Emilio
Azcárraga Milmo: vida y empresa
Entrevista
con Claudia Fernández y Andrew Paxman*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
Sin
duda, durante la segunda mitad del siglo XX en México la televisión,
floreciente industria de la época, tuvo una influencia innegable en diversos
ámbitos de la vida nacional, desde la estrictamente cultural hasta la política.
Dentro de ese ámbito descolló una empresa que fue prácticamente un monopolio:
Televisa. En ella se generaron desde prejuiciadas concepciones culturales en
sus programas de diversión, hasta la defensa de su poder económico y político a
través del periodismo que en esa empresa se ha ejercido.
El
segundo y más significativo líder de la dinastía que ha manejado esa empresa lo
fue Emilio Azcárraga Milmo, heredero del gran imperio mediático levantado por
su padre. Su poder en tan variados ámbitos del país han hecho que un par de
autores se pregunten y respondan lo siguiente: “¿Tuvo algún otro mexicano mayor
influencia en la sociedad, la política y la cultura de su país en la segunda
mitad del siglo XX? Hasta ahora la evidencia muestra que no”.
Ellos
son la periodista Claudia Fernández y el historiador Andrew Paxman, quienes dedicaron
años de esfuerzo a desentrañar los misterios de la vida y la empresa del gran patrón
de Televisa. Sus hallazgos los dieron a conocer en El Tigre. Emilio
Azcárraga y su imperio Televisa (México,
Grijalbo, 2013), publicado originalmente en 2000 y cuya
tercera edición, revisada y actualizada, circula actualmente.
Sobre
ese texto que vincula la biografía de Azcárraga y la historia de Televisa
conversamos con los autores. Claudia Fernández (Distrito Federal, 1969) es
maestra en Periodismo Internacional por la Universidad del Sur de California;
fue reportera de El Financiero y El Universal. Ganadora de los
premios Penny Lernoux y Unifem, actualmente es encargada de la comunicación de
investigación en la Universidad de Canberra.
Por
su parte, Paxman (Londres, 1967) es doctor en Historia por la Universidad Texas
en Austin. Fue reportero de The News, México Insight y Variety.
También ha sido profesor de Historia en el Colegio Millsaps.
La
entrevista consta de dos partes: la primera fue presencial con los dos autores
y publicada en Replicante; la segunda fue un intercambio vía correo electrónico
con Paxman.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Cuál es la relevancia de reeditar este libro que apareció en 2000?
En las primeras páginas dicen que Emilio Azcárraga Milmo tal vez fue el
personaje más influyente en la política, la cultura y la comunicación en
México.
Andrew
Paxman (AP): En cuanto a la primera edición,
escribimos el libro por varias preocupaciones que teníamos por la influencia de
Emilio Azcárraga Milmo en la vida nacional, no sólo en la televisión sino en el
deporte, en cuestiones de religión, del arte y más.
Nos
parecía el empresario más influyente de la segunda mitad del siglo XX en
México, en parte por el alcance de sus cuatro canales de televisión, y en parte
por su cuasi monopolio sobre las noticias en este país en el sentido de que
durante algunos años el 90 por ciento o más de los mexicanos recibían su
información por 24 horas con Jacobo
Zabludovsky y otros noticieros de Televisa, los que, como bien sabemos, eran el
equivalente a voceros del PRI.
También
teníamos una preocupación por la calidad de la programación de entretenimiento,
la marginación que se dio en las telenovelas al grueso de la población mexicana
que es de tez morena, y la manera de construir y representar relaciones entre
hombre y mujer, muy machistas y muy sexistas. El darwinismo social era la
ideología fundamental de esas telenovelas en las que los pobres deberían
conocer su lugar y no aspirar a la movilidad socioeconómica.
Todas
esas cosas y hasta la manera en que Televisa metía sus dedos en el futbol eran
de gran preocupación. Sabíamos que ya había varios libros, y muy buenos, que
trataban la influencia de Televisa, como El quinto poder, coordinado por
Raúl Trejo Delarbre. Pero, a nuestro juicio, casi todos los libros ya vigentes,
escritos en los setenta, ochenta y noventa, predicaban, hasta cierto punto, a
coro. Tenían una perspectiva aceptable pero muy crítica que era al gusto de
gente de convicción izquierdista, de los estudiantes de la UNAM, de los
lectores de Proceso y La Jornada.
Pero
¿qué pasó con la mayoría de los mexicanos que no cabía en esos sectores?
Queríamos dirigirnos a las amas de casa a las que les gustaban las telenovelas,
a la afición del futbol, a la gente que se consideraba apolítica. Deseábamos
alcanzar a esta gente por contar la vida, muy interesante, de un empresario
sumamente controvertido; además, que esa gente, al leer el libro atraída por la
salsa del carisma y los amoríos del Tigre, pensará también estos temas
personales con los asuntos analíticos antes mencionados, los mismos que tocaban
Raúl Trejo y los demás comunicólogos en su volumen.
De
esa forma quisimos ampliar el terreno del debate, la conversación nacional
sobre la televisión para que aún más personas, cuando prenden la televisión, lo
hagan con conciencias más abiertas, con un cuestionamiento de lo que están
viendo.
AR:
Para mí el libro es mucho más que una biografía: la crónica apasionante del
desarrollo de una empresa y una industria. En ese sentido quisiera ver estas
dos variables: por una parte la empresa y por otra la vida personal de
Azcárraga Milmo. ¿Cómo se mezcló su vida personal con la empresarial?
CF:
No imaginamos otra manera de contar la historia de una persona. Tú sabes que la
formación temprana de un individuo determina, en gran medida, su adultez.
Cuando decidimos acercarnos a este personaje bajo el género de la biografía
teníamos muy claro que tendríamos que indagar sobre su vida personal, la cual
era muy privada. Todo mundo sabía que se había casado cuatro veces, que tenía
amantes y amoríos, pero nadie sabía realmente qué había detrás de esas
historias, y a Andrew y a mí nos interesaba mucho conocer esos pilares de su
vida, esos andamios que nos iban a explicar el por qué como empresario actuaba
de tal o cual manera.
La
relación con su padre definitivamente determinó en gran medida su carácter; su
padre, yo creo que como muchos otros en esa época, trató de usar mano dura para
sacar el varón en su hijo; era su único hijo varón y quería hacerlo fuerte y
duro. Enviarlo a una academia militar también es indicativo de ello, y pueden
leerse los efectos que tuvo en su vida posterior. Además, en la escuela
militar, en Culver, Indiana, conoció a uno de sus mejores amigos, lo cual
también te habla de esta soledad como familiar y de que encontró sus fuertes
relaciones personales con amigos en un mundo aislado en ese tipo de colegio.
Sus
primeras relaciones amorosas, o la primera, tuvo un gran efecto no sólo en cómo
se comportó en todos sus amores posteriores sino también creo que en gran
medida en algunos de los rasgos empresariales que tuvo, sus caprichos, su
impulsividad. Creo que la muerte de su primera esposa, a los ochos meses de
haberse casado y siendo él muy joven, lo marcó; ella, Gina Shondube, fue
realmente el amor de su vida: estaba profundamente enamorado de ella cuando
murió.
Cuando
ella falleció él se fue a Europa a una megaborrachera con todos sus amigos, y
allí también descubrió que no era infalible. Entonces hay muchos episodios en
su vida que lo marcaron en el cómo iba a comportarse después. Tienes que
entender el impacto de esos eventos, en cómo se manifiestan en su vida
posterior.
Hay
varios ejemplos: el que haya perdido a su gran amor y que esto le haya parecido
tan injusto creo que también determinó el cómo vivía: como si después no
hubiera tiempo. Todo lo que quería hacer lo hacía porque no sabía cuánto tiempo
iba a durarle la vida; entonces, era muy impulsivo en sus decisiones. ¿Por qué
no vamos a comprar un yate, vamos a hacer esto o vamos a hacer aquello? Y sin
estudios de mercado.
Creo
que el crecer de esta manera le desarrolló una visión principesca de él mismo,
de ser el heredero natural de la empresa de su padre; no se imaginaba de otra
manera. Y todo lo que él pensara tenía que hacerse, que todas las decisiones
que tomara tenían que seguirse porque él era el príncipe.
AR:
Se ha pensado mucho, sobre todo en los tiempos de la transición democrática,
que había una relación de romance, una historia rosa entre los Azcárraga y el PRI.
Pero leyendo su libro veo que es una historia muy compleja, con muchos
enfrentamientos prácticamente desde que nos les da la primera concesión Miguel
Alemán, los problemas por el 12.5 por ciento con Gustavo Díaz Ordaz, los amagos
de nacionalización de Luis Echeverría y el desprecio por Miguel de la Madrid.
¿Cómo fue esta relación? No es una historia fácil.
CF:
Muy interesante tu apreciación porque es exactamente lo que nosotros tratábamos
de plantear en este libro. La primera apreciación de la relación, como de
romance, entre el PRI y Televisa, es que nunca fue así. Entre ambos, tanto la
empresa como el partido y por ende el gobierno, tuvieron una relación
simbiótica que servía a sus intereses; no había una comunión ideológica de
ambas partes, sino más bien era “¿cómo puedo hacerle para que tú sigas
protegiendo mis intereses monopólicos? Qué necesitas, yo te lo doy”, y al mismo
tiempo “¿qué me puedes dar tú como vocero de mis mensajes para que pueda seguir
persistiendo?”.
Entonces
era como un pacto para mantener el statu quo. Las declaraciones iniciales
Azcárraga Milmo, de “soy un soldado del PRI, soy un soldado del presidente”
exhiben un pragmatismo político de un empresario muy inteligente, que
públicamente no quería esconder su apoyo porque eso le beneficiaba con favores
del gobierno cuando tuviera necesidad de concesiones, de la renovación de
éstas, de leyes que favorecieran su negocio, etcétera.
Pero
considero que hubo roces, desde diferencias de personalidad hasta divergencia
de intereses o de ideología política. Luis Echeverría, a los ojos de Emilio
Azcárraga, era un socialista que iba en contra de sus intereses, por ejemplo.
El caso es que desde entonces veíamos estas diferencias ideológicas o roces por
ciertas circunstancias, pero que a final de cuentas servían a los intereses de
la empresa que apoya a ese partido.
¿Qué
vemos en el presente? Emilio Azcárraga Jean ha actuado de manera distinta en su
forma pública de hacer este tipo de declaraciones: desde el principio manifestó
“vamos por México”, que le apostaba al país, no a un partido o a un gobierno.
Eso le ha permitido moverse en aguas pantanosas en términos ideológicos: por
ejemplo, en la campaña del 2000, cuando Francisco Labastida era el candidato
presidencial del PRI y Vicente Fox el del PAN, se dio cuenta de que este último
llevaba la delantera y era más seguro que fuera a ganar; entonces desvió su
apoyo de Labastida hacia Fox. Empezó a darse una equidad en términos de tiempo
hacia los otros partidos, había más presiones externas para ser más objetivos e
imparciales en su cobertura noticiosa. Pero vemos una clara tendencia a apoyar
al ganador o al que vaya a beneficiar sus intereses; lo mismo pasó con Felipe
Calderón y recientemente con Enrique Peña Nieto.
AR:
Otro tema fascinante que aparece varias veces en el libro es que Azcárraga
Milmo sostenía un nacionalismo, pero al mismo tiempo tenía una gran admiración
por Estados Unidos. ¿Cómo compatibilizó ambas posturas?
AP:
Creo que viene de la procedencia geográfica de su familia, que era norteña, y
sabemos que Azcárraga mismo nació en Estados Unidos, cosa que escondió durante
toda su vida. Sabemos que su padre. Emilio Azcárraga Vidaurreta, había asistido
a un colegio en Austin, Texas; que su abuelo, Mariano (si mal no recuerdo), era
agente de la aduana. Entonces pasaba mucho tiempo en la frontera. Su madre
venía de una familia irlandesa- norteamericana. Entonces yo creo que por las
circunstancias de su niñez, y también, como mencionaste antes, por haber
asistido a la escuela Culver, en Indiana, no tenía los mismos prejuicios hacia
los estadounidenses que tienen muchos mexicanos que nunca los han conocido.
A
la vez tenía un gran patriotismo; pero hay diferentes escuelas de patriotismo
en este país. Hay una escuela que surge de la guerra mexicano-estadounidense de
los años cuarenta del siglo XIX, y por supuesto lo vemos en las letras del
himno nacional: estamos listos para la guerra y el contrincante va a ser,
probablemente, Estados Unidos.
Una
de las definiciones de la mexicanidad es no ser gringo, como en mi caso: en
Inglaterra, la definición de ser inglés es no ser francés. Pero no todos los
nacionalismos son de confrontación; también en este país hay un nacionalismo
muy fuerte que viene desde la Revolución (aunque hay huellas de este nacionalismo
desde el Porfiriato), de adorar o poner en un pedestal lo indígena. Entonces,
toda la onda indigenista que surgió bajo José Vasconcelos después de la
Revolución es otra faceta del nacionalismo mexicano.
Otra
cosa de Emilio Azcárraga Milmo es que no hacía caso a este tipo de
nacionalismo; el suyo estuvo más radicado en cuestiones como la lengua
española, a la que siempre favorecía: no permitía a los cantantes que
interpretaran en inglés en Siempre en domingo y hasta en Telehit: todo
mundo tenía que cantar en español.
También
se notaba en sus relaciones con la Iglesia: el guadalupanismo casi oficial de
la empresa, el transmitir “Las mañanitas” cada 12 de diciembre y su trato con
la Iglesia por lo general. En las telenovelas, como en las Marías de
Thalía, todos rezaban a la Virgencita...
CF:
Su influencia para traer al papa Juan Pablo II, en sus viajes y organizar toda
la logística...
AP:
El llevar todos los programas de Televisa hasta Estados Unidos, su lanzamiento
del canal de noticias Eco. Hubo varias maneras en que quiso proyectar el país.
Era un nacionalismo comercial porque beneficiaba a la empresa, y a la vez
estaba tratando de elevar la reputación de México en el mundo tanto por la
exportación de telenovelas como por el canal Eco, por patrocinar México, esplendores
de 30 siglos en tres ciudades de Estados Unidos, así como con los mundiales
de futbol.
Entonces,
era un gran promotor de México; pero el México que promovía era uno sin peros
ni polvo, sin gente morena, principalmente. Un México casi hecho Disneylandia...
CF:
Prefabricado.
AR:
Respecto a Estados Unidos, me llamó la atención que Azcárraga Milmo fracasara
allí tantas veces. ¿Por qué ocurrió esto? Un asunto que encontré es que a él le
gustaba ese país por el imperio de la ley y la libertad. ¿No fueron estas
características las que no le permitieron triunfar allá?
AP:
No, yo creo que tenía que ver más con su prepotencia...
CF:
Con su desconocimiento de los mercados estadounidenses.
AP:
Sí; decía, cuando iba a lanzar The National, un periódico deportivo en
Estados Unidos, “no necesito ningún pinche estudio de mercado”. Y así era;
tenía un concepto de cinismo tan elevado, principesco, casi como caudillesco,
que pensaba que, como era de la realeza, como si su sangre fuera azul, “no
necesito hacer lo que los demás empresarios más pequeños hacen”.
CF:
Desdeñaba todo ese proceso.
AP:
Tenía un olfato empresarial bueno, pero no excelente; entonces, a veces la
falló.
CF:
Y la ejecución le fallaba por esa arrogancia de no estudiar realmente las
necesidades y las condiciones del mercado. Entonces, proyectos como The
National, su contrato con Univisión (que era muy benéfico para ésta, pero
no tanto para Televisa, y que duró 25 años, con cláusulas bastante malas para
él), la cadena de noticias Eco, etcétera.
Tenía
estas visiones y proyectos, pero no los ejecutaba como un empresario
profesional, diría yo; era un empresario casi de sangre azul y pensaba que eso
le daba las credenciales para lograr éxitos en el mundo de los negocios.
AP:
Y también creo que viene de la falta de competencia: no estaba acostumbrado a
competir, o muy poco. Tuvo que hacerlo un poco a finales de los años sesenta y
principios de los setenta, frente al canal 8 de Monterrey; después, a partir de
1989, en el mercado de cable con Multivisión. Y en estos momentos a veces no le
fue tan bien: perdió audiencia y suscriptores porque los demás eran menos
prepotentes. Multivisión, por ejemplo, siempre tenía un manejo de mercadotecnia
y de servicio a clientes mucho más eficiente y menos déspota que Televisa.
Entonces,
saliendo de México y entrando a Estados Unidos, Chile, Perú, España u otros
países donde lanzaba o tenía acciones en canales abiertos o donde lanzó
televisión de paga, no estaba preparado para competir porque no era su
experiencia.
AR:
Me refería también a lo de la legalidad y la libertad por dos casos que
mencionan: primero, que en Estados Unidos le aplicaron la ley antimonopolio, y
por el rechazo de los periodistas de SIN en Miami cuando les quisieron imponer
a Jacobo Zabludovsky de jefe.
AP:
¡Bienvenido a Miami, Jacobo! (risas).
CF:
¡Adiós, Jacobo! (risas).
AR:
Y aquí en México no se le aplicaron las leyes al respecto...
CF:
Es una ley antimonopolios de 1934 que seguimos esperando que se cumpla. También
ese desconocimiento del mercado y de la operación de las leyes en Estados
Unidos lo que contribuía a este tipo de fracasos, en cierta medida. Esa
arrogancia por el no conocer, el no saber cómo se tenían que hacer los
procedimientos, ese desconocimiento de un mercado de competencia, en términos
de pensar que él podía determinar que podía traer a Jacobo de México y ponerlo
en un entorno bastante hostil en donde no tenía ninguna credibilidad... Bueno,
tenía credibilidad como periodista, supongo, pero no como vocero del sistema.
Entonces
él pensaba que podía manejar todos estos hilos, como lo hacía en su propia
empresa, y fue muy duro darse cuenta de que esto no era posible.
AR:
En el libro también encontramos la discusión acerca del modelo de televisión
(pública o privada), que se quería para el país, y que llegó incluso al
discurso de Miguel Sabido sobre la responsabilidad social de Televisa,
pronunciado frente al presidente Echeverría, en los años setenta. Finalmente
¿cómo entendió Azcárraga Milmo ese compromiso?
AP:
No creo que la palabra “responsabilidad” haya estado en su vocabulario; bueno,
responsabilidad hacia sus empleados sí porque era un hacendado, y
responsabilidad en el sentido de la relación simbiótica en el PRI. Pero
responsabilidad social...
CF:
Yo tengo una acotación: creo que en la forma en la que él pensaba su
responsabilidad social era proporcionar entretenimiento para la clase jodida
que no tenía otra manera de recibirlo; su responsabilidad social estaba en
decirle a Miguel Sabido “órale, échate otra telenovela cultural, histórica o
educativa”; era llevar México, esplendores de 30 siglos a Estados Unidos
porque que estaba promoviendo a México.
Tenía
una percepción muy particular de la responsabilidad social, pero pienso que
creía en eso.
AP:
Sí, tienes razón.
AR:
Una de las cosas que más me llamó la atención es la participación que tuvo, por
ejemplo, en el Museo Tamayo, la revista Saber ver, y en buscar masificar
la cultura. ¿Qué hay de esta otra vertiente de difusión cultural de Azcárraga?
CF:
Creo que a lo largo de la historia de Televisa ha habido intentos, más de
empleados que de la empresa como tal, para utilizarla como difusora de la
cultura y de la educación, como Miguel Sabido y Ricardo Rocha, entre otros
ejemplos.
Pienso
que en ciertos momentos lo han logrado, y más recientemente con Fundación
Televisa. O sea, hay intentos por cumplir con esa responsabilidad social; sin
embargo, son aislados, no son parte de una estrategia o de una planeación
consistente, sino es por iniciativas propias que se dan este tipo de programas o
de eventos, que se terminan y hay otro paréntesis en los esfuerzos por cumplir
con la responsabilidad social.
AR:
Bueno, hasta tuvo un canal cultural.
CF:
Sí, el canal 8, que fue el 9 después.
AP:
La actitud de Azcárraga Milmo hacia la filantropía era caprichosa; en los años
ochenta el canal 9 se dedicó a una programación puramente cultural, sin
anuncios. Después le dijo a Miguel Sabido (quien, si no mal recuerdo, estaba
encargado de ese canal), cuando decidió regresarlo a ser un canal con anuncios:
“Se acabó tu canal pendejo”.
AR: “Ni es pendejo ni es mío”, le
respondió Sabido.
AP:
Así es. Lo que veo en esta cuestión es la diferencia entre Azcárraga Milmo y
Azcárraga Jean, porque éste ha hecho varias declaraciones sobre su rol
filantrópico, que suenan más convincentes porque hay un afán de Fundación
Televisa que trata cosas más allá de la cultura, porque bajo Milmo fue cultural
nada más.
Hay
aspectos sociales de la fundación vigente, como Bécalos, la construcción de
escuelas, de vivienda; también hay apertura. Se puede ir a la página de
internet de la Fundación Televisa y se puede ver exactamente cómo están
utilizando los donativos, cuántas escuelas, cuántos niños se están
beneficiando. Eso no sucedía en la época del Tigre, mucho más por el
hecho de que su esposa (amante por muchos años) Paula Cussi era aficionada del
arte contemporáneo. Entonces, yo creo que es mucho más sano lo que está
haciendo Azcárraga Jean en cuanto a sus iniciativas filantrópicas porque hay
más cuidado y más transparencia, y además un sentido de responsabilidad social
más amplio, más bien pensado, que se nota igualmente en su iniciativa de
telenovelas con causa, en las que ha hecho algunos ligeros toques para
desarrollar temas de importancia social en las subtramas.
AR:
Para finalizar: hay una parte en la que dicen que este hombre, uno de los más
ricos del mundo, terminó siendo el hombre más pobre de México. ¿Cómo se explica
este fenómeno?
AP:
Fue una combinación de circunstancias: el crack de 1995 y el apalancamiento de
su empresa, porque había hecho fuertes inversiones, una serie de compras entre
1991, cuando salió a la bolsa, y 1994. Entonces la empresa tenía muchísimas
deudas, y, además, él tenía mucha deuda personal. Esa referencia es a su deuda
personal, porque había llevado prestado muchísimo dinero para poder comprar las
acciones de su hermana Laura. Se debe a eso.
II
AR:
Un aspecto interesante es que Emilio Azcárraga Milmo no terminó siquiera la
escuela secundaria militarizada en Culver, Indiana, Estados Unidos. ¿Cómo
influyó esta no muy amplia preparación académica en la concepción que tenía
sobre la televisión y su utilización?
AP: En casi
nada. Azcárraga provenía de una cultura que creía en el darwinismo social,
según el cual las élites nacen y emergen naturalmente sin tener que prepararse.
Aún existe esta forma de pensar hoy en día: los grandes empresarios tienden a
mandar a sus hijos a prepas y universidades donde la educación no es la más
rigurosa, sino donde asisten muchos niños bien. Estos lugares son aptos
para la formación de amistades que les van a convenir a estos hijos en sus
futuras profesiones. Las cosas han cambiado un poco, pero México sigue siendo
un país donde a quién conoces es más
importante que qué conoces.
AR:
En varias partes del libro se menciona el acendrado nacionalismo de Azcárraga
Milmo; sin embargo, también tenía una gran admiración por Estados Unidos y
produjo innumerables telenovelas racistas y clasistas que poco tenían que ver con
la realidad de la sociedad mexicana. ¿Cuál era la idea que tenía de México y de
sus habitantes? ¿Qué aspectos le parecían defendibles de la cultura mexicana?
AP: Es buena
pregunta. Azcárraga defendió a los pobres siempre y cuando reconocieran la
supuesta honradez de su propia pobreza. Defendió a los indígenas por exaltar la
cultura de los mayas y los aztecas, sin hacer ningún caso a la vida indígena
actual. Por otro lado, se enojaba cada vez que algún norteamericano despreciaba
a los mexicanos, y el orgullo nacional fue uno de los motivos que le condujo a
lanzar el canal de noticias ECO y el diario deportivo The National, y a patrocinar la exposición México: Esplendores
de 30 Siglos.
AR:
¿Cuáles eran las ideas acerca de la televisión de los principales creadores en
Televisa? Podríamos destacar, por ejemplo, a Valentín Pimstein, Ernesto Alonso
y Luis de Llano Palmer, por ejemplo.
AP:
Entretener, no ofender, mantener jerarquías sociales y de género, así como
fortalecer las buenas costumbres —definidas en términos sumamente conservadores, por
supuesto—. Además, permitir que los televidentes escaparan regularmente de lo que
describió Azcárraga como “su triste realidad y de su futuro difícil.” Para
Pimstein y los demás, esto significó un servicio social. El entretenimiento en
sí mismo sí es importante, pero sólo es una parte de una dieta televisiva
saludable. Dieron de comer puro postre, no hubo ni carne ni fibra.
AR:
Un personaje por demás interesante en esta historia de Televisa es Miguel
Sabido, quien propugnaba por el uso de la televisión con responsabilidad
social. ¿Cuál fue su relevancia?
AP: Fue y es
relevante por dos motivos. Primero, porque sus telenovelas —entre 1975 y 1982—
hicieron una contribución cuantificable a la planificación familiar y la alfabetización
adulta en este país. Segundo, porque probó que aun en el reino de El Tigre hubo espacio para idealistas
—para productores que no se doblegaron frente al Dios Rating— y que
apostaron en trabajar adentro del sistema, uno con un alcance inigualable.
Es una buena lección para el presente, a mi juicio: todavía hay posibilidad
de usar los canales, aun los de Televisa y TV Azteca, para difundir ideas
progresistas. Pero como productor o periodista, hay que saber cómo aprovechar
los espacios, cómo defenderse frente a la oposición de ciertos ejecutivos, y
cómo resistir la tentación de la autocensura cotidiana. Hay que ser listo y
valiente, como era Miguel Sabido.
AR:
Se menciona que Azcárraga Milmo no era un gran lector, y que de Tiempo
nublado, de Octavio Paz, dijo: “Daría cualquier cosa por entender ese
libro”. En este sentido ¿cómo fue posible que se atrajera a algunos
intelectuales, empezando por el propio poeta, quien incluso fue comentarista en
Televisa?
AP: Hasta
cierto punto, fue posible por el innegable encanto de Azcárraga. Pero también
por la misma razón que acabo de mencionar: algunos intelectuales reconocieron
el poder de la televisión como medio de difusión para sus ideas, no importa
quien la controlara. Dicho eso, siempre tuvieron que evitar la tentación de
autocensurarse con fines de no ofender a Azcárraga o al PRI. Aun hoy en día, si
un intelectual que participa en Televisa se encuentra con la censura o la
autocensura, se tiene que preguntar si vale la pena seguir apareciendo en los
programas. No creo en absolutismos —a veces, retener comentarios en el corto
plazo sirve la posibilidad de tener impacto en el largo plazo—. Se debe tratar
de un proceso de evaluación constante. Me imagino que algunos intelectuales y
periodistas han entrado en la televisión pensando que no se van a rendir a la
autocensura, pero poco a poco suavizan sus comentarios, hasta que sus opiniones
son casi indistinguibles de las del oficialismo o de las élites empresariales.
AR:
En el volumen se mencionan las opiniones de dos escritores tras la muerte de
Azcárraga Milmo: primera, la de Octavio Paz: “Fue un combatiente en el dominio
de la comunicación moderna y murió como un combatiente”; segunda, la de José
Agustín: “Su manera de hacer televisión... fue devastadora”. ¿Cuánta razón
otorga a cada una de ellas?
AP: La cita de
Paz es lamentable; dudo que un Paz más joven lo hubiera dicho. Ya muy avanzado
de edad, llegó a confundir su amistad hacia la persona con su deber como
pensador de defender el bien del país. Aquí se nota, por contraste, la
sabiduría de José Agustín, quien también dijo que Azcárraga “se esforzó por
manipular al público para que fuera menor de edad”. Y por “menor de edad” se
puede decir una nación menos democrática, menos igualitaria y menos capaz de
pensar por sí misma de lo que habría sido con una televisión abierta, retadora,
abierta a distintos puntos de vista y socialmente responsable. Mucha gente
decía que Televisa “estupidecía” a los televidentes. No diría eso, sino que los
trataba como si fueran niños y mantenía a muchos en la ignorancia. Aunque a
menor nivel, esas prácticas siguen hoy, como se nota especialmente en el
lenguaje televisivo de las telenovelas y de la información poco analítica de
López Dóriga.
AR:
Hay muchos apuntes críticos sobre el periodismo que desarrolló Televisa,
especialmente en su noticiario 24 horas. ¿Fracasó su modelo de divulgar
información? Lo pondría términos éticos, profesionales y económicos: allí están
los casos de Jacobo Zabludovsky, el diario Summa y Eco.
AP: El caso de
Zabludovsky marcó la pauta para todo lo demás. Su modelo de divulgar
información fue muy exitoso en términos oficialistas y económicos —si por
económicos nos referimos a los intereses corporativos de Televisa y de los
anunciantes— pero muy lamentable en términos éticos y profesionales. Hay una
tendencia suya que todavía se nota en el noticiero de López Dóriga, que es dar
cantidades de información sin incluir el contexto y el análisis que un
televidente necesitaría para entender el significado del acontecimiento. Por
ejemplo, reportar una matanza hecha por un cartel narcotraficante sin proveer
contexto y análisis convierte la nota en un mero cortometraje de acción.
Otro problema del noticiero de Televisa es su tradición de emplear sólo
gente blanca como locutores, que es una manera más en la que esta empresa ha
mantenido la jerarquía socio-racial, una maldición que ha sufrido México desde
la colonia. Recién asistí al evento México Siglo XXI, de la Fundación Telmex,
que empleó como maestros de ceremonias a media docena de locutores del canal en
línea UnoTV, y me agradó ver que la mayoría de estos no eran gente blanca, sino que mostraron una variedad de
tonalidades de piel y así un reflejo más fiel de la población mexicana. Era una
probadita alentadora de cómo existen otras formas de hacer televisión en este
país.
*La primera parte de esta entrevista fue publicada en Replicante, octubre de 2013.
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