la sociedad, el profesorado, la gente del entorno. En el momento en
que empezaron a reflexionar sobre su infancia y lo que en verdad querían ser,
fue muy conmovedor para mí verles llorar y decir: “Es que yo no quería
convertirme en esto; pero ahora que me haces estas preguntas me doy cuenta de
que fui forzado a entrar en este mundo de la masculinidad de esta manera porque
no había de otra”.
En
su contexto no había otro modelo de masculinidad; si lo había era el modelo
gay, que era y sigue siendo, para muchas familias, muy despreciable; a muchos
padres y madres les da terror que en un país tan conservador como México, e
incluso en otros, su hijo no sea respetado por los otros hombres.
Entonces
el hilo conductor es ese: el miedo a que los que tienen más poder, formativo y
educativo, sobre ellos, les humillen y destruyan su posibilidad de futuro.
AR: Buena parte del libro es sobre
el machismo como una fórmula cultural y como una de las estrategias educativas
más recalcitrantes. Se enfoca mucho en el ámbito familiar, doméstico, pero esto
también cómo se expresa, por ejemplo, en la escuela. ¿Cómo se expresa el machismo
en la escuela desde su organización hasta sus contenidos?
LC:
Empieza en el hogar porque allí es donde se reproduce todo el modelo
actitudinal, cultural, emocional y relacional. Es decir, cómo te vas a
relacionar con los hombres desde los afectos; si tuviste un padre muy machista,
tienes dos opciones como hombre: reproducir ese machismo o salir huyendo de él.
Pero
¿luego en qué te inspiras? Si buscas hombres que sean amorosos, dulces,
tiernos, románticos, no los encuentras. Los hombres no se buscan entre ellos para
discutir esto; se juntan en la cantina para hablar de las viejas, del sexo, del
futbol y a huir de las emociones porque así fueron educados.
Considero
que allí está una de las claves más importantes: el bullying no es otra cosa que la reproducción de los patrones
machistas de violencia para someter a los que no obedecen al que tiene más
poder. También en todos los ámbitos empresariales y escolares el machismo es un
método de liderazgo. Es decir, los liderazgos de nuestras sociedades son verticales
para hombres y mujeres: si no maltratas al que está abajo de ti, no vas a
ascender. Eso se aplica en México, pero también en todo el mundo: si te pones a
estudiar un poco, viene desde los griegos. Siempre tiene que haber una pequeña
élite que tiene poder sobre los demás; si no, no funciona esta sociedad del
patriarcado, que lo que hace humillar y destruir a los hombres y a las mujeres
que se rebelan contra él.
AR: De allí viene otra de las
cuestiones que aborda: la vida privada es antidemocrática y es el espacio más
político de todos, dice usted. Esto, que viene del ámbito doméstico, ¿cómo se
manifiesta en la vida pública y política del país?
LC:
En todas sus formas. El machismo inspira todos los modelos de corrupción (y no
hablo sólo de la política) que reproducen el maltrato de los demás, la
sistematización de la pobreza y la violencia sistémica. A un sistema patriarcal
le favorece que la gente esté dividida, que se sienta sola y con la gran
necesidad de tener un gobierno paternalista.
Cuando
decimos que tenemos gobiernos paternalistas deberíamos empezar a decir que son patriarcales.
Un presidente se siente padre de la nación; es más, ésta es una frase que hemos
aprendido desde la escuela. Pero es un padre violento, que roba y humilla, que
cuando vas a manifestarte para defender a los colegas que están asesinando por
decir la verdad, te manda a la policía a golpearte, o a los militares para que
te arresten o desaparezcan. Reproduce las violencias, y eso no lo estamos
hablando entre hombres y mujeres.
Con
las elecciones están dividiendo a la gente, con mentiras, invirtiendo unas
cantidades ingentes de dinero público para dividir a la sociedad y como si
fueran el único paso a la democracia. Ésta se construye en el hogar y en las
calles; tú y yo podemos votar por alguien distinto, pero mañana vamos a volver
a ser tan amigos como siempre, y eso no le conviene a un gobierno patriarcal,
vertical, que quiere tener humillados y divididos a las y los demás.
AR: En el libro también señala que
uno de los factores que genera la violencia es la desigualdad económica. ¿Cuál
es el papel de ésta en el machismo?
LC:
En los años setenta México todavía legalmente no permitía que las mujeres
fueran propietarias de una casa; si el marido tenía acceso a lo que ahora
conocemos como Infonavit, la mujer no podía ser la propietaria, tenía que ser
copropietaria en determinados casos que se permitía en algunos estados. Ahora
ya es diferente.
Esa
forma de violencia discriminaba a las mujeres para someterlas a la economía del
hombre. Ésta ha cambiado tanto y la crisis nos ha golpeado tan fuerte que ahora
todas las mujeres aportamos a la casa, aunque nos paguen menos.
A
mí, que soy una periodista con 12 libros publicados y que he trabajado en una
cantidad enorme de medios, siempre me han pagado cuando menos 40 por ciento
menos que a mis colegas. En El Universal
éramos dos los columnistas más leídos, un hombre y yo, pero a él le pagaban
tres veces más que a mí. Después de él, que tiene un programa de televisión, yo
era la más leída, y siempre me pagaron menos.
Eso
es discriminación de género y tiene que ver con la visión de decir “a las
mujeres les vamos a dar menos dinero porque si tienen lo mismo que nosotros nos
van a quitar el puesto”. Ese es un discurso del machismo porque no es cierto:
las mujeres no les queremos quitar nada a los hombres. Queremos quitarles el
peso de ser los hombres-cartera del hogar y de tener esas angustias espantosas
de ser los únicos proveedores. Este mundo y esta economía no permiten que haya
un solo proveedor en los hogares, pero la cultura fomenta el machismo y el
miedo de los hombres a no serlo, porque si no ¿quién eres? Esas son las
preguntas que el libro pretende poner sobre la mesa.
AR: ¿Qué tanto ha cambiado eso con
las nuevas paternidades? Por ejemplo, los hombres que tienen que educar a los
hijos adolescentes.
LC:
Es muy emocionante esto que está empezando a suceder y que estamos empezando a
documentar. Estoy segura —porque además lo vi de niña— que siempre en la
historia de la humanidad ha habido muy buenos padres que se han resistido al
machismo. En mi familia hay uno, mi cuñado, un hombre absolutamente ajeno al
machismo, ejemplar. Creo que todos conocemos a un hombre que es así. Lo que
pasa es que, uno, no son mayoría; dos, ellos mismos evitan hacer patente su
forma de masculinidad y de paternidad no violenta porque tienen mucho miedo a
ser juzgados.
Lo
que esto nos dice es que todos estos hombres, de tantas parejas divorciadas que
están creando nuevas formas de paternidad, están reinventando su forma de ser
hombres, pero todavía tienen mucho miedo a que los juzguen los otros. Muchos de
ellos dicen que las mujeres les dicen “mariquita” o “mandilón”, pero en
realidad al que le tienen miedo es al juicio de los hombres.
AR: Hablemos de los cambios que ha
habido. Usted hace una anotación muy importante: “Los paradigmas de la
identidad de género han cambiado radicalmente en el último siglo; sin embargo,
en contraposición, las violentas estructuras apenas se han movido un ápice”.
Pero al final del libro usted menciona el Informe Global sobre la Brecha de Género,
donde dice que ésta se ha reducido en 68 por ciento.
LC: Creo
que en este siglo hemos presenciado avances tremendos, importantísimos en
nuestra sociedad en términos de la búsqueda de la equidad entre hombres y
mujeres. La mayoría se los debemos también a los movimientos feministas y de
derechos humanos —aunque también algunos de ellos están impregnados de
machismo, sin duda.
También
es muy importante reconocer que estos cambios no podrían existir si no
tuviéramos hombres y mujeres en todos los ámbitos, sobre todo los que
reproducen la cultura, que se están rebelando contra esta forma cultural.
Para
mí, los cambios más importantes se están dando en silencio. Esto tiene mucho
que ver con las relaciones afectivas, con el miedo de hombres y mujeres a no
volver a encontrar pareja, a no volverse a enamorar porque ya cambiaron también
las formas de relacionarse y también las eróticas. No sabemos hacia dónde ir,
no tenemos un mapa o un manual, y este libro cuestiona eso. ¿Por qué exigimos
que la gente tenga respuestas cuando nadie de nosotros las tiene? Tenemos que
construirlas. Por eso la gente vuelve a lo conocido, vuelve a citar a los
griegos, pero ¡por Dios!, ya no puedes hacerlo. Los políticos siguen citando a
los griegos hablando de democracia, pero la democracia griega excluía a las
mujeres de los procesos, admitía la esclavitud. No puedes seguir citando algo
que ya rebasamos desde hace siglos.
Es
lo mismo con el machismo: tenemos que reinventar, y nos toca sobre todo a los
medios. Tenemos una responsabilidad inmensa como periodistas para empezar a
buscar nuevas narrativas sobre cómo se dieron los avances en ciertas
comunidades y qué les significan a las personas. Por ejemplo, hablar del Día
del Padre: puedes decir pura cursilería para que las tiendas vendan más. Pero
si hablas de paternidades presentes tienes que descubrir cómo los hombres
rompieron el paradigma de lo que sus papás les enseñaron; a mí (tengo 55 años)
mi padre nunca me pegó, pero fue educado en un contexto machista y él no
conoció otra manera de ser. Pero se casó con una feminista y tuvo que aprender,
y además en una familia militar. Él ha cambiado mucho (tiene 85 años), y ahora
lo escuchas y no lo reconoces porque él tuvo la voluntad de cambiar ciertos
paradigmas de su comportamiento personal, pero no los hizo colectivos, no los
compartió con sus amigos. Entonces sí nos toca documentar cómo cambiamos y
socializamos esta transformación, y es lo que no estamos haciendo. Por eso me
interesaba hacer este libro.
AR: También me interesó la parte
del libro donde habla usted de Hollywood, de cambiar la narrativa de las
películas y de los espectáculos, de que siga el erotismo pero que se elimine el
sexismo. También habla de una narrativa vital. ¿Cómo imagina esa narrativa?
LC:
Imagino que está en constante búsqueda, mucho más interesante que la que ahora
tenemos frente a nosotros, llena de estereotipos y de lugares comunes para
hombres y mujeres, lo cual es muy aburrido. Las películas románticas, por más
que sea cine francés y tenga un poco más de aportaciones intelectuales, terminan
siendo reproducciones de lugares comunes que nos dejan insatisfechos y, además,
incómodos en nuestra propia piel. A mí se me antoja tener un tipo de relación
diferente, mucho más igualitaria, con una construcción del erotismo diferente a
la que conozco.
Estoy
llena de preguntas y por eso decidí hacer este libro. Creo que estamos cuestionándonos
cómo construimos esas formas, y necesitamos empezar no solamente a describirlas
sino a discutirlas para poder construir una nueva forma de pensar y de sentir.
No lo estamos haciendo, estamos entrampados en una discusión descalificando a
toda persona, hombre o mujer, que se posiciona en contra de la violencia de
género.
AR: Usted también habla del
“hembrismo”, la tendencia de las mujeres, destacadamente las madres, a reforzar
el machismo.
LC:
El hembrismo es el otro lado de la moneda del machismo, que no subsistiría sin él.
Cuando el machismo se construye culturalmente como una fórmula política,
social, económica, etcétera, lo que necesita es darle información a las mujeres
para sus fines. Ya hablamos de los griegos, de cuando las mujeres no podían votar
ni participar en nada, excepto algunas como las amantes, las hetairas, que eran
las prostitutas. Pero fuera de ellas ninguna tenía voz. Esa es nuestra cultura,
de allí venimos, y es que construyó el hembrismo, esta forma de machismo
reproducido por las mujeres, en el que éstas tienen un doble papel: de
hipocresía constante, lo que las hace profundamente infelices, pero que, por
otro lado, les da ciertos privilegios. Si eres una mujer que manipula con la
sexualidad, que miente, que quiere un hombre cartera y finge ser una mujer
florero para tenerlo, vas a ser muy infeliz pero vas a seguir ese patrón.
Cuando empieces a serlo vas a comenzar a maltratarlo a él, y él a ti. Esa es la
hembrista que necesita el machismo para subsistir.
Lo
que tenemos que hacer es evidenciar cómo se construye el hembrismo, que es, por
ejemplo, cuando los papás que dicen a sus hijas: “Tú no vas a ser una loquita.
Lo único que los hombres quieren es sexo y maltratar a las mujeres. Entonces
vas a ser una cabroncita y vas a ser como yo, como un hombre, nada más que
bonita. Te vas a arreglar muy linda y vas a ser esto y lo otro”, y les dan
todos los consejos del machismo. Así son las pocas mujeres muy poderosas que
hemos tenido en el mundo. ¡Margaret Thatcher era un macho perfecto! ¡Era
hembrista y machista! La gente dice: “Ya tenemos más mujeres en el poder”. Pues
sí, pero vaya modelo que son, y son las únicas que tienen acceso. Ese paradigma
el feminismo lo ha logrado romper.
El
machismo usa a una mujer que descalifica a tres millones de feministas como el
ejemplo a seguir, cuando son todas ellas contra una.
Eso
lo debemos ver también con los hombres: tienes a tres millones de ellos
diciendo “queremos una forma de ser donde no nos violenten ni a nosotros ni a
nuestros hijos, que nos traten bien, que paguen bien e igual a mi mujer que a
mí para que podamos ser una familia que avance”. Pero a ese hombre que se queja
en la empresa lo humillan, aunque tenga tras de sí tres millones de hombres.
Son las trampas del machismo.
AR: Otra trampa muy usual eran las
explicaciones supuestamente biológicas. En el libro hay otra parte interesante
donde se combinan estos dos aspectos: la naturaleza y la cultura, la agresión y
la violencia. ¿Cómo se vinculan estos dos aspectos?
LC:
Si en esta entrevista llega alguien a asaltarnos, y yo reacciono y le hago una
llave de judo, eso es agresión de defensa personal contra una forma de
violencia estratégica que ejerce un ladrón que quiere robarnos. Pero si tú y yo
estamos platicando e intentas imponer tus ideas sobre mí cuando te digo que no
pienso igual que tú y me das una bofetada, esa es violencia dirigida
directamente para controlarme. Esta es planeada, consciente y machista porque
quiere imponerse.
La
mayoría de la gente que dice que no hay forma de controlar violencia porque es
inherente al ser humano, es muy inculta, no me importa cuántas maestrías o
doctorados haya estudiado. No entiende la diferencia entre la neuroquímica de
la reacción de la agresión como una forma natural de defensa, y la violencia
como una constante vital para controlar la opinión, la forma de ser y la
actuación de las y los demás a su alrededor.
AR: Otro punto que aparece en
varias partes del libro es la prensa. Al principio usted dice: “Los colegas
periodistas se mantienen flotando en la superficie de la nota”. Más adelante
afirma: “La ignorancia de las y los periodistas para analizar las violencias y
sus efectos sociales colabora directamente en el fortalecimiento del machismo
descalificador”. ¿Cuál ha sido la responsabilidad de la prensa en la
justificación del machismo?
LC:
Yo tengo 30 años de periodismo, y éste no podría existir sin las empresas
periodísticas que viven del capitalismo, del que está subsumido en una cultura
machista. Entonces nuestros maestros, y los maestros de los maestros les
dijeron cómo debía de ser el periodismo. Yo recuerdo que todos mis editores me
decían “estás loca”, “esas notas no le interesan a nadie. ¿A quién le va a
importar hablar del abuso de los niños?”.
Todos
mis editores me lo dijeron hasta que de repente se dieron cuenta de que eso le
interesaba a la gente, y entonces dijeron: “Está bien, puedes escribir sobre
eso”. Pero era siempre algo minimizado.
¿Por
qué un editor o editora dicen que ciertas cosas no le importan a la sociedad?,
¿por qué el director de una televisora dice: “Vamos a hacer noticieros light, en los que no vamos a abordar y
ahondar en ciertos temas porque a la gente no le interesan”. Esas decisiones
las toman quienes están en la cúspide del poder en todos los medios, no las y
los reporteros, claramente, aunque sí tenemos una responsabilidad cuando
salimos a buscar una nota, en la perspectiva desde la cual hacemos las
preguntas y la búsqueda de las causas de la violencia que han vivido las
familias.
Sobre
el tema de los 43, con un amigo periodista extranjero hice un análisis de más
de 150 notas de diferentes medios; fue impresionante: todos hicieron las mismas
preguntas y obtuvieron las mismas respuestas durante ocho meses seguidos. Por
supuesto que si no cambias la perspectiva desde la cual preguntas, no vas a
obtener respuestas distintas. Entonces tenemos una gran responsabilidad como
periodistas.
También
hay muchos periodistas en diferentes medios que están haciendo cosas inusuales
y novedosas, la revista Chilango, Milenio y Animal Político, que han hecho
análisis sobre violencia de género, del “no me digas guapa”, qué significa el
acoso y el hostigamiento en el transporte público, por ejemplo.
Por
supuesto que sí hay editores, reporteras y reporteras que están trayendo temas
a la mesa, y eso también está cambiando y es muy importante. Hay que hacer la
crítica para aquellos que no lo están haciendo, que son los más poderosos.
AR: Sobre este tema, usted afirma:
“Analizar la masculinidad debe ser el interés superior de toda la sociedad”, lo
que va desde el nivel personal hasta el público e incluso hasta la parte privada
que es el empresariado. ¿Qué esfuerzos se están haciendo al respecto?
LC:
Creo que hay muchos por todo el país, tanto de hombres como de mujeres. Hay una
organización en México que se llama Gendes, que trabaja sobre el tema de nuevas
masculinidades y el ejercicio de la violencia, y está haciendo una labor
impresionante desde hace más de dos décadas. La gente no lo conoce o no le da
la importancia necesaria porque también hay mucha crítica machista: “Ay, los
quieren hacer maricones o mandilones”.
Pero
a quienes sí entran en esa transformación llega un momento en que no les
importa que los critiquen, que es lo que también nos pasa a muchas de nosotras.
Me acuerdo que todavía hace 15 años la gente me comentaba “no digas que eres
feminista”, y eran amigos periodistas muy famosos. Dos o tres veces don Julio
Scherer me dijo: “No diga que es feminista porque eso afecta mucho su carrera
periodística”. Y le respondí: “Le afecta a usted porque es un machín. Yo digo
que soy una periodista que en mi vida personal soy feminista, que es una
filosofía y una forma de vivir en el ejercicio de la no violencia y de la
igualdad. Si a usted le molesta, dígamelo y vamos a discutir por qué. Pero
usted no me puede decir a mí que yo no puedo decir que soy feminista”. Cuando
me invitó a presentar su libro, lo primero que dije fue: “Soy feminista”.
Ahora
vengo de la radio y todo mundo comenta “activista”, “feminista”, “periodista”,
y digo: “Okey, ya no es pecado ser feminista”.
Sí
hay cambios, y hay hombres que dicen “soy feminista” —tengo cantidad de amigos
que lo dicen—; claro que hay mujeres que creen que los hombres no pueden serlo,
sino profeministas. Lo importante no es cuál es el apellido que le pones a tu
actitud, sino cuál es ésta.
AR: Dice usted que el libro no es
tanto para sensibilizar a los hombres sino para crear liderazgos masculinos que
se opongan a la violencia y a la discriminación. ¿Ya hay algunos de estos
liderazgos?
LC:
Creo que sí, en el mundo hay muchos. Suecia tiene cantidad de ejemplos
impresionante, y hace unos días vimos el ejemplo del Primer Ministro holandés,
al que se le cayó el café y le pidió el trapeador a las señoras de mantenimiento
y él se puso a limpiar. Fue la gran noticia, pero para él era algo normal: después
lo entrevistaron y dijo “es algo que yo hago todos los días en mi casa”. Allí
te das cuenta que esa es la educación, y como él hay millones de hombres a los
que no se está grabando haciendo eso.
Yo
tengo amigos, sobre todo menores de 40 años, que no sienten que colaboran en el
hogar sino que son partícipes de la responsabilidad tanto en la paternidad, en
la relación de pareja, en la compra de víveres, en la cocina, etcétera. Eso
está bien: son elecciones que uno va haciendo a lo largo de su vida y no tiene
nada que ver con si eres más hombre o menos hombre, sino con cómo vives tus
relaciones con las y los demás.
En
términos de liderazgos públicos, me cuesta trabajo encontrar uno en México.
Estamos rodeados de políticos machistas, y por eso puse los tests al final,
porque creo que a cada quien le toca redescubrirse y decir: “¿Yo qué papel
tengo en la sociedad?”. Yo reproduzco o no micromachismos como hombre o como
mujer en nuestra sociedad. Si lo hago, ¿cómo puedo detectarlos y detenerlos? Si
no hacemos autocrítica, no podemos a transformar nada.
AR: Usted menciona la distinción
entre lo que es la igualdad y la equidad, ideales que debemos perseguir. Para
alcanzarlos, ¿cuál es el papel de la lucha contra el machismo y el patriarcado?
LC:
El papel fundamental para poner este tema sobre la mesa lo ha tenido el
movimiento feminista en los últimos 100 años, al crear, en términos filosóficos,
la perspectiva de género como categoría de análisis; es decir, hay un
conocimiento científico muy importante detrás del feminismo, como lo sabemos
hombres y mujeres que lo hemos estudiado.
Creo
que hay millones de hombres que están preguntándose cómo salir de este contexto
machista, cómo relacionarse de una mejor manera entre ellos, cómo rebelarse
contra el machismo estructural y contra el político. De pronto encontraron un
tren que decía: “Vamos hacia la igualdad”. Se subieron y descubrieron que no
tienen maquinista, que no tienen mapa ni ruta y no saben a dónde demonios van.
Esa
es la gran diferencia entre los movimientos de masculinidades y los del
feminismo: en éste sí sabemos a dónde vamos. Desde siempre hemos sabido que
tenemos que construir la paz y encontrar la equidad. Reconozco las diferencias
que tú y yo tenemos, biológicas, vitales, emocionales, culturales, raciales,
etcétera, y eso enriquece mi vida por conocerte y ser diferente a mí. Eso es lo
que el feminismo ha hecho: nos ha ayudado a reconocer la alteridad o la otredad
como algo que nos enriquece como raza humana.
El
machismo lo que ha hecho es decir: “No, todos igualitos y obedientes a un solo mandato
o les excluimos de aquí”. Los hombres que quieren transformarlo tienen que
decidir cuál es la ruta que van a tomar, y la tienen que inventar ellos, no nos
toca a las mujeres.
Le
dediqué a uno de mis amigos el capítulo de la caballerosidad porque me comentaba:
“Es que ya no sé si podemos ser caballerosos, Lydia, estoy asustado”. Le dije:
“Yo abro la puerta a las personas, sean hombres o mujeres; si llego a casa de
un amigo ayudo a lavar los platos, etcétera”. Esas cortesías no tienen que ver
con el sexo ni con el género sino con formas naturales. La caballerosidad
implica un ejercicio de poder, como narro en el libro, y explico de dónde viene
y por qué la tenemos que erradicar. La cortesía entre todos los seres humanos
tiene que permanecer y aumentar: tenemos que ser más corteses, más amables con
las y los demás.
AR: El problema del machismo es muy
grave y arraigado, por lo que es difícil cambiarlo. ¿En dónde observa usted la
esperanza de que esto pueda cambiar?
LC:
La encuentro en mucha gente joven, en hombres y mujeres que están planteando
nuevos patrones de comportamiento, de feminismo y de masculinidades.
Recientemente dirigí una miniserie educativa, Somos valientes, cuyo concepto desarrollé con una productora,
Marcela Zendejas. Fue muy emocionante porque viajamos por el país y entrevisté
a cinco niñas y a cinco niños en diferentes estados. Cada vez que terminábamos
de grabar en algún lugar, el equipo se iba a cenar, y en una ocasión estuvimos
al borde del llanto por la emoción de decir “el mundo está cambiando”. En
Sinaloa nos habíamos metido a grabar en colonias bravas; vimos a un niño
grandote, del que podías decir “este es un machín, seguro, con sus prejuicios”.
Le pregunté si creía que los hombres y las mujeres son iguales, y respondió: “Claro,
los niños y las niñas podemos hacer lo mismo. Ellas tienen los mismos
derechos”. Y se soltó hablando sobre eso. Después le pregunté dónde había aprendido
eso, y dijo: “De ningún lado; de la verdad, de convivir aquí con mis
compañeras”.
Algo
está cambiando. Ellos sí lo pueden ver, y seguramente su papá o su mamá y el
entorno les están permitiendo preguntarse asuntos que no nos cuestionábamos en
nuestras generaciones.
Eso
sucedió en todos los estados de la República: todos los niños y las niñas
dijeron que son iguales.
Entonces
también valdría la pena preguntarnos en qué momento de nuestra vida decidimos
que no somos iguales y que debemos de tratarnos diferente. Esa es una pregunta
individual: cada quien se tiene que mirar al espejo.
*Entrevista publicada en etcétera, núm. 214, septiembre de 2018.
1 comentario:
Muy interesante e importante entrevista, le felicito!! Solo me queda una duda, en la primera parte de la transcripción se lee que Lydia Cacho señala: "Fui una madre feminista" tengo entendido que ella no tiene hijos, quizás debiera decir " Tuve una madre feminista"
Gracias de antemano por la aclaracion
Publicar un comentario